12 de noviembre


HOMILÍAS

 

SAN JOSAFAT, OBISPO Y MÁRTIR
(+
1623)

 

El cisma de Oriente de julio de 1054, por el que se desgajó de la catolicidad uno de los florones más hermosos de la Iglesia cristiana, es una llaga constantemente abierta en el Cuerpo místico.

Josafat de Polotsk, mártir de la restauración de la  unión, que luchó y murió en su afán de conseguir la reconciliación de los rutenos separados de Roma, supo ser, al par que patriota, católico oriental de espíritu romano, sellando palmariamente con su sangre la catolicidad vertical de la Iglesia dentro de la unidad.

Juan Kuncewicz nació en Vlodimir (Volinia) el año 1580. Su padre, Gabriel, era cónsul de la ciudad, y su madre, Marina, hija de un ilustre ciudadano de Vlodimir. Recibió el santo bautismo en el día de la mártir Santa Parasceves. Como en el decurso del siglo xv Rusia y las regiones a ella sometidas fueron gradualmente adhiriéndose al cisma bizantino, nada tiene de extraño que la familia de Juan, aunque muy piadosa y cristiana, perteneciese jurídicamente a la ortodoxia separada de Roma. De Vlodimir pasó Juan a Vilna, donde debía aprender la profesión comercial.

La unión de los rutenos con Roma fue firmada a fines del siglo xvi (1595-1596), cuando Juan contaba unos quince años de edad. Aficionado a la lectura, se interesó preferentemente por los libros religiosos; vino así en conocimiento de la verdad católica, y valientemente se adhirió a ella, aunque en Vilna eran aún pocos los unidos a Roma. Su alma juvenil vislumbró la necesidad de que su pueblo abrazase la unión con Roma, heredera de la fe y la autoridad de Pedro, sobre la que Cristo asentó su Iglesia. En esta época frecuentaba ya la iglesia de la Santísima Trinidad de Vilna, donde asistía píamente a los divinos oficios.

Juan recordará siempre la veneración que entonces concibiera por los padres basilianos de la Santísima Trinidad y por aquellos padres jesuitas, que en Polonia y Rusia blanca sostenían la fe del pueblo contra los disidentes y defendían acérrimamente el Papado.

En esta atmósfera unionista, Juan, por inspiración del cielo, renunció al porvenir que la carrera comercial pudiera crearle, y, retirándose del mundo, vistió el hábito monacal en el pobre monasterio basiliano de Vilna. Siguiendo la tradición monacal del Oriente cristiano, Juan cambió su nombre de bautismo por el de Josafat, que comenzaba con la misma letra, y conservó en el ingreso a la Ordén basiliana su rito eslavo. Tenía por entonces unos veinte años. Terminado el período del noviciado, hizo su profesión en manos del arzobispo metropolitano Pociej.

Un compañero de Josafat, más tarde su superior en el mismo convento, José Velamín Rutsky, escribiendo sobre la vida y la muerte del Santo, elogia las magníficas cualidades de inteligencia, memoria y voluntad de Josafat lo mismo para las ciencias que para la virtud. Su progreso en ciencias y virtud iba armónicamente sincronizado, creando en él cada día más arraigado el ideal apostólico de consagrarse por completo a trabajar por la unión con los disidentes. Sus ayunos, cilicios, disciplinas y mortificaciones, sustentados por la vida de oración, eran ya notables durante el tiempo de sus estudios; y de éstos fue libando con preferencia lo que pudiera servirle para confutar los errores de herejes y cismáticos; en esto adquirió tanta pericia, que ni los teólogos más doctos podían compararse con él.

Ordenado diácono y sacerdote, comenzó a desplegar su celo apostólico. Tal fue la eficacia de la labor inicial en el terreno de la unión, que los católicos le llamaban "azote de herejes y cismáticos", y éstos "raptor de almas". Su actividad era incesante. Se levantaba sobre las dos de la madrugada, comenzaba el día con una disciplina sangrienta, despertaba luego a sus hermanos para el oficio divino y después trabajaba todo el día sin descanso hasta la noche. El celo devoraba su corazón y aprovechaba toda ocasión para hacer bien al prójimo, lo mismo dentro del monasterio que en la calle y en los viajes.

