SOBRE LA EXCELENCIA DE LA VIRGEN MADRE (II)

 

3.

1. Me agrada usar de las palabras de los santos siempre que oportunamente se pueden adaptar a los asuntos que trato, para que así se hagan más gratas, a lo menos por la belleza de los vasos, las cosas que en mis discursos presento al lector. Pero, por comenzar ahora con las expresiones del profeta, ¡ay de mí! , no a la verdad al modo del profeta, porque callé, sino porque he hablado, pues mis labios son impuros. ¡Ay! ¡Cuántas cosas vanas, cuántas cosas falsas, cuántas cosas torpes me acuerrdo haber vomitado por esta misma asquerosísima boca mía, en que ahora presumo tratar palabras celestiales! Mucho terno que esté cerca aquel momento en que haya de oír que me dicen: ¿Cómo cuentas tú mis justicias y tomas mi testamento en tu boca ? Ojalá que a mí también me trajeran del soberano altar, no una sola ascua, sino un globo grande de fuego que consumiese enteramente la mucha e inveterada inmundicia de mi sucia boca, a fin de hacerme digno de repetir con mi expresión, tal cual ella sea, los gratos y castos coloquios del ángel con la Virgen y la respuesta de la Virgen al ángel. Dice, pues, el evangelista: Y habiendo entrado el ángel a ella, sin duda a María, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo. ¿Adónde entró a ella? Juzgo que al secreto de su casto aposento, en donde quizá, cerrada la puerta sobre sí, estaba en lo oculto orando al Padre. Suelen los ángeles estar presentes a los que oran y deleitarse en los que ven levantar sus puras manos en la oración; se alegran de ofrecer a Dios el holocausto de la devoción santa como incienso agradable al cielo. Cuánto habían agradado las oraciones de María en la presencia del Altísimo, lo indica el ángel saludándola con tanta reverencia. Ni fue dificultoso al ángel penetrar en el secreto aposento de la Virgen, pues por la sutileza de su substancia tiene la natural propiedad de que ni las cerraduras de hierro le pueden estorbar la entrada a cualquiera parte que su ímpetu le lleve. No resisten a los angélicos espíritus las paredes, sino que les ceden todas las cosas visibles; y todos los cuerpos, por más sólidos o densos que sean, están francos y penetrables para ellos. No se debe, pues, sospechar que encontrase el ángel abierta la puertecita de la Virgen, cuyo propósito era evitar la concurrencia de los hombres y huir de sus conversaciones; para que así, o no fuese perturbado el silencio de su oración, o no fuese tentada su castidad, de que hacía profesión. Por tanto, había cerrado sobre sí su habitación en aquella hora la Virgen prudentísima, pero a los hombres, no a los ángeles; por consiguiente, aunque pudo entrar el ángel donde estaba, pero a ninguno de los hombres era la entrada fácil.

2. Habiendo, pues, entrado el ángel a María, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo. Leemos en los Actos de los Apóstoles que San Esteban estuvo lleno de gracia y que los apóstoles también estuvieron llenos del Espíritu Santo; pero muy diferentemente que María; porque, a más de otras razones, ni en aquél habitó la plenitud de la divinidad corporalmente, como habitó en Maria, ni éstos concibieron del Espíritu Santo, como María. Dios te salve, dice, llena de gracia, el Señor es contigo. ¿Qué mucho estuviera llena de gracia, si el Señor estaba con ella? Lo que más se debe admirar es cómo el mismo que había enviado el ángel a la Virgen fue hallado con la Virgen por el ángel. ¿fue Dios más veloz que el ángel, de modo que con mayor ligereza se anticipó a su presuroso nuncio para llegar a la tierra? No hay que admirar, porque estando el Rey en su reposo, el nardo de la Virgen dió su olor y subió a la presencia de su gloria el perfume de su aroma y halló gracia en los ojos del Señor, clamando los circunstantes:¿Quién es esta que sube por el desierto como una columnita de humo formada de perfumes de mirra e incienso? Y al punto el Rey, saliendo de su lugar santo, mostró el aliento de un gigante para correr el camino; y, aunque fue su salida de lo más alto del cielo, volando en su ardentísimo deseo, se adelantó a su nuncio, para llegar a la Virgen, a quien había amado, a quien había escogido para sí, cuya hermosura había deseado. Al cual, mirándole venir de lejos, dándose el parabién y llenándose de gozo, le dice la Iglesia: Mirad cómo viene éste saltando en los montes, pasando por encima de los collados .

3. Mas con razón deseó el Rey la hermosura de la Virgen, pues había puesto por obra todo lo que mucho antes había sido amonesta(la por David, su padre, que la decía: Escucha, hija, y mira; inclina tu oído y olvida tu pueblo y la casa de tu padre. Y si esto haces, deseará el Rey tu hermosura. Oyó, pues, y vió; no como algunos, que oyendo no oyen y viendo no entienden, sino que oyó y creyó; vió y entendió. Inclinó su oído a la obediencia y su corazón a la enseñanza, y se olvidó de su pueblo y de la casa de su padre; porque ni pensó en aumentar su pueblo con la sucesión ni intentó dejar herederos a la casa de su padre, sino que todo el honor que pudiera tener en su pueblo, todo lo que pudiera tener de bienes terrenos por sus padres, lo abandonó como si fuera basura, para ganar a Cristo. Ni la engañó su pensamiento, pues logró, sin violar el propósito de su virginidad, tener a Cristo por hijo suyo. Con razón se llama llena de gracia, pues tuvo la gracia de la virginidad; y, a más de eso, consiguió la gloria de la, fecundidad.

4. Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo. No dijo el ángel: el Señor está en ti, sino: el Señor es contigo; porque, aunque Dios está igualmente en todas partes por su simplicísima substancia, con todo eso, está de diferente modo en las criaturas racionales que en las demás; y en aquellas mismas todavía de otra suerte en los buenos que en los malos, por su eficacia. De tal modo sin duda está en las criaturas irracionales, que no puede caber en ellas; en las racionales puede caber por el conocimiento, pero sólo halla cabida en los buenos por el amor. Así, sólo en los buenos está de tal manera, que también está con ellos por la concordia de la voluntad; porque, cuando sujetan de tal modo sus voluntades a la jus. ticia, que no es indecente a Dios querer lo que ellos quieren, por lo mismo que no se apartan de su voluntad, se juntan a sí mismos con especialidad a Dios. Mas, aunque de esta suerte está en todos los santos, particularmente está con María, con la cual tuvo tanta concordia, que juntó a sí mismo no sólo su voluntad, sino su misma carne también; y de su substancia y de la de la Virgen hizo un solo Cristo o, diciendo mejor, se hizo un solo Cristo; el cual, aunque ni todo de la substancia de Dios ni todo de la substancia de la Virgen, sin embargo, todo es de Dios y todo de la Virgen; no siendo por eso dos hijos, sino sólo un hijo de uno y de otro. Dice, pues: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo. No solamente el Señor Hijo es contigo, al cual distes tu carne, sino también el Señor Espíritu Santo, de quien concibes; y el Señor Padre, que engendró al que tú concibes. El Padre, repito, es contigo, que hace a su Hijo tuyo también. El Hijo es contigo, quien, para obrar en ti este admirable misterio, se reserva a sí con un modo maravilloso el arcano de la generación y a ti te guarda el sello virginal. El Espíritu Santo es contigo, pues con el Padre y con el Hijo santifica tu seno. El Señor, pues, es contigo.

