Lope de Vega

Poesías

(1562-1635)

 

        ¿Pero cómo, clavado, enseñas tanto?

 

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno escuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué estraño desvarío
si de mi ingratitud el yelo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!
¡Y cuántas, hermosura soberana:
Mañana le abriremos --respondía--,
para lo mismo responder mañana!
 
Soneto a Cristo crucificado
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
¡Tú me mueves, Señor! Muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muévenme en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

 

 

 

Rimas Sacras, Soneto I


Cuando me paro a contemplar mi estado
y a ver los pasos por donde he venido,
me espanto de que un hombre tan perdido
a conocer su error haya llegado.

Cuando miro los años que he pasado,
la divina razón puesta en olvido,
conozco que piedad del cielo ha sido
no haberme en tanto mal precipitado.

Entré por laberinto tan extraño,
fiando al débil hilo de la vida
el tarde conocido desengaño;

mas de tu luz mi escuridad vencida,
el monstruo muerto de mi ciego engaño,
vuelve a la patria la razón perdida.

 

 

El Pastor divino


Pastor, que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño;
tú, que hiciste cayado de este leño
en que tiendes los brazos poderosos:

vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño
y la palabra de seguirte empeño
tus dulces silbos y tus pies hermosos.

Oye, Pastor, que por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.

Espera, pues, y escucha mis cuidados --
pero ¿cómo te digo que me esperes
si estás para esperar los pies clavados?

 

Rimas sacras, Soneto XVIII


¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno escuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué estraño desvarío
si de mi ingratitud el yelo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!

¡Y cuántas, hermosura soberana:
Mañana le abriremos -- respondía --,
para lo mismo responder mañana!

 

CUANTAS VECES SEÑOR
ME HABEIS LLAMADO

¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado,
y cuántas con vergüenza he respondido,
desnudo como Adán, aunque vestido
de las hojas del árbol del pecado!

Seguí mil veces vuestro pie sagrado,
fácil de asir, en una cruz asido,
y atrás volví otras tantas, atrevido,
al mismo precio que me habéis comprado

Besos de paz Os di para ofenderos,
pero si, fugitivos de su dueño,
hierran, cuando los hallan, los esclavos,

hoy me vuelvo con lágrimas a veros:
clavadme vos a vos en vuestro leño
y tendreisme seguro con tres clavos.

Rimas sacras, Soneto XLVI


No sabe qué es amor quien no te ama,
celestial hermosura, esposo bello;
tu cabeza es de oro, y tu cabello
como el cogollo que la palma enrama.

Tu boca como lirio que derrama
licor al alba; de marfil tu cuello;
tu mano el torno y en su palma el sello
que el alma por disfraz jacintos llama.

¡Ay, Dios!, ¿en qué pensé cuando, dejando
tanta belleza y las mortales viendo,
perdí lo que pudiera estar gozando?

Mas si del tiempo que perdí me ofendo,
tal prisa me daré, que una hora amando
venza los años que pasé fingiendo.

 

Al triunfo de Judit


Cuelga sangriento de la cama al suelo
el hombro diestro del feroz tirano,
que opuesto al muro de Betulia en vano,
despidió contra sí rayos al cielo.

Revuelto con el ansia el rojo velo
del pabellón a la siniestra mano,
descubre el espectáculo inhumano
del tronco horrible, convertido en hielo.

Vertido Baco, el fuerte arnés afea
los vasos y la mesa derribada,
duermen las guardas, que tan mal emplea;

y sobre la muralla coronada
del pueblo de Israel, la casta hebrea
con la cabeza resplandece armada.

 

 

Si el padre universal de cuanto veo
en la naturaleza nuestra humana,
despreció la sentencia soberana,
obedeciendo un femenil deseo;

si un rey David y un nazareno hebreo,
a Bersabé y a Dálida tirana,
la fuerza y la vitoria rinde llana,
que no pudo el león ni el filisteo,

¿en qué valor mis ojos se fiaron,
y presumió mi ingenio saber tanto
que no le hiciera tu hermosura agravio?

Pues con fuerza, virtud y ciencia erraron
Adán el primer hombre, David santo,
Sansón el fuerte y Salomón el sabio.

