SOBRE LA EXCELENCIA DE LA VIRGEN MADRE (I)

1. ¿Qué fin tendría el evangelista en expresar con tanta distinción los propios nombres de tantas cosas en este lugar. Yo creo que pretendía con esto que oyésemos con negligencia nosotros lo que él con tanta exactitud procuraba referir. Nombra, pues, el nuncio que es enviado, el Señor por quien es enviado, la Virgen a quien es enviado, el esposo también de la Virgen, señalando con sus propios nombres el linaje de ambos, la ciudad y la región. ¿Para qué todo esto? ¿,Piensas tú que alguna de estas cosas esté puesta aquí superfluamente? De ninguna rnanera; porque si no cae una hoja del árbol sin cauisa. ni cae en la tierra un pájaro sin la voluntad del Padre celestial, ¿podría yo juzgar que de la boca del santo evangelista saliese una palabra superflua, especialmente en la sagrada historia del que es Palabra de Dios? No lo pienso así: todas están llenas de soberanos misterios y cada una rebosa en celestial dulzura; pero esto es si tienen quien las consídere con diligencia y sepa chupar miel de la piedra y aceite del peñasco durísimo. Verdaderamente en aquel día destilaron dulzura los montes y manó leche y miel de los collados, cuando, enviando su rocío desde lo alto de los cielos y haciendo las nubes descender al Justo como una lluvia, se abrió la tierra alegre y brotó de ella el Salvador; cuando, derramando el Señor su bendición y dando nuestra tierra su fruto, sobre aquel monte que se eleva sobre todos los montes, rnonte fértil y pingüe, salieron a encontrarse mutuamente la rnisericordia y la verdad y se besaron la paz y la justicia. En aquel tiempo también en que este no pequeño monte entre los demás montes, este bienaventurado evangelista, digo, escribió con estilo dulcísimo el principio de nuestra salud, tan deseado de nosotros, como que, soplando el austro y rayando el sol (le justicia más de cerca, se difundieron de él algunos espirituales aromas. Y ojalá que ahora envíe Dios su palabra y los derrita; ojalá que sople su espíritu y se hagan inteligibles para nosotros las palabras evangélicas, se hagan en nuestros corazones más estimables que el oro y las piedras más preciosas, se hagan más dulces que la miel y el panal.

2. Dice, pues: fue enviado el ángel Gabriel por Dios. No juzgo que este ángel sea de los menores, quienes suelen ser enviados por cualquiera causa con embajadas a la tierra; lo cual se deja entender claramente en su mismo nombre, que significa fortaleza de Dios; y también porque no se dice que haya sido enviado (como acostumbra hacerse entre los ángeles) por algún otro espíritu más excelente que él, sino por el mismo Dios. Por eso se expresó en el Evangelio que fue enviado por Dios; o quizá por eso se dijo por Dios, para que no se piense que reveló Dios su designio acerca de la encarnación aun a alguno de sus bienaventurados espíritus antes que a la Virgen, exceptuando solamente el arcángel San Gabriel; el cual sin duda tuvo tanta excelencia entre los suyos que fue reputado digno de tal nombre y de tal embajada. Ni deja de haber mucha proporción entre el oficio de nuncio y el nombre del ángel. Porque a Cristo, que es la virtud de Dios, ¿quién mejor le podía anunciar que este espíritu, a quien ilustra un nombre semejante? Pues ¿qué otra cosa es fortaleza, sino virtud? Ni parezca indecente o impropio que el Señor y el nuncio se nombren de un mismo modo, cuando la causa de llamarse ambos con semejante nombre no es semejante en ambos. De un modo se llama Cristo fortaleza o virtud de Dios y de otro modo muy diferente el ángel; el ángel sólo por denominación, pero Cristo substancialmente también. Cristo se llama y es virtud de Dios, que viniendo con mayores fuerzas contra aquel fuerte armado que solía guardar en paz el atrio de su casa, le venció con su propio brazo; y así le quitó valerosamente todas las alhajas que en otro tiempo había hecho cautivas. El ángel San Gabriel es llamado fortaleza de Dios o por haber merecido la prerrogativa de ser encargado de anunciar la venida de la misma fortaleza, o porque debía confortar a una virgen naturalmente tímida, sencilla, vergonzosa, para que no la sorprendiese el pavor a la novedad de tan grande milagro; lo cual hizo él diciéndole: No temas, María; has hallado gracia a los ojos de Dios. Tampoco quizá será fuerza de razón creer que este mismo ángel fue quien confortó y libró de sus dudas a su esposo, varón ciertamente humilde y timorato, aunque no se nombre entonces por el. evangelista. José, dijo,hijo de David, no temas recibir a María por tu, esposa. Oportunamente, pues, es elegido San Gabriel para este negocio; o, más bien, por encargarse a él negocio semejante, se distingue justamente con tal nombre.

3. Fue enviado, pues, el ángel Gabriel por Dios. ¿Adónde? A una ciudad de Galilea, cuyo nombre era Nazaret. Veamos si (como dice Natanael) puede salir de Nazaret algo que sea bueno. A mí se me representan como una simiente del conocimiento de Dios, echada desde el cielo a la tierra, las revelaciones y promesas hechas a los padres Abraham, Isaac y Jacob; simiente de la cual está escrito: Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado la simiente, hubiéramos sido como Sodoma y seríamos semejantes a Gornorra. Floreció esta simiente en las maravillas que se mostraron en la salida del pueblo de Israel de Egipto, en las figuras y enigmas misteriosos por todo el camino en el desierto hasta la tierra de promisión y, después, en las visiones y vaticinios de los profetas, en la ordenación también del reino y del sacerdocio hasta Cristo. Pero no sin razón se entiende ser Cristo el fruto de esta simiente y de estas flores, diciendo David: Derramará Dios su bendición y nuestra tierra dará su fruto; y otra vez: Del fruto de tu vientre pondré sobre tu silla. En Nazaret, pues, se anuncia que Cristo ha de nacer, porque en la flor se expresa el fruto que ha de venir; pero en saliendo el fruto se cae la flor, porque, apareciendo la verdad en la carne, pasó la figura. Por lo cual también Nazaret se dice ciudad de Galilea, esto es, de la transmigración; porque, naciendo Cristo, pasaron todas aquellas cosas que arriba conté; las cuales, como dice el Apóstol: Les sucedían a ellos en figura. También nosotros, que tenemos ya el fruto, hemos dejado atrás estas flores; que, aun cuando estaban en su belleza, se previó que habían de pasar. Por lo que dijo David: En la mañana como la yerba pase, en la mañana florezca y pase; en la tarde caiga, se endurezca y se seque . En la tarde, pues, esto es, cuando vino la plenitud del tiempo, en que envió Dios a su Unigénito, hecho de una mujer, hecho bajo de la ley, diciendo el mismo: Mira que hago nuevas todas las cosas,las viejas pasaron y desaparecieron, así como al romper el fruto, se caen y se secan las llores. Sobre lo cual se halla también escrito: Se secó el heno cayó la flor; mas la palabra de Dios queda para siempre . Creo que no dudas que la palabra es el fruto; pues la Palabra es Cristo..