5. Bendita tú eres entre las mujeres. Quiero juntar a esto lo que añadió Santa Isabel a estas mismas palabras, diciendo: Y bendito es el fruto de tu vientre. No porque tú eres ben. dita es bendito el fruto de tu vientre, sino porque él te previno con bendiciones de dulzura, eres tú bendita. Verdaderamente es bendito el fruto de tu vientre, pues en él son benditas to. das las gentes; de cuya plenitud también recibiste tú con los demás, aunque de un modo más excelente que los demás. Por tanto, sin duda eres tú bendita, pero entre las mujeres; mas él es bendito, no entre los hombres,no entre los ángeles precisamente, sino como quien es, según habla el Apóstol, sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Suele llamarse bendito el hombre, el pan bendito, bendita la mujer, bendita la tierra y las demás cosas en las criaturas que están benditas; pero singularmente es bendito el fruto de tu vientre, siendo él, sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos.

6. Bendito, pues, es el fruto de tu vientre. Bendito en el olor, bendito en el sabor, bendito en la hermosura. La fragancia de este odorífero fruto percibía aquel que decía: El olor que sale de mi Hijo es semejante al de un campo lleno que el Señor colmó de sus bendiciones . ¿No será bendito aquel a quien colmó de sus bendiciones el Señor? Del sabor de este fruto, uno que le había gustado, eructaba de este modo, diciendo: Gustad y ved qué suave es el Señor»; y en otra parte: ¡Qué grande es, Señor, la abundancia de tu dulzura, que has escondido y reservado para los que te temen! Y otro también: Si es que habéis gustado que es dulce el Señor . Y el mismo fruto de sí mismo, convidándonos a sí: El que me come, dice, tendrá todavía hambre; y el que me bebe, tendrá todavía sed . Sin duda decía esto por la dulzura de su sabor, que gustado excita el apetito. Buen fruto el que es comida y bebida a un tiempo para las almas que tienen hambre y sed de la justicia. Oíste ya su olor, oíste su sabor, oye también su hermosura; porque, si aquel fruto de muerte no sólo fue suave para comerse, sino también, por testimonio de la Escritura, agradable a la vista, ¿cuánto más cuidadosamente debemos informarnos de la vivificante hermosura de este fruto vital, en quien, por testimonio igualmente de la Escritura, desean mirar los ángeles mismos? Cuya belleza miraba en espíritu y deseaba ver en el cuerpo aquel que decía: De Sión viene el esplendor de su hermosura. Y, porque no te parezca que alababa una belleza mediana solamente, acuérdate de lo que tienes escrito en otro salmo: Tú sobrepasas en belleza a todos los hijos de los hombres; la gracia está derramada en tus labios; por eso Dios te bendijo para siempre.

7. Bendito, pues, el fruto de tu vientre, al cual bendijo Dios para siempre; por cuya bendíción también eres bendita tú entre las mujeres, porque no puede un árbol malo llevar un fruto bueno. Bendita tú, vuelvo a decir, entre las mujeres, pues te libraste de la general maldición en que se dijo: En tristeza darás a luz los hijos; y no menos de aquella que se siguió: Maldita la estéril en Israel; y conseguiste una especial bendición, por la cual ni permaneces estéril ni das a luz con dolor.¡Dura necesidad y yugo grave que oprime a todas las hijas de Eva! Si dan a luz son atormentadas con los dolores; si no dan a luz, son maldecidas. ¿Qué harás, virgen, que oyes esto y que lees esto? Si deseas tener parto, serás afligida entre angustias; si permaneces estéril, serás maldecida. ¿Qué escoges, Virgen prudente? Por todas partes, dice, me cercan angustias. Sin embargo, mejor es para mí incurrir en la maldición y permanecer casta, que concebir primero por la concupiscencia lo que después justamente había de dar a luz con dolor. Por esta parte, aunque veo la maldición, pero no el pecado; mas por la otra veo el pecado y juntamente el tormento. En fin, ¿esta maldición es más que el improperio de los hombres? No por otra cosa se llama la estéril maldita, sino porque los hombres la improperarán y despreciarán como inútil e infructuosa en Israel. Pero para mí nada importa que desagrade a los hombres, como pueda presentarme a Cristo Virgen casta. ¡Oh Virgen prudente! ¡Oh Virgen devota! ¿Quién te enseñó que agradaba a Dios la virginidad? ¿Qué ley, qué rito, qué página del Viejo Testamento manda o aconseja y exhorta a vivir en la carne castamente y a tener una vida propia de los ángeles de la tierra? ¿En dónde has leído, Virgen devota, que la sabiduría de la carne es muerte; y no queráis contentar vuestra sensualidad satisfaciendo a sus deseos? ¿En dónde has leído de las vírgenes que cantan un nuevo cántico que ningún otro puede cantar y que siguen al Cordero adondequiera que vaya? ¿En dónde has leído que son alabados los que se hicieron continentes por el reino de Dios ? ¿En dónde has leído: Aunque vivimos en la carne, nuestra conducta no es carnal? y ¿aquel que casa a su hija, hace bien; y aquel que no la casa, hace mejor? ¿Dónde has oído: Quisiera que todos vosotros permanecierais en el estado en que yo me hallo; y bueno es para el hombre si así permaneciere, como yo le aconsejo? En cuanto a las vírgenes, dice, no he recibido precepto del Señor, pero doy consejo. Mas tú, no digo precepto, pero ni consejo, ni ejemplo tenías, sino que la interior moción de Dios te lo enseñaba todo, y su palabra viva y eficaz, haciéndose primero tu maestro que hijo tuyo, instruyó antes tu mente, que se vistió de tu carne. Haces voto, pues, de presentarte a Cristo virgen, sin saber que está reservado para ti ser Madre. Escoges ser despreciable en Israel e incurrir en la maldición de la esterilidad para agradar a aquel Señor en cuyos ojos obras lo más perfecto; y mira cómo la maldición se trueca en bendición y la esterilidad se recompensa con la fecundidad.

