LIGERO DE EQUIPAJE
Tony de Mello, un profeta para nuestro tiempo
Carlos G. Vallés S.J.
"Todos
llevamos dentro de la cabeza un modelo de la realidad que nos ha sido inoculado
por la tradición, la formación, la costumbre y los prejuicios. Cuando los
sucesos de la vida y la conducta de las personas a nuestro alrededor se
conforman a ese modelo, permanecemos tranquilos y nos parece que todo marcha
bien; pero cuando no se conforman al modelo, nos alborotamos por dentro. Así, lo
que en realidad nos trastorna no son esas personas o esos sucesos, sino el
modelo que llevamos dentro. El tal modelo, para colmo, es accidental y
arbitrario. Cae en la cuenta de eso, y nada volveráa trastornarte."
Con eso
Tony había dicho algo importante que volvería a remachar día a día, hasta
convertirlo en uno de los temas básicos de todo el cursillo. Mi trastorno
personal no viene de la realidad objetiva fuera de mí, sino del
precondicionamiento dentro de mí. Quita el condicionamiento, y el trastorno
desaparece. Mi manera de ver y de pensar, mis juicios y mis principios, aun mis
gustos y mis preferencias, son el resultado del largo proceso de vivir en el
complejo familia-colegio-iglesia-sociedad que ha moldeado mi mente y ha
decretado cómo debo reaccionar "espontáneamente" (¡con espontaneidad
hereditaria!) ante hechos y situaciones. Eso puede ser muy necesario y muy útil,
pero también puede imponer a veces modos de ver que no son necesarios y que yo
sigo arrastrando en la vida y dejándome gobernar por ellos, siendo feliz cuando
ellos me dictan que lo sea, y desgraciado cuando, según ellos, debo sentirme
desgraciado. Esa sensación viene de dentro, no de fuera; y, por tanto, está en
mi mano corregirla si así lo creo ahora conveniente para bien mío y de los
demás. Reconocer que mis trastornos vienen de mí mismo es el primer paso para
remediarlos.
Tony se
puso a probar su tesis: "Hay algo que te trastorna a ti y, sin embargo, no
trastorna a otra persona. Eso quiere decir que la causa del trastorno no está en
la realidad objetiva, sino en tu manera de percibirla. Si la causa estuviera
fuera de ti, habría afectado a la otra persona también; pero el hecho de que al
otro no le ha hecho nada prueba que la causa estaba dentro de ti. El modelo que
llevas dentro de tu cabeza es distinto del que el otro lleva en la suya, y así
fue como el mismo incidente a ti te afectó y a él no. En la India, un hombre
casado se molestaría seriamente si invitara a un huésped a su casa y el huésped
se acostase con la mujer del amigo que lo había invitado. En cambio, a lo que
parece, un esquimal no se alteraría si su huésped se portara de esa manera; y,
de hecho, podría incluso invitarlo a que lo hiciera. Son dos hombres casados que
tienen modelos distintos de lo que constituye una conducta aceptable y, por
consiguiente, reaccionan de manera distinta ante el mismo hecho. El hecho
externo es el mismo, pero la manera de percibirlo en la mente es distinta. Y es
la manera de percibirlo lo que causa la reacción correspondiente. Cambia la
percepción y cambiarás la reacción. Este ejemplo va sólo a probar que no hay que
echarle la culpa de nuestras molestias interiores a causas externas. Toda
molestia viene de dentro, del cerebro condicionado y programado."
Un
diamante es algo valiosísimo para nosotros... y sin valor alguno para algunas
tribus africanas. Nos da asco la suciedad, mientras que los niños disfrutan
jugando con ella. Todo depende de la imagen que se ha creado en el cerebro. El
modelo, el condicionamiento, la programación... La gran conclusión de todo esto
es que ningún sufrimiento (aparte, como siempre, del dolor físico) viene de
causas objetivas, sino de mi "programación" interna. Mi cerebro ha sido
programado de manera que ciertas cosas le parezcan agradables y otras
desagradables, y él sigue ciegamente el programa cibernético. Se alegra cuando
tiene que alegrarse, cuando la cinta del ordenador le dice que se alegre, y se
apena cuando le dice que tiene que apenarse. Obedece al programa como el robot
más fiel. Por eso, cuando me encuentro irritado por una situación, molesto ante
una persona, disgustado conmigo mismo... no tengo más que cambiar el programa
del ordenador, y la molestia cesará.
Tony llegó a esta conclusión en dos etapas, por así decido: la primera en "Sádhana I ", y la segunda en "Sádhana II"; y las voy a explicar por separado. Ya en los tiempos de "Sádhana I ", Tony insistía con claridad y vehemencia: "Nadie te trastorna; te trastornas tú mismo." En eso no perdonaba. La gente se le quejaba: "fulano me está molestando, me está fastidiando, me está sacando de quicio", y él nunca jamás admitía tales quejas. "¿Desde cuándo le has dado tú permiso para que te moleste, te fastidie, te saque de quicio? ¿Con que le has dado poder sobre tu vida, eh? Le, has entregado la llave de tu libertad, y ahora te diviertes cuando él te divierte, y te fastidias cuando él te fastidia, ¿no es eso? Pues ¡valiente persona estás tú hecha! "Tony atacaba sin piedad a quien así se quejara. Echarle a otros la culpa del propio malestar de uno era un escape, un mecanismo de defensa psicológico, un tratar de quitarme la responsabilidad de los hombros y echársela encima a los demás, un hacerme la víctima inocente e indefensa que nada puede hacer más que sufrir pacientemente lo que otros despiadadamente le echan encima. Esa cobarde actitud quedaba denunciada, desenmascarada y rechazada enérgicamente.
Ejemplos de siempre: "Me ha insultado, me ha engañado, no me ha hecho caso, no
me ha correspondido." Y respuesta de siempre: si has de tomar medidas para
contrarrestar el daño que te ha hecho o puede hacerte, tómalas y arregla el
asunto de hombre a hombre; pero lo que no vale es quedarte tú sentado sin hacer
nada más que quejarte a los cuatro vientos de la injusticia de que eres objeto,
y pretender que te tengamos lástima y te demos la razón. De ninguna manera. Si
quieres sufrir, sufre, pero asume la responsabilidad de tu sufrimiento y
reconoce que viene de ti mismo, de tu enfado contigo mismo por tu impotencia y
tu cobardía, del rechazarte tú a ti mismo por tu derrota sin lucha, por tu
frustración. Tú eres quien te estás haciendo sufrir a ti mismo, y nadie más.
Tony disfrutaba representando en monólogo la siguiente escena. Está de pie en una cola de gente esperando impacientemente su turno, cuando otro que llega más tarde viene por detrás, se cuela y se pone delante de él. Tony entonces se pone a lloriquear, coge un objeto blando (como una revista arrollada, para no hacerse daño) y comienza a pegarse con él en la cabeza mientras sigue gimiendo y lamentándose: "Mirad a ese hombre... me está pegando... me está haciendo daño... me ha hecho una injusticia... se ha colado delante de mí... y no tiene derecho a hacerla...; ¡pobre de mí, cuánto tengo que sufrir! " Lección: si alguien se cuela y se pone injustamente delante de ti, házselo saber con buenos modales e invítale a que se ponga en el sitio que le corresponde; si atiende a razones y se vuelve a la cola, has ganado; y si se pone violento, tú razonas sencillamente que es preferible aguardar un turno más en la cola que exponerse a sufrir un daño físico, y con esa consideración te quedas tranquilamente donde estás, y no ha pasado nada.
Has
hecho lo que estaba en tu mano, y aceptas lo que no lo está, Pero nada de
lloriqueos y gemidos. Nunca te refugies en la fácil cantinela "mira cómo me está
fastidiando", y te hagas sufrir a ti mismo bajo la excusa de que es otro quien
te hace sufrir. Estratagema muy corriente y que causa mucho daño a casi todo el
mundo.
Eso
siempre lo había dicho y subrayado Tony. Pero ahora, en "Sádhana II", dio un
paso más hacia adelante. En "Sádhana I" había dicho: "No es el otro quien te
trastorna, eres tú mismo." Ahora, en "Sádhana II", afinaba algo más todavía: "No
eres tú quien te trastornas a ti mismo, sino tu cerebro programado." Es decir,
que no soy yo mismo conscientemente quien estoy buscando excusas y echándole la
culpa a los demás de lo que yo sufro, sino que es el modelo que llevo en la
mente, heredado y modelado y encajado por historia y tradición, el que me hace
pensar así. Me han enseñado que si no consigo éxito, debo dolerme; que si no me
aman, debo desesperarme; que si se muere un amigo mío, debo quedar hecho polvo;
y yo me duelo y me desespero y me quedo hecho polvo debidamente, e inclino mi
sufrida cabeza bajo la carga de penas sucesivas, como he aprendido a hacer y
estoy convencido que es mi deber hacer.
No hay
tal deber. Sólo hay una estructura prefabricada, sólidamente encajada en mi
cerebro, que me fuerza a dolerme y desesperarme y quedar hecho polvo en ciertas
ocasiones, así como a regocijarme y entusiasmarme en otras de manera totalmente
arbitraria. Esa estructura es la que determina mi felicidad o mi desesperación.
Soy esclavo de mi condicionamiento mental.
Tony: "Me han hecho creer que no puedo ser feliz sin dinero. Eso es una ilusión. Líbrate de la ilusión y podrás ser feliz sin dinero, como hay gente que de hecho lo es. Un ejemplo de mi propia vida. Yo ahora creo firmemente que no podría ser feliz sin libertad. Sin embargo, cuando yo estaba en el noviciado, apenas tenía libertad de ninguna clase y, a pesar de ello, era muy feliz. Sólo comencé a sentirme menos feliz cuando me dijeron que no podía ser feliz sin libertad, y entonces llegué a sentirme avergonzado por haber pasado un período de mi vida sin libertad. El caso es bien claro: lo que me hacíaa sentirme feliz o no, no era la libertad o la falta de ella, sino lo que yo llegué a creerme sobre ello. No fue la falta de libertad lo que me hizo sentirme desgraciado, sino el llegar a convercerme de que, si no tenía libertad, tenía que ser desgraciado. Otra vez es la cabeza la que lo hace todo, no la realidad en sí.
