REDEMPTORIS MISSIO
CARTA ENCÍCLICA
DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
SOBRE LA MISIÓN DEL REDENTOR



Capítulo VI:

RESPONSABLES Y AGENTES DE LA PASTORAL MISIONERA

61. No se da testimonio sin testigos, como no existe misión sin misioneros. Para que colaboren en su misión y continúen su obra salvífica, Jesús escoge y envía a unas personas como testigos suyos y Apóstoles: «Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Act 1, 8).

Los Doce son los primeros agentes de la misión universal: constituyen un «sujeto colegial» de la misión, al haber sido escogidos por Jesús para estar con él y ser enviados «a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 10, 6). Esta colegialidad no impide que en el grupo se distingan figuras singularmente, como Santiago, Juan y, por encima de todos, Pedro, cuya persona asume tanto relieve que justifica la expresión: «Pedro y los demás Apóstoles» (Act 2, 14. 37). Gracias a él se abren los horizontes de la misión universal en la que posteriormente destacará Pablo, quien por voluntad divina fue llamado y enviado a los gentiles (cf. Gál 1, 15-16).

En la expansión misionera de los orígenes junto a los Apóstoles encontramos a otros agentes menos conocidos que no deben olvidarse: son personas, grupos, comunidades. Un típico ejemplo de Iglesia local es la comunidad de Antioquía que de evangelizada, pasa a ser evangelizadora y envía sus misioneros a los gentiles (cf. Act 13, 2-3). La Iglesia primitiva vive la misión como tarea comunitaria, aun reconociendo en su seno a «enviados especiales» o «misioneros consagrados a los gentiles», como lo son Pablo y Bernabé.

62. Lo que se hizo al principio del cristianismo para la misión universal, también sigue siendo válido y urgente hoy. La Iglesia es misionera por su propia naturaleza ya que el mandato de Cristo no es algo contingente y externo, sino que alcanza al corazón mismo de la Iglesia. Por esto, toda la Iglesia y cada Iglesia es enviada a las gentes. Las mismas Iglesias más jóvenes, precisamente «para que ese celo misionero florezca en los miembros de su patria», deben participar «cuanto antes y de hecho en la misión universal de la Iglesia, enviando también ellas misioneros a predicar por todas las partes del mundo el Evangelio, aunque sufran escasez de clero».117 Muchas ya actúan así, y yo las aliento vivamente a continuar.

En este vínculo esencial de comunión entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares se desarrolla la auténtica y plena condición misionera. «En un mundo que, con la desaparición de las distancias, se hace cada vez más pequeño, las comunidades eclesiales deben relacionarse entre sí, intercambiarse energías y medios, comprometerse aunadamente en la única y común misión de anunciar y de vivir el Evangelio... Las llamadas Iglesias más jóvenes... necesitan la fuerza de las antiguas, mientras que éstas tienen necesidad del testimonio y del empuje de las más jóvenes, de tal modo que cada Iglesia se beneficie de las riquezas de las otras Iglesias».118

Los primeros responsables de la actividad misionera

63. Así como el Señor resucitado confirió al Colegio apostólico encabezado por Pedro el mandato de la misión universal, así esta responsabilidad incumbe al Colegio episcopal encabezado por el Sucesor de Pedro.119 Consciente de esta responsabilidad, en los encuentros con los Obispos siento el deber de compartirla, con miras tanto a la nueva evangelización como a la misión universal. Me he puesto en marcha por los caminos del mundo «para anunciar el Evangelio, para "confirmar a los hermanos" en la, fe, para consolar a la Iglesia, para encontrar al hombre. Son viajes de fe... Son otras tantas ocasiones de catequesis itinerante, de anuncio evangélico para la prolongación, en todas las latitudes, del Evangelio y del Magisterio apostólico dilatado a las actuales esferas planetarias».120

Mis hermanos Obispos son directamente responsables conmigo de la evangelización del mundo, ya sea como miembros del Colegio episcopal, ya sea como pastores de las Iglesias particulares. El Concilio Vaticano II dice al respecto: «El cuidado de anunciar el Evangelio en todo el mundo pertenece al Cuerpo de los Pastores, ya que a todos ellos, en común, dio Cristo el mandato».121 El Concilio afirma también que los Obispos «han sido consagrados no sólo para la salvación de todo el mundo».122 Esta responsabilidad colegial tiene consecuencias prácticas. Asimismo, «el Sínodo de los Obispos, ... entre los asuntos de importancia general, había de considerar especialmente la actividad misionera, deber supremo y santísimo de la Iglesia».123 La misma responsabilidad se refleja, en diversa medida, en las Conferencias Episcopales y en sus organismos a nivel continental, que por ello tienen que ofrecer su propia contribución a la causa misionera. 124

