LAS PARÁBOLAS DE LA IGLESIA


INDlCE GENERAL

PRÓLOGO: Iglesia del tiempo presente 

SIGLAS

CAPITULO I.
Israel de Dios
El primer éxodo
El segundo éxodo
El tercer éxodo 
La nueva Jerusalén .

CAPITULO II.
Germen del reino
Humilde levadura 
La aurora esperada 
Sacramento de unidad

CAPITULO III.
Pequeño rebaño 
En medio de lobos
El buen pastor
Las ovejas de Pedro
En el redil

CAPITULO IV. 
Viña querida 
Los labradores de la viña 
La vid y los sarmientos 
El vino de la Gluma mesa 
El lagar

CAPITULO V. 
Campo sembrado 
Campo estéril 
Campo bien dispuesto
El tiempo de la cosecha 

CAPITULO VI. 
Olivo fecundo
Olivo injertado 
El olivo de la paz
El olivo de la gloria

CAPITULO VII. 
Barca frágil
La barca de la Iglesia 
El ancla de la esperanza
La barca de Pedro

CAPITULO VIII. 
Edificio de Dios
La piedra angular
Sobre los Apóstoles
Piedras vivas
Templo del Espíritu 

CAPITULO IX. 
Mujer nueva
Virgen 
Esposa 
Madre 

CAPITULO X. 
Familia de Dios
Los hijos de Dios 
El Primogénito 
En torno a la Mesa

CAPITULO XI. 
Pequeña criada 
Grano de mostaza 
Sal de la tierra 
Luz del mundo 
La red barredera 

CAPITULO XII. 
Cuerpo de Cristo
La cabeza 
Los miembros 
La mano larga de Cristo
Cuerpo glorificado 

CAPITULO XIII. 
Pueblo de Dios 
Pueblo en esta tierra
Alimentado en la comunión 
Pueblo para Dios 

CAPITULO XIV. 
María de Nazaret
Nueva Eva 
Madre de la Iglesia
Primera peregrina en la fe

EPILOGO: 
Iglesia para el año 2000 

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SIGLAS


AA Apostolicam actuositatem. Decreto del Concilio Vaticano II (1965). 

AG Ad gentes. Decreto del Concilio Vaticano II (1965).
CATIC Catecismo de la Iglesia Católica (1992). 
CP Constructores de la pan. Instrucción de la Comisión Permanente 
de la Conferencia Episcopal Española (1986). 
DH Dignitatis humanae. Declaración del Concilio Vaticano II (1965). 
DometViv Dominum et vivificantem. Carta encíclica de Juan Pablo II 
(1986). 
DV Dei Verbum. Constitución del Concilio Vaticano II (1965). 
EN Evangelii nuntiandi. Exhortación apostólica de Pablo VI (1975). 
ES Ecclesiam suam. Carta encíclica de Pablo VI (1964).
GS Gaudium et spes. Constitución del Concilio Vaticano II (1965). 
LG Lumen gentium. Constitución del Concilio Vaticano II (1964). 
MC Marialis cultus. Exhortación apostólica de Pablo VI (1974).
MD Mulieris dignitatem. Carta apostólica de Juan Pablo II (1988). 
PAGS Proclamar el Año de Gracia del Señor. Plan Pastoral 
1997-2000 de la Conferencia Episcopal Española (1997). 
PO Presbyterorum Ordinis. Decreto del Concilio Vaticano II (1965). 
PT Plan Trienal de la Conferencia Episcopal Española 1997-2000 
(«Proclamar el Año de Gracia del Señor») (1996). 
RM Redemptoris missio. Carta encíclica de Juan Pablo II (1990). 
RMa Redemptoris Mater. Carta encíclica de Juan Pablo II (1987).
SC Sacrosanctum Concilium. Constitución del Concilio Vaticano II 
(1963).
SRS Sollicitudo rei socialis. Carta encíclica de Juan Pablo II (1987).
TDV Testigos del Dios vivo. Reflexión de la Conferencia Episcopal 
Española (1985).
TMA Tertio millennio adveniente. Carta apostólica de Juan Pablo II 
(1994).
UR Unitatis redintegratio. Decreto del Concilio Vaticano II (1964).


* * * * *

PRÓLOGO

IGLESIA DEL TIEMPO PRESENTE


«El año 2000 nos invita a encontrarnos con renovada fidelidad y 
profunda comunión en las orillas de este gran río: el río de la 
Revelación, del Cristianismo y de la Iglesia, que corre a través de la 
historia de la humanidad a partir de lo ocurrido en Nazaret y, después, 
en Belén hace dos mil años. Es verdaderamente el "río" que con sus 
"afluentes", según la expresión del Salmo, "recrean la ciudad de Dios" 
(46/45,5)» (TMA 25e). 

Los planes de Dios, siempre cargados de ternura hacia el género 
humanoy hacia el universo, desbordan totalmente cualquier lógica 
humana. Increíble nos resulta que, en los designios salvadores divinos, 
entremos en juego nosotros, los hjos de Adán, y no sólo como 
destinatarios, sino también como asociados a las mismas acciones 
salvíficas. «Aquel que nos creó sin nosotros, no podrá salvarnos sin 
nosotros» (SAN AGUSTIN). 