 

 


Cual engañado niño que, contento,
pintado pajarillo tiene atado,
y le deja en la cuerda, confiado,
tender las alas por el manso viento;

y cuando más en esta gloria atento,
quebrándose el cordel, quedó burlado,
siguiéndole, en sus lágrimas bañado,
con los ojos y el triste pensamiento,

contigo he sido, Amor; que mi memoria
dejé llenar de pensamientos vanos,
colgados de la fuerza de un cabello.

Llevóse el viento el pájaro y mi gloria,
y dejóme el cordel entre las manos,
que habrá por fuerza de servirme al cuello.

 

En mi alma el desengaño

Un desengaño nacido

de los engaños pasados,

buen Jesús, en que he vivido,

hoy a vuestros pies sagrados

con lágrimas me ha traído.

Vuestra cruz en ellas baño;

alzad, Señor, la cabeza,

mirad piadoso mi daño,

para que tenga firmeza

en mi alma el desengaño.

Si anduve loco y altivo

entre perdidos esclavos,

ya no seré fugitivo,

asido de vuestros clavos

y de vuestro amor cautivo.

Mis lágrimas doy en prenda

a vuestra sangre vertida;

desde aquí juro la enmienda;

que a quien dio por mí la vida

no es bien que yo se la venda.

Prometo dejar mi engaño

con el amor de quereros,

y doy con más desengaño

palabra de no ofenderos

con el miedo de mi daño.

 

 

LA ANUNCIACIÓN - ENCARNACIÓN

Estaba María santa

Contemplando las grandezas

De la que de Dios sería

Madre santa y Virgen bella

El libro en la mano hermosa,

Que escribieron los profetas,

Cuanto dicen de la Virgen

¡Oh qué bien que lo contempla!

Madre de Dios y virgen entera,

Madre de Dios, divina doncella.

Bajó del cielo un arcángel,

Y haciéndole reverencia,

Dios te salve, le decía,

María, de gracia llena.

Admirada está la Virgen

Cuando al Sí de su respuesta

Tomó el Verbo carne humana,

Y salió el sol de la estrella.

Madre de Dios y virgen entera,

Madre de Dios, divina doncella.

·

 

Cantando el Verbo divino

Un alto tan soberano,

Como de Dios voz y mano,

A ser contrabajo vino,

Bajando hasta el punto humano;

Que aunque es de sus pies el suelo

El serafín de más vuelo

Y el más levantado trono,

Bajó por la tierra el tono

Hoy la música del cielo.

Una Virgen no tocada

Toca con destreza tanta

El arpa de David santa,

Como la tiene abrazada,

Que adonde el infierno espanta,

Dos puntos solos tocó,

El bajo y el alto juntó,

Que, como en una pregunta

Con un Sí Dios y hombre junta,

En dos puntos se cifró.

De un fiat comienza el Fa,

De su obediencia y su fe,

Vió Dios el Mi, siendo el Re

Rey, y reparó que en La

Virgen estrella Sol fue.

Pero después que nació,

Cifrada en dos puntos vió

La tierra por su consuelo,

El armonía del cielo,

Sol y La que le parió.

 

 

EL NACIMIENTO DEL SEÑOR JESÚS

De una Virgen hermosa

Celos tiene el sol,

Porque vio en sus brazos

Otro Sol mayor.

Cuando del oriente

Salió el sol dorado,

Y otro Sol helado

Miró tan ardiente,

Quitó de la frente

la corona bella,

Y a los pies de la Estrella

Su lumbre adoró,

Porque vio en sus brazos

Otro Sol mayor.

«Hermosa María,

Dice el sol, vencido,

De vos, ha nacido

El Sol que podía

Dar al mundo el día

Que ha deseado».

Esto dijo, humillado,

A María el sol,

Porque vio en sus brazos

Otro Sol mayor.