Y así
en todo. Necesitamos compañía porque nos han hecho creer que la necesitamos; de
hecho, podemos ser perfectamente felices sin ella. Me siento culpable si no
llevo una vida seria y regular de oración, porque eso es lo que me han inculcado
desde mi más tierna formación religiosa; y, sin embargo, Dios está muy por
encima de mis prácticas de oración, y puedo tener una relación muy satisfactoria
con él aunque mi vida de oración no sea un modelo. ¡Cuánto sentido de
culpabilidad, resentimiento, odio a sí mismo, sufrimiento y frustración vienen
de la imagen que ha sido esculpida en mi mente y del decreto tiránico que me
fuerza a ajustarme a esa imagen! Si consigo librarme de esa imagen y de ese
decreto, habré dado un paso de gigante hacia la verdadera felicidad,
satisfacción y paz del alma, que es lo que en definitiva busco y deseo." .
La
contraseña ahora, entre nosotros, era: "Deja caer las falsas ilusiones." Ilusión
es que, para ser feliz, necesitas a esa persona, ese objeto, ese suceso, esa
circunstancia, esa reacción, ese éxito, esa satisfacción, esa seguridad... Todo
eso no son sino falsas ilusiones creadas en tu mente por el adoctrinamiento y la
costumbre: el lavado de cerebro al que nos han sometido desde la infancia (con
la mejor intención, sin duda, y para nuestro bien), pero que es el que ha
causado nuestra ruina. Nos ha forzado a pensar de una manera, a disfrutar con
ciertas cosas y sufrir con otras, y a no podernos pasar sin otras. Todo eso es
pura ilusión. Podemos muy bien pasarnos sin todo eso y ser tan felices. Si
logras liberarte de la convicción de que todas esas cosas te son necesarias, tú
mismo te quedarás sorprendido de ver lo fácil que es vivir sin ellas.
Estas
"ilusiones" del cerebro no son más que otra manera de nombrar los "asimientos"
de que hemos tratado hasta ahora. Ambos términos se refieren a aquello de que me
han hecho creer que no puedo prescindir. Ambos son puro producto arbitrario de
la mente. Y ambos pueden hacerse desaparecer con sólo caer íntimamente en la
cuenta de lo que son: ilusiones, sueños, fantasías. .. Abre los ojos, míralo y
entiéndelo. En cuanto ves que una ilusión es una ilusión, deja de serlo. Ese es
el camino, y no hay otro. La lógica, la argumentación, los silogismos, la fuerza
bruta, no sirven de nada aquí. Sigue escudriñando las maquinaciones de tu mente,
y cae en la cuenta de que todo tu sufrimiento viene de la programación de tu
cerebro. Desprenderse de la ilusión es caer en la cuenta de que lo es. La cinta
magnética de tu ordenador personal se ha cambiado. La ficha perforada es nueva.
Un sufrimiento menos en tu vida. Sigue cambiando las cintas. Sigue limpiando tu
cerebro de toda la suciedad y oxidación que ha adquirido a lo largo de tantos
años que lleva ya funcionando, y verás cómo la salud y ]a felicidad vuelven a tu
vida.
Un dicho japonés: "No es el ruido el que te molesta a ti; tú le molestas al ruido." Quiere decir: estoy fastidiado, porque alguien está armando un verdadero estrépito cerca de donde yo estoy, y no puedo concentrarme en mi trabajo, no puedo estudiar, no puedo escribir, no puedo dormir. El ruido me molesta. Me impacienta y me pongo furioso, maldigo al ruido y a todos los que lo hacen, pero no puedo evitar que lo hagan, ya que son trabajadores que están reparando unas tuberías, lo cual tienen pleno derecho y obligación de hacer, aunque, por desgracia, eso les lleve a hacer un ruido insoportable. Esa consideración no aplaca mis nervios, y cada vez me pongo más furioso con ellos y conmigo mismo. Sí, conmigo mismo, porque sé muy bien que hay otras personas que viven y trabajan aquí mismo, donde yo lo hago, y a las que no les molesta el ruido para nada. Pueden trabajar o dormir en medio de un terremoto. Y en cambio, a mí me basta el vuelo de un mosquito para sacarme de quicio. ¿Por qué ha de ser así? ¿Por qué estoy yo hecho de esa manera? ¿Por qué los otros se quedan tan tranquilos? ¿Cuándo diablos va a parar ese ruido? ¿Va a explotarme la cabeza, o me voy a marchar de aquí antes de reventar? Estoy hecho una lástima, y lo sé muy bien.
Muchas
veces he padecido esa situación. Y ahora vamos a analizada un poco. Para
empezar, no es el ruido en sí lo que me molesta, porque hay otras personas en
esta misma casa que están oyendo el mismísimo ruido y se quedan tan tranquilas.
Está bien claro que lo que me molesta a mí no es el taladro eléctrico, sino mis
nervios de punta. Otro paso: ¿Qué quiero decir cuando hablo de "mis nervios de
punta"? Ni más ni menos que la convicción, grabada en las células de mi cerebro
desde mi más tierna infancia, de que yo soy una persona muy sensible, que
necesito paz y tranquilidad para trabajar, que no puedo aguantar el ruido, que
en una sociedad civilizada no debería haber ruidos, que la carta de los derechos
humanos de las Naciones Unidas me da derecho a una existencia libre de ruidos y
de decibelios y de taladros eléctricos en las cercanías de mis delicados oídos.
Y todo eso, bien visto, no es más que una solemne estupidez. No es que yo esté
constituido intrínsecamente de manera que no pueda tolerar el ruido, sino
sencillamente que las circunstancias y ambientes que he vivido me han
acostumbrado a rechazar el ruido, así como a otros les han acostumbrado a
tolerado, y aun a otros a no poder vivir sin él, que también se dan casos... De
modo que tampoco son mis nervios como tales los que no pueden tolerar el ruido.
De acuerdo. Pero ahora viene la última y desesperada defensa de mi pobre y
acorralada sensibilidad contra la ofensiva del ruido: "Sí, lo admito, me he
acostumbrado mal, y eso es lo que me hace ahora que me parezca el ruido
insoportable; yo mismo quisiera que no fuera así, y poder yo aguantar el ruido
como todo el mundo, pero ¿qué le voy a hacer?, el mal ya está hecho y no tiene
remedio. Mis nervios se han puesto así, de punta, como decía, y es ya demasiado
tarde para intentar cambiados. Lo único que me queda ya es sufrir sin esperanza
de alivio, ponerme algodones en los oídos, quedarme sin dormir, padecer la
molestia perpetua de mi debilidad ante el más mínimo ruido y aceptar con
resignación mi destino, por desagradable que sea. No queda otro remedio." Ese es
mi último refugio, y he de destruirlo inmediatamente, sin dejar piedra sobre
piedra, si es que quiero avanzar en la vida y que crezca mi espíritu. Es verdad
que he estado sometido a un condicionamiento que me ha llevado a este triste
estado; pero, una vez que lo sé y lo admito, todo lo que he de hacer para
remediar la situación es cambiar el condicionamiento. Cambiar la cinta del
magnetofón, la ficha perforada del ordenador. O, mejor todavía (aunque a esto no
llegue la comparación), dejarme la cabeza libre de cintas y fichas, limpiarme la
mente de todos los condicionamientos a que ha sido sometida. Nunca es demasiado
tarde para caer en la cuenta, desprenderme de la visión artificial que se me
había impuesto y volver a la sana naturaleza, a la realidad virgen tal y como
es. Entonces caeré en la cuenta de que, lejos de ser el ruido el que me molesta
a mí, "yo soy quien le molesto a él." Ese ruido, sea que venga del martilleo
inevitable de trabajadores honrados o del tubo de escape de una motocicleta
irresponsable sin silenciador, es parte de la realidad que me circunda y que no
está bajo mi control. Esa realidad está ahí, para bien o para mal, y si yo la
rechazo, porque no encaja con mis deseos y necesidades, soy yo quien mentalmente
estoy atacando a esa realidad y al ruido que conlleva. Resistirse a la realidad
es, una vez más, "dar coces contra e! aguijón", y eúnico que sale perdiendo soy
yo mismo. Si aprendo a cambiar mi perspectiva, a reconciliarme con los hechos
que no puedo cambiar, a aceptar el ruido, llegaré a poder concentrarme en mi
trabajo y a conciliar e! sueño. Sabiduría oriental, una vez más.
"Vuelvo
a repetir", insistía Tony sin cansarse: "todo sufrimiento viene del cerebro
programado. No echéis a nadie la culpa de él ni os echéis la culpa a vosotros
mismos. Es sólo la maquinaria que lleváis dentro la que está mal ajustada, y hay
que volver a ajustarla suavemente. Observadla sin cesar. Desenmascarad vuestras
falsas ilusiones. Poned todo en tela de juicio. Haced vuestro trabajo. Nadie lo
hará por vosotros, y nadie quiere hacerla por sí mismo. Por eso la humanidad
continúa sufriendo. Es trabajo duro que requiere introspección, reflexión,
honestidad, tiempo y valor. Y, más que nada, perseverancia. No es trabajo de un
día. Las falsas ilusiones han de caer una a una, y tenemos la bodega tan llena
de ellas que llevará tiempo el llegar a deshacerse de todas. Cuantas más y
cuanto antes las despachéis, mejor. ¡Manos a la obra!"
Una
cosa he de decir de Tony, y éste es el lugar de decirla: Tony "se trabajaba"
mucho a sí mismo. No me refiero precisamente al cuidado que ponía en preparar
sus charlas, coleccionar cuentos, escribir libros (soy escritor yo mismo, y sé
muy bien lo duro que es el escribir), sino a lo que trabajaba en mejorarse a sí
mismo, en experimentar él primero en su persona lo que luego había de recomendar
a los demás, su autoexamen constante, su práctica de métodos de oración y de
ejercicios psicológicos, su interés en recoger opiniones, en experimentar nuevos
enfoques, siempre pensando, verificando, explorando. Lo veía yo a veces sentado
horas enteras, solo, en la terraza del edificio nuevo de Lonaula, y sabía muy
bien que no estaba soñando despierto. Dedicaba esos ratos de solitud a planear,
reflexionar, meditar. Un día nos dijo: "Ayer expresé como opinión mía que toda
pena de familia era autocompasión. Luego, uno de vosotros me vino a decir que
quizá no fuera así siempre. Anoche estuve un largo rato pensando sobre ello, y
creo que tiene razón. Puede haber casos en lo que no sea así. Corrijo lo que
dije."
