23 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO
1-7

 

1.SALVACION/MEDIACION   I/SACRAMENTO

La salvación pasa a través de lo que podríamos denominar la mediación, esto es, a través de los mismos hombres. No hay nada que objetar a esta realidad. Dios lo quiere así. Lo cierto es que no se trata de una pretendida arbitrariedad de Dios. Es la manera más adaptada a nuestra manera de ser. La revelación implica el gran misterio de la acomodación de Dios a nosotros. Se ha mostrado a través de hechos y palabras que podemos captar y en un torrente de amor, el mismo Verbo se ha hecho hombre. Esta realidad encarnatoria prosigue en la Iglesia, sacramento visible de la salvación.

PAPA/PEDRO: La figura de Pedro es hoy destacada en la línea de fundamentar la Iglesia. Una realidad importante que confiere solidez a la fe. Y que otorga eficacia a la sacramentalidad santificadora. Un domingo para valorar el ministerio de Pedro que realiza su sucesor, el Papa.

-La encuesta sobre la fe

Nuestro tiempo se caracteriza por las encuestas en los medios de comunicación. La pregunta y la respuesta siempre han sido y continúan siendo realidades vivas e importantes. Hay preguntas profundas y vitales. Y respuestas que también pueden serlo. Jesús pregunta hoy a los apóstoles sobre lo que la gente opina de él. Las respuestas denotan una comprensión parcial. Se sitúan únicamente en el reconocimiento de su profetismo. Pero escapan a una justa comprensión de la personalidad de Jesús. Este sondeo tuvo la intención de preparar una pregunta personal y directa a los discípulos. Ahora tienen que definirse. "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Pedro, el primero de los apóstoles, responderá por todos: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".

La pregunta nos la dirige Jesús muchas veces: ¿Quién soy yo? ¿Por quién me tienes? ¿Qué importancia tengo en tu vida? Nuestra respuesta también tiene que ser rápida, sincera y osada: Tú eres la esperanza máxima, tú eres el Hijo de Dios encarnado para salvarnos. Hemos de dar nuestra respuesta comprometida a Cristo Salvador, el Buen Pastor que da la vida por las ovejas, al Amigo que da la vida por sus amigos. ¡Qué paz responder con sinceridad al Señor y reconocerlo como primero y único en la vida!

-El don de la fe de Pedro

La fe de Pedro es grande. Jesús la alaba. Pero, no es un mérito del apóstol, sino un don de Dios. "Eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo". El don siempre precede. ¿Qué ha hecho Pedro? Pedro ha cooperado, se ha abierto a la gracia de Dios.

Las palabras de Jesús adquieren un tono trascendente e impresionante: "Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia". Sobre Pedro creyente se construirá el edificio de la comunidad cristiana. Sobre su fe firme se podrá levantar la casa de Dios. Pedro será el hombre de las llaves, el que tiene un poder sagrado. Poder referido a la santificación de los hermanos. El atar y desatar son prerrogativas importantísimas destinadas a la vertebración y la comunión del pueblo de Dios.

Pedro será el fundamento visible de esta comunión y dará firmeza a la Iglesia. Todo eso prosigue en la sucesión apostólica. La tarea de Pedro es importantísima para la Iglesia. La cumple, en la sucesión, el Papa. A través de este ministerio se mantiene viva la predicación evangélica y el testimonio de amor que corresponde siempre a la Iglesia. ¡Agradezcamos el don de Pedro! ¡Valoremos el papel de su sucesor! Y de una manera muy concreta: venerando su persona, acogiendo su ministerio y siendo diligentes en su enseñanza. Recordemos que el Papa, como demuestra el actual con sus actitudes y viajes, tiene la tarea de animar a la Iglesia y hacer de ella una verdadera comunión. Por eso mismo, pensar hoy en Pedro es ser conscientes que somos Iglesia apostólica, fundamentada sobre el colegio apostólico presidido por el Papa.

-Admiración religiosa

La Palabra de Dios siempre provoca nuestra admiración. "¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento el de Dios!", ha dicho san Pablo. Siempre que repasamos sus palabras y sus gestos aparece la inmensidad de su misterio. Nos damos cuenta de su manera clara y amorosa de proceder. No lo comprendemos todo, evidentemente, pero le tenemos una confianza absoluta, porque sabemos que todo sucede para nuestro bien. Este domingo de agosto es una buena ocasión, al escuchar las lecturas, para recordar la importancia de nuestra fe y de nuestra vida en la Iglesia. Una oportunidad para agradecer los dones que el Señor nos otorga en abundancia. Reconozcamos que su misericordia es eterna. Pidámosle que concluya su obra. Y oremos de una manera especial por el Papa Juan Pablo II: que el Señor le asista siempre en el papel que le ha confiado. Oremos para que todos, unidos al Papa y a los obispos, vivamos una verdadera comunión que sea signo elocuente para todos los hermanos del mundo. Y, como Pedro, digamos a Cristo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

J. GUITERAS
MISA DOMINICAL 1990/16


2. FE/APOSTOLICA.

Podríamos imaginarnos hoy que Jesús nos hace la misma pregunta que hizo a Pedro y a los demás apóstoles: ¿QUIÉN DICE LA GENTE QUE SOY YO? Y, ante esta pregunta, nosotros podríamos responder cosas semejantes a las que respondieron aquellos discípulos: mucha gente piensa que Jesús era un gran hombre, alguien que supo andar por el mundo haciendo el bien y predicando la justicia y la fraternidad, un profeta importante, que llegó incluso hasta dar la vida por sus ideales.

Y entonces, después de esta pregunta, Jesús nos podría hacer la misma que les hizo a ellos, a los discípulos: "Y VOSOTROS, ¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?". Y nosotros, cristianos, ¿quién decimos que es Jesús? ¿Quién es Jesús para nosotros, para nuestra vida personal, para nuestra vida colectiva? ¿Qué responderíamos si alguien que quisiera conocer nuestra fe y se interesara por ella nos lo preguntase? Deberíamos hoy, o alguno de estos días de fin de verano, buscar algún rato para pensar en ello, para volver a decirnos cuál es nuestro testimonio sobre JC.

