LXXVI
ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL |
LA
FAMILIA, SANTUARIO DE LA VIDA
Y ESPERANZA DE LA SOCIEDAD
(parte III)
Instrucción Pastoral de la Conferencia Episcopal
Española
Madrid, 27 de abril
de 2001
2.3.1. “Hemos
creído en el amor” (1 Jn 4,16)
Íntima
comunión de vida y amor conyugal: rasgos esenciales |
|
60.
Como todo amor, el amor conyugal
es algo que el hombre descubre en un momento determinado en su
vida[44],
no es algo deducible y planificable. El
mismo contenido de este amor es una verdadera revelación; nace de la
admiración ante la belleza del otro e incluye una llamada a la
comunión. Tal llamada implica la libertad de ambos y la totalidad de
la persona. Por eso mismo, es una aceptación implícita del valor
absoluto de la persona humana. La persona amada nos aparece con tal
valor, que entendemos que es bueno gastar la vida por ella, vivir para
ella. Esta es la revelación básica del amor conyugal.
No
se trata entonces de un mero sentimiento, a merced de la inseguridad que
engendra la mutabilidad de los estados de ánimo. Tampoco es un simple
impulso natural irracional que parecería irrefrenable. Ambas
concepciones son ajenas a la libertad humana y, por ello, incapaces de
formar una verdadera comunión. Aquí nos encontramos con un amor que es
aceptación de una persona en una relación específica cuyo contenido
no es arbitrario. |
El amor conyugal,
llamada a una comunión que implica a la totalidad de la persona |
61.
La revelación del amor conyugal, en cuanto que implica a toda la
persona y su libertad, nos descubre las características que lo
especifican como tal: la incondicionalidad con la que nos llama a
aceptar a la otra persona en cuanto única e irrepetible, esto es, en exclusividad.
Por ello es un amor definitivo, no a prueba, porque acepta a la
persona como es y puede llegar a ser, hoy y siempre hasta la muerte.
Y por ser un amor que implica la corporeidad, es
capaz de comunicarse, generando
vida: porque no está cerrado en sí
mismo.
Se trata de características intrínsecas al amor conyugal. Con ello queremos expresar que forman parte de
la revelación del amor previa a la libertad humana. Son constitutivas
del acto mismo de libertad de entrega que forma la comunión de vida y
amor que es el matrimonio[45]. El hombre no las pone sino que las descubre.
La educación para el amor de la que hemos hablado antes genera las
condiciones que disponen para su descubrimiento completo. Se ha de
afirmar que si falta cualquiera de esas condiciones puede hablarse de
amor, pero no es un verdadero amor conyugal. Querer seleccionar unas u
otras, según las condiciones de vida a modo
de un “amor a la carta”, falsifica la relación amorosa
básica entre un hombre y una mujer,
distorsionando la realización de su vocación. |
Características constitutivas del amor conyugal: humano, total,
fiel, exclusivo, fecundo (cfr. HV, 9) |
62.
La revelación del amor conyugal implica una promesa de plenitud
en una comunión que los cónyuges deberán construir mutuamente.
Pero, porque esa plenitud se les da en promesa, no la poseen todavía, y
de ahí la necesidad de “creer en este amor”.
Para ello deberán, en primer lugar, dejarse
fascinar por su belleza. El amor conyugal
realiza una riqueza tal de valores
humanos e implica una interrelación tan delicada entre
ellos que es verdaderamente maravilloso. Dejar de contemplar esa hermosura pervierte la intención
hacia los propios intereses. El primer elemento de la
belleza del amor conyugal es la plenitud de entrega que lo
conforma. Esa plenitud es la respuesta adecuada al descubrimiento del
valor de la otra persona con la que se construye este amor. Aprender a
vivir esa plenitud día a día es la forma de construir el amor conyugal
y, en él, un hogar. |
El amor conyugal como promesa y tarea |
Rechazo
del verdadero amor conyugal y pesimismo
|
|
63.
Se aprecia así la diferencia de este
amor respecto de aquellos modos de relación que no alcanzan la verdad
de esta entrega. Estos surgen con manifestaciones diversas y por muchos
motivos dentro de una sociedad que mira con recelo la verdad del amor.
