CATENA AUREA - SANTO TOMÁS DE AQUINO |
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01-03 |
"Yo soy la verdadera vid,
y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que no diere fruto en mí, lo
quitará, y todo aquel que diere fruto, lo limpiará para que dé más
fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado". (vv.
1-3)
San Hilario De Trin. lib. 9.
Apresurándose a terminar el sacramento de
su pasión corporal por el amor al cumplimiento del precepto paterno,
se levanta. Mas a fin de esclarecer el misterio de su asunción
corpórea, mediante la cual nosotros estamos en El como los sarmientos
en la vid, añade: "Yo soy la verdadera vid".
San Agustín In Ioannem tract., 80.
Esto lo dice porque es la cabeza de la
Iglesia, y nosotros sus miembros, el mediador entre Dios y los
hombres, el que es hombre Cristo Jesús. En verdad que son de una misma
naturaleza la vid y los sarmientos. Pero cuando añade la palabra
verdadera ¿no prescinde de aquella vid de que ha tomado la
comparación? De tal modo se dice vid por semejanza, como se dice
cordero, oveja y otras cosas análogas, de manera que más bien son
verdaderas las cosas que se toman por comparación. Pero diciendo "Yo
soy la verdadera vid", se distingue de aquella otra, de la cual dice
Jeremías: "¿Cómo se convirtió en amargura la vid ajena?" (
Jer 2,21). Porque, ¿cómo había de ser
verdadera vid, la que se esperaba que produjera uvas y produjo
espinas?
San Hilario ut supra.
Mas para distinguir de su humilde
condición corporal la majestad excelsa del Padre, dice que el Padre es
el labrador cuidadoso de esta vid: "Y mi Padre es labrador".
San Agustín De verb. Dom. serm., 59.
Damos nosotros culto a Dios, y Dios nos lo
da a nosotros. Pero de tal manera damos culto a Dios, que no lo
hacemos mejor porque le damos culto por la oración, no con el arado;
mas cuando El nos cultiva nos hace mejores, pues su cultura, consiste
en no cesar de extirpar con su palabra todas las malas semillas que
arraigan en nuestros corazones, abrirlos con el arado de la
predicación, plantar las semillas de los preceptos y esperar el fruto
de la piedad.
Crisóstomo In Ioannem hom., 75.
Y así como Cristo se basta a sí mismo, los
discípulos necesitan del auxilio del labrador, por lo cual nada dice
de la vid, sino de los sarmientos. "Todo sarmiento que en mí no
produzca fruto, lo quitará". Aquí alude implícitamente, al decir
fruto, al hecho de que nadie puede estar en El sin las obras.
San Hilario ut supra.
Todos los sarmientos inútiles y estériles
que tenga que cortar, serán destinados al fuego.
Crisóstomo ut supra.
Y como aún los más virtuosos necesitan del
labrador, añade: "Y a todo el que dé fruto, lo limpiará, para que dé
más fruto". Dice esto por las tribulaciones que a la sazón padecían,
manifestándoles que las tentaciones los harían más valerosos, porque
el limpiar (esto es, podar) el sarmiento, le hace más fructífero.
San Agustín ut supra.
¿Quién hay tan limpio en esta vida que no
haya de serlo más y más? Por donde, si dijéramos que no hay pecado en
nosotros, nos engañamos a nosotros mismos ( 1Jn
1,8). Limpia, pues, a los limpios, esto es, a los que dan fruto, para
que den más, cuanto más limpios están. Cristo es vid, según aquello
que dice: "Mi Padre es mayor que yo" ( Jn
14,28), y es también labrador en cuanto a aquello: "Mi Padre y yo
somos una sola cosa" ( Jn 10,30). Y no lo es
al modo de aquellos que ayudan exteriormente a la planta, sino que le
da incremento interiormente. Por esta razón se presenta El mismo como
labrador también, cuando dice: "Ya vosotros estáis limpios por la
palabra que he hablado". He aquí que El también limpia los sarmientos,
cosa que corresponde al labrador, no a la vid. ¿Y por qué no dice
estáis limpios por el bautismo, con el cual os habéis lavado, sino
porque también en el agua la palabra es la que limpia? Si quitamos la
palabra, ¿qué quedará en el agua sino agua? Unese la palabra a este
elemento, y el sacramento se realiza. ¿De dónde viene al agua la
virtud de tocar al cuerpo y limpiar el corazón, sino de la palabra, no
porque se pronuncie, sino porque es creída? Aun en la misma palabra
una cosa es el sonido que se extingue y otra la virtud que persiste.
Es tanta la virtud de esta palabra de fe en la Iglesia de Dios, que
por ella el que la cree, el que ofrece, bendice y derrama el agua,
limpia al infante, aunque éste no puede creer.
Crisóstomo.
O bien dice: Estáis limpios por las
palabras que he hablado a vosotros, y esto es mientras habéis recibido
la luz de la doctrina y os habéis separado del error judaico.
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04-07 |
"Estad en mí y yo en
vosotros. Como el sarmiento no puede de sí mismo llevar fruto si no
estuviere en la vid, así ni vosotros si no estuviereis en mí. Yo soy
la vid, vosotros los sarmientos: el que está en mí y yo en él, éste
lleva mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no
estuviere en mí será echado fuera, así como el sarmiento, y se secará,
y lo cogerán y lo meterán en el fuego y arderá. Si estuviereis en mí,
y mis palabras estuvieren en vosotros, pediréis cuanto quisiereis y os
será hecho". (vv. 4-7)
Crisóstomo In Ioannem hom., 75.
Como había dicho que ya estaban limpios
por la palabra que les había dicho, enséñales por dónde tenían que
empezar en las obras que habían de practicar. Por eso les dice
"Permaneced en mí".
San Agustín In Ioannem tract., 81.
No de igual manera ellos en El, que El en
ellos, porque lo uno y lo otro es para provecho de ellos, no de El,
siendo así que los sarmientos están en la vid de tal suerte que en
nada lo ayudan, sino que de ella reciben la vida. O sea, que la vid
está en los sarmientos para comunicarles vida, no para recibirla de
ellos. De esta forma, teniendo en sí a Cristo y permaneciendo ellos en
Cristo, aprovechan en ambas cosas ellos, no Cristo. Por esto añade:
"Así como el sarmiento no produce fruto por sí, si no permanece en la
vid, así tampoco vosotros si no estáis en mí". ¡Gran prueba en favor
de la gracia! Alienta los corazones humildes, abate los soberbios. Por
ventura, ¿no resisten a la verdad los que juzgan innecesaria la ayuda
divina, y, lejos de ilustrar su voluntad, la precipitan? Porque aquel
que opina que puede dar fruto por sí mismo, ciertamente no está en la
vid: el que no está en la vid no está en Cristo, y el que no está en
Cristo no es cristiano.