8. Abre, Virgen, el seno, dilata el regazo, prepara tus castas entrañas, pues va a hacer en ti cosas grandes el que es todopoderoso, en tanto grado, que en vez de la maldición de Israel te llamarán bienaventurada todas las generaciones. No tengas por sospechosa, Virgen prudentísima, la fecundidad; porque no disminuirá tu integridad. Concebirás, pero sin pecado; estarás embarazada, pero no cargada; darás a luz, pero no con tristeza; no conocerás varón y engendrarás un hijo. ¿Qué hijo! De aquel mismo serás Madre de quien Dios es Padre. El hijo de la caridad paterna será la corona de tu castidad; la sabiduría del corazón del Padre será el fruto de tu virgineo seno; a Dios, en fin, darás a luz y concebirás de Dios. Ten, pues, ánimo, Virgen fecunda, madre intacta, porque no serás maldecida jamás en Israel ni contada entre las estériles. Y si con todo eso el Israel carnal te maldice, no porque te mire estéril, sino porque sienta que seas fecunda; acuérdate que Cristo también sufrió la maldición; el mismo que a ti, que eres su madre, bendijo en los cielos; pero aun en la tierra igualmente eres bendecida por el ángel, y por todas las generaciones de la tierra eres llamada, con razón, bienaventurada. Bendita, pues, eres tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

9. La cual, habiendo oído tales palabras, se turbó y estaba entre sí pensando en la salutación. Suelen las vírgenes que verdaderamente aman la virginidad estar siempre temerosas y nunca seguras; y para precaverse de lo que en realidad es temible, suelen temer aun en aquello que no tiene riesgo, considerando que llevan un tesoro precioso en un vaso de barro y que es muy arduo vivir como los ángeles entre los hombres, conducirse en la tierra al tenor de los que habitan en el cielo y guardar en el cuerpo frágil la pureza del celibato. Por consiguiente, al ver una cosa nueva o repentina, sospechan asechanzas y piensan que todo se maquina contra ellas. Por eso María se turbó a las palabras del ángel; turbóse, mas no se perturbó. Me turbé, dice el profeta, y no hablé, sino que medité los días antiguos y tuve en mi pensamiento los años eternos . A este modo María se turbó y no habló, sino que pensaba entre sí qué salutacíón sería ésta. Haberse turbado fue pudor virginal; no haberse perturbado, fortaleza; haber callado y pensado, prudencia. Estaba entre sí pensando en la salutación. Sabía esta Virgen prudente que muchas veces Satanás se transforma en ángel de luz; y, porque era humilde y sencilla, no esperaba cosa semejante de un ángel santo; y por eso pensaba entre sí qué salutación sería ésta.

10. Entonces el ángel, mirando a la Virgen y advirtiendo facilísimamente que revolvía en su corazón pensamientos varios, la consuela en sus temores, la ilustra y fortalece en sus dudas, y llamándola familiarmente por su propio nombre, blanda y benignamente la persuade que no tema: No temas, dice, María, porque hallaste gracia en los ojos de Dios. Nada hay aquí de dolo, nada de engaño, no sospeches fraude, no receles alguna asechanza: no soy hombre, soy espíritu y ángel de Dios, no de Satanás. No temas, María, porque hallaste gracia en los ojos de Dios. ¡Oh, sí supieras cuánto agrada a Dios tu humildad y cuánta es tu privanza con El ¡ No te juzgarías indigna de que te saludase y obsequiase un ángel! ¿Por qué has de pensar que te, es indebida la gracia de los ángeles, cuando has hallado gracia en los ojos de Dios? Hallaste lo que buscabas, hallaste lo que antes de ti ninguno pudo hallar, hallaste gracia en los ojos de Dios. ¿Qué gracia? La paz de Dios y de los hombres, la destrucción de la muerte, la reparación de la vida. Esta es la gracia que hallaste en los ojos de Dios. Y ésta es la señal que te dan para que te persuadas que has hallado todo esto: Sabe que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús. Entiende, Virgen prudente, por el nombre del hijo que te prometen, cuán grande y qué especial gracia has hallado en los ojos de Dios. Y le llamarás Jesús. La razón y significado de este nombre se halla en otro evangelista, inter. pretándole el ángel así: Porque El salvará a su pueblo de sus pecados.

11. De dos leo que precedieron con el nombre de Jesús en figura de este de quien ahora tratamos; y ambos mandaron a los pueblos; de los cuales el uno sacó a su pueblo de Babilonia y el otro introdujo al suyo en la tierra de promisión. Y estos mismos sin duda defendieron de sus enemigos a los pueblos que gobernaban; pero, ¿por ventura, les salvaron de sus pecados? Mas este nuestro Jesús salva a su pueblo de sus pecados y le introduce en la tierra de los vivientes, porque El salvará a su pueblo de sus pecados. ¿Quién es éste, que también perdona los pecados? Ojalá que también se digne el Señor Jesús contarme a mí, pecador, en su pueblo para salvarme de mis pecados. Dichoso verdaderamente el pueblo de quien es su Dios este Señor Jesús, pues El salvará a su pue. blo de sus pecados. P ' ero recelo que muchos profesen ser de su pueblo, y que, sin embargo, El no los tenga por pueblo suyo; recelo que a muchos que parecen ser los más religiosos entre su pueblo, diga El mismo alguna vez: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Sabe el Señor Jesús los que son suyos, sabe los que escogió desde el principio. ¿Por qué me llamáis, dice, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo os digo?¿Quieres saber si perteneces a su pueblo, o, más bien, quieres ser de su pueblo?. Haz lo que te manda en el Evangelio el Señor Jesús, lo que manda en la ley, lo que manda por los profetas, lo que manda por sus ministros que tiene en la Iglesia; obedece a tus prelados, que son vicarios suyos, no sólo a los buenos y modestos, sino a los que son ásperos y duros; aprende del mismo Jesús a ser manso y humilde de corazón; y serás de aquel verdadero pueblo suyo que El escogió por su heredad; serás de aquel estimable pueblo suyo a quien el Señor de los ejércitos bendijo diciendo: Tú eres obra de mis manos, y mi heredad, Israel; de quien, para que acaso no sigas al Israel carnal, asegura con su testimonio: Un pueblo que yo no había conocido se ha sujetado a mí; me ha obedecido al punto que oyó mi voz.

