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Estalla ahora la letanía
lauretana, siempre con esplendor de luz nueva y color y sentido
distintos.
Clamores al Señor, a Cristo; peticiones a cada una de las personas
divinas, y a la Santísima Trinidad; piropos encendidos a Santa María:
Madre de Cristo, Madre Inmaculada, Madre del Buen Consejo, Madre del
Creador, Madre del Salvador..., Virgen prudentísima..., Asiento de la
Sabiduría, Rosa mística, Torre de David, Arca de la Alianza,
Estrella de la mañana..., Refugio de los pecadores, Consoladora de
los afligidos, Auxilio de los cristianos...
Y el reconocimiento de su reinado —Regina!
—¡Reina!— y el de su mediación: Sub tuum praesidium
confugimus, —bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de
Dios..., líbranos de todos los peligros, Virgen gloriosa y bendita.
Ruega por nosotros, Reina del Santísimo Rosario, para que seamos
dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Amigo mío: te
descubrí un punto mi secreto. A ti, con la ayuda de Dios, te toca
descubrir el resto. Anímate. Sé fiel.
Hazte pequeño. El Señor se
esconde a los soberbios y manifiesta los tesoros de su gracia a
los humildes.
No temas si, al discurrir por tu
cuenta, se te escapan afectos y palabras audaces y pueriles. Jesús
lo quiere. María te anima. Si rezas el Rosario así, aprenderás
a hacer oración buena.
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