Ya hemos oído la respuesta de Pedro. Él -debía ser el más decidido de los doce, el más apasionado por aquel Maestro con quien iban-, así de golpe, sin pensarlo mucho, habla en nombre de todos y se siente llamado a manifestar una fe en Jesús clara, definitiva, con unas palabras que quizás no sabía muy bien qué querían decir profundamente, pero que sí dejaban claro algo que tanto Pedro como los demás discípulos que Pedro representaba llevaban muy a flor de piel: QUE SE SENTÍAN UNIDOS PARA SIEMPRE A JESÚS, que lo reconocían como aquel de quien se veían capaces de fiarse ocurriera lo que ocurriera, que encontraban en lo que él decía y hacía, en su vida entera, la presencia de la salvación de Dios, que veían en él, en Jesús, aquel que podía llevar a término sus esperanzas y anhelos. "Tú eres, dice Pedro, el Mesías, el Hijo de Dios vivo".

Esta fe de Pedro quiere ser también la nuestra. EN SU FE, EN LA FE QUE PEDRO MANIFIESTA, SE FUNDAMENTA NUESTRA FE. Por lo que el propio Jesús le dijo: porque aquella profesión de fe, aquella afirmación de confianza en Jesús, no le salió sólo como fruto de su experiencia, no fue sólo el resultado de su capacidad de observación o de su inteligencia, sino que fue bastante más que esto. Fue UNA SEMILLA QUE EL PADRE HABÍA PLANTADO EN ÉL, una semilla que debía crecer, que se debía extender a todas partes, que debía llegar también hasta nosotros.

La fe de Pedro, la fe que el Padre plantó en el corazón de aquel apóstol fogoso, es el modelo de la fe de todo cristiano. Todos nosotros hemos recibido la fe de aquellos hombres que seguían a Jesús por Palestina y que se ilusionaban con sus palabras y sentían que en él había una fuerza y una esperanza que les ensanchaba el alma. LA FE DE AQUELLOS HOMBRES ES UNA PIEDRA, UNA ROCA DURA Y FIRME SOBRE LA QUE HA PODIDO EDIFICARSE y aguantar a pesar de todo esta comunidad de seguidores que es la Iglesia. Sobre esta piedra, sobre la roca firme de la fe de Pedro, ha llegado hasta nosotros este anuncio gozoso: Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús es para nosotros aquel que puede llenar de esperanza y de vida nuestro camino cotidiano. Jesús es aquel que hace presente, a cada paso de nuestra existencia, todo ese inmenso don de gozo y de amor y de paz que es Dios.

Sintamos hoy la alegría de ser miembros de esta Iglesia fundamentada en la fe de los apóstoles que Pedro ha confesado. Bastante lo sabemos que nuestra Iglesia está llena de infidelidad y de pecados. Que a menudo ha traicionado -hemos traicionado entre todos- la fe viva que profesa y que le une. Pero al mismo tiempo, y con el deseo de trabajar tanto como sea necesario para purificarla, repitamos una vez más las palabras del credo: "La Iglesia que es una, santa, católica y apostólica". UNA IGLESIA SANTA, UNIVERSAL, APOSTÓLICA, PORQUE TIENE DENTRO DE SI AL ESPÍRITU DE JC, que le mantiene viva aquella fe que los apóstoles vivieron y que nos han hecho llegar hasta nosotros. Y entonces, cuando cada domingo, en la oración eucarística decimos el nombre de nuestro papa N y de nuestro obispo N, entendámoslo y vivámoslo como la repetición de aquellos signos, de aquellos eslabones de la cadena que nos une con los apóstoles y, por los apóstoles, con JC. Y todo ello, porque también desde nosotros, desde nuestra vida cotidiana, llegue a más hombres y mujeres, a nuestros compañeros y amigos, a la gente que conocemos y no lo comparten, la misma gozosa noticia de la fe que nos ha llegado a nosotros.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1978/16


3. J/MESIAS   J/SEÑOR.

Es interesante ver cómo el momento culminante en la narración de la vida pública de JC, tal como nos es presentada por los evangelios sinópticos,, es el momento de la pregunta. Más aún, es el mismo JC quien provoca la pregunta: "¿Quién dice la gente...? Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Creo que ninguno de nosotros puede evitar la pregunta. Creo que nos equivocaríamos si quisiéramos responder sin plantearnos muy seriamente la pregunta. NO HAY RESPUESTAS SIN PREGUNTAS: una respuesta que se da sin que haya pregunta, apenas sirve para nada. La causa de que a veces la fe de los cristianos tenga tan poca fuerza, ¿no será porque no nos hemos hecho con seriedad la pregunta: Jesús, ¿quién eres? Decía que en los evangelios la pregunta es el momento culminante de la predicación de JC. Ello significa que hasta llegar a la pregunta hay UN CAMINO PREVIO. Un camino de ir conociendo a JC, de escuchar su Palabra, de dejar que su Buena Noticia penetre en nosotros. Es entonces cuando llega el momento de la pregunta: Jesús, ¿quién eres? ES JC QUIEN PREGUNTA a quienes van con él. No significará esto que también a nosotros, ahora JC nos plantea la misma pregunta? DEJÉMONOS INTERROGAR. Dejemos que JC nos pregunte: "Vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Y no nos apresuremos a responder con palabras oídas, con palabras de la gente. La respuesta debe ser muy nuestra. La pregunta es personal e intransferible. No sirve responder: Dicen que eres... Me han enseñado que eres... No. Como Pedro, también nosotros debemos responder por iniciativa propia. Con lo que es carne y hueso de nuestra fe.

Pero evidentemente, si es importante la pregunta, lo es sobre todo porque ESPERA RESPUESTA. Ser cristiano no es sólo preguntarse quién es JC. Ni es ser cristiano dar cualquier respuesta. SER CRISTIANO ES dar la respuesta que dio Pedro, la respuesta de los apóstoles. La respuesta de la Iglesia. Por ello Pedro es la piedra sobre la que se edifica la Iglesia de JC: porque su respuesta formula la fe de los cristianos. ¿Cuál es la respuesta de Pedro, la respuesta cristiana? TU ERES EL MESÍAS. Es decir, yo creo que TU ERES LA RESPUESTA a la pregunta más honda que hay en el hombre. Tú eres la respuesta a la gran esperanza en la posibilidad de un Reino de fraternidad, de vida, de amor, de justicia, de bien, de verdad. Es lo que los primeros cristianos afirmarán al decir que JC es el Señor, el Hijo de Dios.