12. Pero oigamos lo que siente el mismo ángel de aquel a quien pone tal nombre aun antes de ser concebido. Dice, pues: Este será grande y será llamado hijo del Altísimo. Con razón se dice que será grande el que merecerá ser llamado hijo del Altísimo. ¿Por ventura no es grande aquel cuya grandeza no tiene fin? ¿Y quién es tan grande, dice, como nuestro Dios? Grande es enteramente el que es tan grande como el Altísimo, pues él también es Altísimo. No juzgará el hijo del Altísimo que es una usurpación en él ser igual al Altísimo. Con razón diremos que lo debía juzgar usurpación y robo en sí mismo aquel que, habiendo sido formado ángel de la nada, comparándose, lleno de soberbia, a su Hacedor, pretendía robar lo que es propio del Hijo de Dios; el cual, sin duda, según su forma y naturaleza divina, no fue hecho, sino engendrado de Dios. Pues Dios Padre Altísimo, aunque es omnipotente, no pudo, con todo eso, o hacer una criatura igual a sí mismo o engendrar un hijo que fuese desigual. Así hizo grande al ángel, pero no tanto como es El; y, por consiguiente, no le hizo altísimo. Solamente ni lo reputa usurpación ni lo tiene por injuria que el Unigénito, a quien no hizo, sino que engendró omnipotente, siendo El omnipotente; altísimo, siendo El altísimo; coeterno, siendo El eterno, se compare en todo a El mismo. Con razón, pues, será éste grande, pues será llamado hijo del Altísimo.

13. Pero ¿por qué dice que será, y no dice más bien que es grande el que, siempre igualmente grande, no tiene adonde crecer, ni después de su concepción ha de ser mayor que sea o haya sido antes? ¿Acaso se dice que será, porque El mismo, que era Dios grande, ha de ser grande hombre? Bien se dice, pues: Este será grande. Grande hombre, grande doctor, grande profeta. De El se dice en el Evangelio: Un profeta grande ha parecido en medio de nosotros ; y por otro profeta menor que él es prometido igualmente como un profeta grande que había de venir: Mira, dice, que vendrá un profeta grande y él mismo renovará a Jerasalén. Y tú, a la verdad, ¡oh Virgen!, darás a luz un párvulo, criarás un párvulo, darás de mamar a un párvulo; pero al verle párvulo, contémplale grande. Será grande, porque el Señor le engrandecerá delante de los reyes, de modo que todos los reyes le adorarán, todas las gentes, le servirán. Engrandezca, pues, tu alma también al Señor, porque será grande y será llamado hijo del Altísimo. Grande será y liará cosas grandes el que es poderoso y su nombre santo. ¿Qué nombre más santo que llamarse hijo del Altísimo? Sea también engrandecido por nosotros, que somos párvulos. el Señor grande, que, por hacernos grandes, se hizo párvulo. Un párvulo, dice el profeta, nació para nosotros y un párvulo nos han dado . Para nosotros, repito, no para sí; pues, nacido de su Eterno Padre más noblemente antes de los tiempos, no necesitaba nacer de una Madre en el tiempo. No para los ángeles tampoco, que poseyéndole grande no le solicitaban párvulo. Para nosotros, pues, nació, a nosotros nos le han dado, porque para nosotros era necesario.

14. Empleemos ya al que nació para nosotros y fue dado a nosotros en lo que es el fin por que nació y nos fue dado. Usemos del que es nuestro en utilidad nuestra, saquemos del Salvador la salud. He ahí que el párvulo está puesto en medio de nosotros. ¡Oh párvulo deseado de los párvulos! ¡Oh verdaderamente párvulo, pero en la malicia, no en la sabiduría! Procuremos hacernos como este párvulo, aprendamos de El a ser mansos y humildes de corazón; no sea que el grande Dios se haya hecho sin fruto hombre pequeño, no sea que en balde haya muerto, no sea que inútilmente haya sido crucificado por nosotros. Aprendamos su humildad, imitemos su mansedumbre, apreciemos su amor, tomemos parte en sus penas, lavémonos en su sangre. Ofrezcámosle a El mismo como víctima por nuestros pecados, pues para esto nació y nos fue dado a nosotros. Ofrezcámosle a los ojos de su Padre, ofrezcámosle a los suyos mismos, porque el Padre no perdonó a su propio Hijo, sino que por nosotros le entregó; y el mismo Hijo se abatió hasta tal extremo, que tomó la forma de esclavo. El mismo entregó su vida a la muerte y fue puesto en el número de los malhechores; y El mismo llevó sobre sí los pecados de muchos y oró por los violadores de la ley para que no pereciesen. No pueden perecer aquellos por quienes el Hijo ruega que no perezcen, por quienes el Padre entregó su Hijo a la muerte para que vivan. Debemos esperar el perdón de ambos igualmente; en los cuales es igual la misericordia en su piedad, igual en la voluntad el poder; una misma substancia en la deidad; en la cual, juntamente con el Espíritu Santo, vive y reina Dios por los siglos de los siglos. Amén.

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4.

1. No hay duda que cuanto proferimos en las alabanzas de la Virgen Madre pertenece al Hijo; y que igualmente cuando honramos al Hijo no nos apartamos de la gloria de la Madre. Porque si, como dice Salomón: El Hijo sabio es gloria del Padre, ¿cuánta mayor gloria será ser Madre de la misma Sabiduría? ¿Pero qué intento yo en las alabanzas de aquella Señora a quien publican digna de alabanza los profetas, lo expresa el ángel, lo declara el Evangelio? Y09 pues, no la alabo, porque no me atrevo, sino que repito con devoción lo que ya explicó por la boca del evangelista el Espíritu Santo.Prosigue, pues, y dice: Y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre. Son palabras del ángel a la Virgen sobre el Hijo prometido, asegurando que ha de poseer el reino de David. Que de la prosapia de David trajese su origen el Señor Jesús, nadie lo duda. Pero yo deseo saber cómo le dió el Señor el trono de su padre David, no habiendo reinado en Jerusalén, sino que, antes bien, queriéndole hacer Rey las turbas, no lo consintió, y aun delante de Pilatos protestó diciendo: Mi reino no es de este mundo. En fin, ¿qué cosa grande se promete para quien se sienta sobre los querubines, para quien vió el profeta' sentado sobre un excelso y elevado solio, en que haya de sentarse en el trono de David, su padre? Pero sabemos que hay otra Jerusalén significada por ésta, en que reinó David, y que es aquélla mucho más noble y rica. Esa misma, pues, juzgo se entiende aquí según el frecuente modo de hablar de la Escritura, en que se pone muchas veces lo que significa por el significado. A la verdad, le dió Dios el trono de David, su padre, cuando le constituyó Rey sobre Sión, su monte santo. Y aquí el profeta parece haber explicado más claramente de qué reino habla, porque no diceen Sión, sino sobre Sión. Por eso quizá dice sobre, porque ciertamente en Sión reinó David, pero está sobre Sión el reino aquel de quien se dijo a David: Del fruto de tu vientre pondrá sobre tu silla;de quien se dijo también por otro profeta: Sobre el solio de David y sobre su reino se sentará. ¿No ves cómo en todas partes hallas sobre? Sobre Sión, sobre la silla, sobre el solio, sobre el reino. Le dará, pues, el Señor Dios el trono de su padre David; no el figurativo, sino el verdadero; no el temporal, sino el eterno; no el terreno, sino el celestial. El cual por eso (como se ha explicado) se dice haber sido de David, porque éste en que él reinó temporalmente era imagen del eterno.