Así, la extensión actual de las denominadas “parejas de hecho”
muestra, como su mismo nombre indica, una profunda inseguridad ante el
futuro, una desconfianza en la posibilidad de un amor sin
condiciones. Tal amor impide la esperanza y por ello incapacita
para construir con fortaleza.
El modo como se establecen estas relaciones, a espaldas
del reconocimiento social, indica un afán de privacidad que incapacita
para acoger a la persona en su totalidad, rechazando aspectos
fundamentales de la misma, implicados en su condición de sujeto social. |
Renuncia al futuro del amor |
64.
Aunque parezca paradójico, en la misma lógica de falta de entrega están
las relaciones prematrimoniales. Es cierta la existencia de
factores sociológicos que explican su extensión actual: la prolongación
de los noviazgos, las dificultades sociales y económicas para tener una
posición que permita una primera estabilidad en el matrimonio y la
presión ambiental para probar el denominado “sexo seguro”, sin
responsabilidad. Pero en verdad nacen de la confusión de no distinguir
la verdadera entrega conyugal de lo que es una “prueba
sexual” como medio para seguir
manteniendo un afecto. Se convierte así en un amor viciado desde
su origen: viciado por una reserva, por una duda, por una sospecha.
La
falsedad de esta entrega de los cuerpos anterior a la entrega sin
condiciones la muestra la misma vida: la proliferación de las
relaciones prematrimoniales no ha hecho más estables a los matrimonios.
La razón es evidente, no han nacido de la verdad de la entrega
incondicional. La consecuencia es más dramática: muchas personas viven
el matrimonio con la mentalidad de “seguirse probando”, y de ahí
que permanezcan como observadores externos, esperando a ver dónde les
lleva tal aventura. |
Miedo a la entrega plena |
65.
Constatamos con preocupación la dificultad creciente, que llega incluso
hasta una auténtica incapacidad
en muchos, para descubrir
la verdad y belleza del amor conyugal. La ceguera
ante los valores es el mayor mal moral, porquerevela
un sujeto débil dominado por experiencias fragmentadas que no
permiten su construcción interna en un proyecto de vida. Tal sujeto está
inclinado a la seducción de un amor fácil, blando e inestable,
que le puede conducir a grandes problemas. El primero de ellos es el
dejar de confiar en el amor verdadero.
Sí, muchas personas
acaban en el pesimismo de considerar imposible un amor fiel. Se
produce así la tragedia de dejarlo de buscar como un proyecto de vida e, incluso,
de juzgarlo sospechoso en los demás. En no pocos se ve el cinismo de
quererlo ridiculizar como un ideal sin valor. Detrás de todas estas
posturas hay muchos dramas particulares, muchos miedos y amarguras que
curar. Ante un fracaso matrimonial no basta
responder con un simple olvido de lo pasado, porque expondría a
la persona a una nueva herida. Hace falta mucha sabiduría
en nuestros días para curar el corazón de los hombres. |
Ceguera e incapacidad para captar y realizar la belleza del
amor conyugal verdadero |
2.3.2 La unión de los esposos y la transmisión
de la vida “Serán los dos una sola carne” (Mt 19,5; cfr. Gén
2,24) |
|
66.
La respuesta de Cristo sobre la
relación hombre y mujer nos indica otra verdad fundamental del evangelio del matrimonio y la familia.
Éstas son sus palabras: “dejará a su padre y a su madre, se unirá a
su mujer y serán los dos una sola carne” (Mt 19,5). El amor
mutuo entre el hombre y la mujer les lleva a fundar una nueva familia.
La unión en “una sola carne” es, por ello, una
unión dinámica, no cerrada en sí misma, ya que se prolonga en
la fecundidad. La unión de los esposos y la transmisión de lavida implican una
sola realidad en el dinamismo del amor,
no dos, y por ello no son separables,
como si se pudiera elegir una u otra sin que el significado humano del
amor conyugal quedase alterado. Ambas están dentro de
la comunión de vida y amor esponsalque es la vocación de los cónyuges. A
esta unión se puede aplicar también las palabras de Cristo “lo que
Dios ha unido no lo separe el hombre” (Mt 19,6).
La verdad de la que estamos hablando
está contenida en la dinámica propia del amor conyugal. Este amor
tiene su estructura propia, anterior a la elección humana[46].
