CATENA AUREA - SANTO TOMÁS DE AQUINO

01-03
"Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que no diere fruto en mí, lo quitará, y todo aquel que diere fruto, lo limpiará para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado". (vv. 1-3)
 
San Hilario De Trin. lib. 9.
Apresurándose a terminar el sacramento de su pasión corporal por el amor al cumplimiento del precepto paterno, se levanta. Mas a fin de esclarecer el misterio de su asunción corpórea, mediante la cual nosotros estamos en El como los sarmientos en la vid, añade: "Yo soy la verdadera vid".
 
San Agustín In Ioannem tract., 80.
Esto lo dice porque es la cabeza de la Iglesia, y nosotros sus miembros, el mediador entre Dios y los hombres, el que es hombre Cristo Jesús. En verdad que son de una misma naturaleza la vid y los sarmientos. Pero cuando añade la palabra verdadera ¿no prescinde de aquella vid de que ha tomado la comparación? De tal modo se dice vid por semejanza, como se dice cordero, oveja y otras cosas análogas, de manera que más bien son verdaderas las cosas que se toman por comparación. Pero diciendo "Yo soy la verdadera vid", se distingue de aquella otra, de la cual dice Jeremías: "¿Cómo se convirtió en amargura la vid ajena?" ( Jer 2,21). Porque, ¿cómo había de ser verdadera vid, la que se esperaba que produjera uvas y produjo espinas?
 
San Hilario ut supra.
Mas para distinguir de su humilde condición corporal la majestad excelsa del Padre, dice que el Padre es el labrador cuidadoso de esta vid: "Y mi Padre es labrador".
 
San Agustín De verb. Dom. serm., 59.
Damos nosotros culto a Dios, y Dios nos lo da a nosotros. Pero de tal manera damos culto a Dios, que no lo hacemos mejor porque le damos culto por la oración, no con el arado; mas cuando El nos cultiva nos hace mejores, pues su cultura, consiste en no cesar de extirpar con su palabra todas las malas semillas que arraigan en nuestros corazones, abrirlos con el arado de la predicación, plantar las semillas de los preceptos y esperar el fruto de la piedad.
 
Crisóstomo In Ioannem hom., 75.
Y así como Cristo se basta a sí mismo, los discípulos necesitan del auxilio del labrador, por lo cual nada dice de la vid, sino de los sarmientos. "Todo sarmiento que en mí no produzca fruto, lo quitará". Aquí alude implícitamente, al decir fruto, al hecho de que nadie puede estar en El sin las obras.
 
San Hilario ut supra.
Todos los sarmientos inútiles y estériles que tenga que cortar, serán destinados al fuego.
 
Crisóstomo ut supra.
Y como aún los más virtuosos necesitan del labrador, añade: "Y a todo el que dé fruto, lo limpiará, para que dé más fruto". Dice esto por las tribulaciones que a la sazón padecían, manifestándoles que las tentaciones los harían más valerosos, porque el limpiar (esto es, podar) el sarmiento, le hace más fructífero.
 
San Agustín ut supra.
¿Quién hay tan limpio en esta vida que no haya de serlo más y más? Por donde, si dijéramos que no hay pecado en nosotros, nos engañamos a nosotros mismos ( 1Jn 1,8). Limpia, pues, a los limpios, esto es, a los que dan fruto, para que den más, cuanto más limpios están. Cristo es vid, según aquello que dice: "Mi Padre es mayor que yo" ( Jn 14,28), y es también labrador en cuanto a aquello: "Mi Padre y yo somos una sola cosa" ( Jn 10,30). Y no lo es al modo de aquellos que ayudan exteriormente a la planta, sino que le da incremento interiormente. Por esta razón se presenta El mismo como labrador también, cuando dice: "Ya vosotros estáis limpios por la palabra que he hablado". He aquí que El también limpia los sarmientos, cosa que corresponde al labrador, no a la vid. ¿Y por qué no dice estáis limpios por el bautismo, con el cual os habéis lavado, sino porque también en el agua la palabra es la que limpia? Si quitamos la palabra, ¿qué quedará en el agua sino agua? Unese la palabra a este elemento, y el sacramento se realiza. ¿De dónde viene al agua la virtud de tocar al cuerpo y limpiar el corazón, sino de la palabra, no porque se pronuncie, sino porque es creída? Aun en la misma palabra una cosa es el sonido que se extingue y otra la virtud que persiste. Es tanta la virtud de esta palabra de fe en la Iglesia de Dios, que por ella el que la cree, el que ofrece, bendice y derrama el agua, limpia al infante, aunque éste no puede creer.
 
Crisóstomo.
O bien dice: Estáis limpios por las palabras que he hablado a vosotros, y esto es mientras habéis recibido la luz de la doctrina y os habéis separado del error judaico.
   
04-07
"Estad en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede de sí mismo llevar fruto si no estuviere en la vid, así ni vosotros si no estuviereis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: el que está en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no estuviere en mí será echado fuera, así como el sarmiento, y se secará, y lo cogerán y lo meterán en el fuego y arderá. Si estuviereis en mí, y mis palabras estuvieren en vosotros, pediréis cuanto quisiereis y os será hecho". (vv. 4-7)
 
Crisóstomo In Ioannem hom., 75.
Como había dicho que ya estaban limpios por la palabra que les había dicho, enséñales por dónde tenían que empezar en las obras que habían de practicar. Por eso les dice "Permaneced en mí".
 
San Agustín In Ioannem tract., 81.
No de igual manera ellos en El, que El en ellos, porque lo uno y lo otro es para provecho de ellos, no de El, siendo así que los sarmientos están en la vid de tal suerte que en nada lo ayudan, sino que de ella reciben la vida. O sea, que la vid está en los sarmientos para comunicarles vida, no para recibirla de ellos. De esta forma, teniendo en sí a Cristo y permaneciendo ellos en Cristo, aprovechan en ambas cosas ellos, no Cristo. Por esto añade: "Así como el sarmiento no produce fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no estáis en mí". ¡Gran prueba en favor de la gracia! Alienta los corazones humildes, abate los soberbios. Por ventura, ¿no resisten a la verdad los que juzgan innecesaria la ayuda divina, y, lejos de ilustrar su voluntad, la precipitan? Porque aquel que opina que puede dar fruto por sí mismo, ciertamente no está en la vid: el que no está en la vid no está en Cristo, y el que no está en Cristo no es cristiano.
 