2. Y reinará en la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin . Si aquí igualmente entendiéramos la casa temporal de Jacob, ¿cómo, no siendo eterna, había de reinar en ella eternamente? Se ha de buscar, pues, una casa eterna de Jacob, en que reine eternamente aquel Señor cuyo reino no tendrá fin. Ultimamente, ¿acaso aquella provocadora casa de Jacob no le negó impiamente y le desechó neciamente delante de Pilatos, cuando diciendo él: ¿ Yo he de crucificar a vuestro Rey?, respondió gritando a una voz: No tenemos más Rey que al César . Busca, -pues, al Apóstol y te distinguirá al que es judío en lo oculto de aquel que lo es en lo manifiesto; y la circuncisión, que es según el espíritu, de aquella que se hace según la carne; al Israel espiritual del carnal, a los hijos de la fe de Abraham, de los hijos de su carne. No todos los que son de Israel, dice, son ísraelitas, ni todos los que son de la sangre de Abraham son hijos suyos. Pues prosigue tú también y di: igualmente no todos los que descienden de Jacob son de la casa de Jacob puesto que Jacob es lo mismo que Israel. Reputa tú en la casa de Jacob sólo a aquellos que se encuentran perfectos en la casa de Jacob; o, más bien, sabe desde luego que estos mismos son la casa espiritual y eterna de Jacob, en que el Señor Jesús reinará para siempre.- ¿Quién de nosotros es el que, según la interpretación del nombre de Jacob, hace caer con industria de su corazón al. diablo y lucha contra sus vicios y deseos malos para que no reine el pecado en su cuerpo, mortal, sino Jesús en él, ahora por la gracia y después eternamente por la gloria? Dichosos aquellos en quienes Jesús reine eternamente, porque ellos también reinarán con él, y su reino no tendrá fin. ¡ Oh, qué dichoso es aquel reino en que se congregaron los reyes, concurrieron a una misma cosa, a alabar sin duda y glorificar al que es sobre todos Rey de los reyes y Señor de los señores, cuyo resplandeciente rostro contemplarán los justos, y brillarán como el sol en el reino de su Padre! ¡Oh si de mí, pecador, se acordara también Jesús, según la bondad que se ha dignado mostrar a su pueblo, cuando haya de venir a su reino! ¡ Oh si en aquel día, en que ha de entregar el reino a Dios y al Padre, quisiera visitarme con su asistencia saludable, para verle yo colmado de los bienes de sus escogidos, para gozarme yo en la alegría, que es propia de su pueblo, y que esta misma misericordia fuera eterna materia para darle alabanzas en compañía de su heredad! Ven entre tanto, Señor Jesús, y quita los escándalos de tu reino, que es mi alma, para que reines (como es razón) en ella. Porque viene la avaricia, y quiere asentar en mí su trono; la jactancia quiere dominarme, la soberbia quiere ser mi rey, la lujuria dice: Yo he de reinar; la detracción, la ira, la envidia combaten en mí mismo, sobre mí mismo, disputando entre sí de cuál de ellas debo ser esclavo principalmente. Yo, cuanto puedo, resisto; cuanto puedo, me esfuerzo; a mi Señor Jesús doy voces, me derramo en su presencia, porque conozco que tiene en mí todo derecho. A El tengo por mi Dios, a El tengo por mi dueño, y digo: no tengo otro Rey que al Señor Jesús. Ven, pues, Señor, dispérsalos en la fuerza de tu poder y reinarás en mí, pues tú eres mi Rey y mi Dios, que, sólo con mandarlo, has salvado tantas veces a Jacob.

3. Dijo, pues, María al ángel: ¿Cómo se hará esto, porque yo no conozco varón? Primero, sin duda, calló como prudente, cuando todavía dudosa pensaba entre sí qué salutación sería ésta, queriendo más por su humildad no responder que temerariamente hablar lo que no sabía. Pero ya confortada y habiéndolo premeditado bien, hablándola a la verdad en lo exterior el ángel, pero persuadiéndola interiormente Dios (pues estaba con ella según lo que dice el ángel: El Señor es contigo); así, pues, confortada, expeliendo sin duda la fe al temor, la alegría al empacho, le dijo al ángel: ¿Cómo se hará esto, porque yo no conozco varón? No duda del hecho, pregunta acerca del modo y del orden; porque no pregunta si se hará esto, sino cómo. Al modo que si dijera: sabiendo mi Señor que su esclava tiene hecho voto de no conocer varón; ¿con qué disposición, con qué orden le agradará que se haga esto? Si Su Majestad ordena otra cosa y dispensa en este voto para tener tal Hijo, alégrome del Hijo que me da, mas duéleme de que se dispense en el voto; sin embargo, hágase su voluntad en todo; pero, si he de concebir virgen y virgen también he de dar a luz, lo cual, ciertamente, si le agrada, no le es imposible, entonces verdaderamente conoceré que miró la humildad de su esclava. ¿Cómo, pues, se hará esto, porque yo no conozco varón? Y respondiendo el ángel, la dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre tí y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Había dicho antes que estaba llena de gracia; pues ¿cómo dice ahora: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra? ¿Por ventura podía estar llena de gracia y no tener todavía al Espíritu Santo, siendo El el dador de las gracias? Y si el Espíritu Santo estaba en ella, ¿cómo todavía se le vuelve a prometer como que vendrá sobre ella nuevamente? Por eso acaso no dijo absolutamente vendrá a ti, sino que añadió sobre; porque, aunque a la verdad primero estuvo con María por su copiosa gracia, ahora se la anuncia que vendrá sobre ella por la más abundante plenitud de gracia que en ella ha de derramar. Pero, estando ya llena, ¿cómo podía caber en ella aquello más? Y si todavía puede caber más en ella, ¿cómo se ha de entender que antes estaba lleno de gracia? Acaso la primera gracia había llenado solamente su alma, y al siguiente había de llenar también su seno; a fin de que la plenitud de la Divinidad, que ya habitaba antes espiritualmente en ella, como en muchos de los santos, como en ninguno de los santos comenzase a habitar en ella corporalmente también.

