Construyendo sobre roca firme
Autor: P. Thomas Williams

 

Capítulo 4

Los valores en acción: tomando decisiones



Las elecciones forman el tejido de la vida humana. Desde la aurora hasta el ocaso, nuestra vida discurre en una cadena ininterrumpida de decisiones, una tras otra. Cuando te levantas por la mañana y te pones unos calcetines grises, en lugar de tus calcetas blancas de deporte, estás tomando una decisión. Cuando te vas a la cama por la noche, puedes elegir entre leer unos minutos, o ver la televisión o, después de rezar un poco, partir directamente hacia el «otro mundo». A lo largo del día tomamos continuamente decisiones sobre qué hacer, cómo hacerlo y por cuánto tiempo.

Hay dos formas de enfocar esta serie de decisiones, así como hay dos formas de enfocar la vida: podemos imaginar que es una sucesión de experiencias inconexas, o podemos contemplar la vida como un conjunto lleno de significado, como una historia o un viaje. Para el primer enfoque, la vida se parece a uno de esos canales de televisión que transmiten una serie ininterrumpida de videos musicales. Este enfoque invita a saborear el néctar de la vida, a paladearlo y beberlo sin dejar una gota; su consigna es: ¡vivir el momento! La vida, en su conjunto, no tiene significado. Nuestras decisiones son totalmente independientes unas de otras y carecen de consecuencias. Lo importante es vivir «según los propios sentimientos».

El segundo enfoque, en cambio, considera la vida como un viaje en el que cada uno es capitán de su propio barco. Tus elecciones son maniobras que realizas con el timón, y tienen un efecto real en tu trayecto. Otro modo de considerar la vida desde esta perspectiva es asemejarla a una novela histórica en la que cada uno es co-autor y personaje principal. El drama de tu vida es una aventura cuyo argumento, fascinante e intrincado, se va desenvolviendo ante los tus ojos a medida que lo vives. Tu pasado, tu presente y tu futuro forman parte de un todo continuo, ininterrumpido y lleno de significado.

Nuestras decisiones reflejan nuestros valores; así también, nuestros valores son como el telón de fondo de nuestras decisiones. Esto quiere decir que nuestros valores constituyen una fuerza orientadora que está detrás de nuestras decisiones. Si aprecias el valor del orden, lo reflejarás con tu decisión de doblar bien la ropa, ordenar las cosas del escritorio antes de empezar a trabajar, etc. Las elecciones y los valores son compañeros inseparables. Nuestras decisiones son la manifestación concreta de nuestros valores.

¿Qué hay de por medio en una elección?

No todas las decisiones producen el mismo impacto en nuestra vida. Algunas, como el matrimonio, marcan un comienzo, un cambio importante en nuestro estilo de vida. Otras, como elegir la corbata por la mañana, repercuten poco en nuestra vida. Sin embargo, todas las elecciones, grandes y pequeñas, constan de algunos elementos que podemos resumir en cinco puntos: 1) libertad de elección, 2) múltiples posibilidades, 3) deliberación, 4) renuncia, y 5) acto de elegir. Cada ingrediente es necesario y, cuando falta alguno, no hay elección.


Libertad de elección

La elección se basa en una premisa básica: la libertad. Sencillamente, donde no hay libertad no puede haber elección. Si bien hay quien niega el libre albedrío, es decir, que tengamos una voluntad realmente libre, nuestra experiencia personal y el sentido común nos confirman su existencia. Tú y yo somos libres de actuar como queramos.

La libertad de elección depende de la conciencia, de la reflexión y de la fuerza de voluntad. Una elección no es una respuesta ciega a un estímulo, parecida al instinto de un animal. Es, más bien, la capacidad de tomar una decisión después de haber reflexionado sobre distintas posibilidades.

Incluso la pasividad es una forma de elección: la abstención del ejercicio de nuestra libertad. Equivale a consentir que otras personas o que los acontecimientos decidan por nosotros. La pasividad equivale a abordar un tren cualquiera sin importarnos su destino; o flotar en medio de un río dejando que la corriente nos lleve adonde quiera. La pasividad, en definitiva, es abdicar voluntariamente el derecho y el deber de protagonizar nuestro propio destino. Es un modo de abusar de nuestra libertad.

Así pues, nos vemos obligados a elegir. La vida se entreteje a base de decisiones constantes, una detrás de otra, y debido a nuestra naturaleza de seres libres no podemos esquivar el tener que elegir. La pasividad dice: «No quiero elegir». Pero en realidad, aun cuando decidamos no elegir, estamos realizando una elección. Si todos los días Guillermo pregunta a Susana si se quiere casar con él, y cada día ella responde: «No lo sé, pregúntamelo mañana», al final de su vida, Susana se habrá quedado soltera, habiendo elegido, de hecho, esta opción.

