3. TIEMPO ORDINARIO


SEMANA I DEL TIEMPO ORDINARIO

En lugar del domingo 1 del tiempo ordinario se celebra la fiesta del Bautismo del Señor.



LUNES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del Génesis 1, 1-2, 4a

La creación del cielo y de la tierra

Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas.

Y dijo Dios: Que exista la luz. Y la luz existió. Y vio Dios que la luz era buena. Y separó Dios la luz de la tiniebla: llamó Dios a la luz «día», y a la tiniebla «noche». Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero.

Y dijo Dios: Que exista una bóveda entre las aguas, que separe aguas de aguas. E hizo Dios una bóveda y separó las aguas de debajo de la bóveda de las aguas de encima de la bóveda. Y así fue. Y llamó Dios a la bóveda «cielo». Pasó una tarde, pasó una mañana: el día segundo.

Y dijo Dios: Que se junten las aguas de debajo del cielo en un solo sitio, y que aparezcan los continentes. Y así fue. Y llamó a los continentes «tierra», y a la masa de las aguas la llamó «mar». Y vio Dios que era bueno. Y dijo Dios: Verdee la tierra hierba verde, que engendre semilla y árboles frutales que den fruto según su especie, y que lleven semilla sobre la tierra. Y así fue. La tierra brotó hierba verde que engendraba semilla según su especie, y árboles que daban fruto y llevaban semilla según su especie.

Y vio Dios que era bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día tercero.

Y dijo Dios: que existan lumbreras en la bóveda del cielo para separar el día de la noche, para señalar las fiestas, los días y los años; y sirvan de lumbreras en la bóveda del cielo para dar luz sobre la tierra. Y así fue. E hizo Dios dos lumbreras grandes: la lumbrera mayor para regir el día, y la lumbrera menor para regir la noche; y las estrellas. Y las puso Dios en la bóveda del cielo, para dar luz sobre la tierra; para regir el día y la noche, para separar la luz de la tiniebla. Y vio Dios que era bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día cuarto.

Y dijo Dios: Pululen las aguas un pulular de vivientes, y pájaros que vuelen sobre la tierra frente a la bóveda del cielo. Y creó Dios los cetáceos y las aves aladas según sus especies. Y vio Dios que era bueno. Y Dios los bendijo diciendo: Creced, multiplicaos, llenad las aguas del mar; que las aves se multipliquen sobre la tierra. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día quinto.

Y dijo Dios: Produzca la tierra vivientes según sus especies: animales domésticos, reptiles y fieras según sus especies. Y así fue. E hizo Dios las fieras según sus especies, los animales domésticos según sus especies y los reptiles según sus especies. Y vio Dios que era bueno.

Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos, los reptiles de la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla, dominad los peces del mar, las aves del cielo, los vivientes que se mueven sobre la tierra.

Y dijo Dios: Mirad, os entrego todas las hierbas que engendran semilla sobre la faz de la tierra, y todos los árboles frutales que engendran semilla os servirán de alimento; y a todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra –a todo ser que respira–, la hierba verde les servirá de alimento. Y así fue.

Y vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día' sexto.

Y quedaron concluidos el cielo, la tierra y sus ejércitos. Y concluyó Dios para el día séptimo todo el trabajo que había hecho; y descansó el día séptimo de todo el trabajo que había hecho. Y bendijo Dios el día séptimo y lo consagró, porque en él descansó de todo el trabajo que Dios había hecho cuando creó.

