TIEMPO DE EPIFANÍA
6 de enero

o bien
Domingo que ocurre entre los días 2 y 8 de enero

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

Solemnidad


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 60, 1-22

Revelación de la gloria del Señor sobre Jerusalén

¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.

Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos.

Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos.

Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.

A los rebaños de Cadar los reunirán para ti y los carneros de Nebayot estarán a tu servicio; subirán a mi altar como víctimas gratas, y honraré mi noble casa.

¿Quiénes son ésos. que vuelan como nubes y como palomas al palomar? Son navíos que acuden a mí, en primera línea las naves de Tarsis, para traer a tus hijos de lejos, y con ellos su plata y su oro, por la fama del Señor, tu Dios, del Santo de Israel, que así te honra.

Extranjeros reconstruirán tus murallas y sus reyes te servirán; si te herí en mi cólera, con mi favor te compadezco.

Tus puertas estarán siempre abiertas, ni de día ni de noche se cerrarán: para traerte las riquezas de los pueblos guiados por sus reyes. El pueblo y el rey que no se te sometan perecerán, las naciones serán exterminadas.

Vendrá a ti el orgullo del Líbano, con el ciprés y el abeto y el pino, para adornar el lugar de mi santuario y ennoblecer mi estrado.

Los hijos de tus opresores vendrán a ti encorvados, y los que te despreciaban se postrarán a tus pies; te llamarán Ciudad del Señor, Sión del Santo de Israel.

Estuviste abandonada, aborrecida y deshabitada, pero te haré el orgullo de los siglos, la delicia de todas las edades.

Mamarás la leche de los pueblos, mamarás al pecho de los reyes; y sabrás que yo, el Señor, soy tu salvador, que el Héroe de Jacob es tu redentor.

En vez de bronce te traeré oro, en vez de hierro te traeré plata, en vez de madera, bronce, y en vez de piedra, hierro; te daré por magistrados la paz, y por gobernantes la justicia.

No se oirán más violencias en tu tierra, ni dentro de tus fronteras ruina o destrucción; tu muralla se llamará «Salvación», y tus puertas «Alabanza».

Ya no será el sol tu luz en el día, ni te alumbrará la claridad de la luna; será el Señor tu luz perpetua, y tu Dios será tu esplendor; tu sol ya no se pondrá, ni menguará tu luna, porque el Señor será tu luz perpetua y se cumplirán los días de tu luto.

En tu pueblo todos serán justos y poseerán por siempre la tierra: es el brote que yo he plantado, la obra de mis manos, para gloria mía.

El pequeño crecerá hasta mil, y el menor se hará pueblo numeroso: Yo soy el Señor y apresuraré el plazo.
 

SEGUNDA LECTURA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre el salmo 66 (3-5 CSEL 22, 271-273)

¡Oh Dios, que te alaben los pueblos!

Que Dios ilumine su rostro sobre nosotros y tenga piedad de nosotros. Necesitamos la bendición de Dios para que su rostro nos ilumine, para que la luz de su conocimiento irradie sobre nuestros corazones entenebrecidos, para que el espíritu de su majestad disipe la oscuridad de nuestra inteligencia y así podamos gloriarnos diciendo: Brille sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro. Esta iluminación de su rostro sobre nosotros es don de su misericordia, misericordia que inició su obra en nosotros con la remisión de los pecados. Las palabras que siguen a continuación nos aclaran el por qué se pide la iluminación del rostro de Dios sobre nosotros.

Para que conozcamos en la tierra tus caminos y en todos los pueblos tu salvación. Según la correcta versión griega, pedimos ser iluminados por el rostro de Dios para que sea conocido en la tierra el camino de Dios, que es la doctrina de la vida religiosa: por ella, en efecto, se camina hacia Dios. Y la doctrina de la vida religiosa es Cristo. En los evangelios él mismo se identifica con esa doctrina al decir: Yo soy la verdad, y el camino, y la vida. Y de nuevo: Nadie va al Padre sino por mí.

Que Jesús sea el salvador, basta analizar el significado de la palabra para caer en la cuenta, pues en hebreo Jesús significa salvador. La confirmación de este aserto la tenemos en lo que dice el ángel hablando con José de María: Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados. Así pues, el ángel afirma que la razón de que se le llame Jesús es porque él está llamado a ser el salvador del pueblo. Los apóstoles se confiesan incapaces de predicar el mensaje evangélico si no son iluminados, si no irradian algo del esplendor del rostro del Señor. Pues, según el evangelio, también ellos son luz del mundo.

