LIGERO DE EQUIPAJE
Tony de Mello, un profeta para nuestro tiempo
Carlos G. Vallés S.J.

EL ESCRITOR

Ya he dejado dicho que Tony no se consideraba escritor. Sin embargo, su memoria se perpetuará y su influencia continuará gracias a sus libros, internacionalmente populares en cantidad de lenguas. Esos libros están compuestos en su mayor parte de historias, meditaciones y ejercicios con comentarios que se hacen cada vez más breves. Por lo que yo sé, Tony sólo intentó una vez resumir de manera sistemática su pensamiento por escrito, y eso fue en un artículo que escribió el año 1982 para la revista "Concilium". El título del artículo tiene ya su interés: "Un cristiano oriental habla sobre la oración." [Agradecemos a la Revista Concilium su autorización para reproducir aquí este artículo, publicado en el núm. 179 de dicha Revista (noviembre de 1982), pp. 400-407.] Tony se define a sí mismo como "un cristiano oriental", y a su tema como la "oración". Acabo de decir en el capítulo anterior que "oración" era la divisa de Tony, bajo la cual desarrollaba su pensamiento concreto en cualquier momento determinado. Así lo hizo breve y bellamente en ese artículo. Como doy por supuesto que es poco conocido, y como es una pequeña joya y un compendio concentrado del pensar de Tony, lo vay a transcribir por entero. Aquí está.

La semilla

¿Por qué es Dios invisible? Dios no es invisible. Vuestra visión está borrosa, y por eso no lográis verlo. La pantalla de cine se hace invisible cuando se proyecta sobre ella una película. Aunque la miréis incesantemente, no lográis verla; estáis demasiado agarrados por la película.
 

El meditador hindú se sienta con las piernas cruzadas y se mira a la punta de la nariz, como símbolo viviente de que Dios está precisamente enfrente de nosotros, pero nuestra mirada está fija más allá, en la distancia. No se trata de buscar y encontrar la punta de tu nariz. Hagas lo que hagas y vayas a donde vayas, despierto o dormido, te vuelvas adonde te vuelvas, está justo ante tus ojos. No la has perdido nunca. Simplemente, no logras distinguirla.
 

Durante siglos, la India hindú ha visto a Dios no "creando", sino "danzando" la creación. Lo verdaderamente extraordinario es que el hombre ve la danza, pero no logra reconocer al danzante.
 

Por eso, en la búsqueda de Dios debemos comprender que no hay nada que buscar ni alcanzar. ¿Cómo podéis poneros a buscar lo que está justo delante de vuestros ojos? ¿Cómo podéis alcanzar lo que ya poseéis? No se trata de esforzarse, sino de reconocer.
 

Los discípulos de Emaús tenían al Señor resucitado delante de ellos, pero hubo que abrirles los ojos. A los escribas y fariseos les sobraba esfuerzo, pero les faltaba reconocimiento. En el Juicio Final la humanidad exclamará: "¡Estabas con nosotros y fuimos incapaces de verte!" La búsqueda de Dios es, por tanto, un esfuerzo por ver.
 

Un hombre ve cada día a una mujer, y ésta parece semejante a las demás hasta el día en que él se enamora de ella. Entonces se abren sus ojos y se asombra de haber estado contemplando durante años a aquella diosa adorable y no haber sido capaz de verla.
 

Dejad de buscar, dejad de viajar, y entonces llegaréis. ¡No hay adónde ir! Calmaos y ved lo que está ante vuestros ojos. Cuanto más rápido viajáis, más esfuerzo necesitáis para viajar y más fácil es que os extraviéis. La gente pregunta "dónde" encontrará a Dios. La repuesta es: "aquí". ¿"Cuándo" lo encontrarán? La respuesta es: "ahora". ¿"Cómo" lo encontrarán? La: respuesta es: "callad y ved". (Un cuento oriental narra cómo un pez del océano sale en busca del océano, pero no lo encuentra por ninguna parte: ¡no ve más que agua!)

El terreno rocoso

Intentamos "ver" a Dios. Pero ¿llegamos a ver algo? Vemos una nueva flor y preguntamos: "¿Qué es esto?" Alguien dice: "Una flor de loto." Todo lo que tenemos con eso es un nombre nuevo, una etiqueta nueva, pero erróneamente pensamos que tenemos una experiencia nueva, una comprensión nueva. En cuanto logramos pegarle un nombre a algo, nos parece que hemos aumentado el caudal de nuestros conocimientos, cuando lo único que hemos hecho ha sido aumentar nuestra colección de etiquetas.
 

Cuando Dios se negó a revelar su nombre a Moisés y prohibió que se hicieran imágenes suyas, no sólo prohibió la idolatría de los ignorantes primitivos, que le identificaban con una imagen, sino también la de los intelectuales modernos, que le identifican con una idea. Nuestros ídolos conceptuales son tan inadecuados para representar su realidad como lo eran los ídolos de piedra y barro.
 

La palabra "europeo" os promete cierto saber, pero os niega todo conocimiento acerca del individuo que está ante vosotros. Cometeréis una injusticia contra él si pensáis que "europeo", o cualquier otra palabra o grupo de palabras, os ofrece alguna comprensión de su individualidad única. Porque el individuo, como Dios, está más allá de las palabras: es inefable.
 

Para "ver" este árbol debo quitarle la etiqueta, porque me causa la ilusión de que, teniendo un nombre que ponerle, conozco el árbol. Todavía más: debo abandonar todas las experiencias precedentes de otros árboles (como debo olvidar a cualquier otro europeo, si he de hacer justicia a la individualidad de éste que tengo frente a mí). Y todavía más: debo incluso desprenderme de todas las experiencias anteriores, incluso de "este" árbol; todos sabemos que negamos la oportunidad de manifestarse como es al individuo "presente", porque constantemente le juzgamos por nuestras pasadas experiencias de él. ¿Debe sorprenderme entonces saber que, si quiero tener la experiencia de Dios ahora, debo abandonar todo lo que otros me han dicho de él, todas mis experiencias pasadas de él y todas las palabras y etiquetas de él, por sagradas que sean? La verdad no es una fórmula. Es una experiencia. Y la experiencia es intransferible. Las fólmulas son material transferible; por tanto, de poco valor. Lo valioso no se puede transferir.
 

La palabra, la fórmula religiosa, el dogma se idearon en principio como medios que apunten, indiquen, me ayuden y guíen en mi acercamiento a Dios. Pero a
menudo se convierten en barrera. Como si tomara un autobús para ir a casa y me negase a bajar cuando he llegado. Vemos muchas personas que dan vueltas y mas vueltas, porque nunca les han enseñado a abandonar sus conceptualizaciones y teologizaciones sobre lo divino, que se niegan a abandonar sus reflexiones discursivas en la eleción y a entrar en la noche oscura, la noche aconceptual de que hablan los místicos. Van por la vida coleccionando cada vez más etiquetas, como el hombre que acumula cada vez más posesiones materiales que nunca usará.
 

El río fluye ante tus ojos mientras tú mueres de sed, pero insistes en tener una definición del agua, porque estás convencido de que no podrás satisfacer tu sed hasta que no tengas la fórmula exacta. La palabra "amor" no es amor, y la palabra "Dios" no es Dios. Tampoco lo es su concepto. Nadie se emborracha con la palabra "vino". Nadie se abrasa con la palabra "fuego".
 

El hombre se preocupa más de los reflejos que de la realidad. Vive en la ficción. Y cuando reflexiona sobre Dios, vive en una ficción religiosa. Está fascinado por los conceptos, porque piensa que reflejan lo real.
 

Hay que romper los espejos. Alimento "real" y bebida "real" es lo que se necesita para satisfacer hambre y sed reales. De nada sirven alimentos y bebidas representados. La fórmula H2O no quitará la sed, por más que sea científicamente exacta. Tampoco las creencias en Dios, por verdaderas que sean. Harán de él un fanático religioso, pero dejarán insatisfecho su corazón. (Un místico árabe habla de un hombre muerto de hambre en el desierto que ve a lo lejos un saco y corre hacia él esperando que tenga algo que comer, pero dentro encuentra sólo piedras preciosas.)
 

¿Debemos extrañarnos de que, no habiendo logrado entender esto, las Iglesias cristianas se hayan convertido en minas agotadas? Lo que ahora se extrae de las minas son palabras y fórmulas, y con ellas se abarrota el mercado. Pero la experiencia es escasa, y los cristianos nos estamos volviendo un pueblo "palabrero". Vivimos de palabras, como una persona que se alimente con la carta del menú sin probar los alimentos. La palabra "Dios", la fórmula de Dios, se está haciendo más significativa para nosotros que la realidad "Dios". Hay un gran peligro de que, cuando veamos la Realidad en formas que no encajen en nuestras fórmulas, seamos incapaces de reconocerla e inclusó la rechacemos en nombre de nuestras fórmulas. (Un maestro sufí dice: "Un burro alojado en una biblioteca no se hace sabio. De nada me ha servido todo mi saber religioso, como de nada sirve la presencia de un tesoro en un desierto para hacerlo fértil.")
 

La tierra buena

Esta actitud se ve perfectamente en el tipo de escuelas de teología que dirigimos los cristianos. Cabría esperar que estas escuelas formaran personas que ayudasen al hombre moderno a saciar su sed de Dios. Pero se han convertido en copias de las escuelas seculares. Tienen profesores, en vez de Maestros; y ofrecen enseñanza, en vez de iluminación. El profesor enseña, el Maestro despierta. El profesor ofrece conocimiento; el Maestro ofrece ignorancia, destruye conocimiento y crea experiencia; os ofrece conocimiento como un vehículo, sólo para sacaros de él cuando llegue el momento y el conocimiento no impida el reconocimiento.
 