Estos triunfos suscitaron, como era de suponer, el odio de los disidentes fanáticos, que comenzaron a urdir conjura tras conjura, capitaneados por el clero disidente de Vilna. En cierta ocasión, rabiosos de que no cayera en sus redes, le abofetearon, cosa que Josafat sufrió tan humilde y calladamente, que sólo tres años después se tuvo noticia de ello. En medio de la tormenta practicaba el Santo la caridad más exquisita con sus mismos enemigos, consciente de que ella es el arma más eficaz en el apostolado de la unión.

Dios lo confortaba en sus penitencias y trabajos con consuelos y favores espirituales. Los buenos le profesaban inmenso amor, y sus superiores, haciendo confianza de él, lo destinaron sucesivamente a diversas poblaciones, como Zyrowiecz, Byten y Pinsk, donde en íntima colaboración con sus monjes reanimó las casas de la Orden y dejó sólidamente establecidos los conventos de los padres y los monasterios de las religiosas basilianas.

Cuando en 1614 fue nombrado metropolita de Kiev el archimandrita de la Santísima Trinidad de Vilna, Velamín Rutsky, Josafat pasó a ocupar el puesto vacante. El nuevo archimandrita encarnaba en sí, a imitación de su padre San Basilio, toda la tradición monástica de la ascesis oriental. Pletórico de vida espiritual y dinámico en sus actividades, dicen sus biógrafos que no sólo se limitaba al buen gobierno del monasterio, sino que desempeñaba a la vez, ante la escasez de vocaciones religiosas, el cargo de predicador, confesor, salmista en los divinos oficios, ecónomo y visitador de religiosas.

Josafat conservó inviolable la flor de su castidad, arremetiendo enérgicamente en cierta ocasión contra una joven lasciva que se acercó a tentarle al monasterio. Desde su más tierna edad ofrendó su pureza a la Santísima Virgen.

Celoso de su Orden y de su regla basiliana, fomentaba entre los jóvenes el ideal de la vida monacal. Logró conquistar vocaciones, levantando así moral y espiritualmente el humilde monasterio vilnense. A los monjes jóvenes inculcaba el ideal unionista, preparando así una falange de monjes santos y batalladores con la mira puesta en conquistar para la Iglesia católica las regiones cismáticas de Rusia.

En el oír confesiones era incansable. Había días en que confesaba, sin levantarse, seis horas seguidas, y su predilección la constituían las confesiones de los hombres. Era dadivoso con los indigentes, dando cuanto le permitían sus módicas disponibilidades monacales. Afabilísimo con los de dentro y con los de fuera del monasterio, era, sin embargo, intransigente con el error y con el cisma.

Durante un viaje a Kiev acompañando a su metropolita Rutsky, supo que había allí un monasterio cismático muy mal dispuesto hacia Roma. Josafat no duda en presentarse en él; fue hostilmente recibido por superiores y súbditos: pero Josafat, suplicando le escuchasen, habló con tanto fervor y ciencia a los monjes rebeldes sobre la unión con Roma, que el adversario, deponiendo su terquedad antirromana, se trocó en amigo. Lo que más admiró a los monjes disidentes era la maestría con que manejaba la patrística, la liturgia oriental, los libros paleoslavos y los anales rutenos.

Dios bendecía copiosamente sus campañas unionistas, y pudo así incorporar a la Iglesia católica multitud de cismáticos de toda condición, contando entre ellos monjes, sacerdotes, nobles y plebeyos.

