LXXVI ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

LA FAMILIA, SANTUARIO DE LA VIDA
Y ESPERANZA DE LA SOCIEDAD
(parte III)
Instrucción Pastoral de la Conferencia Episcopal Española
Madrid, 27 de abril de 2001

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2.3.1.       “Hemos creído en el amor” (1 Jn 4,16)

Íntima comunión de vida y amor conyugal: rasgos esenciales

60.       Como todo amor, el amor conyugal es algo que el hombre descubre en un momento determinado en su vida[44], no es algo deducible y planificable. El mismo contenido de este amor es una verdadera revelación; nace de la admiración ante la belleza del otro e incluye una llamada a la comunión. Tal llamada implica la libertad de ambos y la totalidad de la persona. Por eso mismo, es una aceptación implícita del valor absoluto de la persona humana. La persona amada nos aparece con tal valor, que entendemos que es bueno gastar la vida por ella, vivir para ella. Esta es la revelación básica del amor conyugal.

          No se trata entonces de un mero sentimiento, a merced de la inseguridad que engendra la mutabilidad de los estados de ánimo. Tampoco es un simple impulso natural irracional que parecería irrefrenable. Ambas concepciones son ajenas a la libertad humana y, por ello, incapaces de formar una verdadera comunión. Aquí nos encontramos con un amor que es aceptación de una persona en una relación específica cuyo contenido no es arbitrario.

El amor conyugal, llamada a una comunión que implica a la totalidad de la persona

61.       La revelación del amor conyugal, en cuanto que implica a toda la persona y su libertad, nos descubre las características que lo especifican como tal: la incondicionalidad con la que nos llama a aceptar a la otra persona en cuanto única e irrepetible, esto es, en exclusividad. Por ello es un amor definitivo, no a prueba, porque acepta a la persona como es y puede llegar a ser, hoy y siempre hasta la muerte. Y por ser un amor que implica la corporeidad, es capaz de comunicarse, generando vida: porque no está cerrado en sí mismo.

          Se trata de características intrínsecas al amor conyugal. Con ello queremos expresar que forman parte de la revelación del amor previa a la libertad humana. Son constitutivas del acto mismo de libertad de entrega que forma la comunión de vida y amor que es el matrimonio[45]. El hombre no las pone sino que las descubre. La educación para el amor de la que hemos hablado antes genera las condiciones que disponen para su descubrimiento completo. Se ha de afirmar que si falta cualquiera de esas condiciones puede hablarse de amor, pero no es un verdadero amor conyugal. Querer seleccionar unas u otras, según las condiciones de vida a modo de un “amor a la carta”, falsifica la relación amorosa básica entre un hombre y una mujer, distorsionando la realización de su vocación.

Características constitutivas del amor conyugal: humano, total, fiel, exclusivo, fecundo (cfr. HV, 9)

62.       La revelación del amor conyugal implica una promesa de plenitud en una comunión que los cónyuges deberán construir mutuamente. Pero, porque esa plenitud se les da en promesa, no la poseen todavía, y de ahí la necesidad de creer en este amor. Para ello deberán, en primer lugar, dejarse fascinar por su belleza. El amor conyugal realiza una riqueza tal de valores humanos e implica una interrelación tan delicada entre ellos que es verdaderamente maravilloso. Dejar de contemplar esa hermosura pervierte la intención hacia los propios intereses. El primer elemento de la belleza del amor conyugal es la plenitud de entrega que lo conforma. Esa plenitud es la respuesta adecuada al descubrimiento del valor de la otra persona con la que se construye este amor. Aprender a vivir esa plenitud día a día es la forma de construir el amor conyugal y, en él, un hogar.