Alcuino.
Todo fruto de buena obra procede de
aquella raíz que nos salvó con su gracia, que nos hace progresar con
su auxilio para que podamos dar más fruto.
Glosa.
Por esta razón dice repetidamente y con
mayor desarrollo: "Yo soy la vid y vosotros los sarmientos; el que
está en mí (creyendo, obedeciendo, perseverando) yo también en él
(iluminándole, auxiliándole, dándole perseverancia), éste (y no otro)
da mucho fruto".
San Agustín ut supra.
Mas para que nadie sospechase que de sí
mismo puede dar algún fruto el sarmiento, aunque sea poco, añade:
"Porque sin mí nada podéis hacer". No dice: poco podéis hacer, porque
si el sarmiento no estuviese en la vid viviendo de su raíz, ningún
fruto dará. Y aunque Cristo no fuese vid sino un mero hombre, no
tendría virtud para dar vida a los sarmientos, a no ser Dios también.
Crisóstomo ut supra.
Ved aquí, pues, que el Hijo coopera, no
menos que el Padre, al bien de sus discípulos. Porque si el Padre
limpia, El contiene, lo que hace que los sarmientos den fruto. Sin
embargo, es cosa clara que también el Hijo limpia, y que el permanecer
en la raíz es también propio del Padre, que engendró la raíz. Es,
pues, un gran perjuicio el no poder hacer nada; mas no se detiene
aquí, sino que prosigue: "Si alguno no estuviere en mí, será arrojado
fuera (esto es, no gozará de los cuidados del labrador) y se secará
(esto es, perderá todo aquello que hubiere recibido de la raíz,
privado de su auxilio y de su vida), y lo amontonarán".
Alcuino.
Los ángeles serán los podadores que lo
echarán al fuego eterno para que arda.
San Agustín ut supra.
Tan despreciables serán estos sarmientos
si fueren separados de la vid, como gloriosos mientras en ella
permanecieren. Una de estas dos cosas convienen al sarmiento: o estar
en la vid o en el fuego. Si no está en la vid estará en el fuego, así
como si no está en el fuego estará en la vid.
Crisóstomo ut supra.
Designando cómo se está en El, añade: "Si
estuviereis en mí y mis palabras estuvieren en vosotros". Esto es, por
medio de las obras.
San Agustín ut supra.
Sólo debemos decir que sus palabras están
en nosotros cuando hacemos lo que mandó, y amamos lo que prometió.
Porque aunque sus palabras estén en la memoria, si no se manifiestan
en obras no se considera el sarmiento en la vid, porque su vida no
nace del tronco. ¿Qué otra cosa puede quererse al estar en el
Salvador, sino lo que no se aparta de la salvación? Lo que apetecemos
en tanto que estamos en Cristo, es distinto de lo que queremos
mientras estamos en el siglo. Porque mientras estamos en la vida de
este siglo deseamos muchas veces cosas que ignoramos son en nuestro
daño; pero no sucede así estando en Cristo, el cual no nos concede lo
que nos perjudica. La oración del Padre nuestro pertenece a sus
enseñanzas, y, por tanto, no debemos separarnos de la letra y espíritu
de esta oración, para que se nos conceda lo que pedimos.
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08-11 |
"En esto es glorificado mi
Padre, en que llevéis mucho fruto, y en que seáis mis discípulos. Como
el Padre me amó, así también yo os he amado: perseverad en mi amor: si
guardareis mis mandamientos, perseveraréis en mi amor, así como yo
también he guardado los mandamientos de mi Padre y estoy en su amor.
Estas cosas os he dicho para que mi gozo esté en vosotros, y para que
vuestro gozo sea cumplido". (vv. 8-11)
Crisóstomo In Ioannem hom., 75.
Manifiesta después el Señor que todos los
que le tendían asechanzas, arderían no permaneciendo en Cristo. Mas
también explica que ellos mismos serán inexpugnables (para que así den
mucho fruto), diciendo: "En esto ha sido glorificado mi Padre".
Equivale a decir: si ha de ser para gloria del Padre el que vosotros
fructifiquéis, no despreciará el Padre su propia gloria. Porque el que
da fruto, es discípulo de Cristo. Por lo que añade: "Para que seáis
hechos mis discípulos".
Teofilacto.
Los frutos de los apóstoles son las
naciones que por su enseñanza han sido convertidas a la fe y
conducidas a la gloria de Dios.
San Agustín In Ioannem tract., 82.
Lo mismo se dice con glorificado que con
clarificado: Lo uno y lo otro viene de una palabra griega
doxa
1
, que quiere decir gloria
. Y debo aducir esto para que no lo
atribuyamos a gloria nuestra, como si lo tuviéramos por nosotros
mismos. Es una gracia de El, y, por tanto, la gloria corresponde a El,
no a nosotros. ¿Por quién, si no, producimos el fruto, sino por Aquel
cuya misericordia nos favorece? De aquí que añade: "Como mi Padre me
amó a mí, así yo a vosotros": ved de dónde nacen nuestras buenas
obras. ¿De dónde debían proceder sino de la fe, que se obra por el
amor? Al decir "Como me amó mi Padre así yo a vosotros", no manifiesta
igualdad de naturaleza entre El y nosotros (como la que hay entre El y
su Padre), sino la gracia, por la cual es mediador entre Dios y los
hombres, el hombre Jesucristo. Se muestra mediador en aquello que
dice: "Mi Padre me amó, y yo os amo", porque el Padre nos ama también,
pero en El.
Crisóstomo ut supra.
Si, pues, el Padre os ama, confiad; si es
para gloria del Padre, fructificad. Después, para excitar su
diligencia, continúa: "Permaneced en mi amor". Cómo ha de hacerse
esto, lo explica diciendo: "Si guardareis mis preceptos".
San Agustín ut supra.
¿Quién duda que el amor ha de preceder a
la guarda de los preceptos? Porque el que no ama no tiene base para la
observancia de los preceptos; y así, esto que dice no es para asentar
la razón de donde el amor nace, sino por donde se manifiesta, para que
nadie se engañe diciendo que lo ama sin observar sus preceptos. Aunque
al decir "Permaneced en mi amor" no aparece a qué amor alude, si al
que debemos tenerle, o al que El nos tiene. Sin embargo, bien se
conoce por las anteriores palabras "Yo os he amado". Y en seguida
dice: "Permaneced en mi amor", a saber, en el que El les profesaba.