4. Buen fruto es Cristo, que permanece para siempre. ¿Pero dónde está el heno que se secó? ¿Dónde la flor que se cayó? Responda el profeta: Toda carne es heno y toda su gloria como la flor del heno . Si toda carne es heno, luego aquel pueblo carnal de los judíos se secó como el heno. ¿Por ventura no se secó como el heno cuando el rnismo pueblo, vacío de todo jugo del espíritu, se pegó tenazmente a la letra seca? ¿No cayó también la flor cuando aquella gloria que tenían en la ley desapareció para siempre? Si no cayó la flor, ¿en dónde está el reino, en dónde el sacerdocio, en dónde los profetas, en dónde el templo, en dónde aquellas grandezas de que solían gloriarse y decir: ¡Cuántas cosas hemos oído y conocido y nuestros padres nos han contado! Y también: ¡Cuántas cosas mandó a nuestros padres que hiciesen manifiestas a sus hijos! Y esto se ha dicho para exponer aquellas palabras a Nazaret, ciudad de Galilea.

5. A esta ciudad, pues, fue enviado el ángel Gabriel por Dios. ¿A quién? A una virgen desposada con un varón, cuyo nombre era José. ¿Qué virgen es ésta tan respetable que un ángel la saluda? ¿Tan humilde, que está desposada con un artesano? Hermosa es la mezcla de la virginidad y de la humildad; y no poco agrada a Dios aquella alma en quien la humildad engrandece a la virginidad y la virginidad adorna a la humildad. Mas ¿de cuánta veneración, te parece, que será digna aquella cuya humildad engrandece la fecundidad y cuyo parto consagra la virginidad? Oyes hablar de una virgen, oyes hablar de una humildad; si no puedes imitar la virginidad de la humilde, imita la humildad de la virgen. Loable virtud es la virginidad, pero más necesaria es la humildad: aquélla se nos aconseja, ésta nos la mandan; te convidan a aquélla, a ésta te obligan. De aquélla se dice: E1 que la puede guardar, guárdela; de ésta se dice: El que no se haga como este párvulo, no entrará en el reino de los cielos". De modo que aquélla se premia, como sacrificio voluntario; ésta se exige, como servicio obligatorio. En fin, puedes salvarte sin la virginidad, pero no sin la humildad. Puede agradar la humildad que llora la virginidad perdida; mas sin humildad (me atrevo a decirlo) ni aun la virginidad de María hubiera agradado a Dios. ¿Sobre quién descansará mi espíritu, dice el Señor, sino sobre el humilde y manso? Sobre el humilde, dice, no sobre el que es virgen. Con que si María no fuera humilde, no reposara sobre ella el Espíritu Santo; y, si no reposara sobre ella, no concibiera por virtud de El. Porque, ¿cómo pudiera concebir de El sin El? Es claro, pues, que para que de El hubiese de concebir., como ella dice: Miró el Señor a la humildad de su sierva mucho más que a la virginidad; y, aunque por la virginidad agradó a Dios, con todo eso, concibió por la humildad. De donde consta que la humildad fue la que hizo agradable su virginidad también.

6. ¿Qué dices, virgen soberbia? María, olvidada de que es virgen, se gloria de la humildad, y tú, menospreciando la humildad, ¿te glorías en tu virginidad? Miró, dice ella, a la humildad de su sierva el Señor. ¿Quién es ella? Una virgen santa, una virgen pura, una virgen devota. ¿Por ventura eres tú más casto que ella? ¿O más devoto? ¿O será tu castidad más agradable a Dios que la de María, para que puedas tú sin humildad agradarle con la tuya, no habiéndole ella, sin esta virtud, agradado con la suya? Finalmente, cuanto más digno de honor eres por el don singular de la castidad, tanto mayor injuria te haces a ti mismo, afeando en ti la hermosura de ella con la mezcla de tu soberbia; y mejor te estaría no ser virgen que hacerte soberbio por la virginidad. No es de todos la virginidad, ciertamente, pero es de muchos menos todavía la humildad acompañada de la virginidad. Pues, si no puedes más que admirar la virginidad de María, procura imitar su humildad., y te basta. Pero si eres virgen y al mismo tiempo humilde, grande eres, cualquiera que seas.

7. Con todo eso, hay en María otra cosa mayor de que te admires, que es la fecundidad junta con la virginidad. Jamás se oyó en los siglos que una mujer fuese madre y virgen juntamente. O si también consideras de quién es madre, ¿adónde te llevará tu admiración sobre su admirable excelencia? ¿Acaso no te llevará hasta llegar a persuadirte que ni admirarlo puedes como merece? ¿Acaso a tu juicio o, más bien, al juicio de la verdad, no será digna de ser ensalzada sobre todos los coros de los ángeles la que tuvo a Dios por hijo suyo? ¿No es María la que confiadamente llama al Dios y Señor de los ángeles hijo suyo, diciéndole: Hijo, ¿cómo has hecho esto con nosotros? ¿Quién de los ángeles se atrevería a esto? Es bastante para ellos y tienen por cosa grande que, siendo espíritus por su creación, han sido hechos y llamados ángeles por gracia, testificando David: El Señor es quien hace ángeles suyos a los espiritus. Pero María, reconociéndose madre de aquella Majestad a quien ellos sirven con reverencia, le llama confiadamente hijo suyo. Ni se desdeña Dios de ser llamado lo que se dignó ser; pues poco después añade el evangelista: Y estaba sujeto a ellos. ¿Quién?, ¿a quiénes? Dios a los hombres. Dios, repito, a quien están sujetos los ángeles, a quien los principados y potestades obedecen, estaba obediente a María, ni sólo a María, sino a José por María. Maravíllate de estas dos cosas, y mira cuál es de mayor admiración, si la be nígnísima dignación del Hijo o la excelentísima dignidad de tal Madre. De ambas partes está el pasmo, de ambas el prodigio: que Dios obedezca a una mujer, humildad es sin ejemplo, y que una mujer tenga autoridad para mandar a Dios, es excelencia sin igual. En alabanza de las vírgenes se canta como cosa singular que siguen al Cordero a cualquiera parte que vaya. ¿Pues de qué alabanzas juzgarás digna a la que también va delante y el Cordero la sigue?