Amplio es también el deber misionero de cada Obispo, como pastor de una Iglesia particular. Compete a él, «como rector y centro de la unidad en el apostolado diocesano, promover; dirigir y coordinar la actividad misionera... Procure, además, que la actividad apostólica no se limite sólo a los convertidos, sino que se destine una parte conveniente de operarios y de recursos a la evangelización de los no cristianos».125

64. Toda Iglesia particular debe abrirse generosamente a las necesidades de las demás.

La colaboración entre las Iglesias, por medio de una reciprocidad real que las prepare a dar y a recibir, es también fuente de enriquecimiento para todas y abarca varios sectores de la vida eclesial. A este respecto, es ejemplar la declaración de los Obispos en Puebla: « Finalmente, ha llegado para América Latina la hora ... de proyectarse más allá de sus propias fronteras, ad gentes. Es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros. Pero debemos dar desde nuestra pobreza» .126

Con este espíritu invito a los Obispos y a las Conferencias Episcopales a poner generosamente en práctica todo lo que ha sido previsto en las Normas directivas, que la Congregación para el Clero emanó para la colaboración entre las Iglesias particulares y, especialmente, para la mejor distribución del clero en el mundo.127

La misión de la Iglesia es más vasta que la «comunión entre las Iglesias»: ésta, además de la ayuda para la nueva evangelización, debe tener sobre todo una orientación con miras a la especifica índole misionera. Hago una llamada a todas las Iglesias, jóvenes y antiguas, para que compartan esta preocupación conmigo, favoreciendo el incremento de las vocaciones misioneras y tratando de superar las diversas dificultades.

Misioneros e Institutos «ad gentes»

65. Entre los agentes de la pastoral misionera, ocupan aún hoy, como en el pasado, un puesto de fundamental importancia aquellas personas e instituciones a las que el Decreto Ad gentes dedica el capítulo del título: «Los misioneros».128 A este respecto, se impone ante todo, una profunda reflexión, para los misioneros mismos, que debido a los cambios de la misión pueden sentirse inclinados a no comprender ya el sentido de su vocación, a no saber ya qué espera precisamente hoy de ellos la Iglesia.

Punto de referencia son estas palabras del Concilio: «Aunque a todo discípulo de Cristo incumbe la tarea de propagar la fe según su condición, Cristo Señor, de entre los discípulos, llama siempre a los que quiere, para que lo acompañen y para enviarlos a predicar a las gentes. Por lo cual, por medio del Espíritu Santo, que distribuye los carismas según quiere para común utilidad, inspira la vocación misionera en el corazón de cada uno y suscita al mismo tiempo en la Iglesia institutos que asuman como misión propia el deber de la evangelización, que pertenece a toda la Iglesia».129

Se trata, pues, de una «vocación especial», que tiene como modelo la de los Apóstoles: se manifiesta en el compromiso total al servicio de la evangelización; se trata de una entrega que abarca a toda la persona y toda la vida del misionero, exigiendo de él una donación sin límites de fuerzas y de tiempo. Quienes están dotados de tal vocación, « enviados por la autoridad legítima, se dirigen por la fe y obediencia a los que están alejados de Cristo, segregados para la obra a que han sido llamados, como ministros del Evangelio ».130 Los misioneros deben meditar siempre sobre la correspondencia que requiere el don recibido por ellos y ponerse al día en lo relativo a su formación doctrinal y apostólica.

