Necesidad y urgencia del inventario y catalogación de los bienes culturales de la Iglesia

 

 

3. El inventario:
un primer nivel de conocimiento

 

El inventario constituye el primer paso en la actividad de conocimiento, de salvaguardia y de valoración del patrimonio histórico-artístico de una comunidad eclesial. De suyo, esta operación impide, por una parte, la dispersión de este patrimonio, ya que facilita un soporte material a través del cual se conserva su memoria, y, por otra, deja constancia de los desarrollos posteriores, las transformaciones, las desapariciones y las adquisiciones. Por tanto, el inventario favorece el encuentro de la comunidad eclesial con su propio patrimonio cultural, convirtiéndose en un estímulo para conocerlo, conservarlo, gozar de él y enriquecerlo. Tutela, conservación, manutención, valoración e incremento del patrimonio histórico-artístico son aspectos íntimamente relacionados con el inventario, en cuanto que lo presuponen.

3.1. El valor del patrimonio histórico-artístico

Para cumplir su misión pastoral, la Iglesia se esfuerza por mantener el patrimonio histórico-artístico en su función originaria, en indisoluble conexión con la proclamación de la fe y con el servicio de la promoción integral del hombre. Se subraya de este modo la dimensión específica del bien cultural de carácter religioso, anterior a los mismos usos a los que será ordenado. Es preciso conservar el tesoro del arte heredado por la Iglesia porque «es como la vestidura exterior y la horma material de la vida sobrenatural de la Iglesia»31.

Sobre la base de su valor pastoral, el patrimonio histórico-artístico está ordenado a la animación del pueblo de Dios. Esto favorece la educación en la fe y el crecimiento del sentido de pertenencia de los fieles a la propia comunidad. En muchos casos es la expresión de los deseos, del ingenio, de los sacrificios y, sobre todo, de la piedad de personas de todas las condiciones sociales, que se reconocen en la fe. El tesoro artístico de inspiración cristiana da dignidad al territorio y constituye una herencia espiritual para las futuras generaciones. Es reconocido como medio primario de inculturación de la fe en el mundo contemporáneo, ya que la vía de la belleza abre a la dimensión profunda del espíritu y la vía del arte de inspiración cristiana instruye tanto a los creyentes como a los no creyentes. Sobre todo en el ámbito de la celebración de los divinos misterios, los bienes culturales contribuyen a abrir las mentes a Dios y a hacer resplandecer por dignidad, decoro y belleza, los signos y los símbolos de las realidades espirituales32.

Por su significado social, el patrimonio histórico-artístico representa un instrumento particular de agregación. Es una fuente de civilización, ya que activa procesos de transformación en el ambiente a medida humana, mantiene en cada una de las generaciones la memoria del propio pasado y ofrece la posibilidad de transmitir las propias obras a las posteriores. En el patrimonio histórico-artístico la sociedad contemporánea reconoce la imagen concreta e inequívoca de su propia identidad histórica y social. La disolución de la unidad cultural en tantas sociedades del mundo moderno, a causa de la fragmentación ideológica y étnica, puede ser contrarrestada eficazmente mediante el reencuentro con su pasado, con las raíces comunes, los acontecimientos históricos y la memoria cultural de la que es expresión el patrimonio histórico-artístico. Por tanto, el inventario favorece la percepción del significado social del bien cultural, incentivando la urgencia de una tutela y de una fruición «global».

3.2. El contexto del patrimonio histórico-artístico

Dado que los bienes culturales de la Iglesia adquieren importancia principalmente en su totalidad y no sólo en su individualidad y materialidad, la atención hacia el contexto eclesial es de fundamental importancia. Los bienes culturales de la Iglesia, en todas sus expresiones, son un testimonio específico de la «Tradición», o de la acción con la que la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, lleva el Evangelio a las «gentes». Se les llama «bienes» en tanto en cuanto están ordenados a la promoción humana y a la evangelización.

