JUEVES DE LA SEMANA 20ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Jc 11, 29-39

1-1.

Conviene recordar de vez en cuando que el Antiguo Testamento es testigo de una época llena de rudeza y cuya moral es, a veces, rudimentaria. La revelación es, a menudo, imperfecta y la teología deberá progresar. Estas páginas que nos chocan son la prueba de que este libro está lleno de verdades: refleja toda una civilización con lo mejor y lo peor de ella.

-Jefté hizo un voto al Señor: "Si entregas en mis manos a los ammonitas, el primero que salga de mi casa será para el Señor y lo ofreceré en holocausto".

No es éste el primer pasaje de la Biblia que nos habla de sacrificio humano. Bajo el horror de una tal práctica se esconde el respeto a la palabra dada y una concepción de Dios exigente y rigurosa... La mayoría de las civilizaciones antiguas conocieron unas costumbres que nos parecen "bárbaras". Pero, ¿son más intachables algunos de nuestros hábitos sociales? Nuestra civilización que «liberaliza» (!) el aborto no tiene el derecho de escandalizarse de los «sacrificios de niños» de las viejas religiones.

-Jefté pasó donde los ammonitas para atacarlos y el Señor los entregó a sus manos. Los derrotó... Fue una grandísima derrota...

Batallas, venganzas... En efecto esto es el reflejo de la humanidad corriente. La revelación de Dios no cambia de inmediato las costumbres, las toma tal cual son, para hacerlas evolucionar. Tales situaciones ambiguas son también prueba de que el Señor puede seguir actuando en cualquier modelo de sociedad: nómada, patriarcal, tribal, militar, industrial. democrática, socialista... La Biblia nos afirma sin cesar que Dios no se resigna al mal, sino que trabaja para salvar a los hombres de sus ambigüedades.

-Cuando Jefté volvió a su casa, he aquí que su hija salía a su encuentro bailando al son de las panderetas. Era su única hija. En cuanto la vio rasgó sus vestiduras.

El autor antiguo, ante tal hecho, queda como nosotros también perplejo a pesar de la diferencia de culturas. Por toda clase de detalles emotivos muestra su compasión hacia ese padre que ha hecho un voto tan imprudente y hacia esa hija inocente que será sacrificada a los imperativos de la guerra. Queda así planteada una cuestión.

Y nosotros, guardada toda proporción, ¿no solemos sacrificar, con excesiva facilidad, a personas, clases sociales, incluso continentes enteros a unos imperativos económicos?

-Ella le respondió: «Padre mío, hablaste muy deprisa ante el Señor, trátame según tu palabra ya que el Señor te ha concedido vengarte de tus enemigos, los ammonitas.

A pesar de lo trágico de esa escena, ¿somos capaces de admirar la sorprendente actitud espiritual que expresa el «sacrificio voluntario» de esa joven que ofrece su vida... por respeto a la palabra dada para salvar a su pueblo?

-Sólo te pido una cosa: déjame un respiro de dos meses, para ir a vagar por las montañas y llorar con mis compañeras la desgracia de morir sin haber conocido el matrimonio." El le dijo «vete", y la dejó marchar.

La profunda humanidad de esos detalles, merece ser meditada. Tras la rudeza de las situaciones y de los hombres, se esconde, a menudo, una profunda ternura.

Ayúdanos, Señor, a superar las apariencias para saber adivinar los sentimientos humanos que se disimulan bajo ciertos disfraces.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 242 s.


1-2. /Jc/11/01-09   /Jc/11/29-40

La historia de Jefté tendría bien poco de notable si no fuera por el voto que hizo de sacrificar a Yahvé una persona humana. Su historia personal comienza de manera desgraciada: sus hermanos no le dejan compartir su herencia porque no era hijo de la misma madre. Jefté ha de huir, porque cuando le dicen: «Tú no puedes heredar en casa de nuestro padre» (v 2), le hacen una declaración de enemistad (como en 2 Sm 20,1; 1 Re 12,16). Sufre una suerte semejante a la del joven David, fugitivo de Saúl (1 Sm 22,1-2): ha de agruparse con otros desocupados y organizar una banda, de la cual será el jefe. Sus compatriotas olvidan los antiguos prejuicios cuando se hallan oprimidos por los amonitas. Entonces le ofrecen el mando de las tropas. La historia se presenta como un caso más de los muchos que hay en la Biblia, donde el que es injustamente rechazado desempeña un papel importante en la vida del pueblo. En lenguaje de Pablo: «Lo plebeyo, lo despreciado del mundo, se lo eligió Dios para humillar a lo fuerte» (1 Cor 1,28) Pero Jefté, aun creyendo en Yahvé no le venera como Señor de la vida. Cree que puede disponer de la vida de un semejante suyo, inocente, y sacrificarlo, cumpliendo un voto como los que se practicaban en las religiones de los alrededores. Hallamos un caso paralelo al de Jefté en el primer libro de Samuel: Jonatán, sin saberlo, viola un ayuno obligatorio impuesto por su padre, y Saúl, cuando lo descubre, quiere hacerle morir. Pero, a diferencia del caso de Jefté, el pueblo no deja poner en práctica la decisión de Saúl: «Vive Yahvé, no caerá a tierra un solo cabello de su cabeza» (1 Sm 14,45).

Seguramente la narración ha sido conservada no sólo por su intensidad dramática -en parangón con la de las tragedias griegas de la misma época-, sino también para desenmascarar una práctica gentil. Los sacrificios paganos fueron rigurosamente prohibidos en Israel. El dramatismo de la acción está llevado al límite en el sacrificio de una doncella, que no llegará a ser ni esposa ni madre: «Se fue por los montes... y lloró por dos meses su virginidad... La muchacha había quedado virgen» ( 1 1, 38-39). Por eso las jóvenes israelitas hicieron cada año unos días de conmemoración de esa muerte, mostrando así su solidaridad con la hija de Jefté y la protesta contra esa muerte injusta. Pero también nosotros hemos de vigilar: la crueldad humana, ¿no es capaz de ofrecer todavía víctimas humanas a ídolos o a ideologías?

D. ROURE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 651


2.- Ez 36, 23-28

2-1.

El pasaje de Ezequiel, propuesto para hoy, se lee también en la vigilia pascual. Esto nos dice su importancia y su simbolismo bautismal y pascual.

-Palabra del Señor: os manifestaré mi santidad... Las naciones sabrán que Yo soy el Señor cuando por medio de vosotros manifieste mi santidad...

Responsabilidad de los creyentes, de los bautizados.

Ser la visibilidad de la santidad de Dios... ser una presencia de Dios.

Esta Palabra de Dios se pronunció por primera vez en Babilonia, en pleno corazón del paganismo. En medio de una civilización completamente entregada a los ídolos del mundo, los judíos fueron invitados por el profeta a dar a conocer, "por su vida", la santidad de Dios.

En nuestras sociedades actuales, tan a menudo entregadas a un seco materialismo, los creyentes han de repetir "por su vida", y por su oración: "¡Santificado sea tu nombre!"

-Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra.

Tema de la unidad, de la reunión, de la catolicidad, del ecumenismo... tema que ya encontramos ayer.

-Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados de todas vuestras impurezas. De todos vuestros ídolos os purificaré.

Visión anticipada del bautismo. «Habéis sido lavados, santificados por el nombre de Jesucristo y por el Espíritu de Dios». (1 Corintios 6, 11) ¡Purifícanos, Señor!

Renueva en nosotros la gracia vivificante de nuestro bautismo. ¿Cuáles son mis pecados habituales? ¿Cuáles son mis ídolos? Creo en un solo bautismo para el perdón de mis pecados... para la destrucción de todo lo que me impide "vivir" de veras, de todo lo que me impide amar.

-Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo. Os quitaré vuestro corazón de piedra y os daré un corazón de carne.

Operación radical. Renovación total. Recreación de un ser nuevo. El primer día de la humanidad, Dios "insufló" su Espíritu en el rostro de Adán. El día de la resurrección Jesús "infundió" su espíritu en los apóstoles.

La iniciativa divina es necesaria para la gran transformación del hombre con la que El sueña. El surgimiento del "nuevo hombre" no se halla en las posibilidades de la naturaleza. "Yo" os daré... "Yo" infundiré en vosotros... «Yo os quitaré..."

Señor, yo quisiera ser más consciente de esta gran operación que no cesas de querer realizar en mí: cambiar mi corazón de piedra, mi duro corazón, que no sabe amar bastante... en un corazón de carne, un corazón vulnerable y sensible que sepa amar sin medida.

-Os infundiré mi espíritu.

¡Nada menos!... Esto va muy lejos.

No hay nada más "fuerte" en todo el Nuevo Testamento.

Jesús repetirá, palabra por palabra esta sorprendente afirmación de Ezequiel: "Voy a enviaros el Espíritu, Promesa de mi Padre" (Lucas 24, 49)

El Espíritu de Dios ha sido derramado en nuestro espíritu. "El Espíritu de Dios "habita" en vosotros" (Romanos 8, 9)

-Entonces cumpliréis mis leyes, observaréis fielmente mis mandamientos. Vosotros seréis mi pueblo, y Yo seré vuestro Dios.

Espontánea e interiormente estaréis de acuerdo con mi voluntad, con mi proyecto: os mantendréis en mi alianza y en comunión conmigo. ¿Qué oración me sugieren estas palabras?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 242 s.


3.- Mt 22, 1-14

3-1.

Ver DOMINGO 28A


3-2. VESTIDO/H-NUEVO

El tema del traje nupcial recuerda el del vestido y su significado simbólico en el orden de la salvación. El vestido humaniza el cuerpo, ayuda a situarse entre los semejantes, le saca a uno del anonimato. De ahí que sea con toda normalidad signo de la alianza entre Yahvé e Israel: cual un esposo, Dios extiende el paño de su manto sobre su esposa (Ez 16). Pero ésta es infiel y se muestra a todo el que llega: su vestido se deteriora, a no ser que Dios se lo quite, y vuelve a dejar de nuevo a su esposa en el anonimato y la desnudez.

En la cruz, Jesús es despojado de sus vestidos como para asemejarse más a la humanidad pecadora frente a la muerte, que da al traste con todas las falsas seguridades y las apariencias.

Pero muy pronto revestirá, en la resurrección, la gloria divina que vive en El. "Revestirse-de-Cristo" o "revestirse del hombre nuevo" (Ga 3, 27-28; Ef 4, 24; Col 3, 10-11), representa, pues, participar en ese orden de la salvación que engloba el desprendimiento y la resurrección de Jesús. Esta participación en plenitud está reservada a la escatología, cuando toda la humanidad se revestirá de la incorruptibilidad y estará engalanada para presentarse ante su Esposo eterno (Ap 21, 2).

Pero hay que revestirse del atuendo nupcial antes de participar en el banquete eucarístico. O, dicho de otro modo: esa participación es una fuente de exigencias morales que el invitado debe honrar mediante los desprendimientos que se imponen.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969.Pág. 278


3-3. J/ESPOSO:

La parábola del "Festín de bodas" se sitúa, en la progresión del evangelio de san Mateo, en el centro mismo de la ciudad de Jerusalén, sólo algunas semanas antes de la muerte de Jesús: Jesús anuncia, cada vez más claramente, el rechazo del Mesías por parte del pueblo escogido...

-El Reino de los cielos es comparable a un Rey que celebra el banquete de bodas de su Hijo.

Dios sueña en una fiesta universal para la humanidad... una verdadera fiesta de "boda"... un conjunto de regocijos colectivos: banquete, danzas, música, trajes, cantos, alegría, comunión.

Dios casa a su Hijo... Conforme al querer del Padre la desposada a quien ama es: la humanidad. Y el Padre es feliz de ese amor de su Hijo.

Jesús enamorado de la humanidad. Esposo místico: Marcos 2, 19; Juan 3, 29; Mateo 9, 15; 25; Efesios 5, 25; 2 Corintos 19, 29; 21, 2-9; 22, 17.

-Envió a sus criados a "llamar" a la boda a los invitados... Venid a la boda.

Dios invita, Dios llama, Dios propone.

Es una de las mejores imágenes del destino del hombre.

Hoy, muchas personas no saben ya cual es el objetivo de su vida: ¿a dónde vamos? ¿por qué hemos nacido? ¿qué sentido tiene nuestra vida? Jesús nos responde: estáis hechos para la "unión con Dios" por mí. El objetivo del hombre, su desarrollo total, es la "relación con Dios": ¡amar, y ser amado! Dios os ama. Y cada uno está invitado a responder a ese amor. Y todos los amores verdaderos de la tierra son el anuncio, la imagen, la preparación y el signo de ese amor misterioso y, a la vez, portador de una mayor plenitud.

-Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron.

¿Cómo explicar que lleguemos a actuar de ese modo? ¿que prefiramos el "trabajo" a la "fiesta"; que vayamos a nuestras tareas en lugar de ir a participar del "manjar de Dios" ? ¿que nos encerremos en nuestros límites, en nuestra condición humana tan pesada -y ¡tan absurda, según algunos intelectuales!- en lugar de ir a dar un paseo por el universo de Dios para respirar a fondo aires puros?

-El rey se indignó... dio muerte a aquellos homicidas... y prendió fuego a su ciudad...

Mateo escribía esto en los años en que Jerusalén fue incendiada por los romanos de la Legión de Tito, en el 70. Los acontecimientos de la historia pueden interpretarse de muy distinta manera. En todo tiempo los profetas han hecho una reconsideración, desde la fe, de los sucesos que, por otro lado, tienen causas y consecuencias humanas. Todo lo que "ocurre", todo lo que nos sucede no se debe al "azar". Conviene buscar y detectar en ello prudentemente el proyecto de Dios... las advertencias que, por la gracia, se encuentran allí escondidas.

-Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, buenos y malos, invitadlos a la boda... y la sala de bodas se llenó de comensales.

La Iglesia, comunidad abigarrada, mezcla de toda clase de razas y de condiciones sociales, pueblo de puros y de santos, pueblo de malos y de pecadores, cizaña y buen grano... ¡Dios quiere salvar a todos los hombres. Dios nos invita a todos!

-Pero hay que llevar el "traje de boda" para no ser echado a las tinieblas de fuera.

El tema del "traje": para entrar en el Reino, hay que "revestirse de Cristo", dirá San Pablo (Gálatas 3, 27; Efesios 4, 24; Colosenses 3, 10) "revestirse del hombre nuevo". La salvación no es automática: hay que ir correspondiendo al don de Dios.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 134 s.


3-4.

1. (Año I) Jueces 11,29-39

a) Es extraño y truculento el episodio de Jefté, que sacrifica la vida de su hija por la promesa que había hecho.

Jefté, uno de los Jueces que ayudaron al pueblo israelita en sus escaramuzas contra los enemigos, en este caso los amonitas, se muestra poco maduro en su vida religiosa. Cree en Yahvé, pero su fe está mezclada con actitudes paganas. Hace un voto que resulta totalmente irreconciliable con el espíritu de la Alianza: si le da la victoria, sacrificará la vida de la primera persona que salga a recibirle, a la vuelta. Que resulta ser, nada menos, su hija.

