31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVIII
(9-16)


9. LA AVARICIA ROMPE EL SACO

«El hombre se parapeta. ¿Quién lo desemparapetará? El desemparapetador que lo ...etc».. Quiero decir que el hombre, desde su más lejano origen, primero por instinto, después por una curiosa mezcla de temor y previsión de cara al incierto futuro, más tarde por regusto de la «dolce vita», finalmente por avaricia, que es, como sabéis, la que siempre «rompe el saco», -el hombre, digo, tiende a atrincherarse, a construirse fortines y vallados, a suscribir pólizas y más pólizas de «seguros» y a dejarse abandonar blandamente en el «ande yo caliente y ríase la gente».

Por eso quizá Jesús, a un hombre del pueblo que se le acercó con un asunto de «reparto de bienes», le hizo una seria advertencia: «Guardaos de toda clase de avaricia». Porque, fijaos bien. No parece que aquel hombre estuviera proponiendo algo descabellado: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo». No, no pedía una barbaridad. Se trata de alguien que veía que su hermano, el primogénito, se quería quedar con «todo», siendo así que el mismo Deuteronomio aclaraba que sólo le pertenecían «dos tercios». Pedía, pues algo que era «de justicia».

Pues, bien; Jesús, sin negar ese derecho y la coherencia de su petición, prefiere prevenirle contra ese «afán de posesión» que se suele enroscar en nosotros los hijos de Eva y que suele concretar en eso que solíamos llamar las «tres concupiscencias».

-La del tener.-Los antiguos primates lo que seguramente buscaban al principio era «protegerse». Contra las inclemencias del tiempo y contra los ataques de las fieras; nada más. Se refugiaron en cavernas. Y hay que reconocer de entrada que uno de los más elementales «derechos» del hombre es tener una casa digna, en consonancia con el nivel de vida de cada época. Pero, ¿dónde está la frontera entre eso que adquirimos para sentir realizada nuestra dignidad de hombres y ese insaciable apetito de tener todo eso que la sociedad de consumo, -tele-dirigiendo- nos dogmatiza que hay que tener? Sí, ¿cuál es la línea divisoria entre lo necesario, lo útil, lo superfluo y lo escandaloso...? Leed la parábola, leed: « Un hombre rico tuvo una gran cosecha».

-La del poder.-.Como no tengo donde almacenar tanta cosecha, construiré unos almacenes más grandes y meteré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y me diré a mí mismo: Hombre, tienes almacenados bienes para muchos años». Es el paso del "tener" al poder. Es el convencimiento, -pero no este caso en serio-, de lo que cantamos en la jota navarra: "que ni Dios 'pué' contigo... ". Es convertir en principio existencial la lucha despiadada por el poder, ya sea económico, político, administrativo o de apabullante influencia pública. Es la puesta en práctica del refrán: "Al que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija".

-La del placer.-Es la consecuencia inevitable de las dos concupiscencias anteriores. «Aquel hombre dijo: Túmbate, come, bebe y date buena vida». Es la filosofía reinante hoy del «pasárselo guay». Sin límites ni fronteras. Es la puesta en escena de «el que es tonto, que espabile». Es la filosofía de las «otras» bienaventuranzas, reverso completo de las de Jesús: «Dichosos los ricos..., los poderosos..., los que ríen..., los que, hagan lo que hagan, se las ingenian para no ser perseguidos por la justicia. . .».

Más o menos, menos o más, a estas cosas se refería Jesús cuando, a aquel hombre que acudió a El para que hiciera de árbitro, le contestó: «Guardaos de toda clase de avaricia».

ELVIRA-1.Págs. 252 s.


10. ALGO MAS QUE UN SISTEMA

Lo que has acumulado, ¿de quién será?... Alguien ha dicho que «todos los hombres somos espontáneamente capitalistas». Lo cierto es que la sed de poseer sin límites no es exclusiva de una época ni de un sistema social, sino que descansa en el mismo hombre, cualquiera que sea el sector social al que pertenezca.

El sistema capitalista lo que hace es desarrollar esta tendencia innoble del hombre en lugar de combatirla y favorecer una convivencia más solidaria y fraterna.