Alcuino.
Todo fruto de buena obra procede de aquella raíz que nos salvó con su gracia, que nos hace progresar con su auxilio para que podamos dar más fruto.
 
Glosa.
Por esta razón dice repetidamente y con mayor desarrollo: "Yo soy la vid y vosotros los sarmientos; el que está en mí (creyendo, obedeciendo, perseverando) yo también en él (iluminándole, auxiliándole, dándole perseverancia), éste (y no otro) da mucho fruto".
 
San Agustín ut supra.
Mas para que nadie sospechase que de sí mismo puede dar algún fruto el sarmiento, aunque sea poco, añade: "Porque sin mí nada podéis hacer". No dice: poco podéis hacer, porque si el sarmiento no estuviese en la vid viviendo de su raíz, ningún fruto dará. Y aunque Cristo no fuese vid sino un mero hombre, no tendría virtud para dar vida a los sarmientos, a no ser Dios también.
 
Crisóstomo ut supra.
Ved aquí, pues, que el Hijo coopera, no menos que el Padre, al bien de sus discípulos. Porque si el Padre limpia, El contiene, lo que hace que los sarmientos den fruto. Sin embargo, es cosa clara que también el Hijo limpia, y que el permanecer en la raíz es también propio del Padre, que engendró la raíz. Es, pues, un gran perjuicio el no poder hacer nada; mas no se detiene aquí, sino que prosigue: "Si alguno no estuviere en mí, será arrojado fuera (esto es, no gozará de los cuidados del labrador) y se secará (esto es, perderá todo aquello que hubiere recibido de la raíz, privado de su auxilio y de su vida), y lo amontonarán".
 
Alcuino.
Los ángeles serán los podadores que lo echarán al fuego eterno para que arda.
 
San Agustín ut supra.
Tan despreciables serán estos sarmientos si fueren separados de la vid, como gloriosos mientras en ella permanecieren. Una de estas dos cosas convienen al sarmiento: o estar en la vid o en el fuego. Si no está en la vid estará en el fuego, así como si no está en el fuego estará en la vid.
 
Crisóstomo ut supra.
Designando cómo se está en El, añade: "Si estuviereis en mí y mis palabras estuvieren en vosotros". Esto es, por medio de las obras.
 
San Agustín ut supra.
Sólo debemos decir que sus palabras están en nosotros cuando hacemos lo que mandó, y amamos lo que prometió. Porque aunque sus palabras estén en la memoria, si no se manifiestan en obras no se considera el sarmiento en la vid, porque su vida no nace del tronco. ¿Qué otra cosa puede quererse al estar en el Salvador, sino lo que no se aparta de la salvación? Lo que apetecemos en tanto que estamos en Cristo, es distinto de lo que queremos mientras estamos en el siglo. Porque mientras estamos en la vida de este siglo deseamos muchas veces cosas que ignoramos son en nuestro daño; pero no sucede así estando en Cristo, el cual no nos concede lo que nos perjudica. La oración del Padre nuestro pertenece a sus enseñanzas, y, por tanto, no debemos separarnos de la letra y espíritu de esta oración, para que se nos conceda lo que pedimos.
   
08-11
"En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y en que seáis mis discípulos. Como el Padre me amó, así también yo os he amado: perseverad en mi amor: si guardareis mis mandamientos, perseveraréis en mi amor, así como yo también he guardado los mandamientos de mi Padre y estoy en su amor. Estas cosas os he dicho para que mi gozo esté en vosotros, y para que vuestro gozo sea cumplido". (vv. 8-11)
 
Crisóstomo In Ioannem hom., 75.
Manifiesta después el Señor que todos los que le tendían asechanzas, arderían no permaneciendo en Cristo. Mas también explica que ellos mismos serán inexpugnables (para que así den mucho fruto), diciendo: "En esto ha sido glorificado mi Padre". Equivale a decir: si ha de ser para gloria del Padre el que vosotros fructifiquéis, no despreciará el Padre su propia gloria. Porque el que da fruto, es discípulo de Cristo. Por lo que añade: "Para que seáis hechos mis discípulos".
 
Teofilacto.
Los frutos de los apóstoles son las naciones que por su enseñanza han sido convertidas a la fe y conducidas a la gloria de Dios.
 
San Agustín In Ioannem tract., 82.
Lo mismo se dice con glorificado que con clarificado: Lo uno y lo otro viene de una palabra griega doxa 1 , que quiere decir gloria . Y debo aducir esto para que no lo atribuyamos a gloria nuestra, como si lo tuviéramos por nosotros mismos. Es una gracia de El, y, por tanto, la gloria corresponde a El, no a nosotros. ¿Por quién, si no, producimos el fruto, sino por Aquel cuya misericordia nos favorece? De aquí que añade: "Como mi Padre me amó a mí, así yo a vosotros": ved de dónde nacen nuestras buenas obras. ¿De dónde debían proceder sino de la fe, que se obra por el amor? Al decir "Como me amó mi Padre así yo a vosotros", no manifiesta igualdad de naturaleza entre El y nosotros (como la que hay entre El y su Padre), sino la gracia, por la cual es mediador entre Dios y los hombres, el hombre Jesucristo. Se muestra mediador en aquello que dice: "Mi Padre me amó, y yo os amo", porque el Padre nos ama también, pero en El.
 
Crisóstomo ut supra.
Si, pues, el Padre os ama, confiad; si es para gloria del Padre, fructificad. Después, para excitar su diligencia, continúa: "Permaneced en mi amor". Cómo ha de hacerse esto, lo explica diciendo: "Si guardareis mis preceptos".
 
