LIGERO DE EQUIPAJE
Tony de Mello, un profeta para nuestro tiempo
Carlos G. Vallés S.J.

ÍNDICE

Lonaula

Bombas

Cambiar o no cambiar

Amar o no amar

La flor de loto y el lago

El cerebro programado

Sufrir para acabar de sufrir

Inocente e intachable

¿Buena suerte? ¿Mala suerte?

El Dios de la negación

El yo y el no-yo

Garabatos

El espíritu de "Sadhana"

El terapeuta

El director espiritual

El escritor

El lector

La "puesta en escena"

Ligeros de equipaje

 


LONAULA

Desde España

No creo que Tony hubiera leído a Antonio Machado. Pero las últimas palabras que nos dio en la despedida del cursillo del pasado abril, mes y medio antes de su muerte, reflejaron, en inglés, un verso universal de Machado y dieron súbitamente a este libro un sesgo castellano que sé que al propio Tony le habría gustado. El verso es:
 

"y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
casi desnudo como los hijos de la mar."
 

Cuando le pregunté a Tony qué planes tenía para este año, me dijo: "Tengo dos viajes a América, uno en junio y uno en noviembre; y a la vuelta del primero, en agosto, me pararé en España y daré un cursillo en Madrid. De América y otras partes me llaman cada vez más,- pero no dejaré de tener cada año al menos un curso en España. Lo paso muy bien en España y quiero mantener ese contacto".
 

Me consuela pensar que, de algún modo, este libro prolongará el contacto.
 

Carlos G. Vallés, S. J.
Sto Xavier's College.
Ahmedabad, 380 009. India

"Querido Carlos: He visto tu carta a mi secretaria, y la he sacado del montón para contestarte personalmente. Estoy ENCANTADO de que vengas a Lonaula para el cursillo de renovación de 'Sádhana' en abril. Mi plan es proponer y discutir con el grupo mis últimas ideas, y me alegra pensar que tú estarás allí. De tu promoción de 'Sádhana' van a venir Lila y Joe Pulí, y probablemente también Isabel Martín. Quizá conozcas también a algunos de los demás, y en todo caso tendréis todos el sello común de 'Sádhana', ya que todos habéis pasado por ahí. Por vez primera vais a tener habitaciones decentes y un edificio nuevo gracias a los trabajos de Mario. Ven dispuesto a pasarlo bien.
Un abrazo,
Tony."

La carta me emocionó. La tuve un rato en la mano con la mirada clavada en la palabra "ENCANTADO" en mayúsculas, con los caracteres familiares de su máquina de escribir portátil electrónica Canon. Yo iba a Lonaula por necesidad propia, y él me hacía sentirme a gusto aun antes de llegar allí, con ese don que tenía de hacer que cada persona a quien él conocía sintiese que era alguien especial en su presencia. Muchos hombres y mujeres habrá, por todos los continentes del mundo, íntimamente convencidos de que tenían una relación especial con Tony, y todos ellos tienen toda la razón. Su memoria exacta, su cálida espontaneidad y, sobre todo, su capacidad básica de vivir el presente como si nada hubiera existido antes ni hubiera de existir después, daban a sus contactos con cualquier persona una intimidad y un ardor que calaban a fondo y dejaban huella permanente en grata memoria.

Tony y yo nos encontramos en Vinayálaya (Bombay) cuando yo llegué a la India, y luego coincidimos en Poona durante nuestros estudios para el sacerdocio. Aquel contacto fue suficiente para que el nombre de Tony de Mello quedase asociado en mi mente con una alegría juvenil y un respeto cariñoso que me harían siempre buscar ocasiones de volver a encontrarnos. Así fue como, algunos años más tarpe, siendo yo ya sacerdote y profesor en plena actividad en la ciudad de Ahmedabad, leí en las "Noticias de los jesuitas de Bombay" que el Padre Anthony de Mello se proponía dirigir unos "Ejercicios de mes cerrados" para cualquier clase de jesuitas, jóvenes o viejos, que quisieran apuntarse. Nada más leer aquello, supe dentro de mí bien claro que quería ir, y el mismo día le escribí pidiendo plaza. El me llamó por teléfono desde Bombay para decirme que me aceptaba de mil amores. De hecho, aquellos Ejercicios de mes iban a ser el comienzo de la carrera pública de Tony como director de almas, que es lo que, de una manera o de otra, con un título o con otro o con ninguno, había de ser ya toda la vida. El había aprendido en España el método y la fuerza original de los Ejercicios de san Ignacio bajo la dirección de aquel gran maestro de espiritualidad ignaciana que fue el Padre Calveras, y estaba ahora impaciente por comunicar a otros, con el celo y entusiasmo que caracterizaban todo lo que hacía, la alegría de su descubrimiento y la eficacia probada de ese medio excepcional de renovación del espíritu.