Lo estamos viendo todos los días. El móvil que guía a la empresa capitalista es crear la mayor diferencia posible entre el precio de venta del producto y el costo de producción. Pero es que este móvil guía la conducta de casi toda la sociedad. El máximo beneficio posible y la acumulación indefinida de riqueza son algo aceptado por la mayoría de los cristianos como principio indiscutible que orienta su comportamiento práctico en la vida diaria.

Por otra parte, el capitalismo, lejos de promover la comunión y la solidaridad, favorece la dominación de unos sobre otros y tiende a crear y reforzar la lucha de clases.

Pero este mismo espíritu lo podemos observar ya en muchos «trabajadores» cuyos ingresos y régimen de gastos en nada ceden a los de los más aventajados capitalistas. Basta verlos gritar sus propias reivindicaciones ahondando cada vez más el abismo clasista que los separa de sus compañeros (?) en paro.

El replegamiento egoísta sobre los propios bienes, el consumo indiscriminado y sin límites, la lucha implacable por el propio bienestar, el olvido sistemático de las víctimas más afectadas por la crisis, son signos de una posición «capitalista» por muchas confesiones de «socialismo» que puedan salir de nuestros labios.

«El hombre occidental se ha hecho materialista hasta en su pensamiento, en una sobrevaloración morbosa del dinero y la propiedad, del poder y la riqueza» (·Bosmans-PH).

Se pretende llenar el vacío interior con la posesión de cosas. La codicia y el afán de poder son «drogas aprobadas socialmente».

Es nuestra gran equivocación. Lo ha gritado Jesús con firmeza contundente. Es una necedad vivir teniendo como único horizonte «unos graneros donde poder seguir almacenando cosechas». Es signo de nuestra gran pobreza interior.

Aunque no nos lo creamos, el dinero nos puede empobrecer. Vivir acumulando, puede ser el fin de todo goce humano, el fin de toda alegría de vivir, el fin de todo verdadero amor.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 333 s.


11.

«Citius, altius, fortius»

Vivimos unos días totalmente marcados por la celebración de los Juegos olímpicos de Barcelona 92. Probablemente se están haciendo encuestas sobre el número de horas que nos estamos pasando delante del televisor contemplando ese espectáculo que se repite cada cuatro años, cada vez con más participantes y con unos presupuestos desbordantes.. Entre los datos curiosos que se han dado en torno a las olimpíadas, se ha hablado de la presencia de ministros religiosos, en un templo común, para atender a las necesidades religiosas de los atletas de la Villa olímpica. Ignoro cuántos atletas católicos habrán acudido este fin de semana a misa..., pero estoy seguro de que a más de uno le habrán chocado bastante de las frases de las lecturas de la eucaristía de hoy.

¿Qué habrán sentido los atletas olímpicos, especialmente los que han obtenido alguna medalla, al escuchar al viejo escritor del Antiguo Testamento, Qohélet: «Vaciedad sin sentido... Todo es vaciedad... ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo -llámense muchas horas de entrenamiento y tantas privaciones que exige la vida deportiva- y de los afanes con que trabaja bajo el sol -y el sol olímpico de Barcelona está apretando con fuerza-?». Algunos pueden pensar que estas frases desalentadoras tienen sentido para aquellos que no han pasado de las pruebas previas o los que ni siquiera tienen un diploma olímpico que llevarse a la boca.

El mismo contenido tienen algunas frases del evangelio de hoy: «Guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado -aunque uno tenga muchos éxitos olímpicos-, su vida no depende de sus bienes». Y el Maestro añade una parábola que también puede tener una resonancia olímpica: «No tengo dónde almacenar la cosecha (no tengo vitrinas suficientes para guardar todas las medallas, diplomas y artículos de prensa que me han dedicado)». Y piensa en construir nuevos graneros-vitrina donde guardar todos sus éxitos: «Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come y bebe y date buena vida (queda mucho tiempo para las próximas olimpíadas o Campeonatos del mundo). Pero Dios le dijo: 'Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado -tantas medallas, diplomas y éxitos-, ¿de quién será?'». Y la frase final: «Así será el que amasa riquezas -éxitos deportivos- para sí y no es rico ante Dios». Es posible que algunos de los sacerdotes que atienden religiosamente a los atletas olímpicos hayan tenido la tentación de cambiar piadosamente las lecturas de hoy y escoger algunas más adaptadas a la situación de sus renombrados fieles durante tres semanas -san Pablo, por ejemplo, hablaba de las carreras de los atletas en los estadios y de su necesaria preparación-, para evitar unos textos tan antiolímpicos como los que corresponden al domingo de hoy, en mitad de las olimpíadas...