Esta es la historia de la creación del cielo y de la tierra.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Homilía 13 sobre el libro del Génesis (4: PG 12, 234-235)

Purificados por su palabra, Dios hace resplandecer en
nosotros la imagen del hombre celestial

Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. El pintor de esta imagen es el Hijo de Dios. Y por tratarse de un pintor tan grande y de tanta calidad, su imagen puede ser afeada por la incuria, pero no borrada por la malicia. Pues la imagen de Dios permanece siempre en ti, aun cuando tú mismo superpongas la imagen del hombre terreno. Esta imagen del hombre terreno, que Dios no dibujó en ti, tú mismo te la vas pintando mediante la variada gama de tipos de malicia, cual si de una combinación de diversos colores se tratara. Por eso hemos de suplicar a aquel que dice por boca del profeta: He disipado como niebla tus rebeliones; como nube, tus pecados. Y cuando haya borrado en ti todos estos colores procedentes de los fraudes de la malicia, entonces resplandecerá en ti la imagen creada por Dios. Ya ves cómo las sagradas Escrituras traen a colación formas y figuras mediante las cuales aprenda el alma a conocerse y a purificarse a sí misma.

¿Quieres contemplar todavía esta imagen desde otra perspectiva? Hay cartas que Dios escribe y cartas que escribimos nosotros. Las cartas del pecado las escribimos nosotros. Escucha cómo se expresa el Apóstol: Borró —dice— el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz. Esto que el Apóstol llama protocolo, fue la caución de nuestros pecados. Pues cada uno de nosotros es deudor de aquello en que delinque y escribe la carta de sus pecados. Pues en el juicio de Dios —cuya apertura describe Daniel—, dice que se abrieron los libros, aquellos sin duda que contienen los pecados de los hombres. Estos libros los escribimos nosotros con las culpas que cometemos. Por donde consta que nuestras cartas las escribe el pecado; las de Dios, la justicia. Así, en efecto, lo dice el Apóstol: Vosotros sois una carta, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón. Tienes, pues, en ti la carta de Dios, y la carta del Espíritu Santo. Pero si pecas, tú mismo firmas el protocolo del pecado.

Pero fíjate que con sólo acercarte una vez a la cruz de Cristo y a la gracia del bautismo, tu protocolo fue clavado en la cruz y borrado en la fuente bautismal. No vuelvas a escribir nuevamente lo que fue borrado, ni restaures lo que ha sido abolido; conserva en ti únicamente la carta de Dios; que permanezca en ti la Escritura del Espíritu Santo.



MARTES

PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 2, 4b-25

La creación del hombre en el paraíso

Cuando el Señor Dios hizo la tierra y el cielo, no había aún matorrales en la tierra, ni brotaba hierba en el campo, porque el Señor Dios no había enviado lluvia a la tierra, ni había hombre que cultivase el campo. Sólo un manantial salía del suelo y regaba la superficie del campo.

Entonces el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo.

El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además el árbol de la vida en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y del mal.

En Edén nacía un río que regaba el jardín y después se dividía en cuatro brazos: el primero se llama Pisón y rodea todo el territorio de Javilá, donde se da el oro; el oro del país es de calidad, y también se dan allí ámbar y ónice. El segundo río se llama Guijón, y rodea todo el país de Cus. El tercero se llama Tigris, y corre al este de Asiria. El cuarto es el Éufrates.

El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y lo cultivara. El Señor Dios dio este mandato al hombre: Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comas; porque el día en que comas de él tendrás que morir.

El Señor Dios se dijo: «No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude».

Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo, y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre les pusiera.

Así el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no encontraba ninguno como él que lo ayudase.

Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre, haciendo una mujer, y se la presentó al hombre. Y el hombre dijo:

—¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será Mujer, porque ha salido del hombre.

Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.

Los dos estaban desnudos, el hombre y la mujer, pero no sentían vergüenza uno de otro.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Libro sobre el Paraíso (1, 2-2, 6: CSEL 32, 266-267)

El Señor colocó al hombre en el paraíso como el sol
en el cielo, a la espera del reino de los cielos

El Señor plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado.

Puesto que leemos en el Génesis que Dios plantó un jardín hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado, hemos dado ya con el autor de este jardín. ¿Quién si no pudo crear un jardín sino el Dios omnipotente que lo dijo, y existió, el que no necesita nada de lo que se dignó crear? Fue él efectivamente el que plantó el jardín del que dice la Sabiduría: la planta que no haya plantado mi Padre, será arrancada de raíz. Buena es la plantación de los ángeles, buena la de los santos; se ha dicho, en efecto, que en aquel futuro reinado de la paz, los santos —que son figura de los ángeles— se sentarán bajo su parra y su higuera sin sobresalto.