El bien de la comunión que supone la familia no es una decisión que el
hombre pueda o no elegir según sus planes de matrimonio; de este bien
no son árbitros los cónyuges. Es un bien que les trasciende: la
vocación a formar una familia, comunión de personas. Es
más, la familia en cuanto tal, la apertura a la transmisión de la
vida, y la fecundidad social, es un bien que une a los mismos cónyuges.
Por ello existe una unidad lógica entre el don
de sí y la vocación a formar la comunión familiar. |
Don
recíproco de los esposos y transmisión de la vida, dos dimensiones
inseparables de la unión conyugal |
67.
Somos conscientes de que este planteamiento es incomprensible desde una concepción
secularizada del matrimonio, que desvirtúa su grandeza. Sin
embargo, todo hombre puede darse cuenta de que existe un
elemento de trascendencia en el hecho de la entrega mutua de un hombre y
una mujer, que vincula inseparablemente su unión con su apertura
a la familia. Reducir el
matrimonio a un proyecto de vida propio y privado,
ajeno al plan de Dios, abre la puerta a los distintos
“modelos” de matrimonio y familia dependiendo del deseo subjetivo de
los que se unen. Existe, en el fondo, un cierto miedo de afrontar las
responsabilidades propias de la familia, que no son
individuales sino que afectan a otras personas. Este miedo a
afrontar la realidad es una de las causas de la extensión de
las formas irregulares de entender la unión de un hombre y una
mujer. |
Rechazo del proyecto amoroso
de Dios sobre el matrimonio, inscrito en la naturaleza humana |
La
transmisión de la vida: bendición divina del amor esponsal |
|
68.
El bien común del matrimonio contiene en sí la fecundidad en la
generación de los hijos. Es imposible hablar adecuadamente de esta
dimensión si no se aprecia que es la mayor de
las bendiciones divinas (cfr. Gén 1,26-28)[47]. La misma aceptación del otro cónyuge
en su integridad incluye el quererle como posible padre
o madre, pues es una verdad contenida en la misma “carne” que les
une. En esta trascendencia de la misión
familiar del matrimonio y la dimensión personal de la fecundidad está
la raíz primera de la irrevocabilidad de las relaciones
matrimoniales y familiares. |
La procreación y el don del
hijo, fruto de la bendición divina del amor conyugal |
69.
En este punto la Revelación cristiana es una luz poderosa para poder
apreciar el valor personal
de la generación: porque la maternidad divina de la Virgen María
requirió su libre aceptación, así como la filiación divina de cada
hombre precisa ser acogida por el creyente. Con ello se nos está
indicando que no se puede reducir la generación
humana a un “fenómeno biológico”,
sino que se le ha de valorar necesariamente como una relación personal.
Un hijo no es un mero efecto de un
proceso biológico natural, sino una persona que debe ser aceptada
en un acto de amor: porque de lo contrario se
pecaría contra ella,
aunque se le dé la vida física. |
La generación humana no es un
mero fenómeno biológico, sino un acto de amor personal, de entrega y
acogida |
Inmoralidad
de la contracepción y licitud de la continencia periódica
|
|
70.
La dignidad personal del hijo conlleva
la exigencia de que toda persona humana sea concebida en un acto de amor conyugal que contenga
implícitamente al hijo como don. Esta relación entre el
significado unitivo y procreativo del acto conyugal no es
algo que “pongan” los esposos, sino que es el modo de ser los
“rectos intérpretes” del lenguaje de la “carne” que los une[48]. Excluir alguno de los dos
significados voluntariamente hace que tal
acto no sea signo de verdadero amor conyugal y,
por ello, será incapaz de expresar y realizar la
comunión de los esposos. |
Del don esponsal recíproco al
don del hijo |
En
cambio, cuando los esposos, mediante el recurso a los períodos de
infecundidad, respetan la conexión inseparable de los significados
unitivo y procreativo de la sexualidad humana, se comportan como
“ministros” del designio de Dios y “se sirven” de la sexualidad
según el dinamismo originario de la donación “total”, sin
manipulaciones ni alteraciones. A la luz de las ciencias humanas y de la
reflexión teológica, podemos entender la diferencia antropológica
y al mismo tiempo moral que existe entre el anticoncepcionismo y el
recurso a los ritmos naturales, que implica dos concepciones de la
persona y de la sexualidad humana irreconciliables entre sí[49].