San Agustín ut supra.
¿Quién duda que el amor ha de preceder a la guarda de los preceptos? Porque el que no ama no tiene base para la observancia de los preceptos; y así, esto que dice no es para asentar la razón de donde el amor nace, sino por donde se manifiesta, para que nadie se engañe diciendo que lo ama sin observar sus preceptos. Aunque al decir "Permaneced en mi amor" no aparece a qué amor alude, si al que debemos tenerle, o al que El nos tiene. Sin embargo, bien se conoce por las anteriores palabras "Yo os he amado". Y en seguida dice: "Permaneced en mi amor", a saber, en el que El les profesaba. ¿Qué otra cosa significa "Permaneced en mi amor", sino en mi gracia? ¿Y qué otra cosa expresa cuando dice "Si guardareis mis preceptos permaneceréis en mi amor", sino el signo por donde hemos de conocer cuándo le amamos, a saber, cuando guardamos sus mandamientos? No los observamos para que El nos ame; antes, sin su amor no podríamos observarlos. Esta es la gracia visible para los humildes, oculta para los soberbios. Mas ¿por qué continúa "Como yo he observado los preceptos del Padre, y he permanecido en su amor"? En efecto, aquí el amor del Padre es el que el Padre le profesa. ¿Y por esto también se ha de entender como gracia el amor del Padre hacia el Hijo, como lo es el del Hijo hacia nosotros? No, porque nosotros somos hijos por gracia, no por naturaleza, y el Hijo lo es por naturaleza, no por gracia. ¿Puede esto referirse al Hijo como hombre? Ciertamente, porque al decir "Como me amó mi Padre a mí, yo a vosotros", demuestra la gracia del mediador. Pero Cristo es mediador entre Dios y los hombres, no en cuanto Dios, sino en cuanto hombre. También puede decirse con justicia que si bien la naturaleza humana no pertenece a la naturaleza de Dios, sí pertenece a la persona del Hijo de Dios por medio de la gracia, que no tiene otra ni mayor ni ciertamente igual. En efecto, ningún mérito del hombre precedió a la gracia de la Encarnación, sino que por el contrario todo mérito suyo empezó a partir de ella.
 
Alcuino.
Qué preceptos recomienda, lo dice el Apóstol ( Flp 2,8): "Cristo se hizo obediente al Padre hasta la muerte, y muerte de cruz".
 
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
Como después su alegría había de verse interrumpida por la futura pasión y las ofensas, prosigue: "Os he dicho estas cosas para que mi alegría resida en vosotros"; como diciendo: aunque la tristeza venga, yo la destruiré para convertirla en gozo.
 
San Agustín In Ioannem tract., 83.
¿Qué gozo es éste que Cristo inspira en nosotros, sino el dignarse recibirlo por nosotros? ¿Y qué gozo será ése que nosotros logramos, sino el tener parte con El? Ya El tenía un gozo perfecto cuando se alegraba con la presciencia y predestinación nuestra. Pero aquel gozo no estaba en nosotros porque nosotros aún no existíamos. Empezó a existir en nosotros cuando nos llamó. Llamamos con propiedad nuestro a este gozo, porque mediante él seremos bienaventurados, y empezando por la fe de los que renacen, llegará a su perfección cuando alcancemos el premio de la resurrección.
 
Notas
1. En griego, doxa , gloria, honor, esplendor, poder, como atributos divinos.
   
12-16
"Este es mi mandamiento, que os améis los unos a los otros como yo os amé. Ninguno tiene mayor amor que éste, que es poner su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hiciereis las cosas que yo os mando. No os llamaré ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; mas a vosotros he llamado amigos, porque os he hecho conocer todas las cosas que he oído de mi Padre. No me elegisteis vosotros a mí, mas yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y que permanezca vuestro fruto, para que os dé el Padre todo lo que le pidiereis en mi nombre". (vv. 12-16)
 
Teofilacto.
Como había dicho "Si guardáis mis mandamientos", explica cuáles sean éstos, diciendo: "Amaos los unos a los otros", etc.
 
San Gregorio In Evang hom. 27.
Estando todas las palabras del Señor llenas de preceptos, ¿por qué hace del amor como un especial mandato, sino porque en el amor radica todo mandato? ¿No pueden todos los preceptos reducirse a uno, supuesto que todos se basan en la caridad? Porque así como de un solo tronco nacen muchas ramas, así también muchas virtudes se derivan de la caridad. Y no tiene lozanía la rama de las buenas obras, si no está en el tronco de la caridad. Los preceptos del Señor son muchos, en cuanto a la diversidad de las obras, pero se unifican todos en su tronco, que es la caridad.
 
San Agustín In Ioannem tract., 83.
Donde la caridad está, ¿qué es lo que puede faltar? En donde ella no existe, ¿qué puede haber de provecho? Pero este amor debe distinguirse del que los hombres se profesan como hombres. Por eso dice: "Como yo os he amado". ¿Para qué nos amó Cristo, sino para que pudiésemos reinar con El? Amémonos mutuamente también con este designio, distinguiendo nuestro amor del de aquellos que no se aman para que Dios sea amado. Estos no se aman verdaderamente, y, al contrario, aquellos se aman con verdad, cuyo amor busca el amor de Dios.
 
San Gregorio ut supra.
La prueba de la verdadera caridad consiste principalmente en que se ame hasta a los enemigos, porque la Verdad padeció hasta el suplicio de la cruz. Aun allí profesó amor a sus perseguidores, diciendo ( Lc 23,34): "Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen"; llegando al colmo este amor cuando añade: "Nadie tiene mayor amor que éste, que es poner su vida por sus amigos", para enseñarnos que no sólo puede convertirse en provecho nuestro la saña de nuestros enemigos, sino también que éstos deben reputarse como amigos.
 
San Agustín In Ioannem tract., 84.
Como antes había dicho "Este es mi precepto, que os améis mutuamente como yo os he amado", es lógico lo que el mismo San Juan dice en una epístola: "Así como Cristo puso su vida por nosotros, así nosotros debemos ponerla por nuestros hermanos" ( 1Jn 3,16). Esto hicieron los mártires con ferviente amor, y por esto no los conmemoramos en el altar para pedir por ellos, sino para que ellos pidan por nosotros, a fin de que sigamos sus huellas. Y al presentarse de tal suerte a sus hermanos, no hicieron otra cosa que manifestar las gracias que habían recibido en el altar.
 
San Gregorio ut supra.
¿Quién no dará a su hermano la túnica en tiempo de paz, debiendo dar la vida por él durante la persecución? Nútrase en los tiempos de bonanza la virtud de la caridad, por medio de la misericordia, para que sea invencible en la borrasca.
 
