§ II.
El «Prólogo» del Protágoras

En el Protágoras, como en los demás Diálogos de Platón, además de describírsenos escenarios diversos, se nos hacen presentes diferentes personajes a quienes se les hace hablar a lo largo de un curso dramático más o menos complejo pero que, en todo caso, está concebido estéticamente —aunque esta concepción resulte a veces muy convencional— desde perspectivas muy próximas a aquéllas en las que se sitúa un autor teatral. Se diría que todo ha sido calculado por Platón, desde la escenografía, hasta el orden dramático (formal) de intervención de los personajes. Por lo demás, este orden dramático, en los Diálogos (y, en particular, en el Protágoras) no se corresponde siempre con el orden material (cronológico) que se supone subyacente al orden dramático y que, en general, habrá de ser reconstruido sobre la marcha a partir de las indicaciones que nos suministra la propia exposición dramática. Así, por ejemplo, el segundo escenario del Protágoras es la casa de Sócrates; pero el propio diálogo nos notifica que la «acción» que tiene lugar en este segundo escenario es anterior a los acontecimientos que tuvieron lugar en el primero dramáticamente (la calle, o una plaza) y, por tanto, según el orden material, el segundo escenario precede al primero. En ocasiones, la notificación de la posición relativa de una serie de acontecimientos que se nos han presentado según un orden dramático, se aplaza hasta un extremo límite: la primera escena de nuestro Diálogo (primera en el curso dramático formal) no sólo es la última (es decir, posterior en el orden material a todas las que en el resto del Diálogo se irán presentando), sino que también será preciso esperar a la última escena dramática para poder conocer la situación de la primera. Sólo cuando nosotros (lectores de Platón) hayamos terminado de leer el Diálogo, sabremos ya responder (supuesto que nadie nos lo hubiese dicho por otro lado) al amigo anónimo que dice las primeras palabras: Sócrates viene de casa de Calias. Y por ello, la escena primera remite (anafóricamente) a la última, así como la última nos conduce, (según el orden material) a la primera escena dramática. Parece como si Platón hubiera dispuesto las correspondencias entre el [42] orden material y el orden formal dramático, de modo tal que ellas formen unos de esos círculos recurrentes de los cuales no es posible liberarnos cuando nos atenernos únicamente a sus instrucciones internas.