A lo
largo de los muchos años que conocí y traté a Tony, recogí ciertos indicios de
lo que hacía él cuando le llegaban crisis personales, como nos llegan a todos
nosotros. Aquí están. "Cuando me encuentro perdido y no sé lo que hacer, dejo la
mente en blanco y rezo a la Virgen." -"El otro día me sentí como un niño
asustado y comencé a vagar solo y sin rumbo por los jardines. Lo que me salvó
entonces de ese estado fue la 'oración de Jesús', la repetición rítmica de su
nombre a tono con la respiración consciente." -"Cuando me encuentro deprimido,
me voy a pasear solo varias horas, sin decírselo a nadie." -"La mejor manera que
he encontrado para salir de mis crisis es ayudar a otros a que salgan de las
suyas." En uno de sus libros ha contado la historia del guru que consiguió la
iluminación suprema, y sus discípulos le preguntaron que cómo había cambiado eso
su vida. El guru respondió: "Antes de la iluminación solía tener depresiones;
ahora, después de la iluminación... también las tengo." Tony,sabía que todos
habíamos leído sus libros y conocíámos todas sus historias; y, sin embargo, nos
repitió ese cuento dos veces en Lonaula. Yo no pude evitar la impresión de que
tenía algo que ver con él mismo.
"Nadie
quiere curarse." Tony repetía una y otra vez la acusación tajante, pese a las
protestas de todos los presentes: "Venimos aquí dejando otras ocupaciones; nos
pasamos nueve meses enteros; volvemos, año tras año, para renovaciones
sucesivas; no ahorramos sudores; entramos de lleno en todo el trabajo,
entrenamiento, ejercicios, proyectos en que tienes a bien meternos... iY todavía
dices que nadie quiere curarse!" Tony defendía su posición: "Preguntadle a
cualquier psicólogo, cualquier psicoterapeuta, cualquier director o consejero de
los problemas de la mente, y confirmará lo que yo digo. Es un hecho bien
conocido en su profesión que los clientes que a ellos acuden no lo hacen para
ser curados. Sólo quieren aliviar los síntomas, demostrar que han hecho un
esfuerzo al ir a consultar a un especialista, aprender algún truco para usarlo
ellos mismos después con otros o, con mucha frecuencia, dejar sentado que ya no
tienen remedio y no hay nadie que pueda curarlos. La excepción es la persona que
realmente quiere curarse a toda costa, quiere la liberación total, el
desprendimiento total, la libertad total de todo condicionamiento, y está
dispuesta a pasar por todo y pagar el precio necesario para llegar a ese estado.
También de esta situación es verdad que 'muchos son los llamados y pocos los
escogidos'. ¡Esforzaos en entrar por la puerta estrecha!"
Tony no
hacía más que expresar en términos modernos una consideración fundamental de san
Ignacio, que en un texto clásico había dividido a la humanidad religiosa en tres
clases, representadas por tres parejas de hombres de negocios que habían
adquirido una buena suma de dinero "no pura o debidamente por amor de Dios" (¡a
Ignacio tampoco le faltaba ironía!), y querían acallar su conciencia y "hallar
en paz a Dios nuestro Señor". La primera pareja dice que desde luego que quieren
arreglado todo, y decididamente lo harán... a la hora de la muerte. Otra ironía
ignaciana, aunque no sin su toque de realismo. Aplazar la solución. Sí, claro
que queremos, pero no en este momento, no nos viene bien ahora, ya veremos
mañana, más adelante, no es fijo cuándo, pero sin falta lo haremos. Es decir,
sí..., pero no. El paciente quiere curarse, pero no está dispuesto a la
operación. Es decir, que no quiere curarse. La segunda pareja va un poco más
lejos, al menos en apariencia. Están decididos a acabar, no con el dinero, sino
con el apego que le tienen, de modo que se quedan con el capital, pero prometen
usarlo sabia y prudentemente. Ninguno de éstos "hallará en paz a Dios nuestro
Señor". Nadie quiere curarse. Sólo la tercera pareja está dispuesta a todo,
incluso a dejar todo el dinero ahora mismo, con tal de satisfacer a sus
conciencias y enderezar su relación con Dios. Estos son los menos. Pocos son los
que de veras quieren curarse, y eso era todo lo que Tony estaba diciendo a su
manera.
Había
hablado de apegos, de falsas ilusiones, de condicionamientos previos; y ahora
repetía que nadie en realidad quiere deshacerse de ellos. Estamos apegados a
nuestros apegos, ilusionados por nuestras ilusiones y condicionados por nuestros
condicionamientos. No es fácil salir de ese círculo encantado. Cuesta mucho
dejar actitudes, costumbres, puntos de vista que casi formaban parte de nuestra
naturaleza y que tememos nos van a doler al desprenderse. Aun cuando nos
entregamos oficialmente a la tarea de acabar con todas esas dobleces, como
cuando nos apuntamos a un curso de Sádhana, nos resistimos por dentro, sin
acabar de entregamos a la libertad completa. Contemporizamos, disimulamos,
hacemos las cosas a medias, nos damos por satisfechos con resultados parciales,
cuando la única manera de conseguir la verdadera libertad del corazón es
entregarse a ello sin reservas de ninguna clase y sin pararse en nada. Tony no
dejaba pasar ninguna oportunidad de urgirnos a la generosidad total en nuestra
aventura del espíritu. Sabía muy bien que una persona íntimamente liberada es la
mayor bendición para la sociedad, esté donde esté y haga lo que haga; y por ello
se esforzaba con toda su alma en formar personas así, es decir, nos animaba a
que nos formásemos a nosotros mismos como personas profundamente espirituales y
psicológicamente sanas. Ese era su empeño.
Para ello trazó claramente las líneas de ataque. Sin atajos, sin trucos fáciles o fórmulas prefabricadas, definió con trazos firmes el camino hacia la salud de la mente y la profundidad del espíritu. Incluso le dio un nombre: "sufrir para acabar de sufrir." Es decir, usar el mismo sufrimiento para combatirlo y reducido en cuanto sea posible. La idea es paradójica una vez más, pero en sí misma es bien sencilla. El placer nos gusta y nos hace pasarlo bien, pero el placer no nos enseña nada. El sufrimiento sí. El sufrimiento siempre trae una lección consigo, y si sabemos ir aprovechándonos de esas lecciones según las vamos recibiendo en la vida, estamos en camino de madurez y desarrollo. Los obstáculos de ese desarrollo, lo tenemos ya bien dicho, son nuestros ápegos, falsas ilusiones y condicionamientos adquiridos. Lo que ahora hace el sufrimiento es descubrirnos esos obstáculos ocultos a nosotros mismos.
Cuando
encuentro que algo súbitamente me molesta, quiere decir que algún apego, ilusión
o condicionamiento ha sido tocado, y por eso duele. Eso me da la oportunidad de
descubrir ese obstáculo, sacarlo a la superficie y desentenderme de él. El
sufrimiento moral actúa como el dolor físico. Cuando un diente me duele, me
avisa de que se está formando una caries y tengo que ir al dentista. Si las
caries no dolieran, pronto nos quedaríamos sin dentadura. Cuando algo duele, en
el cuerpo o en el alma, nos avisa de la presencia allí de un agente maligno. El
dolor lleva a la salud.
"La
tragedia de nuestras vidas (son palabras de Tony) no es lo que sufrimos, sino lo
que nos perdemos al sufrir. Nos perdemos la oportunidad de avanzar en la vida
por el sufrimiento mismo. Avanzamos más cuando nos rechazan que cuando nos
aceptan, porque el ser aceptados nos hace creer que todo va bien, mientras que
el ser rechazados nos hace caer en la cuenta de que aún hay cosas en nosotros
que hay que corregir.
Mi
único guru es la persona que me fastidia, porque es quien me revela a mí mis
propias flaquezas. Alégrate, pues, cuando sientes que se levanta en ti un
sentimiento doloroso, porque, si le sigues la pista, te llevará más cerca de la
liberación. Todo progreso espiritual tiene lugar a través del sufrimiento, con
sólo que aprendamos a usar el sufrimiento para acabar con el sufrimiento. No os
distraigáis cuando sufrís, no os pongáis a racionalizar el sufrimiento, a
justificarlo, y menos intentéis olvidarlo o pasarlo por alto. La única manera de
tratar con el sufrimiento es hacerle frente, mirarle fijamente a la cara,
observarlo, entenderlo. ¿Qué falsa ilusión mía estaba escondida detrás de ese
sufrimiento? ¿Qué asimiento de los de mi colección se ha visto amenazado al
aparecer este sufrimiento en el horizonte? ¿Cuál de mis condicionamientos ha
sido violado? Ahí está mi oportunidad dorada de conocerme a mí mismo, de
corregir mis debilidades, de mejorar mi vida. Y en vez de hacer eso y
aprovecharnos de la ocasión bendita, hacemos todo lo contrario; empezamos a
echarles la culpa de nuestros sufrimientos a todo el mundo, nos quejamos de
nuestros rivales, de la sociedad, del gobierno, de Dios mismo; nos acogemos al
fácil recurso de la autocompasión, la amargura o la depresión, o tratamos de
ahogar nuestra desesperación en el trabajo o en el cinismo. El escape nos daña
doblemente, en vez de curamos. Si aprendemos a sacar provecho de nuestros
sufrimientos, avanzaremos a grandes pasos en la vida espiritual."
Otro
enfoque de la misma cuestión: cada vez que sufro me estoy oponiendo a la
realidad. Sufrir es sencillamente resistirse a la realidad. Mis asimientos,
falsas ilusiones y condicionamientos me habían oscurecido la realidad de tal
modo que yo había perdido contacto con ella, y ahora, cuando se me presenta tal
como es y como yo me había olvidado que era, me sorprende, me sacude, me duele.
Para volver a recobrar la realidad, lo que he de preguntar cuando llega el
sufrimiento es: ¿qué es a lo que me estoy resistiendo? No he de preguntar cuando
sufro: ¿qué es lo que no marcha ahí fuera?, sino ¿qué es lo que no marcha aquí
dentro? Cada vez que sufro, que me agito, que me apuro, hay algo que no marcha
en mí. Y ésa es la ocasión de descubrirlo. No estaba yo preparado para lo que ha
venido, no estaba a tono con la realidad, no estaba en contacto con la vida. El
sufrimiento me ha sacudido. Me he resistido a algo. Averigua a qué te has
resistido y por qué. Eso dará luz y abrirá el camino del avance espiritual.