Precisamente ese respeto al significado del acto de amor conyugal
“legitima, al servicio de la responsabilidad en la procreación, el recurso
a los métodos naturales de regulación de la fertilidad: éstos han
sido precisados cada vez mejor desde el punto de vista científico y
ofrecen posibilidades concretas para adoptar decisiones en armonía con
los principios morales”[50]. |
Licitud del recurso a los períodos
infecundos |
Procreación,
no producción del hijo |
|
71.
La intrínseca relación entre matrimonio y familia nos ayuda a
comprender otro de los problemas actuales con respecto a la generación.
Nos estamos refiriendo al recurso que algunos esposos hacen de la fecundación
artificial para satisfacer su deseo de tener un hijo. La
dificultad que presenta este nuevo método de fecundación no es
principalmente la “artificialidad” de la intervención, sino el
hecho de “decidir” producir un hombre, ya que se deja en
manos de la elección personal la vida humana. El hijo vive en este caso
por la pura decisión de sus padres, acto libre tremendo en el que no
interviene la mediación de su naturaleza corporal, sino que se deja su
realización al artificio del técnico.
Por el contrario, cuando la concepción de un niño es fruto de la unión
amorosa de los cuerpos, se confía a la propia corporalidad la
posibilidad de procrear y con ello se reconoce la vocación al
amor y a la paternidad inscrita en el mismo dinamismo corporal del amor.
|
El hijo como producto de la técnica |
Unidad
cuerpo-espíritu |
|
72.
La dificultad mayor para la comprensión de esta unidad fundamental
matrimonio-familia reside
en eldualismo antropológico ya
señalado, el cual justifica el uso del cuerpo
para los fines que se
hayan decidido. Cuando
se ha roto la unión entre
la carne y el espíritu
y se piensa que el
cuerpo carece de significados morales intrínsecos, se hace
imposible una comunión de las
personas fundada
en la
unión de la carne y abierta, por tanto, a la procreación. Todo queda
abandonado en manos de un espíritu desencarnado que decide sobre los
significadospersonales
que quiere dar
a sus relaciones carnales, que, por lo demás, considera
ajenas a lo más íntimo
de sí mismo.
No se puede por menos que reconocer en esto una ruptura del orden
creacional, de la armonía y belleza originaria del plan de Dios. |
El cuerpo como algo
infrahumano |
73.
Frente a esta postura dualista, hemos de proclamar incansablemente la
visión integradora que nos da el Evangelio. Sí, la unión carne-espíritu
es para el hombre expresión de esperanza. Por
medio de
ella Dios confía
al hombre la generación.
En el relato
del Génesis, Eva, sumida en la tristeza
del primer pecado, llega a exclamar al dar a luz a su primer hijo: “¡he
adquirido un varón por el favor de Dios!” (Gén 4,1). Con ello quería
expresar que la
vida tiene un sentido en los planes de Dios, que hay una esperanza
escondida que se transmite “de generación en generación” (Lc
1,50). |
La persona, totalidad
unificada de cuerpo y alma (cfr. FC, 11) |
2.3.3. Familia
y ecología humana Hogar
de la comunión y la libertad |
|
74.
El hombre necesita una “morada”
donde vivir. Una de las tareas fundamentalesde
su vida es saberla construir. Todo hombre necesita un
hogar donde se sienta acogido y comprendido. Fuera de él las relaciones
se hacen superficiales
y susceptibles de rechazos e incomprensiones. El hogar debe ser, para el hombre, un espacio de
libertad. La comunión de personas que conforma
la familia debe vitalizar internamente las distintas relaciones
personales que se suceden en su seno. |
La familia, primer hogar para
la comunión humana |
75.
El amor esponsal es la primera relación
que conforma la familia. Es el amor que los esposos se prometen al
contraer matrimonio y que abre para ellos un futuro cargado de
esperanza. En este futuro comprometen ambos
su libertad en orden a construir
su matrimonio. Los esposos encontrarán en su amor mutuo el alimento y
la luz de su caminar cotidiano, siendo ellos, y no las circunstancias, los verdaderos autores y protagonistas de su familia.