4. Dice, pues: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. ¿Qué quiere decir y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra? El que lo pueda entender, lo entienda. Porque ¿quién, exceptuada acaso la que sola mereció experimentar en sí esto felicísimamente, podrá percibir con el entendimiento, discernir con la razón, de qué modo aquel esplendor inaccesible del Verbo eterno se infundió en las virginales entrañas, y para que pudiese sostener que el inaccesible se acercase a ella, de la porcioncita del mismo cuerpo, a la cual estando animada se unió El mismo, hizo sombra a la demás masa? Y quizá por esto principalmente se dijo: Te cubrirá con su sombra, porque sin duda la cosa era un misterio, y lo que la Trinidad sola por sí misma, en sola y con sola la Virgen quiso obrar, sólo se concedió saberlo a quien sólo se concedió experimentarlo. Dígase, pues: El Espíritu Santo vendrá sobre ti; el cual, con su poder, te hará fecunda: Y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra; esto es, aquel modo con que del Espíritu Santo concebirás, de tal suerte Cristo, virtud de Dios y sabiduría de Dios, haciendo sombra, lo encubrirá y ocultará en su secretísimo consejo, que sólo será conocido de El y de ti. Como si el ángel respondiera a la Virgen: ¿Qué me preguntas a mí lo que experimentarás en ti luego? Lo sabrás, lo sabrás, y felicísimamente lo sabrás, siendo tu doctor el mismo que es el autor. Yo he sido enviado a anunciar la concepción virginal, no a criarla. Ni puede ser enseñada sino por quien la da, ni puede ser aprendida sino por quien la recibe. Y por eso también lo santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. Que es decir: porque has de concebir, no del hombre, sino del Espíritu Santo, y has de concebir al que es virtud del Altísimo; por eso también lo santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios; esto es, no sólo el que viniendo del seno del Padre a tu seno te cubrirá con su sombra, sino también lo que de tu subs. tancia unirá a sí, desde aquel punto ya se llamará Hijo de Dios; así como el que es engendrado por el Padre antes de todos los siglos se reputará desde ahora Hijo tuyo. Mas de tal suerte lo que nació del mismo Padre será tuyo y lo que nacerá de ti será suyo, que con todo eso no serán dos hijos, sino uno solo. Y aunque ciertamente una cosa sea de ti y otra cosa sea de El, sin embargo, ya no será de cada uno el suyo, sino que un solo Hijo será de ambos.

5. Y por eso lo santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. Atiende, te ruego, con cuánta reverencia dijo el ángel: Lo santo que nacerá de ti. ¿Por qué dice santo absolutamente y sin añadir otra cosa? Yo creo que porque no tenía con qué nombrar propia y dignamente aquello singular, aquello rnagnífico, aquello venerable, que de la purísima carne de la Virgen, con su alma, se había de unir al único del Padre. Si dijera carne santa u hombre santo o cualquiera otra semejante cosa, le parecería que decía poco. Dijo, pues, santo indefinidamente; porque cualquiera cosa que sea lo que la Virgen engendró, santo sin duda, y singularmente santo es, así por la santificación del Espíritu como por la asunción del Verbo.

6. Añadió el ángel: Y sabe que Isabel, tu parienta, ha concebido un hijo en su senectud. ¿Qué necesidad había de anunciar a la Virgen la concepción de esta estéril? ¿Por ventura, poi, estar dudosa todavía e incrédula al oráculo la quiso confirmar el ángel con este prodigio? Nada de esto. Leemos que la incredulidad de Zacarías fue castigada por este mismo ángel, pero no leemos que María fuese reprendida en cosa alguna; antes bien, reconocemos su fe alabada, profetizando de ella Isabel: Bienaventurada eres en haber creído, porque todo lo que te ha sido dicho de parte del Señor será cumplido en ti. Por eso se participa a la Virgen la concepción de la prima estéril, para que, añadiéndose un milagro a otro milagro, se aumente su gozo con otro gozo. Ciertamente era preciso que fuese inflamada anticipadamente con un no pequeño incendio de amor y de alegría la que había de concebir luego al Hijo del amor paterno en el gozo del Espíritu Santo. Ni podía caber sino en un devotísimo y alegrísimo corazón tanta afluencia de dulzura y de gozo. O por eso la concepción de Isabel se pone en noticia de María, porque era razón que un prodigio que se había de divulgar luego por todas las partes, lo supiera la Virgen por el ángel antes que lo oyese de los hombres; para que no pareciese que la Madre de Dios estaba apartada de los consejos de su Hijo, si de las cosas que se hacían tan cerca en la tierra permanecía ignorante. O mejor, por eso se anuncia a María la concepción de Isabel, para que, siendo instruida, así de la venida del Salvador como de la venida del Precursor, y fijando en la memoria el tiempo y el orden de las cosas, re-fiera después mejor la verdad a los escritores y predicadores del Evangelio, como quien ha sido informada por noticias que el cielo le ha comunicado de todos los misterios desde el principio. O por esto todavía se anuncia a María la concepción de Isabel, para que, oyendo hablar de una parienta suya anciana y embarazada, piense ella que es joven en obsequiarla; Y, dándose prisa a visitarla, se dé de este modo lugar y ocasión al párvulo profeta de ofrecer las primicias de su oficio a su Señor menor que él, y fomentándose mutuamente la devoción de ambas madres, excitada por uno y otro infante, se haga más admirable un milagro con otro milagro.