Las elecciones no están desconectadas entre sí. Dado que la vida discurre en una trama, tus decisiones más importantes repercuten profundamente sobre las elecciones cotidianas menos significativas que sueles afrontar. En efecto, esas elecciones menores a menudo provienen directamente de tus decisiones básicas, como ramas que brotan de un tronco, o calles que se originan de una misma avenida. Cada elección es una bifurcación en el camino.

Si manejas por carretera y decides tomar cierta autopista, las nuevas alternativas que se te presenten estarán determinadas por esta elección. Nunca hallarías las siguientes salidas si no hubieras tomado esa autopista. Del mismo modo, hay muchas posibilidades que ni siquiera consideras, porque no elegiste la ruta que conduce a ellas.

En el poema El camino no tomado, Robert Frost representa estupendamente esta imagen y expone la importancia y la trascendencia de las decisiones de la vida:

Dos caminos se bifurcan en un bosque dorado,
y no poder elegir los dos es mi lamento,
pues soy un único viajero;
y me detengo largo tiempo...


Nuestras elecciones presentes determinan nuestras opciones futuras. Una vez emprendido un determinado sendero, daremos sólo con las encrucijadas que se hallan en ese camino.

Piensa en el cuento de Peter Pan. El inmortal enemigo del Capitán Hook se enamora de la pequeña Wendy, que era una persona normal. Se le ofrece la oportunidad de elegir entre seguir siendo como es, sin ella, o volverse una persona normal con ella. Esta fue la encrucijada de su camino. Como Chesterton expresó con tanta perspicacia: «Ni siquiera en el mundo de las hadas podrás recorrer dos caminos a la vez». Solamente se puede escoger una opción.

Si bien tus elecciones presentes repercuten en las futuras, no por eso dañan o disminuyen tu libertad. Por ejemplo, si permaneces fiel a tus deberes y mantienes tu palabra, no se debe a que tu libertad está condicionada por la decisión que tomaste, sino que ratificas y confirmas libremente hoy lo que ayer elegiste.

Múltiples posibilidades

Un día, a las dos o tres de la tarde, el estómago te avisa que ya es hora de comer. Vas al refrigerador, pero lo encuentras vacío. Abres la despensa y encuentras tan sólo una lata de sopa de cebolla, que no hay más que calentar... En este caso sólo existe una opción: la sopa de cebolla (claro que morir de hambre también podría ser una opción, pero no la vamos a considerar). Sólo podemos elegir cuando se presenta, al menos, una alternativa.

Si envías tu solicitud de ingreso a dieciséis universidades y sólo te aceptan en una, no necesitas decidir, pues no tienes alternativa.

Ahora bien, para que se dé una elección no basta con que haya por lo menos otra opción, sino que debes darte cuenta de que existe esa alternativa. En el ejemplo anterior, de nada te serviría descubrir a la mañana siguiente una alacena repleta justamente al lado de la despensa donde encontraste la lata de sopa. Estaba allí, pero no lo sabías; así es que, por lo que ve a tu elección, es como si nunca hubiera existido. Si tu hermanito menor hubiera abierto las cartas de aceptación que te enviaron las dieciséis universidades, te habría perjudicado mucho, pues no hubieras podido elegir lo que no conocías.

Deliberación

El aspecto intelectual de una elección se llama deliberación. Consiste en ponderar atentamente las posibilidades según sus aspectos positivos y negativos. «Este coche tiene una línea más elegante y viene con aire acondicionado. Este otro, en cambio, es más barato y gasta menos gasolina...». Deben observarse muchos factores antes de adoptar una decisión.

No todas las elecciones requieren el mismo esfuerzo de deliberación. A menudo aplicamos ese piloto automático, tan especial y conveniente, que se llama «hábito». Hay varios tipos de nudos que podrían servir para atarse los zapatos, pero es raro que nos apartemos del tradicional nudo de florecitas que aprendimos cuando niños. Lo hacemos en un instante, sin pensarlo. ¡Imagínate si tuvieras que estar ponderando cada movimiento de los dedos cuanto te atas los zapatos!

Anudarse los cordones es sólo un ejemplo. Quien está aprendiendo a jugar golf tiene la cabeza llena de mil consejos cuando se acerca a la pelota colocada en el césped: las piernas separadas, la cabeza hacia abajo, tirar de los hombros, balancear el peso, girar sobre uno mismo, soltar las muñecas... -con tantos consejos en la cabeza tendrá mucha suerte si acierta a darle a la pelota-. Pero después de horas de práctica, la mayoría de estos consejos resultan superfluos. Jugar golf se vuelve algo natural.