San Agustín De Trin. lib. 88.
Con un mismo amor amamos a Dios y a los hombres, pero a Dios por Dios, a nosotros y al prójimo por Dios. Y siendo los dos preceptos de la caridad en los que toda la ley está contenida (el amor de Dios y el del prójimo), no sin fundamento suele poner la Escritura, en muchos lugares, el uno por el otro. Porque es lógico que el que ama a Dios haga lo que Dios manda, y así ame al prójimo porque Dios lo manda. Por esto continúa: "Vosotros seréis amigos míos, si hacéis lo que os mando".
 
San Gregorio Moralium 27, 12
El amigo es como el guardián del alma, y por tal razón se llama amigo de Dios el que cumple su voluntad guardando los preceptos.
 
San Agustín In Ioannem tract., 80.
¡Gran dignación! No pudiendo ser bueno un siervo que no cumpliere los preceptos de su señor, aquí da a conocer con el nombre de amigos a los que se hicieren dignos de ser buenos siervos. Porque puede ser siervo y amigo el que es siervo bueno. En qué sentido debamos tomar que es siervo y buen amigo el que es siervo bueno, lo explica cuando dice: "Yo no os llamaré siervos, porque el siervo ignora lo que hace su señor". ¿Es que ya no seremos siervos cuando seamos siervos buenos? ¿Acaso el señor no confía sus secretos al siervo bueno y probado? Es que, así como hay dos temores, hay también dos servidumbres: hay un temor que el amor perfecto expele fuera, y con el cual sale juntamente la servidumbre, y hay otro más honesto que permanece eternamente. A la primera servidumbre se refería el Señor diciendo: Ya no os diré siervos; "no os llamaré en adelante siervos sino amigos porque el siervo ignora", etc. No habla de aquel siervo temeroso y honesto de quien dice San Mateo: "Alégrate, siervo bueno; entra en el gozo de tu señor" ( Mt 25,21); sino de aquel, dominado de temor servil, del que dice San Juan en otro lugar: "El esclavo no permanece siempre en la casa, pero el hijo sí" ( Jn 8,35). Porque si nos dio libertad para hacernos hijos de Dios, seamos hijos, no esclavos, para que de un modo admirable los que somos siervos podamos dejar de serlo. Y para conseguirlo confesaréis que es Dios quien lo hace. Esto es lo que ignora aquel siervo que no confiesa que lo hace su Señor, y que cuando hace algo bueno, así se enorgullece como si fuera obra suya y no de su Señor, y se atribuye la gloria a sí mismo, y no a Dios. Y sigue: "A vosotros llamé amigos, porque os he manifestado todo lo que oí de mi Padre".
 
Teofilacto.
Como si dijera: El siervo desconoce los designios de su señor, pero a vosotros, a quienes trato como amigos, os he comunicado mis secretos.
 
San Agustín In Ioannem tract., 85.
¿Cómo se ha de entender que manifestó a sus discípulos todo lo que oyó de su Padre? Callándose todo aquello que sabía que sus discípulos no podían comprender, pero descubriéndoles todo lo que cabe en la plenitud de ciencia, de la que dice el Apóstol a los de Corinto: "Entonces conoceré como soy conocido" ( 1Cor 13,12). Porque así como esperamos la inmortalidad del cuerpo, así también debemos esperar el conocimiento futuro de todo lo que el Unigénito oyó del Padre.
 
San Gregorio In Evang hom 27.
O que todo lo que oyó de su Padre y quiso revelar a sus siervos, son los gozos de la caridad interior y las fiestas de la patria celestial que diariamente presienten las almas en sus transportes de amor, pues cuando amamos lo que se nos dice del cielo, conocemos ya lo que amamos, porque el conocimiento es el amor. Todo, pues, se lo había revelado a los Apóstoles, porque desasidos de los deseos terrenos, ardían en llamas de amor divino.
 
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
En fin, les dice todo lo que les convenía saber, diciendo que manifiesta lo que ya da a entender: que no habla de nada que no sea del Padre.
 
San Gregorio ut supra.
Pero todo aquel que tenga el honor de ser llamado amigo de Dios, no atribuya a méritos propios la dignidad que siente en sí. Por esto dice: "No sois vosotros quienes me elegisteis, sino que yo os elegí".
 
San Agustín In Ioannem tract., 86.
¡He aquí una gracia inefable! ¿Qué éramos cuando aún no éramos cristianos, sino unos perversos y perdidos? Pues ni aun habíamos creído en El para que nos eligiese; porque si eligió a los creyentes, El los hizo creyentes para elegirlos. No tiene aquí lugar aquella vana argumentación de que Dios nos eligió antes de la creación, porque previó, no que El nos haría buenos, sino que nosotros lo seríamos por nosotros mismos. Y ciertamente que si Dios nos hubiera elegido porque previó que seríamos buenos, también habría previsto entonces que nosotros lo habíamos de elegir primero a El. Porque ésta es la única manera en que podemos ser buenos, a no ser que sea llamado bueno el que no elige lo bueno. ¿Qué es, pues, lo que eligió de entre aquello que no era bueno? No basta que digas: "fui elegido porque ya creía", porque si creías en El ya lo habías elegido. Ni tampoco digas, "antes de creer ya obraba bien, y por eso fui elegido", porque ¿qué obra puede ser buena antes de tener fe? ¿Qué hemos de decir, pues, sino que éramos malos, y fuimos elegidos para que fuésemos buenos por gracia del que nos eligió?
 
San Agustín De praedest Sanct cap. 17.
Han sido, pues, elegidos antes de la creación, por el acto de predestinación que Dios previó que ejecutaría más adelante, aquellos que fueron llamados del mundo por aquella vocación que Dios predestinó y cumplió. Porque a aquellos que predestinó, a aquellos llamó ( Rm 8,30).
 
San Agustín In Ioannem tract., 83.
Y ved cómo no es que elegía a los buenos, sino que a los que eligió hizo buenos. Y continúa: "Y os puse para que vayáis y recojáis el fruto" ( Jn 15,5). Y éste es el fruto de que ya había dicho: "Sin mí nada podéis hacer". El mismo es el camino en que nos puso para que vayamos.
 
San Gregorio ut supra.
Yo os puse, (a saber, en gracia), planté para que vayáis (queriendo, porque el querer es el marchar del alma), y recojáis el fruto trabajando. Cuál es el fruto que deban llevar, lo indica cuando añade: "Y vuestro fruto permanezca". Porque todo lo que trabajamos en este siglo, apenas dura hasta la muerte, y llegando ésta, corta el fruto de nuestro trabajo. Pero lo que se hace por la vida eterna, aun después de la muerte dura, y entonces empieza a aparecer, cuando ya dejan de verse las obras de la carne. Produzcamos, pues, tales frutos, que permanezcan, y que la muerte, que todo lo acaba, sea el principio de su duración.
 