66. Los Institutos misioneros, pues, deben emplear todos los recursos necesarios, poniendo a disposición su experiencia y creatividad con fidelidad al carisma originario, para preparar adecuadamente a los candidatos y asegurar el relevo de las energías espirituales, morales y físicas de sus miembros.131 Que éstos se sientan parte activa de la comunidad eclesial y que actúen en comunión con la misma. De hecho, «todos los Institutos religiosos han nacido por la Iglesia y para ella; obligación de los mismos es enriquecerla con sus propias características en conformidad con su espíritu peculiar y su misión específica» y los mismos Obispos son custodios de esta fidelidad al carisma originarlo.132

Los Institutos misioneros generalmente han nacido en las Iglesias de antigua cristiandad e históricamente han sido instrumentos de la Congregación de Propaganda Fide para la difusión de la fe y la fundación de nuevas Iglesias. Ellos acogen hoy de manera creciente candidatos provenientes de las jóvenes Iglesias que han fundado, mientras nuevos Institutos han surgido precisamente en los países que antes recibían solamente misioneros y que hoy los envían. Es de alabar esta doble tendencia que demuestra la validez y la actualidad de la vocación misionera específica de estos Institutos, que todavía «continúan siendo muy necesarios»,133 no sólo para la actividad misionera ad gentes, como es su tradición, sino también para la animación misionera tanto en las Iglesias de antigua cristiandad, como en las más jóvenes.

La vocación especial de los misioneros ad vitam conserva toda su validez: representa el paradigma del compromiso misionero de la Iglesia, que siempre necesita donaciones radicales y totales, impulsos nuevos y valientes Que los misioneros y misioneras, que han con sagrado toda la vida para dar testimonio del Resucitado entre las gentes, no se dejen atemorizar por dudas, incomprensiones, rechazos, persecuciones. Aviven la gracia de su carisma especifico y emprendan de nuevo con valentía su camino, prefiriendo --con espíritu de fe obediencia y comunión con los propios Pastores-- los lugares más humildes y difíciles.

Sacerdotes diocesanos para la misión universal

67. Colaboradores del Obispo, los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, están llamados a compartir la solicitud por la misión: «El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación "hasta los confines de la tierra", pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles».134 Por esto, la misma formación de los candidatos al sacerdocio debe tender a darles «un espíritu genuinamente católico que les habitúe a mirar más allá de los limites de la propia diócesis, nación, rito y lanzarse en ayuda de las necesidades de toda la Iglesia con ánimo dispuesto para predicar el Evangelio en todas partes».135 Todos los sacerdotes deben de tener corazón y mentalidad misioneros, estar abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo, atentos a los más alejados y, sobre todo, a los grupos no cristianos del propio ambiente. Que en la oración y, particularmente, en el sacrificio eucarístico sientan la solicitud de toda la Iglesia por la humanidad entera.

Especialmente los sacerdotes que se encuentran en áreas de minoría cristiana deben sentirse movidos por un celo especial y el compromiso misionero. El Señor les confía no sólo el cuidado pastoral de la comunidad cristiana, sino también y sobre todo la evangelización de sus compatriotas que no forman parte de su grey. Los sacerdotes «no dejarán además de estar concretamente disponibles al Espíritu Santo y al Obispo, para ser enviados a predicar el Evangelio más allá de los confines del propio país. Esto exigirá en ellos no sólo madurez en la vocación, sino también una capacidad no común de desprendimiento de la propia patria, grupo étnico y familia, y una particular idoneidad para insertarse en otras culturas, con inteligencia y respeto». 136

68 En la Encíclica Fidei donum, Pío XII con intuición profética, alentó a los Obispos a ofrecer algunos de sus sacerdotes para un servicio temporal a las Iglesias de África, aprobando las iniciativas ya existentes al respecto. A veinticinco años de distancia, quise subrayar la gran novedad de aquel Documento, que ha hecho superar «la dimensión territorial del servicio sacerdotal para ponerlo a disposición de toda la Iglesia».137 Hoy se ven confirmadas la validez y los frutos de esta experiencia; en efecto, los presbíteros llamados Fidei donum ponen en evidencia de manera singular el vínculo de comunión entre las Iglesias, ofrecen una aportación valiosa al crecimiento de comunidades eclesiales necesitadas, mientras encuentran en ellas frescor y vitalidad de fe. Es necesario, ciertamente, que el servicio misionero del sacerdote diocesano responda a algunos criterios y condiciones. Se deben enviar sacerdotes escogidos entre los mejores, idóneos y debidamente preparados para el trabajo peculiar que les espera.138 Deberán insertarse en el nuevo ambiente de la Iglesia que los recibe con ánimo abierto y fraterno, y constituirán un único presbiterio con los sacerdotes del lugar, bajo la autoridad del Obispo.139 Mi deseo es que el espíritu de servicio aumente en el presbiterio de las Iglesias antiguas y que sea promovido en el presbiterio de las Iglesias más jóvenes.