Somos seres rutinarios, y quizá esto nos libre de volvernos locos. Si tuviésemos que pensar en todos los pequeñas pasos que realizamos cuando conducimos, hablamos, caminamos, comemos y nos vestimos, nos quedaríamos mentalmente secos a media mañana.

La formación de los hábitos libera la mente y le permite realizar elecciones más importantes. En vez de pensar con qué dedo formar el lazo del nudo del zapato, podrás reflexionar en un nuevo contrato o en la presentación que harás por la tarde. En lugar de concentrarte en mantener recto tu brazo izquierdo, calcularás exactamente en qué parte del green deseas que caiga la pelota. En lugar de poner conscientemente un pie delante del otro, pensarás más bien a dónde quieres ir.

Renuncia

El cuarto elemento de cada elección es la renuncia. Quizá te sorprenda, porque no estamos acostumbrados a enfocar la elección como la negación de algo, sino, por el contrario, como libertad de hacer algo. Pero ésta no es más que una cara de la moneda. La palabra decisión deriva del latín de-cidere, que quiere decir "separar cortando". Seleccionar una parte implica siempre dejar el resto.

¿Recuerdas cuando tu mamá te llevaba de niño a la heladería? Te preguntaba: «¿Qué sabor quieres?», y tras unos momentos de angustiosa indecisión, probablemente mencionabas, al mismo tiempo, dos o tres: «¡Chocolate, ...y vainilla, ...y fresa!». ¿Por qué te costaba tanto decidir? ¿Por qué en ciertos momentos las elecciones resultan tan difíciles? Porque al optar por el de chocolate, eliminabas el de pistache, el napolitano, el de coco, y las demás posibilidades que tanto prometían a tu paladar. Debido a nuestra capacidad limitada, cada elección supone una renuncia. Nos gustaría elegirlo todo... ¡todos los helados parecen tan sabrosos!

Del mismo modo, sólo tenemos una vida para vivirla y nuestras elecciones adquieren un peso especial debido a esa limitación. Tendremos que realizar nuestras elecciones con realismo y reflexión, considerando lo que implican. Si tuviésemos a disposición muchas vidas podríamos ensayar cualquier cosa. Al fin y al cabo tendríamos por delante nuevas posibilidades. Pero, como ya hemos dicho, sólo tenemos un cartucho en la vida, y más vale que lo aprovechemos bien a la primera.

El acto de elegir

Pero los cuatro elementos mencionados hasta ahora no son suficientes. Nos llevan solamente al borde de la decisión. El escenario está listo, cada cosa está en su lugar, pero falta un ingrediente indispensable: la elección en sí, el acto de elegir. Podría parecer evidente, pero aquí es donde está la esencia de la elección, cuando lo que podría ser se transforma en lo que es. Los otros cuatro componentes constituyen sólo las condiciones necesarias para que la elección sea posible.

Hay dos tipos de elección: elecciones intelectuales y elecciones vitales. No es lo mismo decidir una cosa que realizarla. Una cosa es el plan y otra es la ejecución, aunque ambas sean formas de elección. Como Shakespeare nos recuerda: «Si hacer fuera tan fácil como saber qué sería bueno hacer, las capillas serían catedrales, y las chozas de los pobres, palacios de príncipes». En otras palabras, la elección no es solamente un acto de la inteligencia, sino también un acto de la voluntad.

Basta ver a un niño de seis años en la piscina: decide que ha llegado el momento de tirarse del trampolín de tres metros, como hacen los chicos más grandes. Sube la escalerilla del trampolín tomando bocanadas de aire llenas de resolución; se acerca lentamente hasta la punta, echa un vistazo hacia abajo y le parece que el agua ¡está tan lejos...! que termina por bajar por la escalerilla con igual resolución. Otro ejemplo bien conocido es el de las dietas. Muchos se imponen un régimen estricto; calculan escrupulosamente el número de calorías de cada alimento y confeccionan un menú que compite en frugalidad con el de un asceta... pero sucumben miserablemente ante el primer ofrecimiento de chocolates envinados o de un trozo de pastel de queso con fresas. Nuestras decisiones manifiestan mejor su radicalidad en las situaciones difíciles.

