CATENA AUREA - SANTO TOMÁS DE AQUINO

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01

"Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos de ellos. De otra manera no tendréis galardón de vuestro Padre, que está en los cielos". (v. 1)
 
Glosa
Después que Jesucristo perfeccionó la ley en cuanto a los preceptos, empezó a perfeccionar las promesas, a fin de que cumplamos los preceptos de Dios por el premio celestial, no por las recompensas de la tierra que la ley prometía. Todas las cosas terrenas se reducen principalmente a dos, a saber: a la gloria humana y a las riquezas, y parece que ambas cosas están prometidas en la ley. En cuanto a la gloria humana, se dice en el Deuteronomio: "El Señor te hará el más excelso de todas las gentes que hay sobre la tierra" ( Dt 28,1). De la abundancia de los bienes temporales dice en el mismo libro: "El Señor te hará abundante en toda clase de bienes" ( Dt 6,11), y por lo mismo el Señor excluye estas dos clases de bienes de la intención de los fieles, a saber, las glorias y la abundancia de bienes terrenos.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19
Pero debe tenerse en cuenta que el deseo de la gloria está cerca de los virtuosos.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
Cuando se hace alguna cosa que nos sirve de gloria, allí encuentra el hombre con más facilidad ocasión de gloriarse. Y por ello el Señor separa el pensamiento de la gloria en primer lugar. Comprendió que entre todos los defectos humanos el más peligroso para los hombres era éste: cuando todos los males mortifican a los hijos del diablo, el deseo de la vanagloria mortifica más bien a los hijos de Dios que a los hijos del demonio.
 
Próspero, ad Agustinum Hipponensem, epístolas, 318
Cuánto poder tenga para hacer daño el deseo de la vanagloria, nadie lo conoce mejor que aquel que le declara la guerra. Porque aunque le es fácil a cada uno no buscar su propia alabanza cuando ésta se niega, con todo, difícil es no complacerse en ella cuando se ofrece.
 
Sam Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,1
Es necesario fijarse mucho en su entrada, no de otro modo que si hubiéramos de tenernos en guardia contra una fiera, presta a arrebatar a aquel que no la vigila. Entra con silencio y destruye por medio de los sentidos todas las cosas que encuentra en el interior.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
Y por lo mismo nos ordena evitar eso con mucha cautela, diciendo: "Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres". Debemos fijarnos en nuestro corazón. La serpiente que debemos observar es invisible, entra en secreto y seduce. Mas si esta invasión del enemigo ha sucedido a la inocencia de un corazón puro, bien pronto conoce el justo que sufre las influencias de un espíritu extraño, pero si el corazón está lleno de iniquidades no comprende fácilmente las sugestiones del demonio. Y por ello dice Jesucristo: "No te ensoberbezcas, no desees", etc.; porque el que está sujeto a estos males, no puede fijarse en las tendencias de su corazón. ¿Pero cómo puede suceder, que hagamos limosnas y no las hagamos en presencia de los hombres? Y si se hace, ¿cómo dejaremos de percibirlo? Y si un pobre se nos presenta estando otro delante, ¿cómo le daremos limosna a escondidas? Llamarlo aparte sería declarar la limosna. Pero considera que nuestro Señor no ha dicho tan solamente: "En presencia de los hombres", sino que añade: "Para que seáis vistos por ellos". El que no procura ser visto por los hombres, aun cuando haga algo en presencia de los hombres, no puede decirse que obra en presencia de ellos. El que hace algo por Dios no ve a nadie en su corazón más que al mismo Dios, por quien hace aquello, así como el artista tiene siempre presente a aquella persona que le encargó la obra en que se ocupa.
 
San Gregorio Magno, Moralia, 8, 3
Si, pues, buscamos la gloria del Dador Supremo, para su sola mirada es el espectáculo de las buenas obras aun hechas en público; pero si buscamos nuestra alabanza por medio de ellas, ya pueden considerarse también como publicadas fuera de su mirada, aun cuando sean ignoradas por muchos. Es propio de personas perfectas que, cuando una obra se hace en público, se busque la gloria de su autor, no alegrándose de la gloria individual que de ahí resulte. Mas como los débiles no saben sobreponerse despreciándola, es necesario que oculten el bien que hacen.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 1
Por estas palabras: "Para que seáis vistos por ellos", no añadiendo nada, se evidencia que en esto prohibió que pongamos en ello el fin de nuestro propósito, porque el Apóstol dice a los fieles de Galacia: "Si yo me dedicase a agradar a los hombres, no podría ser siervo de Dios" ( Gál 1,10). En otro lugar dice a los fieles de Corinto: "Yo agrado a todos en todas las cosas" ( 1Cor 10,33); lo cual no hace por agradar a los hombres sino por agradar a Dios, a cuyo amor quería convertir los corazones de los hombres, que es lo que buscaba, agradándoles así, como significaría decir: "En los trabajos con que busco la nave, no es la nave lo que busco, sino la patria".
 
San Agustín, sermones 54,3-4
Dice también nuestro Señor: "Para que seáis vistos por ellos", porque hay algunos que obran las cosas justas delante de los hombres, de tal modo que no desean ser vistos por ellos, sino que sean vistas sus obras y sea glorificado el Padre que está en los cielos. No buscan, pues, su gloria, sino la de Aquél en cuya fe viven.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 1
Respecto a esto, también añade: "De otra manera no tendréis premio alguno delante de vuestro Padre que está en los cielos", con lo cual no demuestra ninguna otra cosa sino que no debemos buscar la alabanza humana como premio de nuestras buenas obras.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
¿Qué esperarás recibir de Dios, tú que nada has dado a Dios? Lo que se hace por Dios se ofrece a Dios y El lo recibe; lo que se hace por los hombres, se convierte en aire. ¿Qué clase de sabiduría es dar las cosas a cambio de palabras vanas y despreciar el premio de Dios? Considera que aquel de quien esperas la alabanza, como sabe que tú estás obligado a hacer aquello por Dios, más bien se burlará de ti antes que alabarte. Y aquel que hace las cosas con pleno conocimiento por los hombres, manifiesta que ha obrado así por los mismos hombres. Si viene algún pensamiento vano sobre el corazón de alguno, deseando aparecer bien delante de los hombres, y el alma, que así lo comprende, lo contradice, aquél no ha hecho esto por los hombres, porque lo que ha pensado es una pasión de su propia carne, y lo que ha elegido es la sentencia de su alma.

02-04

"Y así cuando haces limosna, no hagas tocar la trompeta delante de ti, como los hipócritas hacen en la Sinagoga y en las calles para ser honrados por los hombres. En verdad os digo, recibieron su galardón. Mas tú, cuando hagas limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna sea en oculto; y tu Padre que ve en lo oculto, te premie". (vv. 2-4)
 
San Agustín, de sermone Domini,. 2, 2
El Señor con estas palabras: "Cuidad que vuestra justicia no..." etc. ( Mt 6,1), comprende todas las obras buenas en general; pero ahora se explica por partes.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
Pone tres bienes fuertes, a saber: la limosna, el ayuno y la oración, contra tres males, en contraposición a los que nuestro Señor quiso ser tentado. Pelea en favor nuestro contra la gula en el desierto, contra la avaricia en el monte y contra la vanagloria sobre el templo. La limosna que distribuye, es contraria a la avaricia que amontona, el ayuno es contrario a la gula porque es tu enemigo, la oración es contraria a la vanagloria, único mal que sale del bien, mientras que todos los otros males salen del mal, y por lo tanto no se destruye por medio de lo bueno, sino que más bien se fomenta. No puede haber, pues, un remedio mejor contra la vanagloria que la oración.
 
Ambrosiaster, Comm. in Tim 4,8
La misericordia y la piedad son el compendio de toda la disciplina cristiana, y por eso empieza por la limosna, diciendo: "Y así, cuando hagas limosna, no toques la trompeta delante de ti".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Se entiende por trompeta toda acción o palabra con que se demuestra jactancia por alguna obra buena, como sucede cuando uno da limosna, fijándose en alguien que tenga delante, o cuando se lo dice a otro, o cuando se lo da a persona que pueda devolvérsela. Si no fuera por estas causas no lo haría, mas aun cuando lo hiciere en un lugar secreto, pero con el propósito de que aquello le sirva de alabanza, aún toca la trompeta.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 2
Estas palabras: "No toques la trompeta delante de ti", se refieren a estas otras: "Cuidaos de no hacer vuestra justicia delante de los hombres".
San Jerónimo, commentarium in Matthaeum, 6
El que toca la trompeta cuando hace alguna limosna es un hipócrita, y por esto añade: "Así como hacen los hipócritas".
 
Glosa
Quizás procuraban reunir al pueblo cuando hacían algo bueno para que todos fueran a ese espectáculo.
 
San Isidoro, etymilogia, 10
El nombre de hipócrita procede de aquella clase de hombres que entran en los espectáculos con la cara tapada, pintándola de diversos colores, con el fin de asemejarse a la persona que fingen y de la cual simulan el exterior, tomando delante del pueblo y de los juegos públicos, ora la máscara de hombre, ora la de mujer.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 2
Así como los hipócritas (esto es, los simuladores), desempeñan el papel de otro (no es, pues, el que hace los oficios de Agamenón el verdadero Agamenón, sino el que lo remeda), así en las iglesias y en la vida humana, todo aquel que quiere aparentar lo que no es, se llama hipócrita. Simula ser justo y no lo prueba el que coloca todo su mérito en la alabanza de los hombres.
 
Glosa
Y por lo tanto, se refiere a los lugares públicos cuando dice: "En sinagogas y en las calles", y el fin que se propone cuando añade: "Para ser honrado por los hombres".
 
San Gregorio Magno, Moralia, 31, 11
Debe saberse que hay algunos que tienen hábito de santificación, y sin embargo, no pueden alcanzar el mérito de la perfección. A éstos no se les puede considerar como incluidos en el número de los hipócritas, porque una cosa es pecar por fragilidad, y otra es pecar por astuta ficción.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,2
Los que pecan por simulación no recibirán el premio de Dios que ve sus corazones, sino el castigo de la falsedad. Y por esto añade: "En verdad os digo recibieron su galardón".
 
San Jerónimo
No la recompensa de Dios, sino su recompensa. Fueron alabados por los hombres, por quienes ejercieron las virtudes.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 2
Esto se refiere a aquello que dijo antes: "De otro modo no tendréis premio ante vuestro Padre celestial". Por lo tanto, no hagas limosna como otros la hacen, sino como debe hacerse, según se nos manda oportunamente, cuando Jesucristo dijo: "Mas tu, cuando haces limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha".
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,2
Esto se dice por sobreabundancia, como si dijese: Si es posible, que tú mismo lo ignores y que tus mismas manos desconozcan lo que haces, así debes practicarlo cuidadosamente.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
Los Apóstoles interpretan este pasaje en el libro de los cánones, de este modo: la derecha es el pueblo cristiano, que está a la derecha de Jesucristo, y la izquierda es todo pueblo que está en la parte opuesta. Esto quiere decir que el cristiano (que es la derecha) no haga la limosna de modo que el infiel (que es la izquierda) lo vea.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,2
Parece inferirse de esta doctrina que ninguna culpa debe haber en querer agradar a los fieles y sin embargo se nos prohíbe fijar el fin de nuestras buenas obras en la alabanza de los hombres, sean quienes fueren. Si es para que vuestras obras, agradando a los hombres, los estimule a imitarlas, debéis practicarlas no sólo en presencia de los creyentes sino también de quienes no creen. Si con otros entiendes por izquierda al enemigo, y piensas que eso significa que no debe saber tu enemigo cuándo haces limosna, ten presente que el mismo Señor sanó caritativamente a los hombres en presencia de los judíos. Además, ¿cómo puede eso concordar con el precepto que nos manda dar limosna aun a nuestro enemigo ( Prov 25,21): "Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer"? La tercera opinión es hasta ridícula, porque es la de aquellos que dicen que con el nombre de izquierda debe entenderse la mujer de cada uno, y como en los asuntos familiares las mujeres suelen estar más dedicadas a la administración del dinero, debe el marido ocultarlo cuando hace alguna limosna a algún pobre, para evitar las discusiones domésticas. Este precepto no se ha dado sólo para los hombres sino también para las mujeres. Cuando se manda ocultar la limosna ante la mujer propia, que según esto, significa la mano izquierda, ¿podremos decir también que cuando se manda esto mismo a la mujer, es porque el marido es también la mano izquierda de ella? Lo cual, si alguno lo estima como verídico, no considera que está mandado a los casados el ganarse mutuamente por medio de sus buenas costumbres, y que por ello no deben ocultarse sus buenas obras, como tampoco deben hacerse robos con el fin de agradar a Dios.
Sin embargo, si en alguna ocasión debe ocultarse alguna cosa, porque el otro no podría ver aquella buena obra con buenos ojos por efecto de su debilidad, no podemos decir que esto se hace de una manera ilícita. No parece, pues, que deba entenderse fácilmente a la mujer como la mano izquierda, porque en todo el capítulo no lo da a entender, ni tampoco se presenta ocasión en la cual deba llamarse izquierda. Lo que se ha culpado en los hipócritas (porque buscan las alabanzas de los hombres), esto es lo que se te prohíbe hacer. Por lo tanto, debe entenderse como izquierda la complacencia por la alabanza, y por derecha la intención de cumplir los preceptos divinos. Cuando el deseo de la alabanza humana se mezcla en la conciencia del que obra con el de dar la limosna, la conciencia de la derecha se hace izquierda. Ignore, pues, la izquierda, esto es, no se mezcle en tu conciencia el deseo de la humana alabanza. Nuestro Señor prohíbe con mucha más razón que sólo la mano izquierda haga las buenas obras, que el que se mezcle en las acciones de la mano derecha. El fin que se propone cuando dijo esto, lo manifiesta cuando añade: "Para que tu limosna sea en oculto", esto es, en la buena conciencia, la que no puede mostrarse ante los ojos humanos, ni tampoco manifestarse por medio de las palabras, porque entonces habría muchos que mentirían en muchas cosas. Tu propia conciencia te basta para obtener el premio, si esperas el premio de Aquel, que únicamente puede inspeccionar tu conciencia. Y esto es lo que añade: "Y tu Padre que ve en lo oculto, te premiará". Muchos ejemplares latinos dicen: "Te premiará públicamente".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
Es imposible que Dios deje en la oscuridad la obra buena de un hombre. En esta vida la manifiesta y en la otra la glorifica, porque la gloria es de Dios. Así como el diablo manifiesta lo malo en todo aquello en que resalta el valor de su malicia. Con toda propiedad publica el Señor toda obra buena en la otra vida, porque allí las obras buenas no son comunes a los buenos y a los malos. Y por lo tanto, aquel a quien Dios premia allí, es porque lo ha merecido con toda justicia. El premio de la justicia no se conoce en este mundo, porque aquí no sólo los buenos sino también los malos son ricos.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 2
Pero en los ejemplares griegos, que son anteriores a los latinos, no encontramos la palabra palam.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,2
Si quieres tener espectadores de las cosas que haces, helos aquí: no sólo los ángeles y arcángeles, sino también el mismo Dios del universo.