Tony me
dedicó tiempo en el grupo: "Vamos a ver, Carlos, tú tienes problemas con el
sueño. No duermes bien. Le echas la culpa a tus nervios, al trabajo que llevas,
a los ruidos y al calor. En vez de todo eso, piensa ahora un momento: ¿a qué te
resistes?; ¿a qué aspecto de la realidad te estás oponiendo? Lo puedo decir yo
mismo, porque te conozco bien: te resistes a no llevar tú el control de ti
mismo. A ti te han enseñado a gobernar tu propia vida, a imponer una disciplina
estricta a tu cuerpo y a tu mente, a mandar en ti mismo. Y en este asunto
importante de tu sueño diario no lo puedes hacer. Ahí no mandas tú. Quieres
dormir y no puedes. No funciona tu gobierno. Y eso te resulta intolerable. Te
duele haber perdido el control, y te resistes con toda tu alma. El resultado es
una noche en blanco. También te opones con toda tu alma al hecho de que,
mientras estás tumbado en la cama sin dormir, estás "perdiendo el tiempo". Eso,
para ti, es una abominación, y no toleras que te suceda a ti. Tú eres un
trabajador empedernido, y la mera idea de estar tumbado sin hacer nada te
repugna. Entonces tratas de convertir el "tiempo perdido" en "tiempo útil"
poniéndote a rezar en la cama o a planear tus trabajos mientras sigues
desvelado. Rezar y planear está muy bien; pero, como tú lo haces para luchar
contra la pérdida de tiempo y protestar contra ella, no haces más que empeorar
la situación. Para colmo, empiezas a compararte con compañeros tuyos a los que
conoces y que se duermen profundamente en cuanto les llega la cabeza a la
almohada, sientes envidia rabiosa y te rebelas contra la injusticia palpable.
¿Por
qué han de dormir ellos bien y tú no? Encima, te entra miedo de que la falta de
sueño te puede estropear la salud y disminuir tu capacidad de trabajo, sin la
cual no sabrías qué hacer, y te da vergüenza pensar que mañana te pasarás todo
el día bostezando, por falta de sueño, delante de todo el mundo, y eso te va a
hacer sentirte muy violento. Todo un catálogo de calamidades. No es extraño que,
para evitar todo ese sufrimiento, te acojas al tranquilizante y al somnífero.
Ese gesto desesperado es la expresión final de tu rechazo de la situación, y no
hace más que aumentar el problema. El somnífero te puede hacer descansar una
noche, pero al mismo tiempo ejerce otro efecto sobre tu mente mucho más
importante y destructivo. La aparentemente inocente pastilla refuerza tu
condicionamiento y repugnancia interior contra la situación de insomnio, y
cierra la posibilidad de que tú llegues a aceptarla. Has aumentado el problema
por ponerte a luchar contra él de frente. Has aumentado la ansiedad: ¿volveré a
necesitar pastilla mañana por la noche?; ¿me creará costumbre?; ¿servidumbre?;
¿cuánto va a durar esto?; ¿adónde me va a llevar? El problema se ha complicado
enormemente, y toda la complicación viene de tu adverso condicionamiento
interno. Tu cerebro programado te prohíbe pensar que puedas ser feliz mientras
sufres de iinsomnio, y te obliga a suprimirlo. Tú, obediente, te opones al
insomnio y, al hacerlo así, lo aumentas. Prueba ahora el sistema contrario. No
te resistas al insomnio. No te escapes de las molestias que te acarrea. Fíate de
tu cuerpo, que sabe perfectamente bien cuánto sueño necesita y cuándo, si es que
tú le dejas actuar según su propia sabiduría. Te advierto que esto es bien
difícil de hacer. El somnífero es mucho más fácil. Pero no es remedio. En
cambio, éste lo es. Siente tu propia resistencia al insomnio. Obsérvala.
Acéptala. Deja que tus noches sean lo que sean, y que tus días sean lo que sean.
y ni siquiera tengas avidez por resolver el problema. Puedes ser feliz aunque no
duermas bien. ¿Alguna otra pregunta?"
Esto
puede dar una idea de lo que Tony quería decir con la frase "usar el sufrimiento
para acabar con el sufrimiento". Es decir, dar la bienvenida al sufrimiento,
porque nos revela nuestras debilidades, saca a la superficie nuestras
necesidades internas, nos urge a ponerles remedio y nos ofrece el medio de
hacerlo: ver la realidad tal como es, aceptarla y quererla. Esa valiente actitud
extirpa la raíz misma del sufrimiento, en vez de contentarse con aliviar los
síntomas. Otra expresión era: "entender el sufrimiento es acabar con él." Ver,
conocer, saber. Caer en la cuenta. La mirada de la fe sobre la realidad de la
vida.
De
nuevo Tony: "Experiencias felices traen alegría a la vida; experiencias penosas
le dan profundidad y solidez. Tampoco quiere esto decir que haya que buscar el
sufrimiento o provocar el dolor; ya trae la vida bastantes penas para que le
añadamos más por nuestra cuenta. Lo que sí quiere decir es que, siempre que el
sufrimiento se presenta, debemos usarlo para esta noble tarea. No dejéis pasar
las ocasiones. Nunca se os ocurra decir: 'Cuando pase esta tribulación, volveré
a ser feliz.' No. Si no eres feliz con las cosas tal como están ahora, no lo
serás nunca. Si esperas a salir de la cárcel para ser libre, nunca serás libre.
Aprende a ser y sentirte libre dentro de la cárcel, y entonces podrás ser libre
siempre y en todas partes."
"Nunca
consideréis a la gente como buena o mala, sino pensad siempre que toda persona
es plenamente egoísta, ambiciosa, malvada, estúpida, inocente e intachable."
Tony nos dijo estas palabras no una, sino al menos diez veces aquellos días en
Lonaula. Siempre las mismas, siempre en el mismo orden, siempre con un tonillo
que subrayaba la paradoja que él mismo veía entrañaban, y la convicción cada vez
creciente con que las decía, porque las creía. De hecho, ésa era una de sus
ideas favoritas, relacionada muy de cerca con el "condicionamiento" de que acabo
de hablar. Se trata de que las personas actúan siempre de la mejor manera que
saben y pueden, dentro de las circunstancias en que se encuentran; y que, por
consiguiente, son en todo caso inocentes o intachables; sólo que su
"condicionamiento" de toda la vida y las circunstancias en que se encuentran las
llevan a considerar como "lo mejor" lo que a nosotros, con nuestro propio
condicionamiento, nos puede
parecer estúpido o depravado. No se trata de negar la existencia del libre
albedrío en el hombre, sino sólo (y ¡sabiamente!) subrayar el papel que los
condicionamientos previos juegan en la conducta humana. Eso ayuda a entenderse y
aceptarse mejor a uno mismo y, desde luego, a entender y aceptar con mayor
facilidad a los demás y su manera de portarse, por desagradable que a nosotros
nos resulte.
Todos
hemos heredado del mundo del cine (que nosotros mismos hemos creado) la imagen
del "bueno" y el "malo", y la aplicamos, desgraciadamente, a toda persona que se
pone a tiro de juició en nuestra vida, dividiendo a la humanidad entre buenos y
malos (con imágenes bíblicas, para recargar más las tintas), sin caer en la
cuenta de que al hacer eso estamos usurpando el papel de Dios, con funestas
consecuencias para nuestra vida social y nuestro desarrollo personal. En uno de
sus libros cuenta Tony la anécdota aquella de que si los buenos fueran blancos y
los malos negros, la pequeña María Luisa sería... ¡a rayas! De eso se trata.
En la tradición cristiana, los santos se han visto a sí mismos siempre como los peores pecadores. Y no era eso humildad exagerada ni, menos aún, hipocresía afectada, sino el reconocimiento sincero de todo lo que llevaban dentro, y que precisamente la luz de la gracia iluminaba con mayor intensidad; y en eso que llevaban dentro se parecían y se identificaban con lo peor que en otros había salido a la superficie y que en ellos, por la gracia de Dios y hasta la fecha, permanecía doblegado. Un dicho "sufí" enfoca la misma idea desde otro ángulo: "Un santo es santo hasta el momento en que se entera de que lo es."
Todos
nos hemos dicho más de una vez en la vida, ante caídas (que ya estamos juzgando)
de compañeros o noticias oficialmente tristes de gente cercana a nosotros: si
Dios no me tiene de su mano... ¡por ahí voy yo también! San Agustín, que supo
por experiencia en la primera parte de su vida lo que era ceder a la tentación y
que, tras su conversión y consagración, se sabía el mismo de siempre, capaz otra
vez de infidelidad, como lo era ahora de generosidad, tuvo aquel grito sincero
al relatar la integridad de su segunda vida como había relatado la infidelidad
de la primera: "¡Domine, ut occasio deesset tu fecisti!" (¡Tú, Señor, fuiste
quien quitaste la ocasión!) Si la ocasión hubiera vuelto, habría vuelto la
caída, porque la persona habría sido la misma. Al cambiar las circunstancias,
cambió la conducta. Las "personas decentes" somos distintas de los "criminales
públicos" (éstas son ya palabras de Tony) no en lo que somos, sino en lo que
hacemos. En el fondo, todos somos lo mismo, todos llevamos al santo y al pecador
dentro de nosotros, dispuestos a saltar a escena en cuanto se lo permitan; y
luego son las circunstancias de la vida y las tendencias de la mente las que nos
llevan a actuar a unos de una manera y a otros de otra. No hay lugar ni para la
vanagloria por un lado ni para la condenación por otro. Aun aquellos que a
nosotros nos parecen perversos y malvados no actúan en realidad por malicia,
sino por ignorancia. Aquí contaba Tony con el apoyo firme de la Sagrada
Escritura. "Os matarán creyendo que le hacen un favor a Dios"; "¡Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen!"; "Yo soy el peor de los pecadores...,
pero lo que hice lo hice por ignorancia" (Pablo); y los "pecados ocultos" del
salmo 18, que no son los que yo he cometido sin que nadie se entere, sino sin
enterarme yo mismo. "Mi conciencia no me reprocha nada, pero eso no quiere decir
que yo esté sin pecado", vuelve a decir Pablo; y en esa humildad bíblica está la
base dogmática y psicológica del poder aceptar a todos los hombres como, en
esperanza y humildad, nos aceptamos a nosotros mismos.