El amor conyugal como promesa y tarea

Rechazo del verdadero amor conyugal y pesimismo

63.       Se aprecia así la diferencia de este amor respecto de aquellos modos de relación que no alcanzan la verdad de esta entrega. Estos surgen con manifestaciones diversas y por muchos motivos dentro de una sociedad que mira con recelo la verdad del amor. Así, la extensión actual de las denominadas “parejas de hecho” muestra, como su mismo nombre indica, una profunda inseguridad ante el futuro, una desconfianza en la posibilidad de un amor sin condiciones. Tal amor impide la esperanza y por ello incapacita para construir con fortaleza. El modo como se establecen estas relaciones, a espaldas del reconocimiento social, indica un afán de privacidad que incapacita para acoger a la persona en su totalidad, rechazando aspectos fundamentales de la misma, implicados en su condición de sujeto social.

Renuncia al futuro del amor

64.       Aunque parezca paradójico, en la misma lógica de falta de entrega están las relaciones prematrimoniales. Es cierta la existencia de factores sociológicos que explican su extensión actual: la prolongación de los noviazgos, las dificultades sociales y económicas para tener una posición que permita una primera estabilidad en el matrimonio y la presión ambiental para probar el denominado “sexo seguro”, sin responsabilidad. Pero en verdad nacen de la confusión de no distinguir la verdadera entrega conyugal de lo que es una “prueba sexual” como medio para seguir manteniendo un afecto. Se convierte así en un amor viciado desde su origen: viciado por una reserva, por una duda, por una sospecha.

          La falsedad de esta entrega de los cuerpos anterior a la entrega sin condiciones la muestra la misma vida: la proliferación de las relaciones prematrimoniales no ha hecho más estables a los matrimonios. La razón es evidente, no han nacido de la verdad de la entrega incondicional. La consecuencia es más dramática: muchas personas viven el matrimonio con la mentalidad de “seguirse probando, y de ahí que permanezcan como observadores externos, esperando a ver dónde les lleva tal aventura.

Miedo a la entrega plena

65.       Constatamos con preocupación la dificultad creciente, que llega incluso hasta una auténtica incapacidad en muchos, para descubrir la verdad y belleza del amor conyugal. La ceguera ante los valores es el mayor mal moral, porquerevela un sujeto débil dominado por experiencias fragmentadas que no permiten su construcción interna en un proyecto de vida. Tal sujeto está inclinado a la seducción de un amor fácil, blando e inestable, que le puede conducir a grandes problemas. El primero de ellos es el dejar de confiar en el amor verdadero.

          Sí, muchas personas acaban en el pesimismo de considerar imposible un amor fiel. Se produce así la tragedia de dejarlo de buscar como un proyecto de vida e, incluso, de juzgarlo sospechoso en los demás. En no pocos se ve el cinismo de quererlo ridiculizar como un ideal sin valor. Detrás de todas estas posturas hay muchos dramas particulares, muchos miedos y amarguras que curar. Ante un fracaso matrimonial no basta responder con un simple olvido de lo pasado, porque expondría a la persona a una nueva herida. Hace falta mucha sabiduría en nuestros días para curar el corazón de los hombres.

Ceguera e incapacidad para captar y realizar  la belleza del amor conyugal verdadero

 

2.3.2     La unión de los esposos y la transmisión de la vida

“Serán los dos una sola carne” (Mt 19,5; cfr. Gén 2,24)

66.       La respuesta de Cristo sobre la relación hombre y mujer nos indica otra verdad fundamental del evangelio del matrimonio y la familia. Éstas son sus palabras: “dejará a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Mt 19,5). El amor mutuo entre el hombre y la mujer les lleva a fundar una nueva familia. La unión en “una sola carne” es, por ello, una unión dinámica, no cerrada en sí misma, ya que se prolonga en la fecundidad. La unión de los esposos y la transmisión de lavida implican una sola realidad en el dinamismo del amor, no dos, y por ello no son separables, como si se pudiera elegir una u otra sin que el significado humano del amor conyugal quedase alterado. Ambas están dentro de la comunión de vida y amor esponsalque es la vocación de los cónyuges. A esta unión se puede aplicar también las palabras de Cristo “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre” (Mt 19,6).