05-06

"Y cuando oráis, no seréis como los hipócritas que aman el orar en pie en la sinagoga, y en los cantones de las plazas, para ser vistos de los hombres. En verdad os digo, recibieron su galardón. Mas tú cuando orares, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre, en secreto: Y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará". (vv. 5-6)
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
Dice Salomón: "Antes de la oración prepara tu alma" ( Eclo 18,23). Que es precisamente lo que hace el que habiendo dado limosna viene a hacer oración. Las buenas obras mueven la fe del corazón y dan confianza al alma para dirigirse a Dios. Luego la limosna es la preparación de la oración. He ahí por qué el Señor nos instruye acerca de la oración inmediatamente después de habernos instruido sobre la limosna.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 3
No nos dice precisamente ahora que oremos, sino que nos dice cómo debemos orar, así como antes nos ha enseñado, no que demos limosna, sino cómo debemos darla.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
Es la oración una especie de tributo espiritual que el alma ofrece a Dios de lo más íntimo de sus entrañas. Cuanto más gloriosa es, con tanta más cautela debe cuidarse que no se envilezca por ser hecha a causa de los hombres. Y por ello dice: "Cuando oréis, no seáis como los hipócritas".
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,2
Llama hipócritas a todos aquellos que, fingiendo orar delante de Dios, atienden sólo a los hombres, y por ello añade: "Que aman orar en las sinagogas."
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
Yo creo que esto que dice el Señor, no se refiere al lugar en que oran, sino al fin que se proponen cuando oran. Siempre es muy laudable el orar en unión de muchos fieles, según aquello que se ha dicho en el Salmo: "Bendecid al Señor en las iglesias" ( Sal 67,27). El que ora así para ser visto por los hombres no atiende a Dios sino a los hombres, y por lo tanto ora en las iglesias con este fin. Pero de aquel que sólo mira en su oración a Dios, aun cuando ore en la iglesia, sin embargo parece que ora en secreto. Prosigue: "Y en los ángulos de las plazas", para que se crea que oran escondidos, y así son alabados doblemente: lo uno porque oran, y lo otro porque oran ocultamente.
 
Glosa
Y por ángulos de las plazas se entienden aquí aquellos sitios en que se cruzan dos o más calles, formando lo que se llama una encrucijada.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
Con este fin prohíbe el Señor que se ore en unión de otros, cuando el que ora se propone ser visto por los demás. Y por esto añade: "Para ser visto por los hombres". El que ore no haga ninguna cosa nueva que llame la atención de los hombres, como clamar, darse golpes de pecho o extender los brazos.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,3
No es un pecado el ser visto por los hombres, sino el hacer esto con el fin de ser visto por los hombres.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.19,3
Siempre es bueno separarse de la vanagloria, especialmente cuando se está en oración. Si aparte de este defecto tenemos el de dejarnos llevar de pensamientos y entramos a orar en la iglesia con tal enfermedad, ¿cómo entenderemos lo que se nos dice?
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,3
Debemos huir cuanto nos sea posible de que los hombres conozcan que hacemos esto, con el fin de esperar el fruto de agradar a los hombres, y por esto añade: "En verdad os digo, recibieron su galardón".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
Cada uno en donde siembra, allí recoge. Por lo tanto, los que oran por los hombres y no por Dios, no serán alabados por Dios sino por los hombres.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,3
Dice, pues, el Señor: "Recibieron su galardón", aun cuando Dios quisiera darles la recompensa que parte de El, pero ellos han preferido usurpar la que procede de los hombres. Añade la manera con que debemos orar, diciendo: "Mas tú, cuando orares, entra en tu aposento, y, cerrada la puerta, ora a tu Padre en secreto".
 
San Jerónimo
Esto instruye simplemente el entendimiento del que lo escucha para que huya de la vanagloria en la oración.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
A fin de que no haya allí más que el que ora, y aquel a quien ora. El testigo grava al que ora, no lo favorece.
 
Cipriano, de oratione Domini, 6
El orar en sitios ocultos conviene más a la fe, para que sepamos que Dios está presente en todas partes y que penetra aun en lo más oculto con la plenitud de su Majestad.
 
San Juan Crisóstomo
Podemos también entender por puerta de la casa la boca del cuerpo, para que no oremos al Señor con una voz clamorosa sino en el secreto de nuestro corazón, por tres causas: primero, porque Dios, oyente del corazón, no debe llamarse a gritos sino aplacarse por medio de una conciencia recta; segundo, porque no conviene que otro conozca tus oraciones secretas, sino sólo tú y Dios; tercero, porque cuando rezas fuerte, no permites que ore al que está junto a ti.
 
Casiano, Collationes, 9, 35
Debemos orar con sumo silencio, a fin de que nuestros enemigos que nos rodean, sobre todo cuando oramos, ignoren la intención de nuestras oraciones.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,3
Por nuestros aposentos deben entenderse nuestros corazones, de quienes se dice en el Salmo: "Lo que decís en vuestros corazones, lloradlo en vuestros aposentos" ( Sal 4,5). La puerta es el sentido de la carne. Fuera están todas las cosas temporales que penetran por medio de los sentidos del cuerpo a nuestro pensamiento, y muchas veces una multitud de vanas teorías distraen a los que oran.
 
San Cipriano, de oratione Domini, 6
¿Qué abandono es ése, de divagar y dejarse llevar de pensamientos ineptos y profanos cuando habláis a Dios, como si existiese algún pensamiento que mereciera más vuestra atención que considerar que es con Dios con quien hablas? ¿Cómo deseas ser oído por el Señor, cuando tú mismo no te oyes? Esto es no precaverse del enemigo. Esto es ofender al Señor por la negligencia en la oración.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,3
Debe cerrarse la puerta, esto es, debe resistirse a la tentación carnal, para que la oración espiritual se dirija al Padre, y por eso se hace en lo íntimo del corazón donde se ruega al padre en lo escondido. Y por ello sigue: "Y tu Padre que ve en el secreto, te dará la retribución".
 
Remigio
Este es el sentido: sea suficiente para ti que sólo conozca tu oración Aquel que conoce el secreto de todos los corazones, porque el único que puede oíros, es el mismo que ve el fondo de vuestra alma.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,3
No dijo: "Dará gratis", sino: "Te recompensará", porque El se constituye a sí mismo tu deudor.

07-08

"Y cuando oréis, no habléis mucho como los gentiles. Pues piensan que por mucho hablar serán oídos. No queráis, pues, asemejaros a ellos: porque vuestro Padre sabe lo que habéis menester antes que lo pidáis". (vv. 7-8)
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,3
Así como es propio de los hipócritas manifestarse para que los vean en la oración, cuyo fin no es otro que agradar a los hombres, así también los gentiles (esto es, los paganos) creen que cuando hablan mucho podrán ser oídos. Y por esto añade: "Y cuando oréis no habléis mucho".
 
Casiano, Collationes, 9, 36
Se debe orar con frecuencia y brevemente, no sea que deteniéndonos demasiado, pueda el enemigo introducir algo en nuestro corazón.
 
San Agustín, Ad Probam, epístola 130,10
No es orar hablando mucho, como piensan algunos, el orar largo tiempo. Una cosa es hablar mucho y otra cosa es un afecto prolongado. Del mismo Dios se ha escrito que pasaba las noches en oración ( Lc 6), y que rezaba por mucho tiempo ( Lc 22), para darnos ejemplo. Se dice que nuestros hermanos de Egipto tienen frecuentes oraciones, pero muy cortas, y jaculatorias pronunciadas de un modo secreto, temerosos de que la intención, que tan necesaria es al que ora, no pueda prolongarse mucho tiempo con la energía de su fervor. Con esto nos enseñan que no debe violentarse ese movimiento del alma para hacerlo durar mucho tiempo, ni interrumpirlo bruscamente si quiere continuar. Lejos de la oración las muchas palabras, pero no falte la oración continuada si la intención persevera fervorosa. Hablar mucho en la oración es tratar una cosa necesaria con palabras superfluas. Orar mucho es pulsar con ejercicio continuado del corazón, a Aquel a quien suplicamos. Pues, de ordinario, este negocio se trata mejor con gemidos que con discursos, mejor con lágrimas que con palabras.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,3-4
El Señor nos disuade con esto de la mucha conversación cuando oramos, como sucede cuando no le pedimos cosas convenientes, como son la adquisición del poder, la gloria, vencer a los enemigos y la abundancia de dinero. Aquí nos manda también no hacer oraciones largas. Digo largas no por el tiempo, sino por la multitud de aquellas cosas que se piden. Sin embargo, conviene que perseveren en la oración, según estas palabras del Apóstol: "Insistentes en la oración" ( Col 4,2). No porque el Apóstol haya querido que compusiésemos las oraciones de diez mil versos, sino que las anunciásemos con el corazón. Lo cual indica en secreto, cuando dice: "No habléis mucho".
 
Glosa
Condena el mucho hablar en la oración, porque esto proviene de la infidelidad. Y por ello sigue ( Rom 12,12): "Como lo hacen los gentiles". Para los gentiles era necesaria la multiplicación de palabras, porque los demonios no sabían lo que ellos pedían, si no lo aprendían de sus mismas palabras. Creen, por lo tanto, que cuando hablan mucho son oídos.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 3
Y en verdad toda conversación larga proviene de los gentiles, que cuidan más bien de ejercitar la lengua que de cambiar de vida cambiando de modo de pensar, y esta clase de preocupación intentan llevarla hasta a la oración.
 
San Gregorio Magno, Moralia, 1, 14
Pero en verdad, orar es amar en la compunción del suspiro, y no dejarse oír por medio de palabras adornadas. Y por lo tanto se añade: "Pues no queráis asemejaros a ellos".
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,3
Si es verdad que la multitud de palabras no tiene otro motivo que la ignorancia de aquel a quien se habla, ¿qué necesidad hay de esto con relación al que conoce todas las cosas? Por lo que añade: "Sabe vuestro Padre lo que habéis menester, antes que lo pidáis".
 
San Jerónimo
Aquí se deja ver cierta herejía de algunos filósofos, que habían formulado este dogma impío: si conoce el Señor qué es lo que pedimos, y antes que lo pidamos sabe qué necesitamos, en vano pedimos al que ya conoce nuestras necesidades. A éstos debe responderse que nosotros no es que contamos a Dios nuestras cosas, sino que rogamos. Una cosa es enseñar al que ignora, y otra cosa es pedir a aquel que ya conoce nuestras necesidades.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,4
No oras para enseñar, sino que te arrodillas para que te hagas amigo de Dios por la continuación de tu súplica, para que te humilles en su presencia y para que te acuerdes de tu pecado.
 
San Agustínde sermone Domini, 2,3
Y en verdad que no debemos hacer nada con las palabras en presencia de Dios para alcanzar lo que nos proponemos, sino con las cosas que hacemos con buen fin, recta intención, puro amor y sencillo afecto.
 
San Agustín Ad Probam, epístola 130,9
En ciertas ocasiones también rogamos a Dios con palabras, de modo que por medio de las cosas que vamos pidiendo nos aconsejemos a nosotros mismos, y nos hagamos notar cuanto pedimos en nuestros deseos, y nos movamos más intensamente a crecer en esto, no sea que por diversas distracciones se enfríe totalmente lo que empezaba a calentar, y extinga del todo sin haber llegado a quemar con fuerza. Así pues, nos son necesarias las palabras, porque por medio de ellas nos enardecemos y conocemos lo que pedimos, y no porque creamos que con ellas habremos de enseñar a Dios, ni le habremos de inclinar a que nos conceda lo que le pedimos.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,3
Pero debe muchas veces buscarse si es más conveniente orar con las acciones o con las palabras. Es así que la oración siempre es necesaria, aun cuando Dios ya conoce lo que necesitamos, porque el mismo fin de la oración tranquiliza y purifica nuestra alma, nos hace más capaces de recibir los divinos beneficios que muchas veces se nos conceden de una manera espiritual. No nos oye el Señor por las muchas oraciones, aun cuando siempre está preparado a dispensarnos sus luces, pero nosotros no siempre estamos preparados para recibirlas, cuando nos inclinamos a otras cosas. En la oración se verifica la conversión del alma hacia Dios y la purificación del ojo interior. Puesto que se excluyen de él las cosas temporales que se deseaban, a fin de que la fuerza de un corazón puro pueda soportar una luz pura y permanecer en ella con el mismo gozo que se disfruta en la eterna vida.

09

"Vosotros, pues, así habéis de orar: Padre nuestro que estás en los cielos. Santificado sea tu nombre". (v. 9)
 
Glosa
Entre los consejos saludables y divinos, con que Dios procura la felicidad de los que creen, les propuso una forma de orar, y les compuso oraciones en breves palabras, con el objeto de que haya confianza en alcanzar lo que quiere que se le pida con brevedad. Y por ello dice: "Padre nuestro que estás en los cielos".
 
San Cipriano, de oratione Domini
El que nos dio la vida nos enseñó a orar para que cuando hablamos al Padre por medio de la oración que nos enseñó el Hijo, seamos oídos con más facilidad. Es una oración amigable y familiar el rogar a Dios con su propia oración. Conoce el Padre las palabras de su Hijo cuando le rogamos, y como lo tenemos por Abogado ante el Padre por nuestro pecados ( 1Jn 1), cuando los pecadores rogamos por nuestros delitos debemos tomar las palabras de nuestro abogado.
 
Glosa
No oramos solamente con estas palabras, sino que también oramos con otras, concebidas en el mismo sentido, con las que se enfervoriza nuestro corazón.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 4
Como en toda petición se debe empezar por ganarse la benevolencia de aquel a quien rogamos, y después debe decirse lo que pedimos. La benevolencia suele conciliarse por medio de la alabanza de aquel a quien se dirige la oración, y se acostumbra a ponerla en el principio, en el cual Nuestro Señor no nos mandó decir nada más que: "Padre nuestro que estás en los cielos". Se han dicho muchas cosas en alabanza del Señor, pero no se encuentra precepto alguno dado al pueblo de Israel para que dijese: "Padre nuestro", sino que siempre se les habló del Señor, manifestándoles que Dios era para ellos como un Señor a sus siervos y como un padre para sus hijos. Pero hablando del pueblo cristiano, dice el Apóstol que recibió el espíritu de adopción, según el cual clamamos: "¡Abba!" (Padre) ( Rom 8,15), lo cual no es propio de nuestros méritos sino de la gracia que nos hace decir en la oración "Padre". Con ese nombre se enciende la caridad en nuestras almas (porque, ¿qué cosa más amable para los hijos que un padre?), con un sentimiento de afectuosa inspiración y una cierta confianza en la súplica, cuando decimos a Dios: "Padre nuestro". ¿Qué no dará a los hijos que le piden, cuando les ha concedido antes el que puedan ser hijos suyos? En fin, ¿con qué cuidado no mueve el alma, para que el que diga: "Padre nuestro", no sea indigno de tan gran Padre? También se advierte a los ricos con esto, y a los que son de noble linaje, que cuando se hagan cristianos no se llenen de soberbia contra los pobres y contra los desgraciados, puesto que, lo mismo que ellos, dicen al señor: "Padre nuestro", lo cual no pueden decir piadosa y verdaderamente si no los reconocen como hermanos.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,4
¿Qué daño puede venir del parentesco con un inferior, cuando con el superior todos estamos unidos? Por ese solo nombre de Padre confesamos el perdón de los pecados, y la adopción, y la herencia, y la fraternidad respecto de su Unigénito, y el don del Espíritu Santo, porque ninguno puede dirigir ese nombre a Dios sino el que ha gozado a la vez de todos esos bienes. Dos cosas suscita en nosotros el sentido de la oración: el pensamiento de la dignidad de Aquel a quien invocamos, y la grandeza de los dones que en nosotros supone esta oración.
 
San Cipriano, de oratione Domini
No decimos: "Padre mío", sino: "Padre nuestro", porque el Maestro de la paz y de la unión no quiso que se hiciesen súplicas de una manera aislada, como cuando alguno ruega por sí solamente. La oración es para nosotros pública y común, y cuando oramos no rogamos por uno solo sino por todo el pueblo, porque nosotros y el pueblo somos una sola cosa. Quiso el Señor que cada uno rogase por todos los demás, así como El, siendo uno, ha padecido por todos.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14
La necesidad nos obliga a rogar por nosotros mismos y la caridad fraterna a rogar por los demás. Es más aceptable la oración delante de Dios, no cuando es impulsada por la necesidad, sino cuando es recomendada por la caridad fraterna.
 
Glosa
Se dice, pues: "Padre nuestro", porque es común a todos, y no: "Padre mío" que sólo conviene a Cristo, el cual es Hijo por naturaleza.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14
Añade, pues, el Señor: "Que estás en los cielos", para que sepamos que tenemos un Padre en el cielo, y para que se avergüencen el someterse a las cosas terrenas, los que tiene un Padre en el cielo.
 