Cargado de méritos ante Dios y ante la Iglesia, la santidad de Pablo V le obligó, contra su voluntad, a través de su metropolita Rutsky, a aceptar el nombramiento de coadjutor con derecho de sucesión del arzobispo de Polotsk, Gedeón Brolnycky; murió éste un año más tarde y Josafat quedó constituido en arzobispo de Polotsk. El arzobispado de Polostk forma parte de Rusia Blanca, en los confines de Moscú; arzobispado y no metrópoli, ya que no contaba diócesis  sufragáneas, pero ostentaba ese rango por ser el primero después del metropolitano de Kiev. Polotsk era una vasta archidiócesis, que contaba con importantes ciudades, entre las que sobresalían la capital Polotsk, Vitebsk y Mstislavia.

Josafat encontró la archidiócesis infestada por el cisma. Su ánimo apostólico se crece ante la necesidad; insiste en prolongada oración, en pureza de vida, en abstinencias y mortificaciones; a pesar de ser la primera autoridad religiosa, sobresale en la pobreza monacal, y se cuenta que en cierta ocasión, no teniendo cómo socorrer a una viuda necesitada, llegó hasta hipotecar su manto episcopal. El efecto de esta vida austera fue admirable; al poco tiempo habían casi desaparecido los cismáticos de la ciudad de Polotsk.

Ocupado en su oficio pastoral rehuye el inmiscuirse en política, a pesar de haber sido incitado varias veces a ello. Reformó el clero, restauró la iglesia catedral, edificó iglesias, erigió monasterios, defendió el patrimonio de la Iglesia. Publicó abundantes escritos acomodados al genio popular para ilustrar sobre todo el primado de Pedro y de los romanos pontífices, el bautismo de San Vladimir o de Kiev y temas similares, negados o discutidos por los disidentes separados de Roma.

Durante todo el tiempo que fue arzobispo de Polotsk, arreciaron contra él las calumnias de los cismáticos, con amenazas de muerte. No podían tolerar el exterminio del cisma y el rejuvenecimiento de la Iglesia católica en Rusia Blanca. Pero de todo salía siempre airoso con la ayuda de Dios. En su odio contra él, llegaron los disidentes hasta nombrar un obispo cismático en Polotsk frente al prelado católico. Teófanes, patriarca disidente de Jerusalén, de vuelta' de Moscú, se detuvo en Kiev y consagró clandestinamente obispos cismáticos para ocupar las sillas rutenas unidas ya a Roma; a Polotsk le tocó un tal Melecio Smotricio, expresamente encargado de liquidar la obra unionista de Josafat. Este no se arredra, antes por el contrario, presenta batalla al intruso arzobispo con las armas de su humildad, de su caridad sin límites y de renovado celo. Recorre las ciudades, alienta a los pusilánimes, deshace con su elocuencia los argumentos de Melecio, frena los ímpetus de sus adversarios y limita el mal a la ciudad de Polotsk. En el fragor de esta lucha a vida o muerte por la Iglesia católica, el santo arzobispo intensifica sus visitas pastorales, y marcha primeramente a la ciudad de Vitebsk.

Aquí se dan cita grupos de eclesiásticos vendidos al cisma de Melecio, que tienen por misión amotinar la plebe contra Josafat. Presintiendo su martirio, predica así valientemente a sus enemigos: "Me buscáis para matarme; en los ríos, en los puentes, en los caminos, en las ciudades, me ponéis asechanzas. He venido espontáneamente a vosotros para que sepáis que soy vuestro pastor, y ojalá el Señor me conceda el poder entregar mi alma por la santa unión, por la Sede de Pedro y sus sucesores los pontífices de Roma".