Dios Padre asocia al plan de salvación a quienes creen en su Hjo, 
Jesucristo, reunidos en comunidad, como Iglesia, Asamblea 
convocada. Ésta aparece ya prefigurada desde el origen del mundo; 
es preparada por la historia del Pueblo de Israel; es constituida en los 
últimos tiempos; acoge una nueva Ley inscrita en los corazones por la 
arción del Espiritu 1 y llegará a su plenitud al final de los siglos 2. 

La Iglesia es el nuevo Pueblo, por el que se ponen al descubierto los 
planes más secretos del Padre: Cristo, el Hjo de Dios encarnado, es 
cabeza de todas las cosas. En Él somos elegidos de antemano, antes 
de la creación del mundo, para ser su nuevo pueblo 3. 
En la comunidad de discípulos se obra la nueva creación, porque 
todo lo viejo se desvanece como una niebla y su lugar lo ocupa la cruz 
de Cristo, que es paz y misericordia definitivas para quienes hagan de 
ella la norma perfecta de vida y de esperanza 4. 

Asi son las cosas de Dios: derrama su confianza en un grupo de 
personas humanas, pequeñas e imperfectas. Quienes conformamos la 
Iglesia nos sabemos herederos y solidarios del pecado estructural de 
este mundo y responsables directos de nuestras propias infidelidades 
5; nos sentimos doloridos por la lentitud de los procesos salvadores; 
estamos asustados por la magnitud de la tarea encomendada; 
tenemos conciencia de nuestra indignidad, que genera enfriamientos y 
huidas, y entorpece la posibilidad de que los demás seres humanos 
puedan percibir la bondad indescriptible de Dios; nos apresa el 
complejo de culpabilidad, al comprobar que las deficiencias de nuestro 
testimonio propician que existan personas que puedan concebir una fe 
cristiana sin Iglesia o, inclusive, que, a causa de nuestras fechoríás, 
egoísmos e incoherencias, rechacen al Dios que hace maravillas. 

Nosotros, los discípulos de Jesucristo que caminamos en el último 
tramo del segundo Milenio, en vísperas de la conmemoración jubilar 
bimilenaria de la Encarnación del Verbo, hemos de sentir, como 
primera obligación, el elevar al Padre, con profundo sentimiento, la 
acción de gracias por el don de la misma Iglesia. Ella es plantada en la 
historia como «sacramento o signo e instrumento de la unión íntima 
con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1). Es la 
madre, en cuyo seno se generan abundantes frutos de santidad, 
madurados en el corazón de tantos hombres y mujeres, que, en cada 
generación y en cada época histórica, han sabido acoger sin reservas 
el don de la Redención 6. 

«Con la venida de Cristo se inician los "últimos tiempos" (cf. Heb 
1,2), la "última hora" (cf. 1 Jn 2,18); se inicia el tiempo de la Iglesia que 
durará hasta la Parusía» (TMA 10a). Ahora, en este tiempo «último», 
que es el tiempo de la Iglesia, ésta se siente impulsada a aceptar con 
mimo todo lo que el Espiritu quiere decirle 7, en este espacio 
prolongado de Adviento, que nos prepara el encuentro con Aquel, 
Señor del tiempo, que era, que es y que constantemente viene 8. 

La Iglesia, a las puertas del Tercer Milenio (nueva ocasión de 
anunciar «el año de gracia del Señor», cf Is 61,1ss; Lc 4,18ss), ha de 
recordar, con gozo, que ella misma es criatura nacida de la gracia y ha 
de proclamar, con esperanza, el jubileo reconciliador en medio de los 
pueblos 9, movida por las inspiraciones del Espiritu que es, 
indudablemente, el agente principal de la nuera evangelización 10. 

En vísperas de la fecha en que celebramos el gran Jubileo del año 
2000, conmemoración de la Encarnación del Redentor, la Iglesia debe 
comenzar por tomar conciencia del pecado de sus hjos y hacer 
memoria doliente de todas las circunstancias en las que, a lo largo de 
los siglos, éstos se han alejado del espiritu de Cristo y de su Evangelio. 
Esta inculpación tiene su vértice en el espectáculo lamentable que, a 
menudo, ofrecemos al mundo. En lugar del testimonio de una vida 
inspirada en los valores de la fe, presentamos, a veces, una imagen 
alejada de las exigencias bautismales 11, que es vehículo de 
escándalo para nuestros contemporáneos. En particular, son de 
lamentar los errores, demasiadas veces preñados de culpabilidad, 
cometidos con actitudes intolerantes, e incluso violentas, en el servicio 
a la verdad 12. 

La proximidad del Tercer Milenio del Cristianismo es ocasión propicia 
para que, en disposición sincera de profunda humildad, los cristianos 
nos preguntemos honradamente por las responsabilidades, 
individuales y comunitarias, que seguimos teniendo hoy con relación a 
los males de nuestro tiempo 13. 

