ENCÍCLICA
DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
«SOLLICITUDO REI SOCIALIS»
AL CUMPLIRSE EL VIGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA
POPULORUM PROGRESSIO


Venerables Hermanos,
amadísimos Hijos e Hijas:
salud y Bendición Apostólica

I
INTRODUCCIÓN

1. LA PREOCUPACIÓN SOCIAL de la Iglesia, orientada al desarrollo auténtico del hombre y de la sociedad, que respete y promueva en toda su dimensión la persona humana, se ha expresado siempre de modo muy diverso. Uno de los medios destacados de intervención ha sido, en los últimos tiempos, el Magisterio de los Romanos Pontífices, que, a partir de la Encíclica Rerum Novarum de León XIII como punto de referencia,[1] ha tratado frecuentemente la cuestión, haciendo coincidir a veces las fechas de publicación de los diversos documentos sociales con los aniversarios de aquel primer documento.[2] Los Sumos Pontífices no han dejado de iluminar con tales intervenciones aspectos también nuevos de la doctrina social de la Iglesia. Por consiguiente, a partir de la aportación valiosísima de León XIII, enriquecida por las sucesivas aportaciones del Magisterio, se ha formado ya un «corpus» doctrinal renovado, que se va articulando a medida que la Iglesia, en la plenitud de la Palabra revelada por Jesucristo [3] y mediante la asistencia del Espíritu Santo (cf. Jn 14, 16.26; 16, 13-15), lee los hechos según se desenvuelven en el curso de la historia. Intenta guiar de este modo a los hombres para que ellos mismos den una respuesta, con la ayuda también de la razón y de las ciencias humanas, a su vocación de constructores responsables de la sociedad terrena.

2. En este notable cuerpo de enseñanza social se encuadra y distingue la Encíclica Populorum Progressio,[4] que mi venerado Predecesor Pablo VI publicó el 26 de marzo de 1967.

La constante actualidad de esta Encíclica se reconoce fácilmente, si se tiene en cuenta las conmemoraciones que han tenido lugar a lo largo de este año, de distinto modo y en muchos ambientes del mundo eclesiástico y civil. Con esta misma finalidad la Pontificia Comisión Iustitia et Pax envió el año pasado una carta circular a los Sínodos de las Iglesias católicas Orientales así como a las Conferencias Episcopales, pidiendo opiniones y propuestas sobre el mejor modo de celebrar el aniversario de esta Encíclica, enriquecer asimismo sus enseñanzas y eventualmente actualizarlas. La misma Comisión promovió, a la conclusión del vigésimo aniversario, una solemne conmemoración a la cual yo mismo creí oportuno tomar parte con una alocución final.[5] Y ahora, tomado en consideración también el contenido de las respuestas dadas a la mencionada carta circular, creo conveniente, al término de 1987, dedicar una Encíclica al tema de la Populorum Progressio.

3. Con esto me propongo alcanzar principalmente dos objetivos de no poca importancia: por un lado, rendir homenaje a este histórico documento de Pablo VI y a la importancia de su enseñanza; por el otro, manteniéndome en la línea trazada por mis venerados Predecesores en la Cátedra de Pedro, afirmar una vez más la continuidad de la doctrina social junto con su constante renovación. En efecto, continuidad y renovación son una prueba de la perenne validez de la enseñanza de la Iglesia.

Esta doble connotación es característica de su enseñanza en el ámbito social. Por un lado, es constante porque se mantiene idéntica en su inspiración de fondo, en sus «principios de reflexión», en sus fundamentales «directrices de acción» [6] y, sobre todo, en su unión vital con el Evangelio del Señor. Por el otro, es a la vez siempre nueva, dado que está sometida a las necesarias y oportunas adaptaciones sugeridas por la variación de las condiciones históricas así como por el constante flujo de los acontecimientos en que se mueve la vida de los hombres y de las sociedades.

4. Convencido de que las enseñanzas de la Encíclica Populorum Progressio, dirigidas a los hombres y a la sociedad de la década de los sesenta, conservan toda su fuerza de llamado a la conciencia, ahora, en la recta final de los ochenta, en un esfuerzo por trazar las líneas maestras del mundo actual, --siempre bajo la óptica del motivo inspirador, «el desarrollo de los pueblos», bien lejos todavía de haberse alcanzado-- me propongo prolongar su eco, uniéndolo con las posibles aplicaciones al actual momento histórico, tan dramático como el de hace veinte años.