Casiano, Collationes, 9, 18
Y marchemos con grande afán a donde confesamos que habita nuestro Padre.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,4
Cuando dice: "En los cielos", no limita la presencia de Dios a este lugar, sino que eleva de la tierra al que ora, fijando su imaginación en las cosas del cielo.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 5
Se dice también, que está en los cielos, esto es, entre los santos y entre los justos, porque Dios no se contiene en el espacio limitado. Se entienden por cielos las partes más excelentes de la naturaleza visible, y si creyéramos que Dios los habita, diríamos que las aves morarían más cerca de El que los hombres y tendrían más mérito. No está escrito: Dios está cerca de los hombres más elevados o de aquellos que habitan en la cumbre de los montes, sino de los contritos de corazón ( Sal 33,19). Mas así como el pecador se llama tierra, a quien se le ha dicho: "Eres tierra e irás a la tierra", así, por el contrario, se puede llamar cielo al justo ( Gén 3,19).
Con toda propiedad se dice: "Que estás en los cielos", esto es, que estás con los santos. Porque tanta distancia hay, espiritualmente hablando, entre los justos y los pecadores, cuanta hay corporalmente entre el cielo y la tierra. Para significar esto, cuando oramos nos volvemos hacia el oriente, de donde parece que empieza el cielo. No como si Dios estuviese allí, abandonando las demás partes del mundo, sino para que el alma se incline a tomar afecto a una naturaleza más elevada (esto es, a Dios), mientras el cuerpo del hombre (que es de tierra) se convierte en un cuerpo más excelente (esto es, en un cuerpo celestial). Es muy conveniente que cada uno sienta a Dios con sus facultades, ya de niños, ya de adultos, y por lo tanto, a los que todavía no puedan comprender las cosas incorpóreas, puede tolerarse la opinión de que Dios está más bien en los cielos que en la tierra.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 5
Ya se ha dicho quién es Aquel a quien se pide y dónde habita. Ahora vamos a ver las cosas que deben pedirse. Lo primero que se pide es esto: "Santificado sea el tu nombre". No se pide así porque el nombre de Dios no sea santo, sino para que sea tenido como santo por los hombres. Esto es, que así se dé Dios a conocer, que no se crea que haya otro más santo.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,4
Manda rogar al que ora, para que Dios sea glorificado durante nuestra vida, como si dijese: Haz que vivamos de tal modo, que todas las cosas te glorifiquen por medio de nosotros. "Sea santificado", es lo mismo que decir: "sea glorificado". Luego la oración del que se dirige a Dios debe ser tal, que nada anteponga a la gloria divina, sino que lo posponga todo a su alabanza.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14
No pedimos a Dios que El sea santificado por medio de nuestras oraciones, sino que su nombre sea santificado en nosotros. Mas como El dijo: "Sed santos, porque yo soy santo" ( Lev 30,44), esto es lo que pedimos y rogamos, con el objeto de que nosotros que hemos sido santificados por medio del bautismo, perseveremos en lo que hemos empezado.
 
San Agustín, de dono perseverantiae, 2
¿Por qué pedir a Dios esta perseverancia si (como dicen los pelagianos) no es El quien la da? ¿No sería irrisoria esta petición, solicitando de El lo que estamos seguros que no ha de darnos, sino que no dándola El, se halla en el poder del hombre?
 
San Cipriano, de oratione Domini
También pedimos todos los días que sea santificado. Necesitamos de la santificación continuamente, porque los que pecamos todos los días, debemos purificar nuestros pecados por medio de una santificación continua.

10

"Venga el tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo". (v. 10)
 
Glosa
Muy oportunamente se sigue que después de haber sido adoptados por hijos, pidamos el reino que se debe a los hijos, y así es como prosigue: "Venga a nos el tu reino".

San Agustín, de sermone Domini, 2,6
Eso no quiere decir que Dios no reine en la tierra, porque siempre ha reinado sobre ella. La palabra venga quiere significar que se manifieste a los hombres. A ninguno le será lícito desconocer el reino de Dios, siendo así que su Unigénito, no sólo de una manera inteligible o espiritual sino también de una manera visible, habrá de juzgar a los vivos y a los muertos el día de juicio, que según nos enseña el Señor habrá de tener lugar cuando el Evangelio se haya predicado a todas las gentes. Esta súplica se refiere a la santificación del nombre de Dios.
 
San Jerónimo
O bien se pide de una manera general que reine en todo el mundo, a fin de que el diablo deje de reinar en el mundo, o que Dios reine en cada uno de nosotros y no reine el pecado en el cuerpo mortal de los hombres ( Rom 6).
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14
O pedimos que nos venga de Dios nuestro reino, según nos está prometido, y que hemos adquirido con la sangre de Cristo, para que los que hemos servido antes a Cristo en este mundo, reinemos después.
 
San Agustín, Ad Probam, epístola 130,11
El reino de Dios vendrá, lo mismo si queremos que si no queremos, pero encendemos nuestro deseo hacia aquel reino, para que venga a nosotros y reinemos en él.
 
Casiano, Collationes, 9, 9
O bien porque el justo conoce, por el testimonio de su conciencia, que cuando aparezca el reino de Dios, habrá de participar de él.
 
San Jerónimo
Debe entenderse que es gran atrevimiento y propio solamente de una conciencia pura, pedir el reino de Dios y no temer su juicio.
 
San Cipriano, de oratione Domini
Puede suceder también que el mismo Cristo sea el reino de Dios, que todos los días deseamos que venga, y cuyo advenimiento mueve nuestro deseo apenas el pensamiento nos lo representa. Pues así como El mismo es la resurrección, toda vez que en El hemos resucitado, así se puede tomar por el reino de Dios, puesto que habremos de reinar en El. No sin razón pedimos el reino de Dios, esto es, el celeste, porque también hay un reino terrestre. Pero el que ya ha renunciado al mundo es mayor que todos sus honores y su reino. Y por lo tanto, el que se consagra a Dios y a Jesucristo, no desea los reinos de la tierra sino los del cielo.
 
San Agustín, de dono perseverantiae, 2
Cuando se pide diciendo: "Venga a nos el tu reino", ¿qué es lo que piden los que ya están santificados, sino la perseverancia en aquella santidad que ya se les ha concedido? No de otra manera vendrá el reino de Dios, que ciertamente habrá de venir, para aquellos que perseveran hasta el fin.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 6
En aquel reino de la bienaventuranza, se perfeccionará la vida feliz en los santos, como ahora sucede con los ángeles que están en los cielos. Y por lo tanto, después de aquella petición en la que decimos: "Venga a nos el tu reino", se sigue: "Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo". O sea, así como en los ángeles que están en el cielo se hace tu voluntad para que gocen de Ti, no viniendo error alguno a oscurecer su inteligencia, ni penalidad ninguna a impedir su felicidad, hágase tu voluntad en tus santos que están en la tierra, y han sido hechos de tierra (en cuanto al cuerpo). "Hágase tu voluntad", se entiende también diciendo que deseamos que los preceptos de Dios se cumplan, así en el cielo como en la tierra, esto es, así por los ángeles como por los hombres: no porque ellos determinan la voluntad de Dios, sino porque hacen lo que El quiere, esto es, obran según su voluntad.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,5
He aquí una consecuencia muy buena. Después de habernos enseñado a desear las cosas del cielo por estas palabras: "Venga a nos el tu reino", antes de llegar al cielo nos enseña a hacer de la tierra cielo con estas palabras: "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo".
 
San Jerónimo
Avergüencense por estas palabras los que mienten diciendo que todos los días hay ruinas en el cielo.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 6
O bien: "Así como en el cielo, en la tierra", esto es, así como en los justos, también en los pecadores, como si dijese: "Así como hacen tu voluntad los justos, háganla también los pecadores, para que se conviertan a Ti". O de otro modo, para que pueda darse a cada uno lo suyo, como sucederá en el juicio final. También podemos conocer que por cielo y tierra se entienden el espíritu y la carne, y por lo que dice el Apóstol: "Con la mente sirvo a la ley de Dios, y con la carne a la ley del pecado" ( Rom 7,25), debemos comprender que la voluntad de Dios también se hace con el espíritu. Así sucede en aquella transformación que se promete a los justos. Hágase la voluntad de Dios así en la tierra como en el cielo, esto es, así como el espíritu no resiste a Dios, así el cuerpo no resista al espíritu. O de otro modo: "Así en la tierra como en el cielo", esto es, así en la Iglesia como en Jesucristo, en la Esposa del Hijo de Dios como en Este, que cumplió la voluntad del Padre. Se toman oportunamente el cielo y la tierra como un hombre y una mujer, puesto que la tierra fructifica cuando es fecundada por el cielo.
 
San Cipriano, de oratione Domini
No pedimos que El haga lo que quiera, sino que nosotros podamos hacer lo que Dios quiere. Lo que se hace en nosotros es obra de la voluntad divina, esto es, por medio de su ayuda y de su protección, porque ninguno es suficientemente fuerte por sus solas fuerzas, sino que está seguro por la misericordia de Dios.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,5
La virtud no es solamente propia de nuestro deseo, sino también de una gracia superior. Por esto se nos manda aquí a cada uno de nosotros que oremos por todo el orbe, y no dijo: "Hágase tu voluntad en mí o en nosotros", sino: "En toda la tierra", para que desaparezca el error y se siembre la verdad, y se destierre la malicia, y vuelva la virtud, y para que ya no se diferencie el cielo de la tierra.
 
San Agustín, de dono perseverantiae, 3
En esto se manifiesta claramente (en contra de los pelagianos) que el principio de la fe es un don de Dios, cuando ruega la santa Iglesia por los no creyentes, para que empiecen a tener fe. Como la voluntad de Dios se ha cumplido ya en los santos, cuando aún se pide que se cumpla, ¿qué otra cosa pedimos sino que perseveren en lo que comenzaron a ser?
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14
Debe considerarse como dicho para todos lo que dice: "Así en el cielo como en la tierra", esto es, santificado sea tu nombre, así en el cielo como en la tierra, hágase tu voluntad así en el cielo como en la tierra. Y considera con cuánta precaución habló. No dijo, pues: Padre, santifica tu nombre en nosotros, venga tu reino sobre nosotros, haz tu voluntad en nosotros, ni dijo otra vez: santifiquemos tu nombre, recibamos tu reino, hagamos tu voluntad, para que no apareciere que esto era obra exclusiva o sólo de Dios o sólo del hombre, y por ello dijo en sentido impersonal: porque así como el hombre no puede obrar bien sin la ayuda de Dios, así Dios no puede hacer bien al hombre cuando el hombre no quiere.

11

"El pan nuestro que excede toda sustancia, dánosle hoy". (v. 11)
 
San Agustín, Enchiridion, 115
Estas tres cosas que se piden en las anteriores peticiones se empiezan aquí, y cuanto más adelantamos en la virtud, tanto más se aumentan en nosotros. Se poseerán perfectamente y para siempre lo que ha de esperarse en la otra vida. En las otras cuatro peticiones que siguen se piden cosas temporales, que son necesarias para conseguir la vida eterna. El pan que se pide a continuación es necesario aquí, por eso sigue: "El pan nuestro, que excede a toda sustancia, dánosle hoy".
 
San Jerónimo
Lo que nosotros llamamos aquí sobresustancial, en el texto griego dice epiousion, en lugar de lo cual dicen con frecuencia los Setenta intérpretes: periousion. Si consideramos el texto hebreo en todos los lugares en que aquéllos expresaron la palabra periousion, encontramos la palabra sogolla, que Simaco tradujo por exaireton, que quiere decir principal o egregio, aun cuando ha interpretado esto en cierta parte por peculiar. Cuando pedimos, pues, que Dios nos conceda el pan peculiar o principal, pedimos aquel de quien habla el Evangelio de San Juan, cuando dice ( Jn 6): "Yo soy el pan vivo que bajé del cielo".
 
Cipriano, de oratione Domini
Jesucristo es el pan de la vida, y este pan no es el pan de todos, sino el pan nuestro. Pedimos todos los días que se nos dé este pan, no sea que los que estamos con Jesucristo y recibimos la Eucaristía todos los días, cuando cometamos algún delito grave, se nos prohiba el pan celestial y se nos separe del Cuerpo de Cristo. Pedimos, pues, que los que permanecemos en Cristo no nos separemos de su santificación y de su Cuerpo.
 
San Agustín, de dono perseverantiae, 4
Los santos piden al Señor la perseverancia, cuando piden que no sean separados del Cuerpo de Cristo, sino que perseveren en aquella santidad y no cometan pecado alguno.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14
O puso pan sobresustancial, que quiere decir cotidiano.
 
Casiano, Collationes, 9, 21
Cuando dice "hoy", manifiesta que todos los días debe comerse y en todo tiempo debe repetirse esta oración, porque no hay un día en el que no nos sea necesario recibir este pan, para confirmar el corazón del hombre interior.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 7
Pero contra esta doctrina cuestionan todavía aquéllos que en las iglesias orientales no comulgan todos los días. Los que defienden su parecer acerca de esto, saben que lo hacen sin escándalo, apoyados en la autoridad eclesiástica, puesto que no se les prohíbe el que lo hagan por aquellos que gobiernan las iglesias. Pero aunque nada discutamos acerca de esto en particular, debe ciertamente ocurrírseles que nosotros hemos aprendido del Señor la manera de orar, la que no nos conviene traspasar. ¿Quién se atreverá a decir que nosotros sólo debemos rezar una sola vez la oración dominical, o si la habremos de decir dos o tres veces, hasta aquella hora solamente en que recibamos el cuerpo de Jesucristo? ¿No podremos decir después: "Danos hoy lo que ya hemos recibido", o podrá alguno obligarnos a que celebremos aquel sacramento en la última hora del día?
 
Casiano, Collationes, 9,21
La palabra hoy puede comprenderse como dicha para la vida presente, esto es, mientras vivimos en esta vida pedimos, diciendo: "Concédenos este pan".
 
San Jerónimo
Podemos comprender de otro modo el pan sobresustancial, a saber: aquello que supera a todas las sustancias y a todas las criaturas, o sea el cuerpo de Cristo.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 7
O que recibamos el pan cotidiano y espiritual, esto es, los preceptos divinos, que todos los días conviene meditar y ejecutar.
 
San Gregorio Magno, Moralia, 24, 7
A este pan lo llamamos "nuestro", y sin embargo, pedimos que se nos dé, porque es don de Dios y se hace nuestro por gracia cuando lo recibimos.
 
San Jerónimo
Otros creen sencillamente, según las palabras del Apóstol, que dice: "Cuando tengamos vestido y comida, estemos contentos con ello: los santos no cuidan más que de la comida de cada día" ( 1Tim 6,8). Por esto más adelante se manda: "No queráis pensar en el día de mañana".
 
San Agustín, Ad Propam, epístola 130, 11
Así ahora pedimos aquí lo necesario por la parte que en ello sobresale, esto es, significando todo lo que pedimos con el nombre de pan.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14
No rogamos, pues, diciendo solamente: "Danos hoy el pan nuestro", para que tengamos qué comer (lo cual es común entre los justos y pecadores), sino que pedimos comer aquello que recibamos de la mano del Señor, lo cual sólo es propio de los santos, porque Dios da solamente el pan a aquellos a quienes prepara con la virtud. Pero el diablo distribuye el pan al que prepara con el pecado. Y así en el mero hecho de ser Dios quien da este pan, se recibe ya santificado. Por esto en la oración se añade "nuestro", esto es, el que nosotros tenemos preparado, dánoslo para que sea santificado por Ti. Así como el sacerdote, recibiendo el pan de un seglar, lo santifica y se lo ofrece, el pan en realidad es del que lo ofrece, pero su santificación corresponde al sacerdote. Dice "nuestro" por dos razones: primera, porque todo lo que el Señor nos da, lo da a otros por nosotros, para que hagamos partícipes del pan que recibimos a los que no pueden recibirlo. Los que no lo hacen, no sólo comen su pan, sino que también el ajeno. En segundo lugar, el que come el pan adquirido con justicia come su propio pan, pero el que lo come con pecado, se come el pan ajeno.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 7
Puede que alguno se admire porque rogamos para alcanzar las cosas que son necesarias para la vida, como son la comida y el vestido, siendo así que dice al Señor: "No queráis andar solícitos acerca de lo que hayáis de comer o de vestir" ( Mt 6,25), cuando no puede menos de andar solícito el que desea alcanzar aquella cosa por cuya adquisición ruega.
 