Ahora bien, es evidente que sí nos atenemos al orden dramático, la descomposición del Diálogo en sus diferentes unidades secuenciales no tiene por qué ser la misma que si nos atenemos al orden material o a cualquier otro criterio de «segmentación» Por ejemplo, desde el punto de vista de un lector interesado únicamente por la argumentación que se despliega en las palabras cruzadas entre Sócrates y Protágoras, todo cuanto precede al comienzo de ellas, aparecerá como «preámbulo», «obertura», «pórtico ornamental» o simple «preliminar» del cuerpo principal de la obra. Así, en su Introducción al Protágoras (Londres, 1924) Lamb funde todas estas escenas iníciales en un todo «preparatorio» del Diálogo propiamente dicho (309 A - 316 A). Pero ocurre de hecho, que en estos «pre-liminares» (si tomamos como límites iniciales los umbrales de la casa de Calias) se nos dicen cosas muy importantes que son además imprescindibles para poder asignar sus debidas proporciones a muchos de los argumentos contenidos en el «cuerpo» de la obra. Pero tampoco parece muy convincente la solución de incorporar las escenas preliminares al todo, como si fueran los primeros eslabones de la secuencia global constituida por el texto en su conjunto, porque ello equivale a no tomar en consideración la distinción entre el orden dramático formal y el orden material, y aún a confundirlos groseramente. Así, Croisset (en el Prefacio a su traducción en Les Belles Lettres, París, 1923, pág. 17-19) propone el siguiente despiece del Protágoras: (1) Diálogo de introducción entre Sócrates y un amigo anónimo (309a-310a), (2) comienzo del relato (310a-314e), (3) Sócrates e Hipócrates se encaminan a la casa de Calias (314e-316a), &c. Esta numeración literal, textual, precisamente por serlo rompe o encubre las más importantes líneas estructurales dado que, como hemos dicho, el Protágoras, como Diálogo, comienza en el plano material una vez que ya ha tenido lugar aquello que Sócrates va a relatar. Sólo después que Sócrates ha salido de la casa de Calias, cuando se ha separado de Protágoras, al final de la obra (362), es cuando el amigo anónimo le encuentra y le pregunta: «¿De dónde sales?». Esta pregunta nos informa que el amigo anónimo no ha visto salir a Sócrates de la casa de Calias, pues en caso contrario no se lo preguntaría, ni se le hubiera ocurrido quizá pensar que Sócrates venía de intentar gozar, una vez más, a Alcibíades. Pero en cambio, nos indica que el amigo ha visto a Sócrates poco después de haber salido de la casa de Calias. Ahora bien, lo más importante para nuestro propósito del momento es tener en cuenta que es precisamente en esta primera escena con el amigo anónimo cuando verdaderamente Platón nos ofrece un diálogo en primer grado. [43] Porque cuando acaba este breve diálogo inicial, todo lo que sigue es ya un único monólogo, un relato de Sócrates (aunque en este relato se incluya la exposición de numerosos diálogos). Un monólogo, un relato que, por cierto, ha sido solicitado por su amigo anónimo y que Sócrates expone, al parecer, no sólo a este amigo, sino a los otros amigos que le acompañaban, según puede inferirse del uso del plural («nosotros te agradeceríamos si nos cuentas la conversación», kaì mh>n kaì h2meîV soí e1án légñV).

Atendiendo, pues, al orden dramático formal y a su coordinación con el orden cronológico material resulta que el único diálogo, en primer grado, del Protágoras está constituido por la conversación de la primera escena, muy breve (309a-310b). Todo lo demás, estilísticamente, es un monólogo de Sócrates y por ello, la «segunda escena» dramática (la casa de Sócrates) no puede considerarse en continuidad con la primera (la conversación con el amigo), porque la segunda escena pertenece ya a la segunda parte de la obra, al monólogo de Sócrates. Y si se insiste en entender que este monólogo constituye el discurso, logos, o cuerpo principal de la obra (aunque, a su vez, por cierto, habría que subdistinguir en este monólogo dos escenarios, el primero también preliminar, en casa de Sócrates —y en el trayecto que va de la casa de Sócrates a la de Calias, aunque nada sabemos de lo que en este trayecto se habló— y el segundo, central, en el interior de la casa de Calias) entonces habría que entender la escena dramática inicial, el diálogo en primer grado, como un prólogo.

Según lo anterior, el Protágoras de Platón podrá adecuadamente, desde su misma estilística gramatical, quedar dividido en dos partes: una primera parte, muy breve, que contiene el diálogo pro-logal (309a-310b) y una segunda parte, que ocupa prácticamente la totalidad de la obra (310b-362) y que precisamente no tiene la estructura de un diálogo, sino de un monólogo.

¿Qué relaciones median entre estas dos partes del Protágoras, y qué significados podemos atribuir a la circunstancia de que la parte más extensa haya sido concebido por Platón precisamente corno un monólogo?. Cualquier sugerencia en esta dirección podrá tener más interés que una desatención por estas cuestiones a título de externas o puramente decorativas, como sí la forma del monólogo fuese simplemente un «recurso literario» de Platón «para dar variedad y flexibilidad a la expresión» (Croisset). Si es Platón mismo quien ha meditado la disposición de estas partes, es gratuito suponer de entrada que la consideración del sentido de esta disposición de partes carezca de interés filosófico —como si éste sólo Pudiera encerrarse en los argumentos explícitos del cuerpo del Diálogo. Más probable es que el sentido de estas argumentaciones se aclare Por el análisis de la disposición dramática del Diálogo y recíprocamente. [44]

