LXXVI ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

LA FAMILIA, SANTUARIO DE LA VIDA
Y ESPERANZA DE LA SOCIEDAD
(parte II)
Instrucción Pastoral de la Conferencia Episcopal Española
Madrid, 27 de abril de 2001

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1.3.      Deformación del sujeto personal

Renuncia a la búsqueda de sentido

23.       Ya desde la antigüedad la búsqueda de la verdad se expresaba en la frase del oráculo de Delfos: “¡Conócete a ti mismo!”[22]. ¡Qué drama ocurre en el hombre cuando pierde el anhelo de la búsqueda del sentido de su existencia! Como decía Sócrates, “una vida sin búsqueda no es digna de ser vivida”[23]. Entonces, deja de conocer la verdad de sí mismo y se encuentra perdido en la tarea de construir su vida.

          Ante todo, deja de reconocerse en su plenitud personal, esto es, dotado de una naturaleza racional capaz de conocer la verdad y una apertura a las relaciones personales, a la comunicación y enriquecimiento con otras personas. Sobre todo, la dirección y construcción de la vida se separan de la búsqueda de una verdad completa, de una vocación, y queda a merced de los sentimientos e impulsos irracionales, dominada por los instintos ciegos o por los diversos manipuladores, que llevan a la desintegración de la persona.

Drama de la renuncia al sentido

Dualismo antropológico

24.       La razón última de ello es la existencia de un planteamiento dualista, que separa como mundos distintos el del cuerpo y el del espíritu[24]. El primero se considera como un material bruto, sin significado personal intrínseco y dominado absolutamente por el determinismo de las leyes biológicas y psicológicas. El segundo sería el mundo de la libertad sin condicionante alguno, abierto a la elección del hombre para que le marque sus fines en relación a sus intereses y deseos.

          La persona experimenta entonces dramáticamente dos fuerzas opuestas dentro de sí, sin saber conciliar sus deseos y su razón. Este hecho dificulta el conocimiento propio, sobre todo cuando, por un ritmo acelerado de actividades, es incapaz de ordenar su propia intimidad que queda a merced de la multitud de impresiones con la que es bombardeada. La persona se comprende a sí misma de modo fragmentado, caótico, en un entrecruzarse de fuerzas biológicas, emociones, opiniones en medio de deseos encontrados, que llega a confundir con su libertad.

Percepción de sí mismo no integrada

25.       La persona se separa así del sustrato vital que la hace crecer, a veces seducida por la apariencia de un hombre que se hace a sí mismo de modo autónomo y autosuficiente. El resultado es, en cambio, un hombre débil, sin fuerza de voluntad para comprometerse, celoso de su independencia, pero que considera difíciles las relaciones humanas básicas como la amistad, la confianza, la fidelidad a los vínculos personales.

Sujeto débil

Incapaces de construir una auténtica comunión

26.       Quizá la mejor comprobación de la pobreza humana que comporta esta concepción es el individualismo al que conduce y que condena a muchas personas a una terrible soledad que es uno de los mayores males de nuestro tiempo[25]. Es cierto, “no es bueno que el hombre esté solo” (Gén 2,18), pero ni la abundancia económica, ni el prestigio profesional, ni una emoción pasajera podrán sacarle de su soledad; sólo un amor que compromete la vida hasta la entrega (cfr. Gén 2,24).

          El ideal de vida entendido como una autorrealización que no es capaz de construir una auténtica comunión de personas es una falsa apariencia que engendra profundos desengaños. En muchos contemporáneos nuestros observamos la tremenda incapacidad de establecer vínculos profundos que fortalezcan su vida personal. Si las relaciones personales se consideran exteriores a la propia identidad corren el peligro de acabar siendo meramente utilitarias, sobre todo cuando el valor principal que mueve la sociedad parece ser el económico medido en datos de consumo.

Incomunicado

27.       Estos factores culturales ambiguos están exacerbados en el ámbito de la educación. Aquí se aplica de modo infundado un falso concepto de autonomía que engendra un vacíoprofundo en la transmisión de los valores y la educación de las virtudes. Los adolescentes, presuntamente amparados en su naciente intimidad, quedan solos, sin dirección ni ayuda en las dimensiones principales de su existencia. A veces, entendiendo por libertad el mero cumplimiento de su espontaneidad quedan desconcertados por la variedad de llamadas y presiones que sufren y que no saben integrar. Se alejan entonces, casi sin saberlo, de lo que verdaderamente desean y los hace crecer como personas.