Un tal Elías, sacerdote cismático, fue elegido para tramar y poner en ejecución la conjura contra el arzobispo católico. El plan consistiría primeramente en vejar a los servidores de Josafat, en la creencia de que éstos se vengarían en la persona de Elías y darían aparente motivo para asaltar el palacio episcopal. Hicieron vela, en espera de poder perpetrar su crimen, toda la noche del sábado al domingo 12 de noviembre, en que Josafat debía celebrar de pontifical. Por la mañana temprano, cuando ya el prelado marchaba a la iglesia para el oficio de maitines, Elías se acerca a la casa del arzobispo y comienza a gritar escandalosamente contra él y la servidumbre; éstos callaron momentáneamente, pero, no pudiendo tolerar más las injurias contra el santo prelado, terminaron por capturarlo y encerrarlo en la cocina de la casa. Era el momento buscado por los cismáticos. Echan a vuelo las campanas, como señal de sedición y tumulto popular; los forajidos irrumpen en la residencia de Josafat, hieren y asesinan a parte de la servidumbre. Sabedor el arzobispo, que oraba en la iglesia, de la captura del sacerdote disidente Elías, ordena su inmediata liberación, pasa sin que lo toquen por medio de sus enemigos y dentro ya de la casa abre libremente sus habitaciones e increpa sereno a los sicarios: "Hijitos, ¿por qué matáis a la servidumbre inocente? Si queréis mi vida, aquí me tenéis". Impresionados por la entereza del santo pastor, permanecieron inmóviles; pero dos de ellos, abriéndose camino por entre la turba, a los gritos de "¡Muera el papista, muera el latino!", se abalanzan sobre él, lo hieren primeramente con un látigo debajo del ojo hasta dejarlo sin sentido, y luego lo derriban en tierra con un hachazo; ya en el suelo, de tal forma lo destrozaron con palos y puñales, que apenas se podía reconocer su figura humana, y para ensañarse aún más en el santo arzobispo, descuartizaron el perro de la casa y mezclaron sus pedazos con la carne maltrecha del cuerpo episcopal. Agonizante ya, levanta su mano el mártir Josafat para bendecir a los parricidas, pronunciado la jaculatoria: "¡Oh Dios mío!", con la que selló, inmerso en sangre, su vida terrenal.

No terminó aquí la saña de los verdugos. Sacando el sagrado cuerpo a la calle, le asestaron aún dos tiros de bombarda en la cabeza y lo dejaron expuesto al ludibrio de la plebe. Los hombres, ebrios de vino y de furor; las mujerzuelas y niños impíos, tras despojar el cadáver de sus vestiduras episcopales, lo escupieron, lo pisotearon, le arrancaron los cabellos, le mesaron la barba y organizaron en su derredor danzas macabras. Se dice que una nube negra, subiendo del pequeño río Vidbla, cubrió el cuerpo del santo mártir, y que en medio de ella, por donde estaba el cadáver, surgió un rayo luminoso; fue ésta la primera señal maravillosa en torno al cuerpo de San Josafat. Mientras unos se arrepentían y estremecidos confesaban su pecado, otros arrastraron los despojos del santo arzobispo por las calles y plazas de la ciudad hasta el punto más alto de ella; desde allí, después de insultos y de befas, lo bajaron al río Duna, que es una de las mayores arterias fluviales de Rusia Blanca, y, atándole piedras a los pies y a la cabeza, lo arrojaron a la corriente.

Dios veló por su sepultura. Los magistrados y las personas buenas de la ciudad buscaron afanosos el santo cuerpo durante cinco días enteros. En lo humano el hallazgo era imposible, pues se ignoraba dónde lo habían arrojado los verdugos. Pero al sexto día una luz y en forma de rayo descubrió el sitio; los cismáticos quedaron confusos; los católicos exultaron de alegría, y, sacando las reliquias del santo mártir, las colocaron en la iglesia de la fortaleza de la ciudad. Ocho días más tarde, el clero catedralicio de la archidiócesis de Polotsk y la nobleza, acompañados de ingente multitud de hombres, entre los que iban algunos de los mismos sicarios, condujeron el sagrado cadáver a la capital de la archidiócesis. Cortejo fúnebre y procesión de triunfo, ya que, lo que el santo arzobispo no consiguió en vida, lo recababa ahora con la efusión de su sangre por sus hermanos. Los primeros en reconocer su error fueron los ministros calvinistas, que acompañaron el cadáver desde la iglesia hasta el navío fúnebre; los judíos manifestaron juntamente su condolencia y condenaban el crimen de los cristianos; los cismáticos empezaron a sentir honda compunción. Los contemporáneos se hacen eco de innumerables sucesos sobrenaturales ocurridos con ocasión del martirio; milagros físicos y de orden moral.