En la actualidad se ha difundido el temor a elegir, la actitud del «no-comprometerse». Muchos carecen de la madurez básica necesaria para comprometerse en un proyecto, en un ideal, o con una persona, en especial cuando el compromiso es para toda la vida. ¿De dónde proviene esa actitud? De la visión del compromiso, es decir, del ejercicio de la libertad, como una limitación de la libertad personal: «En cuanto me comprometo, quedo obligado; elimino las demás posibilidades y me ato a las consecuencias de mi elección».

Cada elección es total, en el sentido de que el pasado es irrevocable: nunca podré volver atrás y repetir lo que hice o no hice. Con todo, encuentro mi felicidad y mi realización personal precisamente aquí: en ejercer responsablemente mi libertad, y no en llenar un gran depósito de libertad potencial que nunca usaré.

Un hombre rico que no gasta nunca su dinero por miedo a quedarse pobre, termina por vivir como un mendigo (que era precisamente lo que quería evitar). La mentalidad de no-comprometerse encierra una paradoja similar. La persona que teme comprometer su vida en una causa noble, en un ideal, con una persona, vive en realidad como quien no tiene libertad; por temor al compromiso, termina por perder su libertad.

En cada elección, especialmente en las más fundamentales, se acepta siempre un cierto riesgo. ¿Cómo te sentirás dentro de cinco años? ¿Cómo sabes que esto y aquello no cambiará? ¿Cómo puedes estar seguro de haber encontrado tu vocación? Este riesgo no hace más que ennoblecer y embellecer una promesa, pues supone un compromiso maduro y personal, que no depende de las circunstancias actuales o futuras. La fidelidad irá aquilatándose con el paso del tiempo, más aún si viene con dificultades.

Las cuatro grandes

Después de repasar los elementos de toda elección, podemos ahora considerar los tipos de decisiones que existen. Se pueden clasificar según su grado de «trascendencia». Trascender significa ir más allá del momento. Las elecciones trascendentes son las que afectan más profundamente nuestras vidas y las de los demás. Algunas influyen poco; otras lo hacen de modo radical y condicionan nuestras decisiones futuras.

El histórico día en que Julio César decidió cruzar el río Rubicón, tomó otras muchas decisiones que pronto fueron olvidadas. Cada día realizamos numerosas elecciones: algunas insignificantes y algunas que estremecen todos los rincones de nuestra existencia.

La trascendencia de una elección depende de su profundidad y permanencia. La profundidad se refiere al grado de implicación de una persona en su elección. La elección de mudarme a otro estado del país me afectará mucho más, sin duda, que la de pedir unas enchiladas suizas en lugar de unos huevos rancheros en un restaurante. En el primer caso mi vida y mi persona se verán más comprometidos.

La permanencia es el factor temporal de nuestras decisiones. Una elección cuyos efectos se pueden percibir por un tiempo prolongado es trascendente; otras, en cambio, son como estrellas fugaces, pues rápido se desvanecen. Tatuarse es una decisión más trascendente que maquillarse: el tatuaje quedará por muchos años; para eliminar el maquillaje bastará lavarse.

A decir verdad, muy pocas decisiones en la vida sacuden profundamente nuestra existencia. Vivimos la mayor parte de nuestros días sobre las consecuencias de las elecciones que hemos hecho. Además, no siempre reconocemos la trascendencia de nuestras decisiones al momento de tomarlas.

En cierto sentido, la decisión de la señora Jordan de regalar a su hijo Michael -el jugador estrella de los Bulls de Chicago- una pelota de baloncesto, en lugar de un charango o una subscripción al semanario sobre aves Bird Watchers´ Weekly, fue un momento histórico. El día en que Johann y María Beethoven decidieron inscribir a su hijo Ludwig en clases de piano, en lugar de enviarlo a aprender natación o estudiar arquitectura, fue un gran momento, tanto para Beethoven como para la música. A veces las consecuencias de nuestras decisiones emergen sólo con el tiempo.

Mientras que algunas decisiones adquieren un notable significado gracias al desarrollo de los acontecimientos, otras son importantes por su misma naturaleza. Éstas requieren mayor reflexión y ponderación. Valdrá la pena detenernos a considerar un momento las cuatro decisiones más importantes que la gente suele afrontar en su vida.


La elección de una carrera.

Muchas personas afrontan esta decisión. Ciertamente, entre las cuatro que vamos a examinar, ésta es la de menor trascendencia, y varía de individuo a individuo. Para algunos la carrera no es más que la forma más conveniente de poner pan sobre la mesa cada día y de mantener lleno el tanque de la gasolina. Un número cada vez mayor de personas cambia de profesión varias veces durante su vida, según las oportunidades que se vayan presentando.