El aprendizaje secular se realiza por medio de la reflexión, el pensamiento, la palabra. La religión se aprende a través de la meditación silenciosa. (En el Oriente, "meditación" -dhyan- no significa reflexión, como ocurre en Occidente, sino el acallar toda reflexión y pensamiento). La escuela secular produce eruditos. La escuela religiosa, meditadores. La tragedia es que muchas escuelas cristianas de teología se limitan a hacer de un erudito secular un erudito religioso. La escuela secular intenta explicar las cosas creando "conocimiento". La escuela, religiosa enseña a contemplar las cosas de tal modo que crea "asombro". El hombre tiene una ignorancia enraizada. Su aprendizaje secular no suprime esta ignorancia: la oculta más, dándole la ilusión de conocimiento. En la escuela religiosa, esta ignorancia es sacada a luz y expuesta, ya que dentro de ella hay que encontrar lo divino. Pero es rara la escuela religiosa que haga esto; con demasiada frecuencia queda enterrada bajo nuevas capas de conocimiento religioso.
 

La escuela religiosa cristiana debe, por tanto, desarrollar técnicas para utilizar el conocimiento como un medio para exponer la ignorancia, para utilizar la palabra de modo que conduzca al silencio. Como el "mantra" o "bhajan" en la India, donde la palabra o la fórmula se entienden primero con la mente, luego es repetida incesantemente hasta crear un silencio en el que la fórmula es transferida desde la mente al corazón, y su significado profundo se siente más allá de toda palabra o fórmula. Los estudiantes religiosos deben ser entrenados de tal modo que, cuando lean o escuchen la palabra, su corazón sintonice incesantemente con la realidad sin palabras que resuena en la palabra. Deben seguir una disciplina rigurosa hasta que sus mentes queden serenas y, en silencio, aprendan a "considerar las cosas en su corazón". (Un oficial del gobierno preguntó al gran Rinzai cuál era el secreto de la religión resumido en una palabra. "Silencio", respondió Rinzai. "¿Y cómo se alcanza el silencio?". "Meditación". "¿Y qué es la meditación?". "Silencio".)
 

Los estudiantes religiosos leerán la Biblia, pero en esa Biblia una página sí y otra no quedarán en blanco, para indicar que las palabras sagradas están encaminadas a producir un profundo silencio, un silencio enriquecido por las palabras sagradas, como el valioso silencio que sigue al tañido del gong en el templo. Deberán dedicar tanto tiempo a las páginas en blanco de su Biblia como al texto, porque sólo así serán capaces de compreder el texto. Porque la Biblia brotó de esas páginas en blanco, de hombres y mujeres que cultivaron lo bastante el silencio como para experimentar una verdad inefable que nunca pudieron describir, pero que procuraron señalar y sugerir con palabras que pudieran conducir a otros a la experiencia de la misma verdad.

La flor

La Biblia enseña que nadie puede ver a Dios y seguir vivo. Cuando se acalla a la mente, se ve a Dios, y el Yo muere. Los Maestros de Oriente están de acuerdo en que, cuando el silencio entra en el corazón, el Yo muere. ¿Cómo? No por aniquilamiento, sino por "visión". En la calma del silencio se "ve" que el Yo es una ilusión. El psicópata que se cree Napoleón está curado cuando "ve", comprende, que su "yo napoleónico" es una ilusión. El hombre se cura cuando "ve", cuando experimenta que su yo-centro, su yo-separado es "maya", ilusión.
 

Es como si la danza entrara dentro de sí misma y "viera" que no tiene centro, que no tiene más ser que el del danzante, que no es en absoluto un "ser", sino una acción. Sólo el danzante es ser. Sólo él es. La danza no tiene ser, solamente está-en-el-danzante. Dios dijo a Catalina de Siena: "Yo soy el que es. Tú eres la que no es." Cuando entráis en el silencio, experimentáis que no sois; el centro ya no está en vosotros; está en Dios; vosotros sois la periferia. Recordemos las poderosas palabras atribuidas al maestro Eckhart: "Unicamente un Ser tiene derecho a utilizar el pronombre personal 'yo': ¡Dios!".
 

Quien experimenta esto, despierta. Se vuelve un "nadie", un vacío, una "encarnación" a través de la cual lo divino brilla y actúa. El poeta, el pintor, el músico, experimentan a veces momentos de inspiración en los que parecen perderse, y sienten que los atraviesa un flujo de actividad del que son más un canal que una fuente. Lo que ellos experimentan en su arte, el hombre despierto lo experimenta en su vida. Sigue actuando, pero ya no es él quien actúa. Sus acciones ya no las hace él, sino que le suceden a él. Se experimenta a sí mismo haciendo cosas que, simultáneamente, no son hechas por él; parecen ocurrir a través de él. Sus esfuerzos se convierten en facilidad, su trabajo se transforma en juego, en lila, en deporte divino. ¿Podría ser de otro modo cuando se experimenta a sí mismo como una danza danzada por lo divino, como una flauta hueca de la que brota la música de Dios?

El fruto

Cuando el silencio produce la muerte del Yo, nace el amor. El hombre despierto, iluminado, se siente a sí mismo como diferente, pero no separado de los demás hombres ni del resto de la creación. Porque sólo hay un Danzante, y toda la creación constituye una danza. Los experimenta a todos como a su "cuerpo", a su Yo. Así, ama a todos los hombres cuando se ama a sí mismo.
 

No se lanza necesariamente al servicio. Sabe que cualquiera que busca servir está en peligro de convertirse en un ser semejante a tanta gente "caritativa" que no es en absoluto religiosa, es gente que se siente culpable, bienhechores forzosos que se entremeten en las vidas de otros. Es posible, por desgracia, que des tus bienes para alimentar a los pobres y que tu cuerpo arda, pero que no tengas amor. El mejor servicio que puedes hacer al mundo es que tú desaparezcas. Entonces te transformarás en vehículo de lo divino. Entonces el servicio será espontáneo, pero sólo si Dios te empuja a ello. Puede ocurrir que te empuje a cantar canciones o a retirarte al desierto, y el mundo entero se enriquecerá con tus canciones o con tu silencio, en vez de ser perjudicado con tu servicio. ("Perdóname", dijo el mono, mientras colocaba encima de la rama de un árbol al pez que protestaba, "simplemente evito que te ahogues". ¡La servicialidad puede matar!)
 

Independientemente de lo que hagas, sea servir, callar o cantar, estarás totalmente absorto, porque tu Yo no estará por medio, y consagrarás a cada actividad la totalidad de tu ser. Esto es la religión en su cumbre. No sentarse en la soledad, ni recitar oraciones, ni ir a la iglesia, sino ir a la vida. Todas tus acciones brotarán del silencio, de un Yo silenciado. Cada acción tuya se habrá transformado en meditación.
 

Actualmente, la acción cristiana corre el peligro de brotar de la "charla" y de la "reflexión", más que del "silencio". El cristianismo corre el peligro de convertirse en una religión "habladora" y "pensadora". Se dice de la eucaristía que es una "celebración", pero se está convirtiendo más bien en una "cerebración"; el sacerdote habla al pueblo, el pueblo habla para responderle, y juntos hablan a Dios. Si queremos convertir de nuevo la religión en celebración, debemos disminuir el "pensar" y el "hablar", y aumentar el "callar" y el "danzar". (Preguntado cómo había alcanzado a Dios, el guru respondió al discípulo: "Poniendo el corazón en blanco con una meditación silenciosa, no ennegreciendo el papel con una composición religiosa". Nosotros podríamos añadir: y no espesando el aire con conversaciones espirituales.)
 

EL LECTOR

Después de dar una muestra de lo que Tony escribía, voy a darIa ahora de lo que leía. Tres eran sus autores favoritos, como ya he dicho, y de ellos voy a escoger algunos pasajes; pasajes, todos ellos, que tuve ocasión de comentar con Tony en mayor o menor profundidad y que sé, por consiguiente, que le decían mucho a él. Si lo que uno lee da idea de lo que uno es, esta breve antología puede ayudamos a entender mejor a Tony.

Los escritos de Krishnamurti tienen la gran solvencia intelectual de estar respaldados por su vida. Los líderes de la sociedad teosófica lo eligieron, siendo aún niño, como el futuro mesías que había de inaugurar la nueva era de nuestro planeta, lo entronizaron al frente de la "orden de la estrella" y pusieron en sus manos el liderato espiritual del renacimiento oriental de principios de siglo. El, cuando el sueño estaba a punto de realizarse, renunci6 públicamente a todos los honores, declaró que era un hombre como los demás y se retiró a una humilde oscuridad, de la que más tarde lo sacaron sus propias dotes de penetraci6n espiritual en la esenciá del vivir. De él son estos párrafos.
 

"Atenci6n no es lo mismo que concentración. Concentrarse es excluir; mientras que prestar atención, que es caer en la cuenta de todo, no excluye nada. Creo que la mayor parte de nosotros no caemos en la cuenta, no en lo de lo que decimos, sino de todo lo que haya nuestro alrededor, de los colores, la gente, el perfil de los árboles, las nubes, el correr de las aguas. Quizá no estamos en contacto con las cosas precisamente porque estamos obsesionados con nosotros mismos, con nuestros pequeños problemas, nuestras ideas, nuestros placeres, empresas y ambiciones. Y, sin embargo, siempre estamos hablando de estar en contacto. Una vez, en la India, iba yo de viaje en coche. Yo iba sentado al lado del conductor. Detrás iban tres señores que estaban discutiendo con gran interés el tema de estar en contacto con todo lo que nos rodea y me hacían a mí preguntas sobre lo mismo. Desgraciadamente, el conductor se distrajo en aquel momento y atropelló a una cabra. Mientras tanto, aquellos tres señores seguían discutiendo sobre la importancia del caer en la cuenta de todo... sin caer en la cuenta de que habían atropellado a una cabra. Cuando se les llamó la atención sobre esta falta de atención, se sorprendieron sobremanera.
 