Pero el Señor es la luz verdadera que ilumina a apóstoles y profetas para que también ellos puedan ser luz. A toda esta predicación profética y apostólica debe seguir la alabanza de los pueblos y la alegría por la remisión de los pecados; y no tan sólo por la remisión de los pecados, sino también por la certeza de que el mismo que ha perdonado los pecados juzgará a los pueblos con equidad, y conducirá por el camino de la vida a todas las naciones de la tierra que, abandonando el error de la idolatría, son instruidas en el conocimiento de Dios. Por eso añade el salmista: Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia y gobiernas las naciones de la tierra.

La expresión «que te alaben los pueblos» parece designar a los creyentes o a los que en el futuro creerán procedentes de las doce tribus de Israel, mientras que las palabras «que todos los pueblos te alaben» no excluyen a pueblo alguno. El texto «cantan de alegría las naciones, porque rige el mundo con justicia y gobierna las naciones de la tierra» indica como causa de la alegría la esperanza del juicio eterno y el ingreso de las naciones en el camino de la vida.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



7 de enero
o bien
LUNES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 54, 1-17

Alegría y hermosura de la nueva ciudad

Alégrate, la estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar de júbilo la que no tenías dolores, porque la abandonada tendrá más hijos que la casada —dice el Señor—. Ensancha el espacio de tu tienda, despliega sin miedo tus lonas, alarga tus cuerdas, hinca bien tus estacas, porque te extenderás a derecha e izquierda. Tu estirpe heredará las naciones y poblará ciudades desiertas.

No temas, no tendrás que avergonzarte; no te sonrojes, que no te afrentarán. Olvidarás la vergüenza de tu soltería, ya no recordarás la afrenta de tu viudez. El que te hizo te tomará por esposa: su nombre es Señor de los ejércitos. Tu redentor es el Santo de Israel, se llama Dios de toda la tierra. Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor; como a esposa de juventud, repudiada –dice tu Dios–. Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré. En un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero con misericordia eterna te quiero –dice el Señor, tu redentor–.

Me sucede como en tiempo de Noé: juré que las aguas del diluvio no volverían a cubrir la tierra; así juro no airarme contra ti ni amenazarte. Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia ni mi alianza de paz vacilará –dice el Señor, que te quiere–.

¡Afligida, zarandeada, desconsolada! Mira, yo mismo coloco tus piedras sobre azabaches, tus cimientos sobre zafiros; te pondré almenas de rubí, y puertas de esmeralda, y muralla de piedras preciosas. Tus hijos serán discípulos del Señor, tendrán gran paz tus hijos. Tendrás firme asiento en la justicia. Estarás lejos de la opresión, y no tendrás que temer; y del terror, que no se te acercará.

Si alguien te asedia, no es de parte mía; si lucha contigo caerá frente a ti. Yo he creado al herrero que sopla en las brasas y saca una herramienta; y yo he creado al devastador funesto: ninguna arma forjada contra ti resultará, ninguna lengua que te acuse en juicio logrará condenarte. Esta es la herencia de los siervos del Señor, ésta es la victoria que yo les doy —oráculo del Señor—.


SEGUNDA LECTURA

San Proclo de Constantinopla, Sermón 1 en alabanza de santa María (4.5.6.9.10 PG 65, 683-687.690-691)

Venía a salvar, pero le era también necesario morir

Cristo, que por naturaleza era impasible, se sometió por su misericordia a muchos padecimientos. Es inadmisible que Cristo se hiciera pasar por Dios en provecho personal. ¡Ni pensarlo! Muy al contrario: siendo —como nos enseña la fe— Dios, se hizo hombre en aras de su misericordia. No predicamos a un hombre deificado; proclamamos más bien a un Dios encarnado. Adoptó por madre a una esclava quien por naturaleza no conoce madre y que, sin embargo, apareció sobre la tierra sin padre, según la economía divina.

Observa en primer lugar, oh hombre, la economía y las motivaciones de su venida, para exaltar en un segundo tiempo el poder del que se ha encarnado. Pues el género humano había, por el pecado, contraído una inmensa deuda, deuda que en modo alguno podía saldar. Porque en Adán todos habíamos suscrito el recibo del pecado: éramos esclavos del diablo. Tenía en su poder el documento de nuestra esclavitud y exhibía títulos de posesión sobre nosotros señalando nuestro cuerpo, juguete de las más variadas pasiones. Pues bien: al hallarse el hombre gravado por la deuda del pecado, no podía pretender salvarse por sí mismo. Ni siquiera un ángel hubiera podido redimir al género humano: el precio del rescate no hubiera sido suficiente. No quedaba más que una solución: que el único que no estaba sometido al pecado, es decir, Dios, muriera por los pecadores. No había otra alternativa para sacar al hombre del pecado.