Falsa autonomía y frustración

El experimento de la “revolución sexual” y sus consecuencias

28.       Todas estas realidades sostenidas socialmente por la absolutización de una tolerancia sin límites e, individualmente, por la exacerbación de la libertad de elección sin sentido, han encontrado su caldo de cultivo en la llamada revolución sexual iniciada en los años sesenta. En ella, con la pretensión fallida de construir una nueva cultura, se ha producido una serie de rupturas en la construcción de la persona cuyas consecuencias padecemos[26].

Rupturas destructivas

Ruptura entre la sexualidad y el matrimonio

29.       La primera fue la ruptura entre la sexualidad y el matrimonio con el pretendido “amor libre”, sin compromiso institucional alguno. Si con ello se pretendía una “normalización” de la vida sexual, que se había vivido según algunos bajo una represión que conducía a la neurosis, la realidad nos ha mostrado actualmente que la obsesión por el sexo ha crecido hasta límites insospechados. El deseo sexual, promovido por los medios de comunicación y los organismos culturales, se ha desbordado hasta convertirse en un verdadero poder al servicio de intereses económicos.

Las servidumbres del “amor libre”

Ruptura entre la sexualidad y la procreación

30.       Para la extensión de esta sexualidad sin represión social era necesaria una segunda ruptura: la “liberación” del vínculo entre la sexualidad y la procreación. Es una fractura que estaba en germen en una mentalidad dualista que reduce la procreación a una mera reproducción biológica sin valor personal, una función natural separada del sentido personal de la sexualidad. La sexualidad podía centrarse entonces en la unión físico-afectiva sin más perspectiva de futuro. Esta concepción se presentó hábilmente como la victoria del imperio del hombre en pro de una libertad mayor: la de elegir los propios significados en el ejercicio de la sexualidad.

          La misma procreación, separada del amor sexual que la sostiene, quedaba en manos de la propia elección. Desde tal sexualidad sin procreación se entiende muy bien una procreación sin sexualidad. Incluso el reclamarla como el derecho de una pareja a tener un hijo como sea por el hecho de desearlo vivamente.

Las apetencias individuales convertidas en norma del ejercicio de la sexualidad

El sexo, objeto de uso y comercialización

31.       Estas rupturas dejan a la sexualidad humana sin un punto claro de referencia, sometida a una confusión social sin precedentes. Nuestro hombre de hoy se encuentra sin un fin adecuado por el concepto perverso de libertad del que hemos hablado antes, y sin un apoyo suficiente por un individualismo muy fuerte que evita todo compromiso estable con otra persona, mucho más si se presenta con un carácter irrevocable. En esta situación la entrega de la propia vida por amor aparece muy lejos del horizonte vital del hombre.

          Por eso, la última fragmentación producida por la revolución sexual es la separación de sexualidad y amor. La primera pasa a ser un modo de experimentar la satisfacción de un deseo y sus reglas serían las propias de un juego. El amor aparece entonces como algo ajeno que en algunos casos se puede unir a la sexualidad, pero que no la informa desde dentro. Sería necesario “probarse” sexualmente antes de saber si se puede amar de verdad a otra persona. En todo caso, no cabría un amor sin condiciones.

Rebajamiento de la sexualidad

32.       Las consecuencias sociales de esta revolución sexual están a la vista de todos. Una visión utilitaria se demuestra débil ante el impulso del deseo y no sabe dirigirlo. La pornografía, también infantil, nos señala hasta dónde llega la comercialización de la sexualidad humana. Las violencias sexuales se multiplican en medio de una sociedad que se escandaliza de los efectos cuando alienta hipócritamente las causas de estos males.

Conduce al rebajamiento de la persona

1.4.      Un concepto ideológico del género

Rechazo de la identidad y de la armonía sexuales

33.       La “revolución sexual”, fracasada en sus ideales originarios, pervive en nuestra sociedad por medio de dos realidades fuertemente presentes en la misma. La primera es la aceptación de una línea política que presenta en el campo jurídico –especialmente en los foros internacionales- toda una serie de “nuevos derechos” que, en el fondo, no son más que la pretensión de una “libertad sexual” sin límites: derecho a la anticoncepción, a la salud reproductiva, al libre diseño de la sexualidad, a la elección del “modelo de familia”, a la institucionalización de las uniones homosexuales, etc. Es necesario denunciar esta falacia. No se puede elevar sin más el deseo subjetivo a la categoría de derecho social. Una sana concepción de la persona impide confundir la libertad con la simple ausencia de límites. Nos encontramos ante una verdadera manipulación del lenguaje que presenta con palabras “políticamente correctas” realidades éticamente rechazables.