"Y eso nos pasa a casi todos. No caemos en la cuenta de lo que pasa por fuera o por dentro de nosotros. Si quieres entender la belleza de un pájaro, una mosca, una hoja o una persona con toda su complejidad, tienes que prestar una atención total, que es estar en contacto. Y para poder prestar una atención total tienes que interesarte de veras; es decir, que para entender tienes que amar: sólo entonces puedes adentrarte con todo el corazón y con toda la mente.
 

"Ese estado de caer en la cuenta es como vivir con una serpiente en un cuarto; espías cada uno de sus movimientos; afinas mucho, muchísimo, el oído para notar el mínimo ruido que haga. Ese estado de atención es energía total; en ese contacto perfecto la totalidad de tu ser se revela en un instante.
 

"No estás nunca solo, porque estás siempre lleno de todos los recuerdos, los condicionamientos, los parloteos de ayer; tu mente nunca acaba de limpiarse de toda la basura que ha acumulado. Para estar solo tienes que morir al pasado. Cuando estás solo, totalmente solo, sin pertenecer a ninguna familia, nación, cultura o continente, te sientes como un extraño a todo. Quien logra estar completamente solo en este sentido, consigue la inocencia, y esa inocencia es la que libera a la mente del sufrimiento.
 

"Llevamos a cuestas el peso de lo que millares de personas han dicho, junto con el recuerdo de todas nuestras desgracias. Dejar todo eso es estar solo, y la mente que está sola es no sólo inocente, sino joven: no en el tiempo o en edad, pero sí joven, inocente, rebosando de vida a cualquier edadd, y sólo una mente así puede ver la verdad y lo que no puede medirse en palabras.
 

"En esta soledad comienzas a entender la necesidad de vivir contigo mismo tal como eres, no tal como piensas que deberías pero como has sido en el pasado. Trata de verte a ti mismo sin ningún temblor, sin falsa modestia, sin miedo, sin justificarte ni condenarte...; aprende a vivir contigo mismo tal como eres en realidad."

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No es extraño que a Tony le gustara Alan Watts. Teólogo, bohemio, cristiano, budista, síntesis de oriente y occidente, charlista empedernido y narrador inagotable, lleno de humor y de vida, de profundidad y de sorpresa. Fue Tony quien me descubrió a mí los libros de Alan Watts, y los comentamos más de una vez. Después creí yo que iba a tener ocasión de devolverle el favor, pues un amigo mío hindú que conoce mis gustos y vive en América me había prometido enviarme por entonces unas cintas con las últimas charlas de Alan Watts antes de su muerte, que no se han publicado en forma de libro; y le dije a Tony que se las pasaría si le interesaban. Me dijo que sí, y las recibí debidamente, pero el regalo no llegó a tiempo para él. Cito aquí de de un libro anterior, cuyo mismo título es ya sugestivo: "La sabiduría de la inseguridad".
 

"He aquí una persona que sabe que dentro de dos semanas tiene que operarse. En ese intervalo no siente dolor físico alguno, tiene comida abundante, está rodeado de amigos y cariño, sigue haciendo un trabajo que de ordinario le interesa mucho. Pero el miedo le ha quitado la capacidad de disfrutar de esas cosas. No tiene ojos para las realidades cercanas a su alrededor. Su mente está preocupada con algo que aún no ha llegado. No es como si estuviera pensando en el asunto en plan práctico, tratando de decidir si se opera o no, o haciendo planes para su familia y sus negocios en caso de muerte. Esas decisiones ya se han tomado. Está sencillamente pensando en la operación de manera totalmente inútil que echa a perder la alegría del momento presente y no contribuye nada en absoluto a resolver ningún problema. Pero no puede remediado.
 

"Es un problema típicamente humano. El objeto que inspira miedo no hace falta que sea una operación a corto plazo. Puede ser el problema del alquiler del mes que viene, o la amenaza de guerra y calamidades sociales, la duda de poder ahorrar lo suficiente para la vejez o, finalmente, la muerte. Lo que le agua la fiesta a la persona puede que no sea tampoco el miedo al futuro. Puede ser algo pasado, el recuerdo de alguna pena, alguna falta o indiscreción, que envenena el presente con el resentimiento o la culpabilidad. El poder de la memoria y de la expectación es tal que, para la mayor parte de los seres humanos, el pasado y el futuro no son tan reales, sino más reales que el presente. No podemos vivir felizmente el presente hasta no haber limpiado el pasado e iluminado en promesa el futuro.
 

"No cabe duda de que el poder de recordar y prever, de poner en orden el caos disparatado de momentos aislados, es un logro maravilloso del sentir humano. En cierto modo, es el mayor logro del cerebro humano, que le da al hombre una fuerza extraordinaria para sobrevivir y adaptarse a la vida. Pero la manera como de ordinario utilizamos este poder hace que más bien destruya todas las ventajas que trae. De poco sirve poder recordar y prever, si eso nos hace incapaces de vivir plenamente en el presente.
 

"¿De qué sirve poder preparar de antemano los menús de la semana que viene, si luego no puedo disfrutar de la comida cuando llega? Si estoy tan ocupado en pensar qué voy a comer la semana que viene que no puedo disfrutar del todo con lo que estoy comiendo ahora, tendré el mismo problema cuando las comidas de la semana que viene se conviertan en ahora.
 

"Si mi felicidad en este momento consiste, en gran parte, en pasar revista a memorias y esperanzas felices, sólo puedo estar muy débilmente en contacto con el presente. Y continuaré estando débilmente en contacto con el presente cuando las maravillas que esperaba lleguen a suceder. Porque para entonces me habré acostumbrado a mirar adelante y atrás, y me habré incapacitado a mí mismo para ocuparme del aquí y ahora. Si al estar en contacto con el pasado y el futuro pierdo contacto con el presente, ha llegado el momento de preguntarme si es que vivo o no de veras en el mundo real.
 

"A fin de cuentas, el futuro no tiene ni sentido ni importancia, a no ser que, más pronto o más tarde, haya de pasar a ser presente. Planear para un futuro que no va a convertirse en presente es tan absurdo como planear para un futuro que, cuando me llega, me encuentra 'ausente', mirando fijamente por encima de su hombro, en vez de mirarlo a la cara.
 

"Esta modalidad de vivir en la fantasía de la esperanza, en vez de la realidad del presente, es la especialidad desastrosa de esos hombres de negocios que viven exclusivamente para hacer dinero. Muchas personas adineradas entienden mucho más sobre cómo hacer y ahorrar dinero que cómo usarlo y disfrutarlo. No llegan a vivir, porque siempre se están preparando a vivir. En vez de ganarse la vida, se están ganando ganancias, y así, cuando llega el tiempo de aflojar y pasarlo bien, son incapaces de hacerlo. Muchos hombres 'de éxito se aburren y lo pasan pésimamente cuando se jubilan, y otros continúan con su trabajo sólo para impedir que alguien más joven que ellos ocupe su puesto.
 

"Este, pues, es el problema humano: por cada aumento de sensibilidad hay que pagar un precio. No podemos hacernos más sensibles al placer sin hacernos más sensibles al dolor. Recordando el pasado podemos prever el futuro. Pero la capacidad de prever el placer queda anulada por la 'capacidad' de temer el dolor y estremecerse ante lo desconocido. Además, al desarrollar un fino sentido del pasado y futuro, debilitamos el sentido del presente. En otras palabras, parece que hemos llegado a un punto en que las ventajas de ser consciente quedan contrapesadas por las desventajas, ya que la extremada sensibilidad nos hace inadaptables.
 

"En esas circunstancias, nos encontramos en conflicto con nuestros propios cuerpos y el mundo a su alrededor, y llegamos a la consolación de poder pensar que en este mundo somos sólo 'extranjeros y peregrinos'. Porque, si nuestros deseos no están de acuerdo con nada de lo que el mundo finito puede ofrecernos, parece seguirse de ahí que nuestra naturaleza no es de este mundo, que nuestro corazón está hecho no para lo finito, sino para lo infinito. La insatisfacción de nuestras almas podría ser el signo y sello de su divinidad."

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A Bertrand Russell llegué yo a través de las matemáticas. Estudié los tres gruesos volúmenes de "Principia mathematica" en los que, a fuerza de símbolos, se esfuerza en demostrar que la matemática se reduce formalmente a la lógica; disfruté con su célebre definición de las matemáticas como "la ciencia en la que no sabemos lo que nos traemos entre manos, y no nos preocupa si lo que decimos es verdad o no"; y conté a muchos, incluso a Tony, la paradoja russelliana del "conjunto de todos los conjuntos", que provocó un verdadero revuelo en círculos matemáticos y que, en su forma popular, él mismo explicaba así: en un pueblo, el barbero afeita a todos los hombres que no se afeitan a sí mismos. Nadie lleva barba. ¿Quién afeita al barbero? Si se afeita él mismo, no se puede afeitar él mismo, porque él es el barbero, y el barbero no afeita a los que se afeitan a sí mismos; y si no se afeita a sí mismo, tiene que afeitarse a sí mismo, porque el barbero afeita a los que no se afeitan a sí mismos. Si no es un trabalenguas, es un trabacerebros con serias consecuencias para la teoría del fundamento filosófico de las matemáticas.
 