Para otros, en especial para aquellos que han pasado años estudiando y preparándose, la decisión adquiere mayor significado. Un doctor, por ejemplo, invierte muchos años en prepararse. El motivo de dicha elección depende, a menudo, del deseo de realizar algo en la vida y contribuir de ese modo al bien de la sociedad.


Elegir una vocación

Otra decisión importante consiste en elegir una vocación. En este caso no nos estamos refiriendo al curso introductorio que se suele ofrecer a los aprendices en algunos trabajos, ni tampoco al curso de orientación para ingresar en una universidad. Por eso la vocación no forma parte del mismo apartado dedicado a la carrera, pues tiene sus características propias. Una vocación (del latín vocare, llamar) es una llamada, un sendero particular de servicio a Dios y a nuestro prójimo. La vocación marca el estilo de vida que Dios ha señalado para cada persona, la misión para la cual Él creó a cada uno. Los cristianos distinguen, tradicionalmente, tres tipos de vocación: 1) matrimonio, 2) celibato, 3) vida consagrada (dedicada exclusivamente a Dios), que incluye el sacerdocio, la vida religiosa y la consagración seglar.

Desafortunadamente, el término vocación ha sufrido muchas distorsiones en los últimos treinta años, y en la actualidad muchos jóvenes no piensan ni siquiera en preguntarse qué les pide Dios en sus vidas. Sin embargo, no puede minusvalorarse un tema tan serio. Si Dios me creó, Él sabe para qué me creó. Es verdad que me creó para que fuera feliz, pero, ¿quién conoce mejor lo que me hará feliz a la larga? ¿Él o yo? No es difícil perder de vista la verdad más elemental de nuestra vida: de dónde vengo, a dónde voy y cómo puedo llegar ahí.

Para un joven resulta importante considerar esta pregunta con objetividad y generosidad, ayudándose de la oración. ¿Me está llamando Dios a ser sacerdote, religioso, cónyuge o laico consagrado? No debería darse esto por supuesto con demasiada facilidad. Con frecuencia se responde a esta pregunta: «Sólo quiero ser normal, y hacer lo que la mayor parte de la gente hace». Pero quien piensa así olvida que no estamos hechos «en serie», como los automóviles o las computadoras. Dios me creó personalmente, me ama personalmente y espera que yo, personalmente, cumpla una misión. No me dio la vida sólo para que fuese «normal», o «uno del montón».


Elegir cónyuge

La mayor parte de las personas, al llegar a la madurez juvenil, afrontan la delicada elección de su pareja. No debe subestimarse la profundidad, la hermosura y la importancia de este paso en la vida, especialmente en una era en la que esta institución humana fundamental sufre violencia y distorsión.

Desconcierta la superficialidad con que muchas personas se acercan al matrimonio, si se tiene en cuenta la seriedad con que afrontan otras decisiones menos importantes. Piensa, por ejemplo, en la elección de un coche. Hay quienes pasan meses buscando marcas y modelos diferentes, consultando a expertos o propietarios de coches. Antes de cerrar el trato quieren estar seguros del consumo de gasolina, de las garantías, del sistema eléctrico, de la durabilidad de los neumáticos: todo ha de funcionar a la perfección. Un coche es una inversión y tiene que compensar el gasto.

La elección del cónyuge sobrepasa infinitamente cualquier compra. Se trata de encontrar un compañero para toda la vida, alguien con quien compartir las alegrías y tristezas, un amigo del todo especial. Los esposos se embarcan en una de las aventuras más grandes que ofrece la vida: formar una familia, célula de la sociedad.

Desafortunadamente, muchos se dejan guiar por criterios periféricos para decidir con quién casarse, reflejo de la concepción tan superficial que tienen del matrimonio. Pasan por alto las cuestiones más profundas y prestan más atención a aspectos frívolos y secundarios. El elemento más importante de compatibilidad entre un hombre y una mujer no está en que les guste jugar juntos a los naipes, o en que tengan alguna otra afición o pasatiempo en común; ni siquiera en el mutuo atractivo.

Aunque estos aspectos también tienen su lugar, el ingrediente primordial debe ser el coincidir en su visión de la vida, de la fe, de los ideales y objetivos para su futuro hogar. Cuando hay unidad en lo que es fundamental y esencial, podrán solucionarse con el diálogo otros aspectos menos importantes en los que no concuerdan. Pero si los ideales, las creencias y las aspiraciones no coinciden, no será de extrañar que surjan graves dificultades cuando la luna de miel ceda el paso a la realidad de vivir juntos.