No nos parece de todo punto disparatado establecer una significativa conexión entre los efectos (y también, condiciones de posibilidad) del monólogo de Sócrates (en cuanto monólogo que reproduce en su ámbito múltiples diálogos) y la central doctrina platónica de la anamnesis. Y esta conexión se mantiene objetivamente, aún en el supuesto de que Platón no la hubiera tenido deliberadamente en cuenta al planear el «cuerpo principal» del Protágoras en forma de monólogo. Queremos decir sencillamente que si Sócrates es capaz de reproducir, supongamos que con absoluta fidelidad y objetividad, los argumentos de su antagonista, Protágoras —así como los argumentos de los restantes personajes del Diálogo— su juego dialéctico mutuo, es porque estas argumentaciones pueden ser reproducidas al menos por una mente tan magnánima como la de Sócrates, que es capaz de albergar en sí misma a sus propios contrarios y que hace de esta posibilidad la condición para un pensamiento genuino («pensar es el diálogo del alma consigo misma»). Este pensar que consiste en reproducir fielmente los diálogos que tuvieron lugar en la casa de Calias no es otra cosa sino un recordar. Y, sobre todo, un recordar que se lleva a cabo según un modo peculiar, que podríamos llamar plástico o estético, el modo que estaría precisamente en la base del descubrimiento del arte de recordar por Simónides —la casa de Calias reproduce aquí la situación de la casa de Scopas, según el testimonio de Cicerón (De Oratore, II, 1, XXXVI) al que nos referiremos más tarde. Sin duda, la anamnesis socrática tiene como referencia propia precisamente no sólo estas rememoraciones de las conversaciones filosóficas a las cuales Sócrates estaría especialmente inclinado (habría que citar El Banquete) cuando sus oyentes te requerían precisamente esta narración, sino también el arte de recordarlas según el modo o técnica inventados por Simónides. Cuenta Cicerón, en el lugar citado, que en un banquete dado por un noble de Tesalia, llamado Scopas, el poeta Simónides de Queos cantó un poema lírico en honor de su anfitrión, pero incluyendo en él un elogio a Cástor y Polux. Scopas entonces dijo al poeta que le pagaría sólo la mitad de la suma convenida por el panegírico y que reclamase la otra mitad a los divinos gemelos a quienes había dedicado la mitad del poema. Inmediatamente después fue dado a Simónides el aviso de que dos jóvenes le esperaban fuera y querían verle. Salió del banquete, pero no vio a nadie. Durante su ausencia, la techumbre de la sala del banquete cayó, aplastando a Scopas y a todos sus huéspedes, que murieron entre las ruinas, Los cadáveres estaban tan despedazados que sus parientes, cuando llegaron a recogerlos para enterrarlos, no podían identificarlos. Pero Simónides recordó los lugares en los cuales ellos habían estado sentados a la mesa y, en consecuencia, pudo indicar a los parientes quién era cada cual. Los invisibles visitantes, Cástor y Polux, habían pagado generosamente [45] por su participación en el panegírico, sacando a Simónides de la sala justo antes de su desplomamiento. Y esta experiencia sugirió al poeta los principios del arte de la memoria, del que se dice fue el inventor. Pues advirtió que era a través de la memoria del lugar en el cual cada huésped había estado sentado como él podía identificar los cuerpos, dándose cuenta de que la disposición ordenada es esencial para la buena memoria. Infirió, pues, Simónides que las personas que desean entrenarse en esta facultad (el arte de recordar) deben elegir lugares y formar imágenes de las cosas que ellos desean recordar, almacenando estas imágenes en los lugares formados anteriormente, de suerte que el orden de los lugares preservará el orden de las cosas y las imágenes de las cosas denotarán las cosas mismas y nosotros deberemos utilizar los lugares y las imágenes como si fueran respectivamente una tablilla de cera y las letras escritas en ella.