Cualquier actividad sexual como “derecho”

34.       La segunda realidad a la que nos referimos es la ideología del género, esto es, el intento de presentar el mismo género sexual -masculino-femenino- como un producto meramente cultural. Es un modo propuesto tanto por los grupos de presión homosexuales como por un cierto feminismo radical. El modo de propagarlo exige una consideración de la sexualidad como algo ajeno a su identidad personal. De este modo, la liberación de la mujer consistiría en un ideal de vida separado de los significados de su sexualidad que se entenderían como un peso esclavizante. La sociedad ideal debería entonces conducir a una indiferenciación sexual para que cada persona modelara su propia sexualidad a su gusto. En el caso de un cierto feminismo, la relación hombre-mujer se llega a presentar como una especie de lucha de sexos en una dialéctica de confrontación.

Remodelación total de la sexualidad

          Esta ideología dificulta a muchos adolescentes alcanzar su verdadera identidad sexual en un momento difícil para ellos. La ambigüedad sexual de nuestra sociedad les hace plantearse problemas que no saben resolver en la soledad en la que se encuentran. Una verdadera educación sexual y una adecuada madurez en este tema debe tener una repercusión social que favorezca la integración de la propia sexualidad en el proyecto de vida personal. La confrontación de sexos ha producido también un debilitamiento de la complementariedad hombre-mujer y se ha perdido la dirección para encontrar su necesario equilibrio. De ello se deriva que algunos padres no encuentran su puesto en la familia, inhibiéndose de sus responsabilidades. En consecuencia, es necesario descubrir un auténtico feminismo que reconozca los valores de la mujer en una armonización de los sexos que construya a las personas.

Auténtico feminismo: armonización (cfr. MD, 28-31)

1.5.            Desprestigio de la familia

Supravaloración del bienestar material

35.       La influencia de todos estos factores en la consideración del matrimonio y la familia es inmensa. Ambas instituciones, al no ser entendidas desde sí mismas, quedan sumidas en la confusión. Por una parte, está la persona con la que se comparte la vida como una esperanza; por otra, la idea de que es esclavizante e imposible comprometerse para siempre. Esto significa en definitiva la dificultad de creer en el amor. En una sociedad en la que el ideal de vida es la independencia, las relaciones conyugales y familiares serían una pesada carga que quita libertad, causa de sufrimiento e infelicidad.

Ideal de independencia en vez de comunión

36.       Socialmente, además, no se tiene en cuenta a la familia en la organización laboral. La familia vive con una presión económica muy grande que comienza con la adquisición de la vivienda, cuestión dominada en muchas partes por una fuerte especulación. No se tiene en cuenta la dimensión familiar del salario[27], y existe con frecuencia una penalización contra ella en la contribución fiscal, más grave si la familia es numerosa. Por otra parte, como en gran medida el prestigio social actual depende del tener y de una vida profesional aparente, el esfuerzo y la dedicación a la atención familiar de muchas mujeres como amas de casa no está suficientemente valorado.

Desvalorización social de la familia

37.       La evidencia de que, afortunadamente, se están superando muchas de las discriminaciones laborales que pesaban sobre la mujer no oculta el hecho de que la incorporación femenina al mercado de trabajo supone, en muchos casos, trabajar todo el día fuera del hogar. Esto puede suponer para la mujer una elección de vida: renunciar a la maternidad o reducir al mínimo el número de hijos. De modo práctico ocurre que la igualdad de condiciones laborales sólo es posible para la mujer que renuncie a la maternidad y a la familia. Esto no se debe muchas veces a la voluntad de la mujer, sino a la imposición de unas determinadas condiciones laborales, que no concilian su doble condición de mujer trabajadora y de madre. Esta tarea de la madre es especialmente importante en los primeros años del hijo. “Hay que esforzarse por la revalorización social de las funciones maternas, por la fatiga unida a ellas y la necesidad que tienen los hijos de cuidado, de amor y de afecto para poderse desarrollar como personas responsables, moral y religiosamente maduras y psicológicamente equilibradas”[28].

Desvalorización de la maternidad

38.       El resultado de estas condiciones de vida es una escasa comunicación familiar. Existe una falta evidente del tiempo necesario para la convivencia en el hogar, con lo que se debilita la fuerza interna de las relaciones personales. Las cuestiones de fondo no se dialogan y se desliza sutilmente la auténtica convivencia familiar hacia una mera coexistencia pacífica que no dé problemas.

          En vez de la presencia de los padres y su papel educador en su relación personal con los hijos, muchas veces quedan como educador principal los medios de comunicación, en especial la televisión. Ésta tiene una gran influencia en la mentalidad de las personas, se dedica a ella excesivas horas y se usa sin criterio alguno. Ofrece así muy a menudo unos programas de consumo que viven de la audiencia del momento, de muy escasa calidad e, incluso, claramente perniciosos.