A través de estos bienes se despliega la acción pastoral de la Iglesia, dando continuidad y perspectiva a la vida eclesial. Son cultural y espiritualmente significativos en el ámbito de la comunidad cristiana que los ha producido y en la oferta a la fruición de aquellos que entran en contacto con ellos. Así pues, no se pueden considerar aislados del conjunto al que pertenecen y deben subordinarse a la misión de la Iglesia. Por este motivo, la labor de inventario debe identificar su contexto, de modo que se pueda aclarar el tipo de relación y la inspiración espiritual de la que son un signo visible.

La importancia del contexto para los bienes culturales eclesiásticos conlleva la necesidad de conservarlos, dentro de lo posible, en el lugar y en la sede originaria. No obstante, la primaria exigencia de la salvaguardia y motivos de seguridad pueden sugerir el traslado de las obras de su contexto original. En este sentido, la difusión de los museos eclesiásticos de carácter territorial, apreciable desde muchos puntos de vista, debe considerarse con atención, teniendo siempre presente la exigencia de mantener, dentro de lo posible, la originaria unidad entre el bien, el lugar de pertenencia y la comunidad de los fieles. Esta relación vital difícilmente se puede mantener llevando a los museos los testimonios cristianos presentes en un determinado territorio. Con este fin, el «museo de sitio»33, la conservación del material en desuso en el ámbito original y los centros regionales de elaboración de datos constituyen soluciones que moderan las múltiples y, a veces, discrepantes exigencias contextuales y conservativas.

El necesario reconocimiento contextual facilita la reconstrucción del ambiente histórico y social, la recomposición de las estratificaciones culturales y religiosas y el conocimiento de los materiales y de las técnicas de ejecución. Este proceso de reconocimiento hace converger todo lo que puede facilitar una comprensión esmerada y dinámica de las obras históricas y artísticas. A este propósito, la difusión de los sistemas de inventario informático por un lado facilitan a los usuarios el conocimiento del bien, pero por otro podrían disminuir la peculiaridad de la fruición in loco. La exigencia de permitir el acceso a los bienes como expresiones de la cultura del territorio puede ser satisfecha con la valoración del objeto en el lugar, la organización de exposiciones y la elaboración de visualizaciones informáticas.

3.3. El reconocimiento de los objetos

Las consideraciones precedentes ponen de relieve la importancia de un inventario que sea instrumento de salvaguardia de la obra en su individualidad, en su ambiente eclesial, en su contexto territorial y en su vitalidad espiritual. Por tanto, la obra de reconocimiento a través del inventario exige una cuidadosa planificación de las intervenciones, la cual debería incluir el entendimiento entre las diversas instituciones eclesiales y civiles interesadas, ya que en muchos casos el ingente patrimonio histórico-artístico de la Iglesia se ha convertido también en patrimonio precioso de cada nación. Este entendimiento debe estar destinado al uso racional de los recursos, a la integración de los sistemas de inventario, a la protección jurídica de los datos y a la regulación del acceso al mismo.

Las orientaciones comunes que resulten pueden mejorar la gestión del patrimonio histórico-artístico y dirigir adecuadamente las intervenciones de los organismos eclesiásticos y civiles a los que corresponde institucionalmente esta tarea. En la elaboración de estas orientaciones se han de tener presentes las exigencias sociales y pastorales. Respetando las finalidades cultural y religiosa, pueden programarse múltiples actividades inherentes a la salvaguardia y al pleno disfrute de los bienes de carácter histórico-artístico, en el respeto de las diversas funciones que los distinguen.

En situaciones particulares, allí donde los organismos estatales no puedan poner en marcha programas destinados a favorecer el conocimiento del patrimonio cultural, la Iglesia, según su tradición, debería convertirse en su promotora. Puede llegar a ser punto de referencia para dar vida a iniciativas que, a partir del inventario, puedan documentar las conexiones entre la cultura material y la religiosa, como una expresión viva de la espiritualidad que caracteriza a los diversos pueblos.