¿Y qué es lo que ocurrió? Pues que el mismo que había sacado de la nada todas las cosas dándoles la existencia y que poseía plenos poderes para saldar la deuda, ideó un seguro de vida para los condenados a muerte y una estupenda solución al problema de la muerte. Se hizo hombre naciendo de la Virgen de un modo para él harto conocido. No hay palabra humana capaz de explicar este misterio: murió en la naturaleza que había asumido y llevó a cabo la redención en virtud de lo que ya era, según lo que dice san Pablo: por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

¡Oh prodigio realmente estupendo! Negoció y obtuvo para los demás la inmortalidad el que por naturaleza era inmortal. A nivel de encarnación, jamás existió, ni existe ni existirá un ser semejante, a excepción del nacido de María, Dios y hombre: y no sólo por el mero hecho de haberse adecuado a la multitud de reos susceptibles de redención, sino porque era, bajo tantos aspectos, superior a ellos. Pues en cuanto Hijo, conserva inmutable la misma naturaleza que su Padre; como creador del universo, posee plenos poderes; como misericordioso, posee una inmensa e inagotable misericordia; finalmente, como pontífice, está a nuestro lado cual idóneo intercesor. Bajo cualquiera de estos aspectos, jamás hallarás ningún otro que se le pueda comparar. Considera, por ejemplo, su clemencia: Entregado espontáneamente y condenado a muerte, destruyó la muerte que hubieran debido sufrir los que le crucificaban; trocó en saludable la perfidia de quienes lo mataban y que se convertían por eso mismo en obradores de iniquidad.

Venía a salvar, pero le era también necesario morir. Siendo Dios, el Emmanuel se hizo hombre; la naturaleza que era nos trajo la salvación, la naturaleza asumida soportó la pasión y la muerte. El que está en el seno del Padre es el mismo que se encarna en el seno de la madre; el que reposa en el regazo de la madre es el mismo que camina sobre las alas del viento. El mismo que en los cielos es adorado por los ángeles, en la tierra se sienta a una misma mesa con los recaudadores.

¡Oh gran misterio! Veo los milagros y proclamo la divinidad; contemplo sus sufrimientos y no niego la humanidad. Además, el Emmanuel, en cuanto hombre, abrió las puertas de la humanidad, pero en cuanto Dios ni violó ni rompió los sellos de la virginidad. Más aún: salió del útero como entró por el oído: nació del modo como fue concebido. Entró sin pasión y salió sin corrupción.



8 de enero
o bien
MARTES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 55, 1-13

La alianza eterna se ofrece a todos
en la palabra del Señor

Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar; vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿Y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos, y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David: a él lo hice mi testigo para los pueblos, caudillo y soberano de naciones; tú llamarás a un pueblo desconocido, un pueblo que no te conocía correrá hacia ti: por el Señor tu Dios; por el santo de Israel, que te honra.

Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón.

Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos –oráculo del Señor–. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes más que vuestros planes. Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo

Saldréis con alegría, os llevarán seguros: montes y colinas romperán a cantar ante vosotros y aplaudirán los árboles silvestres. En vez de espinos, crecerá el ciprés; en vez de ortigas, el arrayán: serán el renombre del Señor y monumento perpetuo imperecedero.


SEGUNDA LECTURA

San Fulberto de Chartres, Carta 5 (PL 141, 198-199)

El misterio de nuestra salvación

No nos resulta difícil sopesar la diversidad de naturalezas en Cristo. En efecto: uno es el nacimiento o la naturaleza en que, en frase de san Pablo, nació de una mujer, nació bajo la ley; otra por la que en el principio estaba junto a Dios; una es la naturaleza por la que, engendrado de la virgen María, vivió humilde en la tierra, y otra por la que, eterno y sin principio, creó el cielo y la tierra; una es la naturaleza en la que se afirma que fue presa de la tristeza, que el cansancio le rindió, que padeció hambre, que lloró, y otra en virtud de la cual curó paralíticos, hizo caminar a los tullidos, dio la vista al ciego de nacimiento, calmó con su imperio las turgentes olas, resucitó muertos.

Siendo así las cosas, es necesario que quien desee llevar el nombre de cristiano con coherencia y sin perjuicio personal, confiese que Cristo, en quien reconocemos dos naturalezas, es a la vez verdadero Dios y hombre verdadero. Así, una vez asegurada la verdad de las dos naturalezas, la fe verdadera no confunda ni divida a Cristo, verdadero en los dolores de su humanidad y verdadero en los poderes de su divinidad. Pues en él la unidad de persona no tolera división y la realidad de la doble naturaleza no admite confusión. En él no subsisten separados Dios y hombre, sino que Cristo es al mismo tiempo Dios y hombre. Efectivamente, Cristo es el mismo Dios que con su divinidad destruyó la muerte; el mismo Hijo de Dios que no podía morir en su divinidad, murió en la carne mortal que el Dios inmortal había asumido; y este mismo Cristo Hijo de Dios, muerto en la carne, resucitó, pues muriendo en la carne, no perdió la inmortalidad de su divinidad.