8. Aprende, hombre, a obedecer; aprende, tierra, a sujetarte; aprende, polvo, a observar la voluntad del superior. De tu Autor habla el evangelista y dice: Y estaba sujeto a ellos; sin duda a María y a José. Avergüénzate, soberbia ceniza: Dios se humílla, ¿y tú te ensalzas? Dios se sujeta a los hombres, ¿y tú, anhelando dominar a los hombres, te prefieres a tu Autor? Ojalá que a mí, si llego a tener tales pensamientos, se digne Dios responderme lo que respondió también a su apóstol reprendiéndole: Apártate detrás de mí, Satanás, porque no tienes gusto de las cosas que son de Dios. Puesto que, cuantas veces deseo mandar a los hombres, tantas pretendo ir delante de mí Dios; y entonces verdaderamente ni tengo gusto ni estimación de las cosas que son de Dios, porque del mismo se dijo: Y estaba sujeto a ellos. Si te desdeñas, hombre, de imitar el ejemplo de los hombres, a lo menos no puedes reputar por cosa indecorosa para ti el seguir a tu Autor. Si no puedes seguirle a todas partes adonde El vaya, síguele al menos con gusto adonde por ti bajó. Quiero decir: si no puedes subir a la altura de la virginidad, sigue siquiera a tu Dios por el camino segurísimo de la humildad, de la cual, si las vírgenes mismas se apartan, ya no seguirán al Cordero en todos sus caminos. Sigue al Cordero el humilde que se manchó,le sigue el virgen soberbio también; pero ni el uno ni el otro a cualquiera parte que vaya; pues ni aquél puede subir a la limpieza del Cordero, que no tiene rnancha, ni éste se digna bajar a la mansedumbre de quien enmudeció paciente,no delante de quien le esquilaba, sino delante de quien le mataba. Sin embargo, mas saludable modo de seguirle eligió el pecador en la humildad que el soberbio en la virginidad; pues purifica la humilde satisfacción de aquél su inmundicia, cuando mancha la castidad de éste su soberbia.

9. Dichosa en todo María, a quien ni faltó la humildad ni la virginidad. Singular virginidad la suya, que no violó, sino que honró la fecundidad; no menos ilustre humildad, que no disminuyó, sino que engrandeció su fecunda virginidad; y enteramente incomparable fecundidad, que la virginidad y humildad juntas acompañan. ¿Cuál de estas cosas no es admirable? ¿Cuál no es incomparable? ¿Cuál no es singular? Maravilla será si, ponderándolas, no dudas cuál juzgarás más digna de tu admiración; es decir, si será más estupenda la fecundidad en una virgen o la integridad en una madre; su dignidad por el fruto de su castísimo seno o su humildad con dignidad tan grande; sino que ya, sin duda, a cada una de estas cosas se deben preferir todas juntas, y es incomparablemente más excelencia y más dicha haberlas tenido todas que precisamente algunas. ¿Y qué maravilla que Dios, a quien leemos y vemos admirable en sus santos, se haya mostrado más maravilloso en su Madre? Venerad, pues, los que os halláis en estado de matrimonio, la integridad y pureza del cuerpo en el cuerpo mortal; admirad también vosotras, vírgenes sagradas, la fecundidad de una virgen; imitad, hombres todos, la humildad de la Madre de Dios; honrad, ángeles santos, a la Madre de vuestro Rey, vosotros que adoráis al Hijo de nuestra Virgen, nuestro Rey y vuestro juntamente, reparador de nuestro linaje y restaurador de vuestra ciudad. A cuya dignidad, pues entre vosotros es tan sublime y tan humilde entre nosotros, sea dada, por vosotros igualmente que por nosotros, la reverencia que se le debe; y a su dignación, el honor y la gloria por todos los siglos. Amén.

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2.

1. Que aquel nuevo cántico, que sólo se concederá a las vírgenes cantar en el reino de Dios, le cantará también la reina de las vírgenes con ellas, o, más bien, la primera de ellas, nadie lo duda. Mas yo juzgo que, a más de aquel cantar que (como he dicho) la será común con todas, aunque con solas las vírgenes, alegrará también con otros más dulces y más hermosos versos la ciudad de Dios, cuyas suavísimas y armoniosas voces y melodía ninguna, aun de las mismas vírgenes, será digna de componer o imitar; porque con razón será prerrogativa suya cantarlos sola, cuando ella sola se gloria del parto, y parto divino. Se gloría, he dicho, del parto, no en sí misma, sino en el Señor a quien dió a luz. Verdaderamente, Dios (pues es Dios a quien dió a luz), habiendo de dar a su Madre en el cielo una gloria singular, procuró prevenirla en la tierra con singular gracia, por la cual inefablemente concibiese intacta y diera a luz incorrupta. A la majestad de Dios convenía que no naciese sino de la Virgen, y a la Virgen convenía que no diera a luz a otro que a Dios. Así, el hacedor de los hombres, para hacerse hombre, siendo preciso nacer de una mujer, a aquella entre todas debía escoger o, más bien, formar para Madre suya, que conocía era decente a El, y sabía que le había de agradar. Por tanto, quiso que fuese virgen para salir de una Madre purísima el que es infinitamente puro y que venía a limpiar las manchas de todos; quiso que fuese humilde, para salir de una Madre tal, el que es manso y humilde de corazón, a fin de mos. trarnos en sí mismo el necesario y saludable ejemplo de todas estas virtudes. Dió, pues, a la Virgen parto el mismo Señor que la había inspirado el voto de virginidad y la había enriquecido antes igualmente con el mérito de la humildad. De otra suerte, ¿cómo diría el ángel después que estaba llena de gracia, si tuviera algo bueno que no procediese de la gracia?