Las circunstancias pueden no ser favorables: nunca ha sido fácil sacar adelante la
propia familia. Lo más importante es
saber responder con fidelidad y creatividad a estas
adversidades. Para ello deberán acudir constantemente a la
fuente de su amor esponsal.
Por desgracia, actualmente se da una falsa consideración
de que la realización de los esposos puede darse fuera
del matrimonio, debido una
sobrevaloración del papel de la profesión y del trabajo. Muchas
veces esto
conduce a desequilibrios personales y conyugales y, por tanto,
familiares. |
El amor conyugal, núcleo para
la construcción de la familia |
76.
Sostenida por el amor esponsal se genera la relación paterno–filial. En ella está en juego nada
menos que la identidaddel hombre: ser hijo exige ser acogido,
con ese amor incondicional que caracteriza la paternidad. Gracias
a este amor, cada persona podrá descubrirse como única e irrepetible,
ya que es querida por sí misma[51].La
relación de paternidad y filiación
es la primera relación indestructible que el hombre experimenta y que
ha de saber integrar en su vida. Su
falta, por los más variados motivos, es siempre un primer drama en la
vida de un hombre. |
Irrevocabilidad del amor
paterno-filial |
Primera
escuela de humanidad |
|
77.
La generación de un hijo, que es amado por sí mismo, se prolonga en su
educación. Los obispos constatamos no sin preocupación las
dificultades que los padres de hoy tienen en la educación de sus hijos.
Abrumados por tantas tareas y ante la incomprensión del sentido último
de su papel como padres, muchos de ellos abandonan la tarea
educativa que les corresponde para confiarla sin más a los centros escolares, agotando su responsabilidad en el
escaso margen de elección de centro que deja nuestra ley educativa. Sin
embargo, la educación escolar es sólo una de
las dimensiones del proceso educativo, que, privada del primario
e insustituible papel educador de los padres, muchas veces, a
pesar de nobles intentos, fracasa en su tarea de verdadera formación.
El resultado es que nos encontramos
en la sociedad muchos jóvenes desarraigados, sin un futuro ni
perspectivas claras, cerrados en sí mismos y ajenos a los verdaderos
retos que plantea la vida. En los problemas de falta de integración
social que esto causa, han sido las familias estables quienes
han podido asumirlos en su interior y amortiguarlos, mientras que las familias desestructuradaslos prolongan.
Por lo que respecta a la educación
afectivo-sexual de los niños y jóvenes, los obispos queremos
recordar a los padres que ésta les compete a ellos de una manera
principalísima. En modo alguno se puede abandonar al centro educativo,
quien en tantas ocasiones se limita a ofrecer una mera información -sin
enmarcarla en una visión global de la persona humana- tan perjudicial
en muchos casos. Con verdadera preocupación ante la situación actual,
pedimos a los padres que retomen sin miedo el protagonismo que les
corresponde en esta materia, formándose a su vez para poder desarrollar
su tarea educativa con competencia. |
La misión educativa de los
padres, prolongación del amor procreativo. Dificultades |
78.
Las relaciones de fraternidad son el siguiente componente de la
convivencia familiar. Tienen una riqueza personal singular que no se
encuentra en otras relaciones humanas; es la riqueza de compartir en
igualdad un único amor: el amor de los padres. En esta relación se
comprende que existe una primera comunión -la familiar- que precede a
la propia elección y reclama la convivencia. Se crea, así, un ámbito que excede la simple
justicia y que conforma la “piedad”,
tan importante para configurar la sociabilidad de las
personas.
Cuando escuchamos hablar de
fraternidad entre los hombres, existe el peligro de reducirla a una
relación formal sin contenido. El primer camino que
tiene el hombre para comprender lo que supone la fraternidad universal
de los hijos de Dios es haber experimentado en verdad como un valor su
fraternidad más directa con sus hermanos. Una fraternidad sin el amor
de los
padres es ficticia y acaba desilusionando.
|
La convivencia familiar,
escuela de fraternidad y de sociabilidad |
79.