Tenemos, pues, un jardín en el que abundan los árboles y los árboles frutales, árboles pletóricos de savia y vigor, de los que se ha escrito: Aclaman los árboles del bosque, árboles en perpetua floración a causa del frescor de los méritos, como aquel árbol plantado al borde de la acequia, cuyas hojas no se marchitan, porque todo él es fruto exuberante. Este es, pues, el jardín.

El paraje donde plantó el jardín se llama «delicias». Por lo cual dice el santo David: les das a beber del torrente de tus delicias. Has leído que en Edén nacía un río que regaba el jardín. Así pues, estos árboles plantados en el jardín son regados como por el flujo del torrente del espíritu. De él se dice igualmente en otro lugar: el correr de las acequias alegra la ciudad de Dios. Se refiere a aquella ciudad, la Jerusalén de arriba que es libre, en la que pululan los diversos méritos de los santos. En este jardín colocó Dios al hombre que había plasmado. Y ten presente ya desde ahora que el hombre que Dios colocó en el jardínno es el hombre creado a imagen de Dios, sino el hombre en cuanto ser corpóreo; lo incorpóreo no puede ubicarse.

Y lo colocó en el jardín como el sol en el cielo, a la espera del reino de los cielos, como la creación está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios. Ahora bien, si jardín es el lugar donde habían brotado matorrales, puede decirse que el jardín es el alma que multiplica la semilla recibida, en la que una a una se plantan las virtudes, en la que estaba también el árbol de la vida, esto es, la sabiduría, como dice Salomón: la sabiduría no procede de la tierra, sino del Padre; pues es el reflejo de la luz eterna y emanación de la gloria del Omnipotente.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 3, 1-24

El primer pecado

La serpiente era más astuta que las demás bestias del campo que el Señor había hecho. Y dijo a la mujer:

–¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín?

La mujer contestó a la serpiente:

–Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; sólo del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: «No comáis de él ni lo toquéis, bajo pena de muerte».

La serpiente replicó a la mujer:

–No es verdad que tengáis que morir. Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal.

La mujer se dio cuenta de que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable porque daba inteligencia; y cogió un fruto, comió, se lo alargó a su marido, y él también comió.

Se les abrieron los ojos a los dos, y descubrieron que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron. Oyeron al Señor que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa; el hombre y su mujer se escondieron de la vista del Señor Dios entre los árboles del jardín. El Señor Dios llamó al hombre:

–¿Dónde estás?

El contestó:

–Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.

El Señor Dios le replicó:

—¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol del que yo te prohibí comer? Adán respondió:

—La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto, y comí.

El Señor Dios dijo a la mujer:

—¿Qué es lo que has hecho?

Ella respondió:

—La serpiente me engañó, y comí.

El Señor Dios dijo a la serpiente:

—Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón.

A la mujer le dijo:

—Mucho te haré sufrir en tu preñez, parirás hijos con dolor, tendrás ansia de tu marido, y él te dominará. Al hombre le dijo:

—Porque le hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol del que te prohibí comer, maldito el suelo por tu culpa: comerás de él con fatiga mientras vivas; brotarán para ti cardos y espinas, y comerás hierba del campo. Con sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella te sacaron; pues eres polvo y al polvo volverás.

El hombre llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.

El Señor Dios hizo pellizas para el hombre y su mujer y se las vistió.

Y el Señor Dios dijo:

-Mirad, el hombre es ya como uno de nosotros en el conocimiento del bien y del mal. No vaya a echarle mano al árbol de la vida, coja de él, coma y viva para siempre.