La respuesta de Pedro, ¿ES NUESTRA RESPUESTA? Ciertamente lo es en las palabras. Quizá diríamos que J. es el Cristo (que es lo mismo que decir que es el Mesías), que es el Hijo de Dios, que es el mismo Dios... Pero si la pregunta -como decíamos antes- J. nos la dirige a lo más hondo de nuestra vida, de poco servirá responder sólo con palabras. Por más exactas que sean estas palabras.

La respuesta debe ser -sobre todo- de vida. UNA RESPUESTA VIVIDA. De lo que se trata es de que J. sea realmente para nosotros el camino del Reino de Dios. Que J. sea realmente nuestro Señor, nuestro criterio, nuestro guía. Que realmente queramos vivir según su Palabra.

Con la confesión de Pedro se inicia la historia de la Iglesia, la historia de los cristianos. Un camino que es gracia del Padre, que es ir continuando la tarea de JC en nuestro mundo. Un camino que no se construye con palabras, sino con hechos. FE DE HECHOS, NO DE PALABRAS.

Y así terminamos. J. nos pregunta: "¿Quién decís que soy yo?". Y espera hallar respuesta en nuestra vida. Por ello, ahora, nosotros, después de afirmar esta fe, le pediremos que sepamos vivir según esta fe. Y también daremos gracias al Padre, ¿cómo no hacerlo si es lo más valioso que tenemos? Y todo ello se expresará en nuestro comulgar con Jesús, el Mesías, nuestro Señor.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1975/16


4.

-¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?: En aquel tiempo la gente se hacía preguntas sobre Jesús. No espontáneamente, claro está, sino porque Jesús asombraba a la gente con lo que hacía y con lo que decía. Y en este sentido podemos ver ya una primera interpelación de Jesús a todos en general y una primera respuesta de todos en general, es decir, una opinión de la gente o lo que "se decía" sobre Jesús: que era Juan Bautista redivivo, o Elías, o Jeremías o uno de los profetas.

La gente sigue hoy tratando de responder a las preguntas que se hace sobre Jesús de Nazaret. Y unos dicen que no fue en absoluto; vamos, que ni siquiera existió y que toda esa historia es un cuento. Otros aseguran que fue una "figura" y un genio religioso.

Algunos, que un revolucionario. Y no faltan quienes siguen diciendo que es el Hijo de Dios. Pero lo que "se decía" o lo que "se dice" sobre Jesús no compromete a nadie de verdad, entre otras razones porque en este caso nadie responde como persona sino como responde la gente. Además -y esto va unido con lo anterior- porque uno todavía no se siente requerido a responder a la pregunta que Jesús le hace sino sólo a la pregunta que uno puede hacerse sobre Jesús, de modo que en este supuesto siempre puede echar mano a lo que suele decirse por ahí sobre el asunto.

Cuando los discípulos de Jesús refieren en Cesarea lo que decía la gente, aún no responden a Jesús como creyentes. Se limitan a ser portadores de la opinión más o menos difundida y cuentan lo que se decía de su Maestro, sin que esto sea en absoluto su respuesta personal. También hoy podemos quedarnos nosotros a ese nivel, que es propio de los cristianos convencionales, y sin dar el paso a la responsabilidad de la auténtica fe.

-"Y vosotros, ¿quién decís que soy yo"?: Jesús no hizo ningún comentario a lo que decía la gente. Pero inmediatamente, dirigiendo la pregunta a sus discípulos, a los que él había llamado a su presencia y a su seguimiento, les dijo: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". De manera que los discípulos quedaban ya comprometidos, sin poder eludir la respuesta, sin poder recurrir a lo que decía la gente. Ellos, Pedro, Juan, Andrés... cada uno en persona, había sido puesto de pronto en responsabilidad. Esta es la situación de la fe, una situación que pone a la persona al descubierto ante la palabra de Jesús que es el que interroga a sus discípulos.

Hoy debemos escuchar nosotros la misma pregunta de Jesús. Conscientes de que no somos nosotros quienes nos hacemos esa pregunta y, menos aún, quienes preguntemos a Jesús, sino que es él quien nos interroga y nos compromete sin que nos sea posible soslayar la respuesta por más tiempo. La fe es responsabilidad, nunca convencionalismo y rutina. Es encuentro con Jesús que nos llama a su presencia y a su seguimiento, nunca un subterfugio para perderse en la falsa seguridad de un grupo o de una masa. Aunque es también comunión, pero esto tiene que ver muy poco con el colectivismo y mucho con la corresponsabilidad.

-"Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios": Simón, el hijo de Jonás, tomó la palabra y dijo a Jesús el hijo de María: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios". Simón tomó la palabra y asumió la responsabilidad. Simón no confesó lo que decía la gente, sino lo que el Padre le revelaba. Por eso recibió un nombre, en adelante se llamaría Pedro, y le fue encomendada una misión.

El que responde a la pregunta de Jesús a la manera de Simón, recibe como Pedro una misión que cumplir en el mundo y en la iglesia. Es en adelante un creyente, un testigo, y, por lo tanto, un enviado. Es ya una persona en la historia de la salvación. Y sabemos que esa historia no la hace la gente, o la naturaleza, sino las personas. Claro está, los que han sido constituidos como tales por la palabra de Dios y han asumido la responsabilidad a la que han sido llamados. Aun así, es claro que Dios, que ha creado al hombre sin el hombre, no lo salvará sin su responsabilidad.