2. Para que fuese, pues, la que había de concebir y dar a luz al Santo de, los santos, santa en el cuerpo, recibió el don de la virginidad; para que fuese también santa en el alma, recibió el de la humildad. Adornada de estas preciosas piedras la Virgen regia, resplandeciendo con la doble belleza de cuerpo y alma, conocida por su agrado y hermosura en los cielos, se llevó la atención de todos sus ciudadanos, de suerte que inclinó hasta el ánimo del Rey a desearla y sacó al nuncio celestial de las alturas. Y esto es lo que el evangelista nos insinúa aquí cuando muestra al ángel enviado por Dios a la Virgen. Por Dios, dice, a la Virgen; esto es, por el Altísimo, a la humilde; por el Señor, a la sierva; por el Criador, a la de Dios criatura. ¡ Qué dignación tan grande ¡Qué excelencia tan grande de la Virgen! Corred, madres; corred, hijas; corred todas las que, después de Eva y por Eva, os acercáis al alumbramiento con tristeza y dais a luz con dolor. Llegaos al tálamo virginal; entrad, si podéis, en el casto aposento de vuestra hermana. Ea, ya envía Dios su nuncio a la Virgen; ea, ya el ángel la habla; aplicad el oído a la pared, escuchad su embajada, por si acaso oís de que os podáis consolar.

3. Alégrate, Adán, padre nuestro; y tú, Eva, madre nuestra, llénate de gozo; vosotros mismos, que así como fuisteis padres, de todos, así fuisteis de todos homicidas, y, lo que es mayor desgracia, primero homicidas que padres, consolaos con esta hija, y tal hija; pero alégrese Eva principalmente, pues de ella primero nació el mal, y su oprobio pasó a todas las mujeres. Porque ya está cerca el tiempo en que se quitará el oprobio, ni tendrá ya de qué quejarse contra la mujer el hombre; el cual, pretendiendo excusarse imprudentemente a sí mismo, no dudó acusarla cruelmente diciendo: La mujer que me diste me dió del fruto del árbol, y comí. Así, corre, Eva, a María, corre a tu Hija; ella responderá por ti, quitará tu oprobio, dará satisfacción a su Padre por su Madre; pues ha dispuesto Dios que, ya que el hombre no cayó sino por una mujer, tampoco sea levantado sino por una mujer. ¿Qué es lo que decías, Adán? La mujer que me diste me dió del fruto del árbol, y comí. Palabras de malicia son éstas que acrecientan tu culpa en vez de borrarla. Sin embargo, la sabiduría ha vencido a la malicia, pues aunque malograste la ocasión que Dios quería darte para el perdón de tu pecado cuando te preguntaba y hacía cargo de él, ha hallado en el tesoro de su indeficiente piedad arbitrios para borrar tu culpa. Te da otra mujer por esa mujer, una prudente por esa fatua, una humilde por esa soberbia; la cual, en vez del árbol de la muerte, te dará el gusto de la vida; en vez de aquel venenoso bocado de amargura, te traerá la dulzura del fruto eterno. Por tanto, muda las palabras de la injusta acusación en alabanzas y acción de gracias a Dios, y dile: Señor, la mujer que me has dado me dió el fruto del árbol de la vida, y comí de él; y ha sido más dulce que la miel para mi boca, porque en él me has dado la vida. Mira a lo que fue enviado el ángel Gabriel a la Virgen. ¡Oh Virgen admirable y dignísima de todo honor, ¡Oh mujer singularmente venerable, admirable entre todas las mujeres, que trajo la restauración a sus padres y la vida a sus descendientes!

4. Fue enviado, dice, el ángel Gabriel a una virgen. Virgen en el cuerpo, virgen en el alma, virgen en la profesión, virgen, finalmente, como la que describe el Apóstol, santa en el alma y en el cuerpo; ni hallada nuevamente o sin especial providencia, sino escogida desde los siglos, conocida en la presencia del Altísimo y preparada para sí mismo; guardada por los ángeles, designada anticipadamente por los antiguos Padres, prometida por los profetas. Registra las escrituras y hallarás las pruebas de lo que digo. Pero ¿quieres que: yo también traiga aquí testimonios sobre esto? Para hablar poco de lo mucho, ¿qué otra cosa te parece que predijo Dios, cuando dijo a la serpiente: Pondré enemistades entre ti y la mujer? Y si todavía dudas que hablase de María, oye lo que se sigue: Ella misma quebrantará tu cabeza. ¿Para quién se guardó esta victoria sino para María? Ella sin duda quebrantó su venenosa cabeza, venciendo y reduciendo a la nada todas las sugestiones del enemigo, así en los deleites del cuerpo como en la soberbia del corazón.

5. ¿Qué otra fijamente buscaba Salomón cuando decía: ¿Quién hallará una mujer fuerte? Conocía este hombre sabio la debilidad de este sexo, su frágil cuerpo y su corazón inconstante. Con todo eso, porque había leído que la había prometido Dios, y sabía que convenía que quien había vencido por una mujer fuese vencido por otra, con una vehemente admiración decía: ¿Quién hallará una mujer fuerte? Lo cual es decir: ya que está dispuesto por el consejo divino que de la mano de una mujer venga la salud de todos nosotros, la restitución de la inocencia y la victoria del enemigo, es necesario que se prepare una de todos modos fuerte, que pueda ser a propósito para obra tan grande. ¿Pero quién hallará una mujer fuerte? Y porque no se piense que preguntaba esto perdiendo la esperanza de que se encontrase, añade profetizándola: Lejos y de los últimos términos es el precio de ella; esto es, no es vil, ni pequeño, ni mediano; no, en fin, de la tierra, sino del cielo; pero ni aun del cielo próximo a la tierra es el precio de esta mujer fuerte, sino que de lo más alto del cielo viene su estimación. ¿Qué pronosticaba en otro tiempo aquella zarza de Moisés, echando Ramas, pero sin consumirse, sino a María dando a luz sin sentir dolor? ¿Qué aquella vara de Aarón, que floreció estando seca, sino a la misma concibiendo, pero sin obra de varón? El mayor misterio de este grande milagro le explica Isaías diciendo: Saldrá una vara de la raíz de Jesé, y de su raíz subirá una flor, entendiendo en la vara a la Virgen y el parto de la Virgen en la flor.