La elección de vivir como cristianos

La cuarta elección vital que deben afrontar los creyentes es la decisión de ser o no ser cristianos. Hay que advertir que no se trata simplemente de llevar el título de «cristianos», como quien tiene un certificado colgado en la pared; ni siquiera de llevar el sello del bautismo en el alma (que es la puerta de entrada para formar parte de la Iglesia y el punto de partida de la vida cristiana): una carrera olímpica es mucho más que el disparo de salida. Se requiere un proceso, un ponerse en camino.

Decidirte a ser cristiano significa optar por seguir a Jesucristo, aceptar la salvación que Él te ofrece y comprometerte a vivir según sus enseñanzas. La fe y las obras se combinan para formar la esencia de la vida cristiana. Nuestra elección proviene de la convicción de que Jesucristo es el Hijo de Dios, que vino a la tierra, vivió y murió para salvarnos, y resucitó de entre los muertos como prueba de su victoria sobre la muerte. Pero también implica un determinado estilo de vida. El cristianismo no consiste sólo en una creencia intelectual separada de la vida práctica. Más bien, se presenta como un camino de vida según el ejemplo y las enseñanzas de Aquél que le dio nombre: Jesucristo.

Si pudiésemos preguntar a Cristo cuáles son las decisiones más importantes en la vida, ¿qué nos diría?

Para Cristo la opción más fundamental se reduce, en definitiva, a escoger entre la vida y la muerte. Como mencionamos en el primer capítulo, las palabras de Cristo son simples y claras: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su alma?» (Mt. 16, 26). Esta es la opción más importante que nos ofrece la vida: la senda que conduce a la vida eterna o el camino que lleva a la muerte eterna. No resulta fácil aceptar la disyuntiva, por su tono tan drástico. Pero son palabras de Cristo mismo. Las opciones que vamos realizando -grandes y pequeñas- forman parte de esa elección única y radical entre la vida y la muerte.

Cristo nos advierte que en el día del juicio final se trazará una clara línea para separar dos grupos de hombres: los que vivieron para los demás y los que vivieron para sí mismos. Hace la comparación con un pastor que separa las ovejas de los cabritos. Dice a los que están a su derecha (las ovejas): «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme» (Mt. 25, 34-36). Ellos responden diciendo que nunca lo vieron en tales condiciones, pero Él les contesta: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt. 25, 40). El cristianismo toca el corazón de nuestra vida y repercute en todas nuestras decisiones. El cristiano es de verdad un hombre nuevo.

Desde luego, cuando uno decide vivir como cristiano no pone fin a la contienda. No basta una resolución de «una vez para siempre» para que todo quede resuelto. Esta decisión no nos libera automáticamente de las tentaciones o de las dificultades; más bien, nos ofrece una nueva orientación fundamental.

Opción fundamental

De todas las elecciones que hacemos hay una que fija los horizontes y el marco de toda nuestra vida. Todas las demás decisiones las tomamos en referencia a esta opción fundamental. Implícita o explícitamente, damos a nuestra vida una dirección básica, un significado completo.

La vida del hombre es una unidad. Un hilo conductor recorre en toda su extensión nuestras decisiones y acciones. Para cada persona existe un principio, una orientación profunda en la vida, un ideal vital que la persona aspira a realizar, y al que se subordinan todos los demás valores o proyectos. La opción fundamental de vida no es un acto particular que precede a otros. Es una actitud subyacente y una orientación primaria que está presente tácitamente en todas nuestras decisiones.

Utilizo intencionalmente la palabra opción, en lugar de elección, porque su significado es más amplio y profundo que el de una elección. No busca un objeto particular sino que abarca toda nuestra existencia. Esta opción determina el significado que cada uno confiere a su vida y la orientación que imprime a sus acciones.

Decir que es fundamental subraya el hecho de que afecta el núcleo y los cimientos más profundos de la existencia humana, la relación de una persona consigo misma y con Dios. Expresa el dilema entre dos posibilidades opuestas que, según santo Tomás de Aquino, se resumen en una elección a favor o en contra de Dios. Es la base de toda elección futura.

El hombre ha sido creado para alcanzar un fin último, y no sólo algunos «bienes» particulares. En cada acto nos realizamos, hacemos de nosotros la persona que somos. Elegimos nuestro fin eligiendo los medios. Si alguien dice: «Quiero esto y esto», pero sus acciones no se dirigen a ese fin, podemos deducir que en realidad no lo quiere o, por lo menos, que hay otra cosa que quiere más.