San Agustín ut supra.
Nuestro fruto es el amor que ahora vive en el deseo, pero no en la satisfacción; y por este mismo deseo nos dará el Padre cuando pidiéremos en nombre de su Hijo Unigénito, por lo que sigue: "Y cuanto pidiereis al Padre en mi nombre". Nosotros pedimos en nombre del Salvador esto que pertenece al orden de la salvación.
   
17-21
"Esto os mando, que os améis los unos a los otros. Si el mundo os aborrece, sabed que me aborreció a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo que era suyo: mas porque no sois del mundo, antes yo os escogí del mundo, por eso os aborrece el mundo. Acordaos de mi palabra, que yo os lo he dicho: El siervo no es mayor que su Señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros: si mi palabra han guardado, también guardarán la vuestra. Mas todas estas cosas os harán por causa de mi nombre: porque no conocen a Aquél que me ha enviado". (vv. 17-21)
 
San Agustín In Ioannem tract., 86.
Había dicho el Señor: "Os puse para que vayáis y recojáis el fruto" ( Jn 15,16). Nuestro fruto es la caridad y el precepto de este fruto nos dice: "Esto os mando: que os améis mutuamente". Por lo que dice el Apóstol: "El fruto del espíritu es la caridad" ( Gál 5,22), y todo lo demás lo presenta como consecuencia de este principio. Con razón, pues, recomienda respectivamente el amor como la única virtud, sin la cual de nada pueden aprovechar las demás, ni puede adquirirse sin las demás obras con las que el hombre se hace bueno.
 
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
O de otro modo: Yo he dicho que sacrifico mi vida por vosotros, y que yo os he elegido primero. Esto no lo he dicho reprendiéndoos, sino para atraeros al amor de unos a otros. Y después, como era difícil sufrir la persecución y los ultrajes de la muchedumbre, les enseñó que no conviene lamentarse, sino alegrarse, por lo que añade: "Si el mundo os aborrece, sabed que primero me aborreció a mí". Como si dijera: Sé que esto es duro, pero por mí lo soportaréis.
 
San Agustín In Ioannem tract., 87.
¿Por qué los miembros se han de encumbrar sobre la cabeza? Rehusas pertenecer al cuerpo, si te niegas a sufrir el odio del mundo con el que es tu cabeza. Por el amor, pues, debemos padecer el aborrecimiento del mundo, pues es necesario que nos aborrezca a los que ve que no queremos lo que él ama. Por esto dice: "Si fuerais del mundo, éste amaría lo que era suyo".
 
Crisóstomo ut supra.
Como el padecer por Cristo no era para ellos bastante consuelo, dejando este motivo añadió otro, enseñándoles que es una prueba de santidad el ser aborrecido del mundo; y es de lamentar el ser amado de él, porque sería prueba de nuestra perversidad.
 
San Agustín ut supra.
Esto lo dice a toda la Iglesia, a la que con frecuencia llama mundo, según aquel pasaje de San Pablo a los de Corinto ( 2Cor 5,19): "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo". Todo el mundo, pues, es la Iglesia, y todo el mundo aborrece a la Iglesia. El mundo detesta al mundo: el mundo enemigo, al mundo convertido; el mundo condenado, al mundo salvado; el mundo corrompido, al mundo purificado. Es, pues, de preguntar, si los malos persiguen también a los malos, como cuando los reyes y jueces impíos, a pesar de ser perseguidores de los buenos, castigan también a los homicidas y adúlteros. Y ¿cómo debe entenderse lo que el Señor dice: "Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo que es suyo", sino porque el mundo está en aquellos que castigan los delitos y en los que los cometen? El mundo, pues, aborrece lo que es suyo en la parte que castiga a los delincuentes. Y aun lo que es suyo en aquella que favorece a los crímenes. Si se quiere saber cómo se ama a sí mismo el mundo de perdición que aborrece la redención: amando con falso, no con verdadero amor, porque ama lo que le perjudica. Aborrece la naturaleza y ama el vicio. Esta es la razón por qué se nos prohibe amar lo que él ama y se nos manda amar lo que él aborrece. En fin, debemos detestar en él el vicio y amar lo natural. Y para que no perteneciesen a este mundo reprobado, fueron por lo mismo los discípulos elegidos; no por sus méritos (porque ninguna obra buena había precedido de parte suya) ni tampoco por naturaleza (la cual enteramente había sido viciada en su misma raíz) sino por gracia. Y así dice: Pero como no sois del mundo, sino que yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.
 
San Gregorio Super Ezech hom. 9.
La censura, pues, de los malos es la aprobación de nuestra vida, porque ya se deja ver que algo participamos de la justificación, cuando empezamos a ser desagradables a aquellos que no agradan a Dios, pues nadie agrada en una misma cosa a Dios y a sus enemigos. Porque niega ser amigo de Dios aquel que complace a su enemigo, y es considerado como un adversario por los enemigos de la verdad, aquel que somete su razón a la misma verdad.
 
San Agustín ut supra.
Exhortando, pues, el Señor a los discípulos a llevar con paciencia el aborrecimiento del mundo, no podía presentarles ejemplo mayor ni más perfecto que el de sí mismo, y por esto dice: "Acordaos de la palabra que os dije: No es el siervo mayor que su señor: si a mí me persiguen, también a vosotros os perseguirán", etc.
 
Glosa.
Los mismos los observaron para calumniarlos, conforme aquello del salmo: "El pecador observó al justo" ( Sal 36,12).
 
Teofilacto.
O de otro modo: si persiguieron al Señor, mucho más perseguirán a sus siervos. Si no lo hubieran perseguido, sino que hubiesen guardado su palabra, también guardarían la vuestra.
 
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
Como si dijera: Conviene que no os turbéis, si participáis de mis sufrimientos, porque no sois vosotros más que yo.
 
San Agustín ut supra.
En donde dice "No es el siervo mayor que su Señor" ( Sal 18) se refiere al siervo temeroso y honesto o santo, que permanece constante en este siglo.
 