Sabemos con plena certeza que, siendo pecadores por el primer nacimiento, el segundo nos ha purificado; siendo cautivos por el primer nacimiento, el segundo nos ha liberado; siendo terrenos por el primer nacimiento, el segundo nos hace celestes; siendo carnales por el vicio del primer nacimiento, el beneficio del segundo nacimiento nos hace espirituales; por el primer nacimiento somos hijos de ira, por el segundo nacimiento somos hijos de gracia. Por tanto, todo el que atenta contra la santidad del bautismo, sepa que está ofendiendo al mismo Dios, que dijo: El que no nazca de agua y Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.

Constituye, por tanto, una gracia de la doctrina de la salvación, conocer la profundidad del misterio del bautismo, del que el Apóstol afirma: Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. Conmorir y ser sepultados con Cristo tiene como meta poder resucitar con él, poder vivir con él.



9 de enero
o bien
MIÉRCOLES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 56, 1-8

Extranjeros y eunucos, admitidos en la casa del Señor

Así dice el Señor:

Guardad el derecho, practicad la justicia, que mi salvación está para llegar y se va a revelar mi victoria.

Dichoso el hombre que obra así, dichoso el mortal que persevera en ello, que guarda el sábado sin profanarlo y guarda su mano de obrar el mal.

No diga el extranjero que se ha dado al Señor: «El Señor me excluirá de su pueblo». No diga el eunuco: «Yo soy un árbol seco». Porque así dice el Señor:

A los eunucos que guardan mis sábados, que deciden lo que me agrada y perseveran en mi alianza, les daré en mi casa y en mis murallas un monumento y un nombre mejores que hijos e hijas; nombre eterno les daré que no se extinguirá.

A los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar al Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianza los traeré a mi Monte Santo, los alegraré en mi casa de oración; aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios; porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos.

Oráculo del Señor, que reúne a los dispersos de Israel, y reunirá otros a los ya reunidos.


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Tratado 36 (1-2 CCL 138, 195-196)

Y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios

El día en que Cristo, Salvador del mundo, se manifestó por primera vez a los paganos, hemos de celebrarlo,amadísimos, con todos los honores y sentir allá en el hondón de nuestro corazón el gozo que sintieron los tres magos cuando, incitados y guiados por la nueva estrella, pudieron adorar, contemplándolo con sus propios ojos, al Rey del cielo y tierra, en quien habían previamente creído en virtud de solas promesas.

Y aunque el relato evangélico se refiera concretamente a los días en que tres hombres —no adoctrinados por la predicación profética ni instruidos por el testimonio de la ley– vinieron de una remotísima región del Oriente para conocer a Dios, sin embargo, vemos que esto mismo, aunque de modo más claro y con mayor abundancia, se realiza hoy en todos los llamados a la luz de la fe. Así se cumple la profecía de Isaías: El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios. Y de nuevo: Los que no tenían noticia lo verán, los que no habían oído hablar comprenderán.

Por eso, cuando vemos que hombres infatuados por la sabiduría mundana y alejados de la fe de Jesucristo son arrancados del abismo de sus errores y conducidos al conocimiento de la luz verdadera, es indudable que está allí actuando el esplendor de la gracia divina, y lo que de luz nueva aparece en esos entenebrecidos corazones es una participación de la misma estrella, de suerte que a las almas tocadas por su fulgor las impresiona primero con el milagro, para conducirlas luego, precediéndolas, a adorar al Señor.

Y si quisiéramos considerar atentamente cómo es posible, para todos los que se acercan a Cristo por los caminos de la fe, aquella triple clase de dones, ¿no descubriríamos que esta ofrenda se realiza en el corazón de cuantos rectamente creen en Cristo? Saca efectivamente oro del tesoro de su corazón quien reconoce a Cristo como Rey del universo; ofrece mirra quien cree que el Unigénito de Dios asumió una verdadera naturaleza humana; venera a Cristo con una especie de incienso quien confiesa que en nada es desemejante de la majestad del Padre.



10 de enero
o bien
JUEVES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 59, 15-20

El Señor viene

La lealtad está ausente, y expolian a quien evita el mal. El Señor contempla disgustado que ya no existe justicia. Ve que no hay nadie, se extraña de que nadie intervenga. Entonces su brazo le dio la victoria, y su justicia lo mantuvo: por coraza se puso la justicia y por casco la salvación, por traje se vistió la venganza y por manto se envolvió en la indignación. A cada uno va a pagar lo que merece: a su enemigo, furia; a su adversario, represalia.