Otros pueblos vecinos practicaban sacrificios humanos. Pero Israel, no. El episodio de Abrahán, dispuesto a ofrecer la vida de su hijo Isaac y detenido por la mano del ángel, se interpretaba precisamente como una desautorización de los sacrificios humanos. Jefté no tenía que haber hecho ese voto. Ni cumplirlo, una vez hecho. En la literatura griega tenemos un ejemplo paralelo del dramaturgo Eurípides, que cuenta cómo Agamenón, en la guerra de Troya, y también como consecuencia de una promesa hecha durante una tempestad, sacrifica a su hija Ifigenia.

Es explicable el dolor de todos, de modo particular de la misma hija, que ve que su vida se va a tronchar sin haber llegado a su plenitud.

b) La historia es triste, pero también nos puede dar lecciones.

La vida humana se ha de respetar absolutamente. Y eso desde su inicio hasta el final.

Sólo Dios es dueño de la vida y de la muerte. Hay que rechazar todo «sacrificio de la vida humana».

No nos extraña que, en nuestros tiempos, sigan siendo de tremenda actualidad tanto la discusión sobre el aborto como sobre la eutanasia y la pena de muerte. Mucho menos, claro está, se puede ofrecer a Dios la violencia o la crueldad como homenaje religioso, como el que Jefté se creyó obligado a hacer. Lo mismo hizo Herodes con la promesa hecha a su hija bailarina, que le pidió la cabeza del Bautista, aunque en aquella ocasión no fue precisamente ningún voto a Dios.

Hay un aspecto más positivo en este episodio, al que tal vez se deba que se conservara el relato, y es el que resalta el salmo: las promesas hay que cumplirlas. Aunque la actuación de Jefté no tiene justificación, queda en pie que los votos hechos a Dios -se entiende, de cosas buenas-, una vez hechos, hay que cumplirlos, aunque resulten costosos.

El salmo, por una parte, niega la validez de los criterios paganos: «dichoso el que no acude a los idólatras, que se extravían con engaños; tú no quieres sacrificios ni ofrendas...». Pero, por otra, valora la ofrenda de si mismo que supone hacer un voto a Dios: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad... Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas».

Las promesas y el pacto y los votos que están en la base del matrimonio cristiano o de la ordenación sacerdotal o de la vida religiosa y consagrada son una ofrenda de la propia vida a una vocación, en definitiva, a Dios, que es el que nos da la fuerza para llevarla a término con firmeza, aunque nos pida sacrificios nada fáciles. La frase del salmo, «aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad», es la que la Carta a los Hebreos pone en labios de Jesús en el mismo momento de su encarnación.

1. (Año II) Ezequiel 36,23-28

a) De dos maneras va a mostrar Dios su santidad ante los pueblos: primero castigando a Israel para purificarlo de sus males; y, luego, dándole un corazón nuevo y un espíritu nuevo, para empezar una vida feliz en su tierra.

Estamos en los últimos capítulos de Ezequiel, llenos de esperanza y consuelo. Todo es nuevo: un agua pura, un corazón y un espíritu nuevos, una vida caminando según los mandatos de Dios.

Por parte del pueblo, hay -debe haber- una sincera conversión, en sintonía con el salmo «Miserere»: «oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme... mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias». Por parte de Dios, el perdón: «os recogeré de entre las naciones... os infundiré mi espíritu... os purificaré de todas vuestras inmundicias». Y, de este modo, se renueva la Alianza: «vosotros seréis mi pueblo y yo será vuestro Dios».

b) En efecto, por medio de Cristo Jesús, se nos ha dado el Espíritu de Dios, que quiere renovarlo todo: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5).

Todo debería transformarse en nuestras vidas, empezando por un «transplante de corazón» como el que promete Ezequiel: «arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne». Son cambios no superficiales, sino profundos. Obra de Dios y de su Espíritu, pero con nuestra colaboración.

Si oramos sinceramente con el salmo -«crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme»-, por parte de Dios no va a faltar ni el perdón ni la renovación de la Alianza: «habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1 Co 6, 11).

Cada año, en la Vigilia Pascual, escuchamos esta lectura de Ezequiel. Porque es la noche en que celebramos el paso de Cristo a la Nueva Vida, y la noche en que recordamos nuestro Bautismo, cuando fuimos injertados en esa Pascua de Cristo.

Cada vez que la misa empieza con la aspersión con agua, deberíamos recordar que Dios quiere purificarnos, liberarnos de todo pecado y renovar nuestra existencia. Hoy es un buen día para rezar o cantar la invocación inspirada en los profetas: «Danos, Señor, un corazón nuevo...».

2. Mateo 22,1-14

a) Saltando otras parábolas (como la de los viñadores homicidas y la de los hijos que dicen sí o no y, luego, hacen lo contrario), escuchamos en Mateo otra parábola: la de los invitados a la boda.

La intención es clara: el pueblo de Israel ha sido el primer invitado, porque es el pueblo de la promesa y de la Alianza. Pero dice que no, se resiste a reconocer en Jesús al Mesías, no sabe aprovechar la hora de la gracia. Y entonces Dios invita a otros al banquete que tiene preparado. Cuando Mateo escribe el evangelio, Jerusalén ya ha sido destruida y van entrando pueblos paganos en la Iglesia.

De nuevo, como en la parábola de ayer -los de la hora undécima- se trata de la gratuidad de Dios a la hora de su invitación a la fiesta.

La parábola tiene un apéndice sorprendente: el amo despacha y castiga a uno de los comensales que no ha venido con vestido de boda. No basta con entrar en la fiesta: se requiere una actitud coherente con la invitación. Como cuando a cinco de las muchachas, invitadas como damas de honor de la novia, les faltó el aceite y no pudieron entrar.

b) Esta parábola nos sugiere una primera reflexión: la visión optimista que Jesús nos da de su Reino. ¿Nos hubiéramos atrevido nosotros a comparar a la Iglesia, sin más, a un banquete de bodas? ¿no andamos más bien preocupados por la ortodoxia o la ascética o la renuncia de la cruz? Pues Jesús la compara con la fiesta y la boda y el banquete. La boda de Dios con la humanidad, la boda de Cristo con su Iglesia.

Aunque muchos no acepten la invitación -llenos de sí mismos, o bloqueados por las preocupaciones de este mundo-, Dios no cede en su programa de fiesta. Invita a otros: «la boda está preparada... convidadlos a la boda».

El cristianismo es, ante todo, vida, amor, fiesta. El signo central que Jesús pensó para la Eucaristía, no fue el ayuno, sino el «comer y beber», y no beber agua, la bebida normal entonces y ahora, sino una más festiva, el vino.

También podemos recoger el aviso de Jesús sobre el vestido que se necesita para esta fiesta. No basta entrar en la Iglesia, o pertenecer a una familia cristiana o a una comunidad religiosa. Se requiere una conversión y una actitud de fe coherente con la invitación: Jesús pide a los suyos, no sólo palabras, sino obras, y una «justicia» mayor que la de los fariseos.

Cuando Jesús alaba a los paganos en el evangelio, como al centurión o a la mujer cananea o al samaritano, es porque ve en ellos una fe mayor que la de los judíos: ése es el vestido para la fiesta.

Y es que no hay nada más exigente que la gratuidad y la invitación a una fiesta. Todo don es también un compromiso. Los que somos invitados a la fiesta del banquete -a la hora primera o a la undécima, es igual- debemos «revestirnos de Cristo» (Ga 3,27), «despojarnos del hombre viejo, con sus obras, y revestirnos del hombre nuevo» (Col 3,10).

«Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad» (salmo I)

«Os infundiré un espíritu nuevo y haré que caminéis según mis preceptos» (1ª lectura II)

«La boda está preparada, venid» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 291-295


3-5.

Ez 36, 23-28: Un corazón nuevo

Mt 22, 1-14: Los invitados a la boda

En Jerusalén Jesús se enfrenta a la intransigencia de los sacerdotes y los fariseos. Estos no prestan oídos a las palabras proféticas y se envuelven en su propio manto de petulancia religiosa. Jesús siguiendo su particular modo de enseñanza, propone una parábola.

La parábola de la boda pone en evidencia la actitud agresiva de las autoridades judías frente a una gozosa invitación. Ellos han convertido la ciudad de David en un Reino de los corazones de piedra, ocupados de sus propios negocios, de sus propiedades y de los mecanismos de censura y represión. Las autoridades no están dispuestas a ver y a escuchar ninguna cosa diferente a lo que ellos piensan y hacen.

Esta actitud permite que el rey mande a llamar a toda la gente que se encuentra en los caminos. Estos son pordioseros, prostitutas, desempleados, enfermos. Así, los marginados se convierten en los invitados al banquete del Reino. Sin embargo, a este banquete no se puede entrar de cualquier manera, es necesario llevar vestido de fiesta.

El vestido de fiesta es el cambio de mentalidad, la conversión necesaria para entrar en la dimensión gozosa del Reino. La nueva mentalidad es en lo que Jesús ha venido formando a sus discípulos. Sin este cambio, es imposible acceder al Reino.

La obstinación, el corazón de piedra, no es sólo patrimonio de las autoridades judías que condenaron a Jesús. Es patrimonio de todos los que cierran su oído a la Buena Nueva que se le anuncia a los pobres y que toman acciones violentas para reprimir la obra del evangelio.

Nosotros hoy necesitamos modificar nuestra mentalidad, tener un corazón humano, misericordioso. De lo contrario o nos comportamos como los primeros invitados o como el invitado que no llevó vestido de fiesta.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6. CLARETIANOS 2002

El Rey, el hijo, los siervos enviados y los invitados. Los cuatro tienen su correspondencia inmediata: Dios, su Hijo Jesucristo, los profetas, los jefes del pueblo. Es la parábola de los invitados a la boda que rehúsan acudir. En nuestra traducción actual, estará siempre Dios que convoca, ama, elige, llama, y el hombre, siempre libre, que responde y acoge; o, al revés, se desentiende o rechaza. En el texto evangélico está claro el contraste: "Venid...no hicieron caso".
¿Por qué hay tanta gente que no quiere quedarse al banquete de bodas? ¿Qué razones se pueden ocultar, al fondo, para no aceptar una cosa tan gratificante? La soberbia, como los sacerdotes y ancianos, la idolatría del dinero y el poder, una actitud inmoral, la sospecha de los modernos filósofos, la duda, el silencio de lo divino, tantas cosas. Todavía podemos seguir preguntándonos: ¿Y qué podemos hacer los hombres y mujeres de Iglesia para purificar nuestro testimonio, y facilitar que a la gente le vengan ganas de ir a la boda?
Hoy es la fiesta de María Reina. Frente al rechazo de los invitados, María es la mujer del sí. Frente a la frialdad religiosa, María es el atajo materno para acercarnos a
Dios. Se lo decimos en la Salve: Reina y madre. Una corona envuelve el rostro de sus imágenes. San Anselmo apunta la razón teológica: Dios ha creado todo y Dios ha sido dado a luz por María. Pero, como Jesús, su reino no es de este mundo. María sólo es Reina para interceder. La fiesta de María, Reina del mundo, posee un aire de ecología, de contemplación, de huella de Dios en el mundo. Acabo con un cita de Cabodebilla, donde canta la bondad de la criatura el agua: "El agua. Sentir la lluvia azotando el rostro. Oír los grifos de casa, abiertos todos a la vez, un día de verano, después de un penoso viaje. Ver las mangas de riego funcionando en los jardines. Beber distintas aguas y saber apreciar. Hundir las manos en el regato, y acariciar las piedras lisas, redondas y varias. Oler la tierra mojada. El agua, Señor".

Conrado Bueno, cmf.
(ciudadredonda@ciudadredonda.org)


3-7. 2001

COMENTARIO 1

vv. 1-2. Esta parábola responde a la actitud que muestran los su­mos sacerdotes y fariseos después de oír las dos primeras. Dios como rey ha aparecido ya en 6,10; 18,23; la figura del hijo del rey se asocia inmediatamente a Jesús. El reinado de Dios se presenta, por tanto, bajo figura de un banquete de bodas. Jesús mismo se ha presentado como «el Esposo» (9,15) y «el hijo» ha aparecido en la parábola anterior (21,37s).



vv. 3-4. «Los criados», en plural, remiten también a los de esa pá­rábola y, como ellos, pueden representar a los profetas (21,36). El llamamiento es tema frecuente en Mt (cf. 2,7.15; 4,21; 9,13; 20,8; 25,14). La invitación es rechazada conscientemente («no quisieron acudir»). La insistencia del rey enviando otros criados muestra el amor de Dios a Israel, el pueblo que había elegido. El banquete está a punto, con magnificencia real.



vv. 5-6. Nuevo y definitivo rechazo de la invitación. Unos reaccionan con total indiferencia, otros con hostilidad, y llegan al asesi­nato. La situación sigue siendo semejante a la de la parábola an­terior (21,35).



v. 7. El desastre anunciado en la parábola (cf. Is 5,24s) corres­ponde a la destrucción de Jerusalén (cf. Mt 21,41), la asesina de los profetas (cf. 23,37s). Mt pone la destrucción de la ciudad en conexión con el rechazo pertinaz de la llamada divina.



vv. 8-9. Sin embargo, el designio de Dios no fracasa. Los que te­nían derecho a la invitación la han rechazado, y por eso se han hecho indignos de ella. Se adivina el trágico destino de Israel. Los nuevos invitados representan al nuevo pueblo que va a constituir el Israel mesiánico (cf. 21,43). La distinción «buenos y malos» re­cuerda la parábola de la red (13,47s; cf. 13,24-30.36-43). El pro­pósito del rey se cumple, la fiesta se celebra con la máxima con­currencia de gente.



vv. 11-13. Escena final inesperada. El rey no solía comer con sus invitados, sino aparte, pero iba a saludarlos. «Vestido/traje de fiesta», lit. «traje de boda», es decir, traje apto para una boda. Ahora se llama «traje de boda» al de los esposos, en particular al de la novia; los invitados asisten en traje de etiqueta o de fiesta.

En el contexto de Mt, el traje de fiesta se identifica con cum­plir las condiciones de la adhesión a Jesús (5,3-10; 16,24), es decir, con la nueva fidelidad del reino (5,20). Sin ella, no se puede per­manecer en la comunidad (cf. 5,19). Han sido invitados «buenos y malos», pero nadie puede seguir en su condición de «malo». La suerte de los miembros del Israel mesiánico que no respondan al llamamiento recibido será igual a la del antiguo Israel (cf. 8,12).



v. 14. «Porque hay más llamados que escogidos», lit. «porque muchos son llamados, mas pocos escogidos». La partícula griega gar enlaza di­rectamente con lo que precede, explicándolo. La traducción literal resulta entonces incomprensible, pues de los invitados (v. 10: la sala llena) sólo uno ha sido expulsado; la conclusión obvia sería: «muchos son llamados y la inmensa mayoría escogidos».