Sin embargo, las rugosidades de la Iglesia, fruto tanto de su 
envejecimiento como de los pecados de quienes la integramos, no son 
más que la epidermis de una comunidad que ha sido consagrada, no 
por las obras de la vieja Ley de Moisés, sino por un nuevo documento 
de alianza, sellado con la sangre de Cristo, expresión última de la 
actitud de su amor obediente al Padre 14. 

A pesar de las muestras de vejez de la Iglesia terrena, Cristo la ama 
como a joven esposa, la consagra al Padre, la purifica por medio del 
Agua y de la Palabra, y la prepara, de este modo, para ser una Iglesia 
esplendorosa, sin mancha ni arruga, santa e inmaculada 15. 

Esta Iglesia, consciente de sus culpabilidades y abierta al 
arrepentimiento 16, aprende que su origen, en el corazón dormido de 
Cristo en la cruz 17, determina su pensar y su actuar. Su naturaleza 
original la entraña en la amistad con Dios 18, le exige ser escaparate 
de unidad contra las dispersiones 19 y la convierte en cauce de 
reconciliación 20 y en muestra de paciencia y de tolerancia 21, a 
imagen y semejanza del mismo Dios, rico en misericordia y capaz de 
esperar hasta la extenuación. 

La celebración del Concilio Vaticano II contribuyó a que la Iglesia, 
que lleva en su esencia la búsqueda de la plena fidelidad a su 
Maestro, se planteara profundamente su propia identidad 22: Se 
reconoce, «a la vez, humana y divina, visible y dotada de elementos 
invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente 
en el mundo y, sin embargo, peregrina; de modo que en ella lo humano 
esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la 
acción a la contemplación, y lo presente a la ciudad futura que 
esperamos» (SC 2). 

De una parte, se esfuerza por conseguir el reflejo, en sí misma, de 
los rasgos que le señaló el Señor Jesucristo y se encuentran recogidos 
en el Evangelio. De otra, agradece el regalo divino de no haber 
perdido jamás los perfiles de su identidad más genuina: «El trabajo y el 
dolor del prolongado exilio la han deslucido, pero también la embellece 
su forma celestial» (SAN BERNARDO). 

En el momento presente, con un tono nuevo, inspirado en el 
lenguaje del Evangelio, del Sermón de la Montaña y de las 
Bienaventuranzas 23, y con la ayuda de los mártires de los tiempos 
modernos 24, la Iglesia reflexiona sobre su condición y se apresta para 
adentrarse en el nuevo Milenio, con el rostro rejuvenecido por la gracia 
y restaurado por la voluntad de ser fiel a su origen y a su misión. 

En este esfuerzo por conseguir recuperar la originalidad de su 
Misterio, traducido en Comunión para la Misión, se ayuda de imágenes, 
simbolos y parábolas, que la reflexión postpascual pone a su 
disposición, a través de los Escritos del Nuevo Testamento, arropados 
por la Tradición 25. 

Sin más pretensión que acompañar a los discípulos de Cristo en la 
meditación acerca de la identidad y de la misión que el Señor nos 
encomendó, nacen las consideraciones que siguen. 

Con soporte en diversas metáforas y alegorías, extraídas de la 
Escritura Santa y de la Patrística, desgranamos algunas reflexiones, 
que, de algún modo, pueden servir, a quienes formamos la Iglesia, 
para aproximarnos, con unción y con gozo, a los tiempos en que 
celebramos el Bimilenario de la Encarnación del Redentor. «A Él la 
gloria y el poder para siempre. Amén» (Ap 1,6). 

........................
1. Jer 31,33-34; Ez 36,27; 1 Jn 2,27. 
2. Cf. LG 2. 
3. Cf. Ef 1,4.9ss; Rom 16,25ss. 
4. Cf. 2 Cor 5,17ss; Gál 6,15-16. 
5. Cf. 1 Cor 5,11-12. 
6. Cf. TMA 32a. 
7. Cf. Ap 2,7ss; TMA 23a; 44b. 
8. Cf. Heb 13,8; Ap 4,8; TMA 20b; PT 31. 
9. Cf. RM 21-27; TMA 14, PT 16-17. 
10. Cf. RM 21-29; TMA 45b; PT 18. 
11. Cf. TMA 33a; PT 65-66.
12. Cf. TMA 35a. 
13. Cf. TMA 36a. 
14. Cf. Gál 3,21; Rom 8,32. 
15. Cf. Ef 5,25-27. 
16. Cf. Sant 5,15-16; 1 Jn 1,9. 
17. Cf. SC 5. 
18. Cf. Rom 5,10-11. 
19. Cf. Jn 11,52; Ef 2,15-18. 
20. Cf. Jn 20,23. 
21. Cf. Mt 13,30. 
22. Cf. TMA 19. 
23. Cf. TMA 20a. 
24. Cf. TMA 37c. 
25. Cf. LG 6.

ANTONIO TROBAJO
LAS PARÁBOLAS DE LA IGLESIA
BAC 2000. MADRID 1997