FECUNDIDAD MISIONERA DE LA CONSAGRACIÓN

69. En la inagotable y multiforme riqueza del Espíritu se sitúan las vocaciones de los Institutos de vida consagrada, cuyos miembros, «dado que por su misma consagración se dedican al servicio de la Iglesia ... están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misional, según el modo propio de su Instituto».140 La historia da testimonio de los grandes méritos de las Familias religiosas en la propagación de la fe y en la formación de nuevas Iglesias: desde las antiguas Instituciones monásticas, las Ordenes medievales y hasta las Congregaciones modernas.

a) Siguiendo el Concilio, invito a los Institutos de vida contemplativa a establecer comunidades en las jóvenes Iglesias, para dar «preclaro testimonio entre los no cristianos de la majestad y de la caridad de Dios, así como de unión en Cristo».141 Esta presencia es beneficiosa por doquiera en el mundo no cristiano, especial mente en aquellas regiones donde las religiones tienen en gran estima la vida contemplativa por medio de la ascesis y la búsqueda del Absoluto.

b) A los Institutos de vida activa indico los inmensos espacios para la caridad, el anuncio evangélico, la educación cristiana, la cultura y la solidaridad con los pobres , los discriminados, los marginados y oprimidos. Estos Institutos, persigan o no un fin estrictamente misionero, se deben plantear la posibilidad y disponibilidad a extender su propia actividad para la expansión del Reino de Dios. Esta petición ha sido acogida en tiempos más recientes por no pocos Institutos, pero quisiera que se considerase mejor y se actuase con vistas a un auténtico servicio. La Iglesia debe dar a conocer los grandes valores evangélicos de que es portadora; y nadie los atestigua más eficazmente que quienes hacen profesión de vida consagrada en la castidad, pobreza y obediencia, con una donación total a Dios y con plena disponibilidad a servir al hombre y a la sociedad, siguiendo el ejemplo de Cristo.142

70. Quiero dirigir unas palabras de especial gratitud a las religiosas misioneras, en quienes la virginidad por el Reino se traduce en múltiples frutos de maternidad según el espíritu. Precisamente la misión ad gentes les ofrece un campo vastísimo para «entregarse por amor de un modo total e indiviso».143 El ejemplo y la laboriosidad de la mujer virgen, consagrada a la caridad hacia Dios y el prójimo, especialmente el más pobre, son indispensables como signo evangélico entre aquellos pueblos y culturas en que la mujer debe realizar todavía un largo camino en orden a su promoción humana y a su liberación. Es de desear que muchas jóvenes mujeres cristianas sientan el atractivo de entregarse a Cristo con generosidad, encontrando en su consagración la fuerza y la alegría para dar testimonio de él entre los pueblos que aún no lo conocen.

Todos los laicos son misioneros en virtud del bautismo

71. Los Pontífices de la época más reciente han insistido mucho sobre la importancia del papel de los laicos en la actividad misionera.144 En la Exhortación Apostólica Christifideles laici, también yo me he ocupado explícitamente de la «perenne misión de llevar el Evangelio a cuantos --y son millones y millones de hombres y mujeres-- no conocen todavía a Cristo Redentor del hombre,145 y de la correspondiente responsabilidad de los fieles laicos. La misión es de todo el pueblo de Dios: aunque la fundación de una nueva Iglesia requiere la Eucaristía y, consiguientemente, el ministerio sacerdotal, sin embargo la misión, que se desarrolla de diversas formas, es tarea de todos los fieles.

La participación de los laicos en la expansión de la fe aparece claramente, desde los primeros tiempos del cristianismo, por obra de los fieles y familias, y también de toda la comunidad. Esto lo recordaba ya el Papa Pío XII, refiriéndose a las vicisitudes de las misiones, en la primera Encíclica misionera sobre la historia de las misiones laicales.146 En los tiempos modernos no ha faltado la participación activa de los misioneros laicos y de las misioneras laicas. ¿Cómo no recordar el importante papel desempeñado por éstas, su trabajo en las familias, en las escuelas, en la vida política, social y cultural y, en particular, su enseñanza de la doctrina cristiana? Es más, hay que reconocer --y esto es un motivo de gloria-- que algunas Iglesias han tenido su origen, gracias a la actividad de los laicos y de las laicas misioneros.

