Un exorcista entrevista
al Diablo
Autor: P. Domenico Mondrone S.I.
Capítulo 4: Segundo encuentro
Pasaron algunos días sin que sucediese nada nuevo. No sabía qué pensar. No
tenía la valentía de invocar la vuelta de un tan singular interlocutor.
Aquel primer encuentro había dejado en suspenso más de una pregunta. Pero
fue cortado en lo mejor. Aquella última respuesta, sin embargo, tan
inesperada, me dejó una alegría grande.
Una mañana, apenas había terminado de celebrar la Misa, tuve un deseo
insólito de ir rápidamente a casa. Mi empujaba el extraño indicio de algo
no acostumbrado.
«Aquel mensajero debe estar ya aquí, pensé. Correcto, he aquí los
acostumbrados escalofríos de frió helado. No me había equivocado.
Me senté, invoqué mentalmente a la Virgen y esperé.
"Estoy aquí. ¿Qué más quieres preguntarme?".
Parece que aquel ser tenebroso hubiese sido puesto a mi dispo-sición.
“Antes que nada, debo agradecerte el alto elogio que la última vez
hiciste a la Virgen. Me impresionó mucho tu respuesta. Y todavía no logro
explicarme como se te haya podido escapar”. |
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“Es ella que me obliga a hablar así, ¿lo quieres comprender? Ella me
obliga. Lo hace para contentarte y para humillarme. Pero tú,- recuérdalo -
me las pagarás. Tú no lograrás comprender jamás qué tortura es para mí
tenerla que obedecer obligándome a decir ciertas verdades. Yo odio la
verdad, porque la verdad es Él, ¿comprendes? Tu permaneces horrorizado
ante los tormentos a los que tantos subalternos míos someten a sus
condenados políticos, recurriendo a la píldora de la verdad, al lavado de
cerebro - todos son inventos míos, para que lo sepas - para llevarles a la
autocrítica y a sacarles sus confesiones preestablecidas. Peor es el
suplicio al que soy sometido por aquella para llevarme a escupirte en la
cara ciertas verdades. Por eso, te repito que me las pagarás”.
"Gracias también por esto que me dices; pero si Ella está conmigo, tú no
me das miedo”.
“Te he dicho que me las pagarás".
"De acuerdo. Pero continúa hablándome de Ella".
"Es mi más implacable enemiga".
“Lo creo: Es la Mujer destinada a darnos a Jesús, nuestro Redentor, el
reparador de todas tus maldades, especialmente por habernos regalado el
pecado y la muerte. Y Ella, por virtud de su Hijo, para tu humillación, ha
vencido todo esto".
Un largo silencio de espera.
“Comprendo que no tengas mucho deseo de hablar de María. Eres
infinitamente soberbio y el recuerdo de Ella es demasiado humillante para
ti. Dijiste bien, es tu humillación más grande. Pero, en nombre de Ella,
responde. ¿Creíste haber obtenido una victoria plena arrebatándonos a
nuestra madre Eva? ¿Ni siquiera sospechaste que Dios te habría vencido con
María? Una Madre infinitamente más grande que la que nos arrebataste y con
la cual nos mandaste a la ruina. Dios nos ha dado a María y la ha hecho
Madre suya".
"¿Pero por qué te obstinas tanto en hablarme de aquella? íDéjalo ya!”
«Precisamente porque te fastidia tanto...”
“Es una terrible desbaratadora de mis planes. Es una devastadora de mi
reino. No me deja conseguir una victoria y ya me prepara una derrota. Me
la encuentro siempre entre los pies. Siempre ocupada en atravesarse en mi
camino, a suscitar fanáticos que la ayudan a arrebatarme almas. Allí donde
más clamorosas son mis conquistas, en un silencio capilar ella multiplica
las suyas. Pero ahora ha llegado el tiempo en que obtendré sobre ella
victorias jamás vistas...”
"¡Efímeras como las demás!”
* * *
Aún un breve silencio. “¡No serán efímeras!.. Esta vez será una
victoria total. Creía estar al seguro en una fortaleza inalcanzable.
¡Ahora os he abierto una brecha que será peor que la primera!...”
“¿Qué brecha? Pienso que corres demasiado. Estás muy seguro de ti mismo".
“Tengo de mi parte también a los teólogos. Los mis presuntuosísimos
doctores, Si fuese capaz de amar, serían mis amigos más queridos. Vuestros
cultivadores del dogma van abandonando una tras otra vuestras posiciones.
Los he inducido a avergonzarse de ciertas fórmulas ridículas. A
avergonzarse antes que nada de creer en mi existencia y en mi trabajo en
medio a vosotros: Cosa para mí comodísima".
"¿Y con esto, crees?
«De este modo, las fábulas de la Inmaculada Concepción, de la
Maternidad Divina, de la siempre Virgen, de la omnipotente llena de gracia
están siendo desmoronadas como miserables necedades. Dentro de pocos años
quedará solo el recuerdo - vergonzante recuerdo - de tan estúpidas
leyendas. Mucho he debido esperar pero ahora ha llegado finalmente mi
tiempo. íDefinitivamente ha llegado mí hora! ¡Si supieras lo bien que
trabajan mis aliados: curas, frailes, doctores!... ¿Dónde están ahora los
fanáticos de su culto, sus calenturientos simpatizantes?”