Los últimos domingos, dentro de ese seguimiento del evangelio de Lucas que hace la liturgia durante este año, hemos hablado de la oración y de su relación con la parábola del buen samaritano. A continuación viene una serie de pasajes en los que Jesús polemiza y tiene duras palabras, sobre todo en contra de los escribas y fariseos. El capítulo doce, en el que hoy hemos entrado, está formado por una serie de discursos de Jesús que seguiremos escuchando los dos próximos domingos. El relato de hoy toma como punto de partida la disputa sobre un tema de herencia -un problema de ayer, de hoy y, me temo, de siempre-.

En el mundo judío, la autoridad religiosa era considerada una instancia judicial y cualquier rabino -y Jesús lo era- podía representar esa instancia. Jesús no quiere entrar en ese pleito -«¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?»- y aprovecha la ocasión para presentar, a través de una parábola tomada de lo más cotidiano de la vida campesina, un discurso sobre la codicia y la riqueza. Notemos que, mientras que la parábola de Jesús se concreta en los bienes materiales amasados por el necio agricultor, las sentencias del Maestro tienen un contenido más general: «Guardaos de toda clase de codicia» -puede haber también codicia de bienes espirituales-, porque la vida del hombre no depende de sus bienes, del tipo que sean. Lo mismo puede decirse de su frase final: «Así será el que amasa riquezas -y hay muchos tipos de riqueza- para sí y no es rico para Dios». Jesús podía también hoy haber dicho: «Así será el que amasa éxitos deportivos para sí y no es rico para Dios».

Ante todo tenemos que decir que Jesús no es hostil hacia los Juegos olímpicos, aunque su mensaje tendría una palabra que decir sobre unos gastos astronómicos en un mundo que padece tan graves necesidades. Estos mismos días hemos tenido que ver, por muy ocupados que hayamos estado con las retransmisiones deportivas, algunas imágenes de la guerra y de los refugiados procedentes de Bosnia-Herzegovina. Comprendo que puedo ser simplista, pero debemos sentir el aguijón ante una ceremonia de apertura tan costosa en un mundo con tanta miseria... Tampoco es Jesús enemigo de las previsiones que los hombres tienen que hacer en una sociedad tan compleja como la nuestra: muchos se construyen sus graneros, porque se consideran obligados, con razón, a disponer de reservas para el futuro... Lo que Jesús condena es la codicia, el afanarse neciamente en amasar riquezas que nos acaban desbordando, que uno ni siquiera ya sabe para qué las tiene. Una vez más reaparece esa conocida expresión de Erich Fromm sobre el ser y el tener, sobre nuestra pobre calidad de ser, por muchas cantidades de posesiones de las que disponemos. ¿No tenemos muchas veces la impresión de que carece de sentido esa espiral del trabajo, que nos lleva a una creciente espiral del tener y que, sin embargo, no nos proporciona una mejor calidad de ser? ¿No tenemos que reconocer, quizá con el desánimo de esos atletas que han sido eliminados a las primeras de cambio, que no han merecido la pena tantos esfuerzos en nuestro trabajo, para luego tener la amarga impresión de que nos sirven para demasiado poco?