Incomunicación en el hogar

Las familias estructuradas amortiguan los problemas sociales

39.       A pesar de todo esto, las familias españolas han sabido responder en gran medida a los problemas de paro, enfermedad y drogadicción padecidos por alguno de sus miembros, por lo que merecen un gran reconocimiento y son motivo de esperanza en la superación de los problemas ante los que se enfrentan. Por el contrario, cuando no se ha dado el amparo de la familia, o cuando estos problemas han sucedido en familias desestructuradas, las personas se han visto en situaciones enormemente difíciles. Hoy en día, la ausencia de familias o su desestructuración se muestra como un grave peligro para el hombre. Este hecho es el que conduce a algunos a una gran miseria, a la marginación de la sociedad.

          Esto nos conduce a pedir un apoyo decidido de los organismos públicos a esta institución que tantos bienes reporta al tejido social. No se pueden reducir estos apoyos a medidas de tipo técnico utilitario, sino que deben consistir en el reconocimiento de su papel en la tarea de educar personas.

Función social imprescindible de la familia

1.6.      Desvalorización de la vida

El hijo como problema y no como esperanza

40.       La influencia del individualismo alcanza, en su nivel social, también a la valoración de la vida humana. Podemos constatar que el tema de la vida humana, cuando se debate en ámbitos sociales, se hace casi siempre con criterios utilitarios, de cálculo de bienes. La vida humana, en una sociedad de consumo, queda valorada por el modo en que contribuye a un aumento del bienestar general y no como un bien a desarrollar en vista de la propia vocación personal.

          El nacimiento de un hijo se plantea como un problema social, como una carga económica que acarrea una serie de dificultades en el futuro, especialmente educativas. Ya no se ve socialmente al hijo como una esperanza para el rejuvenecimiento social y como un don precioso para la familia. Asistimos así ante una verdadera presión social que se ejerce contra la familia numerosa. Vivimos en una sociedad, día más vieja y esclerótica, que tiene cada vez menos niños y jóvenes y, por tanto, menos futuro.

          Igualmente, existe una desvalorización del anciano y el minusválido, cuya atención no es económicamente rentable: cuestan mucho dinero y tiempo. Son una carga importante en la vida familiar, por eso, cada vez son más los que ya no están en el hogar familiar, aunque algunas veces esto se debe a la necesidad de cuidados especiales. Pero parece lamentablemente que, en algunos casos, sólo se piensa en estas personas por su rendimiento electoral.

Lógica utilitarista

“Cultura anti-vida”

41.       Esta desvalorización social tiene una trágica consecuencia en la legislación de nuestro país. Si el inicio de ello fue la despenalización del aborto, un ejemplo patético es el caso de los embriones sobrantes de la Fivet considerados “material” de deshecho[29]. Detrás de esta legislación vacilante, se halla una preferencia por la defensa de los pretendidos derechos de la libertad individual de los votantes por encima de la vida de los débiles, como los no nacidos, o, incluso, de la valoración de los minusválidos físicos y psíquicos. No son hechos aislados, pertenecen a una determinada cultura que se puede calificar de anti-vida.

Desprotección de los débiles

42.       La última consecuencia de esta situación es quizá la más terrible y la más reveladora de la pobreza humana que esto engendra: se trata de la pérdida de la esperanza. Sin el horizonte de una vida cumplida, sin la fe en un amor al que entregarse, la esperanza queda reducida a la previsión meramente material del porvenir. Esta falta de esperanza se vive de modo dramático en el miedo al menor sufrimiento, pues éste ha perdido todo su sentido. Y el último de los temores, la muerte, se oculta de la vida diaria y llega a ser un nuevo tema “tabú”. Es una forma de restringir la verdad del hombre a lo que éste puede dominar y manipular.

          Es el recorrido de nuestra mirada a una sociedad que ha suprimido a Dios del horizonte existencial[30]. La pobreza humana que se evidencia es una triste realidad en tantos hombres de nuestro tiempo y es el gran problema que hemos de afrontar. Y deseamos afrontarlo, con lucidez y valentía, basados en la única luz y la única vida capaces de iluminar y regenerar el corazón y la conciencia del ser humano.

Miedo al futuro

1.7.      La mirada de Jesucristo 

Amor que salva

43.     “Sintió compasión de ellos” (Mc 6,34; cfr. Mt 9,36). Se trata de una mirada de misericordia ante el estado de sufrimiento, abandono y soledad del hombre, a veces en una apariencia de normalidad. Pero Cristo conoce lo que hay en el corazón de los hombres (cfr. Jn 2,25) y en el corazón de las familias. Su mirada de misericordia nace de su mismo misterio de plenitud humana y divina. La mirada compasiva de Cristo es la máxima revelación del amor del Padre. La esperanza vuelve a asomar en el corazón herido de tantos hombres de hoy.