Entre los milagros morales está la conversión de sus verdugos; algunos escribieron más tarde a la Congregación de Propaganda confesando su participación en el martirio de su pastor y declarándose dispuestos a dar su sangre y su vida por la confesión de la fe romana. El mismo Melecio, arzobispo rival de Josafat en Polotsk, tras buscar refugio en las sedes patriarcales disidentes de Jerusalén y Constantinopla, viajó a Roma, donde a los pies del Romano Pontífice hizo profesión de fe católica el día 23 de febrero de 1627, convirtiéndose desde entonces, como otro Saulo, de enemigo, en fervoroso propulsor de la unión y ganando para la causa católica a muchos cismáticos.

Superaron en número los milagros físicos que obraba el santor mártir Josafat a raíz de su muerte. En las actas del proceso de beatificación y canonización y en las deposiciones de los testigos se halla una sucinta enumeración de muchos de ellos. El procónsul de la ciudad de Polotsk, que de resultas de una enfermedad había perdido la vista, se aplicó a los ojos las reliquias del mártir y paulatinamente fue curando hasta ver completamente como antes; de la misma forma sanó de la ceguera una señora de la ciudad. Una mujer que yacía catorce años paralítica en un hospital regentado por los jesuitas en Polotsk, encomendándose a San Josafat recobró el movimiento de las piernas, y una monja del convento de San Basilio imposibilitada hacía años comenzó a caminar por intervención del mártir. El superior del monasterio basiliano, paralítico durante tres años, hizo voto de hacer una visita a la sepultura de San Josafat si el Santo le devolvía la salud; así fue, y el religioso pudo celebrar una misa de acción de gracias en el altar de las reliquias del Santo. Por esos días el fuego comenzó a devorar el colegio de la Compañía de Jesús de Polotsk, amenazando arrasar no solamente el colegio, sino toda la ciudad; congregado el pueblo en la iglesia, y entre clamores al Santo y promesa de exvotos de plata, cesó repentinamente el fuego, como si una mano misteriosa lo hubiera sofocado. Uno de los testigos del proceso cuenta cómo el Santo mártir sanó a muchos de hemorragias, de calenturas, de heridas mortales, de diversas enfermedades y hasta salvó de la muerte a varios desahuciados y agonizantes. En el mismo año 1627 los suecos amenazaron, después de apoderarse de las provincias de Livonia y Curlandia, asediar y exterminar la ciudad de Polotsk; pero los habitantes de ésta corrieron a la sepultura del siervo de Dios Josafat a implorar la derrota de los suecos; intimidados éstos sobrenaturalmente, abandonaron el asedio y se retiraron.

Los funerales por la muerte del arzobispo mártir no se celebraron hasta un año después. Durante todo ese tiempo, su sepulcro fue cátedra de unión con Roma. El Santo seguía predicando muerto la austeridad de vida, el fervor de la religión y, sobre todo, la reconciliación de los disidentes con la Iglesia católica. Terminados los funerales, las sagradas reliquias de San Josafat continuaban obrando innumerables milagros físicos y morales. Ello movió a las autoridades eclesiásticas a introducir en Roma el proceso de sus virtudes heroicas, de su beatificación y canonización. Urbano VIII lo beatificó, Pío IX lo elevó al honor de los santos. El 27 de junio de 1867 León XIII extendió su culto a la Iglesia universal. Pío XI, con motivo del tercer centenario de su muerte, publicó en 1923 una encíclica ponderando la heroicidad de sus virtudes y la trascendencia de su intercesión, a la vez que lo brindaba como ejemplo a las Iglesias orientales y como modelo a cuantos se esfuerzan por conseguir la unión a Roma de las iglesias separadas.

Cerrado el proceso canónico. el santo mártir Josafat no cesa de obrar innumerables milagros, que los biógrafos recogen en su vida.