Los de occidente temerán al Señor, los de oriente respetarán su gloria; porque vendrá como torrente encajonado, empujado por el aliento del Señor. Pero a Sión vendrá el Redentor para alejar los crímenes contra Jacob –oráculo del Señor–.

Por mi parte, dice el Señor, éste es mi pacto con ellos: el espíritu mío, que te envié; las palabras mías, que puse en tu boca, no caerán de tu boca, de la boca de tus hijos, de la boca de tus nietos, desde ahora y por siempre —lo dice el Señor—.


SEGUNDA LECTURA

San Odilón de Cluny, Sermón 9 en el día de Pentecostés (PL 142, 1015-1016)

El que por nosotros se hizo mortal, es confesado
Rey y Señor

Nace Cristo de una Virgen inmaculada, para que el maculado nacimiento humano se remontara a su origen espiritual. Quiso ser circuncidado según la ley para demostrar que él es el autor de la ley, y para que nosotros, circuncidados a ejemplo suyo en el gozo del Espíritu, es decir, instruidos en las cosas celestiales, fuéramos capaces de entrar en la construcción de la celeste edificación.

Luego, adorado por los magos, recibe la significativa ofrenda de los tres dones, para que quien por nosotros se había hecho mortal, fuera reconocido como Rey y Señor de los siglos. Quiso también ser presentado en el templo y aceptó que se ofrecieran por él una tórtola y una paloma, dándonos ejemplo, para que cuando nos acerquemos al altar, inmolemos víctimas de castidad, de inocencia y de las demás virtudes.

A los doce años se queda en el templo sin saberlo la Virgen Madre. Se le busca inmediatamente con rapidez y solicitud amorosa, y se le encuentra sentado en medio de los maestros, no enseñando, sino aprendiendo y escuchando. Y al preguntarle su madre por qué se quedó sin decírselo, le responde que está en la casa de su Padre. Estos episodios de la infancia de Jesús tienen el refrendo de la autoridad de la fe católica. Indudablemente, cuando Jesús es buscado por su madre, se le reconoce como verdadero hombre; y cuando asegura que es conveniente que él esté en la casa de su Padre, todo creyente le reconoce como verdadero y único Hijo de Dios. Sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas, nos indica que nadie debe arrogarse el ministerio de la predicación antes de llegar a la edad adulta.

Conviene también saber que el magisterio de la Iglesia no aprueba de la infancia de Jesús más que datos de los que el evangelio nos ha conservado. Sin embargo —y ahí está la fe de los creyentes para corroborarlo—, Jesús recorrió todo el abanico de las debilidades inherentes a la humanidad asumida, a excepción del pecado, si bien el Dios oculto en el hombre permaneció siempre impasible. Y aun cuando el Hijo de Dios no tenía ninguna necesidad de ser limpiado o purificado, sin embargo en un día concreto de su vida y en un determinado momento, esto es, a los treinta años de edad, recibió aquel singular y singularmente saludable misterio del bautismo. Y al recibirlo, lo santificó; y al santificarlo lo legó, como don celeste, a todos los fieles para que por su medio fueran santificados.

Pero si es cierto que concedió la posibilidad de bautizar a los ministros de la Iglesia, se reservó para sí —reivindicándola como prerrogativa singular— la potestad de bautizar. Tenemos la prueba en la voz divina que habló a san Juan, varón de gran mérito, cuando Jesús no dudó dirigirse a él para ser bautizado: Aquel sobre quien veas —dijo— bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Pues bien, el amigo del Esposo, es fiel y humilde Precursor, aquel de quien afirmó la Verdad no haber nacido de mujer otro más grande que él, aquel a quien la sagrada palabra del evangelio nos presenta bautizando y predicando el bautismo, dice: Yo os bautizo con agua, pero el que viene detrás, él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.



11 de enero
o bien
VIERNES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Baruc 4, 5-29

Sión consuela y anima a sus hijos

¡Ánimo, pueblo mío, que llevas el nombre de Israel! Os vendieron a los gentiles, pero no para ser aniquilados; por la cólera de Dios contra vosotros os entregaron a vuestros enemigos, porque irritasteis a vuestro Creador sacrificando a demonios y no a Dios; os olvidasteis del Señor eterno que os había criado, y afligisteis a Jerusalén, que os sustentó. Cuando ella vio que el castigo de Dios se avecinaba, dijo:

Escuchad, habitantes de Sión, Dios me ha enviado una pena terrible: vi cómo el Eterno desterraba a mis hijos e hijas; yo los crié con alegría, los despedí con lágrimas de pena. Que nadie se alegre viendo a esta viuda abandonada de todos. Si estoy desierta es por los pecados de mis hijos, que se apartaron de la ley de Dios. No hicieron caso de sus mandatos ni siguieron la vía de sus preceptos, ni entraron por el camino que los educara para su justicia. Que se acerquen los vecinos de Sión, recuerden que el Eterno llevó cautivos a mis hijos e hijas.

