CARTA
ENCÍCLICA
«F I D E S E T R A T I O»
SOBRE LAS RELACIONES ENTRE FE Y RAZÓN
CONCLUSIÓN
100. Pasados más cien
años de la publicación de la Encíclica Æterni Patris de León XIII, a la que me he
referido varias veces en estas páginas, me ha parecido necesario acometer de nuevo y de
modo más sistemático el argumento sobre la relación entre fe y filosofía. Es evidente
la importancia que el pensamiento filosófico tiene en el desarrollo de las culturas y en
la orientación de los comportamientos personales y sociales. Dicho pensamiento ejerce una
gran influencia, incluso sobre la teología y sobre sus diversas ramas, que no siempre se
percibe de manera explícita. Por esto, he considerado justo y necesario subrayar el valor
que la filosofía tiene para la comprensión de la fe y las limitaciones a las que se ve
sometida cuando olvida o rechaza las verdades de la Revelación. En efecto, la Iglesia
está profundamente convencida de que fe y razón «se ayudan mutuamente», 122 ejerciendo
recíprocamente una función tanto de examen crítico y purificador, como de estímulo
para progresar en la búsqueda y en la profundización.
101. Cuando nuestra
consideración se centra en la historia del pensamiento, sobre todo en Occidente, es
fácil ver la riqueza que ha significado para el progreso de la humanidad el encuentro
entre filosofía y teología, y el intercambio de sus respectivos resultados. La
teología, que ha recibido como don una apertura y una originalidad que le permiten
existir como ciencia de la fe, ha estimulado ciertamente la razón a permanecer abierta a
la novedad radical que comporta la revelación de Dios. Esto ha sido una ventaja indudable
para la filosofía, que así ha visto abrirse nuevos horizontes de significados inéditos
que la razón está llamada a estudiar. Precisamente a la luz de esta constatación, de la
misma manera que he reafirmado la necesidad de que la teología recupere su legítima
relación con la filosofía, también me siento en el deber de subrayar la oportunidad de
que la filosofía, por el bien y el progreso del pensamiento, recupere su relación con la
teología. En ésta la filosofía no encontrará la reflexión de un único individuo que,
aunque profunda y rica, lleva siempre consigo los límites propios de la capacidad de
pensamiento de uno solo, sino la riqueza de una reflexión común. En efecto, en la
reflexión sobre la verdad la teología está apoyada, por su misma naturaleza, en la nota
de la eclesialidad 123 y en la tradición del Pueblo de Dios con su pluralidad de saberes
y culturas en la unidad de la fe.
102. La Iglesia, al
insistir sobre la importancia y las verdaderas dimensiones del pensamiento filosófico,
promueve a la vez tanto la defensa de la dignidad del hombre como el anuncio del mensaje
evangélico. Ante tales cometidos, lo más urgente hoy es llevar a los hombres a descubrir
su capacidad de conocer la verdad 124 y su anhelo de un sentido último y definitivo de la
existencia. En la perspectiva de estas profundas exigencias, inscritas por Dios en la
naturaleza humana, se ve incluso más clara el significado humano y humanizador de la
palabra de Dios. Gracias a la mediación de una filosofía que ha llegado a ser también
verdadera sabiduría, el hombre contemporáneo llegará así a reconocer que será tanto
más hombre cuanto, entregándose al Evangelio, más se abra a Cristo.
103. La filosofía,
además, es como el espejo en el que se refleja la cultura de los pueblos. Una filosofía
que, impulsada por las exigencias de la teología, se desarrolla en coherencia con la fe,
forma parte de la «evangelización de la cultura» que Pablo VI propuso como uno de los
objetivos fundamentales de la evangelización. 125 A la vez que no me canso de recordar la
urgencia de una nueva evangelización, me dirijo a los filósofos para que profundicen en
las dimensiones de la verdad, del bien y de la belleza, a las que conduce la palabra de
Dios. Esto es más urgente aún si se consideran los retos que el nuevo milenio trae
consigo y que afectan de modo particular a las regiones y culturas de antigua tradición
cristiana. Esta atención debe considerarse también como una aportación fundamental y
original en el camino de la nueva evangelización.
104. El pensamiento
filosófico es a menudo el único ámbito de entendimiento y de diálogo con quienes no
comparten nuestra fe. El movimiento filosófico contemporáneo exige el esfuerzo atento y
competente de filósofos creyentes capaces de asumir las esperanzas, nuevas perspectivas y
problemáticas de este momento histórico. El filósofo cristiano, al argumentar a la luz
de la razón y según sus reglas, aunque guiado siempre por la inteligencia que le viene
de la palabra de Dios, puede desarrollar una reflexión que será comprensible y sensata
incluso para quien no percibe aún la verdad plena que manifiesta la divina Revelación.
