La Anunciación |
No
olvides, amigo mío, que somos niños. La Señora del dulce nombre,
María, está recogida en oración. |
Visitación de Nuestra Señora |
Ahora,
niño amigo, ya habrás aprendido a manejarte. —Acompaña con gozo a
José y a Santa María… y escucharás tradiciones de la Casa de
David: |
Nacimiento de Jesús |
Se
ha promulgado un edicto de César Augusto, y manda empadronar a todo
el mundo. Cada cual ha de ir, para esto, al pueblo de donde arranca su
estirpe. —Como es José de la casa y familia de David, va con la
Virgen María desde Nazaret a la ciudad llamada Belén, en Judea. (Luc.,
II, 1-5.) Y en Belén nace nuestro Dios: ¡Jesucristo! —No hay lugar en la posada: en un establo. —Y su Madre le envuelve en pañales y le recuesta en el pesebre. (Luc., II, 7.) Frío. —Pobreza. —Soy un esclavito de José. —¡Qué bueno es José! —Me trata como un padre a su hijo. —¡Hasta me perdona, si cojo en mis brazos al Niño y me quedo, horas y horas, diciéndole cosas dulces y encendidas!... Y le beso —bésale tú—, y le bailo, y le canto, y le llamo Rey, Amor, mi Dios, mi Único, mi Todo!... ¡Qué hermoso es el Niño... y qué corta la decena! |
Purificación de la Virgen |
Cumplido
el tiempo de la purificación de la Madre, según la Ley de Moisés,
es preciso ir con el Niño a Jerusalén para presentarle al Señor. (Luc.,
II, 22.) |
El Niño perdido |
¿Dónde
está Jesús? —Señora: ¡el Niño!... ¿dónde está? Llora María. —Por demás hemos corrido tú y yo de grupo en grupo, de caravana en caravana: no le han visto. —José, tras hacer inútiles esfuerzos por no llorar, llora también... Y tú... Y yo. Yo, como soy un criadito basto, lloro a moco tendido y clamo al cielo y a la tierra..., por cuando le perdí por mi culpa y no clamé. Jesús: que nunca más te pierda... Y entonces la desgracia y el dolor nos unen, como nos unió el pecado, y salen de todo nuestro ser gemidos de profunda contrición y frases ardientes, que la pluma no puede, no debe estampar. Y, al consolarnos con el gozo de encontrar a Jesús —¡tres días de ausencia!— disputando con los Maestros de Israel (Luc., II, 46), quedará muy grabada en tu alma y en la mía la obligación de dejar a los de nuestra casa por servir al Padre Celestial. |