Y el Señor Dios lo expulsó del jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde le había sacado. Echó al hombre, y al oriente del jardín colocó a los querubines y la espada llameante que se agitaba, para cerrar el camino del árbol de la vida.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Carta primera (PG 77, 27-30)

Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo para
que recibiéramos el ser hijos por adopción

Al introducir en el mundo a su primogénito, dice Dios: «Adórenlo todos los ángeles». Nosotros, en cambio, aunque estemos ungidos por el Espíritu Santo, seamos, por la gracia, contados entre los hijos de Dios y hasta se nos llame en ocasiones dioses, no olvidamos, sin embargo, la mediocridad de nuestra naturaleza. Procedemos efectivamente de la tierra y somos contados entre los siervos; mientras que él no está supeditado a las leyes de nuestra naturaleza, sino que, siendo Hijo por naturaleza y en verdad, es el Señor de todo el universo, y se ha dignado bajar desde los cielos hasta nosotros.

Los que hemos decidido mantenernos dentro de la ortodoxia, no osemos afirmar que Dios sea el padre de la carne, ni tampoco que la naturaleza divina ha nacido de una mujer antes de revestirse de la naturaleza humana: afirmamos que al Verbo, que de Dios tiene la naturaleza, y al hombre que nació perfecto de la Virgen santa, coincidiendo en la unidad, lo adoraremos como un único Señor y Cristo Jesús; de forma que a este único ni le excluyamos de la esfera de la divinidad en razón de la carne asumida, ni le incluyamos en los límites de la sola naturaleza humana en razón de la semejanza que comparte con nosotros.

Bien sentada esta doctrina, es fácil comprender por qué razón el Verbo, engendrado por Dios, soportó el voluntario anonadamiento, por qué motivo él, que por su naturaleza era libre, tomando la condición de siervo, se rebajó a sí mismo; de qué modo, finalmente, tiende una mano a los hijos de Abrahán y el Verbo-Dios se hace partícipe de la carne y de la sangre.

Porque si le consideramos como mero hombre semejante a nosotros, ¿cómo puede tender una mano a los hijos de Abrahán, como a algo naturalmente extraño y diferente de él? ¿Cómo pudo afirmarse que participó de nuestra propia carne, por la que se parece en todo a sus hermanos? Ya que quien se asemeja a otro, debe pasar de una forma desemejante a otra semejante.

Tendió, pues, el Verbo una mano a los hijos de Abrahán y, fabricándose un cuerpo tomado de mujer, se hizo partícipe de la carne y de la sangre, de manera que ya no es sólo Dios, sino que, por su unión con nuestra naturaleza, ha de ser considerado también hombre como nosotros. Ciertamente el Emmanuel está constituido por estas dos realidades, la divinidad y la humanidad. Sin embargo, es un solo Señor Jesucristo, un solo verdadero Hijo por naturaleza, aunque es Dios y hombre a la vez; no un hombre divinizado, igual a aquellos que por la gracia se hacen partícipes de la naturaleza divina, sino Dios verdadero, que, por nuestra salvación, se hizo visible en forma humana, como atestigua también san Pablo con estas palabras: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 4, 1-24
Consecuencias del pecado

El hombre se llegó a Eva, su mujer; ella concibió, dio a luz a Caín, y dijo:

–He adquirido un hombre con la ayuda del Señor.

Después dio a luz a Abel, el hermano. Abel era pastor de ovejas, y Caín trabajaba en el campo..

Pasado un tiempo, Caín ofreció al Señor dones de los frutos del campo, y Abel ofreció las primicias y la grasa de sus ovejas. El Señor se fijó en Abel y en su ofrenda, y no se fijó en Caín ni en su ofrenda; por lo cual Caín se enfureció y andaba abatido. El Señor dijo a Caín:

—¿Por qué te enfureces y andas abatido? Cierto, si obraras bien, estarías animado; pero si no obras bien, el pecado acecha a tu puerta; y aunque viene por ti, tú puedes dominarlo.

Caín dijo a su hermano Abel:

—Vamos al campo.

Y cuando estaban en el campo, Caín atacó a su hermano Abel y lo mató.

El Señor dijo a Caín:

—¿Dónde está Abel, tu hermano?