¿Qué otra cosa significa "Permaneced en mi amor", sino en mi gracia?
¿Y qué otra cosa expresa cuando dice "Si guardareis mis preceptos
permaneceréis en mi amor", sino el signo por donde hemos de conocer
cuándo le amamos, a saber, cuando guardamos sus mandamientos? No los
observamos para que El nos ame; antes, sin su amor no podríamos
observarlos. Esta es la gracia visible para los humildes, oculta para
los soberbios. Mas ¿por qué continúa "Como yo he observado los
preceptos del Padre, y he permanecido en su amor"? En efecto, aquí el
amor del Padre es el que el Padre le profesa. ¿Y por esto también se
ha de entender como gracia el amor del Padre hacia el Hijo, como lo es
el del Hijo hacia nosotros? No, porque nosotros somos hijos por
gracia, no por naturaleza, y el Hijo lo es por naturaleza, no por
gracia. ¿Puede esto referirse al Hijo como hombre? Ciertamente, porque
al decir "Como me amó mi Padre a mí, yo a vosotros", demuestra la
gracia del mediador. Pero Cristo es mediador entre Dios y los hombres,
no en cuanto Dios, sino en cuanto hombre. También puede decirse con
justicia que si bien la naturaleza humana no pertenece a la naturaleza
de Dios, sí pertenece a la persona del Hijo de Dios por medio de la
gracia, que no tiene otra ni mayor ni ciertamente igual. En efecto,
ningún mérito del hombre precedió a la gracia de la Encarnación, sino
que por el contrario todo mérito suyo empezó a partir de ella.
Alcuino.
Qué preceptos recomienda, lo dice el
Apóstol ( Flp 2,8): "Cristo se hizo obediente
al Padre hasta la muerte, y muerte de cruz".
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
Como después su alegría había de verse
interrumpida por la futura pasión y las ofensas, prosigue: "Os he
dicho estas cosas para que mi alegría resida en vosotros"; como
diciendo: aunque la tristeza venga, yo la destruiré para convertirla
en gozo.
San Agustín In Ioannem tract., 83.
¿Qué gozo es éste que Cristo inspira en
nosotros, sino el dignarse recibirlo por nosotros? ¿Y qué gozo será
ése que nosotros logramos, sino el tener parte con El? Ya El tenía un
gozo perfecto cuando se alegraba con la presciencia y predestinación
nuestra. Pero aquel gozo no estaba en nosotros porque nosotros aún no
existíamos. Empezó a existir en nosotros cuando nos llamó. Llamamos
con propiedad nuestro a este gozo, porque mediante él seremos
bienaventurados, y empezando por la fe de los que renacen, llegará a
su perfección cuando alcancemos el premio de la resurrección.
Notas
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12-16 |
"Este es mi mandamiento,
que os améis los unos a los otros como yo os amé. Ninguno tiene mayor
amor que éste, que es poner su vida por sus amigos. Vosotros sois mis
amigos si hiciereis las cosas que yo os mando. No os llamaré ya
siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; mas a vosotros
he llamado amigos, porque os he hecho conocer todas las cosas que he
oído de mi Padre. No me elegisteis vosotros a mí, mas yo os elegí a
vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y que
permanezca vuestro fruto, para que os dé el Padre todo lo que le
pidiereis en mi nombre". (vv. 12-16)
Teofilacto.
Como había dicho "Si guardáis mis
mandamientos", explica cuáles sean éstos, diciendo: "Amaos los unos a
los otros", etc.
San Gregorio In Evang hom. 27.
Estando todas las palabras del Señor
llenas de preceptos, ¿por qué hace del amor como un especial mandato,
sino porque en el amor radica todo mandato? ¿No pueden todos los
preceptos reducirse a uno, supuesto que todos se basan en la caridad?
Porque así como de un solo tronco nacen muchas ramas, así también
muchas virtudes se derivan de la caridad. Y no tiene lozanía la rama
de las buenas obras, si no está en el tronco de la caridad. Los
preceptos del Señor son muchos, en cuanto a la diversidad de las
obras, pero se unifican todos en su tronco, que es la caridad.
San Agustín In Ioannem tract., 83.
Donde la caridad está, ¿qué es lo que
puede faltar? En donde ella no existe, ¿qué puede haber de provecho?
Pero este amor debe distinguirse del que los hombres se profesan como
hombres. Por eso dice: "Como yo os he amado". ¿Para qué nos amó
Cristo, sino para que pudiésemos reinar con El? Amémonos mutuamente
también con este designio, distinguiendo nuestro amor del de aquellos
que no se aman para que Dios sea amado. Estos no se aman
verdaderamente, y, al contrario, aquellos se aman con verdad, cuyo
amor busca el amor de Dios.
San Gregorio ut supra.
La prueba de la verdadera caridad consiste
principalmente en que se ame hasta a los enemigos, porque la Verdad
padeció hasta el suplicio de la cruz. Aun allí profesó amor a sus
perseguidores, diciendo ( Lc 23,34): "Padre,
perdónalos, que no saben lo que hacen"; llegando al colmo este amor
cuando añade: "Nadie tiene mayor amor que éste, que es poner su vida
por sus amigos", para enseñarnos que no sólo puede convertirse en
provecho nuestro la saña de nuestros enemigos, sino también que éstos
deben reputarse como amigos.
San Agustín In Ioannem tract., 84.
Como antes había dicho "Este es mi
precepto, que os améis mutuamente como yo os he amado", es lógico lo
que el mismo San Juan dice en una epístola: "Así como Cristo puso su
vida por nosotros, así nosotros debemos ponerla por nuestros hermanos"
( 1Jn 3,16). Esto hicieron los mártires con
ferviente amor, y por esto no los conmemoramos en el altar para pedir
por ellos, sino para que ellos pidan por nosotros, a fin de que
sigamos sus huellas. Y al presentarse de tal suerte a sus hermanos, no
hicieron otra cosa que manifestar las gracias que habían recibido en
el altar.
San Gregorio ut supra.
¿Quién no dará a su hermano la túnica en
tiempo de paz, debiendo dar la vida por él durante la persecución?
Nútrase en los tiempos de bonanza la virtud de la caridad, por medio
de la misericordia, para que sea invencible en la borrasca.
San Agustín De Trin. lib. 88.