EUCARISTÍA 1978/40


5. J/QUIEN-ES

-Y nosotros, ¿quién decimos que es Jesús? Llevamos ya dos domingos hablando de la fe. ¿Os acordáis? En la historia de la barca que no avanza por el viento contrario, y en la historia de la mujer extranjera que a base de insistir logra la curación de su hija. Y hoy de nuevo, de un modo especialmente solemne, volvemos a hablar de la fe. "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?", pregunta Jesús a los apóstoles. Y nosotros, ¿quién decimos que es Jesús? ¿Por qué nos llamamos seguidores suyos? ¿Cuál es nuestra fe?

-La fe en el Mesías, el Hijo de Dios vivo

La respuesta que hemos escuchado en el evangelio es también la nuestra: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Si nos contamos en el número de los cristianos, si estamos aquí reunidos, es porque nuestra respuesta a la pregunta de Jesús ha sido también ésta: el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

Sí, ésta es nuestra fe. Nosotros creemos que JESÚS ES EL MESÍAS. MESIAS/SENTIDO: Mesías significa guía, significa líder. Mesías es el nombre que el pueblo de Israel daba al hombre enviado por Dios que algún día iba a venir para conducir a su pueblo hacia una vida plena, hacia una situación renovada de libertad y de justicia. Y nosotros creemos que Jesús es precisamente este Mesías esperado. Porque él, con su palabra, con su forma de vida, con el camino que emprendió, con su persona entera, muestra por dónde hay que ir para que la vida merezca la pena, para que se realicen las esperanzas de vida que los hombres llevamos dentro. Su vida es, verdaderamente, la vida que realiza las aspiraciones más profundas, más auténticas del ser hombre. Y por eso, para ser verdaderamente hombre es necesario vivir como él. Por eso le reconocemos como Mesías, como Guía.

Jesús es el Mesías. Y JESÚS ES EL HIJO DE DIOS VIVO. No, no se trata de dos cosas distintas, sino de dos cosas que se complementan. Porque si Jesús pudo vivir tan perfectamente, tan profundamente, la vida humana, fue porque en él estaba el propio Dios. Porque en él estaba plenamente la presencia y la fuerza de Dios. Dios, el Hijo de Dios, viviendo nuestra vida, nos abrió el camino para que la pudiésemos vivir nosotros hasta el fondo, de un modo que mereciese la pena. Y por eso lo reconocemos ahora como Guía, y lo reconocemos como presencia plena de Dios entre nosotros. Y decimos que, apoyándonos y fundamentándonos en él -como la mujer extranjera del domingo pasado, y como los discípulos de la barca del otro domingo -somos capaces de avanzar.

-La fe que profesa el hombre que dudaba

Aún podríamos fijarnos brevemente en un par de nuevos aspectos del evangelio de hoy. El primero de ellos es el hecho de que el que realiza esa profesión de fe, el que es capaz de reconocer públicamente a Jesús como Mesías, como Hijo del Dios vivo, es precisamente Pedro, el apóstol que hace dos semanas se hundía en el agua y recibía la advertencia de Jesús: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?" Pedro, el discípulo de la poca fe, es el que se encuentra hoy en sus labios la afirmación fundamental de la fe en Jesús. Y eso nos enseña que el reconocimiento de Jesús no es producto, ni en Pedro ni en nosotros ni en nadie, de nuestras capacidades de discernimiento, ni de nuestro acierto en la vida. A todos, a Pedro y a nosotros, dice Jesús, "no nos lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino el Padre que está en el cielo".

Lo cual implica que nadie puede creerse mejor que los demás por el hecho de ser cristiano, ni nadie puede pensar que los que no comparten nuestra fe son malos y están condenados. Nosotros, desde luego, debemos ser testigos de la fe- si la fe es algo valioso para nosotros, ¡evidentemente que querremos ser testigos de ella!-, pero eso sin considerarnos los mejores y sin pensar que los que no la aceptan son malos.

-El nuevo pueblo edificado sobre esta fe

Y por fin, un último aspecto que se destaca en el evangelio de hoy. Se trata de que sobre la fe en Jesús como Mesías Hijo de Dios, sobre la fe que Pedro ha profesado, sobre la roca firme que es el propio Jesús, se edifica, crece, se fundamenta, el nuevo pueblo que Dios ha escogido para sí, la Iglesia.

¿Qué significa eso para nosotros? Significa, en primer lugar, que debemos dar gracias por pertenecer al grupo de los que el Padre ha reunido en la fe y en el reconocimiento de Jesús como Mesías. Los que, como recordaba el concilio Vaticano II, formamos de un modo especial "la familia de Dios". Pero al mismo tiempo significa también una gran responsabilidad.

Porque si no viviéramos según esa fe (si no nos esforzáramos en vivir según el camino que Jesús ha abierto), seríamos unos hipócritas indignos del nombre cristiano. Y del mismo modo, si la Iglesia entera no es capaz de ofrecer ante el mundo un rostro que transparente esa fe en la que se funda, si ese rostro quedara velado por cosas secundarias o incluso por infidelidades al Evangelio, no realizaría aquello por lo que Jesucristo la instituyó: para ser el nuevo pueblo que se construye sobre la fe en él como Mesías Hijo de Dios. Que Jesús, nuestro Guía, nos dé fuerza en el camino de la fidelidad.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1981/03


6.

1. Un texto clave

Estamos ante un texto clave de los evangelios sinópticos. Es como el final de una parte de la actividad de Jesús y el comienzo de otra más decisiva; una especie de línea divisoria. Jesús va a ser reconocido Mesías por Pedro, portavoz de los discípulos. Pero el mesianismo de éstos no coincide con el de Jesús, como veremos en el capítulo siguiente. En estas distintas perspectivas tiene lugar el choque entre la verdadera fe y la incredulidad: los discípulos buscan el éxito, la espectacularidad, el triunfo humano... Jesús es consciente de caminar hacia el fracaso humano de la muerte en cruz. Un tema que sigue siendo, lamentablemente, muy actual entre los cristianos, ávidos de grandezas.