Tony nos contó un pequeño experimento que llevó a cabo con un grupo de religiosos y religiosas. Les dijo que tomaran papel y lápiz y pusiera cada uno brevemente por escrito, sin firma ni nombre, cinco ocasiones de su vida en las que tuvieran conciencia de haber actuado por malicia. El resultado fue un montón de papeles en blanco. Nadie escribió nada. Ni uno solo de los presentes, frente a frente con su conciencia, sin miedo a ser rechazado, y sin necesidad de encubrir nada por falsa humildad o deseo de seguridad ante los demás; ni uno solo pudo decir de una sola vez siquiera en su vida que había actuado por pura maldad. Es verdad que eran religiosos, pero si el mismo experimento se hiciera con gente a quien la sociedad considera como malhechores, el resultado sería el mismo. El montón de papeles en blanco.
Nadie
actúa por maldad. Aun el terrorista, al poner la bomba que va a matar a gente
inocente ante el horror del mundo entero, cree con toda su alma que al hacer eso
está cumpliendo con su deber, a veces con riesgo de su propia vida, que está
obrando en servicio de su grupo o de su país, o incluso que le está "haciendo un
favor a Dios". La acción más execrable ante la conciencia de toda la humanidad
no es tal ante la conciencia del que la ejecuta; incluso puede parecerle a él
sinceramente meritoria. "No juzguéis", mandó Jesús con firme claridad... y nadie
le hizo caso.
La
diferencia entre el terrorista y el asistente social es que el asistente social
hace algo que agrada y ayuda a la sociedad, mientras que el terrorista hace algo
que desagrada y hiere a la sociedad; y, en consecuencia, la sociedad alaba a uno
y condena al otro. No es que la persona sea "buena" o "mala" en sí misma, sino
que sus actividades resultan beneficiosas o perjudiciales a la sociedad, y ella,
es decir, nosotros, reaccionamos espontáneamente, por puro sentido de
conservación. Bien está la defensa propia, pero no el juicio moral. La sociedad
hace bien en recompensar a los que la ayudan y reprimir a los que la dañan.
Donde la sociedad se equivoca, y nosotros con ella es en pasar del juicio de la
acción (beneficiosa, perjudicial) al de la persona (buena, mala) y en juzgar
intenciones y motivos a partir del beneficio o el daño que las consecuencias de
esa acción le reportan a ella. El antiguo principio, "Condenar el pecado, no al
pecador", tiene plena vigencia y urgencia hoy como siempre.
Otro
ángulo desde el que Tony enfocaba la misma cuestión era el siguiente: dañar a
los demás es, en último término, dañarse a sí mismo, y todos sabemos eso muy
bien en el fondo. Puede que la pasión nos ciegue en el momento de actuar y
lleguemos a herir a otros con loca violencia; pero sabemos que esos golpes se
volverán contra nosotros mismos, y que el hacer sufrir a otros lleva siempre a
hacerse sufrir a uno mismo.
Quien a
hierro mata, a hierro muere. Hacer mal al prójimo es, más pronto o más tarde, de
una manera o de otra, hacerme daño a mí. Y como nadie quiere hacerse daño a sí
mismo, nadie va tampoco directamente a hacerle daño a nadie. Es decir, que no
obra por hacer el mal, aunque el resultado externo de su acción así lo haga
parecer. El motivo íntimo (oculto quizá al observador externo, pero evidente
para quien obra) es el hacer lo que en último término sea más ventajoso para él,
lo cual incluye (quizá también "en último término", y pasando primero por la
explosión de la bomba del terrorista) lo que en su entender haya de ser más
ventajoso para todos. Nadie hiere por herir, a no ser que sea un loco. Todo
miembro de un grupo (aunque ese grupo sea la raza humana) sabe que en el
bienestar del grupo está, en definitiva, su propio bienestar, y a eso tienden a
la larga sus esfuerzos. Los resultados pueden ser dispares y extraños, porque el
entendimiento humano hace cosas extrañas; pero el motivo de origen es la
autopreservación y, con él, la preservación necesaria de los demás. La maldad
por la maldad queda descartada.
En el
curso de la vida hay que enjuiciar inevitablemente acciones y actitudes que nos
afectan; pero aun ahí hay que separar cuidadosamente, por una parte, el juicio
práctico de lo que esa persona representa para mí y, por otra, el juicio moral
de lo que ella es en sí. Puedo enjuiciar a las personas como enjuicio la
utilidad de una secretaria o la eficiencia de un agente de viajes (son ejemplos
de Tony), con desprendimiento y objetividad:este agente hace un buen trabajo, es
puntual, exacto, de fiar; o, al contrario, es un inútil que no hace más que
complicar las cosas sin ayudar en nada. Juicio práctico y directo que regirá
después mi conducta y mi relación con ese agente y con esa persona; pero sin
juzgar en ningún caso a la persona como tal. Jesús no condenó ni siquiera a la
mujer adúltera.
Una
importante consecuencia se desprende de todo esto. Cuando personas con quienes
vivimos y trabajamos se portan con nosotros de manera que nos disgusta o nos
hiere, no tenemos derecho alguno a protestar o a quejamos de los que así actúan.
Haremos bien, sin duda alguna, en protegemos y defendemos del daño que sus
acciones nos pudieran causar, pero no tenemos nada contra las personas como
tales. Podría yo protestar si es que se tratara de un "enemigo" mío que actuara
contra mí con mala intención y deseo de hacerme daño; pero no es eso, en manera
alguna, lo que está haciendo; ese supuesto "enemigo" mío, lo que está haciendo
es sencillamente proteger sus propios intereses como mejor sabe, tratar de
avanzar su propia causa, hacer lo que él cree es lo mejor para él mismo o
incluso, tal vez, para la sociedad; en otras palabras, está siendo "plenamente
egoísta, ambicioso, malvado, estúpido, inocente e intachable". Si lo entiendo
así, lo único que puedo hacer es dejado en paz. No tengo derecho a decir: "No
debería hacerme eso"; al contrario, la realidad es que sí debería hacerte eso,
porque, dada la manera como él ve y entiende la situación, eso es lo único que
él puede hacer en conciencia, por difícil que para ti sea el verlo y admitirlo.
Aprendamos a no culpar nunca a nadie.
Otra
consecuencia: no hay nada que perdonar. Todos los perdones, excusas y
explicaciones del mundo no tienen sentido alguno. Nadie me ha ofendido, para
empezar; ¿cómo, pues, puedo pedide explicaciones a nadie? Me haya hecho lo que
me haya hecho, lo ha hecho convencido de que eso era lo que él debía hacer;
¿cómo puedo ahora exigirle que retire lo dicho, que me presente sus excusas, que
se retracte en público? Pedir perdón, y aun concederlo, es reconocer que había
culpa, falta moral, malicia; y una vez que reconocemos que no hay tal, no hay
lugar tampoco para el perdón. Perdonar es sólo acentuar la discordia. (¡Qué
razón tienes, Tony! pensé yo al oírle decir estas palabras. Sólo una vez me
mandaron en la vida que le pidiera perdón a un profesor por no haber asistido a
su clase. Lo hice así cumplidamente, él me perdonó generosamente... y desde
entonces nos odiamos cordialmente, hasta el día de hoy.) El perdón no existe,
porque la ofensa no existe; y la ofensa no existe, porque no existe la
intención. El único perdón verdadero es el caer en la cuenta de que no hay nada
que perdonar.
Aquí se
presenta una pequeña cuestión que Tony aclaró con firmeza cuando alguien,
inevitablemente, la propuso. Hemos dicho que cuando alguien actúa de manera
desagradable o perjudicial para otros, lo hace así por razón del
condicionamiento, el conjunto de hábitos, prejuicios y creencias que le llevan a
ver las cosas de una manera concreta y a reaccionar también de manera específica
en consecuencia. ¿Podemos, pues, decir ahora que hay un "mal condicionamiento"
que lleva a la gente a actuar mal, y un "buen condicionamiento" que le lleva a
obrar bien? No. Todo condicionamiento es malo en sí mismo. El resultado de un
condicionamiento que lleva al sujeto a hacer cosas que nos gustan, nos agrada;
así como el que le lleva a hacer cosas que no nos gustan, nos desagrada; pero el
condicionamiento como tal, el doblegar la mente, el forzar la naturaleza, el
fijar el prejuicio, el filtro, la censura, el lavado de cerebro (sea cual sea la
intención con que se haga) nunca puede aceptarse. Va contra la dignidad de la
persona humana, contra la libertad de la mente y, en último término, contra la
salud fundamental del individuo y de la sociedad. En el liberarse de todos los
condicionamientos (o, al menos, de tantos cuantos podamos) está el camino hacia
la verdadera paz interior y la concordia universal.
Es
importante caer en la cuenta de que tras esa manera de pensar y de expresarse
está el sólido apoyo de una fiel confianza en la naturaleza humana y en Dios"
que la ha creado. Ese optimismo creacional nos permite confiar en el hombre,
aceptar sus instintos y defender su integridad ante cualquier intento de
subyugación mental de cualquier signo que sea. El hombre es mejor
de lo que le enseñan a ser. Es verdad que existen el pecado original y la
concupiscencia del mal en el corazón del hombre; pero también existen, y con
mayor abundancia y generosidad, la gracia de Dios y la filiación divina de todos
sus hijos. Tener fe en el hombre es tener fe en Dios.
Una
ligera reflexión basta para descubrir cómo esta manera de pensar encaja
exactamente en el concepto general que Tony tenía del hombre, de la vida y de
Dios. No juzgar, no culpar, no quejarse, no sentir necesidad de perdonar ni de
ser perdonado... son consecuencias lógicas de esa actitud general ante la
naturaleza y las cosas y las personas que nos lleva a aceptar todo tal como es;
a abrir las puertas a la realidad; a caer en la cuenta de que nadie, de hecho,
me hace daño; que nadie necesita cambiar; que yo mismo puedo pasar tal como
estoy; y que no son la protesta y la rebelión, sino la fe y la esperanza, las
que constituyen la base de una vida feliz. La paz y la felicidad están en
aceptar, no en rebelarse. Evitando malentendidos, y hablando de la persona en su
actitud consigo misma, no de la revolución social que la historia puede
justificar y exigir, la integración personal de todo lo que ella es y la rodea,
incluso los aspectos dolorosos del ser, es la dirección clara y eficaz del
desarrollo y la plenitud de la persona humana.