Tony gustaba de citarnos, ya en Sádhana I, el "decálogo liberal" de Bertrand Russell, con sus diez principios de honradez intelectual y salud mental que encajaban perfectamente en el pensamiento de Tony. Aquí prefiero citar otra página, que es una de las que a mí más me han llegado al alma entre todo lo que he leído en mi vida. Es el prólogo de su autobiografía.
 

"Tres pasiones, sencillas pero tremendamente fuertes, han regido mi vida: el deseo de amar y ser amado, la búsqueda del saber y una compasión, superior a mis fuerzas, por el sufrimiento de la humanidad. Estas pasiones, como vientos potentes, me han zarandeado de aquí para allá, en navegación tortuosa, por el océano profundo de la angustia, hasta el borde mismo de la desesperación.
 

"Busqué primero el amor, porque trae consigo el éxtasis -éxtasis tan grande que muchas veces hubiera sacrificado yo el resto de mi vida por unas pocas horas de su gozo-. Lo busqué, también, porque el amor alivia la soledad -esa terrible soledad en la que el tembloroso ser que tiene conciencia de sí mismo se asoma al borde del universo y ve un frío abismo sin fondo y sin vida-. Y lo busqué, finalmente, porque en la unión que es amor he visto, como en mística miniatura, la visión anunciadora de ese cielo que los santos y los poetas han imaginado. Eso es lo que busqué y, aunque parezca quizá demasiado gozo para el hombre, eso es lo que -al fin- he encontrado.
 

"Con el mismo apasionamiento busqué el saber. He deseado entender el corazón del hombre. He querido saber por qué brillan las estrellas. Y he intentado apoderarme del poder pitagórico gracias al cual el número triunfa sobre el flujo. Algo de esto, aunque no mucho, he conseguido.
 

"El amor y el saber, en cuanto me fueron posibles, me levantaron hacia arriba, hacia los cielos. Pero la compasión me devolvió siempre a la tierra. Ecos de gritos de dolor reverberan en mi corazón. Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos inválidos que son sólo una carga odiada para sus hijos, y todo ese mundo de soledad, pobreza y sufrimiento convierte en burla lo que la vida humana debería ser. Aspiro con toda mi alma a aliviar el mal, pero no puedo, y sufro.
 

"Esta ha sido mi vida. La juzgo digna de vivirse y, si se me diera la oportunidad, volvería a vivirla con gusto."
 

LA "PUESTA EN ESCENA"

Vuelta a Lonaula. Después de ver actuar a Tony en los diversos papeles que hizo durante su vida, quiero volver a fijar la atención en el papel definitivo de su último cursillo en Lonaula, y en especial en una faceta suya típica que salió a relucir de manera notable en aquellos días. Tony nunca aburría, pero quince días de actuación exclusiva pueden poner a prueba la habilidad del mejor charlista y la paciencia del mejor oyente. Tony se adelantó a la situación y discurrió maneras de aligerar las sesiones sin que perdieran en intensidad. Su mejor recurso para lograrlo era la "puesta en escena" ("role-playing").
 

Era un maestro en el arte. Se podía pasar de una a dos horas con el juego de "puesta en escena" sin que decayese la atención ni un instante. El procedimiento era sencillo, y siempre el mismo. Tony se inventaba un papel, de ordinario el de un sacerdote o una religiosa con algún problema concreto, se daba un nombre fingido y se dirigía a cualquier hombre o mujer del grupo para pedirle consejo en su situación. Tenía la manía de comenzar siempre por dirigirse a una Hermana del grupo, despierta y alegre, que se llama Tina; de modo que, cuando Tony empezaba: "Tina, soy un sacerdote anciano; me llamo Frank; yo...", sabíamos que el juego había comenzado. Entonces todo el mundo espabilaba y se sentaba al borde de la silla. No valía ya el escuchar repantingados, porque cualquiera podía convertirse en jugador activo en cualquier momento. Las reglas del juego eran sencillas. Tina podía seguir dando cónsejos a Tony (o Frank) mientras quisiera, y podía pasarle el mochuelo a cualquiera del grupo en cuanto así lo desease. Si se mostraba reacia a esto (cosa que siempre sucedía, y Tony le tomó el pelo por ello el último día), cualquier otro del grupo podía saltar a la arena y encargarse en cualquier momento del trabajo de aconsejar a Tony, que así iba pasando de mano en mano. Después, de repente, venía la media vuelta. Tony cambiaba de papeles sin previo aviso y decía: "Tina, ahora tú eres Frank, y yo soy Tina; tú sigue presentando el problema de Frank, y yo trataré de resolverlo"; y así otra vez de mano en mano por todo el grupo. Nos sentábamos en círculo, de manera que cada uno podía ver la cara de todos los demás, observar reacciones y prepararse a intervenir. Había sorpresas, destellos, risa, tragedia, silencios y aun lágrimas; lo que no había eh ni un momento aburrido.

La "puesta en escena" de Tony era al mismo tiempo un entretenimiento de primera y una escuela de intenso aprendizaje.
 

Tony tenía un extraordinario poder de reacción espontánea, y lo usaba a placer para echar por tierra cualquier respuesta que le diéramos al problema que había propuesto, el cual se iba haciendo más enrevesado a cada pretendida respuesta, con el resultado de que, al cabo de un par de vueltas por el círculo de expertos directores, su situación aparecía mucho peor que al principio, hasta hacerse totalmente desesperada. Entonces era cuando cambiaba los papeles y, con todo su talento y su chispa, le daba la vuelta a la tortilla y presentaba una solución que a todos parecía natural y evidente. Era todo un espectáculo, y yo nunca me cansaba de presenciarlo y tomar parte en él. Lo que no puedo hacer es reproducir ahora sobre el papel lo que entonces viví en persona; pero sí puedo enumerar los papeles que asumió y los problemas que propuso, junto con las líneas generales de las discusiones subsiguientes. La elección de temas y personajes que hizo tiene ya interés en sí misma, y las sugerencias que emanen de esas largas sesiones pueden ser útiles.
 

Una advertencia importante. El mero hecho de que Tony escogiera el método de la "puesta en escena" para tratar de estos temas muestra que no son problemas definidos, con soluciones exactas y prefabricadas, sino más bien situaciones que hay que describir, estados de ánimo que hay que entender, enfoques que hay que sugerir, sabiendo perfectamente que no habrá remedio radical, y cada uno tiene que llevar su carga; y esperando, eso sí, aligerar esa carga con prudencia y cariño, con entender y acompañar cuando no podemos solucionar. El fruto principal es, para nosotros mismos, el aprender a enfrentamos a esas situaciones, que también pueden presentarse en nuestra vida de una manera o de otra. La "puesta en escena" no es una clase de lógica, sino una escuela para la vida.
 

Otra advertencia. La elección de temas que hace Tony puede parecer parcial y limitada. Eso tiene su explicación. Todos los del grupo éramos antiguos alumnos de Sádhana, lo cual quiere decir que la mayor parte de nuestros problemas personales, generales, naturales y universales habían salido ya a relucir y habían sido tratados en detalle en su día. Por eso tales problemas no aparecerán en esta lista. En cambio, los temas que aparecen son tantó más interesantes cuanto que son más generales, y Tony los escuchó cuidadosamente después de pensar mucho en cada caso, como él mismo nos dijo. Los temas muestran también su valentía y sinceridad en sacar a la luz ciertas situaciones conflictivas que por lo común se disimulan y pasan por alto en círculos oficiales. Tengo para mí que uno de los grandes servicios que Tony hizo a la Iglesia en su vida fue precisamente éste: estar al tanto, con respetuoso interés y desde dentro, de los problemas que acarrea nuestro modo de vida en las instituciones a que servimos; y estar dispuesto a hablar con delicadeza y franqueza sobre ellos a personas que, como él, vivían esos 'problemas con fe y generosidad. Y, dicho esto, paso a describir los diversos papeles que Tony representó en las reuniones de Lonaula.

"Tina, soy un sacerdote anciano, tengo ya más de setenta, me llamo Frank y, bueno, no es que me pase nada serio, he tenido una larga vida de sacerdote y confío que eso está ya bien anotado en los libros de Dios, pero, sí, ése es el problema, la verdad es que yo me veo ahora totalmente inútil, no valgo para nada, no puedo hacer nada de lo que antes hacía y, de hecho, no soy más que una carga para mí mismo y para los demás; no, claro, la gente es amable y considerada, incluso me saludan con respeto cuando pasan a mi lado, pero, por lo demás, no me hacen ningún caso y me dejan solo; y, encima, yo me veo no sólo inútil, sino poco atractivo, quiero decir aun físicamente, sí, no tienes más que mirarme y verlo tú misma, tengo la cara llena de arrugas, toso mucho y, hay que decirlo por penoso que sea, caigo en la cuenta perfectamente de que no le resulta agradable a nadie estar a mi lado. Eso me ha hecho perder la dignidad, el respeto que me debo a mí mismo, y, me resulta muy humillante decirlo, pero, sí, me odio a mí mismo, o al menos me desprecio a mí mismo, y eso me ha llevado a una depresión constante que me imagino me va a acompañar ya hasta la tumba. Con todo, he oído que tienes buena mano para ayudar a gente que anda desanimada y, no sin antes pensármelo mucho y dudar mucho, he venido por fin a verte como último recurso. ¿Podrías ayudarme?"
 