Lucas nos presenta a Jesús en oración, como suele hacer sobre todo en los momentos cruciales de su vida. Esas horas en las que Jesús se recogía para encontrarse con el Padre y revisar su actividad, consolidar su propia identidad y su misión en el mundo. Solamente quien ha buscado, en la profundidad de su propio ser, el sentido de la propia vida en Dios es capaz de formularse preguntas decisivas a sí mismo y a su entorno. Orando encontró el criterio de Dios, tan distinto y hasta opuesto al criterio de los hombres. Todos han crecido en experiencia, en conocimiento de lo que es y necesita la sociedad palestinense, en sabiduría para interpretar correctamente las Escrituras, en capacidad revolucionaria animada por el Dios de los profetas... Pero no pueden estancarse, tienen que mirar hacia adelante desde un análisis lo más correcto posible de lo que ya pasó. Detenerse para una revisión así es, casi espontáneamente, ponerse en actitud de oración. Los discípulos han captado algo del fondo de la misión de Jesús, pero no acaban de entender. No han rezado. Jesús ve más que ellos y parece que no está contento de cómo van las cosas.

Mateo y Marcos sitúan la escena en Cesarea de Felipe, región básicamente pagana, donde hablar de mesianismo no implicaba las connotaciones políticas que podía suscitar en Galilea. Asentada a unos treinta kilómetros al norte de Betsaida y a la altura de Tiro, había sido elegida como residencia por Filipo, tetrarca de Iturea y de la Traconítide y hermano de Herodes Antipas, que la había transformado en una ciudad de notable importancia y dado el nombre de Cesarea en honor del emperador Augusto.

Sólo se menciona en este pasaje evangélico. Actualmente se llama Banias.

2. ¿Qué piensa de Jesús la gente?

Aunque cuando le han preguntado no ha respondido claramente a la pregunta, Jesús quiere saber lo que piensan de él los que le rodean. Esto es básico a todo animador de comunidades: saber lo positivo y lo negativo sobre su actuación. Es normal que sólo lleguen las dificultades, los conflictos. Y eso es bueno; pero deben llegar también los aspectos positivos, si los hay, claro.

"¿Quién dice la gente que soy yo?" Mateo dice: "el Hijo del hombre", expresión empleada frecuentemente por Jesús. No quiere interpelar de golpe a los discípulos, y comienza dando un rodeo. Es una pregunta que debemos hacernos también nosotros: ¿Qué piensan de él las gentes de los países tradicionalmente cristianos? ¿Cómo lo ven los demás pueblos y religiones?... Sería muy interesante averiguarlo, ya que en gran medida la imagen que los hombres tengan de Jesús depende de nuestra fe y de nuestro testimonio. Han pasado tantos siglos sobre Jesús y la primera experiencia que se tuvo de él, han hollado su figura tantas teorías, lo han pulido los intereses creados de tantas culturas y poderes, se han dado de él tantas y tan variadas imágenes..., que los creyentes del siglo xx tenemos necesidad de redescubrirlo tal como vivió y como era. La iglesia necesita recuperar el papel profético en nuestro mundo, pero son demasiados y demasiado fuertes los que rechazan lo profético. Los profetas de Dios denunciaban a los responsables de la desdicha del pueblo, por alta que fuera su autoridad. Esta valentía profética abría los ojos y los oídos de los marginados y explotados, que se ponían en camino de liberación. Valentía que a muchos de los profetas les costaba la vida.

En las narraciones evangélicas han ido saliendo distintas opiniones de la gente respecto de Jesús, distintas interpretaciones que hacían de su actuación. Era normal que quedaran maravillados, llenos de estupor, admirados... La opinión popular lo considera como alguien muy importante: lo comparan con Juan Bautista, Elías, Jeremías u otro profeta antiguo. Lo que dicen de él muestra casi la categoría más excelsa que se podía tener de una persona según la manera de pensar de Israel. Sólo estaba por encima la de Mesías.

¿Por qué lo identificaban con personajes del pasado? Según la tradición o leyendas judías, las figuras extraordinarias del pasado -las que habían marcado de alguna manera la historia religiosa de Israel- debían volver antes de hacer su aparición el Mesías. Los discípulos dicen la opinión de la gente, no lo que piensan de él sus enemigos: los dirigentes religiosos y políticos. Han llegado a una conclusión interesante. Hasta el nivel de reconocer a Jesús como profeta, como un personaje extraordinario, es fácil llegar. A lo largo de la historia la mayoría de los pueblos lo han reconocido como tal.

Sobre Jesús de Nazaret se han preguntado todas las generaciones, a pesar de la deformación a que lo hemos expuesto los cristianos. Su figura es suficientemente atrayente y actual como para seguir interrogando e inquietando a los hombres.

Hay quienes creen que fue un hippy: disconforme con la sociedad, de la que se marginó para seguir la senda de la naturaleza, oraba en el desierto y en los montes; tenía seguidores de su estilo de vida, protestaba contra el fariseísmo y se enfrentaba al ritualismo, pronunció palabras nuevas y proféticas; nunca se alió con los poderes; sin casa, vivía en los senderos y de la hospitalidad de los amigos, absolutamente pobre y, por ello, con un amor sin límites a todos y a todo.

Otros le consideran un super-estrella: un ídolo y un camino que se puede seguir, con una doctrina llena de la sabiduría de la vida.

Otros lo tienen por un guerrillero: en contra del desorden establecido, luchando junto al pueblo para defenderlo de todos los sistemas de explotación.

Otros lo ven como rey: coronado de piedras preciosas, vestido con manto de púrpura, rodeado de riqueza, esplendor y poder, en competencia real con los poderes ambiciosos de la tierra. En este grupo suelen estar los que más presumen de cristianos.

Muchos creen que es el hombre más honrado que ha pasado por la tierra. Otros admiran su doctrina por su sencillez, su armonía, su profundidad, su realismo, el sentido común que manifiesta...

3. ¿Qué pensamos nosotros?