Nuestras elecciones configuran y desvelan nuestra identidad. Cada elección nos hace y, al mismo tiempo, muestra el tipo de personas que de verdad somos, manifiesta nuestra opción fundamental. Babe Ruth fue un gran jugador de béisbol que bateó muchos home-runs. O, mejor dicho, cada vez que lograba conectar un home-run, estaba haciendo de sí mismo un gran jugador de béisbol. Nunca lo clasificaríamos entre los grandes del béisbol si jamás hubiera hecho un hit. Del mismo modo, nuestras pequeñas decisiones son una expresión de la orientación de nuestra vida y, al mismo tiempo, determinan esa orientación.

Si optas por decir una mentira habrás optado no sólo por ese acto aislado, sino que también habrás optado por ser un mentiroso. No existen personas honestas que cometan actos deshonestos. Como dijo Cristo: «¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Así que por sus frutos los reconoceréis» (Mt. 7, 16-20). Nuestras acciones manifiestan lo que somos. Nuestro estilo de vida -la suma total de nuestras acciones- es la expresión exterior más clara de nuestra opción fundamental de vida.

Raramente se dan trasformaciones radicales de 180 grados en la vida. Por lo general cambiamos poco a poco, de forma imperceptible. Judas Iscariote no nació traidor, ni Teresa de Jesús nació santa. Una persona generosa puede volverse menos generosa gradual y sutilmente. Un individuo egoísta puede mejorar si elige actuar cada vez con más generosidad y bondad en las incontables oportunidades que le ofrece la vida. En cada acto libre nuestra opción fundamental puede ser ratificada, modificada o, incluso, invertida.

Decisiones firmes

Hemos hablado de las decisiones, de sus componentes y de las decisiones importantes que afrontamos en la vida. Pero aún resta el aspecto más práctico: ¿Cómo puedo tomar buenas decisiones? ¿Cómo puedo alcanzar el nivel de madurez en el que podré ser libre de verdad, capaz de comprometerme sin temor y de mantener mis compromisos con serenidad y alegría? Vamos a considerar cinco principios básicos que nos pueden ayudar como guía para tomar decisiones maduras y prudentes.

1. Saber qué es lo que se quiere. Si todavía no estás seguro de lo que quieres en la vida, si no has alcanzado aún la etapa en que puedes decir: «Éste es el verdadero significado de la vida», con dificultad podrás tomar otras decisiones. No podrás saber si una decisión concreta te lleva más cerca o más lejos de tu meta si no has establecido primero cuál es esa meta. Hay que empezar por lo primero. Para tomar decisiones hace falta tener unos principios. Ya lo decía Chesterton: «La clave para solucionar cualquier problema es tener un principio, así como la clave para poder leer una cifra es tener un punto. Cuando un hombre conoce sus propios principios, entonces puede actuar».

Hay muchos que dan por sentados sus principios y se sumergen en mil actividades sin pensar en su significado. Corren el peligro de desperdiciar los mejores años de la vida apoyando sus esfuerzos en ilusiones, emociones e impresiones, en lugar de fundarlos en valores y objetivos duraderos. Vale la pena invertir el tiempo y las energías que sean necesarios en descubrir el significado de la vida. Es lo más importante que hemos de averiguar.

2. Fundamentar las decisiones en lo perdurable, y no en las impresiones o sentimientos del momento. El doctor Spencer Johnson, en su best-seller «"Sí" o "No": guía para mejorar las decisiones» ofrece este simple secreto para acertar en las decisiones: «Para descubrir lo verdaderamente necesario me pregunto: ¿Qué me gustaría haber hecho?» Se suele decir que las cosas se ven mejor en retrospectiva, una vez que ya ocurrieron. Cuando miramos hacia atrás, percibimos con mayor facilidad si hemos tomado una buena decisión o no. Podemos, entonces, aplicar el siguiente experimento a nuestra opción fundamental: proyectarnos en el futuro hasta el final de nuestra vida y desde allí, desde ese lugar estratégico, volver la mirada para contemplar nuestro paso por la tierra con mayor claridad y objetividad. ¿Qué nos muestra esta visión «retrospectiva»?

Muchas cosas, que en su momento parecían importantes, asumirán un valor relativo -o incluso insignificante- a la luz de la eternidad. Otros aspectos, que hoy pueden parecernos poco interesantes, se transformarán en elementos esenciales y de la máxima importancia para nuestra vida. Los bienes materiales, la fama, los logros personales y el poder sobre los demás se convertirán, sin duda, en poca cosa. Los gestos de bondad, de generosidad y de amor brillarán de improviso con un resplandor nuevo. Al final de nuestra breve estancia en la tierra, cuando nos encontremos ante el umbral de nuestro paso a la eternidad, ¿qué nos gustaría haber hecho? Nuestra mayor consolación será «haber vivido una vida bien vivida».