En las circunstancias actuales, cuando el furor comunista arrecia en la persecución contra la Iglesia católica y contra Roma en las regiones de Rusia y Rusia Blanca, los ruteros y los ucranianos, dentro y fuera del país, son el puntal más firme de la Iglesia católica oriental unida a Roma y la mejor esperanza del retorno a la santa unión.

SANTIAGO MORILLO, S. I.


San Josafat
 San Josafat
Basilica de S. Josafat, Milwauke

SAN JOSAFAT


Arzobispo de Polotsk, Lituania.
Fiesta: 12 de noviembre
Etim: "Dios es mi juez"

Nace en Vladimir de Volhinia por el año 1580 o 1581.
Ordenado sacerdote en el rito bizantino en 1609.
Ordenado obispo
de Vitebsk 1617, meses mas tarde, Arzobispo de Polotsk.
Protomártir de la re-unificación de la cristiandad. +1623
Canonizado en 1867.
 

En Octubre de 1595, el metropolitano de los ortodoxos disidentes de Kiev y otros cinco obispos, que representaban a millones de rutenos (hoy llamados ucranios), hallándose reunidos en Brest-Litovsk, ciudad de Lituania, decidieron someterse al Papa y estar en comunión con la Iglesia católica. Se trata de la histórica Unión de Brest. Esta unificación dio lugar a grandes controversias llegándose hasta la violencia. San Josafat por aquel tiempo era muy jovencito, pero aquellos eventos tendrían un profundo impacto en su vida ya que el mismo daría su vida por la unidad de la Iglesia.

Su nombre de bautismo era Juan Kunsevich. Su padre, que era un católico de buena familia, puso a su hijo en la escuela de su pueblo natal. Después Juan entró a trabajar como aprendiz en una tienda de Vilna, pero en vista de que el comercio no estaba en su corazón, empleaba sus tiempos libres aprendiendo el eslavo eclesiástico para comprender mejor los divinos oficios y poder recitar diariamente el oficio bizantino. Juan conoció por entones a Pedro Arcudius, rector del colegio oriental de Vilna, así como a los jesuitas Valentín Fabricio y Gregorio Gruzevsky, quienes se interesaron por él y le alentaron a seguir adelante. Al principio, el amo de Juan no veía con muy buenos ojos sus inquietudes religiosas, pero el joven supo cumplir tan bien con sus obligaciones, que el comerciante aca por ofrecerle que se asociase con él y tomase por esposa a una de sus hijas. Juan rehusó ambas proposiciones, pues estaba decidido a hacerse monje.

En 1601 ingresó en el monasterio de la Santísima Trinidad de Vilna. El santo indujo también a seguir su ejemplo a José Benjamín Rutsky, un hombre muy culto, convertido del calvinismo. Los dos jóvenes monjes empezaron juntos a trazar planes para promover la unión y reformar la observancia en los monasterios rutenos. Desde entonces se llamó Josafat, recibió el diaconado, después el sacerdocio y pronto adquirió fama por sus sermones sobre la unión con Roma.

Su vida personal era muy austera, ya que añadía a las penitencias acostumbradas en las reglas monásticas del oriente, otras mortificaciones tan severas, que en más de una ocasión le criticaron los mismos monjes. En el proceso de beatificación el burgomaestre de Vilna declaró que "no había en el pueblo ningún religioso más bueno que el P. Josafat."

Josafat, al notar que su superior, Samuel, el abad del monasterio de la Santísima Trinidad, manifestaba  tendencia a separarse de Roma, se lo advirtió a sus superiores. El arzobispo de Kiev sustituyó a Samuel por Josafat.  Bajo su gobierno, el monasterio se repobló. Ello movió a sus superiores a retirarle del estudio de los Padres orientales para que fundase otros monasterios en Polonia.

En 1614, Rutsky fue elegido metropolitano de Kiev y Josafat Ie sucedió en el cargo de abad de Vilna. Cuando el nuevo metropolitano fue a tomar posesión de su catedral, Juan le acompañó en el viaje y aprovechó la ocasión para visitar el famoso monasterio de las Cuevas de Kiev. Pero la comunidad de dicho monasterio, que se componía de más de 200 monjes, estaba relajada y el reformador católico estuvo a punto de ser arrojado al río Dnieper. Aunque sus esfuerzos por hacer volver a la unidad a la comunidad fracasaron, su ejemplo y sus exhortaciones consiguieron hacer cambiar un tanto la actitud de los monjes.