El tiempo --lo sabemos bien-- tiene siempre la misma cadencia; hoy, sin embargo, se tiene la impresión de que está sometido a un movimiento de continua aceleración, en razón sobre todo de la multiplicación y complejidad de los fenómenos que nos tocan vivir. En consecuencia, la configuración del mundo, en el curso de los últimos veinte años, aún manteniendo algunas constantes fundamentales, ha sufrido notables cambios y presenta aspectos totalmente nuevos.

Este período de tiempo, caracterizado a la vigilia del tercer milenio cristiano por una extendida espera, como si se tratara de un nuevo «adviento»,[7] que en cierto modo concierne a todos los hombres, ofrece la ocasión de profundizar la enseñanza de la Encíclica, para ver juntos también sus perspectivas.

La presente reflexión tiene la finalidad de subrayar, mediante la ayuda de la investigación teológica sobre las realidades contemporáneas, la necesidad de una concepción más rica y diferenciada del desarrollo, según las propuestas de la Encíclica, y de indicar asimismo algunas formas de actuación.


II
NOVEDAD DE LA ENCÍCLICA POPULORUM PROGRESSIO

5. Ya en su aparición, el documento del Papa Pablo VI llamó la atención de la opinión pública por su novedad. Se tuvo la posibilidad de verificar concretamente, con gran claridad, dichas características de continuidad y de renovación, dentro de la doctrina social de la Iglesia. Por tanto, el tentativo de volver a descubrir numerosos aspectos de esta enseñanza, a través de una lectura atenta de la Encíclica, constituirá el hilo conductor de la presente reflexión.

Pero antes deseo detenerme sobre la fecha de publicación: el año 1967. El hecho mismo de que el Papa Pablo VI tomó la decisión de publicar su Encíclica social aquel año, nos lleva a considerar el documento en relación al Concilio Ecuménico Vaticano II, que se había clausurado el 8 de diciembre de 1965.

6. En este hecho debemos ver más de una simple cercanía cronológica. La encíclica Populorum Progressio se presenta, en cierto modo, como un documento de aplicación de las enseñanzas del Concilio. Y esto no sólo porque la Encíclica haga continuas referencias a los texto conciliares,[8] sino porque nace de la preocupación de la Iglesia, que inspiró todo el trabajo conciliar --de modo particular la Constitución pastoral Gaudium et spes-- en la labor de coordinar y desarrollar algunos temas de su enseñanza social.

Por consiguiente, se puede afirmar que la Encíclica Populorum Progressio es como la respuesta a la llamada del Concilio, con la que comienza la Constitución Gaudium et spes: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón».9 Estas palabras expresan el motivo fundamental que inspiró el gran documento del Concilio, el cual parte de la constatación de la situación de miseria y de subdesarrollo, en las que viven tantos millones de seres humanos.

Esta miseria y el subdesarrollo son, bajo otro nombre, «las tristezas y las angustias» de hoy, sobre todo de los pobres; ante este vasto panorama de dolor y sufrimiento, el Concilio quiere indicar horizontes de «gozo y esperanza». Al mismo objetivo apunta la Encíclica de Pablo VI, plenamente fiel a la inspiración conciliar.

7. Pero también en el orden temático, la Encíclica, siguiendo la gran tradición de la enseñanza social de la Iglesia, propone directamente, la nueva exposición y la rica síntesis, que el Concilio ha elaborado de modo particular en la Constitución Gaudium et spes. Respecto al contenido y a los temas, nuevamente propuestos por la Encíclica, cabe subrayar: la conciencia del deber que tiene la Iglesia, «experta en humanidad», de « escrutar los signos de los tiempos y de interpretarlos a la luz del Evangelio»; [10] la conciencia, igualmente profunda de su misión de «servicio», distinta de la función del Estado, aun cuando se preocupa de la suerte de las personas en concreto; [11] la referencia a las diferencias clamorosas en la situación de estas mismas personas; [12] la confirmación de la enseñanza conciliar, eco fiel de la secular tradición de la Iglesia, respecto al «destino universal de los bienes»; [13] el aprecio por la cultura y la civilización técnica que contribuyen a la liberación del hombre,[14] sin dejar de reconocer sus límites; [15] y finalmente, sobre el tema del desarrollo, propio de la Encíclica, la insistencia sobre el «deber gravísimo», que atañe a las naciones más desarrolladas.[16] El mismo concepto de desarrollo, propuesto por la Encíclica, surge directamente de la impostación que la Constitución pastoral da a este problema.[17]

Estas y otras referencias explícitas a la Constitución pastoral llevan a la conclusión de que la Encíclica se presenta como una aplicación de la enseñanza conciliar en materia social respecto al problema específico del desarrollo así como del subdesarrollo de los pueblos.

