Santo Rosario

San Josemaría Escrivá de Balaguer

Introducción


      Como en otros tiempos,
ha de ser hoy el Rosario
arma poderosa,
para vencer en nuestra lucha interior,
y para ayudar a todas las almas.

     Ensalza con tu lengua a Santa María:
reparación te pide el Señor,
y alabanzas de tu boca.

     Ojalá sepas y quieras tú sembrar
en todo el mundo la paz y la alegría
con esta admirable devoción mariana
y con tu caridad vigilante.

Roma, octubre de 1968


Misterios Gozosos

1. La Encarnación del Hijo de Dios.
2. La Visitación de nuestra Señora a su prima santa Isabel.
3. El Nacimiento del Hijo de Dios en Belén.
4. La Purificación de nuestra Señora.
5. El Niño perdido y hallado en el Templo.

Misterios Dolorosos

1. La Oración del Huerto.
2. La Flagelación del Señor.
3. La Coronación de espinas.
4. La Cruz a cuestas.
5. Jesús muere en la Cruz.

Misterios Gloriosos

1. La Resurrección del Señor.
2. La Ascensión del Señor.
3. La Venida del Espíritu Santo.
4. La Asunción de nuestra Señora.
5. La Coronación de María santísima.

Letanías de Nuestra Señora

Al lector

     El rezo del Santo Rosario, con la consideración de los misterios, la repetición del Padrenuestro y del Avemaría, las alabanzas a la Beatísima Trinidad y la constante invocación a la Madre de Dios, es un continuo acto de fe, de esperanza y de amor, de adoración y reparación.

Roma, 9 enero de 1973

Prólogo

     No se escriben estas líneas para mujercillas. —Se escriben para hombres muy barbados, y muy... hombres, que alguna vez, sin duda, alzaron su corazón a Dios, gritándole con el Salmista: Notam fac mihi viam, in qua ambulem; quia ad te levavi animam meam. —Dame a conocer el camino que he de seguir; porque a ti he levantado mi alma. (Ps. CXLII, 10.)
      He de contar a esos hombres un secreto que puede muy bien ser el comienzo de ese camino por donde Cristo quiere que anden.
      Amigo mío: si tienes deseos de ser grande, hazte pequeño.
      Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños.
      Y todo esto junto es preciso para llevar a la práctica lo que voy a descubrirte en estas líneas:
      El principio del camino, que tiene por final la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia María Santísima.
      —¿Quieres amar a la Virgen? —Pues, ¡trátala! ¿Cómo? —Rezando bien el Rosario de nuestra Señora.
      Pero, en el Rosario... ¡decimos siempre lo mismo! —¿Siempre lo mismo? ¿Y no se dicen siempre lo mismo los que se aman?... ¿Acaso no habrá monotonía en tu Rosario, porque en lugar de pronunciar palabras como hombre, emites sonidos como animal, estando tu pensamiento muy lejos de Dios? —Además, mira: antes de cada decena, se indica el misterio que se va a contemplar. —Tú... ¿has contemplado alguna vez estos misterios?
      Hazte pequeño. Ven conmigo y —este es el nervio de mi confidencia— viviremos la vida de Jesús, María y José.
      Cada día les prestaremos un nuevo servicio. Oiremos sus pláticas de familia. Veremos crecer al Mesías. Admiraremos sus treinta años de oscuridad... Asistiremos a su Pasión y Muerte... Nos pasmaremos ante la gloria de su Resurrección... En una palabra: contemplaremos, locos de Amor (no hay más amor que el Amor), todos y cada uno de los instantes de Cristo Jesús.

Nota a la 5ª edición española

     Lector amigo: Escribí “Santo Rosario” para que tú y yo nos sepamos recoger en oración, a la hora de rezar a Nuestra Señora.
      Que ese recogimiento no se turbe con ruido de palabras cuando medites las consideraciones que te propongo: no las leas en voz alta, porque perderían su intimidad.
      Pronuncia, en cambio, claramente y sin prisas el Padrenuestro y las Avemarías de cada decena. Así sacarás siempre más provecho de esta práctica de amor a Santa María.
      Y no te olvides de rezar por mí.

Roma, en la fiesta de la Purificación, 2 de febrero de 1952

Nota a la 12ª edición española

     Mi experiencia de sacerdote me dice que cada alma tiene su propio camino. Sin embargo, querido lector, voy a darte un consejo práctico que no entorpecerá en ti la labor del Espíritu Santo, si lo sigues con prudencia: que te detengas durante unos segundos –tres o cuatro- en un silencio de meditación, considerando el respectivo misterio del Rosario, antes de recitar el Padrenuestro y las Avemarías de cada decena. Estoy seguro de que esta práctica aumentará tu recogimiento y el fruto de tu oración.
      Y no te olvides de rezar por mí.

Roma, en la fiesta de la Natividad de Nuestra Señora, 8 de septiembre de 1971