Obispo ejemplar
E
n 1617, el P. Josafat fue consagrado obispo de Vitebsk con derecho de sucesión a la sede de Polotsk. Pocos meses después murió el anciano arzobispo de esa sede y Josafat se halló al frente de una eparquía  extensa pero poco fervorosa. Muchos se inclinaban al cisma porque temían que Roma interfiriese en sus ritos y costumbres. Las iglesias estaban en ruinas y se hallaban manos de los laicos. Muchos miembros del clero secular habían contraído matrimonio, algunos varias veces. La vida monástica estaba en decadencia. Josafat pidió ayuda a algunos de sus hermanos de Vilna y emprendió la tarea: reunió sínodos en las ciudades principales, publicó e impuso un texto de catecismo, redactó una serie de ordenaciones sobre la conducta del clero y combatió la interferencia de los "señores" en los asuntos de las iglesias locales. A todo ello añadió el ejemplo de su vida, su celo en la instrucción, la predicación, la administración de sacramentos y la visita a los pobres, a los enfermos, a los prisioneros y a las aldeas más remotas.

Hacia 1620, prácticamente toda la eparquía era ya sólidamente católica, el orden estaba restaurado y el ejemplo de aquel puñado de hombres buenos había producido un renacimiento de la vida cristiana. Pero en ese mismo año, disidentes en la región que se había unido a Roma, establecieron obispos paralelos, contrarios a Roma. Así, un tal Melecio Smotritsky fue nombrado arzobispo de Polotsk, sede de San Josafat, y se dedicó enérgicamente a destruir la obra del arzobispo católico, diciendo que Josafat se había "convertido al latinismo", que iba a obligar a sus fieles a seguir su ejemplo y que el catolicismo no era la forma tradicional del cristianismo ruteno. La nobleza y la mayoría del pueblo estaban por la unión, pero habían zonas disidentes. Un monje llamado Silvestre Smotritsky recorrió las poblaciones de Vitebsk, Mogilev y Orcha sublevando a la gente contra el catolicismo. Cuando el rey de Polonia proclamó un decreto afirmando que Josafat era el único arzobispo legítimo de Polotsk, se produjeron desórdenes no sólo en Vitebsk, sino en la misma Vilna. El decreto fue leído públicamente en presencia del santo y éste estuvo a punto de perder la vida.

El canciller de Lituania, León Sapieha, que era católico, temeroso de los resultados políticos de la inquietud general, prestó oídos a los rumores esparcidos por los disidentes que, fuera de Polonia, acusaban a San Josafat de haber sido el causante de los desórdenes con su política. Así pues, en 1622, Sapieha escribió al santo acusándole de emplear la violencia para mantener la unión, de exponer el reino al peligro de una invasión de los cosacos, de sembrar la discordia entre el pueblo, de haber clausurado por la fuerza ciertas iglesias no católicas y de otras cosas por el estilo. Tan solo era cierto que Josafat había pedido el auxilio del gobierno para recobrar la iglesia de Mogilev, de la que se habían apoderado los disidentes. El arzobispo tuvo que hacer frente también a la oposición, las críticas y la falta de comprensión de algunos católicos. Una de las razones por la que que una parte del pueblo fácilmente se dejó llevar por las falsas acusaciones era para evitar la disciplina y las exigencias morales del renacimiento católico.