 

 

Pues andáis en las palmas,

Ángeles santos,

Que se duerme mi Niño,

Tened los ramos,

Palmas de Belén

Que mueven, airados,

Los furiosos vientos

Que suenan tanto,

No le hagáis ruido,

Corred más paso;

Que se duerme mi Niño,

Tened los ramos,

El Niño divino,

Que está cansado

De llorar en la tierra

Por su descanso,

Sosegar quiere un poco

Del tierno llanto;

Que se duerme mi Niño,

Tened los ramos,

Rigurosos hielos

Le están cercando;

Ya veis que no tengo

Con qué guardarlo;

Ángeles divinos,

Que vais volando,

Que se duerme mi Niño,

Tened los ramos.

 

 

SÓLO CRISTO ENSEÑA

LA FUERZA DE LAS LAGRIMAS

Deseo de saber, tan propio al hombre,
con años de cuidado y diligencia
me ha tenido por una y otra ciencia
buscando fama y adquiriendo nombre.

¿Mas quién habrá, Señor, que no se asombre
de ver turbar la ciencia en tu presencia
de tantos que por física excelencia
quieren que el mundo los estime y nombre?

¡Qué necio en ciencias vanas me divierto!
Que, si los ojos a tu cruz levanto,
eres el arte más seguro y cierto.

¿Pero cómo, clavado, enseñas tanto?
Debe de ser que siempre estás abierto,
¡oh Cristo, oh ciencia eterna, oh libro santo!

Lope de Vega

Con ánimo de hablarle en confianza
de su piedad entré en el templo un día
donde Cristo en la cruz resplandecía
con el perdón que quien le mira alcanza.

Y aunque la fe, el amor y la esperanza
a la lengua pusieron osadía,
acordeme que fue por culpa mía,
y quisiera de mí tomar venganza.

Ya me volvía sin decirle nada,
y como vi la llaga del costado,
parose el alma en lágrimas bañadas;

hablé, lloré y entré por aquel lado,
porque no tiene Dios puerta cerrada
al corazón contrito y humillado
.

Lope de Vega

 

EL BUEN PASTOR

EL CASTIGO DE QUIEN AMA

 

Pastor, que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño;
tú, que hiciste cayado de ese leño
en que tiendes los brazos poderosos;

vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguir empeño
tus dulces silbos y tus pies hermosos.

Oye, Pastor, pues por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres;

espera, pues, y escucha mis cuidados;
pero ¿cómo te digo que me esperes,
si estás, para esperar, los pies clavados?

Lope de Vega

Cuando voy a tu cruz para valerme,
allí siento que puedes condenarme,
pues donde mueres tú para obligarme,
para vivir intento socorrerme.

Pero también te obliga a no perderme,
que por ella quisiste remediarme,
que no es el tribunal de castigarme
el altar donde vengo a defenderme.

Justo temor solicitar me esfuerza
tus manos de tus clavos desasidas,
pues hay piedad que tu sentencia fuerza.

Si allí castigas culpas cometidas,
herir podrás, pero con menos fuerza,
para no lastimarte las heridas.

Lope de Vega

 

 

A LA MUERTE DE JESÚS

CLAVADME CON VOS

 

Muere la vida, y vivo yo sin vida,
ofendiendo la vida de mi muerte,
sangre divina de las venas vierte,
y mi diamante su dureza olvida.

Está la Majestad de Dios tendida
en una dura cruz, y yo de suerte
que soy de sus dolores el más fuerte
y de su cuerpo la mayor herida.

¡Oh duro corazón de mármol frío!
¿Tiene tu Dios abierto el lado izquierdo
y no te vuelves un copioso río?

Morir por él será divino acuerdo,
mas eres tú mi vida, Cristo mío,
y como no la tengo, no la pierdo.

Lope de Vega

¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado,
y cuántas con vergüenza he respondido!,
desnudo como Adán, aunque vestido
de las hojas del árbol del pecado!

Seguí mil veces vuestro pie sagrado,
fácil de asir en una cruz asido,
y atrás volví otras tantas atrevido
al mismo precio en que me habéis comprado.

Besos de paz os di para ofenderos;
pero si fugitivos de su dueño
hierran, cuando los hallan, los esclavos,
hoy que vuelvo con lágrimas a veros,
clavadme vos a vos en vuestro leño
y tendréisme seguro con tres clavos.

Lope de Vega