Respondió Caín:

—No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano? El Señor le replicó:

–¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano me está gritando desde la tierra. Por eso te maldice esa tierra que ha abierto sus fauces para recibir de tus manos la sangre de tu hermano. Aunque trabajes la tierra, no volverá a darte su fecundidad. Andarás errante y perdido por el mundo.

Caín contestó al Señor:

—Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Hoy me destierras de aquí; tendré que ocultarme de ti, andando errante y perdido por el mundo; el que tropiece conmigo, me matará.

El Señor le dijo:

—El que mate a Caín lo pagará siete veces.

Y el Señor puso una señal a Caín para que, si alguien tropezase con él, no lo matara.

Caín salió de la presencia del Señor y habitó en Tierra Perdida, al este de Edén.

Caín se unió a su mujer, que concibió y dio a luz a Henoc. Caín edificó una ciudad y le puso el nombre de su hijo, Henoc.

Henoc engendró a Irad, Irad a Mejuyael, éste a Metusael y éste a Lamec.

Lamec tomó dos mujeres: una llamada Ada y otra llamada Sila. Ada dio a luz a Yabal, el antepasado de los pastores nómadas; su hermano se llamaba Yubal, el antepasado de los que tocan la cítara y la flauta.

Sila a su vez dio a luz a Tubalcaín, forjador de herramientas de bronce y hierro; tuvo una hermana que se llamaba Preciosa.

Lamec dijo a Ada y Sila, sus mujeres:

–Escuchadme, mujeres de Lamec, prestad oído a mis palabras: por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz. Si la venganza de Caín valía por siete, la de Lamec valdrá por setenta y siete.

Adán se llegó otra vez a su mujer, que concibió, dio a luz un hijo y lo llamó Set, pues dijo:

–El Señor me ha dado un descendiente a cambio de Abel, asesinado por Caín.

También Set tuvo un hijo, que se llamó Enós, el primero que invocó el nombre del Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 39 (11-14: PL 14, 1061-1062)

El sacrificio del justo Abel significó que el Señor Jesús iba
a ofrecerse por nosotros

Al comienzo del Libro está escrito de mí. Efectivamente, al comienzo del antiguo Testamento está escrito de Cristo que vendría para hacer la voluntad de Dios Padre relativa a la redención de los hombres, cuando se dice que Dios formó a Eva –figura de la Iglesia– como auxiliar del hombre. ¿Dónde si no podríamos encontrar ayuda mientras nos hallamos sometidos a la debilidad de nuestro cuerpo y a las turbulencias del mundo actual, más que en la gracia propia de la Iglesia, y en nuestra fe por la cual vivimos?

Al comienzo del Libro está escrito: ¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Quién sea este que así habla o a qué se refiere este sacramento, escucha a Pablo cuando dice: Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. Por eso exhorta al hombre a que ame a su mujer como Cristo ama a la Iglesia, pues somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. ¿Puede haber salvación mayor que estar con Cristo y adherirse a él en una concreta unidad corporal, en la que no hay mancha ni huella alguna de pecado?

Al comienzo del Libro está escrito que Dios se fijó en la ofrenda del justo Abel, pero no se fijó en la ofrenda del fratricida. ¿No significó abiertamente que el Señor Jesús iba a ofrecerse por nosotros, para consagrar en su pasión la gracia del nuevo sacrificio y abolir el rito del pueblo fratricida? ¿Hay algo más expresivo que el hecho mismo de que el santo Patriarca ofreciera al hijo e inmolara un carnero? ¿No manifestó abiertamente que habría de ser la carne, y no la divinidad del Unigénito de Dios, la que tendría que ser sometida al tormento de la sagrada pasión?

Al comienzo del Libro está escrito que iba a venir un hombre con poder sobre las potestades celestiales. Lo cual se cumplió cuando el Señor Jesús vino a la tierra y los ángeles lo servían, como él mismo se dignó decir: Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.