7. Pero mira que estas cosas tan magníficas que escuchas anunciadas por el ángel no las esperes cumplidas por él. Y si preguntas por quién, oye al ángel mismo: Porque no será imposible para Dios toda palabra. Como si dijera: .Esto que tan firmemente prometo, lo presumo en el poder de quien me envió, no en el mío; porque no será imposible para Dios toda palabra. ¿Qué palabra será imposible para aquel Señor que hizo todas las cosas con el poder de su palabra? Llámame la atención en las palabras del ángel, no decir expresamente porque no será imposible para Dios todo hecho, sino toda palabra. ¿Acaso por eso dijo palabra, porque tan fácilmente como pueden hablar los hombres lo que quieren, aun aquello que de ningún modo pueden hacer, tan fácilmente, y aun sin comparación con mayor facilidad, puede Dios cumplir con la obra todo lo que ellos pueden explicar con las palabras? Dirélo más claramente: si fuera tan fácil a los hombres hacer como decir lo que quieren, tampoco para ellos sería imposible toda palabra. Mas porque, como dice el vulgar proverbio, del dicho al hecho hay gran trecho, no respecto de Dios, sino respecto de los hombres, para sólo Dios, en quien es lo mismo hacer que hablar y lo mismo hablar que que. rer, con razón no será imposible toda palabra. Por ejemplo, pudieron prever y predecir los profetas que la virgen o la estéril había de concebir y dar a luz; pero ¿pudieron hacer por ventura que concibiese y diera a luz? Mas Dios, que les dió a ellos entonces el poder predecirlo, con la facilidad con que entonces pudo predecirlo por medio de ellos, con la misma pudo ahora, cuando quiso, cumplir por sí mismo lo que había prometido. Porque en Dios ni la palabra se diferencia de la intención, porque es Verdad; ni el hecho. de la palabra, porque es Poder; ni el modo del hecho, porque es Sabiduría; y por eso no será imposible para Dios toda palabra.

8. Oíste, ¡oh Virgen!. el hecho; oíste el modo también; lo uno y lo otro es cosa niaravillosa, lo uno y lo otro es cosa agradable. Gózate, hija de Sión; alégrate, hija de Jerusalén . Y pues a tus oídos ha dado el Señor gozo y alegría, oigamos nosotros de tu boca la respuesta de alegría que deseamos para que con ella entre la alegría y el gozo en nuestros huesos afligidos y humillados. Oíste, vuelvo a decir, el hecho, y lo creíste; cree lo que oíste también acerca del modo. Oíste que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que le envió. Esperamos tambíén nosotros, Señora esta palabra de misericordia, a los cuales tiene condenados a muerte la divina sentencia, de que seremos librados por tus palabras. Ve que se pone entre tus manos el precio de nuestra salud; al punto seremos librados si consientes. Por la palabra eterna de Dios fuimos todos criados, y con todo eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para no volver a morir. Esto te suplica, ¡oh piadosa Virgen , el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Esto Abraham, esto David con todos los santos Padres tuyos, los cuales están detenidos en la región de la sombra de la muerte; esto mismo te pide el mundo todo postrado a tus pies. Y no sin motivo, aguarda con ansia tu respuesta, porque de tu palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salud, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo vuestro linaje. Da, ¡oh Virgen!, aprisa la respuesta.

¡Ah!, Señora, responde aquella palabra que espera la tierra, que espera el infierno, que esperan también los ciudadanos del cielo. El mismo Rey y Señor de todos, cuanto deseó tu hermosura, tanto desea ahora la respuesta de tu consentimiento; en la cual sin duda se ha propuesto salvar el mundo. A quien agradaste por tu silencio agradarás ahora mucho más por tus palabras, pues El te habla desde el cielo diciendo: ¡Oh hermosa entre las mujeres, hazme que oiga tu voz! Si tú le haces oír tu voz, El te hará ver el misterio de nuestra salud. ¿Por ventura, no es esto lo que buscabas, por lo que gemías, por lo que orando días y noches suspirabas? ¿Qué haces, pues? ¿Eres tú aquella para quien se guardan estas promesas o esperamos otra? No, no; tú misma eres, no es otra. Tú eres, vuelvo a decir, aquella prometida. aquella esperada, aquella deseada, de quien tu santo padre Jacob, estando para morir, esperaba la vida eterna, diciendo: Tu, salud esperaré., Señor". En quien y por la cual Dios mismo, nuestro Rey, dispuso antes de los siglos obrar la salud en medio de la tierra. ¿Por qué esperaras de otra lo que a ti misma te ofrecen? ¿Por qué aguardarás de otra lo que al punto se hará por ti, como des tu consentimiento y respondas una palabra? Responde, pues, presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por el ángel; responde una palabra y recibe otra palabra; pronuncia la tuya y concibe la divina; articula la transitoria y admite en tí la eterna. ¿Qué tardas? ¿Qué recelas? Creo, di que sí y recibe. Cobre ahora aliento tu humildad y tu vergüenza confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En sólo este negocio no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es agradable la vergüenza en el silencio, pero más necesaria es ahora la piedad en las palabras. Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. ¡Ay si, deteniéndote en abrirle, pasa adelante, y después vuelves con dolor a buscar al amado de tu alma! Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.

9. He aquí, dice la Virgen, la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Siempre suele ser familiar a la gracia la virtud de la humildad, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a las humildes. Responde, pues, humildemente, para preparar de este modo conveniente trono a la divina gracia. He aquí, dice, la esclava del Señor. ¿Qué humildad es ésta tan alta que no se deja vencer de las honras ni se engrandece en la gloria? Es escogida por madre de Dios y se da el nombre de esclava. Por cierto, no es pequeña muestra de su humildad no olvidarse de la humildad en medio de tanta gloria como la ofrecen. No es cosa grande ser humilde en el abatimiento, pero es muy grande y muy rara ser humilde en el honor., Y sin embargo, a -vista de esto, yo, hombre miserable y de ningún mérito, si me eleva la Iglesia, engañada de mis disimulos, a algún honor, aunque no sea de los mayores, permitiéndolo Dios así o por mis pecados o por los de mis súbditos, me olvido al momento de quien he sido y me reputo tal en mi interior cual me han reputado los demás hombres que no conocen el corazón. Creo a la fama , no atiendo a la conciencia, y juzgando no la virtud honor, sino el honor virtud, me tengo por más santo cuando me veo más elevado. Verás a muchos en la Iglesia que, hechos nobles de innobles, de pobres ricos, se ensalzan repentinamente y se olvidan de su antigua bajeza; aun se avergüenzan de su mismo linaje y se desdeñan de sus humildes padres. Verás también hombres adinerados volar a cualesquiera honores eclesiásticos, y luego aplaudirse a sí mismos de santidad precisamente por haber mudado los vestidos y no las almas; y juzgarse merecedores de la dignidad a que llegaron por la ambición, y lo que (si me atrevo a decirlo) alcanzaron con el dinero, atribuirlo a su mérito. Paso en silencio a otros a quienes ciega la ambición y el mismo honor les sirve de materia para su soberbia.