Ese es
el sentido profundo del mandamiento incondicional de Jesús: "No resistáis al
mal." Con conciencia humilde de nuestra limitación para entender todo el sentido
que Jesús dio a esas palabras, y de la lucha en nuestros corazones cuando llega
el momento de poner en práctica el mandato eterno y reconciliado con el deber
urgente de oponerse a la injusticia y suprimir la opresion, el mandamiento de
Jesús apunta a una paz del alma y un equilibrio de ánimo que son nuestra
herencia evangélica y nos han de acompañar, estemos donde estemos y hagamos lo
que hagamos, para que nuestra acción sea fecunda y nuestra presencia benéfica.
"No juzguéis", "no resistáis", "tampoco yo te condeno","puedes ir en paz".
Bendición divina sobre el corazón del hombre.
Con
declarar a todo el mundo inocente e intachable, Tony no se libraba de la tarea
de tener que responder a preguntas sin cuento sobre situaciones morales y
problemas de la conducta humana. Y a ello se entregaba con gozo, ya que se daba
perfecta cuenta de que para formar a la persona tenía que formar su conciencia,
conciencia que con harta frecuencia, si no con triste seguridad, llegaba a sus
manos deformada por rigores, escrúpulos, miedos y prejuicios que había que
limpiar para que la paz moral del alma fuera fundamento de la paz psicológica.
Misión importante que él desempeñaba con gran firmeza por un lado y gran
delicadeza por otro, atento siempre a la necesidad y capacidad de la persona
concreta en el momento dado, y consciente de su propia responsabilidad al verse
erigido en árbitro de conciencias con una autoridad cuyo peso él conocía bien y
sentía fuertemente, aun en medio de las bromas que acompañaban sus actuaciones.
Su
primera condición era tratar con el momento presente y con la persona que tenía
delante. Nada de hipótesis, de conjeturas, de situaciones artificiales o de
posibilidades abstractas. El aquí y ahora. La persona y su caso. Preguntas como
"¿Qué harías tú si...?" o "¿Qué le aconsejarías a una persona que...?" eran
rechazadas al instante. Si se trata de un problema tuyo, y tienes el valor y la
confianza de hacerlo así, habla en primera persona en medio mismo del grupo; y
si, por cualquier razón, no quieres hacerlo así, representa el papel, es decir,
habla aquí y ahora como si tú fueras la persona que tiene el problema y desea la
respuesta, y reacciona y contesta como te imaginas que ella lo haría. El
encuentro ha de ser siempre de persona a persona y en el tiempo presente. Esto
no es una cátedra de teología, sino una escuela de vida, y vivos han de ser los
problemas y el modo de presentarlos, es decir, precisamente de "vivirlos". El
mejor enfoque para entender y resolver un problema es vivirlo.
La
segunda condición que Tony imponía con rigor absoluto en cada consulta es que la
responsabilidad de decidirse por una solución final (o por ninguna, que de todo
había) recaía de lleno sobre el "cliente". Nadie te dirá lo que has de hacer,
nadie tomará en tu nombre las decisiones que sólo a ti te corresponde tomar.
Puede haber consejos, reacciones, incluso teoría y doctrina; pero la decisión
final nunca se puede delegar. Aquí entraba de lleno la terapia "personalizada" o
"centrada en el cliente" que le devuelve sus preguntas y hace de eco y espejo en
el que se mire para aclararse a sí mismo su situación y encontrar el camino por
sí mismo; lo cual no quiere decir que Tony se contentase en absoluto con
desempeñar un papel pasivo al dirigir a otros (es imposible imaginarse a Tony en
un papel pasivo en cualquier cosa); sabía atacar, acosar, incluso insultar, si
hacía falta, para sacudir a un indolente; pero siempre con respeto total a la
persona en el momento en que precisamente la persona es más persona, que es el
momento de considerar las opciones y elegir una. Esa es la esencia del acto
moral, y en él el hombre ha de aceptar su soledad responsable. En último
término, él es quien dirige su vida.
Tras
esas dos condiciones venía el principio general que Tony adoptaba al considerar
las opciones morales y las decisiones de conciencia, y que era sencillamente la
regla clara y práctica: no hagas daño a nadie, y ayuda a quien puedas. En el
complejo mundo de las reglas de la conducta, el firme y breve resumen "no hagas
daño a nadie" trae consigo una gran tranquilidad, luz y firmeza que simplifica y
racionaliza la conducta con garantía de sentido común y resonancia social aun en
la vida privada. Este resumen bastaba para enfocar casi todas las decisiones, y
satisfacía en la práctica a casi toda la gente en casi todos los casos. Como
regla práctica, es, desde luego, una gran ayuda para abrirse camino en la selva
de la vida moral; sin embargo, como principio teórico presenta ciertas
dificultades, y Tony lo sabía muy bien. Hemos quedado en que se trata
sencillamente de evitar el daño y promover la ayuda, pero la dificultad teórica
es: ¿quién decide ahora qué es "daño" y qué es "ayuda" para mi prójimo en estas
circunstancias? Y si no puedo decidir esto, ¿cómo voy a definir mi conducta para
con él? Si soy yo quien decide lo que le conviene a mi prójimo o le deja de
convenir, me erijo en juez de su vida, que es precisamente lo que queremos
evitar. Si se lo quiero preguntar a él, en primer lugar en muchas ocasiones no
tendré oportunidad de hacerlo, y aunque me lo diga no puedo guiarme por ello, ya
que nadie es buen juez en su propia causa, ni mi prójimo en la suya. Y si he de
preguntárselo a Dios, vuelvo a perderme entre los libros de texto y las cátedras
y las opiniones, que tienen su importancia y validez para quien haya de
estudiarlas, pero que quedan lejos del hombre de la calle al momento de dar el
próximo paso en su constante caminar. Una mirada a este problema descubrirá
nuevos fondos en el pensar y el actuar de Tony.
Quizá el más conocido de los cuentos de Tony es el que puso como final de su primer libro, "5ádhana, un camino de oración", y cuyo estribillo repetía con frecuencia para recordar su contenido y su lección. Es el cuento más conocido y el menos entendido. Comienzo por citarlo por entero. "Una historia china habla de un anciano labrador que tenía un viejo caballo para cultivar sus campos. Un día, el caballo escapó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaban para condolerse con él y lamentar su desgracia, el labrador les replicó: '¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?' Una semana después, el caballo volvió de las montañas trayendo consigo una manada de caballos salvajes. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su buena suerte. Este les respondió: '¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?'
Cuando
el hijo del labrador intentó domar uno de aquellos caballos salvajes, cayó y se
rompió una pierna. Todo el mundo consideró esto como una desgracia. No así el
labrador, quien se limitó a decir: '¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?'
Unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados
todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Cuando vieron al
hijo del labrador con la pierna rota, lo dejaron tranquilo. ¿Había sido buena
suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe? Todo lo que a primera vista parece un
contratiempo puede ser un disfraz del bien. Y lo que parece bueno a primera
vista puede ser realmente dañoso. Así pues, será postura sabia que dejemos a
Dios decidir lo que es buena suerte y mala, y le agradezcamosque todas las cosas
se conviertan en bien para los que le aman."
Yo
siempre sospeché que la moraleja de esa historia iba mucho más lejos de lo que
parecía a primera vista. A Tony le gustaba mucho, y la repetía una y otra vez,
aun sabiendo que sus oyentes ya la conocían, como si quisiera que ahondasen en
ella; y él mismo había abierto su perspectiva final citando significativamente
las palabras esperanzadoras de Jesús crucificado a la gran mística inglesa
Juliana de Norwich, "Al final... todo todo saldrá bien". Bella expresión del
optimismo cristiano que espera confiadamente que Dios se las arregle para que al
final todo salga bien, a pesar de todas las dificultades innegables por las que
va pasando el mundo, y nosotros con él. Aparte de ese acto de fe, yo había
creído ver en esa historia la clave del pensamiento moral de Tony y su manera de
entender y dirigir la conducta humana, y quise verificar con él mismo mi
impresión. Lo hice así durante un largo paseo que nos dimos él y yo solos una
tarde en Lonaula. Apenas mencioné mi sospecha cuando él se sonrió y me dijo:
"Pues claro que sí. ¿No es evidente? Lo raro es que todo el mundo lee la
historia y nadie saca la consecuencia. Sólo ven la lección, muy verdadera y muy
consoladora, de que Dios puede sacar bienes de los males, y esto les aumenta la
confianza en la Divina Providencia y la fe en la vida. Eso es mucha verdad, y se
desprende bellamente de esa historia; pero no es ésa su enseñanza principal. Su
enseñanza principal se refiere a la moralidad y a la conducta. Habíamos
conseguido reducir los tomos de nuestra teología moral a una sola regla
práctica: no hagas daño a nadie. Eso era ya un paso de gigante que, a decir
verdad, es el que había dado Jesús al reducir toda la Ley y los Profetas al
doble mandamiento de amor a Dios y amor al prójimo. En la práctica, nuestro amor
a Dios se manifiesta en nuestro amor al prójimo, y nuestro amor al prójimo en la
regla práctica a que hemos llegado: no le hagas daño alguno y, si puedes,
ayúdale. Eso ya nos libera de las trabas de la casuística, los escrúpulos de la
conciencia y los detalles sin cuento de una legislación que sólo los expertos
pueden llegar a dominar. Pues ahora viene una mayor liberación todavía. Si la
regla práctica de mi conducta es el hacer el bien a mi prójimo y no el mal, y
luego descubro que, de hecho, yo nunca sé ni puedo saber con certeza qué es lo
que va a resultar beneficioso o dañoso para él, la conclusión es que quedo en
plena libertad al momento de escoger una conducta u otra, ¿no es verdad? Para mí
es evidente. Lo que creo es que la gente tiene precisamente miedo de esa
libertad, y por eso no saben leer esta historia. Claro que no se trata de
justificar el libertinaje en manera alguna; aún tenemos sentido común, y la vida
social seguirá su curso normal; pero dentro de nosotros llevamos un principio de
libertad que, bien entendido, puede traer la paz y la alegría a nuestra vida.