Al comienzo del Libro está escrito: Será un cordero sin defecto, macho, de un año; toda la asamblea lo matará. Quién sea este cordero, lo habéis oído cuando se nos decía: Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es el que fue muerto por todo el pueblo judío y todavía hoy sigue odiándole con odio implacable. Y ciertamente convenía que muriera por todos, para que en su cruz se llevara a cabo el perdón de los pecados y su sangre lavara las inmundicias del mundo.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 6, 5-22; 7, 17-24
El castigo de Dios por el diluvio

Al ver el Señor que la maldad del hombre crecía sobre la tierra, y que todo su modo de pensar era siempre perverso, se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra, y le pesó de corazón. Y dijo:

—Borraré de la superficie de la tierra al hombre que he creado; al hombre con los cuadrúpedos, reptiles y aves, pues me pesa de haberlos hecho.

Pero Noé alcanzó el favor del Señor.

Descendientes de Noé: Noé fue en su época un hombre recto y honrado y procedía de acuerdo con Dios, y engendró tres hijos: Sem, Cam y Jafet.

La tierra estaba corrompida ante Dios y llena de crímenes. Dios vio la tierra corrompida, porque todos los vivientes de la tierra se habían corrompido en su proceder.

El Señor dijo a Noé:

—Veo que todo lo que vive tiene que terminar, pues por su culpa la tierra está llena de crímenes; los voy a exterminar con la tierra. Tú fabrícate un arca de madera resinosa con compartimientos, y calafatéala por dentro y por fuera. Sus dimensiones serán: ciento cincuenta metros de largo, veinticinco de ancho y quince de alto. Haz un tragaluz a medio metro del remate; una puerta al costado y tres cubiertas superpuestas. Voy a enviar el diluvio a la tierra, para que extermine a todo viviente que respira bajo el cielo; todo lo que hay en la tierra perecerá. Pero hago un pacto contigo: Entra en el arca con tu mujer, tus hijos y sus mujeres. Toma una pareja de cada viviente, es decir, macho y hembra, y métela en el arca, para que conserve la vida contigo: pájaros por especies, cuadrúpedos por especies, reptiles por especies; de cada una entrará una pareja contigo para conservar la vida. Reúne toda clase de alimentos y almacénalos para ti y para ellos.

Noé hizo todo lo que le mandó Dios.

El diluvió cayó durante cuarenta días sobre la tierra. El agua al crecer levantó el arca, de modo que iba más alta que el suelo.

El agua se hinchaba y crecía sin medida sobre la tierra, y el arca flotaba sobre el agua; el agua crecía más y más sobre la tierra, hasta cubrir las montañas más altas bajo el cielo; el agua alcanzó una altura de siete metros y medio por encima de las montañas. Y perecieron todos los seres vivientes que se mueven sobre la tierra: aves, ganado y fieras y todo lo que bulle en la tierra; y todos los hombres. Todo lo que respira por la nariz con aliento de vida, todo lo que había en la tierra firme murió. Quedó borrado todo lo que se yergue sobre el suelo; hombres, ganado, reptiles y aves del cielo fueron borrados de la tierra; sólo quedó Noé y los que estaban con él en el arca.

El agua dominó sobre la tierra ciento cincuenta días.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Homilía 22 sobre el Evangelio de san Lucas (7-10: SC 87. 306-308)

Producid el fruto que la conversión pide

Sobre nuestro siglo pende la amenaza de una gran ira: todo el mundo deberá sufrir la ira de Dios. La ira de Dios provocará la subversión de la inmensidad del cielo, de la extensión de la tierra, de las constelaciones estelares, del resplandor del sol y de la nocturna serenidad de la luna. Y todo esto sucederá por culpa de los pecados de los hombres. En todo tiempo, es verdad, la cólera de Dios se desencadenó únicamente sobre la tierra, porque todos los vivientes de la tierra se habían corrompido en su proceder; ahora, en cambio, la ira de Dios va a descargar sobre el cielo y la tierra: los cielos perecerán, tú permaneces –se dirige a Dios–, se gastarán como la ropa. Considerad la calidad y la extensión de la ira que va a consumir el mundo entero y a castigar a cuantos son dignos de castigo: no le va a faltar materia en que ejercerse. Cada uno de nosotros suministramos con nuestra conducta materia a la ira. Dice, en efecto, san Pablo a los Romanos: Con la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día del castigo, cuando se revelará el justo juicio de Dios