3. Reflexionar antes de elegir. La deliberación debe ser proporcional a la trascendencia de la decisión. Algunos se lanzan de forma impulsiva y toman compromisos que más tarde querrán rechazar. Otros se dejan llevar por sus sentimientos en lugar de razonar. Y hay también algunos indecisos a quienes les cuesta mucho tomar incluso una pequeña decisión. No temamos elegir, comprometernos con un ideal o con un modo de vivir. Nunca tendremos una certeza completa. Tenemos que aprender a ser prudentes en la decisión, pero enérgicos y diligentes en la ejecución.

Esta reflexión a menudo supone consultar a otros. Conviene, sobre todo, preguntar a personas prudentes, cuyas vidas sean testimonio de la solidez de sus propios principios y decisiones. Quien cuenta con un amigo que puede ayudarle a discernir el sendero justo en medio de la duda y de la indecisión posee un auténtico tesoro.

4. Renovar cada día las «decisiones clave». Nunca permitas que tus decisiones vitales se vuelvan una rutina ni las des por descontado. Estas decisiones tocan lo más profundo de tu alma y comprometen toda tu persona. A veces atropellamos con excesiva superficialidad nuestras convicciones más profundas; otras veces las dejamos oxidar por el «desuso». Deberíamos, en cambio, renovarlas cada día, ratificarlas con plena libertad, devolverles su primera lozanía, especialmente cuando la fidelidad a ellas nos exija mayores sacrificios.

Renueva tu ideal. Manténlo siempre presente y no lo pierdas nunca de vista. Renueva el amor a tu vocación, ese único sendero y estado de vida que Dios eligió para ti con un amor infinito y personal. Renueva tu amor a Dios, tu amor a la persona de Jesucristo. Y manifiesta este amor comprometiéndote a seguirlo «en las buenas y en las malas», en una obediencia plena y fiel a su voluntad, a su Iglesia, a sus mandamientos, y de modo particular al mandamiento del amor.

Estas opciones son el verdadero cimiento de tu vida, las que dan sentido y significado a tu trabajo, a tus esfuerzos, a tus sudores y lágrimas.

«Renovar» no significa «cuestionar» los compromisos que has adquirido, o «replantear» tus decisiones una y otra vez. Renovar es hacer nueva una cosa, revitalizarla, darle frescura e ilusión. Renovar es lo contrario de caer en la rutina, ese cáncer del alma que reseca la vida, dejándola marchita y seca, como una flor sin perfume ni belleza. Renovar es la vitalidad del comenzar de nuevo.

5.Mantener la mirada fija en la meta. Quien compite en una carrera no se limita a correr mucho y rápido, o a mantener un paso constante para no agotarse; sino que se dirige hacia un destino muy preciso. Si corres mucho y rápido, pero en la dirección equivocada, o haciendo un rodeo por donde no debías, no sólo no ganarás, sino que ni siquiera lograrás mantenerte dentro de la competencia. Para tomar buenas decisiones, primero hay que saber a dónde se quiere ir y qué es lo que se está buscando.

Aunque sea perogrullada, hay que decirlo: si no sabemos a dónde vamos, es seguro que no llegaremos a ninguna parte. Cuando uno sale de viaje con toda la familia, normalmente no llena el coche de equipaje, acomoda a sus hijos y a su esposa, y sale a toda velocidad por la carretera... sin haber antes decidido a dónde va y cómo piensa llegar. Es cierto que a veces salimos sólo a dar un paseo, sin ningún destino preciso en la cabeza. Pero todas las carreteras llevan a alguna parte. Eventualmente llegaremos a un lugar, y posiblemente no sea del tipo que nos gustaría visitar. Un modo más inteligente de actuar es fijar primero un destino y después salir a tomar el camino que lleve hasta ahí.

Saber a dónde voy es, ciertamente, resolver más de la mitad del problema. Sin embargo, esto no tiene ningún valor si no lo utilizo para llegar efectivamente a ese lugar. Saber cómo llegar implica utilizar los medios apropiados para conseguir el objetivo. Hay muchas autopistas muy placenteras en el mundo, pero sólo una determinada combinación me llevará a donde quiero ir. La costera de Manzanillo a Puerto Vallarta, en México, es muy hermosa, pero de poco me servirá si tengo que volver de Manzanillo a Guadalajara.

Con estos principios en mente, podemos ahora enfocar los valores que más nos afectan como personas. De todas las decisiones que tomamos en la vida, las decisiones morales o éticas son las que tienen una mayor importancia. Ellas se rigen por nuestros valores más profundos y determinan el tipo de personas que seremos. A ellas les dedicaremos el siguiente capítulo.

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 Siguiente capitulo: El valor moral