          La verdad de la que estamos hablando está contenida en la dinámica propia del amor conyugal. Este amor tiene su estructura propia, anterior a la elección humana[46]. El bien de la comunión que supone la familia no es una decisión que el hombre pueda o no elegir según sus planes de matrimonio; de este bien no son árbitros los cónyuges. Es un bien que les trasciende: la vocación a formar una familia, comunión de personas. Es más, la familia en cuanto tal, la apertura a la transmisión de la vida, y la fecundidad social, es un bien que une a los mismos cónyuges. Por ello existe una unidad lógica entre el don de sí y la vocación a formar la comunión familiar.

Don recíproco de los esposos y transmisión de la vida, dos dimensiones inseparables de la unión conyugal

67.       Somos conscientes de que este planteamiento es incomprensible desde una concepción secularizada del matrimonio, que desvirtúa su grandeza. Sin embargo, todo hombre puede darse cuenta de que existe un elemento de trascendencia en el hecho de la entrega mutua de un hombre y una mujer, que vincula inseparablemente su unión con su apertura a la familia. Reducir el matrimonio a un proyecto de vida propio y privado, ajeno al plan de Dios, abre la puerta a los distintos “modelos” de matrimonio y familia dependiendo del deseo subjetivo de los que se unen. Existe, en el fondo, un cierto miedo de afrontar las responsabilidades propias de la familia, que no son individuales sino que afectan a otras personas. Este miedo a afrontar la realidad es una de las causas de la extensión de las formas irregulares de entender la unión de un hombre y una mujer.

Rechazo del proyecto amoroso de Dios sobre el matrimonio, inscrito en la naturaleza humana

La transmisión de la vida: bendición divina del amor esponsal

68.       El bien común del matrimonio contiene en sí la fecundidad en la generación de los hijos. Es imposible hablar adecuadamente de esta dimensión si no se aprecia que es la mayor de las bendiciones divinas (cfr. Gén 1,26-28)[47]. La misma aceptación del otro cónyuge en su integridad incluye el quererle como posible padre o madre, pues es una verdad contenida en la misma “carne” que les une. En esta trascendencia de la misión familiar del matrimonio y la dimensión personal de la fecundidad está la raíz primera de la irrevocabilidad de las relaciones matrimoniales y familiares.

La procreación y el don del hijo, fruto de la bendición divina del amor conyugal

69.       En este punto la Revelación cristiana es una luz poderosa para poder apreciar el valor personal de la generación: porque la maternidad divina de la Virgen María requirió su libre aceptación, así como la filiación divina de cada hombre precisa ser acogida por el creyente. Con ello se nos está indicando que no se puede reducir la generación humana a un fenómeno biológico, sino que se le ha de valorar necesariamente como una relación personal. Un hijo no es un mero efecto de un proceso biológico natural, sino una persona que debe ser aceptada en un acto de amor: porque de lo contrario se pecaría contra ella, aunque se le dé la vida física.

La generación humana no es un mero fenómeno biológico, sino un acto de amor personal, de entrega y acogida

Inmoralidad de la contracepción y licitud de la continencia periódica

70.       La dignidad personal del hijo conlleva la exigencia de que toda persona humana sea concebida en un acto de amor conyugal que contenga implícitamente al hijo como don. Esta relación entre el significado unitivo y procreativo del acto conyugal no es algo que “pongan” los esposos, sino que es el modo de ser los “rectos intérpretes” del lenguaje de la “carne” que los une[48]. Excluir alguno de los dos significados voluntariamente hace que tal acto no sea signo de verdadero amor conyugal y, por ello, será incapaz de expresar y realizar la comunión de los esposos.

Del don esponsal recíproco al don del hijo 

          En cambio, cuando los esposos, mediante el recurso a los períodos de infecundidad, respetan la conexión inseparable de los significados unitivo y procreativo de la sexualidad humana, se comportan como “ministros” del designio de Dios y “se sirven” de la sexualidad según el dinamismo originario de la donación “total”, sin manipulaciones ni alteraciones. A la luz de las ciencias humanas y de la reflexión teológica, podemos entender la diferencia antropológica y al mismo tiempo moral que existe entre el anticoncepcionismo y el recurso a los ritmos naturales, que implica dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana irreconciliables entre sí[49].