Hemos de reconocer, si somos honrados, que a fin de cuentas no sabemos qué es
bueno o malo para nadie; y eso, aun con todas las limitaciones que tenemos y
seguiremos teniendo, bastaría para devolvemos la paz interior en el difícil
trance de tomar decisiones. Ya no pesa sobre nosotros la imposible
responsabilidad de hacer siempre bien a todo el mundo y garantizar el bienestar
de la humanidad. A nosotros sólo nos toca, en la seriedad de nuestra conciencia
y dentro de los límites de nuestra esfera de acción, aproximamos en lo posible a
lo que mejor nos parezca en cada opción, dejándole a Dios que cambie la mala
suerte en buena con su sabiduría y providencia. Si sólo entendiérámos esto, se
aligeraría considerablemente la carga moral que llevamos a cuestas y se nos
abriría alegremente la conciencia. Esa es la moraleja de esa historia
aparentemente inofensiva. ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe! y si no
sabemos, ¿a qué preocupamos? Aunque un mensaje tan liberador sí que es buena
suerte, ¿no te parece?"
Aún
seguimos discutiendo la historia china mientras manteníamos un buen paso a lo
largo de los bellos caminos de Lonaula. Yo había llegado a la conclusión de que
esa historia era una de esas historias universales que se encuentran en todas
las literaturas con regularidad sorprendente. Sin hacer ninguna clase de estudio
especial, yo me había encontrado con historias equivalentes, donde las
peripecias eran distintas pero la lección la misma, en un cuento sufí, en otro
de derviches y, como no podía ser menos, en otro indio. Le conté a Tony el
cuento indio, que aparece en uno de los diálogos clásicos entre el emperador
Akbar (a quien un sentido democrático popular le hace siempre salir mal de la
aventura) y su vis ir Bírbal (quien con un toque de su humor y su inteligencia,
explica todo y hace que todo acabe bien). Este es el cuento indio:
Un día,
Akbar y Bírbal fueron a la selva a cazar. Al disparar la escopeta, Akbar se
hirió el pulgar y gritó de dolor. Bírbal le vendó el dedo y le endilgó el
consuelo de sus reflexiones filosóficas: "Majestad, nunca sabemos qué es bueno o
malo para nosotros." Al emperador no le sentó bien el consejo, se puso hecho una
furia y arrojó al visir al fondo de un pozo abandonado. Continuó después
caminando solo por el bosque, y en esto un grupo de salvajes le salió al
encuentro en plena selva, lo rodearon, lo hicieron cautivo y lo llevaron a su
jefe. La tribu se preparaba a ofrecer un sacrificio humano, y Akbar era la
víctima que Dios les había enviado. El hechicero oficial de la tribu le examinó
en detalle y, al ver que tenía el pulgar roto, lo rechazó, ya que la víctima no
había de tener defecto físico alguno. Akbar cayó entonces en la cuenta de que
Bírbal había tenido toda la razón, le entró remordimiento, volvió corriendo al
pozo en el que lo había echado, lo sacó y le pidió perdón por el daño que tan
injustamente le había causado. Bírbal contestó: "Majestad, no tiene por qué
pedirme perdón, ya que no me ha causado ningún daño. Al contrario, su majestad
me ha hecho un gran favor, me ha salvado la vida. Si no me hubiera arrojado a
este pozo, hubiera continuado yo a su lado, y esos salvajes me habrían cogido a
mí para su sacrificio y habrían acabado conmigo. Como ve su majestad, nunca
sabemos si algo ha de ser bueno o malo para nosotros."
Tony
comentó: "Cuando todas las culturas coinciden en algo, es que tienen algo
especial que enseñamos y la enseñanza de esta historia universal parece ser que
no tenemos que tomar en serio nuestra vida, nuestras decisiones, nuestros
fracasos o éxitos, ni siquiera nuestras caídas morales o nuestros piadosos
méritos. Sigamos haciendo lo que vamos haciendo, siempre con alegría y
despreocupación, y todo saldrá bien al final."
¿Buena
suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién lo sabe?"
Ahí le
guardaba yo una pequeña sorpresa a Tony. Poco antes de ir a Lonaula, había
tropezado yo con un texto de san Agustín que estaba seguro le gustaría, y éste
era el momento de citarlo. El pasaje en cuestión se encuentra en el comentario
de san Agustín a la primera epístola de san Juan, y dice así: "¿Deseas la vida
para tu amigo? Haces bien. ¿Deseas la muerte para tu enemigo? Haces mal. Aunque
es posible que la vida que deseas para tu amigo le sea inútil, mientras que la
muerte que deseas para tu enemigo le sea beneficiosa. Nunca sabemos si el seguir
viviendo es bueno o malo para algien." Agustín parece aplicar nuestra historia a
la vida misma. ¿Vivir? ¿Morir? ¿Bueno? ¿Malo? ¿Quién lo sabe? El comentario de
Tony al oír el texto fue: "Mala lógica y buena teología." Mala lógica, porque,
si yo no sé que una acción mía ha de beneficiar a la persona de que se trata,
¿por qué he de estar obligado a hacerla? Pero buena teología y buen sentido
común, porque el pensar que la muerte puede ser beneficiosa para mi enemigo no
me permite matarlo. Y ésa es precisamente nuestra situación. Nunca sabemos a
ciencia cierta qué va a ser bueno o malo para nosotros mismos o para cualquier
otro, pero seguimos haciendo alegremente lo que nos parece más oportuno en cada
caso, sin peso alguno en la mente ni preocupaciones en el corazón. Ese es el
sentido pleno de la historia del anciano labrador chino. Y ése era el resumen
práctico de la teología moral de Tony.
El
primer día del cursillo de Lonaula, Tony anunció que uno de los temas de que iba
a tratar expresamente sería el de nuestra vida de fe y oración, nuestro concepto
de Dios y nuestra relación con él. El tema, sin embargo, se perdió en la mezcla
deliciosa y confusa que fueron aquellos días, y en mis notas no encuentro más
que referencias aisladas a la materia. El hecho de que Tony mencionara por su
nombre el tema el primer día quiere decir que tenía interés especial en
tratarlo; y el hecho de que se perdiera en las encrucijadas que siguieron no
asombrará a nadie que sepa qué eran y cómo funcionaban aquellas reuniones al
margen de toda estructura o reglamentación. Algunos días Tony llegaba a la sala
después de haber preparado cuidadosamente el tema del día; pero, antes de que
abriera la boca, alguien en el grupo levantaba la mano con una pregunta
urgente... y el tema del día quedaba generosa e irremediablemente olvidado desde
aquel momento en aras del momento presente, que hacía cambiar de rumbo a toda la
sesión. Eso a veces les molestaba a algunos, pero Tony, de ordinario, aunque no
siempre, tenía tal interés por el "aquí y ahora" que sacrificaba con facilidad
su propia preparación inmediata a una petición espontánea y sincera. En todo
caso, la falta de sistema y de estructura era absoluta y explica en este caso,
como en bastantes otros, que un tema fuera solemnemente anunciado... e
inocentemente olvidado.
Ya en
sus primeros años de Sádhana, Tony había multicopiado y repartido siete hojas
con el título "Notas sobre la oración", que fueron la semilla de donde brotó más
adelante su primer libro, "Sádhana, un camino de oración". En esas notas, como
luego en el libro, distingue claramente entre la "oración de la devoción" y la
"oración de la consciencia", que es el término usado en la traducción castellana
de su libro, y que se refiere al "caer en la cuenta", "estar en contacto",
"estar alerta", "tomar conciencia", sentidos todos ellos de la importante voz
inglesa awareness y la sánscrita jagruti. Esa distinción la aplicaba también a
Dios, es decir, a nuestro concepto de Dios; y así, hablaba también del Dios de
la devoción y, ya con terminología más radical y más mística, del Dios de la
negación. En la India, cuna de misticismo y encrucijada de religiones, existen
todos estos conceptos de la divinidad en la teoría y en la práctica, y ayudan a
entender y recorrer los distintos caminos que el alma tiene para llegar a Dios,
sin comparar o preferir uno a otro, sino explorando las posibilidades que el
hombre tiene, con la gracia de Dios, para aprovecharse de ellas generosamente
según su propia inclinación y deseo y según la necesidad que experimente en cada
etapa concreta de su vida. Los términos técnicos con que el hinduismo se refiere
a estos dos conceptos complementarios y fundamentales pueden traducirse por "el
Dios concreto" y "el Dios abstracto". Ambos títulos se refieren, desde luego, al
mismo y único Ser Supremo, y cada uno enfoca un aspecto distinto de su realidad
infinita tal como la percibe con fe y reverencia el limitado entender del
hombre.
El Dios
de la devoción es el Dios de casi todos nosotros, el objeto de nuestro amor y
adoración, de nuestras oraciones y de nuestro culto; un Dios a quien podemos
hablar en lenguaje de fe y que nos habla a nosotros en lo profundo del corazón y
en el secreto de nuestra conciencia; un Dios cuyas imágenes podemos esculpir (el
Dios "concreto"), imágenes que, aun sabiendo que son sólo imágenes, nos ayudan a
fijar en él nuestra mirada, concentrar nuestros pensamientos, avivar nuestra fe
y enriquecer nuestra liturgia. Es el Dios de quien nos enamoramos, a quien
sentimos constantemente a nuestro lado, a quien llamamos nuestro Padre y Creador
y a quien tratamos, en medio del más íntimo respeto y reverencia, como a un
amigo, un hermano, un amante. El Dios de la devoción es el Dios de toda nuestra
tradición y nuestra experiencia, de nuestra poesía y pintura, de nuestras
capillas y nuestras catedrales, de toda una civilización de amor y de fe que ha
sentido y expresado lo mejor que el hombre es y tiene, levantando hasta el cielo
toda la riqueza y humildad de la tierra. En esa concepción se basa nuestra vida.