Y yo, ¿qué puedo hacer por vosotros? Sólo el que os envió tales desgracias os librará del poder enemigo. Marchad, hijos, marchad, mientras yo quedo sola. Me he quitado el vestido de la paz, me he puesto el sayal de suplicante, gritaré al Eterno toda mi vida.

¡Animo, hijos! Gritad a Dios para que os libre del poder enemigo. Yo espero que el Eterno os salvará, el Santo ya me llena de alegría, porque muy pronto el Eterno, vuestro Salvador, tendrá misericordia de vosotros.

Si os expulsó entre duelos y llantos, Dios mismo os devolverá a mí con gozo y alegría sin término. Como hace poco los vecinos de Sión os vieron marchar cautivos, así pronto os verán salvados por vuestro Dios, nimbados con la gloria y el esplendor del Eterno.

Hijos, soportad con fortaleza el castigo que Dios os ha enviado; si tus enemigos te dieron alcance, muy pronto verás su perdición y pondrás el pie sobre sus cuellos. Mis niños mimados recorrieron caminos ásperos, los robó el enemigo como a un rebaño.

¡Animo, hijos, gritad a Dios! Que el que os castigó se acordará de vosotros. Si un día os empeñasteis en alejaros de Dios, volveos a buscarlo con redoblado empeño. El que os mandó las desgracias, os mandará el gozo eterno de vuestra salvación.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 49 sobre el Antiguo Testamento (2-3 CCL 41, 614-616)

Éste es el trabajo que Dios quiere: que creáis
en el que Él ha enviado

Interrogado el Señor cuál era el trabajo de Dios, respondió: Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que Él ha enviado. Podría haber contestado nuestro piadoso Dios: El trabajo de Dios es la justicia. Ahora bien: si la justicia es el trabajo de Dios, según acabo de decir, ¿cómo puede consistir el trabajo de Dios en lo que el Señor afirma, es decir, en creer en él, si creer en él no fuera la misma justicia? Pero –me dirás– acabamos de oír al Señor: Éste es el trabajo de Dios: que creáis en él; en cambio, tú nos dices que el trabajo de Dios es la justicia. Demuéstranos que creer en Cristo es la justicia.

¿Te parece –y con esto respondo a tu justa objeción–, te parece que creer en Cristo no es justicia? ¿Qué es, entonces? Ponle un nombre a este trabajo. Si reflexionas atentamente sobre lo que has oído, estoy seguro que me responderás: Este trabajo se llama fe: creer en Cristo se llama fe. De acuerdo: creer en Cristo se llama fe. Escucha ahora tú otro texto de la Escritura: El justo vive de la fe. Obrad la justicia, creed: El justo vive de la fe. Es difícil que viva mal quien cree bien. Creed de todo corazón, creed sin claudicaciones, creed sin vacilaciones, sin argumentar contra esta misma fe acudiendo a humanas sospechas. Se llama fe precisamente porque se hace lo que se dice (fit quod dicitur).

Si ahora yo te pregunto: ¿Crees?, tú me respondes: Creo. Pues bien, haz lo que dices y eso es la fe. Yo, es verdad, puedo oír la voz del que me contesta, pero no me es posible ver el corazón del que cree. ¿Pero es que yo conduje a la viña, yo que no puedo ver el corazón? Ni conduzco, ni asigno la tarea, ni preparo el denario de la paga. Soy vuestro compañero de trabajo. Trabajo en la viña según las posibilidades que él se ha dignado poner a mi alcance. El que me contrató conoce el espíritu con que trabajo. Para mí –dice el Apóstol–, lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros. Vosotros podéis oír mi voz, pero no podéis ver mi corazón. Presentémonos todos ante Dios con el corazón en la mano y realicemos nuestra tarea con ahínco. No disgustemos al que nos ha contratado, para poder recibir el salario con la frente bien alta.

También nosotros, carísimos, podremos contemplar recíprocamente nuestro corazón, pero más tarde. De momento nos hallamos rodeados de las tinieblas de nuestra mortalidad, y caminamos guiados por la antorcha de la Escritura, como dijo el apóstol Pedro: Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones.