6. Pero, si te parece que el decir ahora que Cristo se entiende en la flor, contradice a la sentencia que queda explicada más arriba, en que decíamos que no en la flor, sino en el fruto de la flor, se designaba, sabe que en la misma vara de Aarón (la cual no sólo floreció, sino que arrojó hojas y echó fruto) es signíficado Cristo, no precisamente en la flor o en el fruto, sino también en las hojas mismas, Sabe, igualmente, que fue demostrado por Moisés , no por el fruto de la vara ni por la flor, sinno por la misma vara; por aquella vara, sin duda, a cuyo golpe ya se divide el agua para que el pueblo pase, ya brota de la piedra para que beba. No hay, pues, inconveniente alguno en que sea figurado Cristo en diversas cosas por diferentes causas; y que en la vara se entienda su potencia, en la flor su fragancia, en el fruto la dulzura de su sabor, en las hojas también su cuidadosa protección, con que no cesa de amparar bajo la sombra de sus alas a los pequeñuelos que se refugian a él huyendo de los carnales deseos y de los impíos que los persiguen. Buena y amable sombra la que se halla bajo las alas del dulce Jesús, donde hay seguro refugio para los que se retiran allí y refrigerio saludable para, los fatigados. Ten misericordia de mí, Señor Jesús; ten misericordia de mí, porque en ti confía mi alma, y en la sombra de tus alas esperaré hasta que pase la iniquidad. En este texto de Isaías debes entender al Hijo en la flor y a la Madre en la vara; porque la vara floreció sin renuevo, y la Virgen concibió sin obra de varón. Ni dañó al verdor de la vara la salida de la flor, ni al pudor de la Virgen el parto sagrado.

7. Traigamos de las Escrituras otros testimonios concernientes a la Virgen Madre y a su Hijo Dios. ¿Qué significa el vellocino de Gedeón, que, quitado de la carne, pero sin herida de la carne, es puesto en la era; y ahora la lana, después la misma era, es humedecida con el rocío, sino aquella carne tomada de la carne de la Virgen, pero sin detrimento de su virginidad? En la cual verdaderamente, destilando los cielos, se infundió toda la plenitud de la divinidad, de modo que de esta plenitud hemos recibido todos, no siendo otra cosa, sin ella, que una tierra árida. Con este hecho de Gedeón parece cuadrar bellamente el dicho del profeta: Descenderá como lluvia sobre el vellocino. Pues por lo que se sigue: Y como las gotas que destilan sobre la tierra, se significa lo mismo que por la era, que se halló humedecida con el rocío. Que es decir: aquella lluvia voluntaria que destinó Dios para el pueblo, que es su heredad, primero plácidamente y sin estrépito de alguna operación humana, con aquel sosegadísimo descenso propio de ella, bajó al seno virginal; mas después fue difundida en todas las partes del mundo por la boca de los apóstoles, no ya como la lluvia en el vellocino, sino como las gotas que destilan sobre la tierra, con el estrépito de las palabras y con el sonido de los milagros. Porque se acordaron las nubes que llevaban la lluvia que, cuando fueron enviadas, se las había mandado: Lo que os digo a vosotros en las tinieblas, decidlo en la luz; y lo que escucháis al oído, predicadlo sobre las cosas». Lo cual cumplieron, pues su sonido se extendió a toda la tierra y llegaron sus palabras hasta las extremidades del mundo.

8. Oigamos también a Jeremías anunciar a los antiguos cosas nuevas, y, a quien no podía mostrar todavía presente, desear ardientemente que viniese y prometer con toda confianza que vendría. Una cosa nueva, dice, ha criado Dios sobre la tierra: una mujer rodeará a un varón . ¿Quién es esta mujer y quién es este varón? O, si es varón, ¿cómo puede ser rodeado de una mujer? O, si por una mujer es rodeado, ¿cómo puede ser varón? Y, para decirlo más claramente, ¿cómo puede a un tiempo mismo ser varón y estar en el seno de la madre, pues esto es ser rodeado un varón por una mujer? Hemos conocido varones que, pasando la infancia, la edad pueril, la adolescencia y la juventud, llegaron hasta e l grado próximo a la senectud. Pero el que tan grande ya, ¿cómo podrá ser rodeado por una mujer? Si hubíera dicho: una mujer, rodeará a un infante o una mujer rodeará a un párvulo, no parecería nuevo o maravilloso; mas, no poniendo ahora cosa semejante, sino llamándole varón, con razón preguntaremos: ¿Qué novedad es esta que Dios ha obrado sobre la tierra, haciendo que una mujer rodee a un varón y que el varón se estreche dentro del pequeño cuerpo de una mujer? ¿Qué prodigio es éste? ¿Puede, por ventura, el hombre, como dice Nicodemo, entrar segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?