En octubre de 1623, sabedor de que Vitebsk era todavía el centro de la oposición, decidió ir allá personalmente. Sus amigos no lograron disuadirle ni convencerle de que llevase una escolta militar. "Si Dios me juzga digno de merecer el martirio, no temo morir'", respondió San Josafat. Así pues, durante dos semanas predicó en las iglesias de Vitebsk y visitó a los fieles sin distinción alguna. Sus enemigos le amenazaban continuamente y provocaban a sus acompañantes para poder asesinarle aprovechando el desorden. El día de la fiesta de San Demetrio, una turba enfurecida rodeó al mártir, el cual les dijo:
"Sé que queréis matarme y que me acecháis en todas partes: en las calles, en los puentes, en los caminos, en la plaza central. Pero yo estoy entre vosotros como vuestro pastor y quiero que sepáis que me consideraría muy feliz de dar la vida por vosotros. Estoy pronto a morir por la sagrada unión, por la
supremacía de San Pedro y del Romano Pontífice."

Martirio
Smotritsky, fomentador de la agitación, probablemente solo pretendía obligar al santo a salir de la ciudad. Pero sus partidarios empezaron a tramar una conspiración para asesinar a Josafat el 12 de noviembre, a no ser que se excusase ante ellos por haber empleado la violencia. Un sacerdote llamado Elías fue el encargado de penetrar en el patio de la casa del arzobispo e insultar a sus criados por su religión y al amo
a quien servían. Como la escena se repitiese varias veces, San Josafat dio permiso a sus criados de arrestar al sacerdote, si volvía a presentarse. En la mañana del 12 de noviembre, cuando el arzobispo se dirigía a la iglesia para el rezo del oficio de la aurora, Elías le salió al encuentro y comenzó a insultarle. El santo dio entonces permiso a su diácono para que mandase encerrar al agresor en un aposento de la casa. Eso era precisamente lo que deseaban sus enemigos que buscaban pretexto para atacarle. Al punto, echaron a vuelo las campanas, y la multitud empezó a clamar que se pusiese en libertad a Elías y se castigase al arzobispo. Después del oficio, San Josafat volvió a su casa y devolvió la libertad a Elías, no sin antes haberle amonestado. A pesar de ello, el pueblo penetró en la casa, exigiendo la muerte de Josafat y golpeando a sus criados. El santo salió al encuentro de la turba y preguntó: "¿Por qué golpeáis a mis criados, hijos míos?   Si tenéis algo contra mí, aquí estoy; dejadlos a ellos en paz." (Palabras muy parecidas a las de Santo Tomás Becket en ocasión semejante). La turba comenzó entonces a gritar: "¡Muera el Papista!", y San Josafat cayó atravesado por una alabarda y herido por una bala. Su cuerpo fue arrastrado por las calles y arrojado al río Divna.

El martirio del santo produjo como resultado inmediato un movimiento en favor de la unidad católica. Desgraciadamente, la controversia se prolongó con violencia y los disidentes tuvieron también un mártir, el abad Anastasio de Brest, quien fue ejecutado en 1648. Por otra parte, el arzobispo Melecio Smotritsky se reconcilió más tarde con la Santa Sede.

La gran reunión rutena existió, con altos y bajos, hasta que, después de la repartición de Polonia, los soberanos rusos obligaron por la fuerza a los rutenos católicos a unirse con la Iglesia Ortodoxa de Rusia. El  comunismo favoreció la opresión de la fe católica. Hoy como ayer es necesaria la intercesión y el ejemplo de San Josafat a favor de la unión en la verdad y el amor.



San Josafat Kunsevich fue canonizado en 1867 por el Papa Pío IX. Fue el primer santo de la Iglesia de oriente canonizado con proceso formal de la Sagrada Congregación de Ritos. Quince años más tarde, León XIII fijó el 14 de noviembre como fecha de la celebración de su fiesta en toda la Iglesia de occidente. La reforma litúrgica movió la fiesta al 12 de noviembre.

El Papa Pío XI declaró a San Josafat Patrón de la Reunión entre Ortodoxos y Católicos el 12 de noviembre de 1923, III centenario de su martirio.

El 25 de Noviembre de 1963, durante el Concilio Vaticano II y por petición del Papa Juan XXIII, quién estaba muy interesado en la unidad, el cuerpo de San Josafat finalmente encontró su descanso en el altar de San Basilio en la Basílica de San Pedro.

 
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