Por lo cual, carísimos, y en fuerza a esta fe por la que creemos en Dios, en comparación con los infieles, nosotros somos el día. Cuando aún no éramos creyentes, éramos, como ellos, noche; ahora somos luz, como dice el Apóstol: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Tinieblas en vosotros, luz en el Señor. El mismo Apóstol dice en otro lugar: Porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Somos, pues, día en comparación con los infieles. Mas en comparación con aquel día en que resucitarán los muertos y esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad, somos noche todavía. A nosotros, como si estuviéramos ya en el día, nos dice el apóstol Juan: Queridos, ahora somos hijos de Dios. Y comoquiera que aún es de noche, ¿qué es lo que sigue?: Y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. Pero esto no es ya el trabajo: es la recompensa. Le veremos tal cual es: ésta es la recompensa. Entonces brillará el día más luminoso. Pero ya en este día conduzcámonos con dignidad; ahora que todavía es noche no nos juzguemos unos a otros. Considerad que cuando el apóstol Pablo dice: Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad, no se opone ni disiente de su coapóstol Pedro, que dice: Hacéis muy bien en prestarle atención —se refiere a la palabra divina—, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones.



12 de enero
o bien
SÁBADO DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Baruc 4, 30–5, 9

Alegría de la nueva Jerusalén

¡Ánimo, Jerusalén! El que te dio su nombre te consuela.

Malditos los que te hicieron mal y se alegraron de tu caída; malditas las naciones que esclavizaron a tus hijos, maldita la ciudad que los aceptó. Como se alegró de tu caída y disfrutó de tu ruina, llorará su propia desolación. Le quitaré la población de que se enorgullece y su arrogancia se convertirá en duelo. El Eterno le enviará un fuego que arderá muchos días, y la habitarán largos años los demonios.

Mira hacia levante, Jerusalén, contempla el gozo que Dios te envía. Ya llegan los hijos que despediste, reunidos por la palabra del Santo en oriente y occidente, ya llegan alegres y dando gloria a Dios.

Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te da, envuélvete en el manto de la justicia de Dios y ponte en la cabeza la diadema de la gloria del Eterno; porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: «Paz en la justicia» y «Gloria en la piedad».

Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia oriente y contempla a tus hijos, reunidos de oriente y occidente a la voz del Santo, gozosos invocando a Dios. A pie se marcharon, conducidos por el enemigo, pero Dios te los traerá con gloria como llevados en carroza real.

Dios ha mandado abajarse a los montes elevados y a las colinas encumbradas, ha mandado llenarse a los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad guiado por la gloria de Dios; ha mandado alboscaje y a los árboles aromáticos hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia.


SEGUNDA LECTURA

San Máximo de Turín, Sermón 45 (1-3 CCL 23, 182-183)

La navidad y el bautismo de Cristo son mi misterio
y mi salvación

Hoy ha salido para el mundo el verdadero sol, hoy en las tinieblas del siglo ha surgido la luz. Dios se ha hecho hombre para que el hombre llegue a ser Dios; el Señor asumió la forma de esclavo para que el siervo se convierta en Señor; el morador y creador de los cielos habitó en la tierra para que el hombre, colono de la tierra, pueda emigrar a los cielos.

¡Oh día más lúcido que cualquier sol! ¡Oh momento más esperado de todos los siglos! Lo que anhelaban los ángeles, lo que ni serafines ni querubines ni coros celestiales conocieron, esto es lo que se ha revelado en nuestros días; lo que ellos veían como en un espejo y a través de imágenes, nosotros lo contemplamos en su misma realidad. El que habló al pueblo de Israel por boca de Isaías, Jeremías y demás profetas, ahora nos habla por su Hijo. ¡Qué diferencia entre el antiguo y nuevo Testamento! En aquél, Dios hablaba a través de la nube; a nosotros nos habla a cielo despejado; allí Dios se mostraba en la zarza, aquí Dios nace de la Virgen; allí era el fuego el que consumía los pecados del pueblo, aquí es un hombre el que perdona los pecados del pueblo, mejor dicho, es el Señor que perdona a sus siervos, pues nadie, fuera de Dios, puede perdonar pecados.

Tanto si el Señor Jesús nació hoy como si hoy es el día de su bautismo –existen al respecto opiniones diversas y podemos adherirnos a la que mejor nos parezca—, una cosa es clara: que tanto si hoy es el día en que nació de la Virgen como si es el día en que renació en el bautismo, su nacimiento –en la carne y en el espíritu– es en provecho nuestro: ambos misterios son míos, mía es la utilidad que redunda de ellos. El Hijo de Dios no tenía necesidad ni de nacer ni de ser bautizado, pues no había cometido pecado para que se le perdonase en el bautismo. Pero su humildad es nuestra sublimidad, su cruz es nuestra victoria, su patíbulo es nuestro triunfo.