Este ámbito de entendimiento y de diálogo es hoy muy importante ya que los problemas que
se presentan con más urgencia a la humanidad -como el problema ecológico, el de la paz o
el de la convivencia de las razas y de las culturas- encuentran una posible solución a la
luz de una clara y honesta colaboración de los cristianos con los fieles de otras
religiones y con quienes, aún no compartiendo una creencia religiosa, buscan la
renovación de la humanidad. Lo afirma el Concilio Vaticano II: «El deseo de que este
diálogo sea conducido sólo por el amor a la verdad, guardando siempre la debida
prudencia, no excluye por nuestra parte a nadie, ni a aquellos que cultivan los bienes
preclaros del espíritu humano, pero no reconocen todavía a su Autor, ni a aquéllos que
se oponen a la Iglesia y la persiguen de diferentes maneras». 126 Una filosofía en la
que resplandezca algo de la verdad de Cristo, única respuesta definitiva a los problemas
del hombre, 127 será una ayuda eficaz para la ética verdadera y a la vez planetaria que
necesita hoy la humanidad.
105. Al concluir esta
Encíclica quiero dirigir una ulterior llamada ante todo a los teólogos, a fin de que
dediquen particular atención a las implicaciones filosóficas de la palabra de Dios y
realicen una reflexión de la que emerja la dimensión especulativa y práctica de la
ciencia teológica. Deseo agradecerles su servicio eclesial. La relación íntima entre la
sabiduría teológica y el saber filosófico es una de las riquezas más originales de la
tradición cristiana en la profundización de la verdad revelada. Por esto, los exhorto a
recuperar y subrayar más la dimensión metafísica de la verdad para entrar así en
diálogo crítico y exigente tanto el con pensamiento filosófico contemporáneo como con
toda la tradición filosófica, ya esté en sintonía o en contraposición con la palabra
de Dios. Que tengan siempre presente la indicación de san Buenaventura, gran maestro del
pensamiento y de la espiritualidad, el cual al introducir al lector en su Itinerarium
mentis in Deum lo invitaba a darse cuenta de que «no es suficiente la lectura sin el
arrepentimiento, el conocimiento sin la devoción, la búsqueda sin el impulso de la
sorpresa, la prudencia sin la capacidad de abandonarse a la alegría, la actividad
disociada de la religiosidad, el saber separado de la caridad, la inteligencia sin la
humildad, el estudio no sostenido por la divina gracia, la reflexión sin la sabiduría
inspirada por Dios». 128 Me dirijo también a quienes tienen la responsabilidad de la
formación sacerdotal, tanto académica como pastoral, para que cuiden con particular
atención la preparación filosófica de los que habrán de anunciar el Evangelio al
hombre de hoy y, sobre todo, de quienes se dedicarán al estudio y la enseñanza de la
teología. Que se esfuercen en realizar su labor a la luz de las prescripciones del
Concilio Vaticano II 129 y de las disposiciones posteriores, las cuales presentan el
inderogable y urgente cometido, al que todos estamos llamados, de contribuir a una
auténtica y profunda comunicación de las verdades de la fe. Que no se olvide la grave
responsabilidad de una previa y adecuada preparación de los profesores destinados a la
enseñanza de la filosofía en los Seminarios y en las Facultades eclesiásticas. 130 Es
necesario que esta enseñanza esté acompañada de la conveniente preparación
científica, que se ofrezca de manera sistemática proponiendo el gran patrimonio de la
tradición cristiana y que se realice con el debido discernimiento ante las exigencias
actuales de la Iglesia y del mundo.