Para entonces ya tenía detractores. Yo me detuve un día en Bombay (de paso para Khandala, donde los Ejercicios iban a tener lugar) y un jesuita ya maduro, Rector de una de nuestras casas de allí, cuando se enteró de adónde iba yo y a qué, tuvo el mal gusto de decirme con amarga ironía: "Sí, sí, desde luego, eso es lo único que hará Tony toda su vida: hablar y hablar y hablar. Con tal de tener delante un auditorio que lo escuche, es hombre feliz; y como aquí no consigue que nadie le escuche, se ha organizado ahora esos Ejercicios. ¡Imagínese! Veinte jesuitas que le van a estar escuchando absortos un mes entero... ¿no es eso el paraíso para él? Vaya usted, vaya si quiere ir, pero va usted a perder el tiempo". Yo sentí tristeza y enfado ante aquel viejo cascarrabias que no podía soportar los éxitos iniciales de su hermano menor. La envidia alcanza niveles altos entre jesuitas, y Tony estuvo expuesto a ella toda su vida. Entre nosotros, los éxitos se pagan caros.
 

Un resultado de la experiencia de Khandala fue que yo me encontré metido de lleno en la campaña de Ejercicios de mes que lanzó Tony, y eso me acercó a él. El me pasaba a mí las tandas a las que él no podía llegar, y luego me convencía a mí de que aceptase, y así me pasé yo varios años aprovechando las vacaciones universitarias de mayo y las del Año Nuevo indio, en octubre, para dirigir Ejercicios de mes por toda la geografía de la India. Trabajo de mucho fruto para mí, y me permito confiar que también para otros. Un día, años más tarde, durante una Eucaristía concelebrada en el cumpleaños de Tony en la que yo tomé parte, Tony me miró y dijo: "Una de las cosas que me alegra es haber metido a Carlos en el movimiento de Ejercicios de mes". Ese compromiso me llevó, también de la mano de Tony, a la intensa y vivificante experiencia del Movimiento Carismático, donde pasamos juntos verdaderas aventuras espirituales. Poco a poco, la intensidad de esos dos magníficos pero también, por necesidad; transitorios movimientos, se fue rebajando, y yo me encontré una vez más en busca de nuevos derroteros para el espíritu. Para entonces, Tony, siempre alerta y siempre dispuesto a ensayar nuevos programas (gustaba de llamarse a sí mismo "rolling stone": "canto rodado") había lanzado los cursos de "Sádhana" en De Nobili College, Poona. "Sádhana" es palabra sánscrita que puede traducirse libremente por "espiritualidad". Esa fue la palabra que quedó ya identificada con Tony para toda su vida. Cuando un curioso que había oído hablar sobre esos cursos le preguntó a un amigo mío: "¿Puedes decirme de una vez, qué es eso de Sádhana?", mi amigo le contestó: "Sádhana es Tony, y Tony es Sádhana".
 

Fue por entonces cuando mi Provincial (que no era otro que el Padre José Javier Aizpún, que más adelante se uniría a Tony en el Instituto de Sádhana en Lonaula y fue nombrado su Superior religioso} me dijo: "Ya sabes que Tony ha organizado ahora estos cursos de Sádhana en Poona, que son muy útiles para ayudarse uno a uno mismo y aprender a ayudar a los demás. Tú tienes mucho contacto con jesuitas jóvenes, y estoy interesado en que tengan personas que los dirijan y les aconsejen. Tú podrías ayudar en esa tarea, y para prepararte mejor he pensado en enviarte a esos cursos. Le he hablado a Tony sobre eso, y me ha dicho que te reservará puesto en cualquier curso que te interese. Tienes donde escoger. Ahora tienen el curso de "mini Sádhana", que dura un mes, y el de "maxi-Sádhana", que dura nueve meses enteros. Sé muy bien que la cátedra en la universidad te lleva mucho tiempo, y por eso te dejo a ti que decidas incluso si quieres asistir o no. Pero me gustaría que asistieras al menos al curso de un mes".