Crisóstomo ut supra.
Después dulcifica la pena añadiendo que el Padre sufre con ellos desprecio cuando ellos son injuriados. Y por esto añade: "Pero todas estas cosas harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió".
 
San Agustín ut supra.
¿Qué es lo que significa todo esto, si las palabras que dijo, a saber, "Tendrán odio, perseguirán y despreciarán mi doctrina" expresan otra cosa? ¿Qué quiere decir sino que por mi nombre tendrán odio contra vosotros, me perseguirán en vuestras personas, y menospreciarán vuestra palabra porque es doctrina mía? Tanto, pues, serán más desgraciados los que por odio a este santo nombre obran así, cuanto más bienaventurados son los que por este nombre padecen. Los malos observan también la misma conducta con los malos, pero unos y otros son réprobos: los que castigan y los castigados. ¿Cómo, pues, pueden ser verídicas estas palabras: "Todo esto harán con vosotros por causa de mi nombre", siendo así que ellos no obran así por el nombre de Cristo, esto es, por la justicia, sino por su propia perversidad? Esta cuestión se resuelve del modo siguiente: Si se refiere todo a los justos, como se haya dicho: "Todo esto padeceréis por mi nombre"; las palabras por mi nombre, se han de entender como si dijera: "Por mi nombre", que en vosotros aborrecieron, y por la justicia que odiaron en vosotros. Del mismo modo, bien puede aplicarse a los buenos, cuando persiguen a los malos por amor de la justicia y odio a la iniquidad de los mismos malos. Y por eso añadió: "Porque no conocen al que me envió", según aquella ciencia que dice: En conocerte a ti consiste la sabiduría perfecta.
   
22-25
"Si no hubiera venido ni les hubiera hablado no tendrían pecado: mas ahora no tienen excusa de su pecado. El que me aborrece, también aborrece a mi Padre. Si no hubiese hecho entre ellos obras, que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; mas ahora ya las han visto, y me aborrecen a mí, y a mi Padre. Mas porque se cumpla la palabra que está escrita en su Ley: Que me aborrecieron de grado". (vv. 22-25)
 
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
Añade el Señor otro consuelo a sus discípulos, manifestándoles cuán injustamente sufrirán tales cosas El y sus discípulos. Por esto dice: "Si no hubiese venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado", etc.
 
San Agustín In Ioannem tract., 89.
Jesucristo habló a los judíos, no a otras naciones. En ellos, pues, quiso que se entendiera, el mundo que aborrece a Cristo y a sus discípulos. Y aun demostró que no sólo los judíos, sino que también nosotros mismos pertenecemos a este mundo. ¿Por ventura los judíos a quienes Jesucristo habló estaban sin pecado antes de que viniese en carne? Pero no quiere que se entienda en general toda clase de pecados, sino cierto gran pecado. Este los comprende todos, y al que no lo tuviere todos se le perdonan. Este es, pues, el de que no creyeron en Cristo; que para esto vino, para que se crea en El. Si no hubiera venido, no tendrían este pecado. Su venida, pues, cuanto es saludable a los creyentes, tanto es ruinosa a los que no creen. Sigue: "Ahora, pues, no tienen excusa de su pecado". Puede suscitarse la cuestión si tendrán excusa de pecado aquellos a quienes no vino y habló Cristo. Si, pues, no tienen excusa de su pecado, ¿por qué se ha dicho aquí que no tienen excusa porque vino y les habló? Y si la tienen, ¿por qué no han de ser libres de la pena o tratados con menor rigor? A esto respondo que éstos tienen excusa, no de todos los pecados, sino del pecado suyo, porque no creyeron en Cristo. Pero no son de este número aquellos a quienes vino Cristo por medio de sus discípulos, pues no merecen menor pena los que no quisieron de ningún modo recibir la ley en cuanto a ellos atañía y la negaron rotundamente. Esta excusa pueden alegarla los que antes de predicarse el Evangelio fueron sorprendidos por la muerte; pero no podrán evitar la condenación todos aquellos que pudieron ser salvos por el Salvador, que había venido a buscar lo que había perecido. Todos, sin ningún género de duda, perecerán, aunque pueda presumirse que unos padecerán mayor pena que otros. Se entiende que perece todo aquel que es castigado con la separación de la bienaventuranza que Dios da a sus santos. Es tanta la diversidad de penas, cuanta la diversidad de pecados; lo cual se comprende o se explica mejor por la infinita sabiduría de Dios que por conjetura humana.
 
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
Como objetaba y decía públicamente que lo perseguían por causa de su Padre, dice para destruir su excusa: "Quien me aborrece, también aborrece a mi Padre".
 
Alcuino.
Así como el que ama al Hijo, ama al Padre (porque así es uno el amor del Padre y del Hijo, como es una su naturaleza), del mismo modo, el que aborrece al Hijo aborrece al Padre.
 
San Agustín In Ioannem tract., 90.
Si había dicho antes "No conocen a Aquel que me envió" ( Jn 15,21), ¿cómo pueden haber aborrecido a quien no conocen? Pero si aborrecieron a Dios, no como es El mismo, sino como sospechan o creen que es, no es éste a quien aborrecieron, sino la errada sospecha o vana credulidad que concibieron. Pero si lo comprenden como es, ¿cómo pueden decir que no lo conocen? Respecto a los hombres, puede suceder que amemos o aborrezcamos a aquellos que nunca vimos, por lo bueno o malo de que tienen fama, ¿pero cómo se puede llamar desconocido aquel de quien tenemos íntimo conocimiento? En verdad, no se nos comunica su semblante corporal, pero se nos patentiza su conocimiento cuando son públicas su vida y costumbres. De otro modo, ni a sí mismo se conocería quien no pudiera ver su semblante. Pero con frecuencia nuestra credulidad se engaña respecto de los demás, porque algunas veces la historia, y mucho más la fama, mienten. A nosotros nos toca (para que no seamos engañados por una falsa opinión), ya que no podemos escudriñar la conciencia de los hombres, formar concepto seguro por sus hechos. Cuando, pues, no se yerra en las cosas, para que sea acertado el concepto de los vicios y virtudes, si hay equivocación en los hombres, el error es perdonable. Por lo demás, puede suceder que un hombre bueno aborrezca a otro bueno; es decir, no como es, sino como piensa que es; o más bien que lo ame como bueno ignorando lo que es. Así, puede suceder que un hombre injusto aborrezca a un hombre justo, y, sin embargo, creyéndole injusto, le ame, no por esto, sino porque le juzgue que es como él. Del mismo modo, pues, que los hombres, así actúa Dios. Si preguntáramos a los judíos si amaban a Dios, responderían que sí, no creyendo mentir sino equivocándose en la opinión. ¿Pero cómo podrían amar al Padre de la Verdad los que aborrecen la Verdad? Ellos no quieren ser condenados por su conducta, y esto es verdad. Tanto es, pues, lo que ellos aborrecieron la Verdad, cuanto odiaron las penas con que se castiga tal pecado. Pero ignoran que la verdad es aquella que condena a los que como ellos son. Y como ellos ignoran esta verdad nacida de Dios y por la que son condenados, resulta que desconocen al mismo Dios Padre.
 