8. El breve análisis efectuado nos ayuda a valorar mejor la novedad de la Encíclica, que se puede articular en tres puntos. El primero está constituido por el hecho mismo de un documento emanado por la máxima autoridad de la Iglesia católica y destinado a la vez a la misma Iglesia y «a todos los hombres de buena voluntad»,[18] sobre una materia que a primera vista es sólo económica y social: el desarrollo de los pueblos. Aquí el vocablo « desarrollo» proviene del vocabulario de las ciencias sociales y económicas. Bajo este aspecto, la Encíclica Populorum Progressio se coloca inmediatamente en la línea de la Rerum Novarum, que trata de la «situación de los obreros».[19] Vistas superficialmente, ambas cuestiones podrían parecer extrañas a la legítima preocupación de la Iglesia considerada como institución religiosa. Más aún el «desarrollo» que la «condición obrera».

En sintonía con la Encíclica de León XIII, al documento de Pablo VI hay que reconocer el mérito de haber señalado el carácter ético y cultural de la problemática relativa al desarrollo y, asimismo a la legitimidad y necesidad de la intervención de la Iglesia en este campo.

Con esto, la doctrina social cristiana ha reivindicado una vez más su carácter de aplicación de la Palabra de Dios a la vida de los hombres y de la sociedad así como a las realidades terrenas, que con ellas se enlazan, ofreciendo «principios de reflexión», « criterios de juicio» y «directrices de acción».[20] Pues bien, en el documento de Pablo VI se encuentran estos tres elementos con una orientación eminentemente práctica, o sea, orientada a la conducta moral. Por eso, cuando la Iglesia se ocupa del «desarrollo de los pueblos» no puede ser acusada de sobrepasar su campo específico de competencia y, mucho menos, el mandato recibido del Señor.

9. El segundo punto es la novedad de la Populorum Progressio, como se manifiesta por la amplitud de horizonte, abierto a lo que comúnmente se conoce bajo el nombre de « cuestión social». En realidad, la Encíclica Mater et Magistra del Papa Juan XXIII había entrado ya en este horizonte más amplio [21] y el Concilio, en la Constitución Pastoral Gaudium et spes, se había hecho eco de ello.[22] Sin embargo el magisterio social de la Iglesia no había llegado a afirmar todavía con toda claridad que la cuestión social ha adquirido una dimensión mundial,[23] ni había llegado a hacer de esta afirmación y de su análisis una «directriz de acción», como hace el Papa Pablo VI en su Encíclica.

Semejante toma de posición tan explícita ofrece una gran riqueza de contenidos, que es oportuno indicar.

Ante todo, es menester eliminar un posible equívoco. El reconocimiento de que la « cuestión social» haya tomado una dimensión mundial, no significa de hecho que haya disminuido su fuerza de incidencia o que haya perdido su importancia en el ámbito nacional o local. Significa, por el contrario, que la problemática en los lugares de trabajo o en el movimiento obrero y sindical de un determinado país no debe considerarse como algo aislado, sin conexión, sino que depende de modo creciente del influjo de factores existentes por encima de los confines regionales o de las fronteras nacionales.

Por desgracia, bajo el aspecto económico, los países en vías de desarrollo son muchos más que los desarrollados; las multitudes humanas que carecen de los bienes y de los servicios ofrecidos por el desarrollo, son bastante más numerosas de las que disfrutan de ellos.

Nos encontramos, por tanto, frente a un grave problema de distribución desigual de los medios de subsistencia, destinados originariamente a todos los hombres, y también de los beneficios de ellos derivantes. Y esto sucede no por responsabilidad de las poblaciones indigentes, ni mucho menos por una especie de fatalidad dependiente de las condiciones naturales o del conjunto de las circunstancias.