San Agustín, Ad Probam, epístola 130,6
El que no quiere más que las cosas necesarias para la vida, no quiere sino lo conveniente. Estas cosas necesarias no se apetecen por sí mismas, sino por la salud del cuerpo y decente sostenimiento de la persona, para que viva con decoro entre aquellos con quienes debe vivir. Cuando se tienen estas cosas, se debe rogar para conservarlas, y cuando no se tienen, para conseguirlas.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,5
Debe considerarse, pues, que, después de decir: "Hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo" (como hablaba a hombres que vivían en la tierra, vestidos de carne y como no pudiesen tener la misma impasibilidad que los ángeles) condesciende con nuestra debilidad, que indispensablemente necesita de alimento, y nos mandó hacer oración para obtener el pan, no para obtener dinero ni las cosas propias de la malicia, sino solamente el pan cotidiano y ni aun esto es suficiente, sino que añadió: "Dánosle hoy", con el objeto de que no nos mortifiquemos a nosotros mismos con la solicitud del día que ha de venir.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14
A primera vista parece que el verdadero sentido de estas palabras consiste en que los que dicen esto no preparen cosa alguna para el día siguiente, lo cual, si así fuere, esta oración convendría a pocos: a los Apóstoles, que recorrían el mundo con el objeto de enseñar, o casi a ninguno. Pero debemos interpretar de tal modo la doctrina de Jesucristo, que todos puedan adelantar en ella.
 
San Cipriano, de oratione Domini
El discípulo de Jesucristo debe pedir esta comida divina con el objeto de no hacer largo el deseo de su petición, el cual resultaría contrario y desagradable, como cuando deseamos vivir mucho tiempo en esta vida los que pedimos que el Reino de los Cielos venga prontamente. También puede decirse que añade: "Cotidiano", para que cada uno coma cuanto exige la razón natural y no cuanto pide el apetito carnal. Si en un convite gastas tanto cuanto puedes necesitar para cien días, ya no comes el alimento cotidiano, sino el de muchos días.
 
San Jerónimo
En el Evangelio que se intitula Según los Hebreos 1 se encuentra para significar el pan sobresustancial la palabra mohar, la cual quiere decir de mañana, para que así resulte, diciendo: Danos, hoy el pan de mañana, esto es el del porvenir.
 
Notas
1. Evangelio apócrifo.

12

"Y perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores". (v. 12)
 
San Cipriano, de oratione Domini
Después de pedir el recurso del alimento se encuentra el perdón del pecado, para que el que es alimentado por Dios viva en Dios y ya no se ocupe sólo de la vida presente, sino de la eterna, a la que puede llegarse si se perdonan los pecados, que Dios llama nuestras deudas, así como dice en otro lugar: "Te he perdonado toda tu deuda porque me lo has pedido". "Perdónanos nuestras deudas". Por lo que se nos advierte necesaria y saludablemente que somos pecadores, puesto que se nos invita a que roguemos por los pecados. Y para que no haya quien se complazca como inocente y, ensalzándose más, perezca, se le advierte que peca todos los días cuando se manda orar por los pecados cotidianamente.
 
San Agustín, de dono perseverantiae, 5
Con este dardo se traspasa a los herejes pelagianos, que se atreven a decir: "El hombre justo no tiene pecado alguno en esta vida, y en tales hombres ya existe en la vida presente la Iglesia, que no tiene mancha ni arruga".
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Mattheum, hom. 19,5
Que conviene a los fieles esta oración nos lo enseñan las leyes de la Iglesia y el principio de la oración, que nos enseña a llamar Padre a Dios. Luego el que manda a los fieles pedir el perdón de sus pecados demuestra -contra los novacianos- que después del bautismo se perdonan los pecados.
 
San Cipriano, de oratione Domini
El que nos enseñó a orar por nuestros pecados, nos prometió la misericordia del Padre, pero añadió claramente la ley, obligándonos con cierta condición a pedir que se nos perdonen nuestras deudas según nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y esto es lo que dice: "Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores".
 
San Gregorio Moralia, 1, 10
El bien que pedimos a Dios con contrición, concedámosle desde luego al prójimo desde el primer momento de nuestra conversión.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 8
Esto no se dice del dinero, sino de todas las ofensas que se nos hacen, y por esto también del dinero, pues nos ofende aquel deudor nuestro que pudiendo pagar el dinero que nos es en deber, no lo hace, y si no perdonamos esa ofensa, no podremos decir: "Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14
¿Con qué esperanza ruega, pues, el que conserva enemistad contra otro, por quien acaso ha sido ofendido? Como muchas veces sucede que el que ora miente a la vez -dice que perdona y no perdona-, así pide perdón a Dios y no se le concede. Pero muchos no queriendo perdonar a los que les ofenden, evitan hacer esta oración. ¡Necios! Primeramente, porque el que no ora así como Jesucristo enseña, no es discípulo de Cristo. Segundo, porque el Padre no oye con gusto la oración que no es inspirada por el Hijo. Conoce el Padre el sentido y las palabras de su Hijo y no recibe las que inventa la usurpación humana, sino las que dictó la sabiduría de Jesucristo.
 
San Agustín, Enchiridion, 73-74
Sin embargo, este bien tan grande -a saber, el perdonar las deudas y el amar a los enemigos-, no es propio de tantos como creemos al escuchar que se dice: "Perdónanos nuestras deudas, como perdonamos a nuestros deudores". Sin duda se cumplen las palabras de esta promesa en aquel hombre que, no adelantando tanto que ame a su enemigo, sin embargo, cuando se le ruega por el hombre que le ha ofendido para que lo perdone, lo perdona de corazón, queriendo a su vez que se le perdone cuando él lo pida. Pero aquel que ruega a un hombre a quien ha ofendido -si se mueve a rogarle por su propia culpa-, no puede considerarse todavía como su enemigo, para que le sea difícil el amarlo, como lo era cuando la enemistad se encontraba en su periodo álgido.

13

"Y no nos dejes caer en la tentación. Mas líbranos de mal. Amén". (v. 13)
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14
Como el Señor había mandado antes a los hombres que dijesen cosas magníficas, como son el llamar a Dios su Padre y pedir el que su reino venga a ellos, ahora se añade la enseñanza de la humildad, cuando se dice: "Y no nos dejes caer en la tentación".
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 9
Algunos códices tienen escrito: "Y no nos lleves a la tentación", lo cual creo que equivale, porque una y otra cosa han sido tomadas del griego, y muchos, interpretándolo, dicen así: "No permitas que seamos llevados a la tentación", explicando cómo debe entenderse la palabra dejes. Dios no induce por sí mismo a la tentación, pero permite que sea llevado aquel a quien niega su auxilio.
 
San Cipriano, de oratione Domini
En lo cual se manifiesta que nuestro enemigo nada podrá contra nosotros, si Dios no se lo permite antes, con el objeto de que todo temor y devoción de nuestra parte se convierta a Dios.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,9
Una cosa es ser llevado a la tentación, y otra cosa es ser tentado, porque ninguno puede ser probado sin tentación -ya sea tentado por sí mismo o por otro-. Cada uno es perfectamente conocido por Dios antes de sufrir ninguna tentación. No se pide, pues, aquí, que no seamos tentados, sino que no seamos llevados a la tentación, como si cualquiera a quien le fuere necesario probarse por medio del fuego, no ruega el que no sea mortificado por el fuego, sino el no ser quemado. Pero somos inducidos si caemos en tentaciones tales que nosotros no podemos resistir.
 
San Agustín, ad Probam, epístola 130,11
Cuando decimos, pues: "No nos dejes caer en tentación", nos aconseja que pidamos esto, no sea que, abandonados de su ayuda, consintamos en alguna tentación, o, engañados, accedamos afligidos.
 
San Cipriano, de oratione Domini
En lo cual se advierte nuestra debilidad y nuestra ignorancia, para que alguno no se ensalce indebidamente, para que, cuando precede una confesión humilde y sumisa, se conceda todo a Dios, quien nos dispensa entonces por su piedad lo que le pedimos humildemente.
 
San Agustín, de dono perseverantiae 5
Cuando los santos piden: "No nos lleves a la tentación", ¿qué otra cosa piden, sino la perseverancia en la santidad? Con esta gracia concedida por Dios -como se demuestra en realidad que es un don de Dios cuando se obtiene de El-, no hay ninguno de los santos que no obtenga la perseverancia en la santidad hasta el fin, así como ninguno deja de perseverar en su propósito de ser buen cristiano, si antes no es llevado a la tentación. Por lo tanto, pedimos no ser llevados a la tentación, para que esto no se haga. Y si no se hace, es porque Dios no permite que se haga. Nada se hace sino lo que El mismo hace o permite que suceda. Puede muy bien hacer que las voluntades se separen de lo malo y se inclinen a lo bueno, y que el caído se convierta y se dirija a encaminarse hacia El, a quien no en vano se dice: "No nos dejes caer en la tentación". Porque el que no es llevado a la tentación por su mala voluntad, a ninguna otra tentación puede ser llevado. "Cada uno es tentado por su concupiscencia", según dice Santiago ( Stgo 1,14). Dios quiso, pues, que le pidiésemos el no ser llevados a la tentación -lo cual podía concedernos aunque no se lo pidiésemos-, porque quiso que nosotros conociésemos de quién recibíamos los beneficios. Y el mismo santo añade: "Atienda la Iglesia a sus oraciones cotidianas ruega para que los incrédulos crean: luego Dios convierte a la fe; ora para que los que creen perseveren; Dios, pues, concede la perseverancia final".
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 9
Debemos pedir, no sólo el no caer en el mal cuando no hemos caído, sino también el librarnos de él cuando hayamos caído, y por ello sigue: "Mas líbranos de mal".
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Mattheum, hom. 19,6
Aquí se llama mal al demonio por su excesiva malicia, que no proviene de su naturaleza sino de su elección y por la guerra implacable que nos tiene declarada. Por esto se dice: "Líbranos de mal".
 
San Cipriano, de oratione Domini
Después de todas las cosas ya dichas, al final de la oración viene la cláusula que concluye todas nuestras preces, recopilada con una brevedad admirable. Nada queda ya que deba pedirse al Señor, cuando ya hemos pedido la protección de Dios contra todo lo malo, la cual una vez obtenida, ya podemos considerarnos seguros contra todas las cosas que el diablo y el mundo puedan hacer. ¿Qué miedo puede darnos el mundo si en él tenemos a Dios por defensor?
 
San Agustín, ad Probam, epístola 130,11
Y esto último que está puesto en la oración dominical, se conoce tan claramente, que el hombre cristiano en cualquier tribulación en que se encuentre, puede dar gemidos por medio de ella, y en ella derramar sus lágrimas. De aquí el que se exhorte a que termine la oración con esta palabra: Amén, en la que se demuestra el deseo del que ora.
 
San Jerónimo
Amén, pues -lo cual consta escrito al final-, es un signo de la oración dominical, el cual Aquila ha interpretado: fielmente, y nosotros podemos interpretar: verdaderamente.
 
San Cipriano, de oratione Domini
¿Qué de extraño tiene, si tal oración es la que Dios enseñó, que con una maestría sin igual recopile todas nuestras preces en tan saludables palabras? De aquí el que se dijo por medio de Isaías: "Dios hizo sobre la tierra una brevedad por medio de su palabra" ( Is 10,23). Y habiendo venido nuestro Señor Jesucristo para todos, a fin de abarcar igualmente a los sabios y a los ignorantes, con el objeto de dar preceptos para bien de todos los sexos y todas las edades, hizo un gran compendio de todos sus preceptos, para que los que se instruyen en la doctrina del cielo, no cansen su memoria, sino que aprendan prontamente lo que es necesario para creer con fe sencilla.
 
San Agustín, ad Probam, epístola 130,12
Cualesquiera otras palabras que digamos, que forman los afectos del que ora, o precediendo para que resplandezcan, o siguiendo para que crezcan, nada podemos añadir que no esté comprendido en esta oración dominical, si la decimos recta y convenientemente. El que dice, pues, como el Eclesiástico: "Date a conocer a todas las gentes, como te has dado a conocer a nosotros" ( Eclo 36,4), ¿qué otra cosa dice, sino el que sea santificado tu nombre? El que dice: "Dirige mis pasos según tu palabra" ( Sal 118,133), como David, ¿qué otra cosa dice más que "hágase tu voluntad"? El que dice: "Manifiéstanos tu faz y seremos salvos" ( Sal 79,4), ¿qué otra cosa dice sino que "venga a nos tu reino"? El que dice: "No me des pobreza y riqueza" ( Prov 30,8), como el autor de los proverbios, ¿qué otra cosa dice sino "el pan nuestro de cada día dánosle hoy"? El que dice: "Señor, acuérdate de David y de toda su mansedumbre" ( Sal 131,1) y: "Si pagué con mal a los que me lo hacían" ( Sal 7,5), ¿qué otra cosa dice más que "perdónanos nuestras deudas, como perdonamos a nuestros deudores"? El que dice: "Retira de mí las concupiscencias de la carne" (Ecle 23), como el Eclesiástico, ¿qué otra cosa dice más que "no nos dejes caer en la tentación"? El que dice: "Líbrame de mis enemigos, Dios mío" ( Sal 58,2), como David, ¿qué otra cosa dice más que "líbranos de todo mal"? Y si recorres todas las palabras de todas las preces santas, ninguna cosa encontrarás que ya no esté comprendida en la oración dominical. Cualquiera que dice una cosa que no pertenezca a esta oración, ora por afectos carnales, lo cual no sé cómo no se diga ilícitamente, cuando a los regenerados no se les enseña a orar sino espiritualmente. El que dice en su oración: "Señor, multiplica mis riquezas, y aumenta mis honores", y esto lo dice teniendo deseos de ellos, no fijándose en que pueda aprovechar a los hombres según desea Dios, creo que no podrá encontrar en la oración dominical algo que pueda adaptarse a esta clase de oración. Por ello, se avergüenza de pedir, acaso, lo que no puede desear. Y si de esto se avergüenza y la codicia vence, pedirá mejor que esto, que también le libre de este mal de la codicia, a Aquel a quien decimos: "Líbranos de mal".
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 11
Parece también que este número de siete conviene con el número de las bienaventuranzas. Si es con el temor de Dios con el que se hacen bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos, pidamos que sea santificado el nombre de Dios entre los hombres, y que permanezca su santo temor por los siglos de los siglos. Si la piedad es por medio de la cual los bienaventurados se hacen humildes, pidamos que venga su reino, para que seamos humildes y no nos opongamos a su voluntad. Si la ciencia es con la que son bienaventurados los que lloran, oremos para que se cumpla su voluntad así en la tierra como en el cielo, porque cuando el cuerpo consiente en las inspiraciones del espíritu, como la tierra se somete al cielo, no lloraremos. Si la fortaleza es con la que son bienaventurados los que tienen hambre, oremos para que nuestro pan cotidiano se nos conceda hoy, y podamos llegar por medio de él a la plenísima saciedad. Si es con un consejo saludable, con el cual los bienaventurados son misericordiosos para que Dios se apiade de ellos, perdonemos las deudas, para que se nos perdonen las nuestras. Si el entendimiento es con el cual son bienaventurados los de limpio corazón, oremos para no caer en la tentación, para que no tengamos un corazón con doblez, apeteciendo las cosas temporales y terrenas, acerca de las que versan todas nuestras tentaciones. Si es sabiduría aquélla con la cual son bienaventurados los pacíficos, puesto que se llamarán hijos de Dios, roguemos para que se nos libre de todo mal y esta misma libertad nos hará hijos libres de Dios.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,6
Como nos había hecho solícitos el recuerdo de nuestro enemigo el demonio, cuando el Señor nos enseñó a decir: "Líbranos de mal", otra vez nos da a conocer su atrevimiento en estas palabras que se encuentran en algunos libros griegos: "Puesto que suyo es el reino, y la virtud, y la gloria". Si el reino es suyo, nada tenemos que temer, porque quien pelea contra nosotros también le está subordinado. Siendo, pues, suya la virtud y la gloria infinita, no solamente puede librarnos de todo mal, sino también concedernos su gloria.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14
Todo esto pertenece a las cosas que preceden. Cuando dice: "Tuyo es el reino", corresponde a aquello que había dicho: "Venga tu reino", para que no haya alguno que diga: "Luego Dios no tiene reino en la tierra"; y en cuanto dice: "Y la virtud", corresponde a aquello que había dicho: "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo", para que no haya quien diga que Dios no puede hacer todo lo que quiere; y en cuanto dice: "Y la gloria", responde a todo lo que sigue en lo que aparece la gloria de Dios.