Pero Jesús no se conforma con saber qué piensa "la gente". Quiere que aquellos que le siguen más de cerca digan también su opinión, se comprometan claramente con él: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Pregunta clave porque la fe cristiana no es solamente una nueva concepción de la vida u otra religión, sino un seguimiento personal de Jesús. La fuerza de la pregunta está en el "vosotros". Según sea la respuesta que demos a ella, será nuestra adhesión a Jesús. ¿No esperamos de cada persona algo que tenga relación con lo que es?: de un médico, que nos cure; de un maestro, que enseñe bien... ¿Qué esperamos de Jesús?, ¿quién es para nosotros?, ¿qué influencia real tiene en nuestras vidas?; la fe en él, ¿nos proporciona una mirada nueva?, ¿cuál es nuestra actitud ante los valores cristianos?, ¿cómo influye el evangelio en nuestras decisiones?... Es imposible vivir la fe sin plantearnos a menudo estas preguntas. Jesús exige a sus seguidores una respuesta vital, puesto que la verdadera fe cambia el sentido de la vida, reclama la entrega personal. Quiere que reflexionemos sobre el misterio de su persona y de su misión, que superemos toda superficialidad. No basta saber qué piensan los demás, es preciso que cada uno sepamos lo que pensamos, que nos lo preguntemos y nos lo respondamos. De la respuesta que demos y de la fidelidad a ella podremos deducir si somos o no cristianos. Jesús transforma un sondeo de opinión en un diálogo con sus discípulos en el que éstos se encuentran comprometidos y deben asumir las responsabilidades de lo que dicen.

Hemos de leer constantemente los evangelios y tratar de descubrir en ellos los múltiples rasgos de la personalidad de Jesús: un hombre en todo semejante a nosotros, menos en el pecado (Heb 4,15); un hombre del pueblo, nacido de una mujer campesina, trabajador manual, pobre, que sintió la vocación profética de anunciar el reino de Dios, de convocar al pueblo a la esperanza de un futuro mejor, de despertar una conciencia crítica, de desenmascarar la mentira, de vivir en el amor a pesar de las consecuencias... Siguió su camino con dudas y vacilaciones, hasta derramar sangre (Lc 22,24; Heb 12,4); muere con la amarga experiencia de la huida de los suyos (Mt 26,56; Mc 14,50) y con la sensación del abandono del mismo Dios (Mt 27,46; Mc 15,34). La vida no le fue fácil: anunciar y vivir el amor sin fronteras en medio de un mundo egoísta y a la defensiva -y pretendidamente querido por Dios- le acarreó excesivas amarguras. Iba guiado por la confianza en el Padre, pero todo lo tuvo en contra. Es verdad que Dios estaba en él de un modo único e irrepetible, pero su sufrimiento fue mayor porque cuanto más se ama y se vive la justicia... más se sufre por el odio y la injusticia... Aprendió, con la experiencia del sufrimiento, la obediencia (Heb 5,8-9), hasta la muerte en cruz (Flp 2,5-8). La calidad de su vida es prueba de la esperanza que mantuvo hasta el final sobre su futuro y el nuestro.

La causa de que nuestra fe tenga normalmente tan poca fuerza debe estar en que no nos hemos hecho nunca con seriedad la pregunta: Jesús, ¿quién eres? Es verdad que hasta llegar a la pregunta hemos de recorrer previamente un camino: un camino de ir conociendo a Jesús, de escuchar su palabra, dejando que penetre en nosotros como el agua en la tierra... Entonces llegará el momento de la pregunta... y de la respuesta. A esta pregunta de Jesús hemos de responder tarde o temprano todos los cristianos, a no ser que lo sigamos sin saber a quién seguimos o que llevemos su nombre sin saber qué significa ese nombre y ese Hombre.

La pregunta de Jesús exigía una respuesta clara. Pero ¡qué difícil es pensar! Por eso, ante preguntas como éstas tendemos a dar respuestas prefabricadas, definiciones de memoria aprendidas en el catecismo, o a convertirnos en meros portavoces de las dudas y vaguedades del ambiente que nos rodea. Es fácil expresar las opiniones de los demás, que es lo que habían hecho los discípulos. Jesús no se conforma, quiere que los que le acompañan piensen por sí mismos.

4. Respuesta de Pedro

Cuando alguien plantea una pregunta así de directa en una reunión, se suele producir un denso silencio. Todos esperan a que conteste el que más sabe, el que habla mejor... Quizá suceda que a alguno de los presentes le queme la respuesta en los labios y responda incluso sin llegar a entender todo el alcance de sus palabras, o dándole otro sentido. Es lo que le sucedió a Pedro.

La respuesta de Pedro es común en los tres evangelistas en su primera mitad: "Tú eres el Mesías". Mateo añade: "El Hijo de Dios vivo". Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios vivo. No se trata de dos títulos distintos, sino de dos expresiones que responden a la misma realidad. Porque si Jesús pudo vivir tan perfectamente, tan profundamente, la vida humana, fue porque en él habitaba el mismo Dios.

Es posible que la respuesta de Pedro se limitara sólo a la primera parte, con lo que esta confesión, según Mateo, seria un resumen o síntesis de la fe de la primera comunidad cristiana en Jesús. Decir que Jesús es "el Hijo" significa reconocer su relación filial única con el Padre, que le ha confiado su misión, también única, de ser la respuesta plena a todas las esperanzas de los hombres, ser el Salvador del mundo.

La respuesta de Pedro sólo la puede dar de verdad un creyente en Jesús, un hombre que ha tenido la experiencia de no bastarse a sí mismo, que sabe que sus criterios son siempre relativos y parciales, que es consciente de no poseer la verdad y que busca la salvación -la respuesta a sus profundas inquietudes-. Pedro reconoce con sus palabras que Jesús es el cumplimiento de todas las esperanzas humanas, de todas las promesas del Antiguo Testamento. Ha hablado en nombre de todos los discípulos y de todos los que en lo sucesivo quisiéramos ser seguidores del "Hijo del hombre".

Jesús no es uno más; es el último y mayor enviado del Padre. Ya no vendrá nadie que lo supere. Su palabra y su vida transparentan al mismo Dios. Es la gran señal que Dios pone en el mundo para decirnos que la única forma de ser hombre verdadero es imitando al Hijo, que seremos hombres en la medida en que vivamos como él, porque su vida es la realización de las aspiraciones más profundas y auténticas del hombre. Jesús nos conduce a la vida plena, nos muestra por dónde hay que ir para que nuestra vida merezca la pena, para que realicemos las esperanzas de vida que los hombres llevamos dentro.