Tampoco se resuelve el problema conectando este colofón con la primera parte de la parábola, pues ninguno de los antiguos invitados era digno del banquete (v. 8) y el dicho habría sonado: «muchos son los llamados y ninguno escogido». Resultaría además incongruente que Mt enlazara con «porque» la primera parte al colofón, sin hacerlo notar de alguna manera.

Hay que buscar, pues, una solución filológica, que puede encon­trarse teniendo en cuenta el modismo semítico para establecer la com­paración de superioridad. Es conocido que, en vez de usar un compa­rativo, en hebreo y arameo la superioridad se expresa mediante una oposición de contrarios, por ejemplo: Rom 9,13: «a Jacob amé, mas a Esaú odié» = «amé a Jacob más que a Esaú»; Lc 14,26: «odiar a su padre, etc.» = «amar a Jesús más que a su padre», interpretado por Mt 10,37; Gn 1,16: «e hizo Dios las dos lumbreras grandes, la lumbrera grande.. la pequeña» = «la mayor, la menor». En Mt 22,14 la frase indica sólo una superioridad numérica, sin referirse a las relativas proporciones: «hay más llamados que escogidos» (el único expulsado es paradig­mático), cuadrando así perfectamente con el contenido del episodio an­terior.


COMENTARIO 2

La parábola que nos presenta el evangelio de Mateo nos dice que "el Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró la boda de su hijo", pero los invitados no querían venir, desprecian la invitación del rey, se rebelan contra él; ya que las bodas de la casa real significan una afirmación del poder político, el que se niega a asistir a ellas, se convierte en enemigo del Estado. En este clima de rebelión es en el que está ambientada la parábola.

El rey envía por tres veces a sus siervos para que llamen a los invitados (a los comensales), para que participen del banquete de bodas que él mismo se ha preocupado de preparar, pero los invitados no se preocupan de la invitación, asumen una actitud negligente e indiferente ante el llamado. Pero ante la negativa de los invitados el rey envía a sus criados que vayan a las encrucijadas de los caminos donde se encuentran las multitudes que van a ser invitadas al Reino. En este caso los criados no eligen: llaman a todos los que encuentran y por tanto la idea expresa el sentido universalista del Reino. Los llamados la segunda vez, buenos y malos, llenan la sala de bodas y forman la verdadera comunidad de Dios.

La parábola está fuertemente alegorizada: la iglesia primitiva ha interpretado y ampliado el relato de Jesús a la luz de la historia y de su propia experiencia de misión: como Israel sistemáticamente ha rechazado la invitación de Jesús, ahora la misión se dirige a los gentiles. Con todo, es posible que el episodio final, exclusivo de Mateo, sobre el comensal que no tenía traje de fiesta, sea una advertencia "contra la aceptación demasiado fácil de los gentiles en la Iglesia".

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. 2002

En el presente pasaje evangélico se notan múltiples intervenciones debidas al trabajo del evangelista. En primer lugar, los vv. 11-14 modifican el sentido de la parábola original que coincide con los datos transmitidos por Lc 14, 16-24 en sus líneas generales. Pero dentro de ésta (vv. 1-10) se notan anotaciones típicas de Mateo que reflejan sus preocupaciones sobre las dificultades comunitarias debido a las persecuciones: “los demás echaron mano de los sirvientes y los maltrataron hasta matarlo” (v.6) y su conocimiento sobre la destrucción histórica de Jerusalén por obra de los romanos: “envió tropas que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a su ciudad”.

Estas dos últimas anotaciones sirven para situar el conflicto entre cristianismo naciente y la dirigencia farisea como marco para justificar la misión universal, finalidad principal de la enseñanza de este capítulo.

Como en la parábola anterior ocupa un lugar importante la figura de un “hijo”. En este caso el padre es un rey que quiere celebrar adecuadamente el banquete de las bodas de aquel.

Habiendo ya notificado previamente a los invitados, envía sirvientes a concretar la invitación. La negativa de acudir es total por parte de aquellos, si bien la reacción es más o menos virulenta. La simple negativa de algunos (v.3) se convierte en desprecio que lleva a ocuparse de otras tareas o en furia homicida que maltrata y asesina a los enviados (v.6).

La decisión que afecta a todos es el juicio que pronuncia el rey sobre los convidados: “no se la merecían” (v.8). Detrás de esta constatación se encuentra la tristeza del rechazo de Jesús por parte de la dirigencia religiosa del pueblo elegido.

Pero, a la vez, el rechazo fundamenta otra decisión: la salida de los sirvientes “al extremo de las calles” (v.9). La invitación no tiene límites de nacionalidad, raza ni de comportamiento ético como se muestra en que entre los reunidos se encuentran “malos y buenos” (v.10).

De esta forma se afirma la invitación universal a la salvación del mensaje de Jesús que supera los límites de todo particularismo.

El v. 11 invita a los lectores un cambio de perspectivas. Del conflicto con la dirigencia farisea se pasa al marco interno de la comunidad. Se trata de lo que acontece al interno de la sala del banquete. Y se dirige la atención a los comportamientos de los integrantes de la comunidad de discípulos de Jesús. El v.14 “hay más llamados que escogidos” es un llamado urgente a una vida en coherencia con la llamada recibida. Por consiguiente no debe entenderse en sentido del número de los que son dignos de participar en el banquete, sino de una interpelación personal ya que la llamada es universal pero su concreción, que determina quienes son los elegidos, depende de una decisión personal.

Para ello se presenta al rey entrando en la sala del banquete. Su intención es la de “echar un vistazo a los invitados” , es decir, un discernimiento sobre el estado de cada uno de ellos. Hay, por consiguiente, un verdadero juicio sobre los participantes.

El descubrimiento de alguien “sin traje de fiesta”, motiva una pregunta sobre ese punto. La culpabilidad es manifiesta ya que el interrogado no “despegó los labios”. La orden subsiguiente es instantánea: “Átenlo de pies y manos y arrójenlo afuera, a las tinieblas”.

La exclusión del individuo sirve como advertencia a cada miembro comunitario sobre la coherencia de su actuación, sobre el “traje de fiesta” que es necesario endosar para permanecer en el banquete.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).


3-9. DOMINICOS 2003

Palabras y lágrimas

Libro de los Jueces 11, 29-39:

“En aquellos días, el juez Jefté  atravesó Galaad y Manasés... y marchó a guerrear contra los amonitas. Antes de la batalla hizo este voto al Señor: Si entregas a los amonitas a mi poder, juro que, cuando vuelva victorioso, a la primera persona que salga a recibirme a la puerta de mi casa... la ofreceré en holocausto al Señor... Concluida la guerra, Jefté volvió a su casa de Atalaya, y quien primero salió a recibirlo fue precisamente su hija... Él, al verla, gritó: ¡Hija mía, hija mía, qué desdichado soy...!

Ella le dijo: Si has hecho promesa al Señor, cumple lo que prometiste... Luego añadió: Dame permiso para ir dos meses por los montes, llorando con mis amigas, porque quedaré virgen... Acabado el plazo de los dos meses, la hija volvió a casa, y su padre cumplió con ella el voto que había hecho”.

En la historia o tradición que se transmitía de generación en generación, esta página y ese voto de Jefté es uno de los detalles más duros que se conocen. Pero la tradición vieja lo contaba así, y el redactor no ha querido alterar el texto, aunque en su tiempo esa acción era aborrecible.

Evangelio según san Mateo 22, 1-14:

“En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo, diciendo: El Reino de los cielos se parece  a un rey que celebraba la boda de su Hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron acudir. Volvió a mandarlos..., y los convidados no hicieron caso... y algunos echaron mano a los criados y los maltrataron... El rey, indignado, dijo a los criados...: Id a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis convidadlos a la boda... Y, al fin, la sala se llenó de comensales”.