San Pablo decía que los que hemos resucitado con Cristo, los que hemos renacido a una forma nueva de vida resucitada, debemos buscar los bienes de arriba, no los de la tierra; que tenemos que despojarnos de la vieja condición y revestirnos de la nueva, a imagen de su creador. Y añadía que en ese orden nuevo han desaparecido las viejas diferencias entre los hombres: ya no hay distinción entre judíos y gentiles, entre bárbaros y escitas; ya no hay distinción entre los miembros de esas naciones que han presentado un ejército de atletas y aquellas otras en las que iba casi solo el portador de la bandera; no hay distinción entre los que han obtenido medallas de oro y plata y los que han sido eliminados en las primeras pruebas. Podemos decir que en «la olimpíada de Dios» dominan valores muy distintos que en la de los hombres; allí no ganan las medallas los que más corren o tienen más fuerza en sus músculos. Estoy seguro de que muchas personas desconocidas están obteniendo allí medallas que pasan inadvertidas a los ojos de los hombres: son personas que luchan por vivir como Cristo vivió, que se afanan, no por amasar riquezas, del tipo que sean, sino que son ricas ante Dios, ante ese Cristo, que siendo rico, se hizo pobre por nosotros. ..

«Citius, altius, fortius», es el viejo lema latino de las olimpíadas: «Más rápido, más alto, más fuerte». Se ha dicho, sin duda para tener un consuelo previo ante los posibles fracasos deportivos, que «lo importante es participar». Es lo que, sin embargo, hay que intentar en la vida cristiana. Todos tenemos una tarea que realizar: la de vivir como Cristo vivió, la de aspirar a los auténticos valores. Ahí sí tenemos un reto y una meta en nuestra vida cristiana.

El que vive así, nunca podrá decir que todo es vaciedad y sólo vaciedad; sentirá en su corazón que merece la pena luchar y afanarse por buscar esos valores. Ojalá lo intentemos todos: «Citius, altius, fortius», «más rápido, más alto, más fuerte».

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 282 ss.


12.

1. «Lo que has acumulado, ¿de quién será?».

Jesús distingue en el evangelio entre ser y tener. El ser es la vida y la existencia del hombre, el tener son las posesiones grandes o pequeñas que le permiten seguir viviendo. La advertencia de Jesús consiste simplemente en que el hombre no debe convertir el medio en el fin, ni identificar el significado de su ser con el aumento de sus medios. Lo absurdo de esta identificación salta a la vista cuando se considera no sólo la muerte del hombre, sino que éste debe responder de su vida ante Dios. Aunque esto no está todavía claro en el paralelo veterotestamentario, y aunque Jesús plantea la pregunta: «Lo que has acumulado (cuando mueras), ¿de quién será?», esta cuestión no constituye el centro para él, sino esta otra: «No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen...

Amontonad tesoros en el cielo» (Mt 6,19s). Por tanto sabemos que ante Dios lo importante no será la cantidad del tener sino la calidad del ser (cf. 1 Co 3,11-15). Esto se hace evidente sobre todo mediante la palabrita «sí». El que quiere tener, amontona riquezas «para sí»; el que tiene un ser de gran valor, renuncia a este «para sí» y piensa en su ser junto a Dios. Dios es el tesoro. «Donde está tu tesoro, allí está tu corazón» (/Mt/06/21). Si Dios es nuestro tesoro, entonces debemos estar íntimamente convencidos de que la riqueza infinita de Dios consiste en su entrega y autoenajenación, es decir, en lo contrario de la voluntad de tener.

2. «Todo es vanidad».

Qohelet nos hace comprender ya en la primera lectura lo absurdo que es que los bienes que un hombre ha conseguido con su habilidad y acierto puedan ser heredados a su muerte por un holgazán. De este modo en el esfuerzo permanente por los bienes pasajeros hay como una especie de contradicción que se renueva en cada generación siguiente, mostrando así claramente la vanidad de toda voluntad terrena de tener.

3. La segunda lectura saca la conclusión general: «Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra». Pero lo celeste no son los tesoros, los méritos o las recompensas que nosotros hemos acumulado en el cielo, sino simplemente «Cristo». El es «nuestra vida», la verdad de nuestro ser, pues todo lo que somos en Dios y para Dios se lo debemos sólo a él, lo somos precisamente en él, «en quien están encerrados todos los tesoros» (Col 2,3).