106. Mi llamada se
dirige, además, a los filósofos y a los profesores de filosofía, para que tengan la
valentía de recuperar, siguiendo una tradición filosófica perennemente válida, las
dimensiones de auténtica sabiduría y de verdad, incluso metafísica, del pensamiento
filosófico. Que se dejen interpelar por las exigencias que provienen de la palabra de
Dios y estén dispuestos a realizar su razonamiento y argumentación como respuesta a las
mismas. Que se orienten siempre hacia la verdad y estén atentos al bien que ella
contiene. De este modo podrán formular la ética auténtica que la humanidad necesita con
urgencia, particularmente en estos años. La Iglesia sigue con atención y simpatía sus
investigaciones; pueden estar seguros, pues, del respeto que ella tiene por la justa
autonomía de su ciencia. De modo particular, deseo alentar a los creyentes que trabajan
en el campo de la filosofía, a fin de que iluminen los diversos ámbitos de la actividad
humana con el ejercicio de una razón que es más segura y perspicaz por la ayuda que
recibe de la fe. Finalmente, dirijo también unas palabras a los científicos, que con sus
investigaciones nos ofrecen un progresivo conocimiento del universo en su conjunto y de la
variedad increíblemente rica de sus elementos, animados e inanimados, con sus complejas
estructuras atómicas y moleculares. El camino realizado por ellos ha alcanzado,
especialmente en este siglo, metas que siguen asombrándonos. Al expresar mi admiración y
mi aliento hacia estos valiosos pioneros de la investigación científica, a los cuales la
humanidad debe tanto de su desarrollo actual, siento el deber de exhortarlos a continuar
en sus esfuerzos permaneciendo siempre en el horizonte sapiencial en el cual los logros
científicos y tecnológicos están acompañados por los valores filosóficos y éticos,
que son una manifestación característica e imprescindible de la persona humana. El
científico es muy consciente de que «la búsqueda de la verdad, incluso cuando atañe a
una realidad limitada del mundo o del hombre, no termina nunca, remite siempre a algo que
está por encima del objeto inmediato de los estudios, a los interrogantes que abren el
acceso al Misterio». 131
107. Pido a todos que
fijen su atención en el hombre, que Cristo salvó en el misterio de su amor, y en su
permanente búsqueda de verdad y de sentido. Diversos sistemas filosóficos,
engañándolo, lo han convencido de que es dueño absoluto de sí mismo, que puede decidir
autónomamente sobre su propio destino y su futuro confiando sólo en sí mismo y en sus
propias fuerzas. La grandeza del hombre jamás consistirá en esto. Sólo la opción de
insertarse en la verdad, al amparo de la Sabiduría y en coherencia con ella, será
determinante para su realización. Solamente en este horizonte de la verdad comprenderá
la realización plena de su libertad y su llamada al amor y al conocimiento de Dios como
realización suprema de sí mismo.
108. Mi último
pensamiento se dirige a Aquélla que la oración de la Iglesia invoca como Trono de la
Sabiduría. Su misma vida es una verdadera parábola capaz de iluminar las reflexiones que
he expuesto. En efecto, se puede entrever una gran correlación entre la vocación de la
Santísima Virgen y la de la auténtica filosofía. Igual que la Virgen fue llamada a
ofrecer toda su humanidad y femineidad a fin de que el Verbo de Dios pudiera encarnarse y
hacerse uno de nosotros, así la filosofía está llamada a prestar su aportación,
racional y crítica, para que la teología, como comprensión de la fe, sea fecunda y
eficaz. Al igual que María, en el consentimiento dado al anuncio de Gabriel, nada perdió
de su verdadera humanidad y libertad, así el pensamiento filosófico, cuando acoge el
requerimiento que procede de la verdad del Evangelio, nada pierde de su autonomía, sino
que siente como su búsqueda es impulsada hacia su más alta realización. Esta verdad la
habían comprendido muy bien los santos monjes de la antigüedad cristiana, cuando
llamaban a María «la mesa intelectual de la fe». 132 En ella veían la imagen coherente
de la verdadera filosofía y estaban convencidos de que debían philosophari in Maria. Que
el Trono de la Sabiduría sea puerto seguro para quienes hacen de su vida la búsqueda de
la sabiduría. Que el camino hacia ella, último y auténtico fin de todo verdadero saber,
se vea libre de cualquier obstáculo por la intercesión de Aquella que, engendrando la
Verdad y conservándola en su corazón, la ha compartido con toda la humanidad para
siempre.
Dado en Roma, junto a
san Pedro, el 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, del año 1998,
vigésimo de mi Pontificado.
(122) Conc. Ecum. Vat.
I, Const. dogm. Dei Filius sobre la fe católica, IV: DS 3019.
(123) «Nadie, pues,
puede hacer de la teología una especie de colección de los propios conceptos personales;
sino que cada uno debe ser consciente de permanecer en estrecha unión con esta misión de
enseñar la verdad, de la que es responsable la Iglesia». Enc. Redemptor hominis (4 de
marzo de 1979), 19: AAS 71 (1979), 308.
(124) Cf. Conc. Ecum.
Vat. II, Decl. Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa, 1-3.
(125) Cf. Exhort. ap.
Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 20: AAS 68 (1976), 18-19.
(126) Const. past.
Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 92.
(127) Cf. ibíd., 10.
(128) Prologus, 4:
Opera omnia, Florencia 1981, t. V, 296.
(129) Cf. Decr. Optatam
totius, sobre la formación sacerdotal, 15.
(130) Cf. Const. ap.
Sapientia christiana (15 de abril de 1979), art. 67-68: ASS 71 (1979), 491-492.
(131) Discurso con
ocasión del VI centenario de fundación de la Universidad Jaguellónica (8 de junio de
1997), 4: L'Osservatore Romano, Ed. semanal en lengua española, 27 de junio de 1997,
10-11.
(132) «'e noerà tes
pìsteos tràpeza»: Homilía en honor de Santa María Madre de Dios, del pseudo Epifanio:
PG 43, 493. |