Crisóstomo ut supra.
Así, pues, no tienen excusa de su pecado, ya por la doctrina que Jesucristo les enseñaba, ya por los milagros con que la confirmaba, según la Ley de Moisés, que mandaba a todos obedecer a quien tales cosas decía y hacía, tan conducentes a la piedad y a la manifestación del Autor de tan grandes maravillas. Por eso añade: "Si no hubiera hecho las obras que ningún otro hizo, no tendrían pecado".
 
San Agustín In Ioannem tract., 91.
He aquí el pecado: el de no haber creído su predicación y sus milagros. Pero ¿por qué añade que ningún otro hizo? Ninguna de las obras de Cristo aparece mayor que la de la resurrección de los muertos, lo cual sabemos que lo hicieron los antiguos profetas. Esto lo hizo Elías ( 1Re 17) y también Eliseo ( 2Re 4), viviendo en carne y aun muerto y enterrado. Hizo, sin embargo, Cristo algunas cosas que ninguno otro hizo cuando alimentó a cinco mil hombres con cinco panes, cuando marchó sobre las aguas y comunicó a Pedro el mismo poder, cuando convirtió el agua en vino, cuando abrió los ojos del ciego de nacimiento, y otras muchas que sería largo el recordar. Se nos contesta que otros hicieron cosas que ni El mismo ni otro alguno hizo. ¿Quién, sino Moisés, dividiendo el mar, salvó al pueblo, lo alimentó con el maná en el desierto e hizo manar agua de la roca? ¿Quién sino Josué suspendió las corrientes del río Jordán para que pasara el pueblo, y paró al sol en su carrera? ¿Quién otro que Eliseo sepultado, con el contacto de su cadáver volvió a la vida a otro cadáver? Paso por alto los demás milagros, porque éstos bastan para demostrar que otros santos obraron maravillas que nadie más hizo. Pero no se lee de ninguno de los antiguos que curara tantos vicios, graves enfermedades y mortales molestias, con tanto poder. Pero aun callando los que particularmente curó con su autoridad a los que se le iban presentando, dice San Marcos, que doquiera que entraba en villas y ciudades, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que al menos les permitiera tocar la orla de su vestido, y cuantos la tocaban curaba. Esto ninguno otro lo hizo en ellos. Así ha de entenderse entonces por qué dice: "en ellos"; no 'entre ellos' o 'en presencia de ellos', sino precisamente "en ellos": porque los curó a ellos. Pues ninguno otro tales milagros hizo en ellos, porque cualquiera otro hombre que hizo alguno de aquellos, no los hizo por sí, sino en nombre de Jesús, que fue quien los hizo, no ellos. Pero si esto lo hizo el Padre y el Espíritu Santo, no fue otro quien lo hizo, porque las tres personas son una sola sustancia. Estos beneficios debieron excitar al amor, no al odio, y esto es lo que echándoles en cara dice: "Ahora, pues, que vieron, me aborrecieron".
 
Crisóstomo ut supra.
Esto lo dice para que sus discípulos no lo reconvengan: ¿por qué pues, nos has metido en tantos compromisos? ¿Acaso no previste la oposición y el odio? Pero les contesta con la profecía que sigue: "Para que se cumpla la palabra que está escrita en su Ley".
 
San Agustín ut supra.
Algunas veces se cita con el nombre de Ley todo el Antiguo Testamento y Sagradas Escrituras. Y así, dice el Señor "Está escrito en su Ley", cuando se lee en los salmos.
 
San Agustín In Ioannem tract., 91.
Dice su Ley, no por ellos hecha, sino a ellos impuesta. Aborrece, pues, gratuitamente el que no busca en el odio ninguna ventaja, ni huye de ninguna incomodidad. Así aborrecen los impíos a Dios, y así lo aman los justos; de modo que nada esperan fuera de El, pues El es todo para ellos en todas las cosas.
 
San Gregorio Moralium 25, 26
Una cosa es no hacer el bien, y otra aborrecer al Autor de los bienes. Así como también es una cosa pecar por precipitación, y otra con ánimo deliberado. Suele suceder con frecuencia amar el bien y por debilidad no poderlo ejecutar. El pecar de propósito, es lo mismo que no amar ni hacer el bien. Así, pues, siempre es más grave amar el pecado que perpetrarlo, como también es peor aborrecer la justicia que dejarla de practicar. En la Iglesia hay muchos que no sólo no practican el bien, sino que lo persiguen, y detestan en los demás lo que ellos desprecian hacer. El pecado de éstos no es de debilidad o ignorancia, sino de mala intención.
   
26-27
"Pero cuando viniere el Consolador que yo os enviaré del Padre, el Espíritu de Verdad que procede del Padre, El dará testimonio de mí. Y vosotros daréis testimonio porque estáis conmigo desde el principio". (vv. 26-27)
 
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
Podrían los discípulos decirle al Señor: Si oyeron de ti palabras que nadie dijo, si vieron en ti milagros que ningún otro hizo, y sin embargo, no creyeron; si aborrecieron a tu Padre y a ti con El, ¿cómo nos envías y cómo nos han de creer? Para que, pues, no se turben con este pensamiento, los consuela diciéndoles: "Cuando viniere el Paráclito que yo enviaré, etc., El dará testimonio de mi.
 