14-15

"Porque si perdonareis a los hombres sus pecados, os perdonará también vuestro Padre celestial los vuestros. Mas si no perdonareis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados". (vv. 14-15)
 
Rábano
Como nuestro Señor había dicho: Amén, había dado a entender que Dios concede indefectiblemente todo cuanto se pide bien, cuando los que piden no menosprecian el cumplir lo pactado en la condición añadida, y por esto se añade: "Pero si perdonáis a los hombres sus pecados."
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 11
En esto no debe pasarse en silencio que, de todas las sentencias, con las cuales el Señor nos mandó que orásemos, creyó oportunamente recomendarnos de una manera especial la que afecta a la remisión de los pecados, en la que quiso que fuésemos caritativos, lo cual es un consejo para evitar todas las debilidades.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14
No dice que primero nos perdona Dios para que después nosotros perdonemos a nuestros deudores. Dios sabe, pues, que los hombres mienten y que aun cuando obtengan el perdón de sus pecados, ellos no perdonan a sus deudores, por ello dice que primero perdonemos y que después pidamos nuestro perdón.
 
San Agustín, Enchiridion, 74
El que no perdona al que le pide perdón arrepentido de su pecado y no lo perdona de corazón, no espere en manera alguna que Dios le perdone sus pecados, y por ello añade: "Mas si no perdonareis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados".
 
San Cipriano, de oratione Domini
No podrás tener excusa alguna en el día del juicio, cuando seas juzgado según tu misma sentencia y cuando tú mismo sufras lo que has hecho con otros.
 
San Jerónimo
Pero está escrito: "Yo he dicho: sois dioses, pero vosotros como hombres moriréis". Esto se ha dicho por que los hombres han merecido ser tales, de dioses que eran, por sus pecados. Y en verdad que son llamados con razón hombres todos aquellos a quienes se les perdonan los pecados.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,7
Por lo tanto hace mención de los cielos y del Padre, para llamar la atención del que oye. Ninguna cosa se asemeja tanto a Dios, como perdonar a los que hacen alguna injuria. No es oportuno que sea feroz un hijo que procede de tal Padre. Y como está llamado a poseer el cielo, debe tener cierta propiedad en sus acciones, que se conforme con esta clase de vida.

16

"Y cuando ayunéis, no os pongáis tristes como los hipócritas. Desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que recibieron su galardón". (v. 16)
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15
Como la oración es fuerte cuando se hace con un espíritu humilde y con un corazón contrito, y como no puede decirse que el que disfruta de las delicias de esta vida tenga un corazón humilde y un corazón contrito -bien sabido es que la oración sin el ayuno es flaca y enferma- por lo tanto, todos aquéllos que han querido rogar por alguna necesidad, han juntado siempre el ayuno con la oración, porque el ayuno es el apoyo de la oración. Por esto, nuestro Señor después de habernos enseñado a orar nos habla del ayuno, diciendo: "Cuando ayunéis, no os pongáis tristes como los hipócritas". Sabía, pues, el Señor, que la vanagloria ataca a todo lo bueno, y por eso manda cortar la espina de la vanagloria que nace en buena tierra, para que no sofoque el fruto del ayuno. No puede suceder que no sufra el que ayuna; pero mejor es que el ayuno te manifieste a ti, que no tú al ayuno. No puede suceder que el que ayuna esté contento y por lo tanto no dijo: "No queráis aparecer tristes". Los que aparecen pálidos en virtud de algunas imposturas, éstos no están tristes, pero se fingen como tales. Por el contrario, el que está triste en virtud de un ayuno prolongado no aparece triste, sino que en realidad lo está. Y por esto añade: "Exterminan sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan".
 
San Jerónimo
La palabra exterminan, que en las Escrituras Sagradas ha perdido su vigor por equivocación de los intérpretes, significa mucho más que lo que de común se comprende. Son exterminados aquellos a quienes se destierra, porque son enviados fuera de los términos. En vez de esta palabra exterminan, debemos usar siempre la palabra descomponen. Descompone el hipócrita su rostro, para manifestar tristeza, y cuando está alegre en su alma lleva el luto en su cara.
 
San Gregorio, Moralia, 8, 30
Porque unas veces se presentan pálidos, su cuerpo como que se cae de debilidad, el pecho se levanta por los suspiros que lo agitan, y nada buscan con tanto trabajo sino el conseguir la humana estimación.
 
San León Magno, in sermone 4 de Epiphania, 5
No son buenos los ayunos que no provienen del convencimiento de la conciencia, sino del arte de engañar.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15
Si el que ayuna aparece triste, es un hipócrita, pero ¿cuánto peor es el que no ayuna, pero que pinta en su rostro, por medio de invenciones de su imaginación, cierta palidez en señal de que ayuna?
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 12
Debe advertirse especialmente en este capítulo que puede haber jactancia, no sólo en el brillo y en la apariencia de las cosas corporales, sino también en las mismas miserias dignas de lamentarse. Esto es tanto más peligroso en cuanto engaña, porque se hace aparecer con el nombre de servicio de Dios. El que brilla por el cuidado excesivo de su cuerpo, y por el brillo de su vestido y de las demás cosas que le adornan, fácilmente puede comprenderse que es amigo de seguir las pompas y vanidades del mundo, y no engaña a los demás con la apariencia de una santidad engañosa. Pero el que profesando la imitación de Cristo hace que se fijen los ojos de los demás hombres en su extraordinaria tristeza, en los harapos con que se viste a este fin -cuando haga esto por su propia voluntad, y no lo sufra por necesidad-, puede muy bien ser conocido por las demás obras que practique, si esto lo hace por desprecio del lujo superfluo o por algún mal fin.
 
Remigio
El fruto del ayuno de los hipócritas se manifiesta en las palabras que a continuación dice el Salvador: "Para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que recibieron su galardón".

17-18

"Mas tú, cuando ayunas, unge tu cabeza y lava tu cara para no parecer a los hombres que ayunas, sino solamente a tu Padre, que está en lo escondido: y tu Padre, que ve en lo escondido, te galardonará". (vv. 17-18)
 
Glosa
Enseñó Jesucristo lo que no debía hacerse, y ahora enseña lo que debe hacerse, diciendo: "Mas tú, cuando ayunas, unge tu cabeza, etc.".
 
San Agustín de sermone Domini, 2, 12
Suele preguntarse el significado de lo que aquí se dice. No es posible creer que Jesucristo mandase que aunque lavemos la cara todos los días, cuando ayunamos debamos untar nuestros cabellos, lo cual todos consideran como muy impropio.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15
Por lo tanto, si manda que no estemos tristes, para que por medio de la tristeza no manifestemos a los hombres que ayunamos, ¿por qué manda ungir la cabeza y lavar la cara? Con todo, la unción de la cabeza y el acto de lavarse la cara, si los que ayunan los observan siempre, concluirán por ser señales de ayuno.
 
San Jerónimo
Pero aquí se habla de la costumbre que había en Palestina de ungirse la cabeza en los días de fiesta. Así, el Señor mandó que cuando ayunemos, nos manifestemos contentos y alegres.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15
La interpretación sencilla de esto es que no debe entenderse literalmente, así como lo demás que antecede, como si dijese: "Debes estar tan lejos de la ostentación del ayuno, que si es posible (lo cual no es muy oportuno), debes hacer aun lo que, por el contrario, parece ser indicio de lujuria o de comida", y por eso sigue: "Para no parecer a los hombres que ayunas".
 
San Juan Crisóstomo homiliae in Matthaeum, hom. 20,1
Hablando de la limosna no dijo sencillamente esto, sino que dijo que la limosna no debe hacerse en presencia de los hombres, añadiendo: "Para ser vistos por ellos". Pero en el ayuno y en la oración no añadió esto, porque la limosna es imposible que esté oculta en absoluto, pero la oración y el ayuno sí. No es pequeño fruto el menosprecio de la gloria humana. Es entonces cuando uno está libre del yugo de los hombres. Y obrando no por ellos sino por la virtud, se ama realmente esta última y se obra por ella misma. Así como nosotros estimamos la afrenta cuando la sufrimos, no por nosotros sino por otros a quienes amamos, así no conviene practicar la virtud para que otros lo vean, ni obedecer a Dios por los hombres, sino por el mismo Dios. Y por ello sigue: "Sino solamente a tu Padre que está en lo escondido".
 
Glosa
Esto es, a tu Padre celestial, que es invisible o que habita en el corazón por medio de la fe. Ayuna para Dios el que se mortifica por su amor, y el que da a otro aquello de lo que se priva a sí mismo.
Prosigue el Salvador: "Y tu Padre que ve en lo escondido, etc."
 
Remigio
Es suficiente para ti que quien conoce tu conciencia sea el mismo que te ha de premiar.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15
Espiritualmente se entiende la conciencia por cara del alma. Así como en presencia de los hombres es agradable una cara limpia, así ante los ojos de Dios es hermosa una conciencia pura. Los hipócritas que ayunan para agradar a los hombres destruyen estas dos caras, queriendo engañar a la vez a Dios y a los hombres. Todo pecado lacera la conciencia. Si habéis limpiado vuestra alma de pecado y habéis lavado vuestra conciencia, ayunáis como debéis hacerlo.
 
San León Magno, in sermone 6 de Quadragesima, 2
Es preciso realizar el ayuno, no privándose solamente de los alimentos, sino procurando evitar el pecado y los vicios. Dado que no nos mortificamos sino para extinguir en nosotros la concupiscencia. Y el resultado de la mortificación debe ser el abandono de las acciones deshonestas y de las voluntades injustas. Esta manera de entender las exigencias de la fe no excusa a los que están enfermos de practicarlas, pues en un cuerpo lánguido puede encontrarse un alma sana.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15
En sentido espiritual, Cristo es vuestra Cabeza. Dad de beber al sediento y dad de comer al hambriento, y así habréis incensado con perfumes a vuestra cabeza, a saber, a Cristo que dice en el Evangelio: "Lo que habéis hecho con uno de estos pequeños lo habéis hecho conmigo" ( Mt 25,40).
 
San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 16,6
Dios aprueba aquel ayuno que hace quien da limosna a los demás. Todo esto de lo cual te privas a ti mismo, lo entregas a otros, para que por lo mismo por lo que tu carne es afligida, se fortifique la carne de tu prójimo pobre.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 12
Consideramos a la cabeza como la razón, porque se encuentra en la parte superior del alma y gobierna los demás miembros del cuerpo. Luego el ungir la cabeza es tanto como alegrarse. Alégrese interiormente porque ayuna, el que ayunando se separa de las aspiraciones del mundo para quedar sometido a Dios.
 
Glosa
He aquí por qué en el Nuevo Testamento no todas las cosas pueden entenderse al pie de la letra. Es ridículo creer que debemos derramar aceite sobre nosotros cuando ayunamos. Lo que debemos hacer es ungirnos con el espíritu del amor de Aquél de cuyos sufrimientos debemos participar, mortificándonos y ungiendo nuestras inteligencias.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15
Propiamente hablando, debe lavarse la cara, pero no la cabeza que debe ser ungida. Todo el tiempo que vivimos en este cuerpo, nuestra conciencia está manchada por los pecados. Pero Jesucristo que es nuestra cabeza, no cometió pecado alguno.

19-21

"No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra, donde el orín y la polilla los consumen: y en donde los ladrones los desentierran y roban. Mas atesorad para vosotros tesoros en el cielo, en donde ni los consume orín ni polilla, y en donde los ladrones no los desentierran ni roban. Porque en donde está tu tesoro, allí también está tu corazón". (vv. 19-21)
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 20,2
Después de que manifestó la malicia de la vanagloria, creyó el Salvador muy oportuno hablar del menosprecio de las riquezas. Ninguna otra cosa hace desear tanto las riquezas como el deseo de la gloria. Por esto los hombres presentan gran número de criados, caballos cubiertos de oro y mesas adornadas con plata. No para reportar de ello alguna utilidad sino para hacer ostentación delante de muchos. Y esto es lo que dice el Señor cuando continúa: "No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra".
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 13
Si alguno hace estas cosas con el objeto de conseguir algún beneficio terreno, no podrá decirse que tiene el corazón limpio aquel que se complace con las cosas de la tierra. El que se une a una naturaleza inferior, mancha la suya, aunque aquélla a la que se ha unido no esté manchada en su especie. Y así como el oro se deteriora cuando se mezcla con plata pura, así también nuestra alma se mancha cuando se mezcla con la tierra, por muy buena que sea en su clase 1.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15
Como nuestro Señor nada había enseñado acerca de la limosna, de la oración y del ayuno, sino que sólo había reprobado el su fingimiento, ahora de las tres cosas mencionadas deduce tres consecuencias de enseñanza. La primera de ellas afecta a la limosna de esta manera y en este orden: "No queráis atesorar para vosotros, etc". "Cuando das limosnas, no quieras tocar la trompeta delante de ti"; y después prosigue: "No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra". Aquí, en primer lugar, da consejo para que se haga limosna; en segundo lugar manifiesta cuál sea la utilidad de la limosna; y en tercero, exhorta a que el temor de la pobreza que pueda sobrevenir, no impida a la voluntad dar limosna.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 20,2
Habiendo dicho: "No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra", añade: "En donde los consume orín y polilla", para demostrar que los tesoros de la tierra, tanto por el lugar como por las personas los dañan, perjudican, mientras que los del cielo producen gran utilidad. Por esto decía: "¿Por qué temes que se te acabe el dinero si das limosna? Da, pues, limosna y ella te traerá el aumento de las riquezas, porque se añadirán las que están en el cielo, las cuales perderás si no das limosna". Y no dijo: "Las dejarás a otro", porque esto es agradable a los hombres.
 
Rábano
Pone tres cosas, según las tres clases de riquezas: los metales se destruyen por el orín, los vestidos por la polilla. Pero hay otras cosas a las que no afecta ni el orín ni la polilla, como son las piedras preciosas, y por eso pone su destrucción a los ladrones que pueden robar toda clase de riquezas.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15
En otros textos se encuentra: "Porque los destruyen la comida y la polilla". Todos los bienes del mundo pueden destruirse de tres maneras. O por sí mismos, como cuando se vuelven viejos y se llenan de polilla, según acontece a los vestidos. O por los mismos dueños que se los comen, viviendo con lujuria. O por los extraños, cuando engañan a los propios dueños por medio del fraude, o por la fuerza, o por las calumnias, o por otro modo cualquiera. Es decir, todos los que se llaman ladrones, porque desean hacer que las cosas ajenas les sean propias. Pero dirás: ¿Acaso los que hacen estas cosas también las pierden? Pero que mientras que unos, hablando con propiedad, no las pierden, sí las pierden los otros, a quienes se las arrebatan. En verdad, las riquezas mal conservadas pueden perderse fácilmente, si no de una manera material, de una manera espiritual, porque no aprovechan a su dueño para conseguir su salvación.
 
