¿Pero cómo, clavado, enseñas tanto?

Nueve kilómetros separan Belén de Jerusalén, además de treinta y tres años de la historia de Cristo. Entre una y otra ciudad se desarrollan los hechos mas importantes de la vida del Hijo de Dios. En una ciudad, Belén, tiene lugar el nacimiento del Señor; en la otra ciudad, Jerusalén, acontece la muerte del Mesías.

En las afueras de Belén nace el Salvador en una noche de alegría y de esperanza. Nace desamparado, desnudo. María lo arropa como puede. La cuna de madera que le acoge, según la tradición, está en Roma, en la basílica de Santa María la Mayor. Una estrella rutilante anuncia el feliz acontecimiento. Los ángeles, periodistas con alas, dan la grata noticia a los pastores, que acuden a adorarlo. Son los primeros súbditos que hacen presencia ante el Rey de Reyes. Llegan hasta sus pies unos Magos de Oriente que, como ofrenda, le dejan oro, incienso y mirra.

En Jerusalén, treinta y tres años cabales después, una escena trágica, sobrecogedora. Clavado en una cruz está la Vida. En vez de Magos, los miembros del Sanedrín que le condenaron a muerte; en lugar de los pastores, la plebe que le increpa y le insulta. Para estar más desnudo, como vino al mundo, echan a suerte y reparten sus vestidos. Muere como un delincuente quien fue saludado por voces angélicas cuando nació como el Salvador; muere como Rey de los Judíos, según reza un cartel clavado en la cruz. Y la mirra, el oro y el incienso se convierten en áloe y otros bálsamos para amortajarlo.

María, como en Belén, a su lado; pronto tendrá al Hijo en su regazo, como en Belén.

Cuando muere se abren los cielos, como cuando vino al mundo: Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres… Pero ahora se abren de pesar; y el sol se oscurece, las estrellas aparecen en el cielo a las tres de la tarde de un día deicida, se conmueve el firmamento, hay sacudidas telúricas, las rocas se hienden y las tumbas se abrieron…

Decid, ángeles hermosos:
¿Éste es el mismo que vimos
nacer de amor abrasado,
aunque temblando de frio?,

se pregunta Lope de Vega estupefacto por el contraste que va de Belén a Jerusalén.

Así tenía que ser, y así se cumplieron las Escrituras. Nace y muere desamparado y desnudo. Villancicos en Belén, saetas en Jerusalén. Lope de Vega sigue, en sus poemas, paso a paso, el drama de la Pasión y vuelca en sus versos todo su amor a Cristo, su fe y su lírica; vierte su alma de poeta y no se sabe bien si sus versos deslumbrantes son simplemente versos, o una oración.

A.J. González Muñiz

SÓLO CRISTO ENSEÑA

LA FUERZA DE LAS LAGRIMAS

Deseo de saber, tan propio al hombre,
con años de cuidado y diligencia
me ha tenido por una y otra ciencia
buscando fama y adquiriendo nombre.

¿Mas quién habrá, Señor, que no se asombre
de ver turbar la ciencia en tu presencia
de tantos que por física excelencia
quieren que el mundo los estime y nombre?

¡Qué necio en ciencias vanas me divierto!
Que, si los ojos a tu cruz levanto,
eres el arte más seguro y cierto.

¿Pero cómo, clavado, enseñas tanto?
Debe de ser que siempre estás abierto,
¡oh Cristo, oh ciencia eterna, oh libro santo!

Lope de Vega

Con ánimo de hablarle en confianza
de su piedad entré en el templo un día
donde Cristo en la cruz resplandecía
con el perdón que quien le mira alcanza.

Y aunque la fe, el amor y la esperanza
a la lengua pusieron osadía,
acordeme que fue por culpa mía,
y quisiera de mí tomar venganza.

Ya me volvía sin decirle nada,
y como vi la llaga del costado,
parose el alma en lágrimas bañadas;

hablé, lloré y entré por aquel lado,
porque no tiene Dios puerta cerrada
al corazón contrito y humillado
.

Lope de Vega

 

EL BUEN PASTOR

EL CASTIGO DE QUIEN AMA

Pastor, que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño;
tú, que hiciste cayado de ese leño
en que tiendes los brazos poderosos;

vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguir empeño
tus dulces silbos y tus pies hermosos
.

Oye, Pastor, pues por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres;

espera, pues, y escucha mis cuidados;
pero ¿cómo te digo que me esperes,
si estás, para esperar, los pies clavados?

Lope de Vega

Cuando voy a tu cruz para valerme,
allí siento que puedes condenarme,
pues donde mueres tú para obligarme,
para vivir intento socorrerme.

Pero también te obliga a no perderme,
que por ella quisiste remediarme,
que no es el tribunal de castigarme
el altar donde vengo a defenderme.

Justo temor solicitar me esfuerza
tus manos de tus clavos desasidas,
pues hay piedad que tu sentencia fuerza.

Si allí castigas culpas cometidas,
herir podrás, pero con menos fuerza,
para no lastimarte las heridas.

Lope de Vega

 

A LA MUERTE DE JESÚS

CLAVADME CON VOS

Muere la vida, y vivo yo sin vida,
ofendiendo la vida de mi muerte,
sangre divina de las venas vierte,
y mi diamante su dureza olvida.

Está la Majestad de Dios tendida
en una dura cruz, y yo de suerte
que soy de sus dolores el más fuerte
y de su cuerpo la mayor herida.

¡Oh duro corazón de mármol frío!
¿Tiene tu Dios abierto el lado izquierdo
y no te vuelves un copioso río?

Morir por él será divino acuerdo,
mas eres tú mi vida, Cristo mío,
y como no la tengo, no la pierdo.

Lope de Vega

¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado,
y cuántas con vergüenza he respondido!,
desnudo como Adán, aunque vestido
de las hojas del árbol del pecado!

Seguí mil veces vuestro pie sagrado,
fácil de asir en una cruz asido,
y atrás volví otras tantas atrevido
al mismo precio en que me habéis comprado.

Besos de paz os di para ofenderos;
pero si fugitivos de su dueño
hierran, cuando los hallan, los esclavos,
hoy que vuelvo con lágrimas a veros,
clavadme vos a vos en vuestro leño
y tendréisme seguro con tres clavos.

Lope de Vega

Por cortesía de
ALFA Y OMEGA
Nº 254 - 5 de Abril de 2001
http://www.archimadrid.es/alfayomega.htm