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HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXXIV
(11-19)

 

11.

UN EXTRAÑO REY

Parece indudable que CRISTO ES REY. Lo dijo El mismo de forma contundente: SOY REY. La afirmación en el momento y en el escenario en los que se pronuncia no deja de resultar sorprendente. Para evitar la sorpresa, Jesús se apresura a afirmar que su reino no es de este mundo.

Quería dejar claro que su Reino, cuya existencia confesaba abiertamente, no tenía nada que ver con el poder, la fuerza, la ideología concreta y terminante y la violencia. Nada de lo que configura el imperio de los que reinan en el mundo tiene cabida en ese singular reino de Jesucristo, según afirma quien dice ser su Cabeza. Está claro que un Rey que ha nacido en un pesebre, que ha pasado treinta años de su vida en el más absoluto de los anonimatos, que se ha lanzado a los polvorientos caminos de su tierra sin tener donde reclinar su cabeza, que tiene como todo tesoro una túnica inconsútil que le será arrebatada, que se ha dejado prender restañando la oreja cortada violentamente por un discípulo suyo que ha cometido un error inaceptable en aquel reino anómalo e irrepetible de su Maestro, no es un Rey cualquiera y no figurará nunca en ninguno de los GOTHA que en el mundo han sido y son.

Hay, en principio, por consiguiente dos cosas claras: que Jesucristo es Rey y que no es como los de este mundo. Y hete aquí que los cristianos, los que por definición formamos parte de ese reino y seguimos a ese Rey, nos hemos equivocado al conocerlo y al presentarlo a los demás. Es natural; para los hombres el Rey manda, dirige, exige vasallaje, es poderoso y no se deja prender, generalmente, sin lucha sangrienta. Y donde digo Rey, digo Presidente o Primer Ministro o el «que más manda», para que nos entendamos. Es lógico que los cristianos, al oir de Jesús que es Rey, hayamos querido que su Reino se perciba en el mundo con unas claras connotaciones de poder y hasta lo hemos conseguido, en algunas épocas, esmeradamente. El resultado ha sido negativo porque nos hemos puesto al lado de Malco, sin darnos cuenta de que Jesús lo desautorizó absolutamente. Y digo que es lógico que los cristianos nos hayamos equivocado porque, no en vano, somos hombres y no nos escapamos de lo que es, posiblemente, la pasión dominante de los hombres: el poder, un poder que se impone con métodos harto expeditivos.

Y sigue Jesucristo hablando de su misión real: he nacido, dice, para ser «testigo de la verdad», advirtiendo que sólo los que sean de la verdad escucharán su Voz. No me extraña que Pilato se quedase de una pieza. Decididamente aquel Hombre es extraordinario: era un Rey sin poder y su única arma era la verdad. La respuesta de Jesús debió ir directamente al corazón de Pilato porque, aunque el Evangelio de hoy no lo dice, su reacción fue fulminante: Y, ¿qué es la verdad?

¿Qué es la verdad? Interesantísima pregunta para orientar la vida de cualquier hombre y no digo nada, de cualquier cristiano. Es posible que la pregunta nos la hayamos formulado alguna vez y que alguna vez nos la hayan formulado.

Es muy sencilla la respuesta: la verdad es curar a los enfermos, comprender a los que caen, consolar a los afligidos, compartir lo que tenemos y lo que somos con los que no tienen y ni siquiera son, elegir el último puesto pudiendo tener el primero, no ir revestido de filacterias ni esperar que nos reverencien por las calles, tener el corazón lleno de paz y limpios los ojos. La verdad es amar al otro como nos amamos a nosotros mismos, arrancar de nosotros la avaricia, la lujuria, la soberbia; la verdad es la sencillez, que no la vulgaridad, la rectitud de intención, la firmeza sin imposición.

Todos sabemos qué es la verdad y qué no es la verdad; todos sabemos que no es verdad afirmar que lo importante es vivir «a tope», caiga quien caiga (cayendo muchas veces nosotros mismos como primeras víctimas de ese estilo); todos sabemos que no es verdad sojuzgar al que no tiene e impedirle que salga de su pobreza económica o social; todos sabemos que no es verdad imponernos fanáticamente con la fuerza; todos sabemos que no es verdad abusar de los débiles o despreciar a los que no saben; todos sabemos que no está la verdad en la guerra, el dolor y la muerte que causamos a los demás por afianzarnos en unas posturas determinadas. Todos sabemos mucho pero nos resistimos a dejar esas posturas que no son la verdad porque no somos de la verdad, aunque sabemos dónde está y en consecuencia, lo advierte Jesús en un momento trascendental de su vida (el momento de la verdad por antonomasia) no escuchamos su VOZ.

Así le va al mundo que, aunque camina siempre hacia adelante, está todavía lejos de la VERDAD que trajo al mundo JESUCRISTO. Quizá si los cristianos, con todos nuestros fallos, nos acercásemos a esa VERDAD sublime que supone encontrarse con Dios, el mundo daría un salto cuantitativo y cualitativo en algo por lo que todos decimos estar interesados, aunque estemos lejos de la Verdad, que los hombres puedan vivir en el mundo, en cualquier parte del mundo, sin temor a ser alguna vez aplastados.

ANA Mª ·CORTÉS
MISA DOMINICAL 1994, 59


12.

-Celebramos a Jesucristo como Rey del universo

Hoy, que ya es el último domingo del año litúrgico, celebramos la fiesta de Jesucristo, Rey del universo. Una fiesta que debemos entender bien para evitar malentendidos. Durante la misma vida de Jesús ya se produjeron estos malentendidos: después de la multiplicación de los panes, por ejemplo, la gente quiere proclamar rey a Jesús para que les siga resolviendo los problemas y así no tengan que afrontar las propias responsabilidades ante el hambre. Y Jesús tiene que huir, convencido de que no le han entendido.

En el evangelio de hoy, los judíos denuncian a Jesús ante Pilato, acusándole de hacerse pasar por rey y de sublevar al pueblo en contra de la autoridad establecida. Y el mismo Jesús que, para no confundir al pueblo había rechazado el título de rey o mesías cuando las multitudes le seguían y le aclamaban, viene ahora y lo reivindica, cuando todo el mundo le ha abandonado y condenado a muerte; porque, en estos momentos, el título de rey parece un escándalo e invita a escoger la incredulidad o bien la fe, pero ya no se pueden producir los malentendidos de antes. Se trata de un Rey sin ejércitos y sin trono, que no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida por los suyos.

-A los cristianos también nos cuesta de entender

Los cristianos tampoco hemos podido evitar estos malentendidos, y durante mucho tiempo, hemos presentado a Jesús como un rey de este mundo que funda su realeza sobre la fuerza, la brillantez de las manifestaciones, el dominio, la influencia política y social; hasta el punto que el Vaticano pone un nuncio en cada estado. Y cuando en nuestros días, los cristianos hemos perdido relevancia en la sociedad, algunos han tenido la impresión de perder algo fundamental de la fe y otros se han decidido por dejar la Iglesia, pues sin el prestigio de otro tiempo, consideran que ahora ya no vale la pena. Hoy, en nuestra sociedad, ser cristiano ya no es ningún honor y, menos todavía, un privilegio. Y por eso, unos pocos trastocan las palabras de Jesús "mi reino no es de este mundo" para desentenderse de los problemas sociales y políticos y buscar una salvación espiritual que llegaría más allá de la muerte, que Dios daría a los que se la hayan ganado con actos religiosos.

-¿ Cuál es el Reino de Jesús?

Preguntémonos, pues, hoy: Jesucristo es Rey, pero ¿cuál es su Reino? Puesto que, de hecho, toda la predicación de Jesús consiste en anunciar el Reino de Dios y proclamar como Buena Noticia que este Reino ya está presente entre nosotros y que un día será realidad, porque Dios nos hará este regalo. Precisamente hoy, en el prefacio, daremos gracias a Dios por el Reino de Jesús, que es "el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz". Y la respuesta no puede ser más sencilla ni más diáfana: todo lo que hay en el mundo, sea donde sea, de verdad o de vida; todo esfuerzo o realidad de justicia, amor y paz, todo ello es el Reino de Dios, todo ello tiene la fuerza y la consistencia de Dios; aunque sean valores vividos en personas no cristianas, pues así nos lo ha revelado el mismo Jesús.

-El Reino aún no ha llegado a su plenitud

Sin embargo, el Reino de Dios aún puede crecer mucho más en medio de nuestro mundo. Por eso, Jesús, el Rey, el Guía, tenía la misión ser testigo de la verdad; y nosotros, sus seguidores, tenemos encomendada la misma misión: ser testigos de la verdad, porque la verdad no se impone por la fuerza, sino que avanza por su atractivo y por su capacidad de convocatoria. Nosotros no somos los propietarios de la verdad (que es universal, que es para todo el mundo), ni podemos hacer con ella la publicidad típica de un producto que está totalmente en nuestras manos, pero sí que podemos ayudar a las personas a buscarla hasta encontrarla. Nosotros somos testigos, ni más ni menos. Nuestra tarea es la de anunciar, proponer, predicar... tal como lo hacía Jesús (y al revés de como lo hacen los poderosos de este mundo): no por la fuerza, sino por la invitación a la libertad; no con la violencia, sino con el amor; no con el engaño del anuncio publicitario, sino con la verdad; no de cualquier modo, sino la justicia; no planteando guerra, sino con la paz; no como hacen los hombres, sino con el estilo de Dios. Un estilo que, de tan humano que es, muchos se piensan que no actúa. Un estilo que hace tan poco ruido que muchos ya no se creen que exista.

En la Eucaristía de hoy, entramos en comunión con Jesucristo, el Rey, el Guía, que se lanzó a la aventura del Reino de Dios hasta la muerte, y que ha experimentado su plenitud en la Resurrección. ¡Pidamos, pues, la fuerza del Espíritu para andar en su totalidad este mismo camino!

JAUME GRANE
MISA DOMINICAL 1994, 15


13.

EL REINO DE CRISTO

Para esto he venido al mundo

Con frecuencia, frases como ésta en que Jesús afirma que su reino "no es de este mundo" han servido para reforzar una visión del cristianismo como una religión que no debe inmiscuirse absolutamente en las cosas de este mundo. En el fondo se piensa que cuanto más entregado vive uno al reino de Cristo, menos se debe comprometer en asuntos políticos, económicos o sociales.

De hecho, es una de las típicas citas que se aportan cuando se desea descalificar o cuestionar intervenciones eclesiales de incómodas repercusiones en el orden socio-político.

Y sin embargo, ni la salvación es algo que sucede sólo en el otro mundo, ni ser cristiano es sólo buscar para sí mismo y para los demás un estado de felicidad con Dios más allá de la muerte.

Ciertamente, el reino de Cristo no pertenece al sistema injusto de este mundo. Jesús no pretende ocupar ningún trono de este mundo apoyándose en la fuerza de las armas. No disputa el poder a ningún rey adversario.

Su realeza tiene otro origen y fundamento completamente distintos. Su reinado no se impone con armas, poder o dinero. Es un reinado que crece desde el amor y la justicia de un Dios Padre de todos. Pero, Jesús es un rey que «ha venido a este mundo», pues este reino de amor y justicia debe crecer ya en medio de los hombres, sus instituciones, sus luchas y sus problemas.

Por eso, Jesús toma siempre muy en serio la realidad de este mundo. No es del mundo, pero ni huye del mundo ni invita a nadie a huir de él. Todo esto no son disquisiciones sin consecuencias. En concreto, Jesús, al no ser del mundo, toma distancias respecto a los distintos grupos influyentes en el pueblo judío, y no emplea nunca las armas, la diplomacia, el dinero, el poder para imponer su reinado a nadie.

Pero, al mismo tiempo, hace de su opción en favor de los marginados y desheredados de esta tierra el signo distintivo de que llega ya el amor y la justicia del reino de Dios a este mundo injusto.

Una iglesia, preocupada por «no ser del mundo» deberá estar atenta a tomar distancia de los poderes influyentes y a no caer en la falsa ilusión de fortalecer el reino de Cristo defendiendo posiciones con diplomacia, poder, dinero o armas. Al mismo tiempo, si quiere «estar en el mundo» como Jesús, deberá escuchar las acertadas palabras de Juan Pablo II a los obispos españoles: «Donde esté el hombre padeciendo dolor, injusticia, pobreza o violencia, allí debe estar la voz de la Iglesia con su vigilante caridad y con la acción de los cristianos».

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 247 s.


14.

1. Cristo no se declara rey hasta que llega el momento de su pasión. Anteriormente, cuando se le había querido hacer rey, Jesús lo había evitado y se había retirado, como si se hubiera tratado de un malentendido (Jn 6,15). Pero ahora, cuando llega el momento de la verdad, cuando se acerca la hora de la cruz, puede y debe manifestarse como el que es: origen (principio) y fin del mundo, como se dice en el Apocalipsis. Los inevitables malentendidos ya no importan ahora: Pilato no comprenderá la esencia de su pretensión de realeza, los judíos la rechazarán. Pero Jesús la mantiene: «Tú lo dices: Soy Rey», porque «he venido al mundo para ser testigo de la verdad». La verdad es el amor del Padre por el mundo, amor que el Hijo representa en su vida, muerte y resurrección. La cruz es la prueba de la verdad de que el Padre ama tanto a su creación que permite esto. Y el letrero, escrito en las tres lenguas del mundo, que Pilato mandó colocar sobre la cruz testimonia sin saberlo esta verdad para todos y cada uno. Ciertamente se puede decir que Jesús, humillado hasta la muerte en la cruz, fue constituido soberano del mundo entero con su resurrección de la muerte. Pero esto es posible únicamente porque había sido elegido para esta realeza desde toda la eternidad, e incluso la poseía desde siempre en cuanto que la creación del mundo jamás habría tenido lugar sin la previsión de su cruz (1 P 1,19-20). Es investido con una dignidad que ya poseía desde siempre.

2. «Su reino no acabará».

La visión de Daniel en la primera lectura muestra en imágenes lo que se dice en el evangelio: el Hijo es investido por el Padre con la dignidad de la realeza eterna en un momento intemporal en el que no se puede distinguir entre el plano de la creación y el de la redención. «Todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron»: esto se dice en la Antigua Alianza, antes de la cruz; lo mismo dice el Apocalipsis del «Cordero degollado».

3. «Yo soy el Alfa y la Omega».

En la segunda lectura es el Señor resucitado -que sigue siendo todavía, en el juicio final, el «traspasado»- el que se designa como el «Todopoderoso», el Rey por excelencia, el «Príncipe de los reyes de la tierra». Pero como él, que se declaró rey ante Pilato, «nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre», nos ha convertido también, a nosotros los redimidos, «en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre»; nos ha convertido en reyes que, al igual que él, somos a la vez «sacerdotes», es decir, que sólo podemos reinar en virtud de un poder espiritual. Aquí no se trata del ministerio eclesial terreno, sino del sacerdocio de todos los verdaderamente creyentes. Cristo como Rey dice de sí mismo: Yo soy «el que es, el que era y el que viene». Su supratemporalidad (el que es) es a la vez el hecho históricamente único de su pasión y muerte (el que era), que como tal adviene siempre a nosotros desde delante, desde la plenitud del tiempo venidero.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 206 s.


15. «¿UN REY O UN POETA?»

«Tú lo dices, yo soy rey. Para eso he nacido y para eso he venido al mundo».

La verdad, Señor, que oyéndote decir esas cosas, y en la situación en que las dijiste, uno se queda anonadado. Porque, reconstruyamos la escena. Allá estabais los dos, frente a frente. Por un lado Pilatos, representante del poder constituido: el César de Roma. Procurador romano, argumento indiscutible de un pueblo guerrero y dominador. Por otro lado Tú, autoproclamándote «rey de los judíos» -descendiente, sí, del reinado de David, una realeza venida a la nada-, pero añadiendo que «tu reino no es de este mundo», ya que, en realidad, no pasas de ser «el hijo del carpintero». Pilatos, que simboliza el derecho y la fuerza, el poderío y la opresión. Y Tú, «cordero que no bala al ser llevado al matadero», y que te propones reinar por la ley de «poner la otra mejilla».

Dime, Señor: «¿Eres un rey, o un poeta? ¿,Acaso un soñador de utopías, un alquimista de reinos fabricados con nubes y con imposibles?» Porque la escena de hoy no es una escena suelta. Es el broche final de todo un mensaje proclamado. En efecto. Tú afirmaste que tu reino se tenía que parecer a «una red de pescar en la que caben toda clase de peces», a «un grano de mostaza que, siendo la semilla más pequeña, se convierte en el más grande de los arbustos», a «un banquete al que son llamados todos, hasta los más desheredados». Dijiste que, en tu Reino, no debe existir otra ley que la del amor. Un amor que lo desmenuzaste bien claramente: «dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo...». Un amor que llegue al perdón supremo -«setenta veces siete, Pedro»- y a la «no violencia» -«mete tu espada en la vaina, Pedro, porque el que a espada mata, a espada muere»-. Un amor, en fin, cuya «mayor demostración consiste en dar la vida por los demás». Como Tú estás a punto de hacerlo, Señor, ahora.

Esa es la descripción que hiciste de «tu Reino». De verdad, no parece de «este mundo». Pero tengo la impresión de que ninguno de los protagonistas de esta mañana te entendió.

No lo hizo Pilatos, que es claro que no lo tomó en serio. Por eso, con mucha ironía, mandará poner sobre tu cruz aquella inscripción: «Jesús nazareno, Rey de los Judíos». No te entendieron los tuyos, los judíos que te entregaron. Ya ves, cayeron en la mayor contradicción: odiando como odiaban al pueblo invasor, antes que aceptar tu Reino, proclamaron públicamente su adhesión al César: «Nosotros no tenemos más rey que el César». ¡Algo de verdad increíble!

Y acaso nosotros, los cristianos de todos los tiempos, tampoco te entendemos. Porque la verdad lisa y llana es que hemos solido andar basculando entre dos extremismos: unas veces «dando al César lo que es de Dios», y otras veces «dando a Dios lo que es del César». Sí. Ha habido épocas en que nos hemos hecho tan temporalistas y terrenos, tan mundanos y mundanizados, tan rendidos al poder, al dinero y a la fuerza, que convertimos el cristianismo en un «reino de este mundo». Otras veces, al revés, asustados por la civilización «laica y secular» que nos ha invadido, preferimos la huida y la evasión a lo «puramente espiritualista». Y no, amigos. «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres... son los gozos, etc., de los discípulos de Cristo». Y si Dios, al encarnarse, entró en la historia de la Humanidad asumiéndola, el cristiano ha de seguir ese modo de «reinar». «¡Venga, pues, a nosotros tu Reino!».

ELVIRA-1.Págs. 194 s.


16.

Frase evangélica: «Tú lo dices, soy rey»

Tema de predicación: LA REALEZA DE JESÚS

1. En este texto del evangelio de Juan se describe la realeza de Jesús, que no descansa en el poder, el dominio o la violencia, sino en vivir la vida con justicia, caridad y plenitud. La aplicación del título de rey a Jesús es ambigua, como puede observarse en los conflictos que provocó la inscripción de la condena a muerte en la cruz de Jesús (INRI), en el origen de la fiesta de Cristo Rey (1925), en el uso beligerante y escasamente cristiano que han hecho algunos grupos violentos y en el mismo concepto de rey. Para los romanos, «rey» era sinónimo de emperador o jefe de Estado con todos los poderes. Para los judíos era el Mesías esperado que habría de humillar a los paganos e instaurar con un golpe de Estado el reino de Israel.

2. La realeza de Jesús responde al proyecto de Dios sobre el hombre y la sociedad. Jesús es llamado rey por Juan Bautista, Natanael y el pueblo. Incluso él mismo acepta el calificativo de rey, pero en un sentido totalmente distinto del de los romanos y judíos. Jesús es rey porque alimenta a los pobres, cura enfermedades, expulsa demonios, implanta la justicia y se entrega hasta el final a la causa del reino. La realeza de Jesús se descubre a partir del reinado de Dios. Practica el servicio y rechaza el dominio y la violencia. Es rey de la «verdad» (comunica vida) y Señor de la «comunidad» (exhala Espíritu). Juan anota doce veces la palabra «rey» en la narración del proceso seguido contra Jesús.

3. El reinado de Dios, proclamado y realizado por Jesús mediante sus acciones y signos, se basa en las bienaventuranzas, al defender y proteger con justicia a débiles, pobres, oprimidos y marginados. Es como sal que sazona, levadura que hace fermentar, luz que ilumina tinieblas, árbol que ofrece cobijo, red que recoge peces, etc. No es un reinado puramente interior, sino social. Produce irritación, rechazos, crucifixión. En su etapa final, es la humanidad redimida.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Qué sentido tiene para nosotros la realeza de Jesús?

¿Queremos que Dios reine sobre nosotros?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 237 s.


17. Debilidad-poder

"Mi reino no es de este mundo":

Acusado ante Pilato, el gobernador romano, de hacerse llamar "rey de los judíos", Jesús confiesa abiertamente que lo es en efecto, pero no sólo de los judíos sino de todos, judíos y gentiles, los que son de verdad y escuchan su voz. Porque él es el "testigo de la verdad", y para eso ha venido al mundo. Sin embargo, dice inmediatamente que "su reino no es de aquí"; esto es, que su reino no es como los reinos de este mundo. Los reinos de este mundo, los estados (si queremos actualizar y generalizar el concepto), son organizaciones políticas de poder. No existe ningún reino, ningún Estado, sin el poder o la capacidad real de promulgar leyes y hacerlas cumplir por los súbditos o ciudadanos. Para lo cual es imprescindible una mínima coacción. Pero este mínimo puede crecer sin moderación ni mesura y, de hecho, se convierte frecuentemente en un maximun y en una tiranía. Porque el poder, todo poder, limita en la práctica sólo con otro poder y de suyo se extiende hasta que otro poder le cierra el paso. Por eso recordaba Jesús a los discípulos que "los que figuran como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen", y les amonestaba diciendo: "No ha de ser así entre vosotros".

El reino de Jesús más que un Estado es un proceso, porque él es reino que esta viniendo. Si bien comienza en este mundo y se establece por la predicación del evangelio y la fe de los creyentes, ninguna de sus realizaciones concretas es aún todo el reino que queda por ver y por venir. También en este sentido el reino de Jesús no es de este mundo, porque lo trasciende y va más allá.

La debilidad contra el poder:

Jesús es la debilidad de Dios contra el poder de los hombres. Jesús es el amor de Dios a los hombres, esa es la debilidad de Dios. Una debilidad que se muestra sobre todo en la debilidad de la cruz, en la que el Padre nos entrega a su propio Hijo y en la que el Hijo da testimonio del Padre. Como testigo del Padre, como testigo del amor de Dios a los hombres, Jesús aparece en la cruz rodeado de espinas, entronizado en un cadalso. Y es aquí donde reina, en la debilidad y desde la debilidad, no desde el poder sino contra el poder de la sinagoga y del imperio, contra todo poder. Jesús no se hace servir sino que sirve. Y para servir a todo el mundo ocupa su lugar, el ultimo lugar del mundo. Su servicio es su fuerza, y su fuerza -"fuerza de Dios para salvar a los creyentes"- es su debilidad. En la cruz y por la cruz de Cristo, el amor de Dios mueve a los creyentes sin coacción alguna.

En nombre de Cristo Rey: Jesús no necesita soldados sino creyentes. A Pedro le mandó guardar la espada. La evangelización no es una conquista, la cruz no es una bandera, Cristo no es rey como los reyes de este mundo sino todo lo contrario. Pero en nombre de Cristo Rey, los cristianos hemos forjado espadas y hemos acuñado monedas, hemos hecho guerras, hemos quemado herejes y a los que parecían serlo... Porque hemos querido que Cristo reinara desde donde él nunca quiso y con métodos que no son los suyos. Lo que hace sospechar que Cristo ha sido un pretexto para defender unos intereses que nada tienen que ver con el evangelio. No se anuncia una buena noticia a punta de lanza. La fe no se impone, y cuando esto se intenta lo que se intenta es realizar otra cosa.

En nombre de Cristo Rey lo único que podemos hacer los cristianos es servir a todos, ocupar el ultimo lugar, identificarnos con los más humildes y humillados de la tierra, construir la fraternidad, dar la vida para que todos tengan vida. Ser testigos y no jueces, y menos aún justicieros. Porque la violencia que padece el reino de Dios no es la violencia de la espada que se vuelve contra los otros, sino la fuerza del amor que nos compromete por entero a nosotros mismos.

Ser cristiano es ser testigo de Cristo y como Cristo. La fuerza de los cristianos, del evangelio que anuncian, es la debilidad del amor contra el poder del egoísmo. Recurrir a otra fuerza que no sea ésta no es una ayuda, sino todo lo contrario. Porque es pasarse al enemigo y traicionar el evangelio. Cuantas veces la iglesia ha querido utilizar el poder para cumplir su misión de evangelizar, ha sido el poder el que ha utilizado a la iglesia contra el evangelio. Es como si Cristo, condenado por la sinagoga y el imperio, se hubiera convertido en imperio y sinagoga para condenar a los pobres y a los mas pequeños.

REVISIÓN

¿Qué diferencias más importantes deberíamos indicar entre el reino de Cristo y los reinos de este mundo?

¿Qué hemos hecho y qué debemos hacer los cristianos en nombre de Cristo Rey? ¿Qué deberíamos hacer? ¿Quizás callarnos por algún tiempo? ¿Cómo debería organizarse la iglesia de Jesús para cumplir su misión? ¿Cuáles son hoy los medios adecuados al evangelio?

¿No es cierto que el llamado nacional-catolicismo persiste todavía en la nueva situación de un Estado desconfesionalizado, aunque sólo sea en algunas formas residuales?, ¿cuáles son estas formas?


18.

1. Ante Jesús, ¿qué digo yo?

Tres veces repite el evangelio que acabamos de leer: "Jesús le contestó". Tres veces, tres respuestas de Jesús ante el gobernador Pilato que actúa de juez (Jesús es el reo y -como todo acusado- le toca responder a las preguntas del juez).

La primera respuesta es -curiosamente- una pregunta: «¿Dices esto por tu cuenta o te lo han dicho otros de mi?". Es una respuesta/pregunta de Jesús a la que quizá nosotros -al escuchar este fragmento evangélico- no hayamos prestado atención pensando que lo importante viene después.

Sin embargo, también es importante. Denota que para Jesús -incluso en ese momento trágico y difícil de su vida- lo decisivo es la persona concreta que tiene delante. Y por eso busca que Pilato no actúe como un títere político que allí no pone ninguna implicación personal, sino como una persona humana interesada por otra persona (aunque una sea el juez y la otra el reo).

También para nosotros va la pregunta de Jesús. Hoy, al celebrar esta fiesta final del año litúrgico, al aclamarle a Él como Rey, ¿lo hacemos y decimos como algo propio y personal, o porque nos lo han dicho otros? Ante Jesús nos hemos de situar cada uno como persona, con nuestras preguntas y respuestas personales. No simplemente como uno más, no sólo como miembros de un colectivo llamado Iglesia.

Jesús nos pregunta a cada uno de nosotros: Eso que dices, eso que afirmas creer, ¿lo dices y crees tú de verdad o simplemente porque te lo han dicho otros y tú lo repites impersonalmente?

2. No nos equivoquemos de rey y de reino

Segunda respuesta de Jesús. Contundente: "Mi reino no es de este mundo". Sin embargo, ¿cuántas veces los cristianos, a través de los tiempos, no hemos olvidado esta negación contundente y hemos confundido el reino de Jesús con algo de este mundo?

¿Cuántas veces no hemos querido instaurarlo, con poder, en este mundo? Un niño, en un programa de televisión, contestaba -también él seguro- a la pregunta sobre qué es un rey, diciendo: "El que manda más". Me parece que hoy los reyes no mandan mucho, pero lo que es muy cierto es que la respuesta del niño no sirve para definir al Rey Jesucristo. Que su reino no es de este mundo significa que no es un rey que mande y tenga poder. Sino un rey que ama y sirve y se entrega. Un rey que busca personas, una a una, para comunicarles -una a una- verdad y vida, santidad y gracia, justicia, amor y paz. Es lo que diremos luego en el prefacio de esta fiesta. Es lo que constituye este extraño reino de Jesús que una y otra vez pedimos en el padrenuestro que venga a nosotros. Este es su reino que no es según los de este mundo. No nos equivoquemos de rey y de reino.

3. ¿Cuál es la verdad de Jesús?

Tercera respuesta. "He venido al mundo para ser testigo de la verdad". ¿Qué significa que el resumen de toda su misión y de su vida sea ser "testigo de la verdad"?

Quiere decir que Jesús, con toda su vida, con sus palabras y sus hechos, con la fidelidad total hasta la muerte que ya está a tocar, nos ha mostrado y comunicado lo que Dios es y quiere; ha mostrado y realizado el camino verdadero de vida para cada hombre y cada mujer, la auténtica realización humana. La "verdad" es el Dios amoroso que Jesús ha revelado; la "verdad" es el camino de llegar a ser auténticamente hombre amando. Ambas revelaciones, -sobre Dios y sobre el hombre- confluyen y se unen y componen la "verdad" de la que Jesús es testigo.

El reino del que Jesús es Rey (guía, líder, constructor) es este: la comunicación de un Dios que es amor para que el hombre sepa amar.

* * *

Termino. Todo cristiano debe ser un apasionado del reino de Jesús. Apasionado en el esfuerzo tenaz por conseguir que todo hombre viva con más verdad y vida, más santidad y gracia, más justicia, amor y paz. Apasionado por todo ello, como apasionado fue y es el Rey Jesús. Aunque sepamos que este reino suyo y nuestro nunca se realizará plenamente en este mundo. Creyendo, esperando, que la plenitud de realización del Reino de Dios está en el futuro, en la culminación de la historia del hombre en la casa del Padre.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1997, 15, 11-12


19. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2003

Dn 7, 13-14: El Hijo del Hombre recibe todo el poder
Salmo responsorial: 92, 1-2. 5
Ap 1, 5-8: Jesús Rey sobre los reyes de la Tierra
Jn 18, 33-37: Tú lo dices: Yo soy Rey

En el relato de la Pasión del cuarto evangelio, se afirma con mucha fuerza que Jesús es el Rey de los judíos. Esta expresión aparece 6 veces y la palabra rey 12 veces. Todo esto en el contexto del juicio ante Pilatos, que es el representante en Palestina del César, Emperador de Roma y Rey del mundo. Cuando Pilatos pregunta a Jesús si él es Rey, Jesús responde sin vacilar: "Sí, como dices, soy Rey"

Jesús define claramente su realeza. Primero negativamente: su Reino no es “de” este mundo. Si fuera de este mundo, su gente habría combatido para que no lo tomaran preso. Positivamente: La realeza de Jesús está en función del Testimonio de la Verdad. La Verdad en el cuarto evangelio es la Revelación del Padre que nos comunica Vida. El mundo, representado por Pilatos, condena a Jesús en cuanto él es Rey de los judíos. Lo hace explícito en la inscripción que puso sobre la cruz.

Hay una contradicción radical entre Jesús Rey y Pilatos representante del Emperador romano rey del mundo. Jesús nunca se llama a sí mismo Rey de los judíos, sino simplemente Rey. La expresión Rey de los judíos es afirmada solamente por Pilatos y su gente.

Es interesante preguntarse: en esta contradicción radical entre Jesús Rey y el César Rey de Roma, ¿cuál es la opción de los dirigentes judíos que han entregado a Jesús? Hay dos frases muy significativas, que por lo demás son verdaderas: "Si sueltas a ése no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César" (19, 12) y "No tenemos más rey que el César" (19, 15). Jesús es verdaderamente Rey y como tal se enfrenta al César. Si Pilatos suelta a Jesús realmente Pilato no es amigo del César. Los dirigentes judíos al rechazar a Jesús declaran explícitamente que no tienen otro Rey que el César. Han optado por el Rey César contra el Rey Jesús. La opción por el César o la opción por Jesús resultan opciones históricas incompatibles

La conclusión de lo anterior es que la realeza de Jesús no es de otro mundo, no está fuera del mundo, y no puede por tanto ser espiritualizada. La confrontación entre Jesús y el César es histórica, lo que obliga a los dirigentes judíos a una opción: o por Jesús o por el Cesar. Como rechazan a Jesús, optan públicamente por el César. La realeza de Jesús es histórica, porque es real “en” este mundo, aunque de deja claro que no es “de” este mundo. Esta situación de “estar en el mundo sin ser del mundo”, ya apareció en la oración de Jesús en el capítulo 17. Jesús no pide al Padre que saque a sus discípulos del mundo, sino que los guarde del mal. Jesús los envía al mundo, les exige estar en el mundo, sin ser del mundo. El Reino de Jesús también está en el mundo, aunque no es del mundo. Jesús es Rey en este mundo, pero no pertenece al mundo. Tenemos que dar testimonio de la Verdad en el mundo, contra la verdad de este mundo. El mundo es malo, pero es en este mundo que tenemos que dar testimonio de la Verdad.

También hoy en actualidad nosotros estamos en el mundo, compramos y vendemos, vivimos en esta realidad del mercado global, y utilizamos los avances científicos y la tecnología que este mercado nos ofrece. Pero no queremos participar del 'espíritu' de este mundo del mercado idolatrado: rechazamos la cultura, la ética y la espiritualidad del mercado. Estamos en el mundo del mercado, pero vivimos una resistencia cultural, ética y espiritual al interior del mundo del mercado. Estamos en el mundo, sin ser del mundo. Así la realeza de Jesús, sin ser del mundo, está activa y es significativa en el mundo.

En el texto de Daniel que leemos hoy ya se anuncia la realeza de Cristo. En la visión de Daniel aparece el Hijo del Hombre en las nubes del cielo, recibe de Dios imperio, honor y reino. Todos los pueblos y naciones le adoran. Su imperio es eterno y su reino no pasará jamás. Esta figura humana, llamada Hijo del Hombre, está en oposición a las bestias. Aparecen 4 bestias que representan a los 4 imperios que han oprimido y oprimen al Pueblo de Dios (7, 1-8). Si las bestias representan los imperios, la figura humana representa al pueblo de los santos del Altísimo. El Hijo del Hombre es una figura colectiva. Las bestias son destruidas y el Hijo del Hombre recibe todo el poder y el imperio.

En el Evangelio de Juan Pilato representa a la bestia romana y Jesús Rey es el Hijo del Hombre, que representa a todos los santos que no adoran a la bestia. Pilatos mismo dice refiriéndose a Jesús: "Aquí tienen al Hombre". Es el Hijo del Hombre que reina, pero con la corona de espinas que la han puesto sobre la cabeza los soldados de la bestia.

En el Apocalipsis de Juan, éste saluda a la comunidad del parte de Jesús: el Mesías, el Testigo fiel, el primer nacido de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. Para una comunidad perseguida es importante confesar a Jesús como Mesías, como Mártir (Testigo), como el primero que ha resucitado (lo que anuncia que todos resucitarán) y con aquel que tiene poder sobre todos los reyes de la tierra. La comunidad responde a partir de su propia experiencia, la que ellos han tenido de Jesús: al que nos ama, al que nos ha liberado con su sangre, el que ha hecho de nosotros un Reino, sacerdotes para Dios. Todo el Pueblo de Dios participa de la realeza de Jesús y es un Pueblo de Sacerdotes.

Para la revisión de vida
Si soy hombre o mujer moderno, y no me considero vasayo ni creo en la monarquía, más que como Rey, ¿tengo a Jesús como compañero histórico, punto de referencia capital, luz asumida para mi vida, hermano mayor, experiencia fundamental para la autocomprensión y orientación de mi existencia? ¿Qué otros títulos puedo otorgarle a Jesús, más expresivos para mí que el título de Rey?

Para la reunión de grupo
-A pesar de lo que contestó a Pilatos, Jesús no quería ser Rey, y de hecho huyó cuando le quisieron nombrar rey. Proclamando a Cristo como Rey muchas veces lo que se quería proclamar era la supremacía de una religión, o la reclamación de privilegios por parte de la autoridad civil. Todavía peor, la aclamación de Cristo Rey por parte de las derechas y de los poderes económicos en las sociedades injustas venía a servir de legitimación de la injusticia. Profundizar en el grupo en estos aspectos negativos que, de hecho, ha tenido en la historia esta proclamada realeza de "Cristo Rey".
-Jesús habló y se desvivió por el Reino (de Dios), a cuyo advenimiento se entregó incondicionalmente. Convertirlo en Rey a él, fue de hecho para muchos una forma de olvidar precisamente la Causa de Jesús. El predicador del Reino fue convertido él mismo en Rey y se olvidó el Reino de Dios que él había anunciado. Comentar esta paradoja.
-¿Es legítima una reinterpretación de este título y de esta fiesta? ¿Se puede pensar que un título mucho más adecuadamente expresado que el de "Rey" sería el de "luchador por la Causa del Reino"? Pros y contras.

Para la oración de los fieles
-Por la Iglesia de Jesús, para que siga siempre los pasos de aquél no vino a ser servido sino a servir, roguemos al Señor…
-Por todos los que ejercen poder y autoridad en este mundo, para que, como quería Jesús, acepten el poder como la herramienta que permite un servicio más universal y más eficaz, roguemos al Señor…
-Por las religiones que -como en otro tiempo el catolicismo- todavía hoy pretenden estados confesionales, santas cruzadas o repúblicas religiosas, en las que una religión impone a la sociedad la "realeza" de un Dios intolerante y uniformizador: para que comprendan que Dios es amor y pluralidad, y que está contra toda manipulación de su nombre, roguemos al Señor…
-Para que Jesús, el que "pasó haciendo el bien" y "se humilló pasando por uno de tantos" sea nuestro modelo, nuestro guía y -en ese sentido, sí- nuestro rey y nuestra fuerza en la "militancia" por el Reino de Dios, roguemos al Señor…
-Para que los cristianos, y especialmente los teólogos, entremos cada vez más en el nuevo paradigma del diálogo de las religiones, para que siempre sospechemos desconfiadamente de todo planteamiento cristocéntrico que venga a reducirse de hecho en un planteamiento eclesiocéntrico, roguemos al Señor…

Oración comunitaria
Dios nuestro y de todos los pueblos, Tú que, de un modo u otro, esperas a la Humanidad revestido de todos los nombres, tras todas las religiones, en todas las experiencias religiosas; haznos comprender que Jesús nunca quiso encomendarnos una evangelización que sometiera a los pueblos ni que arrancara culturas ni religiones, sino un diálogo que promoviera el Amor y la Justicia, la Verdad generosa y la Vida para todos y todas. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo, nuestro hermano mayor.