Con un mismo amor amamos a Dios y a los
hombres, pero a Dios por Dios, a nosotros y al prójimo por Dios. Y
siendo los dos preceptos de la caridad en los que toda la ley está
contenida (el amor de Dios y el del prójimo), no sin fundamento suele
poner la Escritura, en muchos lugares, el uno por el otro. Porque es
lógico que el que ama a Dios haga lo que Dios manda, y así ame al
prójimo porque Dios lo manda. Por esto continúa: "Vosotros seréis
amigos míos, si hacéis lo que os mando".
San Gregorio Moralium
27, 12
El amigo es como el guardián del alma, y
por tal razón se llama amigo de Dios el que cumple su voluntad
guardando los preceptos.
San Agustín In Ioannem tract., 80.
¡Gran dignación! No pudiendo ser bueno un
siervo que no cumpliere los preceptos de su señor, aquí da a conocer
con el nombre de amigos a los que se hicieren dignos de ser buenos
siervos. Porque puede ser siervo y amigo el que es siervo bueno. En
qué sentido debamos tomar que es siervo y buen amigo el que es siervo
bueno, lo explica cuando dice: "Yo no os llamaré siervos, porque el
siervo ignora lo que hace su señor". ¿Es que ya no seremos siervos
cuando seamos siervos buenos? ¿Acaso el señor no confía sus secretos
al siervo bueno y probado? Es que, así como hay dos temores, hay
también dos servidumbres: hay un temor que el amor perfecto expele
fuera, y con el cual sale juntamente la servidumbre, y hay otro más
honesto que permanece eternamente. A la primera servidumbre se refería
el Señor diciendo: Ya no os diré siervos; "no os llamaré en adelante
siervos sino amigos porque el siervo ignora", etc. No habla de aquel
siervo temeroso y honesto de quien dice San Mateo: "Alégrate, siervo
bueno; entra en el gozo de tu señor" ( Mt
25,21); sino de aquel, dominado de temor servil, del que dice San Juan
en otro lugar: "El esclavo no permanece siempre en la casa, pero el
hijo sí" ( Jn 8,35). Porque si nos dio
libertad para hacernos hijos de Dios, seamos hijos, no esclavos, para
que de un modo admirable los que somos siervos podamos dejar de serlo.
Y para conseguirlo confesaréis que es Dios quien lo hace. Esto es lo
que ignora aquel siervo que no confiesa que lo hace su Señor, y que
cuando hace algo bueno, así se enorgullece como si fuera obra suya y
no de su Señor, y se atribuye la gloria a sí mismo, y no a Dios. Y
sigue: "A vosotros llamé amigos, porque os he manifestado todo lo que
oí de mi Padre".
Teofilacto.
Como si dijera: El siervo desconoce los
designios de su señor, pero a vosotros, a quienes trato como amigos,
os he comunicado mis secretos.
San Agustín In Ioannem tract., 85.
¿Cómo se ha de entender que manifestó a
sus discípulos todo lo que oyó de su Padre? Callándose todo aquello
que sabía que sus discípulos no podían comprender, pero
descubriéndoles todo lo que cabe en la plenitud de ciencia, de la que
dice el Apóstol a los de Corinto: "Entonces conoceré como soy
conocido" ( 1Cor 13,12). Porque así como
esperamos la inmortalidad del cuerpo, así también debemos esperar el
conocimiento futuro de todo lo que el Unigénito oyó del Padre.
San Gregorio In Evang hom 27.
O que todo lo que oyó de su Padre y quiso
revelar a sus siervos, son los gozos de la caridad interior y las
fiestas de la patria celestial que diariamente presienten las almas en
sus transportes de amor, pues cuando amamos lo que se nos dice del
cielo, conocemos ya lo que amamos, porque el conocimiento es el amor.
Todo, pues, se lo había revelado a los Apóstoles, porque desasidos de
los deseos terrenos, ardían en llamas de amor divino.
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
En fin, les dice todo lo que les convenía
saber, diciendo que manifiesta lo que ya da a entender: que no habla
de nada que no sea del Padre.
San Gregorio ut supra.
Pero todo aquel que tenga el honor de ser
llamado amigo de Dios, no atribuya a méritos propios la dignidad que
siente en sí. Por esto dice: "No sois vosotros quienes me elegisteis,
sino que yo os elegí".
San Agustín In Ioannem tract., 86.
¡He aquí una gracia inefable! ¿Qué éramos
cuando aún no éramos cristianos, sino unos perversos y perdidos? Pues
ni aun habíamos creído en El para que nos eligiese; porque si eligió a
los creyentes, El los hizo creyentes para elegirlos. No tiene aquí
lugar aquella vana argumentación de que Dios nos eligió antes de la
creación, porque previó, no que El nos haría buenos, sino que nosotros
lo seríamos por nosotros mismos. Y ciertamente que si Dios nos hubiera
elegido porque previó que seríamos buenos, también habría previsto
entonces que nosotros lo habíamos de elegir primero a El. Porque ésta
es la única manera en que podemos ser buenos, a no ser que sea llamado
bueno el que no elige lo bueno. ¿Qué es, pues, lo que eligió de entre
aquello que no era bueno? No basta que digas: "fui elegido porque ya
creía", porque si creías en El ya lo habías elegido. Ni tampoco digas,
"antes de creer ya obraba bien, y por eso fui elegido", porque ¿qué
obra puede ser buena antes de tener fe? ¿Qué hemos de decir, pues,
sino que éramos malos, y fuimos elegidos para que fuésemos buenos por
gracia del que nos eligió?
San Agustín De praedest Sanct cap. 17.
Han sido, pues, elegidos antes de la
creación, por el acto de predestinación que Dios previó que ejecutaría
más adelante, aquellos que fueron llamados del mundo por aquella
vocación que Dios predestinó y cumplió. Porque a aquellos que
predestinó, a aquellos llamó ( Rm 8,30).
San Agustín In Ioannem tract., 83.
Y ved cómo no es que elegía a los buenos,
sino que a los que eligió hizo buenos. Y continúa: "Y os puse para que
vayáis y recojáis el fruto" ( Jn 15,5). Y
éste es el fruto de que ya había dicho: "Sin mí nada podéis hacer". El
mismo es el camino en que nos puso para que vayamos.
San Gregorio ut supra.
Yo os puse, (a saber, en gracia), planté
para que vayáis (queriendo, porque el querer es el marchar del alma),
y recojáis el fruto trabajando. Cuál es el fruto que deban llevar, lo
indica cuando añade: "Y vuestro fruto permanezca". Porque todo lo que
trabajamos en este siglo, apenas dura hasta la muerte, y llegando
ésta, corta el fruto de nuestro trabajo. Pero lo que se hace por la
vida eterna, aun después de la muerte dura, y entonces empieza a
aparecer, cuando ya dejan de verse las obras de la carne. Produzcamos,
pues, tales frutos, que permanezcan, y que la muerte, que todo lo
acaba, sea el principio de su duración.