¿Quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Producid el fruto que la conversión pide. También a vosotros que os acercáis a recibir el bautismo, se os dice: producid el fruto que la conversión pide. ¿Queréis saber cuáles son los frutos que la conversión pide? El amor es fruto del Espíritu, la alegría es fruto del Espíritu, la paz, la comprensión, la servicialidad, la bondad, la lealtad la amabilidad, el dominio de sí y otras cualidades por el estilo. Si poseyéramos todas esas virtudes, habríamos producido los frutos que la conversión pide.

Y no os hagáis ilusiones pensando: «Abrahán es nuestro padre»; porque os digo que de estas piedras Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán. Juan, el último de los profetas, profetiza aquí el rechazo del primer pueblo y la vocación de los paganos. A los judíos, que estaban orgullosos de Abrahán, les dice en efecto: Y no os hagáis ilusiones pensando: «Abrahán es nuestro padre»; y refiriéndose a los paganos, añade: Porque os digo que de estas piedras Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán. ¿De qué piedras se trata? No apuntaba ciertamente a piedras inanimadas y materiales: se refería más bien a los hombres insensibles y antaño obstinados que por haber adorado ídolos de piedra y de madera, se cumplió en ellos aquello que de los tales se canta en el salmo: Que sean igual los que los hacen, cuantos confían en ellos.

Realmente los que hacen y confían en los ídolos pueden parangonarse con sus dioses: insensibles e irracionales, se han convertido en piedras y leños. No obstante ver en la creación un orden, una armonía y una disciplina admirables; a pesar de ver la sorprendente belleza del cosmos, se niegan a reconocer al Creador a partir de la criatura; noquieren admitir que una organización tan perfecta postula una Providencia que la dirija: son ciegos y sólo ven el mundo con los ojos con que lo contemplan los jumentos y las bestias irracionales. No admiten la presencia de una razón, en un modo manifiestamente regido por la razón.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesís 8, 1 -22

El fin del diluvio

Entonces Dios se acordó de Noé y de todas las fieras y ganados que estaban con él en el arca; hizo soplar el viento sobre la tierra, y el agua comenzó a bajar; se cerraron las fuentes del océano y las compuertas del cielo, y cesó la lluvia del cielo. El agua se fue retirando de la tierra y disminuyó, de modo que a los ciento cincuenta días, el día diecisiete del mes séptimo, el arca encalló en el monte de Ararat.

El agua fue disminuyendo hasta el mes décimo, y el día primero de ese mes asomaron los picos de las montañas. Pasados cuarenta días, Noé abrió el tragaluz que había hecho en el arca y soltó el cuervo, que voló de un lado para otro, hasta que se secó el agua de la tierra. Después soltó la paloma, para ver si el agua sobre la superficie estaba ya somera. La paloma, no encontrando dónde posarse, volvió al arca con Noé, porque todavía había agua sobre la superficie. Noé alargó el brazo, la agarró y la metió consigo en el arca. Esperó otros siete días y de nuevo soltó a la paloma desde el arca; ella volvió al atardecer con una hoja de olivo en el pico. Noé comprendió que el agua sobre la tierra estaba somera; esperó otros siete días, y soltó la paloma, que ya no volvió.

El año seiscientos uno, el día primero del mes primero se secó el agua en la tierra. Noé abrió el tragaluz del arca, miró y vio que la superficie estaba seca; el día diecisiete del mes segundo la tierra estaba seca.

Entonces dijo Dios a Noé:

–Sal del arca con tus hijos, tu mujer y tus nueras; todos los seres vivientes que estaban contigo, todos los animales, aves, cuadrúpedos o reptiles, hazlos salir contigo, para que bullan por la tierra y crezcan y se multipliquen en la tierra.