Cuando la relación entre los cónyuges y la relación entre padres e
hijos se vive de manera plena y serena, resulta natural que adquieran
entonces importancia también los demás parientes, como abuelos, tíos,
primos, etc. Gracias a ello algunas personas con dificultades, o los
solteros, viudas y viudos, y huérfanos pueden hallar un hogar acogedor.
La familia es la verdadera ecología humana[52],
por cuanto implica el hábitat natural intergeneracionalen el que se nace y se vive haciendo
justicia a la dignidad de la persona.
El
papel socializante de la familia, único e insustituible, debe ser reconocido y
potenciado para construir una sociedad vertebrada y contribuir al proceso de “personalización”.
Gracias a ella, la sociedad y la cultura tendrán cada
vez más la dignidad de la persona como centro y fin de su organización
interna. Por esta razón, la familia está en el origen y la
renovación de una cultura de la esperanza. |
La familia, base del
“ecosistema” humano |
Deterioro
de la verdadera “ecología humana”
|
|
80.
Aparece así claro cómo la familia, fundada en el matrimonio, es la
“morada” de toda persona, en la que cada hombre puede encontrar un
hogar donde ser querido por sí mismo. Con ello se pone de manifiesto la falsedad de los que se denominan
nuevos y alternativos “modelos de familia”. Se trata
de diversas formas de unión más o menos estables, pero que rechazan
el matrimonio como fundamento,
la indisolubilidad del mismo, o la
diferenciación sexual que implica.
En el fondo, lo que estas nuevas experiencias manifiestan esla necesidad que tiene todo hombre de establecer una relación
de convivencia personal.
Sin embargo, el nuevo modelo pluralístico de familia carece de
una visión antropológica adecuada que considere al hombre en su
totalidad, y por ello ocasiona graves daños personales y sociales.
Estos modelos alternativos, sin embargo, pretenden quese
les reconozca un supuesto derecho de adoptar niños
o de asimilarse lo más posible a la forma del denominado modelo
unívoco o “familia natural”
fundada sobre el matrimonio. |
Falsedad contaminante
de los denominados “nuevos y alternativos modelos de familia” |
Respecto a estos nuevos modelos los
obispos queremos desenmascarar los dramas personales que tantos
discursos ambiguos dejan a su paso. No basta ampararse en una pretendida
tolerancia. La familia es el lugar primigenio de libertad,
precisamente por la verdad e irrevocabilidad de las relaciones que
implica. Negar esta verdad supone forzar la libertad de las personas,
contaminando la posibilidad de un verdadero amor y obligándolas a vivir
en una ficción que les conducirá a la larga a la más amarga de las
soledades. |
La familia, por vivir en la
verdad del amor irrevocable, es lugar de libertad |
81.
Es terriblemente preocupante la ingenuidad con que se afronta la cuestión
de la homosexualidad. Esta tendencia constituye para los que la
poseen una verdadera y difícil prueba, cuyas causas no son fáciles
de explicar. Toda persona humana merece un respeto incondicional[53].
Pero este respeto implica el reconocimiento de su situación: la
homosexualidad para él es una verdadera dificultad de identidad
sexual. La aceptación incondicional de la persona requiere
precisamente que se perciba el problema que tiene respecto a su
identidad sexual. Obviar esta dificultad y admitir sin más una
pretendida libertad sexual no soluciona la cuestión de fondo. |
Respeto a las personas con
tendencias homosexuales |
Por otro lado, las fuerzas sociales deben saber responder a la pretensión
inconsiderada de determinados grupos de presión que procuran de
una forma sistemática la justificación y exaltación pública de un
estilo de vida homosexual en vistas a su aceptación por la sociedad,
con la pretensión de alcanzar un cambio legislativo para que los
homosexuales puedan gozar de nuevos derechos referentes al matrimonio y
a la adopción. |
Perniciosa equiparación de
las uniones homosexuales al verdadero matrimonio |
82.
Todavía hemos de señalar algunas situaciones anómalas en la
vida de la familia. Nos estamos refiriendo a aquellos padres que con una
elección arbitraria privanal
hijo único de la posibilidad de otros hermanos. Ello
supondría privarle de la experiencia de la
fraternidad y hacerle experimentar, en un momento crucial de la vida, una primera soledad que le afecta
profundamente.