San Agustín ut supra.
Nuestro fruto es el amor que ahora vive en
el deseo, pero no en la satisfacción; y por este mismo deseo nos dará
el Padre cuando pidiéremos en nombre de su Hijo Unigénito, por lo que
sigue: "Y cuanto pidiereis al Padre en mi nombre". Nosotros pedimos en
nombre del Salvador esto que pertenece al orden de la salvación.
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17-21 |
"Esto os mando, que os
améis los unos a los otros. Si el mundo os aborrece, sabed que me
aborreció a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo
amaría lo que era suyo: mas porque no sois del mundo, antes yo os
escogí del mundo, por eso os aborrece el mundo. Acordaos de mi
palabra, que yo os lo he dicho: El siervo no es mayor que su Señor. Si
a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros: si mi
palabra han guardado, también guardarán la vuestra. Mas todas estas
cosas os harán por causa de mi nombre: porque no conocen a Aquél que
me ha enviado". (vv. 17-21)
San Agustín In Ioannem tract., 86.
Había dicho el Señor: "Os puse para que
vayáis y recojáis el fruto" ( Jn 15,16).
Nuestro fruto es la caridad y el precepto de este fruto nos dice:
"Esto os mando: que os améis mutuamente". Por lo que dice el Apóstol:
"El fruto del espíritu es la caridad" ( Gál
5,22), y todo lo demás lo presenta como consecuencia de este
principio. Con razón, pues, recomienda respectivamente el amor como la
única virtud, sin la cual de nada pueden aprovechar las demás, ni
puede adquirirse sin las demás obras con las que el hombre se hace
bueno.
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
O de otro modo: Yo he dicho que sacrifico
mi vida por vosotros, y que yo os he elegido primero. Esto no lo he
dicho reprendiéndoos, sino para atraeros al amor de unos a otros. Y
después, como era difícil sufrir la persecución y los ultrajes de la
muchedumbre, les enseñó que no conviene lamentarse, sino alegrarse,
por lo que añade: "Si el mundo os aborrece, sabed que primero me
aborreció a mí". Como si dijera: Sé que esto es duro, pero por mí lo
soportaréis.
San Agustín In Ioannem tract., 87.
¿Por qué los miembros se han de encumbrar
sobre la cabeza? Rehusas pertenecer al cuerpo, si te niegas a sufrir
el odio del mundo con el que es tu cabeza. Por el amor, pues, debemos
padecer el aborrecimiento del mundo, pues es necesario que nos
aborrezca a los que ve que no queremos lo que él ama. Por esto dice:
"Si fuerais del mundo, éste amaría lo que era suyo".
Crisóstomo ut supra.
Como el padecer por Cristo no era para
ellos bastante consuelo, dejando este motivo añadió otro, enseñándoles
que es una prueba de santidad el ser aborrecido del mundo; y es de
lamentar el ser amado de él, porque sería prueba de nuestra
perversidad.
San Agustín ut supra.
Esto lo dice a toda la Iglesia, a la que
con frecuencia llama mundo, según aquel
pasaje de San Pablo a los de Corinto ( 2Cor
5,19): "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo". Todo el
mundo, pues, es la Iglesia, y todo el mundo aborrece a la Iglesia. El
mundo detesta al mundo: el mundo enemigo, al mundo convertido; el
mundo condenado, al mundo salvado; el mundo corrompido, al mundo
purificado. Es, pues, de preguntar, si los malos persiguen también a
los malos, como cuando los reyes y jueces impíos, a pesar de ser
perseguidores de los buenos, castigan también a los homicidas y
adúlteros. Y ¿cómo debe entenderse lo que el Señor dice: "Si fueseis
del mundo, el mundo amaría lo que es suyo", sino porque el mundo está
en aquellos que castigan los delitos y en los que los cometen? El
mundo, pues, aborrece lo que es suyo en la parte que castiga a los
delincuentes. Y aun lo que es suyo en aquella que favorece a los
crímenes. Si se quiere saber cómo se ama a sí mismo el mundo de
perdición que aborrece la redención: amando con falso, no con
verdadero amor, porque ama lo que le perjudica. Aborrece la naturaleza
y ama el vicio. Esta es la razón por qué se nos prohibe amar lo que él
ama y se nos manda amar lo que él aborrece. En fin, debemos detestar
en él el vicio y amar lo natural. Y para que no perteneciesen a este
mundo reprobado, fueron por lo mismo los discípulos elegidos; no por
sus méritos (porque ninguna obra buena había precedido de parte suya)
ni tampoco por naturaleza (la cual enteramente había sido viciada en
su misma raíz) sino por gracia. Y así dice: Pero como no sois del
mundo, sino que yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.
San Gregorio Super Ezech hom. 9.
La censura, pues, de los malos es la
aprobación de nuestra vida, porque ya se deja ver que algo
participamos de la justificación, cuando empezamos a ser desagradables
a aquellos que no agradan a Dios, pues nadie agrada en una misma cosa
a Dios y a sus enemigos. Porque niega ser amigo de Dios aquel que
complace a su enemigo, y es considerado como un adversario por los
enemigos de la verdad, aquel que somete su razón a la misma verdad.
San Agustín ut supra.
Exhortando, pues, el Señor a los
discípulos a llevar con paciencia el aborrecimiento del mundo, no
podía presentarles ejemplo mayor ni más perfecto que el de sí mismo, y
por esto dice: "Acordaos de la palabra que os dije: No es el siervo
mayor que su señor: si a mí me persiguen, también a vosotros os
perseguirán", etc.
Glosa.
Los mismos los observaron para
calumniarlos, conforme aquello del salmo: "El pecador observó al
justo" ( Sal 36,12).
Teofilacto.
O de otro modo: si persiguieron al Señor,
mucho más perseguirán a sus siervos. Si no lo hubieran perseguido,
sino que hubiesen guardado su palabra, también guardarían la vuestra.
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
Como si dijera: Conviene que no os
turbéis, si participáis de mis sufrimientos, porque no sois vosotros
más que yo.
San Agustín ut supra.
En donde dice "No es el siervo mayor que
su Señor" ( Sal 18) se refiere al siervo
temeroso y honesto o santo, que permanece constante en este siglo.
Crisóstomo ut supra.