El
vínculo principal que nos une al Dios de la devoción es la oración hecha con fe,
y Tony era maestro eminente en ese arte. Fue precisamente esta habilidad suya de
saber enseñar a orar la que atrajo a muchos hacia él en un principio. De las
muchas cosas que era Tony, una de las principales era, sin duda, el ser un gran
maestro de oración. Tony era consciente de ello, y él mismo expresó esa idea en
la introducción de su primer libro: "He pasado los quince últimos años de mi
vida dando retiros y dirigiendo espiritualmente a las personas para que
avanzaran en la práctica de la oración. Cientos de veces he tenido que escuchar
las quejas de quienes afirmaban no saber cómo hacer oración. Me repetían que, a
pesar de todos sus esfuerzos, parecían no progresar en la oración; que les
resultaba tediosa y desalentadora. Oigo a muchos directores espirituales afirmar
que se sienten totalmente desarmados cuando tienen que enseñar a orar o, para
decido con mayor exactitud, cuando se trata de conseguir satisfacción y plenitud
en la oración. Todas estas manifestaciones me producen sorpresa, ya que para mí
ha sido siempre relativamente fácil ayudar a la gente a hacer oración." Un amigo
suyo y mío lo expresó con más fuerza: "Tony podía enseñar a orar a una piedra."
El conocía su carisma, lo ejerció con generosidad, y creía tanto en el poder de
la oración y de la fe que durante una temporada de su vida pensó seriamente, y
así nos lo dijo en público, en dedicarse al ministerio de sanación carismática
bajo la gracia de Dios y el poder de su Espíritu.
Se
pueden distinguir tres etapas en el ministerio de Tony (que reflejan tres
períodos en el desarrollo de su personalidad), y éste es el momento de
señaladas. Tony como director espiritual (el movimiento de Ejercicios
Espirituales); Tony como terapeuta ("Sádhana I"); y Tony como guru ("Sádhana II").
Las etiquetas, desde luego, son estrechas, y las etapas se cruzan; pero en
líneas generales responden a la realidad y a la dirección que llevó el
pensamiento y el trabajo de Tony a lo largo de su vida. El siguió avanzando
siempre con una mentalidad abierta y un corazón generoso, combinando a cada paso
lo mejor de cuanto había aprendido en el pasado con las nuevas ideas que
brotaban en el presente y que él podía libremente aceptar, precisamente porque
estaba sólidamente fundado en el pasado.
Su
propia sinceridad y libertad le llevaron a caer en la cuenta de las dificultades
que el concepto del "Dios de la devoción" hace surgir, por muy legítimo y
fecundo que el concepto sea en sí mismo. El lo expresaba así a veces, usando el
lenguaje del "análisis transaccional": "El inconveniente de llamar a Dios
'Padre' es que, más tarde o más temprano, ese 'Padre' se ha de convertir en
'Progenitor Crítico', y eso nos hace daño." El "progenitor crítico" es ese
censor negativo y ese controlador estricto que todos llevamos dentro y que nos
impone sus mandatos "paternos" -que en realidad son tiránicos-, nos amenaza, nos
obliga, nos castiga, nos hace sentirnos culpables y nos fuerza a someternos a
sus caprichos por puro miedo. No es que Dios haga eso, pero ésa es la imagen que
muchos creyentes llegan a formarse, y eso es altamente perjudicial para la vida
del espíritu. Es una caricatura de Dios dolorosa, pero, por desgracia, no
infrecuente entre aquellos que "temen a Dios", como los judíos llamaban a los
prosélitos. "Una religión basada en el miedo", decía Tony, "no puede llamarse la
Buena Nueva".
Uno de
sus temas predilectos era el de "el amor incondicional de Dios", por oposición
al amor de los hombres, que siempre está sujeto a alguna condición explícita o
implícita. Dios me ama. Punto. Nada de "si me porto bien, Dios me amará", sino
que me ama tal como soy, pecador de siempre, sin condicionar nunca su amor a mi
conducta. En este contexto, Tony gustaba de citar a J. B. Phillips, estudioso y
traductor eximio de la Biblia, que ha dejado dicha esta frase responsable y
valiente: "La diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento es que, en el
Antiguo, Dios ama al justo y castiga al pecador, mientras que en el Nuevo ama a
los dos." Para reforzar esta idea contó aquí Tony una anécdota emocionante de su
propia vida. "Una vez", dijo, "le dije yo a mi madre, para hacerla rabiar un
poco y ver cómo reaccionaba: '¿Qué sentirías tú si yo dejara el sacerdocio y me
casase?' Ella se entristeció visiblemente y contestó con voz grave, pero firme:
'Me llevaría un disgusto grandísimo y lo sentiría con toda mi alma.. .; pero tu
mujer sería mi hija.' Así es como yo creo que Dios también me ama. Nada de
condiciones."
Doctrina esta muy bella y consoladora y que todos sentimos en el fondo del. alma
que ha de ser y es eternamente verdadera. Pero doctrina, al mismo tiempo,
difícil de reconciliar a nivel de lógica con las sombras del juicio final y del
infierno eterno que siguen siendo dogma de fe, y en general con el problema
eterno, que subyace a toda filosofía, de la existencia del dolor humano y del
mal moral en el mundo. Si Dios ama al hombre y lo puede todo, incluso, según los
teólogos, restablecer la paz y el orden en el mundo respetando la libertad
humana, ¿por qué no lo hace? La respuesta de Tony, como la de todos los sabios
contemplativos en todas las religiones, no estaba en construir silogismos, sino
en ver de entender mejor a Dios, en purificar el concepto existente de Dios, en
ahondar en la oscuridad de la fe, de la mano de los místicos de todos los
tiempos, y en sentirle con el corazón lo que ya desbordaba a la razón. Tony era,
a su manera, una autoridad en teología mística, y citaba con familiaridad a
nuestra santa Teresa y san Juan de la Cruz, a santa Catalina de Siena, a Meister
Eckhart, a Juliana de Norwich y al clásico autor anónimo de "La nube del
no-conocer". Este último tratado era lectura obligatoria para todos nosotros,
que al mismo tiempo instruía y deleitaba. Cito aquí una muestra de ese clásico
de la mística inglesa, poco conocido en España. "En verdad, si he de decido así
con toda reverencia, cuando nos entregamos a esta tarea santa de encontrar a
Dios, de poco sirve o de nada el pensar aunque sea en la misericordia y dignidad
de Dios, o de Nuestra Señora, o de los santos o ángeles, o de las alegrías del
cielo, si es que piensas que tales raeditaciones han de ayudarte en tu cometido.
En esta empresa concreta no te servirán de nada. Porque, aunque es bueno pensar
en la misericordia de Dios y amado y alabado por ella, es mucho mejor pensar de
él tal como es y amado y alabado por sí mismo. Por eso dejaré a un lado todo
aquello que puedo pensar, y escogeré como objeto de mi amor aquello en que no
puedo pensar. ¿Por qué? Porque Dios puede ser amado, pero no pensado. Puede ser
aprehendido por el amor, pero nunca por el pensamiento.
Por
eso, aunque a veces puede ser bueno el pensar en la misericordia y dignidad de
Dios, y puede incluso darnos alguna luz y formar parte de nuestra contemplación,
sin embargo, en la empresa final que nos ocupa, todo esto ha de ser abandonado y
cubierto por la nube del olvido. Has de hollar todo eso resueltamente bajo tus
pies, con devoto y ferviente amor, y así intentar penetrar en la oscuridad que
se cierne sobre ti. Hiere esa espesa nube del noconocer con los dardos agudos
del amor ardiente, y por nada del mundo desistas de tu empresa. Pisotea tus
propios pensamientos por causa del amor de Dios, sí, aunque esos pensamientos
parezcan ser muy santos y capaces de acercarte a Dios..., aunque sean
pensamientos de la sagrada Pasión de Cristo. El alma avezada en los caminos del
espíritu ha de abandonar todo pensamiento y rechazado al fondo de la nube del
olvido, si es que quiere llegar a penetrar la nube del no-conocer que se
extiende entre Dios y el hombre."
Con
este silencio del pensamiento ante la Divina Majestad, estamos ya en "el Dios
abstracto", "el Dios de la negación", "el Dios del no-conocer", que todo son
palabras para expresar lo inexpresable. El silencio de la mente es el acto
supremo de adoración del hombre ante Dios, y el encontrado en el contacto
personal y profundo con el mundo que él ha creado a nuestro alrededor y en
nuestras entrañas es la oración anónima y la liturgia secreta del universo, que
nos une a la fuente del ser con cada aliento que exhalamos y cada palabra que
pronunciamos en nuestro compromiso diario con la vida. Esta era, para Tony, la
espiritualidad más profunda a que podíamos llegar, y hacia ella se dirigían
todos los esfuerzos de desprendernos de todo asimiento, toda falsa ilusión y
todo condicionamiento paralizador y aun, ahora, de todo pensamiento para llegar
en pura pobreza creacional al centro de la vida que es Dios mismo.
En mi
opinión, éste es uno de los mayores servicios que Tony prestó a las almas que
trataba y a la Iglesia que amaba, y fue el de abrir la mente y la experiencia de
sus oyentes y dirigidos a nuevas maneras de entender y vivir a Dios, saliendo
así al paso a la crisis de fe y obediencia que acosa a conciencias y preocupa a
la Iglesia, y que tiene su mejor solución en este buscar en nuestra mejor
tradición nuevas maneras de sentir a Dios y, así, no sólo salvar, sino
acrecentar nuestra fe y nuestra religiosidad. Yo he escrito todo un libro
("Dejar a Dios ser Dios") basado en esta idea que le debo a Tony y que me ha
ayudado a mí radicalmente en mi vida y en mi trato con gente que busca a Dios;
así es que sé muy bien su importancia, y anoto con alegría la deuda. La primera
vez que alguien en dirección espiritual me preguntó: "Cuando hago ejercicios de
contacto conmigo mismo, mi respiración, mis sentidos, la naturaleza, el entorno,
el espacio... ¿hago oración?", mi respuesta espontánea (tras años largos de una
experiencia que aquí apenas he descrito) fue: "Sí, por que, si estás en contacto
contigo mismo, estás en contacto con Dios." Siempre me ha dado alegría pensar en
aquella respuesta, que no iba preparada ni estudiada, y nació virgen en mi mente
como fruto de ese entrenamiento que queda aquí brevemente aludido. La clave de
Sádhana era estar "en contacto", y una vez que la fe nos hace ver y sentir a
Dios en todas las cosas (que piensen mis hermanos jesuitas en la "Contemplación
para alcanzar amor" de san Ignacio), estos ejercicios de contenido aparentemente
neutro se hacen oración y adoración ante la presencia sagrada y total, dentro y
fuera de nuestro ser, de aquel "en quien vivimos, nos movemos y somos". Son
palabras de Tony: "Sádhana no os servirá de nada si no la aprovecháis para
profundizar en vuestro sentido del infinito."