* * *
Parecía que se hubiese marchado. Pero estaba allí, quizás en espera de mi
reacción.
“Lo sé: Has logrado reunir en torno de tantas verdades del Credo una
polvareda irrespirable llena de confusión. Crees suprimir el sol sólo
porque los has escondido detrás de cúmulos de nubes. Pero todo esto
pasará. Bastará un soplo del Omnipotente para desbaratar todo lo que estás
construyendo. Un soplo solo y Dios, en su Providencia, también de nuevo
sacará bien del mal, Incluso de estas confusiones sabrá hacer brillar más
espléndida la verdad”.
"No te hagas ilusiones".
"Sé que no me engaño. La fe me lo dice. Ni tú mismo, eterno mentiroso,
crees en esta victoria final.
Tú te agitas porque sabes que Dios tiene medido el tiempo en el que, para
sus designios, te deja exagerar. Tú sabes que el más poderoso es Él. Él
tiene delante de Si la eternidad. En un instante te arrebatará de la mano
tus victorias momentáneas. Eres el eterno fanfarrón ridículo. Te crees
omnipotente, mejor aún quieres hacértelo creer a ti mismo, pero basta un
signo de la cruz para ponerte en fuga, basta un poco de agua bendita para
paralizar tu omnipotencia. La parábola del grano y de la cizaña ha sido
dicha sobre todo para ti. Eres simplemente ridículo en tus bravuconadas.
Eres un pobre perro atado a tu cadena. Tú no puedes nada más de lo que te
permite Dios. Te lo permite para probar a sus elegidos en el tiempo, y
derrotarle para toda la eternidad”.
“¡Qué elocuente eres! Has hecho una bella predicación para los
papagayos de la parroquia. Tu reúnes palabras, yo cuento hechos".
“Te estoy solamente descubriendo tu mentira. Tu historia concluirá como
empezó. Tienes la estúpida presunción de creerte semejante a Dios. Te
rebelaste y Dios en aquel mismo instante, con un soplo te precipitó a ti y
a los tuyos en los abismos infernales. Bastó un movimiento de su voluntad
para fulminaros a todos, para transformaros de ángeles en horribles
demonios".
“Todavía un trozo de predicación”.
"Sabes bien que no es predicación. Es un hecho tremendo. Como tremendo es
el infierno en el que te precipitaste... A propósito: ¿Qué es el
infierno?..."
Un silencio pesado como una pesadilla.
“En nombre de Ella, responde, háblame del infierno".
“Imposible decírtelo".
“Prueba”.
“Ni siquiera ella misma, en Fátima, supo explicarlo”.
”¿Cómo? ¡Aquellos pobres niños por poco no murieron de espanto!
"¿Y qué vieron... el infierno es bien distinto... Conténtate con esto”.
* * *
También esta vez tuve la sospecha de que se hubiese ido. De manera extraña
me advirtió de que se encontraba allí.
“¡Desgraciado! Eras un ángel. Dios te creó riquísimo de dones y de
bellezas divinas. Tenías la inteligencia de los espíritus elegidos. Es
inconcebible cómo tú y los tuyos habéis podido atreveros a un tan estúpido
pecado de rebelión. ¿Como intentar apropiarse de lo que no era vuestro?
¡Responde!”.
“Porque quiso someternos a una prueba infinitamente humillante para
nosotros, espíritus altísimos. Una prueba inimaginable, digna sólo de una
revuelta”.
“¿Qué prueba?"
De nuevo un silencio cargado de misterio. "Vamos, en el nombre de Ella que
te ha obligado a venir, responde. ¿Qué prueba?".
"Nos impuso un obsequio muy humillante e inaceptable. Nos puso frente
al diseño de la creación del mundo material, de todo el cosmos, por encima
del cual os creó también a vosotros los hombres con el propósito de
elevaros a la misma dignidad a la que nos había elevado a nosotros, y para
colmo de todo, lo que hizo desencadenar nuestra revuelta… nos puso delante
de la encamación del Hijo, hecho hombre, revestido de una naturaleza
inferior a la nuestra, y nos impuso adorarle. Nuestra inteligencia se
pasmó. Millones de ángeles se sometieron vilmente a Él. Muchísimos de
nosotros lo vimos como una afrenta a nuestra dignidad y nos rebelamos. El
castigo explotó de inmediato. Nosotros no queremos aceptar nuestra
condición de criaturas, de tener necesidad de Él, de estar sometidos a Él.
Nos creímos autosuficientes - y lo éramos - de nosotros mismos... En aquel
rechazo nuestro gesto es de revuelta... Y en un momento nos encontramos
como somos. Su condena fue sin apelación". Tampoco nos hubiéramos sometido
a su voluntad.
“¿Y no era un pecado gravísimo de rebeldía?”
Un «Nooo…” lóbrego, largo, cavernoso, de helar la sangre, resonó un buen
tiempo en la lejanía. Comprendí que había desaparecido, dejándose atrás un
fracaso que parece el estrépito de un alud. Todo lo que era firme tembló.
Salí al corredor mirando si alguien se hubiese percatado de algo. Nada. No
vi a nadie.
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