Rábano
Hablando de una manera alegórica, el orín significa la soberbia, que oscurece el brillo de las virtudes, y la polilla, que muerde el buen deseo, y por esto descompone lo compacto de la unidad. Ladrones son los herejes y los demonios, que siempre están dispuestos a quitarnos las gracias espirituales.
 
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5
Por lo demás, la alabanza celestial es eterna y no puede ser robada por el hurto del ladrón, ni mortificada por el orín y la polilla de la envidia. Y por ello prosigue: "Mas atesorad para vosotros tesoros en el cielo, en donde ni lo consume orín ni polilla, y en donde los ladrones no los desentierran ni los roban".
 
San Agustín de sermone Domini, 2, 13
Yo no considero en este lugar el cielo como una cosa corpórea, porque todo cuerpo es tierra. Debe despreciar todas las cosas del mundo aquél que atesore para sí tesoros en el cielo, del que se ha dicho: "El cielo son los cielos para Dios" ( Sal 113,16), esto es, en el firmamento espiritual. El cielo y la tierra pasarán. No debemos, pues, colocar nuestro tesoro en lo que puede pasar (o constituir nuestro corazón), sino en lo que permanece siempre.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15
¿Qué es, pues, mejor, el amontonar sobre la tierra, donde no es segura su conservación, o en el cielo, donde es segura su defensa? ¡Qué necedad tan grande es amontonar bienes donde se ha de dejar, y no enviarlos allí a donde se ha de ir! Coloca tus riquezas allí donde tienes tu patria.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 20,3
Como no todo tesoro de la tierra se destruye por el orín y la polilla ni se roba por los ladrones, añade aquello diciendo: "Donde está tu tesoro, allí está tu corazón". Como si dijese: "Aun cuando no suceda lo primero, no sufrirás pequeña pérdida, apegado a las cosas inferiores, hecho su esclavo, caído del cielo e incapaz de pensar en las cosas sublimes".
 
San Jerónimo
Esto no debe entenderse solamente del dinero, sino de todas las cosas que se poseen en la tierra. Para el goloso, su dios es el vientre; para el lascivo, su tesoro es la impureza; para el amante, la liviandad. Cada uno es esclavo del que le ha vencido. Allí, pues, tiene su corazón donde tiene su tesoro.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15
Ahora trata sobre la utilidad que se percibe cuando se hace limosna. El que coloca su tesoro en la tierra nada tiene que esperar en el cielo. ¿Qué esperará encontrar en el cielo aquel que nada ha enviado? Por lo tanto, peca dos veces: primero, porque atesora cosas malas, segundo, porque tiene su corazón fijo en la tierra. Asimismo, por causas contrarias obra bien doblemente quien atesora tesoros en el cielo.
 
Notas
1. Por esta metáfora no debe entenderse un rechazo a la materia y a las cosas creadas, sino más bien el rechazo al pecado.

22-23

"La antorcha de tu cuerpo es tu ojo. Si tu ojo fuere simple, todo tu cuerpo será luminoso. Mas si tu ojo fuere malo, todo tu cuerpo será tenebroso. Pues si la lumbre que hay en ti, son tinieblas, ¿cuán grandes serán las mismas tinieblas?" (v. 22-23)
 
San Juan Crisóstomo homiliae in Matthaeum, hom. 20,3
Después que hizo mención del entendimiento reducido a esclavitud y cautivado, como esto no podía conocerse fácilmente por muchos, pasa a enseñar sobre cosas exteriores, diciendo: "La antorcha de tu cuerpo", etc. Como diciendo: "Si no has conocido aún qué se entiende por detrimento del entendimiento, conócelo ahora en las cosas temporales". Lo que es el ojo para tu cuerpo, eso es el entendimiento para tu alma. Así como una vez perdidos los ojos se pierde el poder para obrar en los demás miembros, porque se les apaga la luz, así, una vez oscurecida la inteligencia, la vida es abrumada por muchos males.
 
San Jerónimo
Todo esto se refiere a los sentidos, del mismo modo que el cuerpo queda en tinieblas si el ojo no está sano, así el alma, si pierde su inocencia, todos sus sentidos (o lo que es lo mismo, la parte sensible del alma), quedan envueltos en la oscuridad. Por ello dice: "Pues si la lumbre que hay en ti son tinieblas, ¿cuán grandes serán las mismas tinieblas?" Esto es, si el sentido, que es la luz del alma, se oscurece por el vicio, verás cómo aquello que es oscuro por sí mismo será envuelto en tinieblas.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15
Parece que aquí no habla del ojo corporal ni de este cuerpo que se ve en el exterior, porque entonces hubiera dicho: "Si tu ojo fuere sano o enfermo". Pero lo que dice es: "Sencillo o malo". ¿De qué le serviría como luz exterior tener un ojo benigno pero enfermo? Y si le tuviese maligno, pero sano, ¿no le sepultaría en las tinieblas?
 
San Jerónimo
El hombre que tiene los ojos legañosos ve multiplicadas las luces, mientras que el ojo simple y puro ve las cosas simples y puras.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15
O bien se habla del ojo interior, no del exterior. Este lucero es la inteligencia, por medio de la cual el alma ve a Dios. Todo aquél que tiene su corazón inclinado hacia Dios tiene su ojo luciente, esto es, su inteligencia está limpia y no está oscurecida por las concupiscencias de la tierra. Las tinieblas, pues, en nosotros, son los sentidos corporales, que siempre apetecen las cosas que son propias de las tinieblas. Por lo tanto, el que tiene su ojo limpio, esto es, la inteligencia espiritual, conserva su cuerpo luminoso, esto es, sin pecado, pues aunque la carne desea las cosas malas el hombre la mortifica por medio del temor divino. Pero el que tiene su ojo malo, esto es, la inteligencia oscurecida por la maldad o perturbada por la concupiscencia, tiene su cuerpo tenebroso. No resiste a la carne cuando desea las cosas malas, porque no tiene esperanza en el cielo, que es la que nos concede valor para resistir a las pasiones.
 
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5
Hablando del oficio de la luz del ojo, expresó también la luz del corazón, la que, si es sencilla y luciente, permanecerá así, dando al cuerpo la claridad de la eterna luz, e infundirá a la corrupción de la carne el esplendor de su origen, esto es, en la resurrección. Pero si está oscurecido por los pecados y la mala voluntad, el ojo será malo y la naturaleza del cuerpo estará sujeta a los vicios de la inteligencia.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 13
O bien debemos entender aquí por ojo nuestra intención, la cual si está limpia y es recta, todas las obras que hacemos según ella son buenas, y a todas éstas llamó Jesús "todo el cuerpo". También el Apóstol llama miembros nuestros a nuestras mismas obras, cuando dice en su carta a los Colosenses: "Mortificad vuestros miembros que están sobre la tierra: la fornicación, la inmundicia", etc ( Col 3,5). Debe considerarse lo que cada uno hace no por la manera que cada uno lo haga, sino según el fin que se proponga. Esta es, pues, en nosotros la luz, porque siempre creemos que hacemos con buen fin todo lo que hacemos: todo lo que se manifiesta se llama luz ( Ef 5,13). Los hechos que se realizan en la sociedad de los hombres tienen para nosotros un éxito dudoso, y por esto los llamó tinieblas. ¿Puedo yo saber, cuando doy una limosna a un pobre, qué es lo que hará con ella? Luego si la misma intención del corazón que ya te es conocida, se oscurece con el deseo de las cosas temporales, con mucha más razón el mismo hecho cuyo resultado es incierto, será tenebroso, porque aun cuando de él resulte alguien beneficiado, como tú no ibas con buena intención, no podrá decirse que aquel beneficio se deba a ti en la forma que haya podido resultarle al otro. Pero si haces algo con buena intención, esto es, con el fin de hacer una obra de caridad, entonces tus acciones serán puras y agradarán en la presencia del Señor.
 
San Agustín, contra mendacium, 7
Las cosas que son ciertamente pecados no pueden hacerse con buena intención, sea lo que fuere. Todas las acciones de los hombres, según respondan a causas buenas o malas, se llamarán también buenas o malas, cuando por sí mismas no sean pecados. Así como es bueno dar de comer a los pobres si esto se hace por caridad, así también es malo si esto se hace por jactancia. Pero cuando las acciones son ya pecados en sí mismas como el robo, el estupro y otras cosas por el estilo, ¿quién dirá que pueden hacerse por buen motivo, o que no son pecado? Entonces diría cualquiera: "Robemos a los ricos para que tengamos qué dar a los pobres".
 
San Gregorio Magno, Moralia, 28, 15
O de otro modo: "Si la luz que está en ti son tinieblas", etc. Si aquello que hemos empezado a hacer con buen fin lo estropeamos con una intención torcida, ¿cuánto más tenebrosas serán las cosas que no ignoramos que sean malas, aun cuando las hacemos?
 
Remigio
La fe se asemeja a la antorcha, porque por ella se ilumina la marcha del hombre interior, esto es, su acción, para que no tropiece, según aquellas palabras del Salmo: "Tu palabra es la antorcha para mis pies" ( Sal 118,105). Pues si ésta estuviese limpia y fuere sencilla, todo tu cuerpo estaría perfectamente iluminado, pero si estuviese sórdida, todo tu cuerpo será tenebroso. O bien por antorcha se entiende el jefe de una iglesia, el cual, con toda propiedad, se llama el ojo, porque debe procurar el bien de toda la feligresía sujeta a él, que sería el cuerpo. Por lo tanto, si el jefe de una iglesia se equivoca, ¿con cuánta más razón se equivocará el pueblo que le está encomendado?

24

"Ninguno puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o al uno sufrirá y al otro despreciará. No podéis servir a Dios y a las riquezas". (v. 24)
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16
Había dicho el Señor antes que el que tiene una inteligencia espiritual podrá conservar su cuerpo sin pecado, pero el que no la tiene no puede. La razón de esto la añade cuando dice: "Ninguno puede", etc.
 
Glosa
Se ha dicho arriba que una intención terrena hace malo lo que es bueno, de donde alguno ha podido deducir: "Yo haré obras buenas con fines temporales y con fines celestiales". Contra lo cual dice el Señor: "Ninguno puede servir a dos señores".
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 21,1
Ya había el Señor refrenado la tiranía de la avaricia con muchas y grandes razones pero ahora añade otras más amplias. Las riquezas no nos dañan precisamente porque arman a los ladrones contra nosotros y porque oscurecen nuestra inteligencia, sino porque también nos separan de Dios. Y esto lo prueba con una razón muy fácil de comprender: "Ninguno puede servir a dos señores". Dice dos, porque mandan cosas contrarias. Si se entendiesen no serían dos sino uno, y manifiesta esto por lo que añade en seguida: "Porque aborrecerá al uno y amará al otro, o al uno sufrirá y al otro despreciará". Pone dos para demostrar que es fácil el tránsito a otra cosa mejor, diciendo: "Me he hecho esclavo del dinero" (amando las riquezas). Y demuestra que es posible llegar a otro estado, a saber, no sufriendo la esclavitud, sino despreciándola.
 
Glosa
O bien se refiere el Señor a dos clases de sirvientes: unos sirven con gusto y por afecto, y otros servilmente y por temor. Cuando uno sirve por cariño a uno de dos señores enemigos, es necesario que aborrezca al otro. Pero si le sirve por temor, se hace necesario que mientras obedece a uno aborrezca al otro. Si las cosas terrenas, o Dios, dominan en el corazón del hombre, éste se halla atraído por fuerzas contrarias. Dios, atrayendo a su siervo hacia las cosas sublimes, y la tierra que le inclina hacia las cosas inferiores. Por esto, como poniendo fin, añade: "No podéis servir a Dios y a las riquezas".
 
San Jerónimo
La palabra mammona en siríaco quiere decir riquezas. Oiga esto el avaro que se honra con el nombre de cristiano: no se puede a la vez servir a Dios y a las riquezas. Y sin embargo no dijo: "El que tiene riquezas", sino: "El que sirve a las riquezas". El que es esclavo de las riquezas las guarda como esclavo, pero el que sacude el yugo de su esclavitud, las distribuye como señor.
 
Glosa
Por mammona se entiende también al diablo, que preside a las riquezas; no porque pueda darlas, a menos que Dios se lo permita, sino porque engaña a los hombres por medio de ellas.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 14
El que sirve, pues, a la mammona (esto es, a las riquezas) también sirve a aquel que, puesto a la cabeza de todas ellas por razón de su perversidad, es llamado por Dios príncipe de este mundo. O de otro modo, manifiesta quiénes son estos dos señores cuando dice: "No podéis servir a Dios y a las riquezas", o lo que es lo mismo, a Dios y al diablo, porque el hombre aborrecerá a éste y amará al otro (esto es, a Dios), o sufrirá al uno y despreciará al otro. Sufre un duro dominio todo el que sirve a las riquezas. Cegado por su codicia, vive sometido al diablo, y no lo quiere. Como aquel que está unido a la sierva de otro por la concupiscencia, sufriendo una dura esclavitud, aun cuando no ame a aquél cuya sierva ama. Obsérvese que ha dicho: "Y despreciará al otro", y no: "Le aborrecerá", porque apenas hay conciencia que pueda aborrecer a Dios. Mas se le puede despreciar, esto es, no temerle a causa de la confianza que inspira su bondad.

25

"Por lo tanto os digo: No andéis afanados para vuestra alma qué comeréis, ni para vuestro cuerpo qué vestiréis. ¿No es más el alma que la comida y el cuerpo más que el vestido?" (v. 25)
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 15
El Señor había enseñado antes que aquel que quiere amar a Dios y cuidar de no ofenderlo no debe hacerse la ilusión de que puede servir a dos señores a la vez, con el fin de que el corazón no se divida, aunque ya no busque las cosas superfluas y sí las necesarias. Así, con el objeto de que la intención no se incline a separarse de unas y de otras, añade diciendo: "Por lo tanto os digo: No andéis afanados para vuestra alma qué comeréis, etc."
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 21,2
No dijo esto porque el alma necesite de comida (pues es incorpórea), sino que habló según era común costumbre. Por lo demás, el alma no puede permanecer en el cuerpo si éste no se alimenta.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,15
Debemos creer que aquí se entiende por alma la vida sensible.
 
San Jerónimo
En algunos códices se ha añadido: "Ni qué bebáis". Luego se refiere a aquello que la naturaleza concede a las fieras, a las bestias y también a los hombres, y siéndonos esto común, no podemos vivir libres de este cuidado. Pero se nos manda que no andemos solícitos acerca de lo que hemos de comer, porque con el sudor de nuestra frente debemos prepararnos el pan. El trabajo debe ejercitarse, mas se debe evitar el afán. Lo que aquí se dice debemos entenderlo respecto de la comida carnal y del vestido. Por lo demás, respecto de las comidas espirituales y de los vestidos, siempre debemos ser solícitos.
 
San Agustín, de haeresibus, 57
Se llaman euquitas, ciertos herejes que opinan que no es lícito al monje trabajar para sostener la vida, y que por lo tanto, todos los monjes deben hacer profesión de abstenerse en absoluto del trabajo.
 