¿Qué entendía Pedro cuando decía que Jesús era el Mesías? En el capítulo siguiente veremos que no daba a este título el mismo sentido que Jesús, que no había superado las tentaciones del desierto.

Ser cristiano es dar la respuesta que dio Pedro, es creer que Jesús es la respuesta a la pregunta más honda que hay en el hombre, la respuesta a la gran esperanza en la posibilidad de un reino universal de fraternidad, de vida, de amor, de justicia, de bien, de verdad... Porque sólo seremos hombres cuando lo sean también todos los demás. Lo mismo libres, justos, verdaderos, fraternales... El camino que él vivió es el único para lograrlo. Lo veremos detenidamente en el apartado siguiente, al explicarnos las condiciones del seguimiento.

5. "Tú eres Pedro"

La respuesta de Jesús a la profesión de fe de Pedro solamente la tenemos en el texto de Mateo. Aunque Pedro ha hablado en nombre de los discípulos, Jesús ahora le dirige la palabra sólo a él. Le llama "dichoso" por las palabras que acaba de pronunciar. "Eso te lo ha revelado mi Padre que está en el cielo". El que ha realizado esa profesión de fe, el que ha reconocido públicamente que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, ha sido precisamente Pedro, el apóstol que pocas jornadas antes se hundía en el agua y al que Jesús le había echado en cara su "poca fe" (Mt 14,31). Eso nos indica que el reconocimiento de Jesús como Mesías no es producto, ni en Pedro, ni en nosotros, ni en nadie, de las propias capacidades de discernimiento. A esta profesión de fe cristiana no es posible llegar a través de la lógica y raciocinio humanos. Se hace posible únicamente gracias a la revelación del Padre. Y es frecuente que el mismo que recibe esa revelación no entienda todo el alcance de sus propias palabras, como es el caso de Pedro, que ha buscado las palabras más fuertes de su vocabulario para definir aquello que estaba por encima de todas sus ideas.

Pedro pertenece a la categoría de los sencillos, no a la de los sabios y entendidos (Mt 11,25), y ha podido recibir esta revelación. Aunque su fe es pequeña, está en el camino que lleva a su plenitud. El que anda por este camino es dichoso porque alcanzará el pleno conocimiento y la verdadera sabiduría: el misterio del reino de Dios, el sentido profundo de las obras de Jesús.

"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia". Según la mentalidad antigua en Oriente, el nombre de una persona no era algo convencional para distinguir a unos de otros, como sucede entre nosotros. Para ellos el nombre expresaba la naturaleza íntima de esa persona, de forma que conocer el nombre de un individuo significaba conocer su esencia profunda y ejercer una especie de dominio sobre esa persona. Por eso, imponer un nombre significa, en esa mentalidad, el conocimiento de una persona, de un animal, de una cosa; y un poder que se ejerce sobre esa persona, animal o cosa. Es el sentido que tiene en la Biblia la imposición de nombres a todos los animales por Adán (Gén 2,20), o el cambio de nombres, hecho por Dios, de Abrán y de Saray por los de Abrahán y Sara (Gén 17,5.15): expresa la doble realidad de conocimiento y de dominio.

Cuando Dios cambia el nombre a una persona, significa que esta persona se encuentra en una encrucijada de su existencia, que está frente a una vocación nueva, una misión especial. Este sentido tiene el cambio de nombre en el elegido papa y el cambio en algunas órdenes religiosas. El nombre nuevo es portador de una fuerza que ayuda a la persona que lo recibe a no defraudar las esperanzas que Dios tiene sobre ella.

"Tú eres Pedro". Jesús le cambia el nombre para encargarle una misión única en la iglesia. La promesa se la hace en un juego de palabras perceptible claramente en la lengua aramea, hablada por Jesús: Pedro significa piedra. Será la "piedra" sobre la que se construirá el nuevo pueblo de Dios, representado por los doce apóstoles, de la misma forma que el antiguo estaba formado por doce tribus.

Jesús, a la vez que se reconoce como Mesías, dice a Pedro que va a edificar su comunidad mesiánica sobre esa "piedra", ya que no puede entenderse un Mesías sin comunidad mesiánica: ¿quién continuaría el camino de transformación de la sociedad? Pedro en la primera comunidad y el papa, como sucesor suyo a través de las generaciones, son los encargados de animar la fe de los hermanos, de confirmar su fidelidad en las dificultades, de ser el "pastor" de todos, en nombre de Cristo, como signos visibles suyos. Al presentar a la iglesia bajo la imagen de una construcción, es lógico hablar de cimiento o fundamento que consolide y haga posible esa construcción. Pero tengamos en cuenta que estamos hablando de fundamento o cimiento visible; el invisible y único es siempre Cristo. Pedro y el papa visibilizan ese verdadero fundamento, al que deben hacer siempre referencia, del que deben ser testigos en todo momento; testigos transparentes por su fidelidad. Papa o primado no significa el que domina o el señor. El único Señor es Jesús. Significa el servidor, el animador de la comunidad.

Obra de Jesús, la iglesia es una comunidad de creyentes que confiesan a Jesús como Mesías, como "el Hijo de Dios vivo", confesión que la obliga a vivir de acuerdo con ella. La comunidad cristiana no es del papa, sino de Jesús. Pero es el papa el que más urgentemente ha recibido la misión de animar, discernir, unir, confirmar en la fe a sus hermanos, en comunión con todo el episcopado. Y son el papa y los obispos los que tienen más peligro de desviar hacia sí mismos el objetivo de sus actividades, como les sucedió a los dirigentes religiosos de Israel.

Apoyada en Pedro, la comunidad de Jesús podrá resistir todos los embates de las fuerzas enemigas, simbolizadas en la frase: "El poder del infierno no la derrotará". Mientras se mantenga fiel a Jesús, el poder del mal y de la muerte no podrá nada contra la comunidad mesiánica reunida por Jesús.