10. Pero veo (no sin mucho dolor) a algunos que, después de haber dejado la pompa del siglo, aprenden a ser soberbios en la escuela de la humildad, y bajo ~ de las alas del manso y humilde Maestro muestran mayor altivez y se hacen más impacientes en el claustro que hubieran sido en el siglo. Y, lo que es todavía más fuera de razón, muchos no sufren ser despreciados en la casa de Dios, que no podrían ser sino despreciables en la suya, pretendiendo sin duda así, ya que no pudieron tener lugar en donde los honores eran apetecidos de todos, a lo menos parecer dignos de honor en donde por todos se menosprecian los honores. Veo también a otros (lo cual no se puede ver sin sentimiento), después de haber comenzado la milicia de Cristo, volverse otra vez a los negocios mundanos, sumergirse otra vez en los deseos de la tierra; levantar con grande cuidado muros y descuidar las costumbres; con pretexto de la utilidad común, vender sus adulaciones a los ricos y visitar a las mujeres poderosas; aun también, contra lo mandado por el Emperador del cielo, codiciar lo ajeno y querer reintegrarse en lo suyo con litigios; no atendiendo al Apóstol, que en nombre del Rey levanta la voz: Es ya un pecado entre vosotros el tener pleitos unos con otros; ¿por qué no toleráis antes el agravio? ¿pués qué, de tal suerte han crucificado el mundo a sí mismos y a sí mismo al mundo que los que antes en su lugar o aldea apenas eran conocidos, ahora, rodeando las provincias y frecuentando las cortes, han conseguido el conocimiento de los reyes y la familiaridad de los príncipes? ¿Qué diré del mismo hábito, en que ya no se busca el calor, sino el color, y se cuida más del lustre de los vestidos que de las virtudes? ¡Vergüenza da el decirlo! Queda muy atrás la viva afición a adornarse, propia de las mujeres del siglo, cuando con tanto cuidado solicitan los monjes el precio en los vestidos, no la necesidad; a lo menos dan a entender en esto que, despojándose de la forma de religión, desean no ser armados, sino adornados los mismos que hicieron profesión de soldados de Cristo; los cuales, cuando debían prevenirse para la batalla y poner delante, contra las potestades del infierno, las insignias de la pobreza (que ciertamente ellas temen mucho), mostrando más en la delicadeza de sus vestidos las señales de paz, voluntariamente se entregan, sin haber recibido herida y desarmados, al enemigo. Ni tienen otra causa semejantes males, sino que, desamparando aquella humildad con que habíamos dejado el siglo, impelidos ya por esto mí sino a seguir los frívolos cuidados de los hombres mundanos, nos hacemos semejantes a los animales, que vuelven al vórnito.

11. Oigamos, pues, todos los que hallamos algo de esto en nosotros mismos lo que responde aquella Señora que era escogida para Madre de Dios, Pero que no se olvidaba de su humildad. He aquí, dice, la esclava del Señor; hágase en mi segun tu palabra. Esta palabra hágase significa el deseo que la Virgen tenía de este misterio, y no que tuviese duda alguna sobre el cumplimiento de lo prometido. Aunque nada impide que digamos que es palabra de oración, en que pide lo que la prometen, Pues nadie pide orando sino lo que cree y espera. Quiere Dios que le pidan aun aquello que promete. Y por eso acaso muchas cosas que dispuso dar las promete primero, para que se excite la devoción por la promesa; y así, lo mismo que había de dar graciosamente, sea merecido por la oración devota. De esta suerte, el piadoso Señor, que quiere que todos los hombres sean salvados, saca de nosotros para nosotros mismos los méritos, y, anticipándose a darnos aquello con que nos recompensa, graciosamente hace que no sea graciosamente. Esto sin duda entendió la Virgen prudente, cuando, al anticipado don de la gratuita promesa, juntó el mérito de su oración diciendo: Hágase en mí según tu palabra. Hágase en mí del Verbo según tu palabra; el Verbo, que en el principio estaba en Dios, hágase carne de mi carne según tu palabra. Hágase en mí, suplico, la palabra, no pronunciada que pase, sino concebida que permanezca, vestida ciertamente no de aire, sino de carne. Hágase en mí no sólo perceptible al oído, sino también visible a los ojos, palpable a las manos, fácil de llevar en mis hombros. Ni se haga en mí la palabra escrita y muda, sino encarnada y viva; esto es, no escrita en mudos caracteres, en pieles muertas, sino impresa vitalmente en la forma humana en mis castas entrañas, y esto no con el rasgo de una pluma,sino por obra del Espíritu Santo. Para decirlo de tina vez, hágase para mí de aquel modo con que para ninguno se ha hecho hasta ahora antes de mí y para ninguno después de mí se ha de hacer. De muchos y varios modos habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por sus profetas, y también se hace mención en las Escrituras de que la palabra de Dios se hizo para unos en el oído, para otros en la boca, para otros aun en la mano; pero yo pido que para mí se haga en mi seno según tu palabra. No quiero que se haga para mí o predicada retóricamente, o significada figuradamente, o soñada imaginariamente, sino inspirada silenciosamente, encarnada personalmente, entrañada corporalmente. El Verbo, pues, que ni puede hacerse en si mismo ni lo necesita, dígnese en mí, dígnese también para mí ser hecho según tu palabra. Hágase desde luego generalmente para todo el mundo, pero hágase para mí con especialidad según tu palabra.

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EXCUSASE SAN BERNARDO A SI MISMO POR HABER EXPLICADO ESTE PASAJE DEL EVANGELIO DESPUES DE OTROS EXPOSITORES

He expuesto la lección del Evangelio como he podido; ni ignoro que no a todos agradará este mi pensamiento, sino que sé que por esto me he expuesto a la indignación de muchos, y que reprenderán mi trabajo por superfluo o me juzgarán presumido; porque, después que los Padres han explicado plenísimamente este asunto, me he atrevido yo, como nuevo expositor, a poner mi mano en lo mismo. Pero si he dicho algo después de los Padres que, sin embargo, no es contra los Padres, ni a los Padres ni a otro alguno juzgo que debe desagradar. Donde he dicho lo mismo que he tomado de los Padres, esté muy lejos de mí el aire de presunción para que no me falte el fruto de la devoción, y yo con paciencia oiré a los que se quejaren de la superfluidad de mi trabajo. Con todo eso, sepan los que me reprenden de una ociosa y nada necesaria exposición que no he pretendido tanto exponer el Evangelio como tomar ocasión del Evangelio para hablar lo que era deleite de mi alma. Pero si he pecado en que más antes he excitado en esto mi propia devoción que he buscado la común utilidad, poderosa será la Virgen para excusar este pecado mío delante de su Hijo, a quien he dedicado esta pequeña obra, tal cual ella sea, con toda mi devoción.

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