Después dulcifica la pena añadiendo que el
Padre sufre con ellos desprecio cuando ellos son injuriados. Y por
esto añade: "Pero todas estas cosas harán con vosotros a causa de mi
nombre, porque no conocen al que me envió".
San Agustín ut supra.
¿Qué es lo que significa todo esto, si las
palabras que dijo, a saber, "Tendrán odio, perseguirán y despreciarán
mi doctrina" expresan otra cosa? ¿Qué quiere decir sino que por mi
nombre tendrán odio contra vosotros, me perseguirán en vuestras
personas, y menospreciarán vuestra palabra porque es doctrina mía?
Tanto, pues, serán más desgraciados los que por odio a este santo
nombre obran así, cuanto más bienaventurados son los que por este
nombre padecen. Los malos observan también la misma conducta con los
malos, pero unos y otros son réprobos: los que castigan y los
castigados. ¿Cómo, pues, pueden ser verídicas estas palabras: "Todo
esto harán con vosotros por causa de mi nombre", siendo así que ellos
no obran así por el nombre de Cristo, esto es, por la justicia, sino
por su propia perversidad? Esta cuestión se resuelve del modo
siguiente: Si se refiere todo a los justos, como se haya dicho: "Todo
esto padeceréis por mi nombre"; las palabras por mi nombre, se han de
entender como si dijera: "Por mi nombre", que en vosotros
aborrecieron, y por la justicia que odiaron en vosotros. Del mismo
modo, bien puede aplicarse a los buenos, cuando persiguen a los malos
por amor de la justicia y odio a la iniquidad de los mismos malos. Y
por eso añadió: "Porque no conocen al que me envió", según aquella
ciencia que dice: En conocerte a ti consiste la sabiduría perfecta.
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22-25 |
"Si no hubiera venido ni
les hubiera hablado no tendrían pecado: mas ahora no tienen excusa de
su pecado. El que me aborrece, también aborrece a mi Padre. Si no
hubiese hecho entre ellos obras, que ningún otro ha hecho, no tendrían
pecado; mas ahora ya las han visto, y me aborrecen a mí, y a mi Padre.
Mas porque se cumpla la palabra que está escrita en su Ley: Que me
aborrecieron de grado". (vv. 22-25)
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
Añade el Señor otro consuelo a sus
discípulos, manifestándoles cuán injustamente sufrirán tales cosas El
y sus discípulos. Por esto dice: "Si no hubiese venido y les hubiera
hablado, no tendrían pecado", etc.
San Agustín In Ioannem tract., 89.
Jesucristo habló a los judíos, no a otras
naciones. En ellos, pues, quiso que se entendiera, el mundo que
aborrece a Cristo y a sus discípulos. Y aun demostró que no sólo los
judíos, sino que también nosotros mismos pertenecemos a este mundo.
¿Por ventura los judíos a quienes Jesucristo habló estaban sin pecado
antes de que viniese en carne? Pero no quiere que se entienda en
general toda clase de pecados, sino cierto gran pecado. Este los
comprende todos, y al que no lo tuviere todos se le perdonan. Este es,
pues, el de que no creyeron en Cristo; que para esto vino, para que se
crea en El. Si no hubiera venido, no tendrían este pecado. Su venida,
pues, cuanto es saludable a los creyentes, tanto es ruinosa a los que
no creen. Sigue: "Ahora, pues, no tienen excusa de su pecado". Puede
suscitarse la cuestión si tendrán excusa de pecado aquellos a quienes
no vino y habló Cristo. Si, pues, no tienen excusa de su pecado, ¿por
qué se ha dicho aquí que no tienen excusa porque vino y les habló? Y
si la tienen, ¿por qué no han de ser libres de la pena o tratados con
menor rigor? A esto respondo que éstos tienen excusa, no de todos los
pecados, sino del pecado suyo, porque no creyeron en Cristo. Pero no
son de este número aquellos a quienes vino Cristo por medio de sus
discípulos, pues no merecen menor pena los que no quisieron de ningún
modo recibir la ley en cuanto a ellos atañía y la negaron
rotundamente. Esta excusa pueden alegarla los que antes de predicarse
el Evangelio fueron sorprendidos por la muerte; pero no podrán evitar
la condenación todos aquellos que pudieron ser salvos por el Salvador,
que había venido a buscar lo que había perecido. Todos, sin ningún
género de duda, perecerán, aunque pueda presumirse que unos padecerán
mayor pena que otros. Se entiende que perece todo aquel que es
castigado con la separación de la bienaventuranza que Dios da a sus
santos. Es tanta la diversidad de penas, cuanta la diversidad de
pecados; lo cual se comprende o se explica mejor por la infinita
sabiduría de Dios que por conjetura humana.
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
Como objetaba y decía públicamente que lo
perseguían por causa de su Padre, dice para destruir su excusa: "Quien
me aborrece, también aborrece a mi Padre".
Alcuino.
Así como el que ama al Hijo, ama al Padre
(porque así es uno el amor del Padre y del Hijo, como es una su
naturaleza), del mismo modo, el que aborrece al Hijo aborrece al
Padre.
San Agustín In Ioannem tract., 90.
Si había dicho antes "No conocen a Aquel
que me envió" ( Jn 15,21), ¿cómo pueden haber
aborrecido a quien no conocen? Pero si aborrecieron a Dios, no como es
El mismo, sino como sospechan o creen que es, no es éste a quien
aborrecieron, sino la errada sospecha o vana credulidad que
concibieron. Pero si lo comprenden como es, ¿cómo pueden decir que no
lo conocen? Respecto a los hombres, puede suceder que amemos o
aborrezcamos a aquellos que nunca vimos, por lo bueno o malo de que
tienen fama, ¿pero cómo se puede llamar desconocido aquel de quien
tenemos íntimo conocimiento? En verdad, no se nos comunica su
semblante corporal, pero se nos patentiza su conocimiento cuando son
públicas su vida y costumbres. De otro modo, ni a sí mismo se
conocería quien no pudiera ver su semblante. Pero con frecuencia
nuestra credulidad se engaña respecto de los demás, porque algunas
veces la historia, y mucho más la fama, mienten. A nosotros nos toca
(para que no seamos engañados por una falsa opinión), ya que no
podemos escudriñar la conciencia de los hombres, formar concepto
seguro por sus hechos. Cuando, pues, no se yerra en las cosas, para
que sea acertado el concepto de los vicios y virtudes, si hay
equivocación en los hombres, el error es perdonable. Por lo demás,
puede suceder que un hombre bueno aborrezca a otro bueno; es decir, no
como es, sino como piensa que es; o más bien que lo ame como bueno
ignorando lo que es. Así, puede suceder que un hombre injusto
aborrezca a un hombre justo, y, sin embargo, creyéndole injusto, le
ame, no por esto, sino porque le juzgue que es como él. Del mismo
modo, pues, que los hombres, así actúa Dios. Si preguntáramos a los
judíos si amaban a Dios, responderían que sí, no creyendo mentir sino
equivocándose en la opinión. ¿Pero cómo podrían amar al Padre de la
Verdad los que aborrecen la Verdad? Ellos no quieren ser condenados
por su conducta, y esto es verdad. Tanto es, pues, lo que ellos
aborrecieron la Verdad, cuanto odiaron las penas con que se castiga
tal pecado. Pero ignoran que la verdad es aquella que condena a los
que como ellos son. Y como ellos ignoran esta verdad nacida de Dios y
por la que son condenados, resulta que desconocen al mismo Dios Padre.