          Precisamente ese respeto al significado del acto de amor conyugal “legitima, al servicio de la responsabilidad en la procreación, el recurso a los métodos naturales de regulación de la fertilidad: éstos han sido precisados cada vez mejor desde el punto de vista científico y ofrecen posibilidades concretas para adoptar decisiones en armonía con los principios morales”[50].

Licitud del recurso a los períodos infecundos

Procreación, no producción del hijo

71.       La intrínseca relación entre matrimonio y familia nos ayuda a comprender otro de los problemas actuales con respecto a la generación. Nos estamos refiriendo al recurso que algunos esposos hacen de la fecundación artificial para satisfacer su deseo de tener un hijo. La dificultad que presenta este nuevo método de fecundación no es principalmente la “artificialidad” de la intervención, sino el hecho de “decidir” producir un hombre, ya que se deja en manos de la elección personal la vida humana. El hijo vive en este caso por la pura decisión de sus padres, acto libre tremendo en el que no interviene la mediación de su naturaleza corporal, sino que se deja su realización al artificio del técnico.

          Por el contrario, cuando la concepción de un niño es fruto de la unión amorosa de los cuerpos, se confía a la propia corporalidad la posibilidad de procrear y con ello se reconoce la vocación al amor y a la paternidad inscrita en el mismo dinamismo corporal del amor.

El hijo como producto de la técnica

Unidad cuerpo-espíritu

72.       La dificultad mayor para la comprensión de esta unidad fundamental matrimonio-familia reside en eldualismo antropológico ya señalado, el cual justifica el uso del cuerpo para los fines que se hayan decidido. Cuando se ha roto la unión entre la carne y el espíritu y se piensa que el cuerpo carece de significados morales intrínsecos, se hace imposible una comunión de las personas fundada en la unión de la carne y abierta, por tanto, a la procreación. Todo queda abandonado en manos de un espíritu desencarnado que decide sobre los significadospersonales que quiere dar a sus relaciones carnales, que, por lo demás, considera ajenas a lo más íntimo de sí mismo. No se puede por menos que reconocer en esto una ruptura del orden creacional, de la armonía y belleza originaria del plan de Dios.

El cuerpo como algo infrahumano

73.       Frente a esta postura dualista, hemos de proclamar incansablemente la visión integradora que nos da el Evangelio. Sí, la unión carne-espíritu es para el hombre expresión de esperanza. Por medio de ella Dios confía al hombre la generación. En el relato del Génesis, Eva, sumida en la tristeza del primer pecado, llega a exclamar al dar a luz a su primer hijo: “¡he adquirido un varón por el favor de Dios!” (Gén 4,1). Con ello quería expresar que la vida tiene un sentido en los planes de Dios, que hay una esperanza escondida que se transmite “de generación en generación” (Lc 1,50).

La persona, totalidad unificada de cuerpo y alma (cfr. FC, 11)

2.3.3.       Familia y ecología humana

Hogar de la comunión y la libertad

74.       El hombre necesita unamorada” donde vivir. Una de las tareas fundamentalesde su vida es saberla construir. Todo hombre necesita un hogar donde se sienta acogido y comprendido. Fuera de él las relaciones se hacen superficiales y susceptibles de rechazos e incomprensiones. El hogar debe ser, para el hombre, un espacio de libertad. La comunión de personas que conforma la familia debe vitalizar internamente las distintas relaciones personales que se suceden en su seno.

La familia, primer hogar para la comunión humana

75.       El amor esponsal es la primera relación que conforma la familia. Es el amor que los esposos se prometen al contraer matrimonio y que abre para ellos un futuro cargado de esperanza. En este futuro comprometen ambos su libertad en orden a construir su matrimonio. Los esposos encontrarán en su amor mutuo el alimento y la luz de su caminar cotidiano, siendo ellos, y no las circunstancias, los verdaderos autores y protagonistas de su familia. Las circunstancias pueden no ser favorables: nunca ha sido fácil sacar adelante la propia familia. Lo más importante es saber responder con fidelidad y creatividad a estas adversidades. Para ello deberán acudir constantemente a la fuente de su amor esponsal.