Tina hizo todo lo que pudo. Lo mismo hicimos todos los demás. Y a cada intento de ayudarle, el viejo Prank se iba hundiendo más y más en su miseria. Cuando alguien le dijo: "Piensa en el bien que has hecho a tanta gente en tiempos pasados", él contestó: "Eso hace que me duela aún más el no poder hacer nada ahora". Cuando alguien le exhortó a que pensase en la recompensa que le esperaba al llegar al cielo, él sonrió tristemente y dijo: "Para entonces ya no necesitaré tus consejos." El caso no tenía remedio.

Cuando Tony cambió de papeles y se encargó de él, admitió que era ya demasiado tarde para remediar la situación, y aprovechó la oportunidad para insistir en que lo que le había echado a perder a aquel hombre era el sofisma tan generalizado de identificar su vida con su trabajo, su persona con sus éxitos. Mientras hubo trabajo, hubo vida; y cuando se acabó el trabajo, se acabó la vida. Mientras pudo hacer algo por los demás, consideró que la gente le estimaba; y al verse estimado por otros se estimaba a sí mismo: trampa fatal de someterse al juicio de los demás y depender de su aprobación para poder sentirse bien, en vez de ser independiente en el aprecio y el juicio que yo hago de mi propia persona. Mi persona y mi vida siguen teniendo valor ante mí, trabaje o no trabaje, haga la gente caso de mí o no lo haga. Cambiemos de enfoque en nuestra vida antes de que sea demasiado tarde.

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"Tina, soy un Provincial jesuita. Lo estoy haciendo bien, y sé que mi gesti6n como Provincial es apreciada tanto aquí en mi provincia jesuítica como en Roma, en nuestra curia general. Aún me quedan dos años en el cargo, según el curso normal de las cosas, y podría seguir perfectamente hasta el final; pero hay algo que me preocupa. Mira, Tina, no me importa decírtelo a ti, porque sé que eres discreta y no se lo vas a contar a nadie, y encima está todo eso del secreto profesional entre director y dirigido, y tú lo observas escrupulosamente, de modo que me siento seguro en tus manos y dispuesto a contártelo todo; y sí que quiero hacerlo, porque necesito ayuda y creo que tú eres la persona más indicada para ayudarme en esta situación. Bien, el caso es, Tina, que yo soy agnóstico. Me tranquiliza el ver que no te has asustado al oír eso. Claro, ya entiendo, tú ya te has encontrado con otros religiosos y religiosas que tienen dificultades en materia de fe en mayor o menor grado, y yo también cuento con un buen número de casos entre mi grey. No hay nada nuevo ni extraordinario en ello. De hecho, yo, personalmente, me encuentro perfectamente a gusto en mi situación y no me causa ningún problema en mi propia vida. Ya me entiendes, no quiero decir que yo niegue la existencia de Dios o la divinidad de Jesucristo, sino que sencillamente no sé si son verdad; y en esa situación, me siento obligado ante mi propia conciencia a ser honesto conmigo mismo y no forzarme a creer en lo que, de hecho, no creo. Se trata de una duda respetuosa, con la consiguiente suspensión de juicio, y te repito que me encuentro perfectamente en paz conmigo mismo. El conflicto me viene de mi cargo. Soy el Provincial, y me da cierta inquietud verme como un Superior agnóstico en una orden religiosa. Mira, te pongo un ejemplo: uno de mis sacerdotes no decía Misa, pues, como ya te he dicho y tú misma sabes, algunos entre mi gente tienen serias dudas en materia de fe y práctica religiosas; pues bien, las autoridades de Roma se han enterado del caso y me han encargado a mí, como Provincial, que le convenza a ese sacerdote de que vuelva a decir Misa para evitar el escándalo entre los fieles. Y ahora dime tú, ¿cómo voy a convencerle de que diga Misa cuando yo mismo no creo en la Eucaristía?

Pero ése no es precisamente mi problema. Lo que yo quiero consultarte, y en lo que necesito que tú me des alguna luz, es en esta pregunta concreta: ¿debo dimitir de Provincial o no? Si dimito, puedo volver tranquilamente y con todos los honores a mi puesto de antes; yo enseñaba química en un colegio, y puedo volver tranquilamente a hacerlo sin que eso me cree problemas de tipo religioso para mí, y menos con los demás; y también, si pido a Roma que me quiten el cargo, no tengo por qué decirles la razón verdadera, y sé muy bien cómo explicar las cosas de modo que me concedan lo que quiero sin enterarse de la verdadera razón, con lo cual puedo muy bien dejar el puesto oficial que tengo y volver a mi situación de sacerdote y religioso ordinario como antes. La cuestión es: ¿debo hacerlo o no?"
 

El diálogo de silla en silla sacó a la luz buena cantidad de ideas interesantes. No se trataba de una cuestión puramente académica. 'Hay crisis de fe entre nosotros, e ignorarlo significa sólo empeorar la situación. Las soluciones radicales no son soluciones. Y la confusión reinante no ayuda a pensar claro, aunque sí puede ayudar a comprender mejor a quienes atraviesan esas crisis.

Hoy en día, leemos libros de serios teólogos católicos con aprobación eclesiástica en que se defienden ideas que en nuestros días de estudiantes nos decían eran herejía. Hay límites que no pueden sobrepasarse, desde luego, pero queda una amplia región en la que la duda honesta puede coexistir con el compromiso genuino. Más podemos ayudar al que duda tratando de entender su perplejidad que presionándolo para que abandone sus dudas. El que duda habrá de ejercer una gran prudencia al tratar con otros, y jamás debe contaminar con sus dudas a gente que no las tiene. Aunque, paralelamente, tampoco debe nadie imponer sus puntos de vista rígidos a personas cuyos puntos de vista no son tan rígidos. Algunos del grupo aconsejaron al Provincial agnóstico que abandonara no sólo su cargo, sino también el ejercicio de su sacerdocio, si es que quería ser honesto consigo mismo; mientras que otros, por el contrario, opinaron que podía ayudar mejor al creciente número de gente con crisis de fe quedándose en su puesto. Tony intervino: al Provincial puede ayudarle el caer en la cuenta de que la Biblia, la Eucaristía y el Magisterio, aunque para él no sean ahora objeto de fe, siempre son, en todo caso, directivas de recto pensar, indicadores de verdad oculta, y hará bien en escuchar el mensaje de la tradición, aunque por ahora no se sienta ligado a él por vínculos de obediencia. El escepticismo es tan perjudicial como el dogmatismo. Quien se olvida de la sabiduría de los que le precedieron, lo hace sólo con peligro y daño propios. Por otro lado, una duda sincera puede agradar a Dios más que un creer forzado. Que siga el buen Provincial con los ojos y la mente bien abiertos, y que siga adelante paso a paso, a su manera, con humildad y sencillez. Y, por cierto, una advertencia en este tema: si alguien os viene con el argumento de su propia experiencia, tratando de convenceros a vosotros con las experiencias religiosas que él ha tenido..., sencilla y educadamente, no le hagáis caso; sus experiencias son suyas, no vuestras; es muy posible que esté equivocado, y no hay manera de saberlo.

Apreciad y valorad vuestras convicciones, pero no las impongáis a los demás. Y no os consideréis mejores que nadie sólo porque vuestro credo sea más largo que "el suyo.

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"Tina, soy un religioso metido en el trabajo social hace varios años. No lo hacía antes, ¿sabes?, pero vino toda esta ola de la 'opción por los pobres', y sentí yo como que despertaba, y descubrí, aunque ya lo sabía, que había un suburbio de gente pobre junto a nuestra casa religiosa, y comencé a ir allí, a interesarme por ellos; no tenían agua corriente, ¿sabes?, y tenían que andar medio kilómetro hasta el grifo más cercano, y yo los organicé, y llevamos el asunto hasta el ayuntamiento, y por fin les conseguí una tubería hasta el mismo barrio, lo que fue toda una hazaña, aunque la verdad es que no me lo agradecieron lo bastante o, al menos, así me lo pareció a mí; pero dejemos eso a un lado, al fin y al cabo lo hacemos todo solamente por Dios, y él lo sabe; y luego, ah sí, luego les conseguí una unidad médica con una furgoneta y un médico y una enfermera que venían con medicinas dos veces por semana, y, bueno, cosas por el estilo. Pero vamos al grano. Hace poco, he tenido una especie de experiencia espiritual; bueno, no sé cómo llamarlo: anda por ahí ese chiflado, Tony de Mello, quizá hayas oído hablar de él, y me metí en uno de como se llamen esos cursos que da, y, sí, a ver si me explico, he caído en la cuenta de que, a fin de cuentas, todo esto es pasajero, sí sí, pasajero, y ahora, de vuelta en mi puesto, veo otra vez a esa gente con quien trabajo, y me pregunto, si al fin y al cabo los problemas de esta gente son también pasajeros, ¿por qué meterme en ellos? Sigo yendo allí, pero sin el interés con que antes iba; han perdido otra vez la tubería de agua, y tienen que volver al grifo de antes, pero, bueno, yo no voy a meterme otra vez en todo ese lío; resumiendo, que yo he conseguido la paz del alma, pero ellos han perdido el agua corriente. Y encima viene esta idea de que la única manera de liberar a los demás es comenzar por liberarse a sí mismo, y eso es lo que estoy yo haciendo ahora, de modo que ¿qué más se me puede pedir? Y también he caído en la cuenta de que algunos de éstos que trabajan con los pobres hacen más daño que bien, y a veces buscan su propio interés y usan y manipulan a los pobres para luego sobresalir ellos mismos, que desde luego es verdad en algunos casos, aunque ciertamente no en el mío; pero, en fin, que he perdido interés en este trabajo y estoy pensando seriamente en dejado todo, ya que además, y a decir verdad, nunca tuve un interés verdadero en esto, y ahora lo veo claro, aunque antes no me lo dejaba ver a mí mismo y quería convencerme de que me gustaba, cuando en realidad nunca me gustó, así es que quiero dejado, pero si lo dejo siento remordimiento de abandonar a esa pobre gente, y miedo de lo que mis compañeros dirán de mí, en fin, que estoy hecho un lío y no sé qué hacer. ¿Podrías tú ayudarme?"
 