Coloquemos alegres esta señal sobre nuestros hombros, enarbolemos el estandarte de la victoria, más aún, grabemos ese lábaro en nuestras frentes. Cuando el diablo vea esta señal en el dintel de nuestras puertas, se estremecerá, y los que no temen los dorados capitolios, temen la cruz; los que no se arredran ante los cetros reales, la púrpura y el fasto de los césares, se echan a temblar ante las maceraciones y los ayunos de los cristianos.

Alegrémonos, pues, carísimos hermanos, y levantemos al cielo en forma de cruz la manos puras. Mientras Moisés tenía las manos en alto, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec. Las mismas aves cuando se elevan a las alturas y planean en el aire, con las alas extendidas imitan la cruz. Y las mismas cruces artísticas son verdaderos trofeos y botín de guerra, cruces que debemos llevar no sólo en la frente, sino también en nuestras almas, para que, armados de esta guisa, caminemos sobre áspides y víboras en Cristo Jesús, a quien se debe la gloria por los siglos de los siglos.



Domingo después del 6 de enero

EL BAUTISMO DEL SEÑOR
Fiesta


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 42, 1-9; 49, 1-9

El siervo del Señor, con su mansedumbre,
es luz de las naciones

Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas.

Así dice el Señor Dios, que creó y desplegó los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, dio el respiro al pueblo que la habita y el aliento a los que se mueven en ella:

«Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.

Yo soy el Señor, éste es mi nombre; no cedo mi gloria a ningún otro, ni mi honor a los ídolos. Lo antiguo ya ha sucedido, y algo nuevo yo anuncio, antes de que brote os lo hago oír».

Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso.»

Mientras yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas», en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios.

Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel –tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza–:

«Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confin de la tierra.»

Así dice el Señor, redentor y Santo de Israel, al despreciado, al aborrecido de las naciones, al esclavo de los tiranos: «Te verán los reyes, y se alzarán; los príncipes, y se postrarán; porque el Señor es fiel, porque el Santo de Israel te ha elegido.»

Así dice el Señor: «En el tiempo de gracia te he respondido, en el día de salvación te he auxiliado; te he defendido y constituido alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir heredades desoladas, para decir a los cautivos: "Salid", a los que están en tinieblas: "Venid a la luz"; aun por los caminos pastarán, tendrán praderas en todas las dunas».


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 35 (4-5 CCL 64, 52-53)

Del seno de la Virgen nació el que es Siervo
y Señor a la vez

Creo que sobre la pobreza y sufrimientos del Señor hemos aducido testimonios muy válidos de dos santos, de los cuales uno vio y testimonió, mientras que el otro fue elegido tan sólo para testimoniar. Escuchemos todavía nuevos testimonios sobre la condición servil del Señor tomados de estos testigos fiables, o mejor, escuchemos lo que de sí mismo dice el mismo Señor por boca de ambos. Veamos lo que dice: Habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel. Advirtamos que asumió la condición de siervo para reunir al pueblo.

Estaba yo —dice— en las entrañas maternas, y el Señor pronunció mi nombre. Escuchemos cuál es el nombre que el Padre le da: Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa «Dios-con-nosotros». ¿Cuál si no es el nombre de Cristo sino el de «Hijo de Dios»? Escucha un nuevo texto. Hablando de María a José, también Gabriel había dicho: Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús. Escucha ahora la voz de Dios: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá: pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo.

Advierte el misterio: del seno de la Virgen nació el que es Siervo y Señor a la vez —siervo para trabajar, señor para mandar—, a fin de implantar el reinado de Dios en el corazón del hombre. Ambos son uno: no uno del Padre y otro de la Virgen, sino que el mismo que antes de los siglos fue engendrado por el Padre se encarnará más tarde en el seno de la Virgen. Por eso se le llama Siervo y Señor: siervo por nosotros, mas, por la unidad de la naturaleza divina, Dios de Dios, príncipe de príncipe, igual de igual; pues no pudo el Padre engendrar un ser inferior a él y afirmar al mismo tiempo que en el Hijo tiene sus complacencias.

Gran cosa es para ti —dice— que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob. Emplea siempre términos adecuados a su dignidad: Gran Dios y gran siervo, pues al encarnarse no perdió los atributos de su grandeza, ya que su grandeza no tiene fin. Así pues, es igual en cuanto Hijo de Dios, asumió la condición de siervo al encarnarse, sufrió la muerte aquel cuya grandeza no tiene fin, porque el fin de la ley es Cristo, y con eso se justifica a todo el que cree, para que todos creamos en él y le adoremos con profundo afecto. Bendita servidumbre que a todos nos otorgó la libertad, bendita servidumbre que le valió el «nombre-sobre-todo-nombre», bendita humildad que hizo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS