27 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXXIV
(1-10)

 

1. VERDAD/TIRANIA  SALVADORES/DICTADORES 

El diálogo entre Jesús y Pilato que hemos escuchado en el Evangelio de hoy termina en realidad con esa pregunta que todos conocemos: "Y ¿qué es la verdad?" Jesús ya había contestado con anterioridad a esta cuestión afirmando que él es la Verdad; pero esto no es fácilmente asimilable para muchos. Por eso son muchos los que, a lo largo de los tiempos y la historia, se han aprestado a contestar la pregunta de Pilato que, en el fondo, es una pregunta que se hace todo hombre de toda época y condición.

Y, buscando respuestas, se ha establecido una guerra, no cruenta, pero terrible, entre quienes han creído encontrarla por su cuenta y han querido imponerla a los demás. Sin embargo, el hombre, en su pequeñez, normalmente no ha pasado del plano posesivo: ha querido tener la verdad, poseerla, ser dueño de ella y así emplearla a su antojo, capricho o conveniencia. El hombre ha llegado a la no muy evidente convicción de que la verdad es un bloque monolítico que hay que llegar a poseer tras una más o menos larga búsqueda, y que su hallazgo daba derecho a imponerla e imponerse.

Así, a lo largo de la historia, cientos de personas han estado convencidas de haber llegado a descubrir y poseer la verdad, proclamándose a sí mismos guardianes e impositores de la misma: líderes de todo tipo -políticos, económicos, filosóficos, religiosos, militares, investigadores, científicos...- han sido claro -y, frecuentemente, doloroso- ejemplo de ello. El hecho de poseer la verdad -según ellos- les marcaba, en primer lugar, como hombres muy especiales, excepcionales: eran de la élite, de los pocos capacitados para haber realizado tal proeza; esa peculiaridad, junto con la posesión de la verdad, les daba pleno derecho a imponerse. Y todo eso era, además, para bien de la humanidad.

Extraña forma de pensar ésta, pero que se ha repetido con frecuencia. Muchos son los hombres que ha tenido que sufrir la depredación de estos "salvadores" del género humano.

Quienes no eran capaces de llegar a descubrir la misma verdad que había descubierto uno de estos líderes, o quienes tenían la osadía de sospechar, recelar o dudar que tal verdad no fuese tan "verdadera", o eran enfermos a los que recluir en hospitales psiquiátricos, o degenerados a los que regenerar como fuese -por las buenas o por las malas-, o frutos podridos a los que eliminar de una otra forma.

Traducir todo esto a casos concretos y actuales es tarea que no resultará difícil a cada uno. Como tampoco resultará difícil reconocer lo lejos que anda toda esta forma de ser y de pensar de lo que fue el estilo de Jesús.

Para Jesús la verdad no era algo que buscar hasta encontrar y poseer; él era la Verdad; el discípulo, por tanto, tiene que luchar por ser Verdad. Y también algo que construir; es decir: la Verdad como una tarea a realizar. ¿Qué tarea? La de construir el Reino de Dios; porque un mundo construido conforme al Reino de Dios es la mayor Verdad que el hombre puede ser y vivir.

Hemos reflexionado antes sobre cómo la verdad, entendida como posesión, creaba en sus "propietarios" la convicción de adquirir con ella una larga lista de derechos. Si vemos, como Jesús, la Verdad como una tarea, caeremos en la cuenta de que conlleva más bien pocos derechos y muchas obligaciones y responsabilidades. Algo que, con frecuencia, olvidamos; incluso dentro de la comunidad de los discípulos de Jesús.

RD/VERDAD: Construir el Reino es, por tanto, hacer la Verdad; porque la más auténtica Verdad de nuestro mundo es que está llamado a ser algo muy distinto de lo que en realidad es; la más auténtica realidad de nuestro mundo es que está llamado a estar construido sobre la solidaridad, sobre el afecto, la mutua confianza, la búsqueda del bien común; la ausencia de todo egoísmo, de todo tipo de lucha, de toda forma de injusticia o insolidaridad; la más auténtica realidad de nuestro mundo es que está llamado a pervivir, a transformarse entrando en una vida nueva y sin término, a reconocer plenamente que Dios está ahí y que es el Padre común de todos los hombres y el autor de toda la creación.

Esta es la más auténtica realidad de nuestro mundo; éste es el mundo que Dios soñó cuando lo creó, el hombre en quien Dios pensaba cuando lo hizo señor de la creación. Y, en definitiva, es también el mundo con el que el hombre sueña, aunque no termine de encontrar el camino para realizarlo.

Hoy podríamos contestar a Pilato, a todos los Pilato, que la Verdad es Cristo, y que la Verdad hemos de construirla entre todos. Pero hoy, como ayer, habrá muchos Pilato a los que no les interese encontrar una respuesta clara y auténtica a su pregunta.

Por eso, probablemente, lo mejor será adoptar ante ellos la misma postura de Cristo: guardar silencio, no perder el tiempo con los que creen poseer la verdad y seguir trabajando para construirla, para hacerla viva; para transformarnos, en definitiva, nosotros mismos en Verdad.

LUIS GRACIETA
DABAR 1985, 56


2.

El evangelio de Marcos, que hemos leído durante este año, presentaba el inicio de la predicación de Jesús de Nazaret con estas palabras: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed la buena Noticia". Hoy, en esta fiesta que cierra el año litúrgico, hemos escuchado la afirmación final de Jesucristo: "Soy rey". Entre el inicio y el final, hemos escuchado domingo tras domingo, el anuncio y el trabajo de Jesús por el Reino; palabras y obras que en nosotros debían provocar una respuesta de fe. Respuesta que se resume en la convicción de que el reino de Dios lo hallamos en Jesucristo, en sus palabras, en su ejemplo, en su persona. Es decir, en la afirmación de que Jesucristo es el Rey.

Pero extrañamente, los cristianos olvidamos a menudo todo eso del reino de Dios. Y entonces inevitablemente desfiguramos nuestra fe. Quizá podríamos preguntar a chicos o jóvenes que semana tras semana han recibido su clase de religión: ¿qué es el Reino de Dios? ¿Sabrían responder? Pienso que muchos no sabrían qué decir. Y si se lo preguntáramos a muchos de los cristianos que asistimos cada domingo a misa, muy probablemente tampoco sabríamos qué responder.

Preguntémonoslo nosotros hoy. Porque, ¿cómo sabremos qué significa que Jesús es Rey si no sabemos de qué reino es el Rey? Más aún: toda la predicación de Jesús es anuncio del Reino, su Buena Noticia es que el Reino está ya entre nosotros pero será en plenitud por gracia del Padre en la totalidad del Reino futuro.

¿Cómo entenderemos todo eso si no sabemos qué es el Reino de Dios? La respuesta la podríamos buscar en el prefacio de hoy. Diremos al comenzar la acción de gracias que el Reino de Jesucristo es "el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz". No podríamos hallar una respuesta más clara y sencilla. Todo lo que hay en el mundo, sea en quien sea, de verdad o de vida, todo lo que el hombre es capaz de vivir de santidad y de gracia, toda realidad o todo esfuerzo de justicia, de amor, de paz... esto es el Reino de Dios. Y esta es la tarea de Jesucristo: anunciarnos que todo esto es de Dios, tienen la fuerza y la consistencia de Dios. Decírnoslo y a la vez impulsarnos por un camino de trabajo, de búsqueda, de lucha por todo ello, comunicándonos, además, la gran esperanza de que todo eso que nosotros ahora vivimos precariamente, Dios quiere que lo consigamos con plenitud y para siempre.

Consecuencia de lo dicho es que el cristiano debe ser un apasionado del reino. Apasionado en la lucha por conseguir que el hombre viva con más verdad y vida, más santidad y gracia, más justicia, amor y paz. Y apasionado también por celebrar ya ahora, por vivir con alegría, lo que de todo eso hay ya en nuestra vida, porque todo eso es de Dios.

Este Reino de Dios no es una exclusiva de los cristianos. ¿Acaso no hay justicia, amor o santidad, en hombres no cristianos? Lo que caracteriza a los cristianos no es la exclusiva del Reino (sería intentar reducir a Dios a una propiedad nuestra) sino la especial convicción que nos comunica Jesucristo. Es el camino hacia el Reino que nos enseña el Rey Jesús, su impulso, su gran esperanza lo que nos caracteriza a los que nos decimos sus seguidores.

El es para nosotros la puerta, el pastor, el guía, la luz y la fuerza. Por eso sus métodos deben ser nuestros métodos.

Ahora, en la Eucaristía, después de nuestra acción de gracias en la plegaria eucarística y antes de comulgar, diremos juntos el Padrenuestro. Lo diremos juntos nosotros y lo dirá con nosotros nuestro Rey Jesús, presente en nuestra asamblea. Con él y como él, pediremos al Padre que venga su Reino. Y pedirlo significa que estamos dispuestos a trabajar en ello, con todo empeño, con todo esfuerzo, pero siempre según los métodos y el camino del Rey Jesús: con respeto y comprensión para todos.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1988, 22


3. J/SEÑOR:

* "MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO".

Esta afirmación de Jesucristo ante Pilato es decisiva. Pero existe el peligro de entenderla mal. Sería entenderla mal pensar que Jesucristo pone aquí en contraste las cosas de los hombres, que son cosas del mundo, de la tierra, con las cosas de él, de Dios, que son cosas del cielo. Y no es así.

El contraste que Jesucristo presenta aquí es entre la realeza, el señorío tal como se da en la clase de mundo que tenemos organizado, y la realeza y el señorío que él viene a proponer. El señorío del mundo tal como ahora está se fundamenta en el dominio, en las armas si es necesario ("mi guardia habría luchado..."). El señorío de Jesucristo es el señorío de la verdad, el señorío de lo que no es falso, ficticio, inhumano: el señorío de aquello en que se fundamenta la realización plena y definitiva del hombre; es decir, "el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz" de que habla el prefacio; es decir, "la creación, liberada de la esclavitud del pecado" para servir y glorificar a Dios, tal como reza la oración colecta; es decir, en definitiva, el señorío de Dios.

MUNDO/SENTIDOS: No es, por tanto, un contraste entre el mundo de la tierra y el mundo del cielo. Es un contraste entre el mundo tal como lo tenemos organizado, "este mundo" que tenemos y que destruye a los hombres, y el mundo que Jesucristo propone, el mundo en que el hombre puede ser él mismo personalmente y comunitariamente, el mundo que tiene su plenitud en Dios.

* EL REINO DE ESTE MUNDO. Puede ser bueno hoy centrar la atención en el modo como está organizado este mundo, y darse cuenta de como esto contrasta radicalmente con la propuesta de Jesucristo. Podemos invitar a los fieles a levantar los ojos de las cosas más próximas y cotidianas y contemplar la organización de nuestro mundo.

Y si se contempla la organización de nuestro mundo, hay, de entrada, una evidencia que debería hacernos enrojecer a todos de vergüenza: las brutales desigualdades económicas que provocan que en extensísimas zonas del mundo se vivan situaciones radicalmente infrahumanas. Y ello, no porque en el mundo no existan recursos para proporcionar una vida digna a esta gente, sino porque los poderes que dominan este mundo no se la quieren proporcionar. Si algo es pecado mortal, si algo clama venganza ante Dios, es precisamente esto.

Este "no querer" se concreta de dos modos. El primero, el control de los mercados mundiales por parte de los países ricos. ¿Quién fija el precio del estaño o del cobre que producen los países sudamericanos? No lo fijan los países productores, sino las empresas norteamericanas, que así se meten en el bolsillo la mayor parte de los beneficios (y si alguien pretende cambiar la situación, como hizo Allende en Chile, lo liquidan). Y este control se lleva al mayor extremo del cinismo cuando incluso las ayudas que envía por ejemplo Estados Unidos a los países del Tercer Mundo, las envía con la condición de que se utilicen para comprar los productos necesario a empresas norteamericanas, que así continúan ampliando indefinidamente sus beneficios.

Y el segundo modo, es la locura de los gastos de armamento. Dice Juan Pablo II en la "Redemptor hominis", 16: "Todos sabemos que las zonas de miseria o de hambre que existen en nuestra tierra pueden ser fertilizadas si las gigantescas inversiones de armas, que sirven a la guerra y a la destrucción fuesen cambiadas en inversiones para los alimentos que sirven a la vida". Los gastos militares mundiales vienen a ser de unos 100 millones de pesetas por minuto.

Y se justifican por mantener el "equilibrio del terror": si todo el mundo está muy armado, nadie se atreverá a iniciar una guerra, por miedo de la destrucción universal. Pero este argumento, además de dejar muy mal situada la capacidad mental de la especie humana, no parece excesivamente consistente. En primer lugar porque, aunque no haya destrucción universal, no impide la gran cantidad de guerras y de destrucción que vivimos cada día en un sitio u otro del planeta (y la reciente carnicería de Beirut nos lo recuerda muy vivamente). Y en segundo lugar, porque la capacidad de destrucción mundial se da tanto si los dos bloques tiene muchas armas como si tiene pocas: la carrera ha llegado a tal extremo que el primero que dispare puede destruir al otro antes de que haya podido reaccionar, de modo que el supuesto equilibrio no tiene ya sentido alguno. Por tanto, si se mantiene la carrera, la destrucción puede llegar en cualquier momento; en cambio, si alguno o algunos de los países dejan de seguir acumulando armamento, podemos destruirnos igual, pero algún paso habremos dado: y esto es lo que ya han pedido obispos, episcopados enteros, grupos sociales y políticos, etc.

Pero es que en esto de los armamentos aún hay más: muchos gastos de armamentos no se hacen por razones defensivas sino por fidelidad a los pactos internacionales que guían los negocios de las armas. Por ejemplo, la reciente compra española de 84 aviones F-18 A.

¿De qué podrán defendernos esta miseria de aviones? Y entretanto aquí hacen falta hospitales y escuelas y en el mundo entero hay 500 millones de personas afectadas gravemente de desnutrición...

* EL REINO DE JESUCRISTO. Gritad contra esto, contra "este mundo", es ser testigo de la verdad, ser testigo del reino de Jesucristo. Gritad contra los planteamientos políticos que defienden estas cosas, es también ser testigo de la verdad. Y celebrar la Eucaristía es celebrar que creemos en otro Reino, el Reino de Dios, el Reino que Dios quiere.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1982, 22


4.

-"¿Conque tú eres rey"?: Jesús fue juzgado y condenado por el sanedrín por blasfemo, por ir contra el templo. Pero cuando el sanedrín lo entregó al gobernador romano Poncio Pilato, lo acusaron de soliviantar al pueblo desde Galilea, de incitar a las gentes a no pagar el tributo al César y de hacerse llamar el Mesías rey. Presentaron la subida de Jesús a Jerusalén como una incursión sobre Jerusalén. Pilato, en consecuencia, no tuvo más remedio que interrogarle sobre este particular: "Conque, ¿tú eres rey? Y él respondió y dijo: Tú lo dices". El título de Rey de los judíos atribuido a Jesús de Nazaret aparece por vez primera en los evangelios en este contexto de la pasión. Se trataba de un título que en aquel tiempo y circunstancias tenía connotaciones subversivas y que se prestaba a toda clase de malentendidos, razón por la cual Jesús lo había evitado siempre con sumo cuidado en su vida pública (es lo que se ha llamado "silencio mesiánico"). Pero los enemigos de Jesús, que ya habían decidido su muerte, necesitaban una causa en la que pudiera y debiera entender el gobernador romano, y hallaron que ésta era la más apropiada.

Aunque Pilato no parece que tomara en serio la acusación, sí que tuvo que tomar en serio a los acusadores y se vio obligado, por razones políticas, a dar por bueno lo que no era más que un pretexto. Su pregunta: "¿conque tú eres rey?", suena a nuestros oídos como si dijera: "si tú eres rey, que venga Dios y lo vea". Sin embargo, Pilato sentenció la muerte de Jesús y mandó fijar el rótulo en el que se publicaba la causa de la sentencia: "Este es el rey de los judíos".

-La ironía de Dios: El relato de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret, tal y como se hace en los cuatro evangelios pero sobre todo en el de Juan, es una divina ironía. Lo que sucede, paso a paso, remedando el ritual de la solemne exaltación de los reyes al trono es, desde el punto de vista del sanedrín, de Pilato, de los soldados, de la chusma y hasta de uno de los dos ladrones ajusticiados junto con el Cristo (o "el ungido"), un puro sarcasmo y una burla cruel. Pero los creyentes, los discípulos de Jesús, aceptarán el punto de vista del Maestro y confesarían que él es, en efecto, el Señor y el Mesías. En el relato de la pasión - de la "exaltación", como dice Juan- no falta la coronación, pero la corona es un casquete de espinas; ni la aclamación del pueblo, aunque en este caso se trata de un abucheo; ni la entronización, sólo que el trono es un cadalso; ni el homenaje de los grandes y notables de Israel, pero el homenaje consiste en el desfile de los sacerdotes y senadores que pasan delante de la cruz moviendo la cabeza. De manera que no falta nada, pero todo es distinto.

No falta, desde luego, el rey por la gracia de Dios, pero su reino no es de este mundo; es decir, no es como los reinos de este mundo sino todo lo contrario y aún su contradicción pública o contestación. Porque Jesús es la debilidad de Dios contra el poder de los que se endiosan. Jesús es rey que ha venido a servir y no a ser servido, y por eso ocupa el último lugar del mundo que le permite servir a todo el mundo. Sus leyes se reducen al amor y, a diferencia de todas las leyes de este mundo, son una buena noticia para los pobres. Su política es amar a los enemigos y, por lo tanto, no tiene soldados para combatirlos... Un rey tan extraño no podía esperar la comprensión de los reyes normales y de los señores de este mundo: "Pues sabéis que los que son reconocidos como reyes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen". Antes bien, tenía que contar con su oposición más decidida.

Como así fue: Ni el poder convencional (el imperio), ni la religión convencional (la sinagoga), ni la sabiduría convencional (la academia) comprendieron el mensaje de este rey. Para Pilato fue un "inri", para la sinagoga un escándalo, para los griegos una necedad. Pero para los que creyeron en Jesús, los más pobres y sencillos, fue la misma fuerza y sabiduría de Dios.

EUCARISTÍA 1980, 54


5. SERVICIO/VERDAD  VERDAD/UNAMUNO:

Es indudable que la palabra rey aplicada a Jesús tiene un contenido importante que es preciso buscar. Desde luego, tendremos que olvidarnos de toda esa imaginería que, en contra de las claras palabras evangélicas, ha representado al Señor igual que a los reyes de este mundo (con su corona, cetro, manto y trono) y, tal vez, cerrar también nuestros oídos a las músicas del Christus vincit.

El evangelio pone en boca de Jesús esta afirmación rotunda: Soy rey. El pueblo le había aclamado gritando: ¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! La causa de su condena se concreta en pretender ser rey. De entrada, ya se ve que la palabra no significa lo mismo en tan diversos labios.

Pero, ¿qué nos dice Jesús de sí mismo, a sus discípulos de hoy, en relación con este tema? Para contestarnos, hay diversos caminos. Uno podría ser éste: si ser rey es dar testimonio de la verdad, veamos en qué consiste la verdad. Eso pregunta el político Pilato.

La contestación entrará seguramente en el campo de una teología teórica. Ya Miguel de Unamuno advertía que "verdad no es lo que hace pensar, sino lo que hace vivir". Ese podría ser otro camino: averiguar qué vino a hacer Jesús y eso será "dar testimonio de la verdad".

Recordemos, pues, algunos de esos paralelos: "El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos". No ha venido para condenar al mundo, sino a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Para que tengan vida y la tengan en abundancia. Para que los que no ven, vean. El autor de la carta a los efesios diría que "Vino a anunciar la paz", vino a pregonar la felicidad. Claramente se percibe que ser rey consiste para Jesús en darse, en servir, en promover la vida, en defender la felicidad. Amar al prójimo es, para Santiago, la ley regia, el "ser" del rey, la constitución de las constituciones. Esa es la verdad. Jesús mismo es el "dársenos" gratuito del Padre. No hay duda que la mejor representación plástica de Cristo rey es el lavatorio de los pies. Soy el Maestro y el Señor. Si yo hago esto también vosotros debéis hacerlo.

La naturaleza humana es impredecible. Pero, es fácil de comprender que, cuando la conciencia de servicio se acepta como un mero precepto de ética (como una norma de convivencia y conveniencia social que se acata), suele ser escasamente creativa.

Entendemos que, si esa conciencia se basa en una experiencia personal de Jesús (si es seguimiento del Maestro), tenderá a ser imaginativa. El amor siempre es creativo. Tal vez haya en nuestras vidas una mezcla rara de ambas motivaciones. Nuestro mundo se autocalifica a sí mismo como práctico y realista, en él todo tiene su utilidad y su para qué, todo se compra y se vende. Lo gratuito está fuera del sistema. A lo sumo, es marginal. Todo el que se hace rey (sirve), está contra el César (el sistema). No tiene sentido, es de locos. Ya ocurrió con Jesús. Su concepto de rey fue objeto de burlas por los defensores del sistema. Tal vez, no se daban cuenta aquellos soldados de que se burlaban del servir y optaban por la lógica de reinar explotando a otros. Muchas son las veces que nosotros hacemos lo mismo. Queremos ignorar que "Mi reino no es de este mundo" no constituye una llamada para vivir una religión escapista y reducida a lo privado.

Es una advertencia clara de que los valores del Reino pasan por la solidaridad. Es preciso fomentar la cultura de la gratuidad, ampliando así el Reino. Se suele decir que no son del Reino todos los que están en la Iglesia, ni están en la Iglesia todos los que son del Reino.

¿En qué situación estamos nosotros? Merece la pena beber el vino nuevo del Reino, la alegría nueva del hombre. Servir desde la fe, da felicidad. Los testigos son muchos.

DABAR 1991, 53


6.

La respuesta de Jesús rompe los esquemas de sus acusadores. El no niega que es rey, pero dice que su manera de ser rey no es la de los reyes de este mundo: "La realeza mía no pertenece al orden este." Y explica las diferencias. Primero diciendo en qué no consiste su realeza: "Si mi realeza perteneciera al orden este, mis propios guardias habrían luchado para impedir que me entregaran a las autoridades judías." Jesús no va a reinar como los reyes de la tierra: mediante la fuerza violenta de las armas, mediante la coacción y la amenaza del castigo. La propuesta que él hace a la humanidad es de un carácter muy distinto: "Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio en favor de la verdad." Su proyecto, que es el proyecto de Dios, se basa en la verdad que, en el evangelio de Juan, coincide con la vida: es verdad aquello que favorece, transmite y defiende para el hombre la vida en plenitud; es verdad el amor que se expresa mediante la entrega de la propia vida para que la vida de los hombres pueda ser realmente vida. Es una manera de reinar que se realiza sólo sobre aquellos que libremente lo aceptan, sólo sobre aquellos que quieren escuchar la voz de este particularísimo rey.

HE VENIDO

Pero el que no pertenezca al orden este no quiere decir que la realeza de Jesús sea puramente espiritual, ajena a la historia y a los problemas concretos de los hombres. Esa ha sido la segunda gran equivocación acerca de la realeza de Jesús. Muy al contrario, Jesús viene a este mundo, desarrolla su tarea en esta historia y su proyecto empieza necesariamente en esta vida, en este mundo. Y, como hemos visto en los últimos comentarios, su misión es dar a los hombres los instrumentos necesarios para que se organicen de tal manera que esta tierra no sea, como a muchos les interesa que los pobres crean que tiene que ser, un valle de lágrimas. Jesús es rey del universo, de este universo, y eso quiere decir que tiene un proyecto para esta tierra y para esta historia, que no es ajeno a los sufrimientos y a los problemas de los pobres, oprimidos, marginados, explotados. Pero su realeza no pertenece al orden este; lo que supone que ni podemos organizar la comunidad de Jesús al estilo de los reinos de la tierra ni podemos utilizar el mensaje de Jesús como un programa más para organizar los reinos de este mundo (por eso ningún partido debe usar honestamente el nombre de cristiano).

Colaborar para que Jesús reine en la tierra significa dar testimonio de la verdad: mostrar con la entrega de la propia vida que Dios es amor y quiere que, mediante la práctica del amor, los hombres, todos los hombres, vivan. Y vivan libres y felices.

¿Y el compromiso político de los cristianos? También hay que estar en ese ambiente y dar testimonio de la verdad, de la justicia, de la igualdad entre todos los hombres, llamados a vivir como hermanos. Pero sin confundir nuestras opciones políticas, las soluciones concretas que proponemos para los problemas políticos concretos, con el evangelio, y sin permitir que nadie reine en ningún reino de este mundo, por pequeño que este reino sea, atribuyendo su poder a la gracia de Dios: en cualquiera de estos casos estaríamos haciendo de Jesús un rey como los reyes de este mundo.

RAFAEL J. GARCÍA AVILÉS
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 246ss


7. 

La afirmación de que Jesucristo es Rey lleva la garantía del evangelio. Jesús mismo lo reconoce abiertamente frente al poder político. Y ello es tanto más extraño cuanto que Jesús repetidas veces había rehuido el ser proclamado popularmente rey, incluso tenía sumo cuidado en no dar pie para ello ante el enardecimiento de las multitudes. En ningún momento Jesús negó su condición de rey, pero renunció a los honores y ventajas de la condición real.

A la hora de las ventajas se esconde, pero a la hora de la verdad, cuando está es juego su vida, da la cara y lo reconoce paladinamente: "Tú lo dices, soy rey".

¿Qué quiso decir Jesús? ¿Qué creemos nosotros? Frecuentemente hemos traducido las palabras de Jesús en categorías de nuestro mundo. Lo hemos representado en imágenes, con cetro y corona, sobre un trono. Sin embargo, el evangelio, que da testimonio de su condición real, lo describe sin más cetro que una caña, sin más corona que la de espinas, y su exaltación al trono es al trono de la cruz. Quizá esa imagen de Cristo Rey, tan distinta de la del evangelio, que preside casas y altares, sea sólo fruto de un sueño de artista; pero también puede ocurrir que esa imagen extorsionada, sea signo de otras extorsiones que hemos podido hacer, no ya con la imagen, sino con la persona de Jesús y su evangelio. Por eso, en la fiesta de Cristo Rey, es bueno olvidar nuestros cabildeos y volver al evangelio.

* "Mi reino no es de este mundo". Jesús reconoce frente al poder constituido que es rey, pero aclara muy bien que su reino no es de ese mundo. Pilato no lo entendió: ¿cómo creer que es rey un desgraciado, un hombre traicionado por los suyos, un tipo con la facha que presentaba aquel acusado? Y sin embargo, Pilato lo condenó por ser rey. Así lo hizo constar en la sentencia condenatoria para que figurara en el patíbulo de la cruz: Este es el rey de los judíos. Quizá tampoco lo entendamos los cristianos, a pesar de que seguimos repitiendo la frase y utilizando el alcance que nos conviene de la condición real de Jesús.

ESPIRITUALISMO: Muchos, con el pretexto de que el reino de Dios no es de este mundo, pretenden alejarlo y situarlo en un tiempo remotísimo que no llegue nunca. Piensan de esta guisa campar por sus respetos, como si se tratara de una ilusión colectiva o de un sucedáneo para consuelo de los débiles. Pero Jesús dice que su reino no es de este mundo, no que no esté ya en este mundo. No hay, pues, motivo evangélico para convertir el cristianismo en un espiritualismo escapista, que pasa de todo lo que concierne a este mundo, que es, de otra parte, el mundo creado por Dios. Nos equivocamos tristemente, si así pensamos, porque el reino de Dios está ya en este mundo, entre nosotros.

Lo que Jesús afirma en el evangelio es muy distinto. Porque, frente al poder de este mundo -en el poder tal y como se entiende y practica en política- el reino de Dios no necesita impuestos, ni soldados, ni presupuesto para armamentos, ni leyes y sanciones para juzgar y castigar, ni enchufes y partidismos tan parciales siempre, tan injustos siempre.

El reino de Dios no tiene estructuras de poder, ni necesita alianzas con los poderosos, ni entra en la política de bloques o de defensa o de cooperación económica. Todo eso es lo propio de este mundo. Todo eso es lo que no es el reino de Dios, lo que nunca debiera hacerse para que el reino de Dios crezca. Cuando pensamos que con estructuras, con leyes y sanciones, con la fuerza del dinero o la gracia de los poderosos de turno, con la estrategia de élites intelectuales o espirituales, estamos facilitando el crecimiento del reino o haciendo "Iglesia", nos equivocamos de medio a medio.

Porque el reino de Dios no es de este mundo, no puede ser como los de este mundo inmaduro y por reformar radicalmente. "Sabéis que los que figuran como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen, pero no ha de ser así entre vosotros", dijo Jesús a sus discípulos, su incipiente iglesia. Y aclaró: "el que quiera ser grande entre vosotros, que sea esclavo de todos, pues el Hijo del Hombre tampoco ha venido a que le sirvan, sino a servir" (Mc/10/42-44). Por eso el reino de Dios no es de este mundo, porque no tiene nada que ver con las categorías sociales y políticas de nuestro mundo. El reino de Dios es un reino de servidores, no de ministros, que literalmente significa lo mismo, pero realmente es todo lo contrario. Por eso, Jesús es Rey, porque es el primer servidor, el que ha prestado el mayor servicio: dar la vida incluso por sus enemigos.

* "Para eso he venido, para dar testimonio de la verdad". La misión de Jesús, el Rey, el primero, y la misión de los cristianos, los seguidores, es sencillamente la de dar testimonio, la de ser testigos de la verdad. Porque la verdad se impone por su propia evidencia, no por la fuerza ni con violencia, ni con engaños publicitarios o trampas propagandísticas, sino por su propia fuerza, por su atractivo, por su capacidad de convocatoria. Los cristianos no somos agentes comerciales de un buen producto, que hay que colocar sea como sea.

Tampoco podemos identificarnos sin más, con los propietarios de la verdad o sus concesionarios. Somos no más que eso: testigos de la verdad que creemos y no poseemos, porque la verdad es inapropiable, es universal, es de todos y para todos. Y ahí está nuestra misión en hacerla llegar, en facilitar su camino, en ayudar a los hombres a buscarla y a encontrarla. No tenemos nada más que hacer, porque no es necesario hacer más. Pero tampoco podemos conformarnos con menos; somos testigos. Tenemos que vivir y actuar como tales, para que vean, para que crean, para que descubran también los demás. Y en esa tarea hemos de empeñar todas nuestras fuerzas hasta la vida, pero no hace falta emplear otras fuerzas, porque la verdad no se impone por la fuerza. Dios no se puede imponer más que por la fe, que es don de Dios, es decir, no se puede imponer por los hombres, ni por la Iglesia, cuya misión es sólo proponer, anunciar, predicar, testimoniar.

Así se construye el reino de Dios. Así ejerce Jesús su realeza, completamente al revés de como se ejerce en el mundo cualquier tipo de poder. No por la fuerza, sino por la invitación a la libertad: no con la violencia, sino con amor, no con engaños y slogans publicitarios, sino con verdad; no con injusticias, sino con justicia; no con la guerra, sino con la paz; no como los hombres, sino al estilo de Dios que actúa tan humanitariamente que hay quienes llegan incluso a creer que no actúa, o que no existe, porque "no se nota", o sea, porque no violenta al hombre como hacemos los hombres.

EUCARISTÍA 1985, 54


8.

1. Un extraño rey...

Hoy cerramos el año litúrgico, y la Iglesia, siguiendo la temática del domingo pasado, nos invita a concentrar toda nuestra mente y nuestro corazón en quien es el centro de nuestra fe, el principio y el fin de la misma, Jesucristo el Señor.

Hoy queremos proclamar a Jesucristo como Rey, como aquel personaje que condensa en sí todas las aspiraciones de la humanidad. El es el hijo de David, el Hijo del Hombre, el Siervo de Yavé, el Sumo Sacerdote de la nueva alianza, el Señor del Universo, el Rey de reyes. O, simplemente, Jesucristo el Salvador, el hijo del carpintero.

En realidad, la verdadera fiesta de la realeza de Cristo es la misma Pascua, pues, al resucitar, Jesucristo fue elevado junto al Padre como nuestro Señor, o sea, nuestro Rey.

También hemos celebrado su realeza el viernes santo, pues ese día él se sentó en su trono de gracia y nos otorgó la liberación. También lo hicimos en la fiesta de la Ascensión, pues lo vimos surgir como el Hombre Nuevo que asciende hacia lo más íntimo de la vida divina.

Y, en fin, cada domingo, desde el momento en que nos reunimos para la Eucaristía, es porque sentimos que Jesucristo es el centro de nuestra vida y aquel a quien hemos consagrado nuestra existencia.

Sin embargo, hoy la Iglesia nos invita a cerrar el año litúrgico expresando toda nuestra fe en este Hombre-Dios que da sentido a nuestra vida y señala un rumbo a la historia.

Es muy común que hoy hablemos de Cristo Rey, a pesar de que Jesús jamás fue rey de pueblo alguno ni ejerció ningún tipo de poder político. Sin embargo, fue condenado a muerte acusado de intentar proclamarse rey de los judíos, violando así la soberanía del emperador romano. Sobre la cruz fue clavada la conocida inscripción «Jesús Nazareno, rey de los judíos», lo que provocó la protesta de los jefes de Jerusalén. Por otra parte, el mismo Jesús se resistió siempre a ser proclamado rey por sus partidarios; más aún, les exigirá a los apóstoles que no sean como los reyes y gobernantes, que hacen sentir su autoridad, sino que se comporten como los servidores de la comunidad.

Por eso, la fiesta de hoy parece más un contrasentido, sobre todo en un momento histórico de democracia y constitucionalidad. Pero el problema era mucho más agudo en tiempos de Jesús, pues las antiguas profecías parecían anunciar que, efectivamente, Dios salvaría a su pueblo mediante un vástago del rey David, estableciéndose así un reino eterno y universal.

El mismo libro de Daniel -primera lectura- consuela a los judíos, que soportaban la dura persecución de Antíoco, con el anuncio de un Hijo del Hombre que sería entronizado por el mismo Dios y a quien servirían todos los pueblos, naciones y lenguas, y cuyo reino jamás sería destruido.

Es así como el evangelista Juan -o su escuela- asume la responsabilidad de encarar el tema de frente y elige como oportunidad para presentar a Jesús como rey una circunstancia muy poco «real» por cierto. Pilato, representante del señor de Roma, le pregunta a Jesús si él es rey, constatando que «tu gente y Ios sumos sacerdotes te han entregado a mí», como queriendo con ello aducir que la pretendida soberanía de Jesús era ilusoria. Jesús, en efecto, le confirma que su reinado es de otro estilo, pues pertenece a otro esquema: «Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos.» Por lo tanto, Jesús es rey, pues «para esto he nacido y para esto he venido al mundo». Pero la palabra «rey» tiene en sus labios un significado completamente distinto. En efecto, para él ser rey significa «dar testimonio de la verdad». Y sus súbditos son quienes escuchan su palabra de verdad. Por lo tanto, Jesús no es el rey que se imagina Pilato; sin embargo, tanto Pilato como la soldadesca proclamaron rey a Jesús. Rey con su corona de espinas sobre el trono de la cruz. «He aquí al hombre... » No viene sobre las nubes del cielo, sino que está prisionero, pronto para la crucifixión. Este es el Jesús Rey...

Fina ironía de Juan. Paradoja del evangelio: a través de la burla y del escarnio, Jesús efectivamente es proclamado rey, al modo de Dios; y la fe lo reconoce como tal. Allí en esa situación de Siervo sufriente, la fe le dobla la rodilla para decirle: «Salud, rey.» Rey es aquel que gobierna los corazones de los súbditos y los gobierna con justicia y paz. Jesús nos trae el gobierno de Dios, y él mismo se somete a la voluntad divina para que nosotros aceptemos esa soberanía. Mas no domina con la fuerza, la coerción o la violencia; Dios se impone por medio de la Verdad. Y Jesús trae la verdad del Padre, por eso su Reino no es de este mundo, mundo de mentira. El suyo es el mundo de los valores eternos y absolutos; el mundo en que cada uno «es» precisamente eso que es, sin agregados ni disimulos. Jesús se impone por su verdad; verdad que no es un gran discurso ni un conjunto de leyes. Su verdad es él mismo, humilde, obediente al Padre, entregado totalmente por la liberación de su pueblo.

Y aquí podemos sacar nuestra primera conclusión: Si Jesús se proclamó rey por ser el testigo fiel de la verdad, de la palabra de Dios -esa palabra que le exige romper con todo esquema de mesianismo político y guerrero-, proclamar hoy a Jesús como rey es -como dice él mismo- «escuchar mi palabra y ponerla en práctica».

No es súbdito de Cristo Rey el que empuña la espada -como Pedro-, sino el que toma su cruz y lo sigue. Cuando Jesús se deja proclamar rey, en realidad está ridiculizando la pretensión de los hombres religiosos de apoderarse del poder y de las riquezas a la sombra de la fe. A partir de este rey coronado de espinas, burlado por los soldados y sentado en una cruz de esclavos, que nadie tome en serio dentro de la Iglesia la pretensión de fundar un reino que domine sobre los hombres, que acumule riquezas o que ni siquiera dé la sensación de fuerza, de autoridad coercitiva, de pompa y de lujo.

El Cristo Rey de la cruz con el cartelito «I.N.R.I.» sobre su cabeza es la vacuna contra la ambición, tentación y pecado capital de la Iglesia. Contemplemos hoy a nuestro Rey y burlémonos con él de la pretensión humana de instaurar una Iglesia que ejerza el poder sobre los pueblos, aliada con la fuerza política o militar. No nos avergoncemos de un Cristo perseguido y muerto por ser testigo de la verdad. «El que es de la verdad, escucha mi voz»: el que con sinceridad de corazón mira al rey divino y acepta su camino de humildad y renuncia, ése es su súbdito fiel.

2. Una paradójica fiesta

Y es el mismo Juan quien en su libro el Apocalipsis -que quizá fue escrito antes que el evangelio-, nos hace descubrir el otro aspecto de la realeza de Cristo. Juan -o quien sea el autor- escribe su libro, como Daniel, cuando las persecuciones hacían estrago en las comunidades cristianas de Oriente. El mismo estaba desterrado en la isla de Patmos, según la tradición. Allí tiene su visión y, antes de narrarla, envía su saludo a todas las comunidades cristianas. No es el saludo de un hombre triste o desesperanzado. Es un saludo lleno de alegría, pues les augura la gracia de Jesucristo, el testigo fiel que «nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios.» A él, pues, rey de reyes, sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos.

Quizá nos pueda extrañar que el mismo Juan de los capítulos 18 y 19 del evangelio, nos hable ahora de este rey de reyes, a quien pertenece el poder y la gloria. Pero la clave nos la da el mismo Juan: también él es testigo de la resurrección de Cristo y de su triunfo sobre la muerte. Y él, Juan, es el principal testigo de cómo Jesús derramó sobre la cruz hasta su última gota de sangre para que fuéramos regenerados. Juan fue el único apóstol que estuvo presente al pie de la cruz y el único que nos narra cómo de su costado abierto por una lanzada manó sangre y agua, los símbolos de los dos sacramentos principales: la eucaristía y el bautismo.

Es así como Juan, el discípulo que cree en Cristo resucitado, no tiene ya temor de proclamarlo rey, pues nos anuncia que su soberanía la ejerce por medio del amor y de la entrega de sí mismo.

Jesús es rey en la cruz, y es también sacerdote, pues se ofrece al Padre. Y nos engendra como pueblo de sacerdotes, pues de la misma forma nosotros hemos de ejercer la realeza de Dios por medio del amor y de nuestra propia entrega. Juan no teme hablar de Cristo rey, pues lo mira desde la cruz y desde la pascua. Cristo es, en efecto, «el primogénito de entre los muertos».

Su poder es el amor que regenera aun a los que lo crucifican; el poder que perdona a sus verdugos; el poder que engendra una nueva raza de hombres. Saquemos, por lo tanto, una segunda conclusión: acerquémonos a los hombres para ejercer sobre ellos la real soberanía del amor.

El orgullo y la gloria del cristiano nacen al pie de la cruz, en el servicio humilde a la comunidad. Somos un reino de sacerdotes, porque todos estamos llamados a ofrecernos totalmente al Padre por la liberación de nuestros hermanos. Somos el reino de Cristo: «Por él, con él y en él» la comunidad dice Sí a la voluntad del Padre.

Al festejar hoy la paradójica fiesta de Cristo rey, celebrémosla en la humildad y en la sencillez; celebrémosla en el silencio de un amor generoso, totalmente volcados al servicio de la humanidad. Nuestro rey viene del cielo: precisamente por eso este día no es un grito de victoria sobre nuestros enemigos. Es solamente el triunfo del amor sobre el odio; de la humildad sobre el orgullo; del servicio fraterno sobre el amor.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 394 ss.


9. ¿UN REY CRUCIFICADO?

La palabra es el vehículo normal de las ideas: nos ayuda, generalmente, a expresar lo que llevamos en el pensamiento, o en el corazón. Pero muchas veces el vehículo se queda pequeño, porque las ideas son demasiado complejas para caber en una palabra. O, incluso, la palabra se nos puede convertir en trampa: cuando la vida ha ido cargándola de un contenido, de un sentido diferente de aquel que, con ella, pretendemos expresar. Y lo peor es que, tantas veces, no encontramos en el vocabulario otra palabra mejor.

Así ocurre con la palabra 'reino' . Jesús la usa mucho; porque la verdad que con ella quiere transmitirnos es importante, central en todo su mensaje. Tan es así, que cuando quiere enseñarnos la manera mejor de dirigirnos al Padre, llega a ponerla como objeto de nuestra oración: 'Venga a nosotros tu reino'.

Con todo, se va notando, a través de todo el Evangelio, que la palabra 'reino' -'Reino de Dios'- no abarca plenamente el concepto que Jesús nos quiere expresar con ella; se le va quedando pequeña. Más aún, notamos que esa inadecuación se convierte en trampa, cuando la gente se pregunta si Él, el propio Jesús, es Rey. Por una parte, ¡claro que lo es!; pero por otra, ¡qué distinto -casi contrario- es lo que Él entiende por Rey, de la idea que esa palabra va despertando en la gente que lo escucha! Por eso llegará incluso a esconderse cuando, tras la multiplicación de los panes, la multitud lo busque para proclamarlo como rey.

Ésa es la razón de que ande poniendo sordina a muchos de sus milagros: tan seguro está de que serán mal interpretados.

El colmo de toda esta situación se produce al final, en la pasión y muerte de Jesús: 'Pilato le dijo: -Con que ¿tú eres rey?. Jesús le contestó: -Tú lo dices: Soy Rey'. Y más tarde, sobre la cruz, aparecerá un letrero: 'Jesús Nazareno, Rey de los judíos' .

¿Un rey maniatado y crucificado? ¿Qué manera de reinar es ésta? Jesús mismo, en dos frases certeras dichas a Pilato, nos da la clave para aclarar este asunto: 'Mi Reino no es de este mundo'. Por eso no se ajusta a nuestras coordenadas y choca, tan de frente, con nuestra mentalidad: supone un cambio profundo, un estilo nuevo de ser.

Es como si dijera: Se equivocan los que quieren que mi Reino avance a golpe de violencia, o de condenaciones, o andan discutiéndome el derecho a vivir con los más pobres, y de morir como los más desgraciados. Se equivocan los que buscan sentarse a mi derecha; cuando aquí lo que importa es ser el último. Se equivocan cuantos pretenden que este Reino sea suyo en exclusiva, olvidando que yo vine para que todos tengan vida. Se equivocan quienes lo buscan por caminos de prestigio, o pretenden comprarlo con el dinero de sus arcas. Se equivocan los que llegan a él cargados de recomendaciones, pero vacíos de buenas obras. Se equivocan los que olvidan que, en mi Reino, la última palabra de la justicia es el perdón, y el mayor título de gloria es el servicio.

Pero también dice Jesús: 'Tú lo dices: Soy Rey'. Mi Reino es diferente, sí; pero es, al mismo tiempo, un reino absoluto.

Por eso, se equivocan todos los que, diciendo que son de los míos, andan hincando también su rodilla ante otros señores, como el oro o la espada.

Se equivocan también los que pretenden que yo reine sólo un día cada semana; o quieren impedirme que salga de los templos para meterme en las fábricas y en los estadios, en las reuniones de los políticos y en los prostíbulos. Se equivocan los que intentan, por cualquier medio, aguar el vino de mi Palabra para quitarle fuerza, para acomodarla a su mediocridad...

Sí. Yo soy el Señor, y no hay otro. Diferente, sí; pero, por eso mismo, el único absoluto. Clavado en una cruz; pero, precisamente desde ella, reinando sobre el mundo.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas
de domingos y fiestas, ciclo B
GRANADA 1993.Pág. 181 s.


10.

-Nuestro Señor.

Dos visiones, las dos primeras lecturas, enmarcan la fiesta de este domingo, último del año litúrgico, fiesta de Jesucristo Rey del Universo, en que confesamos que Jesús es Rey, Señor, Nuestro Señor. Ambas lecturas subrayan hermosamente el señorío de Jesús, su reinado. El profeta Daniel proclama que se le dio el poder, el honor y señorío, y la pleitesía de pueblos, naciones y lenguas. Por su parte, Juan le llama Testigo fiel, Primogénito de entre los mortales, Príncipe de todos los reyes, alfa y omega, el que es, el que era y el que viene, el todopoderoso.

Y es precisamente esa prerrogativa, el que viene, la que subraya la liturgia de este domingo, preludio del adviento, a la espera del Señor que vuelve.

-Jesucristo, Rey.

Prescindiendo de las circunstancias temporales del momento de la creación de esta fiesta, en plena decadencia de las monarquías occidentales, a finales del siglo pasado, hay sobrados motivos para, tras el Concilio, reconvertirla en fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Así se quieren evitar equívocos y ambigüedades, bien conocidas de todos nosotros. Aunque el equívoco viene de lejos. Ya, recién nacido, Herodes quiere matar al nacido en Belén, Rey de los judíos, según la noticia de los Magos. Rey quisieron proclamarle en el desierto los que habían sido saciados en la multiplicación de los panes y peces. Rey lo aclamaban entusiasmados el domingo de Ramos, y Rey de los Judíos sería la causa, el INRI, por el que moriría en la cruz. Pero, a pesar de todos los malentendidos, Jesús es Rey, es el Señor, Nuestro Señor para los cristianos, que así reconocemos a Jesús como único Señor y nos desmarcamos de cualquier sometimiento a ningún otro Señor.

-Mi Reino no es de este mundo.

Jesús, que fue puesto a salvo de la persecución de Herodes, y que supo eludir el fervor de las multitudes que le seguían, no quiso evitar el enfrentamiento con Pilato. Y así, preguntado, respondió con sinceridad que era Rey, aunque sabía que en ello le iba la vida. Pero si estaba dispuesto a morir sin traicionar su misión -para esto he venido-, no estaba dispuesto a que se consumase el malentendido de su mesianismo. Mi Reino no es de este mundo. Jesús no es competidor de ningún rey, su misión no trata de suplantar los modos de hacer de los gobernantes. No va a tratar de imponer su doctrina o su dominio. Simplemente viene para ser testigo de la Verdad. Y la verdad no se impone por la fuerza de las armas ni con violencia o con engaños, se acepta o no amorosamente. Todo el que es de la verdad, o sea, el que ama la verdad y la busca, escucha la voz de Jesús, que es la verdad, el camino y la vida.

-Testigo de La Verdad.

Jesús es rey porque es testigo de la verdad. Pilato, desconcertado, preguntó ¿y qué es la verdad? Pero no esperó la respuesta, se limitó a dejar en el aire la pregunta y condenar a muerte al único que podía haberle respondido. Y la Pregunta de Pilato sigue inquietando a los hombres. ¿Qué es la verdad? En una sociedad libre y pluralista, como la que nos toca vivir, la pregunta es importante. Y por difícil y discutida que sea la respuesta, no podemos vivir de verdad, dando la callada por respuesta. Por eso creemos en la Verdad que es Jesús, que es Dios. Creer no es tener la verdad, es buscarla. Pero no podríamos buscarla si no creyésemos que existe. Eso es la fe, esa especie de intuición, que nosotros llamamos gracias y favor de Dios. Nosotros, creyentes, buscamos la Verdad, porque la Verdad, que es Dios, ya nos ha encontrado en la persona de Jesús. Por eso Jesús es nuestro Señor.

Ante la Verdad reconocida, creída, sólo cabe la obediencia de la fe, la pleitesía del amor, el gozo que nos llena de esperanza en la vida.

-El esplendor de La Verdad.

Como Jesús, también nosotros estamos llamados a ser testigos de la Verdad, sobre todo en un mundo que languidece con tantas mentiras. No somos la verdad, simplemente debemos ser testigos, una especie de resplandor de la Verdad que es Jesús. Tampoco debemos creernos poseedores en exclusiva de la Verdad. La Verdad, que es Dios, brilla para todos, aunque muchos se sientan ofuscados por tanta claridad y prefieren cerrar los ojos por comodidad. Debemos compartir la Verdad, que creemos, escuchando a los otros, que también pueden iluminar nuestra fe. El diálogo entre creyentes y con los no creyentes resulta enriquecedor para todos, aunque sólo sea para no absolutizar nuestra verdad. La única Verdad absoluta es Dios, no lo que nosotros sabemos y creemos de Dios. El que es de la verdad, dice Jesús, escucha mi voz. Y no sólo en la Biblia, no sólo en la Iglesia, sino también en los hermanos, creyentes o no creyentes, pero buscadores todos de la Verdad.

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-Confesamos que Jesús es Nuestro Señor. ¿Estamos a su servicio? ¿Seguimos el Evangelio? ¿O tratamos de acomodarlo a nuestras conveniencias y prejuicios?

-¿Somos testigos de la Verdad? ¿De qué verdad? ¿De la nuestra, de la de nuestro grupo, de la de nuestros intereses... o de la de Jesús? -¿Se nos nota que seguimos a Jesús? ¿Se nos nota demasiado? ¿Somos fanáticos? ¿Somos como el esplendor de la verdad, luz que no deslumbra ni molesta?

-¿Nos creemos en posesión de la verdad? ¿Estamos bien dispuestos a dialogar con creyentes de otras religiones y con no creyentes?

EUCARISTÍA 1994, 54