Crisóstomo ut supra.
Así, pues, no tienen excusa de su pecado,
ya por la doctrina que Jesucristo les enseñaba, ya por los milagros
con que la confirmaba, según la Ley de Moisés, que mandaba a todos
obedecer a quien tales cosas decía y hacía, tan conducentes a la
piedad y a la manifestación del Autor de tan grandes maravillas. Por
eso añade: "Si no hubiera hecho las obras que ningún otro hizo, no
tendrían pecado".
San Agustín In Ioannem tract., 91.
He aquí el pecado: el de no haber creído
su predicación y sus milagros. Pero ¿por qué añade que ningún otro
hizo? Ninguna de las obras de Cristo aparece mayor que la de la
resurrección de los muertos, lo cual sabemos que lo hicieron los
antiguos profetas. Esto lo hizo Elías ( 1Re
17) y también Eliseo ( 2Re 4), viviendo en
carne y aun muerto y enterrado. Hizo, sin embargo, Cristo algunas
cosas que ninguno otro hizo cuando alimentó a cinco mil hombres con
cinco panes, cuando marchó sobre las aguas y comunicó a Pedro el mismo
poder, cuando convirtió el agua en vino, cuando abrió los ojos del
ciego de nacimiento, y otras muchas que sería largo el recordar. Se
nos contesta que otros hicieron cosas que ni El mismo ni otro alguno
hizo. ¿Quién, sino Moisés, dividiendo el mar, salvó al pueblo, lo
alimentó con el maná en el desierto e hizo manar agua de la roca?
¿Quién sino Josué suspendió las corrientes del río Jordán para que
pasara el pueblo, y paró al sol en su carrera? ¿Quién otro que Eliseo
sepultado, con el contacto de su cadáver volvió a la vida a otro
cadáver? Paso por alto los demás milagros, porque éstos bastan para
demostrar que otros santos obraron maravillas que nadie más hizo. Pero
no se lee de ninguno de los antiguos que curara tantos vicios, graves
enfermedades y mortales molestias, con tanto poder. Pero aun callando
los que particularmente curó con su autoridad a los que se le iban
presentando, dice San Marcos, que doquiera que entraba en villas y
ciudades, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que al
menos les permitiera tocar la orla de su vestido, y cuantos la tocaban
curaba. Esto ninguno otro lo hizo en ellos. Así ha de entenderse
entonces por qué dice: "en ellos"; no 'entre ellos' o 'en presencia de
ellos', sino precisamente "en ellos": porque los curó a ellos. Pues
ninguno otro tales milagros hizo en ellos, porque cualquiera otro
hombre que hizo alguno de aquellos, no los hizo por sí, sino en nombre
de Jesús, que fue quien los hizo, no ellos. Pero si esto lo hizo el
Padre y el Espíritu Santo, no fue otro quien lo hizo, porque las tres
personas son una sola sustancia. Estos beneficios debieron excitar al
amor, no al odio, y esto es lo que echándoles en cara dice: "Ahora,
pues, que vieron, me aborrecieron".
Crisóstomo ut supra.
Esto lo dice para que sus discípulos no lo
reconvengan: ¿por qué pues, nos has metido en tantos compromisos?
¿Acaso no previste la oposición y el odio? Pero les contesta con la
profecía que sigue: "Para que se cumpla la palabra que está escrita en
su Ley".
San Agustín ut supra.
Algunas veces se cita con el nombre de Ley
todo el Antiguo Testamento y Sagradas Escrituras. Y así, dice el Señor
"Está escrito en su Ley", cuando se lee en los salmos.
San Agustín In Ioannem tract., 91.
Dice su Ley, no por ellos hecha, sino a
ellos impuesta. Aborrece, pues, gratuitamente el que no busca en el
odio ninguna ventaja, ni huye de ninguna incomodidad. Así aborrecen
los impíos a Dios, y así lo aman los justos; de modo que nada esperan
fuera de El, pues El es todo para ellos en todas las cosas.
San Gregorio Moralium
25, 26
Una cosa es no hacer el bien, y otra
aborrecer al Autor de los bienes. Así como también es una cosa pecar
por precipitación, y otra con ánimo deliberado. Suele suceder con
frecuencia amar el bien y por debilidad no poderlo ejecutar. El pecar
de propósito, es lo mismo que no amar ni hacer el bien. Así, pues,
siempre es más grave amar el pecado que perpetrarlo, como también es
peor aborrecer la justicia que dejarla de practicar. En la Iglesia hay
muchos que no sólo no practican el bien, sino que lo persiguen, y
detestan en los demás lo que ellos desprecian hacer. El pecado de
éstos no es de debilidad o ignorancia, sino de mala intención.
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26-27 |
"Pero cuando viniere el
Consolador que yo os enviaré del Padre, el Espíritu de Verdad que
procede del Padre, El dará testimonio de mí. Y vosotros daréis
testimonio porque estáis conmigo desde el principio". (vv. 26-27)
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
Podrían los discípulos decirle al Señor:
Si oyeron de ti palabras que nadie dijo, si vieron en ti milagros que
ningún otro hizo, y sin embargo, no creyeron; si aborrecieron a tu
Padre y a ti con El, ¿cómo nos envías y cómo nos han de creer? Para
que, pues, no se turben con este pensamiento, los consuela
diciéndoles: "Cuando viniere el Paráclito que yo enviaré, etc., El
dará testimonio de mi.
San Agustín In Ioannem tract., 92.