Parábola realista. Dios es Señor, pero hay fieles que se le van, que no siguen sus caminos, que pecan. ¡Paciente Reino de Dios que sufre estas infidelidades de los hombres! ¡Cuántos nos decimos amigos por intereses mezquinos, no por gracia!

 

Momento de reflexión

El voto de Jefté: sacrificio de su hija.

Jefté, nativo de Galaad, era hijo de una prostituta y, como tal hijo, no fue aceptado por sus hermanos ni por la legítima mujer de su padre. Expulsado, anduvo vagabundo por montes, desiertos y ciudades.

Ello no obstante, pasados unos años, algunos grupos de los ammonitas, que no encontraban una persona adecuada para ser su jefe, le pidieron que él asumiera la responsabilidad de “Juez de Israel”. Lo hizo gustoso, e hizo campañas victoriosas.  En una de ellas aconteció cuanto el texto recoge: él hizo voto de ofrenda a Dios; logró la victoria; y la ofrendada fue su hija. Ella, sintiéndose víctima ofrecida a Dios sin haber tenido todavía hijos, vagó por los montes lamentando no dejar descendencia; y, al fin, fue sacrificada. ¡Dura, incomprensible actitud!

Israel siempre condenó los sacrificios humanos, pero en esta ocasión la ‘tradición popular’ cuenta así las cosas, poniendo en litigio el voto y el sacrificio y dando prioridad al cumplimiento del voto sobre el mismo sacrificio, pues no lo censura. El autor-redactor del texto lo respeta tal cual, aunque en verdad no estaba de acuerdo con esa tradición. Ésta es una página confusa, negra.

Los invitados a la boda.

En la parábola de Jesús sobre los invitados a la boda, conviene subrayar algunos puntos que tienen especial relieve en su mensaje: La boda la prepara el rey, y el rey es quien invita a su mesa. Cristo es nuestro Rey. La invitación se dirige, primero, a personas de familia, amigos, compañeros. Y éstos se disculpan, y desprecian la invitación una y otra vez. Los invitados somos nosotros, y los judíos, y todos los hombres que hemos tenido noticia de Dios y de Cristo. Cansado de invitar y de esperar y de verse defraudado, Dios acude a cualquiera que no sea miembro de ese clan de familiares, amigos, compañeros, beneficiados de su predilección. Dado el desprecio, los últimos serán los primeros. ¿Y nosotros?


3-10. 2003

Jue 11, 29-39:El primero que salga de mi casa a recibirme, lo ofreceré
Salmo responsorial: 39, 5.7-10:Aquí estoy Señor, tendré vida al hacer tu voluntad
Mt 22, 1-14: A todos los que encuentren invítenlos a la boda

Tanto Mateo como Lucas narran sustancialmente la misma parábola. Pero Mateo la ha interpretado y adaptado a sus lectores inmediatos. Ha hecho de ella un compendio alegórico de la historia de la salvación. Jesús ha venido a inaugurar ese tiempo del reino, pero muchos de los que habían sido invitados anteriormente a participar en esta celebración han rechazado la invitación. Aquí, el rey es Dios que ofrece la celebración del reino a los invitados, el pueblo de Israel. Los siervos enviados a llamar a los invitados representan a los profetas, que desde el exilio llamaron al pueblo a regresar a Dios para realizar el objetivo que Dios le había marcado. Sin embargo, Israel no escuchó a los profetas. Otros profetas fueron enviados para llamar a los invitados, expresando mayor urgencia, pues “todo está a punto”; pero de nuevo los invitados resultaron estar más interesados en sus propias ocupaciones. Otros insultaron a los profetas y los mataron. La destrucción de los incrédulos a manos de los ejércitos del rey, y la quema de su ciudad, es una repetición de la situación de Israel antes que Jerusalén fuera destruida por el “siervo” de Dios Nabucodonosor (Jr 25,8-9). El mensaje a los jefes de Jerusalén es que su rechazo de la invitación pronto conducirá a una renovación de esa destrucción.

No obstante, la celebración seguirá su curso, y esta vez los siervos de Dios, profetas, apóstoles, evangelistas, invitarán a participar, no sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel, sino también a los publicanos, pecadores y gentiles (cf. 28,19). No todos responderán con veracidad. La parábola de Mateo tiene la peculiaridad del “traje de boda”, sin el cual asistió al banquete uno de los invitados. Este traje de boda es un rasgo parabólico. No conocemos que existiese un traje especial para asistir a las bodas. Indica simplemente un traje decente y limpio. Este vestido indica y simboliza la acción de Dios sobre el ser humano: “me vistió con vestiduras de salud y me envolvió en el manto de la justicia...” (Is 61,10). Los textos bíblicos que hablan del vestido o traje de boda (Ap 19,8; 22,14) hacen referencia a la justicia o santidad de Dios participada por el ser humano, en la gracia santificante. Quien no asiste con este traje queda excluido del banquete: “átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera a las tinieblas”.


La celebración nupcial signo de alegría, vida y esperanza, fue con frecuencia una imagen utilizada por los hagiógrafos (escritores sagrados) para describir el futuro reino mesiánico. Así en su ambiente histórico y literario, esta parábola anuncia (con la invitación al banquete) la presencia del reino mesiánico; mientras que el rechazo de los invitados representan la actitud de Israel con respecto a Jesús, presentado aquí como hijo del rey (vv. 1-6). Esta parábola retrata la actitud negativa frente al reino. Actitud de soberbia. La de aquellos que confían en su propia justicia, la que pueden adquirir por su esfuerzo personal aplicado a cumplir meticulosamente la Ley, y rechazan, en cambio la verdadera justicia, los caminos de la salud, que proceden de Dios.

Aquí descubrimos también la voluntad de Dios por que todos los seres humanos se salven: El llama a todos, buenos y malos (vv. 8-9; cf. 13,38.47), a formar parte de su Iglesia. El “traje o vestido de bodas” es la vida llevada con dignidad. El compromiso cristiano, cuando se forma parte del Reino, debe mostrarse en nuestras buenas obras

La parábola, como boceto de la iniciativa de Dios y de las respuestas de los seres humanos, tiene un valor perenne y universal. Muestra primero que todos son invitados al banquete de bodas del Mesías-rey; pero muchos rechazan la invitación, con diversas motivaciones y actitudes. Los que aceptan la invitación insistente, “entran” al banquete. Después, con una perspectiva escatológica (del final de los tiempos), la parábola muestra que el participar en el banquete supone un cambio; hay que ser diferentes de lo que se era antes. Sin embargo, no todos responden con sinceridad de fe. Un hombre que no tiene traje de boda es alguien que no está dispuesto a cambiar. Ha venido por las ventajas que puede obtener para sí, pero no obedece la palabra de Dios. El “traje de bodas” que hace falta para entrar en el banquete eterno significa las “obras de justicia” que cada uno debe hacer (Mt 5,20; 7,21s; 13,47s; 21,28ss). Cuando venga el rey, será la separación definitiva de buenos y malos (13,38s; 41ss; 48ss). Nosotros participamos ya en el banquete de la Eucaristía, anticipo del banquete eterno. ¿Cuál es nuestro atuendo? ¿Cuáles son nuestras obras? Jesús nos recuerda que los “escogidos” son los que responden con fidelidad a la llamada (cf. Is 41,9; 42,1).