El Concilio Vaticano II ha confirmado esta tradición, poniendo de relieve el carácter misionero de todo el Pueblo de Dios, concretamente el apostolado de los laicos,147 y subrayando la contribución específica que éstos están llamados a dar en la actividad misionera.148 La necesidad de que todos los fieles compartan tal responsabilidad no es sólo cuestión de eficacia apostólica, sino de un deber-derecho basado en la dignidad bautismal, por la cual «los fieles laicos participan, según el modo que les es propio, en el triple oficio --sacerdotal, profético y real-- de Jesucristo».149 Ellos, por consiguiente, « tienen la obligación general, y gozan del derecho, tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo; obligación que les apremia todavía más en aquellas circunstancias en las que sólo a través de ellos pueden los hombres oír el Evangelio y conocer a Jesucristo».150 Además, dada su propia índole secular, tienen la vocación específica de «buscar el Reino de Dios tratando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios».151

72. Los sectores de presencia y de acción misionera de los laicos son muy amplios. «El campo propio ... es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía ... »152 a nivel local, nacional e internacional. Dentro de la Iglesia se presentan diversos tipos de servicios, funciones, ministerios y formas de animación de la vida cristiana. Recuerdo, como novedad surgida recientemente en no pocas Iglesias, el gran desarrollo de los « Movimientos eclesiales», dotados de dinamismo misionero. Cuando se integran con humildad en la vida de las Iglesias locales y son acogidos cordialmente por Obispos y sacerdotes en las estructuras diocesanas y parroquiales, los Movimientos representan un verdadero don de Dios para la nueva evangelización y para la actividad misionera propiamente dicha. Por tanto, recomiendo difundirlos y valerse de ellos para dar nuevo vigor, sobre todo entre los jóvenes, a la vida cristiana y a la evangelización, con una visión pluralista de los modos de asociarse y de expresarse.

En la actividad misionera hay que revalorar las varias agrupaciones del laicado, respetando su índole y finalidades: asociaciones del laicado misionero, organismos cristianos y hermandades de diverso tipo; que todos se entreguen a la misión ad gentes y la colaboración con las Iglesias locales. De este modo se favorecerá el crecimiento de un laicado maduro y responsable, cuya «formación ... se presenta en las jóvenes Iglesias como elemento esencial e irrenunciable de la plantatio Ecclesiae.153

La obra de los catequistas y la variedad de los ministerios

73. Entre los laicos que se hacen evangelizadores se encuentran en primera línea los catequistas. El Decreto conciliar misionero los define como «esa legión tan benemérita de la, obra de las misiones entre los gentiles», los cuales, «llenos de espíritu apostólico, prestan con grandes sacrificios una ayuda singular y enteramente necesaria para la expansión de la fe y de la Iglesia».154 No sin razón las Iglesias más antiguas, al entregarse a una nueva evangelización, han incrementado el número de catequistas e intensificado la catequesis. «El título de "catequista" se aplica por excelencia a los catequistas de tierras de misión ... Sin ellos no se habrían edificado Iglesias hoy día florecientes».155

Aunque ha habido un incremento de los, servicios eclesiales y extraeclesiales, el ministerio de los catequistas continúa siendo siempre necesario y tiene unas características peculiares: los catequistas son agentes especializados, testigos directos, evangelizadores insustituibles, que representan la fuerza básica de las comunidades cristianas, especialmente en las Iglesias jóvenes, como varias veces he afirmado y constatado en mis viajes misioneros. El nuevo Código de Derecho Canónico reconoce sus cometidos, cualidades y requisitos.156

Pero no se puede olvidar que el trabajo de los catequistas resulta cada vez más difícil y exigente debido a los cambios eclesiales y culturales en curso. Es válido también en nuestros días lo que el Concilio mismo sugería: una preparación doctrinal y pedagógica más cuidada, la constante renovación espiritual y apostólica. La necesidad de «procurar ... una condición de vida decorosa y la seguridad social» a los catequistas.157 Igualmente, es importante favorecer la creación y el potenciamiento de las escuelas para catequistas, que, aprobadas por las Conferencias Episcopales, otorguen títulos oficialmente reconocidos por éstas últimas.158

74. Además de los catequistas, hay que recordar las demás formas de servicio a la vida de la Iglesia y a la misión, así como otros agentes: animadores de la oración, del canto y de la liturgia; responsables de comunidades eclesiales de base y de grupos bíblicos; encargados de las obras caritativas; administradores de los bienes de la Iglesia; dirigentes de los diversos grupos y asociaciones apostólicas; profesores de religión en las escuelas. Todos los fieles laicos deben dedicar a la Iglesia parte de su tiempo, viviendo con coherencia la propia fe.