La Encíclica de Pablo VI, al declarar que la cuestión social ha adquirido una dimensión mundial, se propone ante todo señalar un hecho moral, que tiene su fundamento en el análisis objetivo de la realidad. Según las palabras mismas de la Encíclica, «cada uno debe tomar conciencia» de este hecho,[24] precisamente porque interpela directamente a la conciencia, que es fuente de las decisiones morales.

En este marco, la novedad de la Encíclica, no consiste tanto en la afirmación, de carácter histórico, sobre la universalidad de la cuestión social cuanto en la valoración moral de esta realidad. Por consiguiente, los responsables de la gestión pública, los ciudadanos de los países ricos, individualmente considerados, especialmente si son cristianos, tienen la obligación moral --según el correspodiente grado de responsabilidad-- de tomar en consideración, en las decisiones personales y de gobierno, esta relación de universalidad, esta interdependencia que subsiste entre su forma de comportarse y la miseria y el subdesarrollo de tantos miles de hombres. Con mayor precisión la Encíclica de Pablo VI traduce la obligación moral como «deber de solidaridad»,[25] y semejante afirmación, aunque muchas cosas han cambiado en el mundo, tiene ahora la misma fuerza y validez de cuando se escribió.

Por otro lado, sin abandonar la línea de esta visión moral, la novedad de la Encíclica consiste también en el planteamiento de fondo, según el cual la concepción misma del desarrollo, si se le considera en la perspectiva de la interdependencia universal, cambia notablemente. El verdadero desarrollo no puede consistir en una mera acumulación de riquezas o en la mayor disponibilidad de los bienes y de los servicios, si esto se obtiene a costa del subdesarrollo de muchos, y sin la debida consideración por la dimensión social, cultural y espiritual del ser humano.[26]

10. Como tercer punto la Encíclica da un considerable aporte de novedad a la doctrina social de la Iglesia en su conjunto y a la misma concepción de desarrollo. Esta novedad se halla en una frase que se lee en el párrafo final del documento, y que puede ser considerada como su fórmula recapituladora, además de su importancia histórica: «el desarrollo es el nombre nuevo de la paz».[27]

De hecho, si la cuestión social ha adquirido dimensión mundial, es porque la exigencia de justicia puede ser satisfecha únicamente en este mismo plano. No atender a dicha exigencia podría favorecer el surgir de una tentación de respuesta violenta por parte de las víctimas de la injusticia, como acontece al origen de muchas guerras. Las poblaciones excluidas de la distribución equitativa de los bienes, destinados en origen a todos, podrían preguntarse: ¿por qué no responder con la violencia a los que, en primer lugar, nos tratan con violencia? Si la situación se considera a la luz de la división del mundo en bloques ideológicos --ya existentes en 1967-- y de las consecuentes repercusiones y dependencias económicas y políticas, el peligro resulta harto significativo.

A esta primera consideración sobre el dramático contenido de la fórmula de la Encíclica se añade otra, al que el mismo documento alude: [28] ¿cómo justificar el hecho de que grandes cantidades de dinero, que podrían y deberían destinarse a incrementar el desarrollo de los pueblos, son, por el contrario utilizados para el enriquecimiento de individuos o grupos, o bien asignadas al aumento de arsenales, tanto en los Países desarrollados como en aquellos en vías de desarrollo, trastocando de este modo las verdaderas prioridades? Esto es aún más grave vistas las dificultades que a menudo obstaculizan el paso directo de los capitales destinados a ayudar a los Países necesitados. Si «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz», la guerra y los preparativos militares son el mayor enemigo del desarrollo integral de los pueblos.

De este modo, a la luz de la expresión del Papa Pablo VI, somos invitados a revisar el concepto de desarrollo, que no coincide ciertamente con el que se limita a satisfacer los deseos materiales mediante el crecimiento de los bienes, sin prestar atención al sufrimiento de tantos y haciendo del egoísmo de las personas y de las naciones la principal razón. Como acertadamente nos recuerda la carta de Santiago: el egoísmo es la fuente de donde tantas guerras y contiendas ... de vuestras voluptuosidades que luchan en vuestros miembros. Codiciáis y no tenéis» (Sant 4, 1 s).

Por el contrario, en un mundo distinto, dominado por la solicitud por el bien común de toda la humanidad, o sea por la preocupación por el «desarrollo espiritual y humano de todos», en lugar de la búsqueda del provecho particular, la paz sería posible como fruto de una «justicia más perfecta entre los hombres».[29]

Esta novedad de la Encíclica tiene además un valor permanente y actual, considerada la mentalidad actual que es tan sensible al íntimo vínculo que existe entre el respeto de la justicia y la instauración de la paz verdadera.