           Por desgracia, actualmente se da una falsa consideración de que la realización de los esposos puede darse fuera del matrimonio, debido una sobrevaloración del papel de la profesión y del trabajo. Muchas veces esto conduce a desequilibrios personales y conyugales y, por tanto, familiares.

El amor conyugal, núcleo para la construcción de la familia

76.       Sostenida por el amor esponsal se genera la relación paterno–filial. En ella está en juego nada menos que la identidaddel hombre: ser hijo exige ser acogido, con ese amor incondicional que caracteriza la paternidad. Gracias a este amor, cada persona podrá descubrirse como única e irrepetible, ya que es querida por sí misma[51].La relación de paternidad y filiación es la primera relación indestructible que el hombre experimenta y que ha de saber integrar en su vida. Su falta, por los más variados motivos, es siempre un primer drama en la vida de un hombre.

Irrevocabilidad del amor paterno-filial

Primera escuela de humanidad

77.       La generación de un hijo, que es amado por sí mismo, se prolonga en su educación. Los obispos constatamos no sin preocupación las dificultades que los padres de hoy tienen en la educación de sus hijos. Abrumados por tantas tareas y ante la incomprensión del sentido último de su papel como padres, muchos de ellos abandonan la tarea educativa que les corresponde para confiarla sin más a los centros escolares, agotando su responsabilidad en el escaso margen de elección de centro que deja nuestra ley educativa. Sin embargo, la educación escolar es sólo una de las dimensiones del proceso educativo, que, privada del primario e insustituible papel educador de los padres, muchas veces, a pesar de nobles intentos, fracasa en su tarea de verdadera formación.

           El resultado es que nos encontramos en la sociedad muchos jóvenes desarraigados, sin un futuro ni perspectivas claras, cerrados en sí mismos y ajenos a los verdaderos retos que plantea la vida. En los problemas de falta de integración social que esto causa, han sido las familias estables quienes han podido asumirlos en su interior y amortiguarlos, mientras que las familias desestructuradaslos prolongan.

           Por lo que respecta a la educación afectivo-sexual de los niños y jóvenes, los obispos queremos recordar a los padres que ésta les compete a ellos de una manera principalísima. En modo alguno se puede abandonar al centro educativo, quien en tantas ocasiones se limita a ofrecer una mera información -sin enmarcarla en una visión global de la persona humana- tan perjudicial en muchos casos. Con verdadera preocupación ante la situación actual, pedimos a los padres que retomen sin miedo el protagonismo que les corresponde en esta materia, formándose a su vez para poder desarrollar su tarea educativa con competencia.

La misión educativa de los padres, prolongación del amor procreativo. Dificultades

78.       Las relaciones de fraternidad son el siguiente componente de la convivencia familiar. Tienen una riqueza personal singular que no se encuentra en otras relaciones humanas; es la riqueza de compartir en igualdad un único amor: el amor de los padres. En esta relación se comprende que existe una primera comunión -la familiar- que precede a la propia elección y reclama la convivencia. Se crea, así, un ámbito que excede la simple justicia y que conforma la piedad, tan importante para configurar la sociabilidad de las personas.

           Cuando escuchamos hablar de fraternidad entre los hombres, existe el peligro de reducirla a una relación formal sin contenido. El primer camino que tiene el hombre para comprender lo que supone la fraternidad universal de los hijos de Dios es haber experimentado en verdad como un valor su fraternidad más directa con sus hermanos. Una fraternidad sin el amor de los padres es ficticia y acaba desilusionando.

La convivencia familiar, escuela de fraternidad y de sociabilidad

79.       Cuando la relación entre los cónyuges y la relación entre padres e hijos se vive de manera plena y serena, resulta natural que adquieran entonces importancia también los demás parientes, como abuelos, tíos, primos, etc. Gracias a ello algunas personas con dificultades, o los solteros, viudas y viudos, y huérfanos pueden hallar un hogar acogedor. La familia es la verdadera ecología humana[52], por cuanto implica el hábitat natural intergeneracionalen el que se nace y se vive haciendo justicia a la dignidad de la persona.