«Dejaos construir» sobre él, nos aconseja el apóstol (ibid. 7), aunque con ello el sentido esencial de nuestra vida permanezca oculto para los ojos del mundo. Debemos «dar muerte» a todas las formas de la voluntad de tener enumeradas por el apóstol, y que no son sino diversas variantes de la concupiscencia, por mor del ser en Cristo; y esta muerte es en verdad un nacimiento: un «revestirnos de una nueva condición», un llegar a ser hombres nuevos. En esta nueva condición desaparecen las divisiones que limitan el ser del hombre en la tierra («esclavos o libres»), mientras que todo lo valioso que tenemos en nuestra singularidad (Pablo lo llama carisma) contribuye a la formación de la plenitud definitiva de Cristo (Ef 4,11-16).

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 274 s.


13.

Frase evangélica: «Guardaos de toda clase de codicia»

Tema de predicación: LA INSENSATEZ DEL RICO

1. Según este pasaje de Lucas, Jesús expresa su pensamiento respecto de las riquezas mediante un diálogo y una parábola. La ocasión para el diálogo la proporciona una disputa a propósito de una herencia, la cual, según determinados ordenamientos jurídicos de la antigüedad, correspondía en su integridad al primogénito varón. El hermano menor no está conforme con esa legislación y se dirige a Jesús, que por su autoridad moral es considerado doctor de la ley y, por consiguiente, juez. Jesús, tras responder que ése no es su oficio, va al fondo de la cuestión e imparte una profunda enseñanza: «guardaos de toda clase de codicia». El que acude a Jesús es, probablemente, un codicioso apegado al dinero.

2. La parábola, por su parte, muestra que el rico -como las vírgenes necias, como los fariseos que juzgan por las apariencias o como los judíos que no saben discernir los signos de los tiempos- es especialmente insensato y que sus cálculos están equivocados: creía que la riqueza habría de darle seguridad y confianza; piensa y actúa como un pagano.

3. La vida del hombre no se reduce a lo que posee, porque va más allá de la comida y los vestidos. En suma, el cristiano no se preocupa por las riquezas como el pagano. Sabe que su vida implica un tensión constante entre dos concepciones del mundo. De ahí la sentencia final: «El que amasa riquezas para sí no es rico para Dios». Delante de Dios, es rico quien se desprende de lo que tiene en favor de los necesitados. La preocupación del cristiano se centra en el reino de Dios, no en las riquezas.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Nos preocupa acumular dinero?

¿Confiamos básicamente en lo acumulado?

¿Litigamos con los hermanos por causa del dinero?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 295


14.

1. Dos actitudes de la sociedad

"Vaciedad sin sentido, todo es vaciedad" (Ecl 1,2). El autor de esta frase bíblica es un judío profundamente pesimista que, al repasar todos los aspectos de la vida humana, siempre encuentra limitación, engaño o desgracia. ¿De qué sirve todo lo que hacemos?, ¿no es la vida humana un intento inútil?, ¿se puede conseguir la felicidad?

La parábola del rico necio nos presenta una actitud muy distinta: la de un hombre seguro de sí mismo, que cree que su felicidad se identifica con lo que hace y tiene.

Son dos actitudes distintas, pero igualmente comunes en el corazón humano. ¿No somos una curiosa mezcla de estas dos posturas? Por una parte, autosuficientes y seguros, como si la felicidad fuera algo que podemos comprar y asegurar por nosotros mismos; por otra, pesimistas y desengañados, como si nada valiera la pena y la vida careciera de sentido. También nuestra sociedad de consumo y de la técnica parece una mezcla de estas dos actitudes: quiere infundirnos seguridad y confianza, como si tuviera la fórmula de la felicidad -idea repetida machaconamente en los anuncios de la televisión-, a la vez que se palpa en ella la inquietud y el desconcierto, la falta de rumbo y de sentido a la vida, su caminar de crisis en crisis.

¿Hay una respuesta cristiana a todo esto? La actitud de Jesús no es la del pesimista: su mensaje es anuncio de una "gran alegría para todo el pueblo" (Lc 2,10); tampoco la del hombre seguro de sí mismo: la crítica que hace de él es total. ¿Será la suya una especie de actitud intermedia? No; ésta será una respetable actitud humana, no sé si realizable, pero no es la actitud de Jesús ni debe ser la del cristiano.