Como si dijera: Me aborrecieron y mataron
a los que dieron testimonio de mí; pero será tal el testimonio que de
mí dará el Paráclito, que hará creer en mí a los que no me vieron. Así
como El dará testimonio de mí, así vosotros lo daréis en vuestros
corazones y en vuestra predicación. El, inspirando y vosotros haciendo
oír vuestra voz. Porque vosotros, que habéis estado conmigo desde el
principio, podréis predicar lo que conocéis, lo cual no hacéis ahora
porque no tenéis aún la plenitud de aquel Espíritu. La caridad de
Dios, difundida en vuestros corazones por el Espíritu Santo, os dará
valor para dar testimonio. El Espíritu Santo, dando testimonio y mucho
valor a los testigos, libró del temor a los amigos de Cristo, y
convirtió en amor el odio de sus enemigos.
Dídimo De Spiritu sancto.
El Espíritu Santo, que cuando viene se
llama Consolador, tomando el nombre de los efectos que produce. Porque
no sólo libra de toda perturbación a aquellos que encuentra dignos de
sí, sino que les infunde un gozo increíble; porque se apodera la
alegría celestial del corazón de aquellos en quien se alberga. Este
Espíritu consolador, es enviado por el Hijo, no por ministerio de los
ángeles, ni de los profetas, ni de los apóstoles, sino que es enviado
por la sabiduría y verdad de Dios, como conviene que sea enviado el
Espíritu de Dios, que posee una naturaleza indivisa con la misma
sabiduría y verdad. En efecto, el Hijo enviado por el Padre no se
separa ni divide de El, permaneciendo en El y teniéndolo en sí mismo,
sin que el Espíritu Santo, enviado por el Hijo de la manera antes
dicha, salga del Padre ni cambie de uno en otro lugar. Porque así como
el Padre no se detiene en parte alguna, porque es sobre toda
naturaleza corporal, del mismo modo el Espíritu de verdad no se
encierra en extensión de lugar, porque es incorpóreo y superior a toda
criatura racional.
Crisóstomo ut supra.
No dijo Espíritu Santo, sino Espíritu de
verdad, para demostrar que es digno de fe. Dice también que procede
del Padre, es decir, que conoce con toda certeza todas las cosas, del
mismo modo que hablando de sí mismo: "Porque conocí de dónde vengo y a
dónde voy".
Dídimo Lib. 2 tomo 9 inter. Op. Hieron.
El pudo decir de Dios o del Todopoderoso,
pero nada de esto citó, sino que dijo del Padre; no porque el Padre
sea otro que el Dios Omnipotente, sino porque el Espíritu de verdad,
según la propiedad e inteligencia del Padre, procede de El. Enviando,
pues, el Hijo al Espíritu de verdad, lo envía juntamente el Padre,
viniendo el Espíritu por la misma voluntad del Padre y del Hijo.
Teofilacto.
Por otra parte se dice "en verdad que el
Padre envía al Espíritu" y cuando dice "ahora" el Hijo que lo enviará,
demuestra la igualdad de poder. Pero no se crea que significa
resistencia con el Padre como enviando al Espíritu Santo en virtud de
otro poder, y por eso añade: "Del Padre", para expresar que El recibe
del Padre y da con El mismo la misión. Cuando oyes que procede, no
creas que la procesión sea aquella misión extrínseca, por la cual son
enviados los espíritus administradores, sino que llama procesión una
propiedad diferente, excelente y reservada, atribuida sólo al Espíritu
principal. La procesión del Espíritu no es otra que el origen de Aquel
que le da el ser; y así no es necesario entender que la palabra
proceder es enviar, sino lo mismo que recibir la esencia de la
naturaleza del Padre.
San Agustín In Ioannem tract., 99.
Tal vez se le ocurra a alguno preguntar si
también el Espíritu Santo procede del Hijo. El Hijo es sólo del Padre,
y el Padre lo es sólo del Hijo, pero el Espíritu Santo no es Espíritu
de sólo uno, sino de los dos. Alguna vez dice Jesucristo: "Espíritu de
vuestro Padre, que habla en vosotros" ( Mt
10,20), y dice el Apóstol: "Envió Dios al Espíritu del Hijo a vuestros
corazones" (Gal 4,6). Creo que, por esto mismo, se llama propiamente
Espíritu, porque si se nos pregunta acerca de cada una de las
Personas, no podemos sino llamar espíritu tanto al Padre como al Hijo.
Este nombre, pues, que corresponde a cada una de las Personas y a
todos en común, convino que fuera dado a Aquel que no es ni el Padre
ni el Hijo, sino la mancomunidad de los dos.¿Por qué, pues, no hemos
de creer que también del Hijo procede el Espíritu Santo siendo también
Espíritu del Hijo? Si no procediera de El no hubiera soplado sobre sus
discípulos después de la resurrección, diciéndoles: "Recibid el
Espíritu Santo" ( Jn 20,22). Es necesario
creer que ésta es la virtud de que habló el evangelista: "Salía de El
una virtud que a todos curaba" ( Lc 6,19).
Si, pues, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, ¿por qué
dijo el Hijo: "del Padre procede", sino porque acostumbraba a referir
incluso lo que es de sí mismo a Aquél de quién El mismo procede? Por
esto dijo: "Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió" (
Jn 7,16). Si, pues, se entiende como doctrina
suya la que, sin embargo, dijo no ser suya, sino de su Padre, con
cuánta mayor razón debe entenderse que el Espíritu Santo procede de El
mismo, cuando dice "Del Padre procede" y no añade: 'no procede de mí'.
De allí le viene al Hijo el ser Dios; de donde le viene el proceder de
El el Espíritu Santo. Así se entiende por qué no se dice que el
Espíritu Santo nace, sino que procede; porque si fuese también Hijo,
sería forzoso considerarlo como Hijo de los dos, lo cual sería
absurdísimo. No hay hijo que no nazca sino de dos seres, padre y
madre. Pero lejos de nosotros el suponer semejante cosa entre Dios
Padre y Dios Hijo. Porque ningún hijo de padres humanos procede al
mismo tiempo de padre y de madre; porque en el instante en que procede
del padre al seno materno, no procede entonces de la madre. El
Espíritu Santo no procede del Padre al Hijo, y luego del Hijo para
santificar las criaturas, sino que procede a un mismo tiempo del uno y
del otro. Y tampoco podemos decir que el Espíritu Santo no sea vida,
siendo vida el Padre y vida el Hijo. Y por esto, así como el Padre
tiene vida en sí mismo, y dio al Hijo que tuviera vida en sí mismo,
así dio que la vida procediera del Hijo, como procede también de El
mismo.
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