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-11. Comentario

14. También esta parábola se refiere en primer lugar al pueblo escogido de la Antigua Alianza. A las fiestas de las bodas de su Hijo con la humanidad convida el Padre primeramente a los judíos por medio de sus "siervos", los profetas. Los que despreciaron la invitación perderán la cena (Luc. 14, 24: "Porque yo os digo, ninguno de aquellos varones que fueron convidados gozará de mi festín"). Los "otros siervos" son los apóstoles que Dios envió sin reprobar aún a Israel, durante el tiempo de los Hechos, es decir, cuando Jesús ya había sido inmolado y "todo estaba a punto" (Hech. 3, 22: "Porque Moisés ha anunciado: El Señor Dios vuestro os suscitará un profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a El habéis de escuchar en todo cuanto os diga, y en Hebr. 8, 4:"Si pues El habitase sobre la tierra, ni siquiera podría ser sacerdote, pues hay ya quienes ofrecen dones según la Ley").

Rechazados esta vez por el pueblo, como Él lo fuera por la Sinagoga (Hech. 28, 25: No hubo acuerdo entre ellos y se alejaron mientras Pablo les decía una palabra: "Bien habló el Espíritu Santo por el profeta Isaías a vuestros padres") y luego "quemada la ciudad" de Jerusalén, los apóstoles y sus sucesores, invitando a los gentiles, llenan la sala de Dios (Rom. 11, 30: "De la misma manera que vosotros en un tiempo erais desobedientes a Dios, mas ahora habéis alcanzado misericordia, a causa de la desobediencia de ellos").

El hombre que no lleva vestido nupcial es aquel que carece de la gracia santificante, sin la cual nadie puede acercarse al banquete de las Bodas del Cordero (Apocalipsis 19, 6 ss: "Y oí una voz como de gran muchedumbre, y como estruendo de muchas aguas, y como estampido de fuertes truenos, que decía: "¡Aleluya! porque el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, ha establecido el reinado.).


3-12.

Comentario: Rev. D. David Amado i Fernández (Barcelona, España)

«Mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda»

Hoy, la parábola evangélica nos habla del banquete del Reino. Es una figura recurrente en la predicación de Jesús. Se trata de esa fiesta de bodas que sucederá al final de los tiempos y que será la unión de Jesús con su Iglesia. Ella es la esposa de Cristo que camina en el mundo, pero que se unirá finalmente a su Amado para siempre. Dios Padre ha preparado esa fiesta y quiere que todos los hombres asistan a ella. Por eso dice a todos los hombres: «Venid a la boda» (Mt 22,4).

La parábola, sin embargo, tiene un desarrollo trágico, pues muchos, «sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio...» (Mt 22,5). Por eso, la misericordia de Dios va dirigiéndose a personas cada vez más lejanas. Es como un novio que va a casarse e invita a sus familiares y amigos, pero éstos no quieren ir; llama después a conocidos y compañeros de trabajo y a vecinos, pero ponen excusas; finalmente se dirige a cualquier persona que encuentra, porque tiene preparado un banquete y quiere que haya invitados a la mesa. Algo semejante ocurre con Dios.

Pero, también, los distintos personajes que aparecen en la parábola pueden ser imagen de los estados de nuestra alma. Por la gracia bautismal somos amigos de Dios y coherederos con Cristo: tenemos un lugar reservado en el banquete. Si olvidamos nuestra condición de hijos, Dios pasa a tratarnos como conocidos y sigue invitándonos. Si dejamos morir en nosotros la gracia, nos convertimos en gente del camino, transeúntes sin oficio ni beneficio en las cosas del Reino. Pero Dios sigue llamando.

La llamada llega en cualquier momento. Es por invitación. Nadie tiene derecho. Es Dios quien se fija en nosotros y nos dice: «¡Venid a la boda!». Y la invitación hay que acogerla con palabras y hechos. Por eso aquel invitado mal vestido es expulsado: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?» (Mt 22,12).


3-13.

Reflexión:

Ez. 36, 23-28. Muchas veces nosotros mismos, llamándonos cristianos e hijos de Dios, hemos profanado el Nombre del Señor entre las naciones. Santificar al Señor con actitudes y obras nuevas no puede ser el resultado de una buena voluntad de parte nuestra, pues un árbol malo no puede producir frutos buenos. Es el Señor el que transforma, el que renueva, el que crea al hombre nuevo. Sólo a partir de nuestra docilidad al Señor, dejándonos amar por Él, Él podrá llevar adelante su obra de salvación en nosotros. A partir de entonces, y fortalecidos por su Espíritu Santo, que vive en nosotros, seremos realmente una continua alabanza del Nombre de nuestro Dios y Padre. Él sea bendito por siempre entre nosotros.

Sal. 51 (50). Reconociendo nuestra condición de pecadores, arrepentidos, acudamos al Señor que nos ama y que siempre está dispuesto a perdonarnos, pues no se olvida de que somos barro. Él es el único que puede renovar y fortalecer nuestra vida para que en adelante ya no vivamos bajo el signo del antiguo Adán, pecador y corrupto, sino bajo el signo del nuevo Adán, Cristo Jesús, que es Espíritu que nos da vida, y Vida eterna. No queramos agradar a Dios sólo mediante el culto que le tributemos; tratemos, más bien, de ser fieles a su voluntad aceptando en la fe a Aquel que Él nos ha enviado para que, renovados en Él por el amor, seamos aceptados, nosotros mismos, como una ofrenda agradable a sus ojos.

Mt. 22, 1-14. Aún antes de la creación ya Dios tenía en su pensamiento divino las bodas de su Hijo con su Esposa, la Iglesia, bella y resplandeciente, adornada con la Gloria y la Santidad del mismo Dios. Pero, llegado el momento, muchos rechazaron la invitación ¿a la boda como invitados? ¿no más bien a la boda para desposarse en Alianza nueva y eterna con el Cordero Inmaculado? Rechazada esta invitación a desposarse con el Hijo del Rey eterno, para hacerse uno con Él como las ramas se unen al tronco y los miembros del cuerpo a la cabeza ¿habrá otro camino para llegar a poseer los bienes definitivos que le corresponden al Hijo único de Dios? Por eso se abre la invitación a la humanidad entera para que todos puedan llegar a participar de la Gloria del Hijo de Dios en Cristo Jesús. Pero no podemos permanecer en Cristo con un corazón manchado. Ante nuestras miserias y pecados no podemos quedarnos callados. Mientras aún es tiempo hemos de abrir la boca para confesar nuestras culpas; y Dios, rico en misericordia, tendrá compasión de nosotros y, perdonándonos, nos hará participar de su Reino eterno. Sea Él bendito por siempre.

Hoy hemos acudido al llamado de Dios, que nos ha invitado a participar del Banquete Eucarístico, que ha preparado para nosotros. Venimos con la intención de renovar nuestra Alianza, siempre nueva y eterna, con Él. Reconocemos que somos pecadores; pero no dudamos del amor misericordioso que Dios nos tiene. Pedimos perdón; y, como el barro tierno, nos ponemos en manos de nuestro Dios y Padre, para que nos moldee conforme a la imagen de su propio Hijo, e infunda en nosotros su Espíritu Santo para que en adelante no vayamos ya tras las obras de maldad, sino que demos frutos en abundancia, frutos de santidad, de justicia, de amor y de paz. Entonces realmente Dios hará nuevas todas las cosas, pues nos habrá renovado para enviarnos a darle al mundo un nuevo rostro, el Rostro del Reino de Dios entre nosotros.