Aizpún y yo nos conocíamos desde España, y me permití contestarle con una cita del Evangelio: "José Javier, ¿llevamos tantos años juntos, y aún no me conoces? Para mí no hay 'minis'. No me gusta hacer las cosas a medias. O lo hago hasta el fondo o lo dejo del todo. Nada de 'mini-Sádhana'. Inscríbeme en la 'maxi', y este mismo curso." Me tomé un año sabático en la universidad y me fui a Poona con una enorme avidez de espíritu.
 

Tony notó mi avidez y se dispuso a calmarla desde el principio. En la primera reunión con el grupo anunció que las sesiones comenzarían a las diez, "Bueno, digamos a las diez-y-lo-que-sea, para que quede holgado"; no iba a haber programa fijo, y tiraríamos por donde saliera la cosa. Yo protesté, con todo el peso que me daba el ser el de más edad de todo el grupo: "Tony, para mí el tiempo tiene mucho valor, he hecho un gran sacrificio para venir aquí (¿?) Y quiero saber qué es lo que voy a hacer estos nueve meses. Quiero un programa claro y un horario fijo para poder ponerme a trabajar con toda el alma desde el principio". Tony me escuchó con benevolencia y eliminó mi queja con un gesto deliberadamente paternalista: "¡Oh, Carlos! no te preocupes: ya cambiarás". Todo el grupo se rió, y yo quedé hecho una furia. La terapia había comenzado. Desde luego que cambié, y llegué a considerar aquel año, al igual que muchos que han pasado por él, como el más importante de mi vida.
 

Un año, por intenso que sea, no basta, y Tony comenzó enseguida a organizar los cursillos de renovación. Quince días en abril y en octubre, en los que cualquier ex alumno de Sádhana (en grupos de unos veinticinco) podían volver a vivir la atmósfera que había provocado su primer cambio y explorar nuevos derroteros para su alma. Para entonces el Instituto se había trasladado a Lonaula, entre la austeridad en ruinas de una antigua villa veraniega y las temibles picaduras de los mosquitos gigantes que pueblan la región. Dice mucho a favor de Tony y sus compañeros que sufrieran alegres, año tras año, las incomodidades constantes de aquel alojamiento temporal; y, de hecho, esta circunstancia fue mencionada, con la debida alabanza, en el informe oficial hecho a ruegos de las autoridades para deliberar sobre un nuevo edificio. Yo asistí a dos de esos cursillos en Lonaula y, al despedirme de Tony después del segundo, le dije, medio en broma, que no volvería a ir hasta que estuviera construido el nuevo edificio.
 

Eso ocurrió en 1987. El cursillo de renovación se anunció para la quincena del 30 de marzo al 14 de abril. Las oficinas, habitaciones para el profesorado, cuartos de huéspedes, comedor, cocina y sala de reuniones estaban ya listos. La verdad era que yo había decidido ir de todos modos, pues había pasado por tiempos difíciles y sentía la necesidad de recobrar la paz y el equilibrio que ya, en mi experiencia, asociaba yo siempre con Sádhana. Escribí enseguida, y la respuesta fue la carta que acabo de citar. El día 30 de marzo la furgoneta de Sádhana, un elemento más del progreso material del Instituto, vino a recogerme a la estación de Lonaula y me llevó a los nuevos terrenos. Nos saludamos efusivamente. Veinticinco hombres y mujeres estábamos preparados para el curso intensivo.
 