Cuando exista colaboración entre las autoridades eclesiásticas y las civiles en la elaboración de los inventarios territoriales, se facilitará la circulación integrada de las informaciones relativas al patrimonio histórico-artístico de la Iglesia. Las informaciones recogidas de manera unívoca y organizadas en archivos, sobre todo si son informáticos, podrán constituir un «banco de datos» útil para diversas finalidades, pudiendo ser consultado en un único centro o en diversas sedes debidamente conectadas y gestionadas.

La difusión de las informaciones en el ámbito mundial representa un reto para nuestro tiempo. En el actual contexto de globalización, la tecnología puede facilitar los instrumentos para afrontar con éxito este reto. Por todo ello, es importante definir protocolos de entendimiento que comprometan a los organismos eclesiásticos y civiles (en los diversos niveles: regional, nacional, internacional) en la colaboración, la programación, la realización de proyectos conjuntos, reconociendo plenamenti las diversas finalidades y competencias34. La globalización no se puede reducir a un hecho económico, que podría marginar, posteriormente, a los más pobres. Por el contrario, debe suscitar una nueva civilización, en la cual sea posible acceder más fácilmente, de manera controlada, a las informaciones para aprovechar la memoria histórica de toda la humanidad.

3.4. El peligro de dispersión

Como ya se ha documentado en el punto 1, la Iglesia, a lo largo de su historia bimilenaria, no sólo se ha preocupado de promover la creación de bienes culturales destinados a su misión, sino también a promover su salvaguardia, emanando sobre todo disposiciones que previnieran comportamientos ¡lícitos e indebidas alienaciones. En este sentido los administradores pro tempore de tales bienes, siendo los guardianes y no los propietarios de ese patrimonio, que está destinado a la comunidad de los fieles, desde tiempo inmemorial han sido obligados a llevar a cabo la redacción y actualización de los inventarios en conformidad con las normas universales de la Iglesia y con las disposiciones de las Iglesias particulares o de las diversas instituciones eclesiásticas.

Sin embargo, sigue cerniéndose sobre el patrimonio de los bienes culturales de la Iglesia el peligro de dispersión, ya sea en los países evangelizados desde hace mucho tiempo, como en los evangelizados más recientemente. En los primeros, a causa de la reestructuración de diversas instituciones y de los frecuentes cambios de destino en el uso, se producen alienaciones y transferencias de obras de interés histórico y artístico. En los otros no siempre existen las condiciones para una eficaz actividad de salvaguardia, dada la precariedad de tantas situaciones y la habitual pobreza de recursos. Para actuar contra el peligro de dispersión, el inventario «cuidadoso y detallado» es de fundamental importancia, ya que, a la vez que permite un reconocimiento analítico del patrimonio histórico-artístico, promueve la adquisición de una «cultura de la memoria».

En nuestra época, en particular, el patrimonio cultural eclesiástico corre diversos peligros: la disgregación de las tradicionales comunidades urbanas y rurales, el desequilibrio ambiental y la contaminación atmosférica, las alienaciones impulsivas y, a veces, dolosas, la presión del mercado de objetos antiguos y los robos sistemáticos, los conflictos bélicos y las recurrentes expropiaciones, la mayor facilidad de los traslados como consecuencia de la apertura de las fronteras entre muchos países y la escasez de medios y de personas encargadas de la tutela, y la falta de integración de los sistemas jurídicos.