San Agustín In Ioannem tract., 92.
Como si dijera: Me aborrecieron y mataron a los que dieron testimonio de mí; pero será tal el testimonio que de mí dará el Paráclito, que hará creer en mí a los que no me vieron. Así como El dará testimonio de mí, así vosotros lo daréis en vuestros corazones y en vuestra predicación. El, inspirando y vosotros haciendo oír vuestra voz. Porque vosotros, que habéis estado conmigo desde el principio, podréis predicar lo que conocéis, lo cual no hacéis ahora porque no tenéis aún la plenitud de aquel Espíritu. La caridad de Dios, difundida en vuestros corazones por el Espíritu Santo, os dará valor para dar testimonio. El Espíritu Santo, dando testimonio y mucho valor a los testigos, libró del temor a los amigos de Cristo, y convirtió en amor el odio de sus enemigos.
 
Dídimo De Spiritu sancto.
El Espíritu Santo, que cuando viene se llama Consolador, tomando el nombre de los efectos que produce. Porque no sólo libra de toda perturbación a aquellos que encuentra dignos de sí, sino que les infunde un gozo increíble; porque se apodera la alegría celestial del corazón de aquellos en quien se alberga. Este Espíritu consolador, es enviado por el Hijo, no por ministerio de los ángeles, ni de los profetas, ni de los apóstoles, sino que es enviado por la sabiduría y verdad de Dios, como conviene que sea enviado el Espíritu de Dios, que posee una naturaleza indivisa con la misma sabiduría y verdad. En efecto, el Hijo enviado por el Padre no se separa ni divide de El, permaneciendo en El y teniéndolo en sí mismo, sin que el Espíritu Santo, enviado por el Hijo de la manera antes dicha, salga del Padre ni cambie de uno en otro lugar. Porque así como el Padre no se detiene en parte alguna, porque es sobre toda naturaleza corporal, del mismo modo el Espíritu de verdad no se encierra en extensión de lugar, porque es incorpóreo y superior a toda criatura racional.
 
Crisóstomo ut supra.
No dijo Espíritu Santo, sino Espíritu de verdad, para demostrar que es digno de fe. Dice también que procede del Padre, es decir, que conoce con toda certeza todas las cosas, del mismo modo que hablando de sí mismo: "Porque conocí de dónde vengo y a dónde voy".
 
Dídimo Lib. 2 tomo 9 inter. Op. Hieron.
El pudo decir de Dios o del Todopoderoso, pero nada de esto citó, sino que dijo del Padre; no porque el Padre sea otro que el Dios Omnipotente, sino porque el Espíritu de verdad, según la propiedad e inteligencia del Padre, procede de El. Enviando, pues, el Hijo al Espíritu de verdad, lo envía juntamente el Padre, viniendo el Espíritu por la misma voluntad del Padre y del Hijo.
 
Teofilacto.
Por otra parte se dice "en verdad que el Padre envía al Espíritu" y cuando dice "ahora" el Hijo que lo enviará, demuestra la igualdad de poder. Pero no se crea que significa resistencia con el Padre como enviando al Espíritu Santo en virtud de otro poder, y por eso añade: "Del Padre", para expresar que El recibe del Padre y da con El mismo la misión. Cuando oyes que procede, no creas que la procesión sea aquella misión extrínseca, por la cual son enviados los espíritus administradores, sino que llama procesión una propiedad diferente, excelente y reservada, atribuida sólo al Espíritu principal. La procesión del Espíritu no es otra que el origen de Aquel que le da el ser; y así no es necesario entender que la palabra proceder es enviar, sino lo mismo que recibir la esencia de la naturaleza del Padre.
 
San Agustín In Ioannem tract., 99.
Tal vez se le ocurra a alguno preguntar si también el Espíritu Santo procede del Hijo. El Hijo es sólo del Padre, y el Padre lo es sólo del Hijo, pero el Espíritu Santo no es Espíritu de sólo uno, sino de los dos. Alguna vez dice Jesucristo: "Espíritu de vuestro Padre, que habla en vosotros" ( Mt 10,20), y dice el Apóstol: "Envió Dios al Espíritu del Hijo a vuestros corazones" (Gal 4,6). Creo que, por esto mismo, se llama propiamente Espíritu, porque si se nos pregunta acerca de cada una de las Personas, no podemos sino llamar espíritu tanto al Padre como al Hijo. Este nombre, pues, que corresponde a cada una de las Personas y a todos en común, convino que fuera dado a Aquel que no es ni el Padre ni el Hijo, sino la mancomunidad de los dos.¿Por qué, pues, no hemos de creer que también del Hijo procede el Espíritu Santo siendo también Espíritu del Hijo? Si no procediera de El no hubiera soplado sobre sus discípulos después de la resurrección, diciéndoles: "Recibid el Espíritu Santo" ( Jn 20,22). Es necesario creer que ésta es la virtud de que habló el evangelista: "Salía de El una virtud que a todos curaba" ( Lc 6,19). Si, pues, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, ¿por qué dijo el Hijo: "del Padre procede", sino porque acostumbraba a referir incluso lo que es de sí mismo a Aquél de quién El mismo procede? Por esto dijo: "Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió" ( Jn 7,16). Si, pues, se entiende como doctrina suya la que, sin embargo, dijo no ser suya, sino de su Padre, con cuánta mayor razón debe entenderse que el Espíritu Santo procede de El mismo, cuando dice "Del Padre procede" y no añade: 'no procede de mí'. De allí le viene al Hijo el ser Dios; de donde le viene el proceder de El el Espíritu Santo. Así se entiende por qué no se dice que el Espíritu Santo nace, sino que procede; porque si fuese también Hijo, sería forzoso considerarlo como Hijo de los dos, lo cual sería absurdísimo. No hay hijo que no nazca sino de dos seres, padre y madre. Pero lejos de nosotros el suponer semejante cosa entre Dios Padre y Dios Hijo. Porque ningún hijo de padres humanos procede al mismo tiempo de padre y de madre; porque en el instante en que procede del padre al seno materno, no procede entonces de la madre. El Espíritu Santo no procede del Padre al Hijo, y luego del Hijo para santificar las criaturas, sino que procede a un mismo tiempo del uno y del otro. Y tampoco podemos decir que el Espíritu Santo no sea vida, siendo vida el Padre y vida el Hijo. Y por esto, así como el Padre tiene vida en sí mismo, y dio al Hijo que tuviera vida en sí mismo, así dio que la vida procediera del Hijo, como procede también de El mismo.