Un ejercicio semejante de anamnesis (el que acaso Platón quiso recoger en su Protágoras, el diálogo que en una parte muy principal gira en torno a un comentario a Simónides) es algo más que una rememoración psicológica, algo más que un ejercicio psicológico de memoria mecánica, por puntual que ella fuera. Es una reproducción a la vez lógica de unas argumentaciones entretejidas en una situación empírica —en el escenario fenoménico de la casa de Calias (Sócrates está desempeñando aquí el papel de Simónides por respecto a la casa de Scopas— pero que, precisamente en la narración exacta (exactitud lógica, selectiva por tanto, lo que a su vez sólo es posible sí la propia conversación tiene una estructura lógica) queda esencializada, «eternizada». Una esencialización por parte del fenómeno y sólo de él: la magnitud de una conciencia como la de Sócrates —su magnanimidad o megalopsiquia (megaloprepeia en Menón 74a)— sólo se realiza cuando acoge a las argumentaciones de los antagonistas, no antes. No es, pues, que la conciencia socrática pueda acoger a Protágoras o a Pródico porque sea magnánima, sino que es magnánima (digamos, racional) solamente porque, los ha acogido, el «diálogo del alma consigo misma» no es proceso originariamente solitario (sustantivo) sino el resultado de una intensa relación social fenoménica. De una conversación ya habida que puede ser rememorada lógicamente (objetivamente, al margen de todo subjetivismo), de una conversación a la cual la esencia resultante de la reproducción narrada (en el monólogo) deberá siempre referirse (cabría aplicar la fórmula aristotélica: «la esencia es lo que era el ser». Una reproducción que en principio incluye una re-generación total del proceso original, incluyendo sus propias dimensiones temporales. Y aquí reside acaso el punto más inverosímil —aunque no imposible— del «boceto escenográfico» de Platón al disertar el Protágoras: porque, de acuerdo con su relato, Sócrates ha debido comenzar su jornada antes del amanecer, [46] cuando Hipócrates le despierta: ha debido invertir varias horas en la casa de Calias —en donde acaso ha almorzado— y, por la tarde, a la salida, al encontrarse con los amigos, habrá tenido que ocupar todas las horas, hasta el anochecer, en el relato de lo que ocurrió por la mañana.

No se nos podrá negar entonces, cuando el monólogo es contemplado a esta luz, que el Prólogo del Protágoras es necesario y, en ningún caso, puede interpretarse como una simple introducción ornamental, exterior al cuerpo mismo de la obra. Porque merced a su Prólogo, el monólogo queda preservado de toda tendencia a su sustancialización: es el Prólogo el que establece explícitamente que Sócrates no es un Dios aristotélico, ni siguiera una mónada que contiene en sí misma y por sí misma, sustantivamente, como un microcosmos, a Protágoras, a Hipias, a Pródico, y, en general, a cualquier otra persona.

Porque en el Prólogo, Sócrates aparece precisamente dialogando (no monologando) y sobre todo se nos presenta como interpelado por terceras personas (por un amigo anónimo, es decir, cualquiera). Sobre todo, es este amigo anónimo el que se interesa por la anamnesis de Sócrates, quien le incita a la rememoración. Y el monólogo se supone realizado en voz alta, como un relato ante el amigo anónimo o mejor, como dijimos, ante un grupo de amigos, entre quienes podría encontrarse, si hubiera nacido, el mismo Platón y también (por la reproducibilidad de los argumentos del texto platónico, que llega hasta el presente) nosotros mismos: es un monólogo para ser escuchado, y esto es lo que nos advierte el Prólogo.