Congregación para la Evangelización de los Pueblos y otras estructuras para la actividad misionera

75. Los responsables y los agentes de la pastoral misionera deben sentirse unidos en la comunión que caracteriza al Cuerpo místico. Por ello Cristo pidió en la última cena: «Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). En esta comunión está el fundamento de la fecundidad de la misión.

Pero la Iglesia es también una comunión visible y orgánica, y por esto la misión requiere igualmente una unión externa y ordenada entre las diversas responsabilidades y funciones, de manera que todos los miembros «dediquen sus esfuerzos con unanimidad a la edificación de la Iglesia».159

Corresponde al Dicasterio misional «dirigir y coordinar en todo el mundo la obra de evangelización de los pueblos y la cooperación misionera, salvo la competencia de la Congregación para las Iglesias Orientales».160 Por ello es de su competencia el que « forme y distribuya a los misioneros según las necesidades más urgentes de las regiones..., haga la planificación, dicte normas, directrices y principios para la adecuada evangelización y dé impulsos».161 No puedo sino confirmar estas sabias disposiciones: para impulsar la misión ad gentes es necesario un centro de promoción, dirección y coordinación como es la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Invito, pues, a las Conferencias Episcopales y a sus organismos, a los Superiores Mayores de las Ordenes, Congregaciones e Institutos, a los organismos laicales comprometidos en la actividad misionera, a colaborar fielmente con dicha Congregación, que tiene la autoridad necesaria para programar y dirigir la actividad y la cooperación misionera a nivel universal.

La misma Congregación, que cuenta con una larga y gloriosa experiencia está llamada a desempeñar un papel de primera importancia a nivel de reflexión, de programas operativos, de los cuales tiene necesidad la Iglesia para orientarse más decididamente hacia la misión en sus diversas formas. Para conseguir este fin, la Congregación debe mantener una estrecha relación con los otros Dicasterios de la Santa Sede, con las Iglesias particulares y con las fuerzas misioneras. En una eclesiología de comunión, en la que la Iglesia es toda ella misionera, pero al mismo tiempo se ven siempre como indispensables las vocaciones e instituciones específicas para la labor ad gentes, sigue siendo muy importante el papel de guía y coordinación del Dicasterio misional para afrontar conjuntamente las grandes cuestiones de interés común, salvo las competencias propias de cada autoridad y estructura.

76. Para la orientación y coordinación de la actividad misionera a nivel nacional y regional, son de gran importancia las Conferencias Episcopales y sus diversas agrupaciones. A ellas les pide el Concilio que «traten ..., de común acuerdo, los asuntos más graves y los problemas más urgentes, pero sin descuidar las diferencias locales»,162 así como el problema de la inculturación. De hecho, existe ya una amplia y continuada acción en este campo y los frutos son visibles. Es una acción que debe ser intensificada y mejor concertada con la de otros organismos de las mismas Conferencias, de manera que la solicitud misionera no quede reducida a la dirección de un determinado sector u organismo, sino que sea compartida por todos.

Que los mismos organismos e instituciones que se ocupan de la actividad misionera aúnen oportunamente esfuerzos e iniciativas. Que las Conferencias de los Superiores Mayores tengan también este mismo objetivo en su ámbito, en contacto con las Conferencias Episcopales, según las indicaciones y normas establecidas,163 recurriendo incluso a comisiones mixtas.164 De modo análogo, finalmente, hay que promover encuentros y formas de colaboración entre las diferentes instituciones misioneras, ya sea para la formación y el estudio,165 ya sea para la acción apostólica que hay que desarrollar.


117 Conc. Ecum. Vat II. Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia. 20.

118 Exh. Ap. postsinodal Christifideles laici , 35: l.c., 458.

119 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 38.

120 Discurso a los Cardenales y a los colaboradores de la Curia Romana, de la Ciudad del Vaticano y del Vicariato de Roma, 28 de junio de 1980, Insegnamenti III/1 (1980), 1887.