Voy derecho a la reacción de Tony. Si aiguien se cree que por venir a Sádhana va a perder su interés por el trabajo con los pobres, ¡que venga y lo vea! La resistencia que algunos del trabajo social sienten a venir a Sádhana, y las calumnias descaradas que Sádhana ha tenido que sufrir de boca de algunos de esos que nunca se han acercado por aquí, muestran precisamente que ellos son los que más la necesitan. Todos nosotros, trabajemos en lo que trabajemos, necesitamos examinar nuestras intenciones y purificar nuestros motivos; pero los que trabajan en el campo social lo necesitan mucho más, porque manejan poder y dirigen masas. Hay quienes van a trabajar por los pobres, movidos, sin saberlo ellos mismos, por sentido de culpabilidad, por sed de poder, por seguir la corriente, por influencia de compañeros, compensación por un complejo de inferioridad, por escapar al trabajo intelectual. Todo eso, donde se dé, ha de ser purificado, en cuanto sea posible, antes de ir a los pobres, si no queremos que el trabajador social cause más daño que bien al buscar secreta e inconscientemente sus propios intereses, convirtiendo en instrumento para ello a esos mismos pobres a quienes profesa servir. No dudo un momento en decir que Sádhana es la mejor preparación para quien va a trabajar con los pobres y oprimidos: purifica la mezcla de sus motivos, y lo hace más libre, que es la única manera de transmitir libertad. Y ahora, por lo que se refiere a eso de que todo sufrimiento es "pasajero" y, por consiguiente, no hay por qué ocuparse de él: eso es pura teoría, y aquí estamos aprendiendo a reaccionar ante hechos, no ante teorías. Si veis a un niño sufriendo y sabéis que podéis quitarle el sufrimiento con una inyección, ¿no se la daréis por pensar que el sufrimiento es pasajero? Si veis a una anciana que tropieza por las escaleras, ¿no la agarráis del brazo instintivamente para que no se caiga, en vez de poneros a filosofar que la caída es efímera y pasará? Obedeced al instinto, no al cerebro. La pena es que la gente pone por medio su visión cristiana o su sueño budista o su plan marxista, y con eso ya no ven a las personas, sino sus propios planes, y ponen en marcha "actividades" para llevar a cabo sus propios "ideales". Trabajemos por los pobres y los oprimidos, por encima de todo; pero hagámoslo desde nuestra propia libertad personal, no arrastrados por complejos secretos o indigencias ocultas nuestras.

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"Tina, soy una Hermana india de una congregación religiosa de tipo más bien conservador, y eso, claro, nos está trayendo ahora problemas, ¿comprendes?, sobre todo para las que -dentro siempre, desde luego, de nuestra congregación- queremos seguir las tendencias modernas y acercarnos a la gente, en vez de quedarnos en el convento; y así ha surgido este asunto concreto, que en sí no es nada, y a lo mejor te vas a reír, pero para nosotras supone mucho y a mí me está haciendo sufrir, y lo llevábamos discutiendo hace mucho tiempo entre nosotras, y unas estaban a favor y otras en contra, y en otras congregaciones ya habían cambiado, como veo, Tina, que lo habéis hecho vosotras en vuestra congregación, pero a nosotras no nos lo permitieron, y a mí me daba vergüenza cuando nos reuníamos con Hermanas de otras congregaciones para Ejercicios o seminarios de esos que tanto hay ahora, y muchas de esas Hermanas llevaban sari; y no sari de uniforme, fíjate bien, no ya sari blanco o azul o marrón, todas iguales, sino algunas de ellas sari de colores, de moda, incluso de muy buen gusto, y a mí me daba envidia y rabia, y sentía y siento un gran enfado contra nuestras superioras que no nos permiten llevar sari, y se siguió discutiendo la materia, y por fin todas las superioras indias de nuestra congregación se pusieron de acuerdo, que no es cosa fácil, y le pidieron a nuestra Madre general en Roma que nos dejara llevar sari a nosotras aquí en la India, y, ¡fíjate!, nos ha negado el permiso, y tenemos que seguir llevando el hábito, y buen trapo viejo que es nuestro hábito, lo estás viendo tú misma, sí, no te rías, que a mí no me hace ninguna gracia, y ahora estoy furiosa y me siento rebelde contra Roma y contra las autoridades eclesiásticas por esto y por todo. ¿No somos una Iglesia india? ¿No existe la inculturación? ¿No se han enterado en Roma todavía? ¿Qué saben ellos allá de lo que nosotros necesitamos aquí? y lo que más me incordía es ver que los hombres pueden hacer lo que quieren. Mira a esos jesuitas, se visten como les da la gana y nadie les dice nada, mientras que nosotras, pobres mujeres, estamos sujetas al capricho de gente a quien ni siquiera conocemos. Y ahora, ¡imagínate!, nos han prohibido hasta que hablemos de esto entre nosotras. Yo no sé si estoy faltando a la obediencia al contarte todo esto a ti, pero es que no puedo más y, para colmo, me da vergüenza el tratar esto contigo, que llevas un sari tan bonito con ese dibujo de cruces en el borde, tan sobrio y elegante, pero al menos espero que me comprendas, que sientas conmigo aunque no puedas hacer nada, y que me des ánimo.
 

¿Verdad que lo harás?" (Tony, al hablar, había estado imitando todo el rato la voz, los gestos y las muecas de una mujer, con un efecto cómico que provocó contenidas sonrisas entre nosotros al vedo y oído. Su interpretación del papel era siempre parte integrante y divertida del espectáculo.)
 

La cuestión del sari se despachó rápidamente. Se le dijo a la buena Hermana: elige tú; sométete a las normas de los superiores y renuncia a tu protesta, o ponte el sari y carga con las consecuencias. Decídete de una vez y deja de atormentarte. Del tema más general de la adaptación cultural y la Iglesia india se encargó luego Tony. El amaba a la India, y lo había mostrado de una manera bien práctica, entre otras muchas, al decidir en estos últimos años que para los cursos de "maxi-Sádhana" admitiría sólo a religiosos y religiosas que trabajaran en la India, y así lo hizo (con muy pocas excepciones), a pesar de las muchas peticiones que le llegaban del extranjero; pero rechazaba de plano el aspecto mezquino del patriotismo, como ya he tenido ocasión de mencionar, y así lo dijo sin ambages en este caso. "Si piensas como indio, o como europeo o americano, has dejado de pensar; porque entonces piensas desde tu condicionamiento, y ya no eres tú el que piensa." Para Tony, todo esto eran cosas accidentales, y no perdía tiempo en ellas. Incluso la cultura, no en cuanto saber, sino en cuanto herencia, era un condicionamiento para él y, como tal, había de ser trascendida.

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"Tina, soy párroco en una parroquia muy conservadora, y yo también, por edad y por formación, soy bastante conservador. Vine a la India de misionero, ¿sabes?, hace ya muchos años; soy extranjero, pero amo a la India como a mi patria, y he trabajado con todas mis fuerzas todos estos años para hacer lo mejor que sabía y podía, que era convertir a los paganos, bautizados y hacerlos cristianos. Sí, ya lo sabes todo, eran casi todos gente de casta baja, yo les ayudaba con dinero y regalos que me mandaban los buenos católicos de Europa y América, y esa pobre gente me lo agradecía y, para darme gusto y conseguir más ayuda, se hacían cristianos, y ya sé que todo el mundo los llama 'cristianos de arroz' o 'cristianos de pan y mantequilla', que es muy desagradable, lo admito, pero al fin y al cabo son cristianos, que es lo importante, ¿no es así? El Señor tiene sus maneras de llamar a los hombres y, aunque una generación se haga cristiana por motivos egoístas, la siguiente será ya una auténtica generación cristiana, y ¿quién, dime, obra jamás por motivos enteramente puros? Así es que yo estaba contento con mi trabajo de misionero, contaba el número de conversiones, que iba en aumento de año en año, me enorgullecía de ello, enviaba fielmente las estadísticas a Roma, y de allí me felicitaban por mi celo y mi trabajo apostólico. Pero luego vino de repente toda esta teología nueva del Concilio Vaticano que me dejó desconcertado del todo. Verás, yo había basado todos mis esfuerzos y había justificado mis métodos con el dogma de que 'fuera de la Iglesia no hay salvación', que había sido la roca de la expansión misionera de la Iglesia en el pasado y hasta nuestros mismos tiempos, y, sí, desde luego, el Señor tiene sus caminos de msiericordia y puede salvar a quien quiera, pero me concederás que, a fin de cuentas, el bautismo es el mejor caminó para el cielo. ¡Y ahora viene el Concilio y nos dice textualmente que hasta un ateo puede ir al cielo! ¿Dónde me deja a mí eso? ¿A dónde va a parar el trabajo de toda mi vida? ¿Es que he hecho el ridículo sin remedio? Para acabarlo de estropear, ahora nos vienen estos curas jóvenes, nativos del país, que denuncian nuestro trabajo como colonialismo espiritual y exigen que todos los misioneros extranjeros como yo nos marchemos y volvamos a nuestros países de origen.