San Agustín, de opere monachorum, 1ss
Dicen, pues: no les mandó el Apóstol que se ocupasen en trabajos corporales, en los que se ejercitan los labradores y los artesanos, cuando dijo ( 2Tes 3,10): "El que no quiera trabajar que no coma". Y no podría en absoluto ser contrario al Evangelio, cuando dice el Señor: "Por lo tanto os digo: No andéis solícitos".
En las palabras del Apóstol debemos entender los trabajos espirituales, acerca de los que dice en su primera carta a los fieles de Corinto ( 1Cor 3,6): "Yo he plantado, Apolo ha regado". Y así piensan obedecer a la vez a la sentencia apostólica y evangélica, admitiendo que el Evangelio mandó no cuidarse de la indigencia corporal de esta vida, y que el Apóstol dijo del trabajo y la comida espiritual: "El que no quiere trabajar que no coma". Primeramente probemos que el Apóstol quiso que los que sirven a Dios se ejerciten en trabajos corporales. Había empezado diciendo ( 2Tes 3,7-10): "Vosotros sabéis cómo debéis imitarnos: nosotros no hemos andado inquietos entre vosotros, ni hemos comido el pan de alguno sin ganarlo antes; puesto que hemos pasado el día y la noche sufriendo con el trabajo y la fatiga para no ser gravoso a ninguno; no porque no tuvimos poder, sino para enseñaros a vivir en la forma en que nos debéis imitar. He ahí por qué, mientras hemos estado entre vosotros, os hemos dicho que, si alguno no quiere trabajar, no coma". ¿Qué puede decirse respecto de esto, cuando con su ejemplo había enseñado lo mismo que mandaba, esto es, a trabajar corporalmente? Que el Apóstol trabajaba corporalmente se manifiesta en los Hechos de los Apóstoles ( Hch 18,2-3) con este pasaje: "Permaneció con Aquila y con su mujer Priscila, trabajando con ellos; eran, pues, constructores de tiendas de campaña" ( Hch 18,3). Y sin embargo Dios había constituido al Apóstol como predicador del Evangelio, como soldado de Cristo, como plantador de su viña, como pastor de su rebaño, y por lo tanto para que viviese del Evangelio. El, con todo, nunca exigió lo que se le debía, para dar ejemplo a los demás que desean exigir aun lo que no se les debe.
Oigan, pues, los que no tienen el poder que aquél tenía, para que trabajando, no ya solamente con el espíritu, coman el pan ganado con su trabajo corporal ( Hch 21). Si son evangelistas, si son ministros del altar, si son los que administran los sacramentos, tienen facultades para ello. Si acaso tenían algo en el mundo con lo que pudiesen fácilmente y sin trabajo material sostener esta vida, después de convertirse al Señor lo distribuyeron a los pobres. Debe creerse su imposibilidad de ganar el pan y proveer a sus necesidades, y no atender al lugar en el cual han invertido lo que tenían, puesto que todos los cristianos forman una sociedad ( Hch 22). Pero en cuanto a los que vienen a la profesión del servicio de Dios dejando la vida rústica, el taller u otra profesión manual, no pueden excusarse de trabajar. De ningún modo conviene que allí donde los senadores trabajan, los obreros vivan ociosos, y que adonde vienen después de haber abandonado sus complacencias los que fueron dueños de predios, allí se hagan delicados los rústicos. Así cuando el Señor dice: "No queráis andar solícitos", no lo dice con el objeto de que no busquen lo necesario con lo que puedan vivir honradamente, sino para que no se fijen en estas cosas, y que no sea por ellas que hagan todo lo que se manda en la predicación del Evangelio, cuya intención llamó ojo más arriba.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 21,2
Puede continuarse de otro modo. Habiendo dicho el Señor que debe despreciarse el dinero para que algunos no dijesen: "¿Cómo podremos vivir si abandonamos todo?", añade: "Y por lo tanto os digo: No andéis solícitos", etc.
 
Glosa
Esto es, por las cosas temporales, para que no prescindáis de las eternas.
 
San Jerónimo
Se nos manda que no andemos solícitos acerca de lo que hemos de comer, porque nos buscamos la comida con el sudor de nuestra frente. Por lo tanto debe trabajarse, pero debe evitarse la preocupación.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16
Debe adquirirse el pan, no por medio de afanes espirituales, sino por medio de trabajos corporales, cuyo pan abunda para los que trabajan puesto que Dios se lo concede como premio de su laboriosidad y se lo oculta a los perezosos como castigo. Confirma, pues, el Señor nuestra esperanza, razonando así de mayor a menor: "¿Acaso el alma no vale más que la comida, y el cuerpo más que el vestido?".
 
San Jerónimo
El que asiente a lo mayor también asentirá a lo menor.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16
Si Dios no hubiera querido conservar lo que existía, no lo hubiera creado. Pero a lo que ha creado para que se sostenga por medio del alimento, es preciso que le dé la comida, tanto tiempo cuanto quiere que exista lo que ha hecho.
 
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5
O de otro modo, como el sentido de estas palabras se ha adulterado respecto del cuidado que debemos tener por las cosas futuras, y como los infieles se han burlado respecto de lo que habrá de suceder con los cuerpos en la futura resurrección y de lo que constituirá el alimento en la vida eterna, Dios reprende por lo tanto la malicia de esta cuestión tan inútil, diciendo: "¿Acaso el alma no es más que la comida?". No permite, pues, que nuestra esperanza acerca del porvenir en la resurrección se detenga con preocupación de la comida, de la bebida y del vestido, con el fin de que con esa inquietud por las cosas mínimas no se infiera ofensa alguna al que ha de devolvernos el cuerpo y el alma.

26-27

"Mirad las aves del cielo que no siembran, ni siegan, ni amontonan en hórreos; y vuestro padre celestial las alimenta. ¿Pues no sois vosotros más que ellas? ¿Y quién de vosotros discurriendo puede añadir un codo a su estatura?" (vv. 26-27)
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16
Después que ha confirmado nuestra esperanza el divino Maestro razonando de mayor a menor, ahora vuelve a confirmarla razonando de menor a mayor, cuando dice: "Mirad las aves del cielo, que no siembran ni siegan".
 
San Agustín, de opere monachorum, 23
Algunos dicen que no deben trabajar, por la misma razón que las aves del cielo ni siembran ni siegan: ¿por qué no atienden a lo que sigue: "Ni recogen en graneros"? ¿Por qué éstos quieren tener sus manos ociosas, y a la vez llenos sus almacenes? ¿Por qué, finalmente, muelen y cuecen? Las aves del cielo no hacen estas cosas. Y si encuentran algunos a quienes esto persuada, que les traigan todos los días comidas preparadas. Por lo menos sacan agua de las fuentes, o de las cisternas, o de los pozos, los agotan y los reponen, lo cual no hacen las aves. Mas si ni aun se ven precisados a llenar sus vasos de agua, han adelantado con un nuevo grado de virtud aun a los primeros cristianos de Jerusalén, quienes hicieron pan, o procuraron que se hiciese del trigo que se les había enviado de Grecia, lo cual no hacen las aves. No pueden tampoco observar estas cosas, esto es, el no guardar para mañana, aquellos que se separan por muchos días del trato de los hombres, y se encierran, no permitiendo la entrada a nadie, viviendo con el alto fin de hacer oración.
Cuanto más santos son, más desemejantes se muestran de las aves. Por consiguiente, lo que dice el Señor respecto de las aves del cielo, se refiere a convencernos que ninguno debe creer que Dios no se cuida de procurar lo necesario a los que le sirven, siendo así que su Providencia se extiende hasta gobernar estas cosas. Y no se diga por esto que Dios no alimenta a aquellos que trabajan con sus manos, ni por aquello que dijo el Señor ( Sal 49,15): "Invócame en el día de la tribulación, y te sacaré de ella", no debió huir el a Apóstol ( Hch 9), sino esperar que lo prendiesen y que Dios lo librase, como a los tres niños de en medio del fuego. Así como los santos al huir de este modo podían contestar a esta dificultad, diciendo que no deben tentar a Dios, sino que entonces Dios, si quisiese, haría tales cosas para librarlos como libró a Daniel ( Dn 6) de entre los leones y a San Pedro de las cadenas ( Hch 12) cuando ellos no podían hacer nada y que, por otra parte, aunque les permite la huida y por medio de ella pueden librarse, no son ellos, sino Dios quien los libra. Así también los siervos de Dios, que pueden ganarse el sustento con sus manos, si alguno les argumenta con las palabras del Evangelio en esta parte que habla de las aves del cielo que ni siembran ni siegan, pueden responder con toda oportunidad: "Si nosotros por alguna enfermedad u ocupación no podemos trabajar, el Señor nos alimentará, como alimenta a las aves del cielo que no trabajan. Cuando podemos trabajar, no podemos tentar a Dios, porque todo lo que podemos hacer, lo podemos por su auxilio, y todo el tiempo que aquí vivimos, por su largueza vivimos, pues nos ha dado el que podamos vivir, y El nos alimenta del mismo modo que alimenta a las aves, como se dice: "Y vuestro Padre celestial las alimenta: ¿acaso no se cuidará de vosotros con mucha más razón?...".
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 15
Esto es, vosotros valéis mucho más, porque siendo seres racionales, como lo es el hombre, se os ordena todo con mucha más razón, según la naturaleza de las cosas, que respecto de los seres irracionales, como son las aves.
 
San Agustín, de civitate Dei, 11, 16
Además, también suele considerarse alguna vez como más estimable un caballo que un criado y una piedra preciosa más que una criada, no por razón de su inteligencia, sino por la necesidad del que lo procura o por el deseo del que lo quiere.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16
Dios ha hecho todos los animales para el hombre, y al hombre para sí. Cuanto más interesante es, pues, la creación del hombre, tanto mayor es el cuidado que Dios tiene por él. Si, pues, las aves que no trabajan encuentran qué comer, ¿no lo encontrará el hombre, a quien Dios le ha concedido la ciencia de trabajar y la esperanza de enriquecerse?
 
San Jerónimo
Hay algunos que, queriendo exceder a sus padres y volar a regiones más altas, caen al abismo. Estos tales entienden por "las aves del cielo" los ángeles y las demás potestades que actúan en servicio de Dios (sin cuidado propio) y son alimentados por la providencia. Si esto es así, como quieren entender, ¿por qué se dicen a los hombres las palabras siguientes: "Acaso no valéis vosotros más que todas éstas"? Sencillamente, pues, se entiende que si las aves son alimentadas por la providencia de Dios, sin cuidados ni trabajos por parte de ellas, siendo así que hoy existen y mañana no existirán, ¿con cuánta más razón los hombres, a quienes se les ofrece la eternidad?
 
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5
Puede decirse que bajo el nombre de aves se nos exhorta con el ejemplo de los espíritus infernales, a quienes se les concede, sin que trabajen para buscar y reunir su alimento, cuanto necesitan para vivir por medio de la disposición divina. Y para dar a entender que esto se refería a los espíritus infernales, añade oportunamente: "¿Pues no sois vosotros mucho más que ellas?", manifestando con la excelencia de la comparación, la diferencia que existe entre la santidad y la malicia.
 
Glosa
Enseña, no sólo con el ejemplo de las aves, sino también con la experiencia, que no es suficiente nuestro cuidado para que podamos subsistir y vivir, sino que es necesaria la acción de la divina providencia, diciendo: "¿Quién de vosotros, discurriendo puede añadir un codo a su estatura?"
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16
Dios es quien todos los días hace que nuestro cuerpo crezca, sin conocerlo nosotros. Si, pues, la providencia de Dios obra todos los días en ti mismo, ¿cómo podrá decirse que cesará en las cosas indispensables? Si, pues, vosotros pensando no podéis añadir una pequeña parte a vuestro cuerpo, ¿cómo, pensando también, podréis salvarlo todo entero?
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,15
Podría referirse a lo que sigue, como si dijese: "No se ha hecho por cuidado vuestro el que vuestro cuerpo haya llegado a la estatura que tiene, y de aquí puede desprenderse que, aunque queráis añadirle un solo codo, no podréis. Dejad, pues, al Señor el cuidado de formar el cuerpo, por cuyo cuidado ha sido hecho y ha llegado a la estatura que tiene".
 
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5
O de otro modo, así como afirmó la fe acerca de nuestra sustancia vital con la enseñanza sobre los espíritus, así también alejó del juicio de la común inteligencia la opinión acerca de nuestra futura apariencia. Porque si ha de resucitar en un hombre perfecto la diversidad de los cuerpos que han tenido vida, sólo El puede añadir a la estatura de cada uno un codo, y un segundo, o un tercero; y al preocuparnos acerca del vestido (esto es, de la apariencia de los cuerpos), estamos dudando y así ofendiendo a Aquel que, para hacer igual a todo hombre, habrá de añadir una medida adecuada a los cuerpos humanos.

San Agustín, de civitate Dei, 22, 15
Pero si Jesucristo resucitó con la misma estatura, es una necedad el decir que (cuando venga el tiempo de la resurrección general) habrá de añadirse al cuerpo de Jesús una magnitud que no tenía cuando se apareció a sus discípulos en aquélla en que era conocido, para poder hacerse igual aun a los más altos. Si decimos que los demás cuerpos, ya grandes, ya pequeños, habrán de igualarse al de Jesús, perecerá muchísimo de muchos cuerpos, siendo así que El mismo dice: "Que no habrá de perderse ni un solo cabello". Sólo podrá decirse que cada uno recibirá la medida y la forma que tuvo en su juventud, si murió viejo, o con la misma que tuvo el día de su muerte, si falleció antes. Por ello no dice el Apóstol: "En medida de estatura", sino ( Ef 4,13): "En la medida de la plenitud de edad de Cristo", porque resucitarán los cuerpos de los muertos en su edad juvenil y vigorosa en que sabemos que vino Jesucristo.

28-30

"¿Y por qué andáis acongojados por el vestido? Considerad los lirios del campo cómo crecen, no trabajan ni hilan: os digo, pues, que ni Salomón con toda su gloria fue cubierto como uno de éstos. Pues si al heno del campo, que hoy es, y mañana es echado en el horno, Dios viste así, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?" (vv. 28-30)
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 22,1
Después que demostró a sus discípulos que no era conveniente andar solícitos con el alimento, pasó a otra cosa más sencilla. No es tan necesario el vestido como el alimento, y por ello dice: "¿Y por qué andáis acongojados por los vestidos?" No usa aquí del ejemplo de las aves, para citar como ejemplo el pavo real o el cisne, de quienes se podrían tomar ejemplos parecidos, sino que usa del ejemplo de los lirios, diciendo: "Considerad cómo crecen los lirios del campo". Quiere demostrar con estas dos cosas la sobreabundancia de sus dones, a saber, con el derroche de hermosura y la vileza de los que participan de tanto decoro.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 15
Estos testimonios no deben discutirse de una manera tan alegórica que necesitemos buscar qué es lo que significan los lirios del campo y las aves del cielo. Se citan para que comprendamos mejor las cosas mayores por el ejemplo de las menores.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16
Los lirios, cuando llega su tiempo, brotan, se visten con candor y se llenan de perfumes; y lo que no habían tomado de la tierra por la escasez, lo reciben de Dios de una manera invisible. Todos son tratados de la misma manera, a fin de que la plenitud con que son enriquecidos no se crea obra de la casualidad, sino que se entienda perfectamente que han sido creados por la providencia divina. Así lo expresa, diciendo: "No trabajan", para confortar a los hombres. "No hilan", para confortar a las mujeres.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 22,1
Diciendo esto no prohibió el trabajo, sino la preocupación, como antes lo había hecho, hablando de la siembra.
 
Glosa
Y para recomendar más la providencia del Señor que excede, y con mucho, a toda humana ponderación, añade: "Os digo que ni Salomón con toda su gloria", etc.
 
San Jerónimo
Y en verdad que ni los vestidos de seda, ni la púrpura de los reyes, ni la pintura de los de los tejedores pueden compararse con la hermosura de las flores. ¿Qué hay más rojo que una rosa? ¿Qué cosa más candorosa que un lirio? La púrpura de una violeta no puede ser superada por ningún múrice. No se aprecia su hermosura por medio de la palabra, sino por medio de la vista.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 22,1
Tanta diferencia hay entre la verdad y el error, cuanta entre el vestido y las flores. Si Salomón fue superado por las flores, siendo así que fue el más rico de los reyes, ¿cuánto más tú puedes ser superado por las flores? Salomón fue superado por las flores en hermosura, no una sola vez, ni dos, sino tanto tiempo cuanto duró su reinado. Y esto es lo que significan aquellas palabras: "En toda su gloria", porque ni un solo día pudo aparecer tan hermoso como las flores.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16
Dice esto también porque Salomón, aunque no hacía los vestidos que se ponía, los mandaba a hacer. Donde hay mandato, allí hay ofensa de los que sirven, y con frecuencia disgustos por parte del que manda. Estas flores, por el contrario, son adornadas sin que ellas piensen en ello.
 