Revelación y encarnación del Amor misericordioso (cfr. DM, 1-2 )

44.       La mirada de Jesucristo nos remite al misterio de un amor eterno. Un amor que se introduce en nuestro mundo y en la historia de cada hombre. Es ese amor el que nos llama, nos ilumina, nos transforma. Ese amor que puede llegar a lo íntimo de nuestro corazón, puede sanar al hombre completamente, porque le renueva y vivifica. Por eso Jesucristo es nuestro Salvador: no sólo da respuesta a nuestros problemas, sino que da sentido al sufrimiento y a la muerte en el misterio pascual. 

          Devuelve la esperanza porque guarda la memoria de las maravillas obradas por el Señor en nuestro favor. Enseña a vivir el presente con sentido de providencia, de confianza en las manos amorosas y todopoderosas del Padre, con empeño apasionado por cooperar a la extensión del Reino de Dios. Bajo el impulso de su mirada misericordiosa se recupera la esperanza de que es posible el designio de Dios sobre la vida humana, el matrimonio y la familia. Cristo presenta el futuro escatológico como horizonte existencial del camino de la vida terrena. Su juicio de misericordia es nuestra eterna felicidad.

Cristo otorga esperanza plena

 

 

 

CAPÍTULO 2
EL EVANGELIO DEL MATRIMONIO Y DE LA FAMILIA

 

Jesucristo, plenitud del matrimonio y la familia

45.       Ante tantas miradas y enfoques parciales sobre la realidad del matrimonio, Jesucristo revela al hombre la verdad íntegra sobre la persona, el matrimonio y la familia; Él es quien nos desvela el plan originario de Dios en su propia Persona y en sus obras y palabras. La Iglesia tiene como tarea manifestar al hombre de cada cultura la verdad y viabilidad de este designio de Dios. Y lo hace desde la experiencia del misterio de comunión “con Dios y de la unidad de todo el género humano”[31]. Por esta razón, todo hombre puede vivir en la Iglesia una experiencia fundamental de familia. Ella misma es la Madre que engendra, alimenta y educa a sus hijos. Esta es la verdad fundamental que está en la base de toda evangelización. Desde esta experiencia es como los cristianos son capaces de ser fermento de comunión en los distintos ámbitos de su vida. En primer lugar en las familias, para convertirlas en verdaderos hogares cristianos, luz y sal de la sociedad (cfr. Mt 5, 13-16).

Jesucristo es el evangelio del ser humano, del matrimonio y de la familia

46.       La primera transmisión del Evangelio se realizó en la familia: fueron ellas las que acogieron la Buena Nueva, se convirtieron y bautizaron, y en su hogar se celebraba la Eucaristía (cfr. Hch 2,46; 10,2.24.48; 2 Tm 1,5). Se muestra así que el Evangelio no es algo ajeno oexterior al matrimonio, a la persona y a la familia, sino que se encuentra en su interior y allí la impulsa y la sostiene. Animados por esta realidad que se ha ido repitiendo a lo largo de los siglos, los obispos españoles nos dirigimos a las familias de hoy, en el inicio del tercer milenio, para anunciarles la Buena Noticia del matrimonio y familia cristiana en la que encontrarán la verdadera esperanza y fortaleza en su caminar.

La Iglesia, al servicio del Evangelio

2.1.      Una antropología adecuada e integral: la pregunta a Jesucristo sobre la persona, el matrimonio y la familia

Jesucristo restaura el plan de Dios sobre el hombre

47.       Para mostrar la riqueza de este evangelio del matrimonio y la familia nos hemos de dirigir a Cristo, como antaño los fariseos con la pregunta acerca del repudio de la mujer (cfr. Mt 19,1-9; Mc 10,1-12). Ante tantas dificultades y oscuridades como se encuentran en la vida familiar actual, todo matrimonio y toda familia podrá encontrar en Cristo la verdad que libera y da descanso, capaz de vivificar su vida familiar.

Cristo, Maestro  que da Vida

48.       Jesús en su respuesta nos remite a un principio” singular, cuando hace ver a los fariseos que la posibilidad del repudio “no fue así desde el principio” (cfr. Mt 19, 4-6; Mc 10, 6-8). Con esta respuesta sitúa la verdad del hombre en una totalidad de sentido, más allá de interpretaciones parciales. La respuesta de Cristo se pone por encima del ámbito sociológico y cultural en el que se mueve la pregunta. Con ello quiere señalarnos que, en este campo, no bastan al hombre las respuestas parciales surgidas del mero convenio o las encuestas sociológicas. Escuchar a Cristo es acercarnos a la mirada amorosa de Dios sobre la familia en la aurora de la creación.

