Introducción
Como en otros tiempos,
ha de ser hoy el Rosario
arma poderosa,
para vencer en nuestra lucha interior,
y para ayudar a todas las almas.
Ensalza con tu lengua
a Santa María:
reparación te pide el Señor,
y alabanzas de tu boca.
Ojalá sepas y quieras
tú sembrar
en todo el mundo la paz y la alegría
con esta admirable devoción mariana
y con tu caridad vigilante.
Roma, octubre de 1968
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Al
lector
El rezo del Santo
Rosario, con la consideración de los misterios, la repetición
del Padrenuestro y del Avemaría, las alabanzas a la Beatísima
Trinidad y la constante invocación a la Madre de Dios, es un
continuo acto de fe, de esperanza y de amor, de adoración y
reparación.
Roma, 9 enero de 1973
Prólogo
No se escriben
estas líneas para mujercillas. —Se escriben para hombres muy
barbados, y muy... hombres, que alguna vez, sin duda, alzaron su
corazón a Dios, gritándole con el Salmista: Notam fac mihi
viam, in qua ambulem; quia ad te levavi animam meam. —Dame a
conocer el camino que he de seguir; porque a ti he levantado mi
alma. (Ps. CXLII, 10.)
He de contar a esos hombres un
secreto que puede muy bien ser el comienzo de ese camino por donde
Cristo quiere que anden.
Amigo mío: si tienes deseos de ser
grande, hazte pequeño.
Ser pequeño exige creer como creen
los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se
abandonan los niños..., rezar como rezan los niños.
Y todo esto junto es preciso para
llevar a la práctica lo que voy a descubrirte en estas líneas:
El principio del camino, que tiene
por final la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia
María Santísima.
—¿Quieres amar a la Virgen?
—Pues, ¡trátala! ¿Cómo? —Rezando bien el Rosario de
nuestra Señora.
Pero, en el Rosario... ¡decimos
siempre lo mismo! —¿Siempre lo mismo? ¿Y no se dicen siempre
lo mismo los que se aman?... ¿Acaso no habrá monotonía en tu
Rosario, porque en lugar de pronunciar palabras como hombre,
emites sonidos como animal, estando tu pensamiento muy lejos de
Dios? —Además, mira: antes de cada decena, se indica el
misterio que se va a contemplar. —Tú... ¿has contemplado
alguna vez estos misterios?
Hazte pequeño. Ven conmigo y
—este es el nervio de mi confidencia— viviremos la vida de Jesús,
María y José.
Cada día les prestaremos un nuevo
servicio. Oiremos sus pláticas de familia. Veremos crecer al Mesías.
Admiraremos sus treinta años de oscuridad... Asistiremos a su
Pasión y Muerte... Nos pasmaremos ante la gloria de su Resurrección...
En una palabra: contemplaremos, locos de Amor (no hay más amor
que el Amor), todos y cada uno de los instantes de Cristo Jesús.
Nota
a la 5ª edición española
Lector amigo:
Escribí “Santo Rosario” para que tú y yo nos sepamos recoger
en oración, a la hora de rezar a Nuestra Señora.
Que ese recogimiento no se turbe
con ruido de palabras cuando medites las consideraciones que te
propongo: no las leas en voz alta, porque perderían su intimidad.
Pronuncia, en cambio, claramente y
sin prisas el Padrenuestro y las Avemarías de cada decena. Así
sacarás siempre más provecho de esta práctica de amor a Santa
María.
Y no te olvides de rezar por mí.
Roma, en la fiesta de la Purificación, 2 de febrero
de 1952
Nota
a la 12ª edición española
Mi experiencia de
sacerdote me dice que cada alma tiene su propio camino. Sin
embargo, querido lector, voy a darte un consejo práctico que no
entorpecerá en ti la labor del Espíritu Santo, si lo sigues con
prudencia: que te detengas durante unos segundos –tres o cuatro-
en un silencio de meditación, considerando el respectivo misterio
del Rosario, antes de recitar el Padrenuestro y las Avemarías de
cada decena. Estoy seguro de que esta práctica aumentará tu
recogimiento y el fruto de tu oración.
Y no te olvides de rezar por mí.
Roma, en la fiesta de la Natividad de Nuestra Señora,
8 de septiembre de 1971
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