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5
Los lirios representan la claridad de los ángeles del cielo por el candor y brillo de gloria que Dios les ha concedido ( Mt 22; Lc 20). No trabajan ni hilan porque las virtudes de los ángeles, por la suerte que les ha cabido desde su origen, reciben incesantemente lo concerniente a su existencia. Y cuando dice por Lucas que en la resurrección los hombres serán como ángeles, quiso, con el ejemplo de la claridad angélica, fijar nuestra esperanza en el vestido de la gloria celestial.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16
Si Dios se cuida tanto de las flores de la tierra que mueren apenas nacen y son vistas, ¿despreciará a los hombres a los que ha creado, no para un tiempo limitado, sino para que vivan eternamente? Y esto es lo que expresa cuando dice: "Si el heno del campo que hoy existe y mañana es arrojado al horno, Dios lo cuida tanto, ¿cuánto más cuidará de vosotros, hombres de poca fe?"
 
San Jerónimo
La palabra mañana significa en las Sagradas Escrituras el tiempo futuro, como dice Jacob: "Mañana me oirá mi justicia" ( Gén 30,33).
 
Glosa
Otros ejemplares dicen: "En el fuego, o en uno de esos montones de yerba parecidos a un horno".
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 22,1
No los llama ya lirios del campo, sin heno, manifestando así su vileza. Y opone otra vileza, diciendo: "Que son hoy", y no dijo: "Mañana no serán", sino algo que es mucho más lamentable: "Que serán arrojados al horno". Cuando dice: "Cuánto mejor vosotros", se da a entender, aunque de una manera indirecta, la alta honra del género humano, como si dijese: "Vosotros, a quienes mi Padre dio un alma, formó un cuerpo, envió profetas y entregó su Hijo Unigénito".
 
Glosa
Los llama "hombres de poca fe", porque es muy limitada aquella fe que no está segura aun de las cosas más pequeñas.
 
San Hilario,
O con la palabra heno designa a los gentiles. Si, pues, a los gentiles no se les concede la eternidad corporal, sino para ser luego destinados al fuego del juicio, ¿no es incredulidad que los santos duden de la gloria de la eternidad, cuando a los malvados se concede esta eternidad para castigo?
 
Remigio
En sentido espiritual se entiende por aves a los santos que renacen con las aguas del bautismo, desprecian con la piedad las cosas de la tierra y buscan las del cielo, destacándose de entre éstos los apóstoles, como príncipes que son de todos los santos. Por los lirios se entiende los hombres santos que agradaron a Dios con la fe sola, sin la dificultad de las ceremonias legales, y de ellos se dice: "Mi amado para mí, quien se apacienta entre los lirios" ( Ct 2,16). Se entiende también por los lirios la Iglesia santa, por el candor de su fe y el suave olor de su buena predicación. De ella se dice en el Cantar de los Cantares: "Como lirio entre espinas" ( Ct 2,2). Con el heno se designan los infieles, de quienes dice Isaías: "Se secó el heno y su flor cayó" ( Is 40,7). Por el horno se entiende la condenación eterna, de modo que el sentido es éste: "Si Dios concede los bienes temporales a los infieles, ¿cuánto más nos concederá los bienes eternos?".

31-33

"No os acongojéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos? Porque los Gentiles se afanan por estas cosas, y vuestro Padre celestial sabe que necesitáis de todas ellas. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura". (vv. 31-33)
 
Glosa
Después de haber excluído sucesivamente la preocupación por el vestido y la comida, tomando su argumento de las cosas inferiores, excluye ahora las dos, diciendo: "No os acongojéis, pues, diciendo: Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos?"
 
Remigio
El Señor repitió esto para manifestar que es muy necesario, inculcándolo así mejor en nuestros corazones.
 
Rábano
Nótese que no dice: "No queráis buscar o andar solícitos acerca de la comida, o de la bebida, o del vestido", sino: "Qué comeréis, o beberéis, o vestiréis". En donde me parece que se reprende a aquellos que, despreciando el alimento o el vestido de aquellos con quienes viven, buscan para sí alimentos o vestidos más delicados o más austeros.
 
Glosa
Hay también una preocupación superflua, hija de la mala inclinación de los hombres, cuando reservan, tanto en dinero como en frutos, más de lo que necesitan. Y, olvidándose de las cosas espirituales, se fijan demasiado en ellos, casi desesperando de la bondad de Dios, y esto está prohibido, como sigue: "Porque los gentiles se afanan por estas cosas".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16
Dado que creen que la fortuna consiste en estas cosas humanas, no creen que hay providencia, ni que Dios sea quien se cuida del gobierno de estas cosas, sino que suceden por casualidad. Así, con razón, temen y desesperan, como si no tuviesen quien los dirigiese. Pero los que creen que todas las cosas son gobernadas por Dios, confían la comida a la dirección de su liberal mano, y por eso añade: "Sabe vuestro Padre que necesitáis de todas estas cosas".
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 22,2
No dijo sabe Dios, sino sabe vuestro Padre, para inspirarles más confianza. Si es padre, no podrá despreciar a sus hijos. Esto ni aun los hombres que son padres podrían soportarlo. Dice, en efecto: "Puesto que necesitáis de todo esto", para que esforcéis vuestra solicitud, porque os son necesarias. ¿Qué padre sostiene que no deben darse a sus hijos aun las cosas necesarias? Si fuesen superfluas, no convendría confiar así.
 
San Agustín, de Trinitate, 15, 13
Dios no conoce esto desde hace poco tiempo, sino que conoce todas las cosas futuras, y en ellas, sabe desde el principio, qué es lo que habíamos de pedir, y cuándo.
 
San Agustín, de civitate Dei, 12, 18
En cuanto a lo que dicen algunos que Dios no ha podido comprender todas estas cosas, porque son infinitas, réstales decir que Dios no ha conocido todos los números, porque son ciertamente infinitos. La infinidad del número no es incomprensible para Aquél cuya inteligencia no tiene número. Todo lo que se comprende es limitado por la ciencia del que comprende; por consiguiente, todo lo que llamamos infinito está limitado de una manera inefable por la ciencia de Dios, para la cual todo es comprensible.
 
San Gregorio Niceno, de opificio hominis, 1, 4, 6, 7
Como su providencia se demuestra por signos de esta clase, a saber: la permanencia de todo (especialmente de aquello que es capaz de reproducirse y desaparecer), la colocación y el orden de las cosas que existen, conservadas siempre según su modo. Todas estas cosas, ¿cómo podrían perfeccionarse si no hubiese quién se cuidase de ellas? Pero algunos dicen que Dios sólo se cuida de mantener la permanencia de los universales, a los que solamente se extiende su providencia; mas que lo particular sucede al acaso. Tres solas causas puede alguno alegar contra la providencia de los particulares: o Dios ignora que es bueno cuidar de las cosas particulares, o no quiere o no puede hacerlo. La ignorancia es enteramente ajena a la Divinidad. ¿Cómo puede ignorar Dios lo que no se oculta a un hombre sabio, a saber, que destruidos los particulares se destruyen los universales? Nada impide la destrucción de todos los individuos si no hay un poder que cuide de ellos. Si no quiere es por dos causas: o por pereza o por indecencia. La pereza reconoce dos causas: o de la atracción de un placer que cautiva la voluntad, o de un temor que hace desistir, ninguno de los cuales es lícito pensarlo de Dios. Si dicen que no es decente, ni digno de la Majestad Divina el ocuparse en cosas pequeñas, ¿cómo es que no hallamos inconveniente en que el artífice, que procura lo universal, cuide también de los particulares sin descuidar ningún detalle, sabiendo que la parte aprovecha al todo? Y siendo esto así, ¿cómo vamos a decir que Dios es un creador menos capaz que los artífices de este mundo? Si no puede, Dios es un imbécil, e incapaz de hacer el bien. Porque si nos es desconocida la razón de la providencia de los particulares, no por esto podemos decir que no hay providencia, pues equivaldría a decir que no hay hombres porque ignoramos cuántos son.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
Por lo tanto, el que crea que en Dios se da providencia, espere de su mano el alimento, pero considere que lo mismo debe esperar lo bueno que lo malo de lo que, si no fuere solícito, ni se librará del mal, ni podrá alcanzar el bien. Por ello añade: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia". El Reino de Dios es el premio de las buenas obras, y su justicia el camino de la piedad, por la que se va al reino. Si piensas en la gloria de los santos, es necesario que, o te separes del mal por temor de la pena, o te encamines al bien por el deseo de la gloria. Y si piensas en la justicia de Dios (a saber, qué es lo que Dios aborrece y lo que Dios ama), su misma justicia te manifiesta sus caminos, que siguen todos aquellos que lo aman. No daremos razón, pues, de si somos pobres o ricos, sino si obramos bien o mal, porque esto entra en nuestro libre albedrío.
 
Glosa
O dice: "Su justicia", como si dijese: "Para que por El, no por vosotros, seáis justos".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
La tierra también es maldecida por los pecados de los hombres, para que no produzca, según aquellas palabras ( Gén 3,17): "Maldita eres tierra en tu trabajo". Es bendecida cuando obramos bien: "Busca la justicia, y no te faltará el pan", de donde prosigue: "Y todas estas cosas se os darán por añadidura".
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 16
A saber, las cosas temporales, las cuales manifiesta terminantemente aquí, que no son tales bienes nuestros por los que debemos obrar bien, pero que, sin embargo, son necesarios. Mas el Reino de Dios y su justicia son nuestro bien, en el cual debemos constituir nuestro fin. Pero como en esta vida, en la que peleamos para conseguir aquel reino, nos son necesarias estas cosas, por eso nos dice: "Se os darán por añadidura". Cuando dijo primeramente, significó, no prioridad de tiempo, sino de dignidad. Aquello, como nuestro verdadero bien; esto, como necesario para la vida. Y no debemos, por ejemplo, predicar para comer, porque así haríamos el Evangelio de peor condición que la comida, sino que debemos comer para poder predicar. No debe molestar el cuidado de si faltarán las cosas necesarias, a los que buscan primeramente el Reino de Dios y su justicia, esto es, a los que dan preferencia a estas cosas, para que las demás les vengan como por añadidura. Y por ello dice: "Estas cosas se os darán por añadidura", esto es, las conseguiréis, si no ponéis impedimento, no sea que buscando estas cosas os pervirtáis de tal modo, que constituyáis dos fines.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 22,3
Y no dijo: "Se os concederán" sino: "Se os darán por añadidura", para que comprendamos que las cosas presentes nada valen en comparación con las futuras.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 16
Cuando leemos que el Apóstol tuvo hambre y sed, no creamos que faltó la promesa del Salvador. Como estas cosas se nos dan por añadidura, el Médico Divino, a quien todos nos hemos confiado, sabe cuándo debe concedernos la abundancia, y cuándo la escasez, según cree que nos conviene. Si alguna vez nos faltan las cosas necesarias a la vida, lo que con frecuencia permite el Señor para nuestra prueba, no debilita lo que nos hemos propuesto, sino que, examinado, lo confirma.

34

"Y no andéis cuidadosos por el día de mañana. Porque el día de mañana a sí mismo se traerá su cuidado: le basta al día su propia malicia". (v. 34)
 
Glosa
Había prohibido la preocupación de las cosas presentes, y ahora prohíbe la preocupación vana de las cosas futuras, que proviene de la malicia de los hombres, cuando dice: "No andéis solícitos por el día de mañana".
 
San Jerónimo
Mañana, en los sagrados Libros, se entiende la vida futura, como dice Jacob: "Mi justicia me oirá mañana" ( Gén 30,33); y en aparición de Samuel, la pitonisa dice a Saúl: "Mañana estarás conmigo" ( 1Sam 28,19). Concede, pues, que debamos andar preocupados por las cosas presentes, pero nos prohíbe pensar en las cosas futuras. Nos basta el pensar en las cosas presentes; las futuras, como inciertas que son, dejémoslas a Dios. Y esto es lo que indica cuando añade: "Porque el día de mañana, a sí mismo se traerá su cuidado". Esto es, traerá consigo su propia preocupación: "Bastante tiene el día de hoy con su malicia". Aquí no debe interpretarse la palabra malicia como contraria a la virtud, sino que debe entenderse el trabajo, la aflicción, y las penas de la vida.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom., 22,4
Ninguna cosa hace tanto daño al alma, como la preocupación y los cuidados. Cuando dice que el día de mañana tendrá bastante con su propia preocupación quiere decir con más claridad lo que ya ha enseñado, y por ello habla, como muchos acostumbran, al pueblo sencillo. Para animarlos mejor, les cita los días en vez de los cuidados superfluos. ¿Acaso el día no tiene su carga, esto es, su propio cuidado? ¿Por qué lo gravas más, imponiéndole también el cuidado del otro día?
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16
O de otro modo. Por hoy se designan las cosas que son necesarias a la vida, y cuando dice mañana se refiere a lo que ahora es superfluo. Dice, pues: "No queráis andar preocupados por lo que es propio del día de mañana", esto es, no cuidéis de las cosas que mañana necesitaréis para la vida, sino sólo del alimento necesario para hoy. Lo que es superfluo, como lo es lo del día de mañana, ya se cuidará a su tiempo. Y éste es el sentido: "El día de mañana, ya tendrá buen cuidado de buscarse lo necesario". Como si dijese: cuando reúnas cosas superfluas ellas mismas se cuidarán de sí, no pudiendo tú disfrutarlas, encontrarán muchos dueños que cuiden de ellas. ¿Por qué te cuidas tanto de las cosas que has de dejar a otro? Es suficiente para cada día su propio afán, esto es, te basta el trabajo que empleas para conseguir las cosas necesarias, no quieras, pues, andar solícito acerca de las cosas superfluas.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,17
O de otro modo, no se dice el día de mañana sino refiriéndose al tiempo, el cual pasado, será sustituido por el futuro. Luego cuando hagamos algo de bueno, no pensemos en las cosas temporales, sino en las eternas. "El día de mañana, a sí mismo se traerá su cuidado". O en otros términos: "Cuando convenga, cuando la necesidad se deje sentir", tomad el alimento y otras cosas parecidas: "Basta a cada día su malicia", esto es, basta tomar lo que la necesidad exija (llamando a la necesidad malicia, porque es una pena que se nos ha impuesto; pertenece, pues, a la mortalidad, que hemos merecido pecando): "No quieras, por lo tanto, añadir a la pena de la necesidad temporal algo más grave, de suerte que no solamente la sufras, sino que para satisfacerla sirvas a Dios". Debemos guardarnos de considerar como desobediente a los preceptos de Dios, y de preocupado por el día de mañana, al siervo de Dios que viéremos proveer que estas cosas necesarias no le falten, ni a los que le están confiados a su cuidado, pues el mismo Dios, a quien servían los ángeles, se dignó tener bolsa a causa de la necesidad de este ejemplo. Y en los Hechos de los Apóstoles está escrito que se había procurado no faltase lo necesario para el porvenir, porque el hambre era inminente. No prohíbe el Señor que uno se procure estas cosas según costumbre humana, sino que se hagan el objeto del servicio de Dios.
 
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5
El significado de esas palabras celestiales se reduce, pues, a que no nos preocupemos del porvenir. La malicia de nuestra vida y los pecados de todos los días bastan para que toda nuestra meditación y todos nuestros esfuerzos no se empleen en otra cosa que en purificarnos de ellos. Cesando nuestro cuidado, el porvenir queda con su propia preocupación, mientras Dios nos obtiene el adelanto de la eterna claridad.