Jesús promete a su iglesia una duración indefinida: hasta la parusía del Señor. Así como la muerte -último enemigo que será derrotado- ya no tiene dominio sobre él (Rom 6,9), tampoco lo tendrá sobre su comunidad. Porque la muerte es una consecuencia del pecado (Rom 5,12), vencido ya por Jesús, y que iremos venciendo sus seguidores según seamos fieles a su camino. Viviendo como Jesús vivió, siguiendo su camino humano, la vida del hombre desemboca en la vida para siempre.

Son unas palabras victoriosas de Jesús. No para hacer de ellas ostentación de triunfalismo, pero sí para tener una confianza ilimitada en Dios.

Jesús define la función de Pedro con tres metáforas: la piedra, las llaves y atar y desatar. Vimos la primera.

Jesús da a Pedro "las llaves del reino de los cielos" con poder de "atar y desatar", con lo que le confía una autoridad verdadera y plena: todo lo que ate o desate en la tierra será atado o desatado por Dios. Esta autoridad se manifestará principalmente en el perdón de los pecados y en la admisión o exclusión de la comunidad; sin que podamos darle la interpretación de poder excluir de la salvación a una persona por el hecho de no admitirla o separarla de la iglesia. Permanece oculto quien pertenece al número de los predestinados para el reino consumado de Dios. Se deja en manos de Pedro y de sus sucesores quien pertenece ahora a la comunidad de salvación que se prepara para ese reino. Comunidad que debe posibilitar la oportunidad de encontrar esa salvación para todos los hombres. ¿Qué son las llaves del reino de los cielos? Jesús ha ideado la iglesia como una edificación, una casa. Las llaves simbolizan la autoridad sobre esa casa.

El auténtico poseedor de las llaves es Jesús: él es el que abre y nadie puede cerrar, cierra y nadie puede abrir (Ap 3,7). Se las deja a Pedro como fundamento visible de su casa de piedras vivas.

Atar y desatar tiene el sentido de permitir y prohibir, de separar y perdonar. Lo que él ate o desate quedará convalidado por Jesús. Atar y desatar, según los rabinos, quiere decir que algunos tienen poder de declarar verdadera o falsa una doctrina y de excluir a alguien de la comunidad de Israel (de excomulgar) o de acogerlo en la misma. Es la autoridad que Jesús confía aquí a Pedro hasta su vuelta al final de los tiempos. Estas mismas palabras las repetirá Jesús más adelante, pero referidas al conjunto de los apóstoles (Mt 18,18).

6. Mesías del dolor y del rechazo

"Y les mandó a los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías". En esta orden de guardar silencio sobre su mesianismo quiso decirles: Sí, soy el Mesías, pero no el que vosotros pretendéis; jamás enseñéis ese Mesías que pensáis. El Cristo que habréis de anunciar siempre es el que yo mismo os voy a revelar, un Cristo que aún no estáis preparados para comunicar, porque no creéis en él. Un Mesías con dos características: el dolor y el rechazo. No sólo sufrirá mucho, sino que sentirá en carne propia la incomprensión de los suyos y la radical oposición de los altos dirigentes religiosos de la nación.

Jesús no podía permitir que se hablase de él como Mesías de una forma equívoca. Y para evitar toda tergiversación, prefiere esperar a la cruz. Será desde ella cuando los discípulos comprenderán que Jesús no era un mesías triunfador y político, un guerrero en lucha contra los romanos para liberar a Israel, sino un Mesías en la línea profética más genuina: la del Siervo de Dios (Is 52,13 - 53,12).

Si Jesús hubiera permitido que la gente manifestara su entusiasmo, que los apóstoles divulgasen su falso descubrimiento, habría acabado en el triunfo, pero lejos de la voluntad del Padre.

Son las tentaciones del desierto surgiendo constantemente a su alrededor. Ya tendrán tiempo de proclamarlo Mesías después de su muerte y resurrección, cuando no exista peligro de una comprensión errónea. ¿Cuándo no existirá ese peligro? Cuando alguien nos pregunte: ¿Quién es Jesús para ti?, ojalá podamos responder como llegó a responder Pedro al final de su vida -no es este texto- y como han respondido tantos y tantos cristianos que se lo han jugado todo por seguirlo: Jesús está siendo la respuesta a todas mis preguntas, el ideal de todos mis anhelos, la plenitud de todas mis esperanzas, el camino que conduce a la verdadera humanidad..., el Mesías de Dios.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 87-97


7.

Frase evangélica: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo»

Tema de predicación: EL TESTIMONIO DE FE

1. Mateo sitúa la confesión de fe de Pedro al final del ministerio de Jesús en Galilea, momento crucial de su itinerario hacia Jerusalén. El lugar es Cesárea de Filipo, región pagana, fuera de Palestina. En primer lugar, la «gente» reconoce a Jesús como profeta y espera obras inmediatas e interesadas; para el pueblo, Jesucristo es con frecuencia el Señor de los milagros. En cambio, los discípulos han de confesar la fe en el Mesías, Hijo del Dios vivo, ligada al anuncio de la pasión del Señor. Sin proclamar la fe en Jesús, con todas sus consecuencias de sufrimiento injusto, no se puede ser discípulo cristiano.

2. Al ser bendecido por Jesús, Pedro es llamado «dichoso»; y se trata de una dicha que entraña una misión en el tiempo y en el espacio. La lista de los Doce empieza por Simón Pedro, que es el portavoz del grupo. Es uno de los tres testigos privilegiados. El sobrenombre «Pedro» aplicado a Simón por Jesús significa «piedra», algo sólido que puede lanzarse; es piedra angular y de contradicción.

3. «Dar las llaves» a alguien es concederle autoridad. «Atar y desatar» equivalía, entre los rabinos, a rechazar y admitir, a dar entrada o excluir a uno de la comunidad. Frente a los fariseos que cierran la entrada del reino de Dios, Pedro y los discípulos -la Iglesia- deberán abrirlas. En definitiva, el Cristo de Mateo promete a Pedro ejercer la autoridad sobre el pueblo de Dios.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Cuándo reconocemos y proclamamos la fe en Jesucristo?

¿Lo hacemos personalmente?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 150 s.)