Verdad universal, frente a respuestas parciales

49.       La referencia “al principio” nos remite a la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios (cfr. Gén 1,16-27). Nos encontramos ante la verdad originaria del hombre[32], en la que se inscribe la pretensión de universalidad del Evangelio. La medida última del hombre no es el cosmos inmenso en el que se encuentra, ni tampoco la sociedad en la que se desarrolla, sino la relación originaria con Dios. La imagen de Dios está en lo íntimo del hombre y su primera expresión es la libertad[33], que encuentra su verdad original en la relación con la libertad perfecta de Dios. La antropología revelada afirma que el hombre que no se conoce en Dios no llega a comprenderse en su realidad más honda[34]. Esta es la respuesta a la pretensión de la modernidad de concebir al hombre en radical autonomía.

El ser humano, en íntima relación con Dios, orientado a vivir en comunión con los demás 

          La imagen de Dios está inscrita en el hombre también en cuanto ha sido creado como “varón y mujer” (cfr. Gén 1,27). Con ello aparece cuál es el sentido que Dios quiso dar a la existencia humana: la plenitud del hombre se encuentra en una comunión de personas, cuyo primer vínculo vienesignificado por la complementariedad sexual. Así, en la realidad de imagen de Dios está incluida también la corporeidad del hombre, como llamada originaria a la comunión. Lo que mueve y finaliza internamente a la libertad humana es la llamada originaria a la comunión. Desde la antropología adecuada podemos afirmar que la libertad brota y se orienta al amor y a la comunión: "La libertad se fundamenta, pues, en la verdad del hombre y tiende a la comunión"[35]. En esta verdad Dios aparece como la fuente y el garante de la comunión entre los hombres y de su libertad. En modo alguno les separa, ni implica un límite amenazador de la libertad humana.

Comunión conyugal y familiar

50.       En la respuesta a sus interlocutores, Cristo explica cómo esta verdad ha sido oscurecida por la “dureza del corazón”. Nos indica así que no es posible comprender adecuadamente la verdad del hombre y la dificultad para vivirla si no se acepta su condición pecadora. El hombre experimenta en su interior un rechazo de Dios, que le lleva a huir de Él, acusando a aquella que le fue dada como un don. Si no se entiende esta experiencia de pecado, se llegará a reinterpretar la dificultad de vivir según la verdad y se acabará justificando la debilidad del hombre, proponiendo normas acomodadas a su situación. El hombre de hoy, como aquellos fariseos, pretende justificarse a sí mismo. Se inicia así una situación dramática, porque la llamada original a la entrega de sí queda reducida a unarelación de dominio y deseo (cfr. Gén 3,14-16).

Pecado como rechazo del don y de la comunión

51.       La respuesta de Dios a esta situación del hombre es el anuncio de un “nuevo Principio”, fruto de la maternidad de una Mujer. En Cristo, Hijo de Dios e Hijo de María, se nos revela que la verdad última del hombre no es el pecado, sino la salvación. Y es posible la salvación precisamente por la entrega de amor de Cristo que funda una nueva comunión de los hombres con Dios: la comunión eclesial.

Cristo salva la comunión humana y la rehace en la Iglesia

2.2.            La vocación al amor y la diferencia sexual

52.       Estos elementos, que hemos apenas esbozado, son imprescindibles para entender adecuadamente al hombre. Gracias a ellos podemos entender que en el plan de Dios el hombre no está hecho para la soledad, sino que es portador de una vocación a una comunión. Será en la experiencia del amor donde se hace viva y comprensible para cada hombre la vocación originaria a la que Dios le llama. Recordemos de nuevo la enseñanza de Juan Pablo II sobre el misterio del hombre revelado en el misterio de Cristo, recogida al inicio de esta Instrucción: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente”[36]. Lo que es decisivo en el contexto de nuestra sociedad actual es comprender en qué modo el hombre puede integrar toda su vida en la realización de su vocación al amor y a la comunión.

Llamado por Cristo al amor

2.2.1.    Amor y corporeidad

El cuerpo humano, lenguaje de la persona y del amor

53.       La llamada al amor que resuena en el corazón del hombre no es meramente espiritual. Por el amor, el cuerpo es capaz de expresar a la persona. Podemos hablar entonces de un auténtico lenguaje del cuerpo, tan significativo en la vida de cada hombre. Este lenguaje es un medio fundamental de comunicación entre los hombres y como tal, cuenta con significados propios. Nos encontramos ante una verdad decisiva de la antropología cristiana: el cuerpo posee un carácter esponsal, esto es, es capaz de expresar el amor personal que se compromete y entrega[37].