9. Pero yo vuelvo los ojos de la consideración a la concepción y parto virginal, por sí acaso entre las muchísimas cosas nuevas y maravillosas que halla allí el que con diligencia las busca, puedo encontrar esta novedad que he referido del profeta. A la verdad, allí se co. noce la longitud breve, la latitud angosta, la altura abatida, la profundidad llana. Allí se conoce la luz sin resplandecer, la palabra sin hablar, el agua con sed, con hambre el pan. Verás, si atiendes, que la potencia es gobernada, la sabiduría instruida, la fortaleza sustentada. Verás, en fin, a Dios mamando y alimentando a los ángeles; llorando y consolando a los miserables. Verás, si atiendes, entristecerse la alegría, asustarse la confianza, la salud padecer, la vida morir, la fortaleza desmayar. Pero. lo que no es menos maravilloso, se ve allí a un tiempo mismo la tristeza alegrando, el susto fortaleciendo, la pasión dando salud, la muerte dando vida, el desmayo comunicando fuerza. ¿Quién no encuentra ya lo que yo buscaba? ¿No te es fácil ya reconocer entre estas cosas a una mujer que rodea a un varón, cuando ves que María abraza en su seno a aquel varón aprobado de Dios, Jesús? Mas yo llamo varón a Jesús, no sólo cuando le aclamaban Varón profeta, poderoso en las obras y en las palabras, sino también cuando la Madre de Dios ponía sus tiernos miembros en su blando regazo o le llevaba en su seno. Era, pues, Jesús varón, aun antes de nacer; pero en la sabiduría, no en la edad; en el vigor del ánimo, no en las fuerzas del cuerpo, en la madurez de los sentidos, no en la corpulencia de sus miembros. Porque no tuvo menos sabiduría, o, por decir mejor, no fue menos la sabiduría misma Jesús concebido que nacido, pequeño que grande. Así, o escondido en el seno de María, o dando vagidos en el pesebre, o, ya más grandecito, preguntando a los doctores en el templo, o, ya en edad perfecta, enseñando delante del pueblo; igualmerite y sin duda alguna, estuvo lleno del Espíritu Santo. Ni hubo hora alguna, en cualquiera edad de su vida. en que de aquella plenitud, que en su concepción recibió, se disminuyese algo o se le añadiese algo; sino que desde el principio fue perfecto; desde el principio, vuelvo a decir, estuvo lleno del espíritu de sabiduría y de entendimiento, del espíritu de consejo y de fortaleza, del espíritu de ciencia y de piedad y del espíritu del temor del Señor`.

10. Ni te haga fuerza lo que lees de El en otro lugar: Jesús adelantaba en sabiduría, en edad y gracia, delante de Dios y de los hornbres ; porque lo que aquí se dice de la sabiduría y de la gracia, se ha de entender, no según lo que en sí mismo era, sino según lo que aparecía; no porque se le aumentase cosa nueva que antes no tuviese, sino porque parecía que se le aumentaba en el tiempo, pues quería el Señor que pareciese así. Tú, hombre, cuando creces, no creces cuanto ni cuando quieres; sino que, sin saberlo tú, se aumenta tu estatura y se dispone tu vida. Mas el niño Jesús, que dispone tu vida, disponía también la suya; y cuando quería y a quienes quería parecía sabio; cuando y a quienes quería, más sabio; cuando y a quienes quería, sapientísimo; aunque en sí mismo nunca fue sino sapientísimo. Igualmente también, aunque siempre estuvo lleno de toda gracia, así de la que debía tener delante de Dios, como delante de los hombres, con todo eso, a su arbitrio, la mostraba ahora más, ahora menos, según que El sabía que convenía a los méritos o a la salud de los que lo miraban. Se hace claro, pues, que Jesús tuvo siempre un ánimo varonil, aunque no pareció siempre varón en el cuerpo. En fin, ¿cómo dudaré yo que fuese ya varón en el seno, cuando no dudo que también era Dios allí? Menos es ser varón que ser Dios.

11. Pero mira si no explica clarísimamente también esta novedad de Jeremías el profeta Isaías, el cual igualmente nos expuso las flores nuevas de Aarón, de que hablamos más arriba. Mira, dice, que una virgen concebirá y dará a luz un hijo. Ea, ya tienes la mujer., que es la Virgen. ¿Quieres oír también quién es el varón? Y será llamado, añade, Manuel, esto es, Dios con nosotros. Así, la mujer que circunda al varón es la Virgen, que concibe a Dios. ¿Ves qué bella y concordemente cuadran entre sí los hechos maravillosos de los santos y sus misteriosos dichos? ¿Ves qué estupendo es este solo milagro hecho con la Virgen y en la Virgen, a que precedieron tantos prodigios y que prometieron tantos oráculos? Sin duda era uno solo el espíritu de los profetas y, aunque en diversas maneras, signos y tiempos, y, siendo ellos diversos también, pero no con diverso espíritu, previeron y predijeron una misma cosa. Lo que se mostró a Moisés en la zarza y en el fuego, a Aarón en la vara y en la flor, a Gedeón en el vellocino y el rocío, eso mismo abiertamente predijo Salomón en la mujer fuerte y en su precio; con más expresión lo cantó anticipadamente Jeremías de una mujer y de un varón; clarísimamente lo anunció Isaías de una virgen y de Dios; en fin, eso mismo lo mostró San Gabriel en la Virgen saludándola; porque esta misma es de quien dice el evangelista ahora: fue enviado el ángel Gabriel a una virgen desposada.

12. A una virgen desposada, dice. ¿Por qué fue desposada? Siendo ella, digo, elegida virgen y, como se ha demostrado, virgen que había de concebir, y virgen que había de dar a luz siendo virgen, causa admiración que fuese desposada. ¿Habrá por ventura quien diga que esto sucedería casualmente? No se hizo casualmente cuando, para hacerse así, se halla causa muy razonable, causa muy útil y necesaria y digna enteramente del consejo divino. Diré lo que a mí me ha parecido o, por mejor decir, lo que antes de mí ha parecido a los Padres. La causa para que se desposase María fue la misma que hubo para permitir que dudase Tomás. Era costumbre de los judíos que desde el día del desposorio hasta el tiempo de las bodas fuesen entregadas las esposas a sus esposos para ser guardadas, a fin de que con tanta mayor diliencia guardasen su honestidad cuanto ellos eran más fieles para sí mismos. Así, pues, como Tomás, dudando y palpando, se hizo constantísimo confesor de la resurrección del Señor, así también José, desposándose con María y comprobando él mismo su honestísima conducta en el tiempo de su custodia con más diligencia, se hizo fidelísimo testigo de su pureza. Bella congruencia de ambas cosas, esto es, de la duda en Tomás y del desposorio en María. Podía el enemigo ponernos un lazo a nosotros para que cayésemos en el error, dudando de la verdad de la fe en Tomás y de la castidad en María, reduciéndose de esta suerte la verdad a sospechas; pero, con prudente y piadoso consejo de Dios, sucedió, por el contrario, que por donde se temía la sospecha, se hizo más firme y más cierta la verdad de nuestra fe. Porque acerca de la resurrección del Hijo, más presto sin duda, yo, que soy débil, creeré a Tomás, que duda y palpa, que a Cefas, que lo oye y luego lo cree; y sobre la continencia de María, más fácilmente creeré a su esposo, que la guarda y experimenta, que creería aún a la misma Virgen si se defendiese con sola su conciencia. Dime, te ruego, ¿quién viéndola embarazada,sin estar desposada, no diría más bien que era mujer corrupta que virgen? No era decente que se dijese esto de la Madre del Señor; era mas tolerable y honesto que por algún tiempo se pensase que Cristo había nacido de matrimonio que no de fornicación.