           El papel socializante de la familia, único e insustituible, debe ser reconocido y potenciado para construir una sociedad vertebrada y contribuir al proceso de “personalización”. Gracias a ella, la sociedad y la cultura tendrán cada vez más la dignidad de la persona como centro y fin de su organización interna. Por esta razón, la familia está en el origen y la renovación de una cultura de la esperanza.

La familia, base del “ecosistema” humano

Deterioro de la verdadera “ecología humana”

80.       Aparece así claro cómo la familia, fundada en el matrimonio, es la “morada” de toda persona, en la que cada hombre puede encontrar un hogar donde ser querido por sí mismo. Con ello se pone de manifiesto la falsedad de los que se denominan nuevos y alternativos “modelos de familia”. Se trata de diversas formas de unión más o menos estables, pero que rechazan el matrimonio como fundamento, la indisolubilidad del mismo, o la diferenciación sexual que implica. En el fondo, lo que estas nuevas experiencias manifiestan esla necesidad que tiene todo hombre de establecer una relación de convivencia personal. Sin embargo, el nuevo modelo pluralístico de familia carece de una visión antropológica adecuada que considere al hombre en su totalidad, y por ello ocasiona graves daños personales y sociales. Estos modelos alternativos, sin embargo, pretenden quese les reconozca un supuesto derecho de adoptar niños o de asimilarse lo más posible a la forma del denominado modelo unívoco o “familia natural” fundada sobre el matrimonio.

Falsedad contaminante de los denominados  “nuevos y alternativos modelos de familia”

           Respecto a estos nuevos modelos los obispos queremos desenmascarar los dramas personales que tantos discursos ambiguos dejan a su paso. No basta ampararse en una pretendida tolerancia. La familia es el lugar primigenio de libertad, precisamente por la verdad e irrevocabilidad de las relaciones que implica. Negar esta verdad supone forzar la libertad de las personas, contaminando la posibilidad de un verdadero amor y obligándolas a vivir en una ficción que les conducirá a la larga a la más amarga de las soledades.

La familia, por vivir en la verdad del amor irrevocable, es lugar de libertad

81.       Es terriblemente preocupante la ingenuidad con que se afronta la cuestión de la homosexualidad. Esta tendencia constituye para los que la poseen una verdadera y difícil prueba, cuyas causas no son fáciles de explicar. Toda persona humana merece un respeto incondicional[53]. Pero este respeto implica el reconocimiento de su situación: la homosexualidad para él es una verdadera dificultad de identidad sexual. La aceptación incondicional de la persona requiere precisamente que se perciba el problema que tiene respecto a su identidad sexual. Obviar esta dificultad y admitir sin más una pretendida libertad sexual no soluciona la cuestión de fondo.

Respeto a las personas con tendencias homosexuales

           Por otro lado, las fuerzas sociales deben saber responder a la pretensión inconsiderada de determinados grupos de presión que procuran de una forma sistemática la justificación y exaltación pública de un estilo de vida homosexual en vistas a su aceptación por la sociedad, con la pretensión de alcanzar un cambio legislativo para que los homosexuales puedan gozar de nuevos derechos referentes al matrimonio y a la adopción.

Perniciosa equiparación de las uniones homosexuales al verdadero matrimonio

82.       Todavía hemos de señalar algunas situaciones anómalas en la vida de la familia. Nos estamos refiriendo a aquellos padres que con una elección arbitraria privanal hijo único de la posibilidad de otros hermanos. Ello supondría privarle de la experiencia de la fraternidad y hacerle experimentar, en un momento crucial de la vida, una primera soledad que le afecta profundamente.

          Otra situación anómala es la de aquellas familias que no valoran el lugar fundamental que ocupan los ancianos[54]. No se les puede excluir de su condición de miembros de la familia. La convivencia con los mismos no puede verse principalmente como una carga o un problema, ya que entronca la familia con sus orígenes y ayuda a valorar lo que significa la experiencia vivida como un tesoro en la maduración de las personas.