          Hoy en día asistimos a la identificación del elemento personal del hombre simplemente con su dimensión espiritual, contraponiéndolo a la “naturaleza”, entendida como una dimensión puramente corporal o biológica. Tal conclusión refleja un dualismo antropológico de graves consecuencias en la vivencia del amor: cada uno podría denominar amor a cualquier conducta, por aberrante que fuese. La importancia de la intrínseca expresión de la persona mediante su cuerpo está en la relación que vive el hombre entre su dimensión sexual y su intimidad[38]. En el valor de la intimidad del hombre se juega el quicio de la verdad del lenguaje del cuerpo.

          En esa relación es donde se descubren los significados fundamentales del cuerpo sexuado, como son la identidad personal unida a la diferencia entre sexos, la apertura y la complementariedad en la relación, así como capacidad de engendrar a otras personas acogiéndolas en el amor conyugal. Se trata de verdaderos significados que especifican el amor conyugal distinguiéndolo de otros tipos de amor.

Significado “esponsal”  del cuerpo humano como lenguaje de la persona y del amor

54.       La riqueza de los significados propios del cuerpo humano exige la integración moral de la sexualidad y del amor. Sólo así es posible la ordenación de los dinamismos sexuales al bien de la persona en el amor verdadero. Aquí se encierra un tema decisivo y es la necesidad de la personalización de la dimensión sexual para que pueda expresar una plenitud humana. Se trata de descubrir la verdad del amor inscrita en el lenguaje del cuerpo humano y actuar conforme a la misma. La falta de esta integración empobrece radicalmente las experiencias sexuales que quedan reducidas a un mero juego de placer. La banalización de la sexualidad conlleva la banalización de la persona.

          En esta tarea de integración la afectividad ocupa un papel decisivo, ya que ofrece una mediación entre la dimensión tendencial humana y la personalización del amor. Y porque esta integración no se da por naturaleza, se hace imprescindible una educación afectiva para que el hombre sea capaz de vivir una verdadera comunión interpersonal, fundada en el recíproco don de sí. La verdad del matrimonio y la familia exige una educación para el amor.

Integración personal de la sexualidad como ordenación al amor verdadero

2.2.2.       Educación para el amor

55.       La educación para el amor está unida al mismo despertar de la conciencia, que tiene como momentos decisivos las experiencias de amor vividas en la comunión familiar. En ella encuentra el hombre el marco adecuado donde descubrir y aceptar la propia identidad sexual y los significados propios de la sexualidad y de la afectividad. Ello le permitirá integrarlos de un modo armónico, gracias, entre otros factores, a la experiencia del pudor y al testimonio de la comunión de sus padres[39].

          La integración de las tendencias somáticas y afectivas se denomina virtud de la castidad. En cuanto tal, no significa en modo alguno, represión del instinto o del afecto por la continencia o ausencia de relaciones sexuales y afectivas. Se trata más bien de ordenar, reconducir, integrar los dinamismos instintivos y afectivos en el amor a la persona. La castidad es la virtud que permite asegurar el dominio del propio cuerpo para que sea capaz de expresar con plenitud la donación personal[40].

          La integración sexual requiere entonces un proceso de madurez que permite a la persona unificar dinámicamente todas estas tendencias, afectos y relaciones. Es de una gran importancia cuidar este proceso educativo en especial en la niñez y la adolescencia. No se puede dejar a la simple espontaneidad, puesto que tomaría sus referentes de la cultura en boga, la cual puede dificultar el proceso de personalización. La juventud ha de ser el momento en que esta madurez afectiva sirva para la realización en plenitud de su vocación al amor. Cuando falta esta educación nos encontramos tantos jóvenes envejecidos, desgastados por experiencias superficiales y para los que el amor humano verdadero es una empresa casi imposible.

El aprendizaje de la  virtud de la castidad, cauce para el amor verdaderamente humano

2.2.3.       Amor, vocación humana y lógica del don

56.       Esta educación tiene como fin que la dimensión sexual y afectiva del hombre se dirija hacia la plenitud de la vocación al amor vivida en la entrega libre de sí mismo. Como dice el Concilio Vaticano II en uno de sus puntos fundamentales: “el hombre, la única criatura en la tierra que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino en el sincero don de sí”[41].

Educación afectivo-sexual para vivir la vocación al amor

57.       Esta entrega y acogida mutua de toda la persona genera, cuando es verdadera, una fidelidad creativa, capaz de realizar multitud de obras por amor a la persona a la que se ha entregado. Éste es el camino verdadero de realización de la persona y no la simple elección de cosas para provecho y satisfacción propias.

Entrega, fidelidad y realización personal

58.       En este marco vocacional de la sexualidad, el amor total se puede vivir tanto en el matrimonio como en la virginidad. Ambas son vocaciones que ponen en juego toda la potencialidad de la persona, incluida su afectividad, en una donación verdadera. La virginidad es también una entrega de la corporalidad con una afectividad determinada: manifiesta cómo la afectividad e instintualidad pueden ser integradas en el don de un amor más grande. La vida de tantas personas vírgenes es un auténtico testimonioen una sociedad como la nuestra en la que la sexualidad se entiende como objeto de consumo y se cree imposible vivir la castidad.