13. ¿Pero no podía, dirás, hacer Dios un patente prodígio con que se consiguiese que ni se infamase. su nacimiento ni fuese acusada su madre? Seguramente Podía; pero no podía estar oculto a los demonios lo que supiesen los hombres; y convenía que el misterio del consejo divino estuviese algún tiempo encubierto al príncipe del mundo; no porque Dios, si quisiera hacer esta obra descubiertaniente, temiese ser impedido por él, sino porque el mismo Señor, que no sólo poderosa, sino sabiamente también, hizo todas las cosas que quiso, así como en todas las demás obras suyas acostumbró guardar ciertas congruencias de las cosas o de los tiempos por la hermosura del orden,así igualmente en la magnífica obra de nuestra redención, no sólo quiso mostrar su poder, sino también su prudencia. Y aunque hubiera podido perfeccionarla del modo que hubiera querido, le agradó más reconciliar consigo al hombre por el modo mismo y orden con que sabía que había caído; para que así como el diablo engañó a la mujer primero, y después por la mujer venció al hombre, así también fuese primeramente engañado por una mujer virgen, y después abiertamente vencido por un hombre, que es Cristo; siguiéndose de esto que, burlando el arte de la divina piedad los ardides de la malicia y quebrantando la fortaleza de Cristo las fuerzas del maligno, se viese ser Dios más prudente y más fuerte que el diablo. fue muy decoroso que la Sabiduría encarnada triunfase de esta suerte de la malicia espiritual, verificándose así que no sólo alcanza desde una exremidad hasta otra fuertemente, sino que también dispone, suavemente todas las cosas. Llega de una extremidad a la otra extremidad, esto es, desde el cielo hasta el infierno. Si subiere al cielo, dice, allí te hallas; si bajare al inflerno, estás allí. Pero en ambas partes fuertemente, pues no sólo expelió de las alturas al soberbio, sino que en los infiernos despojó al avaro. Convenía, pues, que dispusiese con suavidad todas las cosas del cielo y de la tierra, a fin de que, arrojando de allí al inquieto, asegurase a los demás en la paz y, habiendo de vencer aquí al envidioso, nos dejase primero a nosotros el necesarísimo ejemplo de su humildad y mansedumbre; y así, por este orden maravilloso de su sabiduría, se mostrase para los suyos suave y para los enemigos fuerte. Porque ¿qué nos serviría que el diablo fuese vencido por Cristo, si nosotros permaneciésemos soberbios? Así, no hay duda en que intervinieron causas muy importantes para que María fuese desposada con José, puesto que por este medio se esconde lo santo a. los perros y se comprueba la virginidad de María por su esposo; igualmente se preserva a la Virgen del sonrojo y se provee a la integridad de su fama. ¿Qué cosa más lleno de sabiduría, qué cosa más digna de la providencia divina? Con sólo este arbitrio, se admite un fiel testigo a los secretos del cielo y se excluye de ellos al enemigo y se conserva ilesa la fama de la Virgen Madre. De otra suerte, ¿cuándo hubiera perdonado el justo a una adúltera? Pero está escrito: Mas José, su esposo, siendo justo, y no queriendo delatarla, quiso dejarla ocultamente. ¡Qué bien dicho, siendo justo y no queriendo delatarla! Porque así como de ningún modo hubiera sido justo si la hubiera consentido conociéndola culpada, igualmente no sería justo si la hubiera delatado conociéndola inocente. Como fuese, pues, justo y no quisiese delatarla, quiso dejarla ocultamente.

14. ¿Por qué quiso dejarla? Oye también en esto no mi sentencia propia, sitio la de los Padres. Por el mismo motivo quería José dejar a María por el que San Pedro también apartaba de sí al Señor, diciéndole: Apártate de mí, Señor, porque yo soy un pecador; y por la causa misma porque el centurión no quería que entrase el Señor en su casa diciendo: Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Así, José, teniéndose por indigno y pecador, decía dentro de sí mismo que no debía concedérsele ya en adelante la familiar compañía con tal y tan grande criatura, cuya admirable dignidad miraba sobre sí con asombro. Miraba y se llenaba de pavor a la vista de quien llevaba en sí misma una certísima divisa de la presencia divina; y, porque no podía penetrar el misterio, quería dejarla. Miró Pedro con pavor la grandeza del poder de Cristo, miró con pavor el centurión la majestad de su presencia. fue poseído también José, como hombre, de un asombro sagrado a la novedad de tan grande milagro, a la profundidad de tan grande misterio, y por eso quiso dejarla ocultamente. ¿Te rnaravillas de que José se juzgase indigno de la compañía de María, cuando llevaba ya en sus virginales entrañas el Hijo de Dios, oyendo tú que Santa Isabel no podía sostener su presencia sin temor y respeto, pues prorrumpe en estas voces: ¿De dónde a mí esta dicha, que, la Madre de mi Señor venga a Mí? Este fue el motivo porque José quería dejarla. Pero ¿por qué ocultamente y no a las claras? Porque no se inquiriese la causa del divorcio y se pidiese la razón que había para él. Porque ¿qué respondería este varón justo a un pueblo de dura cerviz, a un pueblo que no creía, sino que contradecía? Si decía lo que sentía y lo que había comprobado él mismo en orden a su pureza, ¿no se burlarían al punto de él los incrédulos y crueles judíos y a ella no la apedrearían? ¿Cuándo creerían a la verdad enmudecida en el seno, si después la despreciaron clamando en el templo? ¿Qué harían con quien todavía no aparecía los que pusieron en El sus impías manos cuando resplandecía con milagros? Con razón, pues, este varón justo, por no verse obligado o a mentir o a infamar a una inocente, quiso ocultamente dejarla.