1 León XIII, Carta Encíc. Rerum Novarum (15 de mayo de 1891): Leonis XIII P. M. Acta, XI, Romae 1892, pp. 97-144.

2 Pío XI, Carta Encíc. Quadragesimo Anno, (15 de mayo de 1931): AAS 23 (1931), pp.177-228; Juan XXIII, Carta Encíc. Mater et Magistra (15 de mayo de 1961): AAS 53 (1961), pp. 401-464; Pablo VI, Carta Apost. Octogesima Adveniens (14 de mayo de 1971): AAS 63 (1971), pp. 401-441; Juan Pablo II, Carta Encíc. Laborem exercens (14 de septiembre de 1981): AAS 73 (1981), pp. 577-647. Pío XII había pronunciado también un Mensaje radiofónico (1 de junio de 1941) con ocasión del 50 aniversario de la Encíclica de Leon XIII: ASS 33 (1941), pp. 195-205.

3 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la divina Revelación, Dei Verbum, 4.

4 Pablo VI, Carta Encíc. Populorum Progressio (26 marzo de 1967): AAS 59 (1967), pp. 257-299.

5 Cf. L'Osservatore Romano, 25 de marzo de 1987.

6 Cf. Congr. para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre la libertad cristiana y liberación Libertatis Conscientia (22 de marzo de 1986), 72: AAS 79 (1987), p. 586; Pablo VI, Carta Apost. Octogesima Adveniens (14 de mayo de 1971), 4: AAS 63 (1971), pp. 403 s.

7 Cf. Carta Encíc. Redemptoris Mater (25 de marzo de 1987), 3: AAS 79 (1987), pp. 363 s; Homilía de la Misa de Año Nuevo de 1987: L'Osservatore Romano, 2 de enero de 1987.

8 La Encíclica Populorum Progressio cita 19 veces los documentos del Conciclio Vaticano II, de las que 16 se refieren concretamente a la Const. past. sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes.

9 Gaudium et spes, 1.

10 Ibid., 4; Carta Encíc. Populorum Progressio, 13: l.c., p. 263-264.

11 Cf. Gaudium et spes, 3; Carta Encíc. Populorurn Progressio, 13: l.c., p. 264.

12 Cf. Gaudium et spes, 63; Carta Encíc. Populorum Progressio, 9: l.c., p. 261 s.

13 Cf. Gaudium et spes, 69; Carta Encíc. Populorum Progressio, 22: l.c., p. 269.

14 Cf. Gaudium et spes, 57; Carta Encíc. Populorum Progressio, 41: l.c., p. 277.

15 Cf. Gaudium et spes, 19; Carta Encíc. Populorurn Progressio, 41: l.c., pp. 277 s.

16 Cf. Gaudium et spes, 86; Carta Encíc. Populorum Progressio ,48: l.c., p. 281.

17 Cf. Gaudium et spes, 69; Carta Encíc. Populorum Progressio, 14-21: l.c., pp. 264-268.

18 Cf. el título de la Encíclica Populorum Progressio: l.c., p. 257.

19 La Encíclica Rerum Novarum de León XIII tiene como argumento principal «la condición de los trabajadores »: Leonis XIII P.M. Acta, XI, Romae 1892, p. 97.

20 Cf. Congregación para Doctrina de la la Fe, Instrucción sobre la libertad cristiana y liberación Libertatis Conscientia (22 de marzo de 1986), 72: AAS 79 (1987), p. 586; Pablo VI, Carta Apost. Octogesima Adveniens (de 1971), 4: AAS 63 (1971), pp. 403 s.

21 Cf. Carta Encíc. Mater et Magistra (15 de mayo de 1961): AAS 53 (1961), p. 440.

22 Cf. Gaudium et spes, 63 .

23 Cf. Carta Encíc. Populorum Progressio, 3: l.c., p. 258; cf. también ibid., 9: l.c., p. 261.

24 Cf. ibid., 3: l.c., p. 258.

25 Ibid., 48: l.c., p. 281.

26 Cf. ibid., 14: l.c., p. 264: «El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a el hombre».

27 Ibid., 87: l.c., p. 299.

28 Cf. ibid., 53: l.c., p. 283.

29 Cf. ibid., 76: l.c., p. 295.