Matrimonio y virginidad, dos vocaciones al amor

2.3.      La relación entre el matrimonio y la familia

59.       El evangelio del matrimonio comienza con una buena noticia: el matrimonio es una vocación (cfr. 1 Cor 7,7.17). Es el anuncio de la existencia de un plan de Dios anterior a todo proyecto humano, porque todo hombre ha sido creado por amor y ha sido llamado al amor[42].Si la vocación originaria de todo hombre es la vocación al amor, el matrimonio es la vocación a un amor peculiar: el amor conyugal. “La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer según salieron de la mano del Creador”[43].Vivir la vocación matrimonial no es otra cosa que hacer propio y pleno ese amor, inscrito en la naturaleza, que se nos revela paulatinamente y que vamos haciendo realidad día a día.

El matrimonio, vocación de amor conyugal

 

 

 NOTAS 

[1]   RH, 10. 

[2]   Cfr, GS, 22.     

[3] Cfr. LG, 25. 

[4] Cfr. NMI, 1.

 [5] Cfr, GS, 52. 

[6] Cfr. LG, 11; FC, 21. 

[7] Cfr. FC, 49-64. 

[8] Han pasado ya más de veinte años desde el último documento amplio de la Asamblea plenaria del episcopado español sobre el tema. Cfr. Conferencia Episcopal Española, Documento pastoral Matrimonio y familia, 6.VII.1979 

[9] Cfr. Conferencia Episcopal Española, Instrucción pastoral La fidelidad del Señor dura siempre. Mirada de fe al siglo XX, 26.XI.1999 

[10] Cfr. FR, 31. 

[11] Cfr. Conferencia Episcopal Española, Instrucción pastoral Moral y sociedad democrática, 14.II.1996 

[12] Cfr. Conferencia Episcopal Española, Nota de la Comisión Permanente con ocasión de algunas iniciativas legales recientes, Matrimonio, familia y “uniones homosexuales”, 24.VI.1994   

[13] La ley 9/1985 del 5 de julio 

[14] Por la ley sobre "Técnicas de reproducción asistida" 35/1988 del 22 de noviembre, continuada por los reales decretos de marzo de 1996 sobre la regulación de ciertas FIV   

[15] Nos referimos de modo especial a la sentencia del Tribunal Constitucional 116/1999 del 17 de junio sobre "Técnicas de Reproducción Asistida" 

[16] Cfr. Conferencia Episcopal Española,  Instrucción pastoral “La verdad os hará libres”, 20.XI.1990, nn. 4-33 

[17] Ya en la primera encíclica de la era moderna dedicada a la familia, se denuncia este proceso de secularización, que allí es llamado “ausencia de religión en el matrimonio” (cfr. ADS, 15) 

[18] Cfr. FR, 5-6. 86-91 

[19] Cfr. EV, 18-20 

[20] Cfr. FR, 90 

[21] Cfr. VS, 79-83 

[22] Cfr. FR, 1 

[23] Apología 38 a 

[24]   Cfr. VS, 49 

[25] Cfr. GS, 47; FC, 6-7 

[26] Cfr. Pontificio Consejo para la Familia, Familia, matrimonio y “uniones de hecho”, 26.VII.2000, nn. 7-8 

[27] Cfr. CA, 8 y 35 

[28] Cfr. LE, 19 

[29] Por la ley sobre "Técnicas de reproducción asistida" 35/88 del 22 de noviembre, continuada por los reales decretos del marzo de 1996 sobre la regulación de ciertas FIV y aceptada casi en su totalidad por la sentencias del Tribunal Constitucional 116/1999 de 17 de junio 

[30] Cfr. Conferencia Episcopal Española, Instrucción pastoral “Dios es Amor”, 27.XI.1998 

[31] Cfr. LG, 1 

[32] Cfr. FC, 11; GS, 12 

[33] Cfr. GS, 17 

[34] Cfr. CA, 13 in fine 

[35] Cfr. VS, 86; EV, 76 

[36] RH, 10   

[37] Cfr. Juan Pablo II, Audiencia general, 9.I.1980 

[38]   Cfr. CCE, 362-368 

[39] Cfr. Consejo Pontificio para la Familia, Sexualidad humana: verdad y significado. Orientaciones educativas en familia, 8.XII.1995   

[40] Cfr. ibidem, nn. 16 ss.   

[41] Cfr. GS, 24.   

[42] Cfr. FC 11.   

[43] CCE, 1603.

 

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