Estoy hecho un lío y lleno de resentimiento. Yo he reaccionado contra todo eso, personalmente estoy seguro de que la fe antigua es la que vale, y me pone malo el oír hablar del ecumenismo no ya sólo con protestantes, sino con paganos, y que le digan a uno tranquilamente que los hindúes se salvan en el hinduismo y los mahometanos en el islam, y tenga uno que callarse y decir amén a todo. Considero deber de conciencia oponerme a todo eso, volver a la pureza de la fe y exhortar a todos los demás a que lo hagan; por eso yo nunca vay a esas reuniones de oración con hindúes y mahometanos, y les prohibo ir a los fieles de mi parroquia. Tenemos que volver a predicar una santa cruzada contra los enemigos del evangelio, ¿no te parece?"
 

Me acuerdo muy bien de esa escena, porque yo tomé parte importante en ella. Era difícil medirse con Tony en esgrima de diálogo, de donde siempre salía triunfador; pero aquel día estaba yo inspirado y tuve mi desquite. Cuando, después de muchas idas y venidas, él dijo: "Hago esto para cumplir con mi deber como buen católico", yo repliqué: "En eso no eres un buen católico ni siquiera un buen cristiano; ¡lo que eres es un buen mahometano que declara la guerra santa a todos los infieles!" Tony paró el golpe poniendo cara de ofendido y volviendo a la pregunta práctica: "Llámame lo que quieras, pero ¿qué he de hacer yo ahora?" Le contesté sin esperar: "Si eres honesto... ¡ve y hazte circuncidar en cuanto puedas!" Con eso todo el grupo rompió a reír, y se acabó la escena.

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"Tina, soy un sacerdote jesuita y tengo un problema muy delicado que espero que tú, como mujer, y la mujer inteligente y sensible que eres, podrás entender y ayudarme a que encuentre una solución. Estoy realmente perplejo y sufro mucho. Bueno, me llamo John, y prefiero que me llames así a secas. Hace muchos años, Tina, que yo tenía una amistad muy honda con una religiosa, Jane, y yo la quería con toda mi alma y ella a mí, todo muy limpio, desde luego, una relación totalmente irreprochable y sin complicaciones orgánicas, si es que me entiendes, que ya sé que lo entiendes, y eso duró mucho tiempo, y ella era con mucho la mejor de mis amistades, completamente distinta de otras amistades femeninas que tengo, y ella lo sabía perfectamente y me correspondía con el afecto más intenso que he conocido; yo era su hombre, y ella lo sabía y me quería a mí como no quería a nadie. Pero luego, Tina, hace un par de años, a Jane la destinaron a otra ciudad, ya sabes lo que pasa con vosotras las monjas, que tenéis conventos por toda la India y os envían de un extremo a otro sin razón ninguna y sin previo aviso; y así aterrizó ella en la otra punta del país, mientras que yo, por supuesto, me quedé donde estaba. Nos escribimos mucho, y sus cartas mostraban y siguen mostrando que su afecto hacia mí permanece intacto, que es tan fiel y tan mía ahora como cuando estaba aquí, y que, naturalmente, da por supuesto que yo también continúo lo mismo. Y ahí viene el lío, Tina, y espero que tú lo entiendas. No es que yo ya no la quiera, no; la sigo queriendo y trato de asegurárselo en mis cartas; pero, bueno, sí, ya veo que lo has adivinado, y es verdad, ahora ha entrado otra mujer en escena, y todo ha cambiado para mí. Es religiosa también, de otra congregación, y se llama Mary. Nos hicimos amigos, y yo no vi nada malo en eso, porque seguía queriendo mucho más a Jane y estaba convencido de que así seguiría siendo. Pero no fue así. Al principio no me lo quería confesar a mí mismo; pero era evidente, y ahara es ya un hecho innegable. Ahora quiero a Mary mucho más que a Jane. Y a ver si sigues ahora el hilo de esta madeja enredada que son mis sentimientos actuales. Me siento culpable por querer menos a Jane, y deseo con toda el alma que no fuera así, pero lo es y no puedo remediarlo.

Siempre he valorado muy alto las virtudes de lealtad, fidelidad, caballerosidad... y ahí me tienes ahora fallándole a la primera mujer que he amado en mi vida, mientras ella continúa adorándome. Mi dignidad de hombre está por los suelos. Me desprecio a mí mismo. No, claro, a Jane no le he dicho nada de lo de Mary, y, bueno, ya lo ves, a Mary tampoco le he dicho nada de lo de Jane. ¿Caes en la cuenta del lío en que me he metido? Le sigo escribiendo a Jane, y cada carta es un tormento, al forzarme a fingir sentimientos y ocultar los hechos. ¿Cuánto tiempo podré seguir así? ¿Debería dejar a Mary? ¿O a Jane? Y si escojo ahora a Mary, ¿qué garantía tengo, después de esta experiencia, de que más adelante no ha de pasarme con Mary lo que ahora me ha pasado con Jáne? Pues entonces, ¿qué?, ¿las dejo a las dos? Eso sería hacerles sufrir a las dos, mientras que de la otra manera sólo hago sufrir a una y el hecho es que yo soy incapaz de hacer sufrir a ninguna de las dos. Y me temo que, cuanto más tiempo pase, más les voy a hacer sufrir. Ahora dime tú; tú eres una mujer; ¿puedes darme alguna luz en medio de toda esta confusión?"
 

Esta fue, con mucho, la escena más larga y más bella y sentida que tuvimos en todos aquellos días. El grupo entero tomó parte en ella durante casi dos horas; y como había entre nosotros hombres y mujeres, aproximadamente mitad y mitad en el grupo, el tacto, la delicadeza, la seriedad y sensibilidad de todo el proceso fueron emocionantes y exquisitos. Tony, después de hacer el papel de John, hizo también, sucesivamente, los papeles de Jane y de Mary, sacando a luz cada vez aspectos nuevos de la complicada red de sentimientos, amor y amistad. Sin pretender resolver ningún problema, sí se aclaró aquel día ese mundo hasta ahora ignorado, y tan difícil como enriquecedor, de la vida afectiva de religiosos y religiosas. Todos aprendimos mucho en aquella sesión.

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"Tina, soy una Hermana encargada de la promoción de vocaciones en nuestra congregación. Trabajamos en grupo y vamos de colegio en colegio, y casi de pueblo en pueblo, tratando de conocer y atraer a chicas que vengan a conocer nuestra vida y puedan un día entrar en el noviciado. Se está haciendo cada vez más difícil conseguir vocaciones. Y lo que es más difícil todavía para mí es definir mi propia postura. Sí, he llegado a poner en tela de juicio la validez y aun la legitimidad de mi trabajo. No es que yo dude de mi propia vocación: me encuentro bien, gracias a Dios, tal como estoy, y en todo caso es ya bastante tarde para cambiar de dirección en la vida. Pero me pregunto a mí misma: ¿Soy de veras feliz? ¿Son las Hermanas que conozco realmente felices en la vida religiosa? Oficialmente, todas lo somos, y todas sonreímos cuando nos sacan fotos para las revistas y folletos de propaganda. Y si vamos por ahí, también es verdad que, desde el punto de vista de la fe, estamos en este mundo en la posición más favorable con vistas al próximo, Todo eso es verdad. Pero, bueno, tú también eres religiosa y me entenderás. Cuando pienso en los malentendidos, las envidias, las miserias y pequeñeces, la infidelidad en la observación de los votos (ibien sabemos cómo andamos en pobreza, castidad y obediencia!) y la creciente frustración en nuestras casas y comunidades religiosas, ¿qué derecho tengo a ir y convencer a esas chicas jóvenes para que vengan y se nos unan de por vida? Conozco a una religiosa que ha disuadido a su propia hermana menor, que quería hacerse monja, y le ha quitado la idea de la cabeza. Y sabiendo, como sé, lo que esa religiosa ha sufrido, no puedo culparla. Sí, ya sabemos que el matrimonio tampoco es un paraíso, pero nadie hace propaganda para que la gente se case, mientras que nosotros sí que la hacemos para que entren en el noviciado. Yo me siento muy intranquila al pensar en eso. ¿No deberíamos, más bien, dejar que la gente siga sus propias inclinaciones y, si nadie entra en nuestras congregaciones, tomarlo como señal de que hemos de cambiar el marco de la vida religiosa tal como nosotros la practicamos, y buscar nuevas formas de vivir nuestros votos y nuestra consagración a Dios que estén más a tono con las necesidades espirituales del mundo de hoy? Antes teníamos vocaciones de sobra sin empujar a nadie, porque nuestra vida era la respuesta a una necesidad concreta y profunda de la juventud de aquellos tiempos. ¿No deberíamos más bien ahora analizar las verdaderas necesidades espirituales de la sociedad contemporánea para edificar una vida religiosa que responda a los genuinos deseos íntimos del Pueblo de Dios hoy?"
 

El tema era serio y nos interesaba a todos, y sin duda que habría provocado un fructífero diálogo; pero, desgraciadamente, vino al final de una sesión y quedó cortado sin que hubiera lugar a ninguna dirección ni comentario. Tampoco los inventaré yo aquí.