El Señor nos quiere totalmente comprometidos con su Evangelio. Ese Evangelio no puede ser proclamado sólo con los labios. Los que creemos en Cristo hemos de ser los primeros comprometidos en la corresponsabilidad con la Iglesia para transformar las estructuras de injusticia, de maldad y de pecado en estructuras de justicia, de amor y de gracia. Tal vez nos guste ver con agrado el trabajo de los demás para construir una nueva humanidad, haciendo que día a día vaya surgiendo una humanidad nueva, renovada en Cristo, capaz de amar, de perdonar, de compartir lo propio con los demás, de vivir la auténtica justicia social. Pero eso de involucrarse uno mismo en el trabajo para que el Reino de Dios se haga realidad entre nosotros puede llevar a muchos a excusarse y retirarse para dedicarse a otras labores, eludiendo la invitación del Señor a participar del Banquete de Bodas para unirnos a Él y hacer nuestras la vida y las perspectivas de Dios sobre la humanidad. No basta ni siquiera anunciar el Evangelio con los labios, pensando que ya hemos hecho mucho por el Reino. Aquel que hable de justicia social e ignore a los trabajadores injustamente tratados; aquel que denuncie los sistemas injustos que han dejado a muchos al borde del camino sin ilusiones ni esperanzas, y pase de largo ante su dolor sin detenerse para curar sus heridas; aquel que hable de la necesidad de remediar el hambre que muchos padecen, pero no siente a su mesa a los hambrientos, no puede decir que realmente esté revestido de Cristo; ese no tiene el traje de bodas y difícilmente permanecerá en el Reino eterno de Dios, pues Él no lo reconocerá como a su Hijo, el cual no sólo anunció el Evangelio, sino que se hizo, con sus obras y su vida misma, el Evangelio viviente del amor de Dios para la humanidad entera.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de dejarnos transformar por Él de tal manera que, fortalecidos por su Espíritu Santo en nosotros, seamos un verdadero signo creíble del amor de Dios en el mundo, hechos Evangelio encarnado para la humanidad entera. Amén.

Homiliacatolica.com


3-14.

Reflexión

Dios nos ha invitado de muchas maneras a participar del Reino, de la vida en Abundancia pensada por Dios para el hombre desde toda la eternidad la cual habíamos perdido por el pecado. Sin embargo aceptar o no depende de cada uno de nosotros. ¿¿¿Excusas??? ¡Muchas! Pero como vemos en este pasaje, ninguna cuenta, ni para no asistir ni para presentarnos indignamente a la mesa del Señor. Y digo para presentarnos dignamente a la fiesta, pues un detalle que no se conoce y que a veces hace que se juzgue duramente al Rey que exige a un pobre el llevar vestido de fiesta, es que el traje de fiesta en este tipo de eventos era proporcionado por el mismo que hacia la invitación, por lo que no había excusa para no tenerlo. Lo mismo pasa con nosotros. Dios nos ha hecho la invitación sin pensar si somos buenos o malos, pobres o ricos… nos ama y nos ha invitado así como somos. Además nos ha llenado de gracias, sobre todo de la gracias santificante, que es el vestido para la fiesta del Reino. Por ello no hay excusa para no asistir, para no vivir en el reino del amor, la justicia y la paz en el Espíritu Santo… en una palabra no hay excusa para no ser santo.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-15. Parábola del banquete nupcial

Fuente: Catholic.net
Autor: Misael Cisneros

Reflexión:

Podría sonar demasiado extraño este evangelio porque, ¿cómo es posible que alguien rechace la invitación a una boda donde habrá vino, música y buen ambiente? Al menos hoy día son pocos los que rechazarían esta oferta tan especial. Pero es claro que esta parábola Cristo nos la dibujó así para que comprendiésemos que todos estamos invitados a participar del gran banquete que celebrará en el cielo.

Sólo nos hace falta cumplir un requisito que el evangelio lo pone como algo externo pero que en realidad en las bodas se le da demasiada importancia y es el vestido. Es necesario e indispensable entrar con el ajuar apropiado al gran banquete que Cristo nos invitará, este ajuar es la vida de gracia. Por eso expulsaron de la boda al hombre que no llevaba el traje apropiado, porque no estaba en vida de gracia. Y la gracia, como la llama santo Tomás de Aquino, es “nitior animae” es decir, esplendor del alma, presencia de Dios en nuestra alma.

Es claro que Jesús no puede habitar en un lugar en donde no tiene amigos, y tampoco nosotros nos deberíamos atrever a presentarnos a la boda que Él organiza cuando no le tenemos por amigo. Esto es la vida de gracia, conservar su amistad y por tanto rechazar enérgicamente todo lo que pudiese ofenderle: revistas indecentes, películas deshonestas, compañías perjudiciales, ofensas a nuestros padres o hermanos, críticas etc.

Es difícil conservar esta amistad con Cristo, pero si realmente lo tenemos por amigo no nos atreveremos a ofenderle, sino que al contrario nos esforzaremos por ser cada día mejores amigos de Él.


3-16. Fray Nelson Jueves 18 de Agosto de 2005
Temas de las lecturas: El primero que salga de mi casa a recibirme, lo ofreceré en holocausto al Señor * Conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren.

1. ¿Qué ofrecerle a Dios?
1.1 La primera lectura presenta de modo dramático hasta dónde puede llegar una pregunta que atañe directamente a la virtud de la religión: ¿qué es propio ofrecer a Dios?

1.2 En un mundo tan secularizado como el nuestro esa pregunta puede sonar anacrónica. No sólo para el ateo sino también para la mayoría de los creyentes, me atrevo a pensar. La idea que está en la base, quizá de modo inconsciente, es que "Dios no tiene derechos". O dicho de modo más suave o menos problemático: "de fondo, el ser humano no tiene obligación alguna con Dios".

1.3 El enunciado puede sonar abstracto o lejano, pero es plenamente válido. El ser humano que cree que no debe nada a Dios carece, estrictamente hablando, de toda posibilidad de experimentar ninguna obligación real para con los demás seres humanos.

1.4 No puede tener una esperanza más allá de la muerte, si dice que nada le debe a Dios, porque esta esperanza sólo puede venir de admitir que, más allá de nuestros méritos o esfuerzos, hay una justicia y hay una vida que nos llegan como "regalo". Y quien nada espera, ninguna razón tiene para abstenerse de ejercer su apetito o su codicia con tanto vigor como le venga en gana.

1.5 Con otras palabras: el que cree que nada debe a Dios, sólo ve en la ley humana un límite a su apetencia, y por ello a la larga luchará para que esa ley sea tan elástica y favorable a su capricho como le sea posible.

2. Lecciones de una escena espantosa
2.1 El relato del libro de los jueces nos parece brutal, desmedido, inútil, repugnante. Es bueno que nos preguntemos por qué. Hay brutalidad, desmesura, inutilidad y repugnancia en eso de matar a la hija, no lo neguemos, pero, ¿eso explica todo?

2.2 Y en otro sentido: el hecho de que reprobemos con tanta fuerza el sacrificio que Jefté hizo de su hija, ¿no será que nos sirve de cortina de humo que no nos deja ver a quiénes estamos sacrificando HOY, ante qué altares y con qué propósitos.

2.3 Hablemos de los niños abortados. ¿Quiénes son los "sacerdotes" que sacrifican esas vidas, más inocentes que la niña de Jefté? ¿Ante qué altares se les sacrifica, y por defender qué principios u obtener qué beneficios?

2.4 Hablemos de los muertos de hambre o por otras causas relacionadas con la distribución injusta de la riqueza o la proliferación criminal de armas. ¿Por qué razones se priva de lo mínimo a seres inocentes, muchas veces niños que no alcanzan la edad de la hija de Jefté? ¿De qué sirve esa sangre o quién llora a esos muertos?

2.5 Jefté creía –equivocadamente, por supuesto- que servía a Dios. ¿A quién creen que sirven, a qué dioses, creados por quién, esos hombres, los de los abortos o los de la privación de derechos a sus hermanos?