Salió, pues, Noé con sus hijos, su mujer y sus nueras; y todos los animales, cuadrúpédos, aves y reptiles salieron por grupos del arca.

Noé construyó un altar al Señor, tomó animales y aves de toda especie pura y los ofreció en holocausto sobre el altar. El Señor olió el aroma que aplaca y se dijo:

—No volveré a maldecir la tierra a causa del hombre, porque el corazón humano piensa mal desde la juventud. No volveré a matar a los vivientes como acabo de hacerlo. Mientras dure la tierra no han de faltar siembra y cosecha, frío y calor, verano e invierno, día y noche.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 19 (3: CCL 41, 253-254) Han cambiado los signos, no la fe

¿Quieres aplacar a Dios? Conoce lo que has de hacer contigo mismo para que Dios te sea propicio. Atiende a lo que dice el mismo salmo: leemos en efecto: Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Pero, ¿es que vas a prescindir del sacrificio?, ¿no vas a ofrecer nada?, ¿no vas a aplacar a Dios con alguna oblación? ¿Qué es lo que acabas de decir? Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Continúa, escucha y di: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. Rechazando lo que ofrecías, has comprendido lo que has de ofrecer.

Ofrecías —según la tradición de los padres— víctimas de tus rebaños, que llevaban el nombre de sacrificios. Si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. No te interesan aquellos sacrificios, y no obstante buscas un sacrificio. Tu pueblo te dice: ¿Qué he de ofrecer, si no ofrezco lo queofrecía? El pueblo, efectivamente, es el mismo: unos mueren, otros nacen, pero el pueblo sigue siendo el mismo. Han cambiado los signos, no la fe. Han cambiado los signos con los que se significaba otra cosa, no la cosa significada. El carnero, el cordero y el cabrito significaban a Cristo: todo simbolizaba a Cristo.

El carnero, porque guía al rebaño: es el mismo que apareció enredado en las zarzas, cuando al padre Abrahán se le ordenó perdonar al hijo, pero no abandonar aquel lugar sin haber antes ofrecido un sacrificio. Isaac era Cristo, y el carnero era Cristo. Isaac llevaba la leña de su propio sacrificio: Cristo cargó con su propia cruz. El carnero ocupó el puesto de Isaac; Cristo no se sustituyó a sí mismo. Pero en Isaac y en el carnero está prefigurado Cristo.

El carnero estaba enredado en las zarzas por los cuernos; pregunta a los judíos dónde colocaron ellos la corona del Señor. Es cordero: Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Es toro: observa los cuernos de la cruz. Es cabrito por su condición pecadora como la nuestra. Todo esto está velado mientras sopla la brisa y las sombras se alargan.

Así pues, los antiguos padres creyeron en el mismo Cristo, el Señor; y no sólo en cuanto Verbo, sino en cuanto que, el hombre Cristo Jesús, es el mediador entre Dios y los hombres. Creyeron y, con su predicación y sus profecías, nos han transmitido esa misma fe. Por eso dice el Apóstol: Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé».

Pues bien: cuando el santo David decía: Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto, no lo querrías, se ofrecían aquellos sacrificios, que ahora ya no se ofrecen. Por tanto, mientras cantaba, profetizaba; despreciaba los presentes, preveía los futuros. Si te ofreciera un holocausto –dice–, no lo querrías. Si no quieres, pues, holocaustos, ¿vas a quedarte sin sacrificios? De ningún modo.

Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias. Este es el sacrificio que has de ofrecer. No busques en el rebaño, no prepares navíos para navegar hasta las más lejanas tierras a buscar perfumes. Busca en tu corazón la ofrenda grata a Dios. El corazón es lo que hay que quebrantar. Y no temas perder el corazón al quebrantarlo, pues dice también el salmo: Oh Dios, crea en mí un corazón puro. Para que sea creado este corazón puro, hay que quebrantar antes el impuro.