2.4.      El sacramento del matrimonio y la familia cristiana

83.       Tras haber mostrado brevemente la riqueza antropológica que contienen el matrimonio y la familia, como pastores, hemos de anunciar con gozo la verdad íntegra con los que Dios les ha enriquecido y la misión que le ha encomendado.

Otras situaciones anómalas: hijos únicos y ancianos menospreciados

2.4.1.    Revelación del misterio de Dios

El “nosotros” familiar

84.       Dios, en su admirable designio salvífico, gratuitamente ha querido comunicarse a los hombres, llamándolos a participar en la comunión íntima con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta llamada a la Comunión Trinitaria no está separada de la fuerza de comunión que anida en todos los amores humanos, sino que los informa y los eleva como signos que son del Amor originario de Dios. La significación salvífica propia de las acciones humanas, en cuanto vivificadas por la gracia, tiene una relevancia peculiar en el matrimonio, por tener un singular valor de comunión. Se puede establecer entonces una cierta analogía entre la comunión que se vive en el matrimonio y la familia y la Comunión divina trinitaria[55], posible por la entrega de Cristo que se nos comunica por el don del Espíritu.

Las comuniones humanas y la Comunión divina.

El “Nosotros” Trinitario y el “nosotros” conyugal y familiar

85.       El primer modo de vivir la realidad de la entrega de Cristo es la gracia de la filiación divina que se nos concede en el bautismo. La realidad de ser hijos obliga a la misma Iglesia a aprender de la familia su propia misión: la de generar comunión. Éste es el ser y la misión de la Iglesia. Toda esta realidad de la vida cristiana la caracteriza como una vida sacramental que se va desarrollando junto a la maduración personal en la respuesta a la propia vocación. Esta es la base que ilumina la sacramentalidad del matrimonio cristiano que proclama la Iglesia.

Ser y misión de la Iglesia: la comunión de los hijos de Dios

 

NOTAS 

[44] Cfr. GS, 49; HV, 8-9.   

[45] Cfr. GS, 48.   

[46] Cfr. CCE, 1602-1617.   

[47] Cfr. GS, 50; FC, 28.   

[48] HV, 10: “En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan, por tanto, libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada por la Iglesia”. La misma encíclica declara ilícita “toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación” (n. 14). Y agrega: “Tampoco se pueden invocar como razones válidas, para justificar los actos conyugales intencionalmente infecundos, el mal menor o el hecho de que tales actos constituirían un todo con los actos fecundos anteriores o que seguirán después, y que por tanto compartirían la única e idéntica bondad moral. En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien, es decir hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social. Es por tanto un error pensar que un acto conyugal, hecho voluntariamente infecundo, y por esto intrínsecamente deshonesto, pueda ser cohonestado por el conjunto de una vida conyugal fecunda” (n. 14).   

[49] FC, 32: “Cuando los esposos, mediante el recurso a la contracepción, separan estos dos significados que Dios Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su comunión sexual, se comportan como ‘árbitros’ del designio divino y ‘manipulan’ y envilecen la sexualidad humana, y, con ella, la propia persona del cónyuge, alterando su valor de donación ‘total’. Así, al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, la contracepción impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro completamente; se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal”. Cfr. HV, 13; VcS, 36-37; CC, 57. 60; Conferencia Episcopal Española, Comisión para la Doctrina de la Fe, Una encíclica profética: la “Humanae vitae”, 20.IX.1992. La enseñanza sobre la malicia intrínseca de la contracepción debe ser considerada como doctrina definitiva e irreformable: cfr. Pontificio Consejo para la Familia, Vademécum para los confesores sobre algunos temas de moral conyugal, 12.II. 1997, n. II.4.   

[50] EV, 97. 

[51] Cfr. GS, 24. 

[52] Cfr. CA, 39. 

[53] Cfr. CCE, 2357-2359. 

[54] Cfr. FC, 27.   

[55] Cfr. CF, 6.

 

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