Otra situación anómala es la de aquellas
familias que no valoran el
lugar fundamental que ocupan los ancianos[54]. No se les puede excluir de su condición
de miembros de la familia. La convivencia con los mismos no puede
verse principalmente como una carga o un problema,
ya que entronca la familia con sus orígenes
y ayuda a valorar lo que significa la experiencia vivida como un tesoro
en la maduración de las personas. 2.4. El sacramento del matrimonio y la
familia cristiana 83.
Tras haber mostrado brevemente la riqueza antropológica que contienen el matrimonio y la familia, como
pastores, hemos de anunciar con gozo la verdad íntegra con los
que Dios les ha enriquecido y la misión que le ha
encomendado. |
Otras situaciones anómalas:
hijos únicos y ancianos menospreciados |
2.4.1. Revelación del misterio de Dios El
“nosotros” familiar |
|
84.
Dios, en su admirable designio salvífico, gratuitamente ha querido
comunicarse a los hombres,
llamándolos
a participar en la comunión íntima con Dios, Padre, Hijo y Espíritu
Santo. Esta llamada a la Comunión Trinitaria no está
separada de la fuerza de comunión que anida en todos
los amores humanos, sino que los informa y los eleva como signos que son
del Amor originario de Dios. La significación salvífica
propia de las acciones humanas,
en cuanto vivificadas por la gracia, tiene una relevancia peculiar en el
matrimonio, por tener un singular valor de comunión. Se puede
establecer entonces una cierta analogía entre la comunión que se vive
en el matrimonio y la familia y la Comunión divina trinitaria[55],
posible por la entrega de Cristo que se nos comunica por el don del Espíritu.
|
Las comuniones
humanas y la Comunión divina. |
85.
El primer modo de vivir la realidad de la entrega
de Cristo es la gracia de la filiación divina que se nos concede
en el bautismo. La realidad de ser hijos obliga a la misma Iglesia a
aprender de la familia su propia misión: la de generar comunión.
Éste es el ser y la misión de la Iglesia. Toda
esta realidad de la vida cristiana la caracteriza como una vida
sacramental que se va desarrollando junto a la maduración personal en
la respuesta a la propia vocación. Esta es la base que ilumina la
sacramentalidad del matrimonio cristiano que proclama la Iglesia. |
Ser y misión de la Iglesia: la comunión de los hijos de Dios |
NOTAS
[44] Cfr. GS, 49; HV, 8-9. [45] Cfr. GS, 48. [46] Cfr. CCE, 1602-1617. [47] Cfr. GS, 50; FC, 28. [48] HV, 10: “En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan, por tanto, libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada por la Iglesia”. La misma encíclica declara ilícita “toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación” (n. 14). Y agrega: “Tampoco se pueden invocar como razones válidas, para justificar los actos conyugales intencionalmente infecundos, el mal menor o el hecho de que tales actos constituirían un todo con los actos fecundos anteriores o que seguirán después, y que por tanto compartirían la única e idéntica bondad moral. En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien, es decir hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social. Es por tanto un error pensar que un acto conyugal, hecho voluntariamente infecundo, y por esto intrínsecamente deshonesto, pueda ser cohonestado por el conjunto de una vida conyugal fecunda” (n. 14). [49] FC, 32: “Cuando los esposos, mediante el recurso a la contracepción, separan estos dos significados que Dios Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su comunión sexual, se comportan como ‘árbitros’ del designio divino y ‘manipulan’ y envilecen la sexualidad humana, y, con ella, la propia persona del cónyuge, alterando su valor de donación ‘total’. Así, al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, la contracepción impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro completamente; se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal”. Cfr. HV, 13; VcS, 36-37; CC, 57. 60; Conferencia Episcopal Española, Comisión para la Doctrina de la Fe, Una encíclica profética: la “Humanae vitae”, 20.IX.1992. La enseñanza sobre la malicia intrínseca de la contracepción debe ser considerada como doctrina definitiva e irreformable: cfr. Pontificio Consejo para la Familia, Vademécum para los confesores sobre algunos temas de moral conyugal, 12.II. 1997, n. II.4. [50] EV, 97. [51] Cfr. GS, 24. [52] Cfr. CA, 39. [53] Cfr. CCE, 2357-2359. [54] Cfr. FC, 27. [55] Cfr. CF, 6. |