Pero además, es obligado detenemos, aunque sea muy brevemente, en el contenido mismo del diálogo pre-liminar. Lo que más nos llama la atención son las palabras del amigo anónimo, porque estas palabras parecen destinadas por Platón a definir la perspectiva «mundana» desde la cual Sócrates podría ser percibido por cualquier vecino que se le encuentra de improviso por la calle. Medio bromeando acaso, con una evidente picardía en la intención, el amigo viene a decirle a Sócrates: «seguramente vienes de acechar a Alcibíades, de vigilar, como si fueras un cazador, algún momento propicio suyo, algún flanco débil que tú habrás aprovechado para gozarle» (éste sería el sentido aproximado del primer parlamento del Protágoras, según el propio traductor, Julián Velarde, quien, para evitar prolijidad, ha dado una versión más convencional). Y no deja de sorprendernos a nosotros, lectores de hoy, que Platón haya querido comenzar precisamente por esta manera de ser visto Sócrates, a través de una pregunta que tiene algo de impertinencia, de invasión en una «intimidad», o si se quiere, por esta «refracción» de Sócrates ante sus vecinos que contiene de algún modo una degradación de aquello que de Sócrates puede percibir una persona [47] vulgar que ni siquiera sospecha que Sócrates podría venir de ocupaciones «más espirituales» o dignas de él. Porque (pensaremos) si Sócrates hubiera sido sólo el «amigo de Alcibíades» —y no el «antagonista de Protágoras»— no sería lo que ha llegado a ser. Se diría, pues, que Platón, al comenzar el Diálogo de este modo, ha querido constatar que la recíproca tampoco es cierta. Sócrates es sin duda el antagonista de Protágoras, pero también es el amigo de Alcibíades y todo ello en una perfecta continuidad. Por ello, Sócrates, no manifiesta la menor incomodidad ante el ex abrupto de su amigo. Por el contrario, parece encontrar propia la pregunta, y su respuesta no es del todo negativa. Efectivamente, viene de ver a Alcibíades y nada de particular tendría que sus intereses hacia él hubieran sido aquel día del género en el que su amigo piensa, si no fuera porque, a la vez, había en la reunión otro personaje que, en aquella ocasión, resultó ser más interesante, incluso más bello que Alcibíades, aunque mucho más viejo, Protágoras.

Y otra nueva sorpresa, al menos para nosotros, En lugar de confirmarnos en lo que sigue la «mundana vulgaridad» del anónimo amigo de Sócrates —esperaríamos de él que siga de largo, una vez recibida la respuesta de Sócrates, o bien que continúe con alguna pulla «mundana»— resulta que es el propio amigo anónimo quien se interesa vivamente por la noticia («Protágoras está en Atenas») y que es él mismo y sus compañeros quienes instan a Sócrates para que les refiera la conversación con él. Hay un paralelismo, por tanto, entre la natural continuidad según la cual Sócrates pasa de Alcibíades a Protágoras y la análoga continuidad de su amigo anónimo, Y acaso en eso podríamos cifrar el más profundo designio del contenido del Prólogo: sugerimos, en unos cuantos trazos geniales, la continuidad, a través de Sócrates, entre Alcibíades, el símbolo erótico de la juventud (aún no tiene 20 años), el irreflexivo e inteligente, abierto a todo, el símbolo de la simpatía, y Protágoras, la madurez sabía, calculadora, que todo lo tiene previsto, Porque si en el Prólogo es Sócrates quien establece el nexo continuo entre Alcibíades y Protágoras, en el monólogo (es decir, en la casa de Calias) será Alcibíades quien establezca la continuidad entre Sócrates y Protágoras en los momentos en los que la ruptura del diálogo parece inminente (por ejemplo 336b, 347b, 348b). Es la simpatía mundana de Alcibíades, la vía del Eros, aquélla que, en los momentos más difíciles hace posible que la propia relación polémica se mantenga, la que obliga a Sócrates a continuar su enfrentamiento con Protágoras en lugar de desinteresarse por él y darle definitivamente la espalda. [49]CONTINÚA