Entonces sucedió algo extraño. Tan extraño y tan poco acorde con mi carácter que he dudado mucho antes de mencionarlo aquí. Habrá lectores a quienes esto les caiga mal, y en el mejor de los casos no dejará de parecer una proyección a posteriori o profecía fácil después de los hechos. Sin embargo, aquella sensación fue en mí tan clara y tan fuerte, tan persistente durante todos aquellos días, y jugó luego un papel tan esencial en este libro que creo me debo a mí mismo y a mis lectores hacer mención de ella aquí. El hecho es que, a poco de llegar yo allí (no recuerdo el momento exacto, pero fue apenas llegar), se apoderó de mí un sentimiento extraño, un presentimiento ineludible de que Tony iba a morir después de aquel curso, y que ésas iban a ser sus últimas enseñanzas y su testamento espiritual. A mí mismo me pareció absurdo, y a nadie se lo dije, por miedo al ridículo, pero el presentimiento no me dejó, e incluso me llevó a hacer algo sin lo cual este libro no hubiera sido posible.

Yo no había pensado tomar notas en ese cursillo. Me conocía de sobra a Tony y a sus ideas, y había calculado, que sólo con escucharle, dejarme impactar, reaccionar allí mismo según se presentara la ocasión y respirar la atmósfera que sabía yo muy bien se creaba en esos cursos, me bastaría para tranquilizar y robustecer mi alma, que era lo que yo había ido a buscar a Lonaula. Pero cuando esta extraña convicción de que éste iba a ser el testamento de Tony se apoderó de mí, pedí prestado papel (cosa rara: yo, que nunca voy a ninguna parte sin llevar papel, no me había traído esta vez ni una cuartilla, pues no pensaba escribir nada) y comencé a tomar notas detalladas en todas las sesiones. Esas notas forman ahora la base de este libro.
 

Esas notas, claro está, están tomadas por mí, es decir, van filtradas a través de mi mente y están influidas por mi manera de entender a Tony. Tony solía decir que cuando daba una charla a cien personas, daba cien charlas distintas, ya que cada oyente interpretaba sus palabras según su modo preconcebido de pensar. El agua toma la forma de la vasija en que se derrama. Conozco perfectamente este efecto condicionador, y un día en Lonaula hice un pequeño experimento. Tony había estado hablando y dialogando con nosotros cosa de hora y media, cuando interrumpió la sesión para un descanso. A mi lado estaba sentada una Hermana que había estado tomando notas con tanta entrega como yo. Le pedí entonces, con esa confianza inmediata que Sádhana engendra en todos sus alumnos: "Hermana, ¿me dejas tus notas y te dejo yo las mías? Tengo curiosidad por ver cómo has resumido tú la charla de Tony, como también por ver qué es lo que tú piensas de cómo la he resumido yo. ¿Te parece?". Ella sonrió y me pasó su cuaderno sin decir palabra. Por suerte para mí, su letra era la caligrafía clara y elegante de una mujer, y pude leer sus páginas a toda prisa. Ella no tuvo tanta suerte con mi letra, pues yo había sacrificado la claridad a la velocidad (en eso sigo la opinión de Beethoven, que decía que "la vida es demasiado breve para gastarla en sacar buena letra"). La observé con expectante sonrisa hasta que ella acabó con mis páginas. Nos miramos entonces, y los dos soltamos la carcajada al mismo tiempo, y sabíamos muy bien por qué nos reíamos.

Nuestros apuntes eran tan distintos que si una tercera persona los hubiera leído, sin saber que estaban tomados de la misma charla, hubiera pensado que se trataba de dos charlas enteramente distintas. Ella había anotado a su manera lo que a ella le había llamado la atención, y yo había anotado a mi manera lo que a mí me había llamado la atención; y como los dos éramos personas muy distintas, nuestros apuntes también eran completamente distintos, aunque los dos habíamos estado escuchando la misma charla.
 

Yo soy el primero en reconocer esa limitación, y la hago constar aquí claramente desde el principio. Pero ambién, con la misma sinceridad y libertad, quiero hacer valer claramente mi derecho a pensar que mi interpretación de Tony es una aproximación razonable a su pensamiento. Lo haré citando unas pabras que él me dijo personalmente y cuya trascendencia para mí no las ha permitido borrarse de mi memoria. En uno de los cursillos de renovación que hice con él, después de una larga charla personal entre los dos, en la que yo repasé todo mi itinerario espiritual desde mi primer curso de Sádhana para que él luego me lo comentase a su manera, me dijo exactamente estas palabras: "Mucha gente ha pasado por mis manos, Carlos, pero tú eres la única persona de todas ellas que me ha entendido plenamente a mí y mis principios hasta sus últimas consecuencias". Yo sabía lo que quería decir, y recogí el cumplido en agradecida memoria. Eso no quiere decir en manera alguna que yo sea un perfecto alumno de Sádhana o que tenga. preferencia de ninguna clase sobre nadie. Sería ingenuo y estúpido que yo pensara así. También le he oído a Tony alabar en público, con nombres concretos, a algunos hombres y mujeres que se habían destacado en Sádhana, sin mencionar mi nombre entre ellos.

Que quede todo claro. Para mí, la conclusión de todo esto es que, sin rangos ni preferencias, y dentro de la limitación inherente al intento de querer un hombre reproducir el pensamiento de otro, me puedo permitir la esperanza de que mi interpretación de Tony no sea indigna de él.
 

El mismo me dijo en Lonaula un día en que yo le estaba animando a que escribiera de una vez sistemáticamente, en un libro serio y seguido, todo su pensamiento y su experiencia: "Yo no soy escritor. Yo soy un narrador de cuentos, y así es como me presentan a mí en América: el Padre Anthony de Mello, narrador de cuentos. Yo escribo cuentos y meditaciones, pero ni ensayos ni tratados. Mi escribir es de tipo abierto... y que el lector saque sus consecuencias". Incluso bromeó conmigo en español, que dominaba a la perfección, y me dijo que en España habría que presentarlo como "cuentista"... en todo el sentido de la palabra. Esto crea una dificultad más para mi empresa. Me dispongo a encuadrar en un cierto esquema sistemático el pensamiento de un hombre que rehusó hacer semejante cosa él mismo. Quienes lo conocieron podrán volver a traducir de la teoría al cuento y sacar sus conclusiones personales, como Tony hubiera deseado que hicieran.
 

Tony decía abiertamente que cada uno de sus cursos, seminarios, conferencias, era tanto para él como para los participantes. Le servían para desarrollarse él mismo, aclarar sus ideas, profundizar sus sentimientos, templar su mente... y al mismo tiempo divertirse con toda su alma. Se entregaba de lleno a cada intervención y perfeccionaba sus cualidades al usarlas. Solía decir que, si otros habían hecho cursos de Sádhana por un mes, seis meses, nueve meses... él los estaba haciendo toda la vida. Aprendía ayudando a aprender. Y ése es el espíritu con que yo, en su nombre y en su memoria, me acerco a la tarea de escribir este libro. Con escribir sobre las ideas de Tony quiero llegar a asimilarlas más yo mismo. Al despedirme de él en abril, me dijo: "No dejes de venir el año que viene para el cursillo de renovación, si te apetece. No quiero que pase un año entero sin que nos veamos. Acuérdate". Le aseguré que estaba decidido a volver el próximo año, y él sabía que iba de veras.
 

Ahora ya no habrá más cursos con Tony. Todo lo que me queda (aparte de lo que ya se me ha metido en el organismo, que es lo más importante) son mi recuerdos y mis notas. Quiero usar éstas lo mejor que pueda; y así me he propuesto releerlas, estudiarlas; acariciarlas, asimilarlas, ordenarlas de alguna manera y exponerlas finalmente en este libro. Así es como este libro es tanto para mí como para cualquier otro. La tarea de escribirlo es para mí mismo medicina y consejo refinados que sigo necesitando en la brega diaria. No sé qué es lo que estas páginas supondrán para los demás, pero sí sé que a mí me servirán para volver a recoger el fruto que fui a buscar a Lonaula y que yo mismo le resumí a Tony así el último día de nuestro cursillo: "Lo que he encontrado esta vez en Sádhana es una alegre confirmación de mi manera de entender y vivir la vida; mayor claridad y mayor firmeza, más allá, con mucho, de lo que yo había esperado". Si escribir es terapia, este libro es mi cursillo personal- de Sádhana. Me llevo a Lonaula conmigo.