Introducción
Un examen de conciencia...
• Es un momento para analizar de cara a Dios, y con mucha sinceridad, el
desempeño de nuestra vida.
• Es un momento de oración para dar gracias a Dios por todos los beneficios
que hemos recibido de Él y examinar cómo hemos vivido Su voluntad, analizando
aspectos positivos y negativos, las actitudes internas y nuestra relación con
Dios y con los hombres.
• Es el momento de pedir confiadamente ayuda al Espíritu Santo para que
nuestro amor a Dios crezca y poder dar una mejor respuesta al Amor de Dios.
• Es el momento de hacer un propósito concreto para mejorar aquello en lo que
hemos fallado, pidiendo al Espíritu Santo la fortaleza necesaria para lograrlo.
La labor de evaluación debe ser como un examen de conciencia
La evaluación no consiste solamente, como muchos piensan, en aplicar exámenes
a los alumnos y llevar el registro de sus calificaciones.
El catequista no debe olvidar nunca, que la evaluación debe ser una actividad
de reflexión de cara a Dios, un auténtico examen de conciencia sobre su labor
de la enseñanza de la fe, que lo llevará paulatinamente, a un
perfeccionamiento y un mayor profesionalismo en su trabajo.
Los resultados de las evaluaciones de los alumnos deben llevar al catequista a
un análisis profundo sobre su labor como educador en la fe.
Ahora bien, la evaluación debe ser también un proceso sistemático y ordenado
que brinde al catequista elementos objetivos para juzgar su desempeño, y que
esto lo lleve a tomar decisiones para mejorar su labor como apóstol y educador
en la fe.
Es aquí donde reside la riqueza de la evaluación, pues nos ayuda y brinda
elementos para poder mejorar.
Este material pretende ser una ayuda práctica en esta labor, brindando medios
concretos para poder evaluar sistemática y objetivamente el desempeño tanto
del alumno, como del maestro.
1. Evaluando
la labor del profesor
2. Evaluando
el desempeño de los alumnos
3. Los
objetivos específicos en la formación católica
4. Cómo
evaluar en Formación Católica
5. Elaboración
de exámenes de catequesis
6. Conclusión