15. Mas si alguno siente de diferente modo y porfía en que José, como hombre, dudó; y: como era justo, no quería habitar con ella por la sospecha, no queriendo, sin embargo, tampoco (como era piadoso) descubrir sus recelos, y que por esto quiso dejarla ocultamente; brevemente respondo que aun así fue muy necesaria, y provechosa la duda de José, pues mereció ser aclarada por el oráculo divino. Porque así se halla escrito: Pensando él en esto, es decir, en dejarla ocultamente, se le apareció un ángel en sueños, y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María por consorte tuya, pues lo que en sus entrañas está es del Espíritu Santo. Así, por estas razones, fue desposada María con José o, como dice el evangelista, con un varón cuyo nombre era José . Varón le llama, no porque fuese marido, sino porque era hombre de virtud. O mejor, porque, según otro evangelista, fue llamado, no varón absolutamente, sino varón de María, con razón se apellida como fue necesario reputarle. Debió, pues, llamarse varón suyo, porque fue necesario reputarlo tal; así como también mereció no serlo a la verdad, sino llamarse padre de Dios; de modo que se pensó que lo era, por lo que dice este mismo evangelista: Tenía Jesús, al comenzar su ministerio, unos treinta años, y le reputaban hijo de José . Ni fue, pues, varón de la madre ni padre del hijo, aunque (como se ha dicho), por una necesaria razón de obrar y permisión en Dios, fue llamado y reputado por algún tiempo lo uno y lo otro.

16. Pero conjetura tú por este título, con el cual, aunque por una graciosa razón de obrar y permisión divina, mereció ser honrado, llamándose y creyéndose algún tiempo padre de Dios; conjetura también por su nombre propio (que sin duda significa aumento) qué hombre tan grande y de cuánta virtud era este José.Acuérdate al mismo tiempo de aquel grande patriarca, vendido en otro tiempo en Egipto, y reconocerás que éste no sólo tuvo su mismo nombre, sino su castidad, su inocencia y su gracia. Aquel José , vendido por la envidia de sus hermanos y llevado a Egipto, prefiguró la venta de Cristo; este José, huyendo de la envidia de Herodes, llevó a Cristo a la tierra de Egipto. Aquél, guardando lealtad a su señor, no quiso consentir al mal intento de su señora ; éste, reconociendo virgen a su Señora., Madre de su Señor, la guardó fidelísimamente, conservándose él mismo en toda castidad.A aquél le fue dada la inteligencia de los mis terios de los sueños; éste mereció ser sabedor y participante de los misterios soberanos. Aquél reservó el trigo no para sí, sino para el pueblo; éste recibió el pan vivo del cielo para guardarle para sí y para todo el mundo. Sin duda, este José con quien se desposó la Madre del Salvador fue hombre bueno y fiel. Siervo fiel y prudente, repito, a quien constituyó Dios consuelo de su Madre, proveedor del sustento de su cuerpo; finalmente, a él solo sobre la tierra, coadjutor fidelísimo del gran consejo. Llégase a esto el referirse también que era de la casa de David. Verdaderamente de la casa de David, veraderamente de sangre real desciende este José, noble en linaje y más noble en el ánimo. Verdaderamente hijo de David, pues no degenera de David, su padre. Enteramente, vuelvo a decir, hijo de David, no sólo por la sangre, sino por la fe, por la santidad, por la devoción; a quien halló Dios, como a otro David, según su corazón., para encomendarle con seguridad el seretísimo y sacratísimo arcano de su corazón; a quien, como a otro David, manifestó los secretos y misterios de su sabiduría y le dió el conocimiento de aquel misterio, que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; a quien, en fin, se concedió no sólo ver y oír al que muchos reyes y profetas, queriéndole ver, no le vieron y queriéndole oír no le oyeron, no sólo verle y oírle, sino tenerle en sus brazos, llevarle de la mano, abrazarle, besarle, alimentarle y guardarle. Mas no precisamente de José, sino de María también se debe creer que descendía de la casa de David. Porque no se hubiera podido desposar con un varón de la casa de David si ella misma no fuera de la casa de David también. Ambos, pues, eran de la casa de David; pero en María se cumplió aquella verdad que Dios había jurado a David, siendo José solamente sabedor y testigo del cumplimiento de la divina promesa.

17. Al fin del verso dice el evangelista: Y el nombre de la virgen era María. Digamos también, acerca de este nombre, que significa estrella de la mar, y se adapta a la Virgen Madre con la mayor proporción. Se compara María oportunísimamente a la estrella; porque, así como la estrella despide el rayo de su luz sin corrupción de sí misma, así, sin lesión suya dió a luz la Virgen a su Hijo. Ni el rayo disminuye a la estrella su claridad, ni el Hijo a la Virgen su integridad. Ella, pues, es aquella noble estrella nacida de Jacob, cuyos rayos iluminan todo el orbe. cuyo esplendor brilla en las alturas y penetra los abismos; y, alumbrando también a la tierra y calentando más bien los corazones que los cuerpos, fomenta las virtudes y consume los vicios. Esta misma, repito, es la esclarecida y singular estrella, elevada por necesarias causas sobre este mar grande , espacioso, brillando en méritos, ilustrando en ejemplos. ¡Oh!, cualquiera que seas el que en la impetuosa corriente de este siglo te miras, mas antes fluctuar entre borrascas y tempestades, que andar por la tierra, no apartes los ojos del .resplandor de esta estrella, si quieres no ser oprimido de las borrascas. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la estrella. llama a María. Si eres agitado de las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la estrella, llama a María. Si la ira, o la avaricia, o el deleite carnal impele violentamente la navecilla de tu alma, mira a María. Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima sin suelo de la tristeza, en el abismo de la desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en ella piensas. Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si ella te ampara; y así, en ti mismo experimentarás con cuánta razón se dijo: Y el nombre de la virgen era María.. Pero ya debernos pausar un poco, no sea que rniremos sólo de paso la claridad de tanta luz. Pues, por usar de las pálabras del evangelista: Bueno es que nos detengamos aquí; y da gusto contemplar dulcemente en el silencio lo que no basta a explicar la pluma laboriosa. Entre tanto, p o r la devota contemplación de esta brillante estrella recobrará más fervor la exposición en lo que se sigue.

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