121 Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 23.

122 Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 38.

123 Ibid., 29.

124 Cf. ibid., 38.

125 Ibid., 30.

126 Documentos de la Conferenda General delEpiscopado Latinoamericano en Puebla, México, 2941 (368).

127 Cf. Normas directivas para la colaboradón de las Iglesias particulares y especialmente para una mejor distribución del clero en el mundo, Postquam Apostoli (25 de marzo de 1980): AAS 72 (1980), 343-364.

128 Cf. Decr. Ad gentes, sobre la acuvidad misionera de la Iglesia, 23-27.

129 Ibid., 23.

130 Ibid.

131 Cf. ibid., 23. 27.

132 Cf. S. Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares y S. Congregación para los Obispos, Criterios para la relación entre los Obispos y los Religiosos en la Iglesia, Mutuae relationes (14 de mayo de 1978), 14 b: AAS 70 (1978), 482; cf. 28: l.c., 490.

133 Conc . Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 27.

134 Conc. Ecum. Vat. II. Decr. Presbyterorum ordinis, 10; cf. Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 39.

135 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Optatam totius, sobre la forrnación sacerdotal, 20; cf. «Guide de vie pastoral pour les prêtres diocésains des Eglises qui dépendent de la Congrégation pour l'Evangélisation des Peuples», Roma, 1989.

136 Discurso a los participantes en la Plenaria de la Congregación para la Evangelizadón de los Pueblos, 14 de abril de 1989, 4: AAS 81 (1989), 1140.

137 Mensaje para la Jornada Misionera Mundial de 1982: Insegnamenti V/2 (1982), 1879.

138 Cf. Conc. Ecum. Vat. II. Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 38; S. Congregación para el Clero, Normas directivas Postquam Apostoli, 24-25: l.c., 361.

139 Cf. S. Congregación para el Clero, Normas directivas Postquam Apostoli, 29: l.c., 362 s.; Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes sobre la actividad misionera de la Iglesia, 20.

140 C.I.C., cán. 783.

141 Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 40.

142 Cf. Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 69: l.c., 58 s.

143 Cart. Ap. Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988), 20: AAS 80 (1988), 1703.

144 Cf. Pío XII, Enc. Evangelii praecones: l.c., 510 s.; Enc. Fidei donum: l.c., 228 ss.; Juan XXIII, Enc. Princeps Pastorum: l.c., 855 ss.; Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 70-73: l.c., 59-63.

145 Exh. Ap. postsinodal Chistifideles laici, 35: l.c., 457.

146 Cf. Enc. Evangelii praecones: l.c., 510-514.

147 Cf. Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 17. 33 ss.

148 Cf. Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 35-36. 41.

149 Exh. Ap. postsinodal Christifideles laici, 14: l.c. , 410.

150 C.I.C., cán. 225, 1; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los seglares, 6. 13.

151 Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 31; cf. C.I.C., cán. 225, 2.

152 Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 70: l.c. 60.

153 Exh. Ap. postsinodal Christifideles laici, 35: l.c., 458.

154 Conc. Ecum. Vat II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 17.

155 Exh. Ap. Catechesi tradendae, 66: l.c., 1331.

156 Cf. cán 785, 1.

157 Decr. Ad gentes, sobre la actividad rnisionera de la Iglesia, 17.

158 Cf. Asamblea Plenaria de la S. Congregación para la Evangelización de los Pueblos de 1969, sobre los catequistas y la relativa «Instrucción» de abril de 1970 Bibliografía misionera 34 (1970), 197-212, y S.C. de Propaganda Fide Memoria Rerum, III/2 (1976), 821-831.

159 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 28.

160 Const. Ap. Pastor Bonus, sobre la Curia Romana (28 de junio de 1988), 85: AAS 80 (1988), 881; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 29.

161 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 29; cf. Juan Pablo II, Const. Ap. Pastor Bonus, sobre la Curia Romana, 86: l.c., 882.

162 Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 31.

163 Cf. ibid., 33.

164 Cf. Pablo VI, Cart. Ap. motu proprio data Ecclesiae Sanctae (6 de agosto de 1966), II, 43: AAS 58 (1966), 782.

165 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 34; Pablo Vl, Motu proprio Ecclesiae sanctae, III, n. 22: l.c., 787.

166 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 35; cf. C.I.C. cánn. 211. 781.