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"Tina, soy Judas y tú eres Dios Padre. He venido a reclamar mi recompensa. Sí, no me mires así, con esa expresión de sorpresa, como si no supieras nada. He dicho 'mi recompensa'. A fin de cuentas, te hice un buen trabajo, ¿no es así? Claro que cualquier otro podía haberlo hecho, de acuerdo, pero tú me elegiste a mí, y yo lo hice con todo esmero. Sí, tu trabajo, por que tú lo encargaste. Sin él, todos tus planes hubieran fallado. Ni redención para la humanidad, ni gloria para ti. Era un trabajo desagradable, lo reconozco, pero precisamente por eso tiene más mérito el haberlo hecho, y ese mérito me corresponde a mí. Todo el mundo está dispuesto a hacer de rey en una obra de teatro, y nadie quiere hacer de malvado. Pero sin malvado no hay teatro. Sin mí no habría habido Sagrada Pasión, y sin Sagrada Pasión no habría habido un final feliz para tu Historia de la Salvación, que es como ahora llaman por allá abajo a tu obra. Sí, sí, no lo digas, ya sé que me pagaron, y todo el mundo se enteró de aquello de las treinta monedas de plata, y ya me lo han refrotado bastante para que tú vengas ahora a repetirlo otra vez. Lo que quiero ahora, y a eso he venido, es el sitio que me pertenece aquí arriba para disfrutar de mi jubilación junto con los demás actores de la gran obra de teatro. Cada uno hizo su papel, y al final todo salió bien, ¿no fue así? Tú me necesitaste entonces, y yo, siempre atento, te hice el favor. De modo que ahora no te hagas de rogar y ten la bondad de decirle a Pedro que abra esa puerta y me deje pasar. Yo lo conozco a Pedro, buena persona, aunque él también tuvo un par de escenas dudosillas en la obra, y, sin embargo, ahí lo tienes ahora, de mandamás en el catarro. Una palabrita tuya, y nos volvemos a reunir todos los antiguos camaradas. Ya sabía que no podías decir que no, pero, de todos modos, muchas gracias. Y si me vuelves a necesitar algún día para cualquier papel, ya sabes que me tienes a tu disposición. ¿Hace falta un cajero, quizá, aquí en el cielo?"
 

Esta era la escena favorita de Tony. Yo le vi hacerla varias veces en diversas ocasiones. Lo que quería resaltar con ella era el papel que las circunstancias y el condicionamiento juegan en nuestra vida, hasta el punto de que lo que hacemos o dejamos de hacer es en gran parte -aunque no nos guste reconocerlo- el resultado del marco en que vivimos. Al hablar de esto, Tony siempre contaba una historia que había oído en España.

La Semana Santa es cita turística en Andalucía, con sus procesiones, pasos, imágenes y saetas. En cierto pueblo de Andalucía la Semana Santa se cierra con un acto público solemne de agradecimiento a Poncio Pilato. El razonamiento es impecable. Sin Poncio Pilato no había Pasión. Sin Pasión no había Semana Santa. Sin Semana Santa no había turismo. Y sin turismo no había ingresos para el pueblo. Eso constituía a Poncio Pilato en bienhechor del pueblo a perpetuidad y, como tal, en acreedor, año tras año, al discurso de agradecimiento que el alcalde pronunciaba en la plaza mayor. Y eso le daba derecho también, según el argumento de Judas, a un puesto en la gloria junto a los demás actores del divino drama.
 

Todos los lectores de Tony saben que su cita favorita era la que puso al final de su primer libro, "Sádhana, un camino de oración", sacada de la visión mística de Juliana de Norwich. Cristo en la cruz le sonrió y le dijo: "Todo acabará bien; todo acabará bien; todo, todo, sin dejar nada... ¡acabará bien!"
 

LIGEROS DE EQUIPAJE

Cuando Tony me preguntó sobre mis entrevistas con Krishnamurti, y hablamos sobre ellas, hubo un tema que se destacó con claridad meridiana, ya que nos decía mucho a los dos y nos gustaba hablar de ello. No se trataba de nada nuevo, y ambos lo habíamos leído ya en sus libros, pero adquirió un nuevo frescor como experiencia vivida y oída de labios de la persona misma, y disfrutábamos recordándolo juntos.
 

Krishnamurti me había dicho: "Cuando me doy esos largos paseos diarios y voy solo por los bosques una o dos horas, me sucede que ni un solo pensamiento cruza mi mente en todo ese rato. Sí, ya sé que los psicólogos dicen que eso no es posible, pero, ¿qué le voy a hacer?, eso es lo que me pasa a mí. ¡Debo de ser un bicho raro!" Se sonrió alegremente al decir "bicho raro", para lo cual usó en inglés la palabra "freak", y se interrumpió a sí mismo para preguntarme si sabía yo lo que esa palabra quería decir, ya que no es palabra muy corriente en inglés. (Eso me recordó la verdadera manía que tenía de no seguir hablando, ni en privado ni en público, hasta no asegurarse de que todos habían entendido lo que acababa de decir.) Después continuó: "También me pasa algo parecido por la noche al dormir. Duermo perfectamente, y nunca sueño. Aquí también dicen los psicólogos que tal cosa no es posible, pero tal es mi caso." Y entonces llegó a la confidencia vital: "Creo que esto me pasa porque yo entro del todo en cada experiencia, pequeña o grande, y salgo también total y limpiamente de cada una. Me meto de lleno en todo lo que hago... y salgo de lleno de todo lo que hago. Nada se me queda pegado a la mente, y quizá sea por eso por lo que siempre queda limpia." No dijo más sobre ello, pero yo comprendí al momento que había dicho algo de importancia transcendental.
 

Tony sentía y vivía la misma idea por su cuenta y a su manera, y nos la repitió muchas veces aquellos días con insistencia estudiada y con frases tajantes que la grabaran en nuestra memoria: vivid plenamente cada experiencia, para que no deje traza en vuestra mente. Nada de sobras, nada de restos, nada de basura. Una 'cuenta sin "suma y sigue", un relato sin "continuará", una excursión sin mochila. Nunca viváis de crédito, sino pagad al contado en cada instante. Adentro y afuera; entrad y salid; entrad del todo y salid del todo. Una vez más, la flor de loto intacta sobre el agua, la sinfonía que fluye sin interrupción, el río que sigue su curso.
 

Lo que no nos deja vivir de esa manera (que es la única manera auténtica de vivir) son, por un lado, los apegos y, por otro, los miedos. Nos aferramos a una experiencia gozosa y no la soltamos en nuestra mente, aun cuando el suceso haya ya pasado; o tenemos miedo de algo que va a pasar, y ese temor llena la mente antes de que el suceso se produzca. Con una mente así cargada no se puede vivir. La mente en libertad no lleva cargas. La mente en libertad vive cada instante en cada instante, y ése es el secreto de vivir de lleno la vida.
 

Tony no sólo hablaba así, sino que vivía también así, y eso es lo que daba fuerza a sus palabras. Un día, en aquel cursillo, nos dijo algo que levantó por un momento el velo de su propia experiencia en materia tan importante. Los terrenos de nuestra finca en Lonaula son extensos, y están divididos en dos partes. La parte antigua, donde está todavía la villa de vacaciones del colegio de San Estanislao, y donde el Instituto de Sádhana se había alojado durante varios años, y la parte nueva, que es una parcela de terreno sacada de la parte antigua, separada ahora de ella por un muro, y dónde estaban a medio construir los edificios del nuevo Instituto en el que ya vivíamos. Los dos terrenos eran contiguos, pasábamos con toda facilidad del uno al otro (el camino más corto para ir a la ciudad pasaba por el terreno antiguo), y en ese contexto se coloca lo que Tony dijo un día al grupo: "Es curioso lo que me pasa, pero lo he observado una y otra vez. Paso con frecuencia por los antiguos terrenos de Sádhana, donde viví y trabajé tantos años con la intensidad que todos conocéis, hasta el punto de que cada palmo y cada rincón de esos terrenos están llenos de recuerdos de todas clases para mí. Lo sé perfectamente, y me acuerdo de todo ello perfectamente, y, sin embargo, el hecho es que, cuando paso por esos sitios, solo o acompañado, no siento absolutamente nada de emoción, apego, querencia o nostalgia. Nada. Ni un ápice. Y no es que yo sea de piedra, que bien me conocéis. Siento las cosas a fondo. Pero nada se mueve dentro de mí cuando paso por esos lugares. La razón debe de ser que viví esa experiencia íntegramente, y no ha dejado traza dentro de mí. Así es como quiero vivir."
 

Así es como vivió. Y de 'ello dejó un eximio testimonio en las últimas palabras que nos dijo en Lonaula, que van a ser también las últimas palabras de este libro.
 

Adiós inspirado, despedida íntima, bendición profética al final de la última Eucaristía que ofrecimos todos juntos en agradecimiento sentido al grupo entero, a Tony y a Dios.
 

Era la última noche del último día, 13 de abril de 1987, lunes de Semana Santa. La Eucaristía estaba a punto de terminar en aquel mismo salón y con aquellas 'mismas sillas que habían sido testigos de tantos bellos e intensos momentos en aquellos benditos quince días. Estábamos saboreando con cariño y sin prisas el profundo silencio marcado por la patena y el cáliz al pasar de mano en mano con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que nos unía sacramentalmente en aquel momento en el abrazo de su presencia y de su amor. En medio de aquel silencio sagrado, Tony habló, y éstas fueron sus palabras:
 

"No cambiéis. El deseo de cambiar es enemigo del amor.
 

No os cambiéis a vosotros mismos: amaos a vosotros mismos tal como sois.
 

No hagáis cambiar a los demás: amad a todos tal como son.
 

No intentéis cambiar el mundo: el mundo está en manos de Dios, y él lo sabe.
y si lo hacéis así... todo cambiará maravillosamene a su tiempo y a su manera."

Hizo una pequeña pausa, y añadió las últimas palabras:
 

"DEJAOS LLEVAR POR LA CORRIENTE DE LA VIDA... LIGEROS DE EQUIPAJE."
Así se fue él.