En esta situación, la actividad del inventario es un medio adecuado de disuasión, un signo de civilización y un instrumento de tutela. Nos pone en guardia ante comportamientos ilícitos mediante un documento oficial que se puede hacer valer, tanto en sede privada como pública, por parte de instituciones eclesiásticas o civiles, locales, nacionales o internacionales. El inventario y, sobre todo, el catálogo son instrumentos de fundamental importancia para la recuperación, por parte de las fuerzas policiales, de las obras robadas, dispersas o transferidas ilícitamente. En efecto, sin un soporte documental, acompañado de la fotografía, es dificil, por no decir imposible, demostrar la procedencia de la obra en cuestión, con el fin de restituirla a los legítimos propietarios.

En ámbito eclesiástico el inventario es una competencia de cada Iglesia particular, valiéndose de las eventuales orientaciones de la Conferencia episcopal y haciendo referencia a las directrices de la Santa Sede.

Además, el inventario exige de la colectividad el respeto de los bienes comunes (tanto del pasado como del presente), educando en el sentido de pertenencia. En este contexto, también los medios de comunicación social y las instituciones educativas pueden promover un nuevo acercamiento, tanto de los responsables como de la colectividad, hacia los bienes culturales.

3.5. La organización del inventario

El inventario se puede organizar en papel, en soporte informático o en ambos. Dado que la informática está forjando los actuales sistemas culturales, es aconsejable utilizar, donde sea posible, también las modernas tecnologías con el fin de realizar una elaboración de las fichas más dúctil, mucho más aprovechable y fácilmente integrable.

En la organización del inventario es de suma importancia la reglamentación del acceso a las informaciones, ya que no todos los datos se deben poner a disposición de cualquier persona, por obvios motivos de seguridad del patrimonio histórico-artístico. Por esta razón, se impone la distinción entre el inventario completo (en papel o informático) y el eventual inventario introducido en redes informáticas. Además, incluso los datos de la red deben ser consultables de manera diversificada y gradual, utilizando diversos códigos de acceso.

Para estructurar las fichas de inventario es oportuno servirse de las metodologías en uso, tanto en el ámbito nacional como en el internacional. En el trabajo se puede comenzar con una organización elemental que permita rellenar una ficha esencial, para pasar a otra más elaborada, que nos lleve a recoger y articular un mayor número de datos. Por esto, es necesario que la organización del trabajo de inventario permita posteriores desarrollos e integraciones.

El inventario debe conservarse en un lugar idóneo y seguro. Se puede pensar en la realización de una unidad central y otras periféricas, según las exigencias generales y locales.

Para la elaboración de las fichas es necesario servirse, dentro de lo posible, de personal adecuadamente preparado. Los responsables deben saber comprender la finalidad del inventario, el proceso organizativo y la reglamentación del acceso. Es necesario que cada operador sea capaz de realizar las fichas (en papel o informatizadas), recogiendo los datos e introduciéndolos en las mismas. Por tanto, en la organización del inventario de una Iglesia particular pueden buscar el asesoramiento profesional externo, con el fin de obtener las directrices esenciales según las cuales se debe desarrollar concretamente el trabajo.

4. La catalogación: un nivel más profundo de conocimiento

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  1. Circular de la Secretaría de Estado de Su Santidad a los Ordinarios de Italia, 1 de septiembre de 1924, n. 34215, en: FALLANI, Tutela e conservazione, p. 192. 

  2. Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, constitución Sacrosanctum Concilium, 122, en: SACROSANCTUM OECUMENICUM CONCILIUM VATICANUM II, Constitutiones, Decreta, Declarationes, p. 56. 

  3. Con el término «museo de sitio» se quiere indicar el conjunto coordinado de los bienes en el territorio, de modo que cada monumento y los objetos, permaneciendo en la sede original, constituyen un único circuito de museos. 

  4. A este respecto cf. algunos documentos emanados por organismos internacionales europeos activos en la tutela y promoción del patrimonio cultural, como por ejemplo el Consejo de Europa, al que se han unido muchas naciones: la Convención europea sobre la protección del patrimonio arquitectónico (Granada, España, 1985); la Convención europea sobre la protección del patrimonio arqueológico (La Valletta, Malta 1992).