La respuesta cristiana es "caminar", abrirnos a la vida de Dios manifestada en Jesús, ahondar en sus planteamientos. La respuesta cristiana definitiva está siempre "más allá".

2. La riqueza acumulada es pecado

Las palabras que dirige Jesús a los ricos y a los que están saciados deberían resonar como un mazazo en nuestra civilización de consumo, en nuestra economía del lujo, en nuestra locura de producir sin haber determinado previamente qué hombre, qué sociedad y qué clase de vida queremos construir o estamos construyendo.

El problema del mundo moderno, como el problema del rico, no es que no posea bienes, sino que no sabe usarlos ni distribuirlos bien, no sabe someterlos a su servicio, no hace que sirvan a todos los demás, no acierta a destruir todo lo que está hipotecando el futuro humano.

La riqueza acumulada -por individuos o naciones es un pecado social gravísimo: esa riqueza que uno guarda para sí solamente, esa riqueza que nos convierte en sus esclavos, esa riqueza que impide que los demás tengan lo necesario para vivir con dignidad. Carecer de los bienes imprescindibles para una vida humana digna es un estado lamentable, del que hemos de guardarnos y preservar a los demás, porque crea en los que lo padecen una preocupación, un tormento, una esclavitud, que les impiden ser libres y ponerse a disposición de los demás. Tener demasiados bienes es también una preocupación y una esclavitud, del mismo estilo que la anterior, de la que nos debemos liberar y ayudar a los demás a liberarse.

El rico necio no es aquel que tiene las manos llenas, porque se pueden tener llenas y abiertas: ¡pronto quedarán vacías! Ni el pobre verdadero es el que tiene las manos vacías, porque las puede tener vacías y cerradas. Pobre, según la primera bienaventuranza de Jesús, es el que tiene las manos abiertas, tanto si están llenas como si están vacías; es el que lo espera todo, lo da todo, lo recibe todo..., y así vive en los que ama y le aman. No nos debe preocupar si tenemos mucho o poco, siempre que tengamos lo necesario. Lo único decisivo es saber si lo estamos compartiendo. Si los bienes que tenemos los estamos compartiendo, somos pobres de espíritu y no tardaremos mucho en serlo de bienes materiales. Si nos atrincheramos en ellos y los guardamos, somos ricos.

3. "Dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia"

Este pasaje es propio de Lucas. Nos narra un caso real sobre una herencia y una parábola que generaliza el hecho.

El apego a las riquezas y el afán de lucro es un tema que Lucas trata con insistencia, sin que esté ausente de los demás evangelistas. Subraya constantemente el peligro que entrañan para la vida de fe y para la comunidad cristiana.

¿Por qué esta insistencia? Seguramente porque el afán desmedido de poseer estaba poniendo en peligro la unidad de la comunidad, el amor fraterno y la vivencia de la espiritualidad evangélica. Peligro presente en todas las épocas de la Iglesia.

A la vez, insistía en la pobreza y el desprendimiento radicales como único camino válido para un discípulo de Jesús.

Las palabras de Jesús sobre el afán de riquezas están motivadas por la petición, hecha probablemente por el menor de dos hermanos, a que intervenga ante su hermano mayor para que le dé la parte que le corresponde de la herencia. Como el derecho a la herencia estaba regulado por la ley mosaica, que favorecía notablemente a los primogénitos, era frecuente acudir a los rabinos para que hicieran de árbitros.

En este caso parece que el hermano mayor no quiere entregarle su parte. El hombre acude a Jesús, al que trata como doctor de la ley, para que ejerza su influencia sobre su hermano injusto.

Jesús rechaza este papel de mediador. Es natural: la vida humana transcurre frecuentemente por caminos distintos a los suyos. Los bienes, las riquezas en general, no son para el hombre la fuente de su vida. Por eso, para Jesús eran cuestiones muy secundarias. ¿Para qué defender un egoísmo de otro? El afán de riquezas era el verdadero motivo del conflicto que querían que Jesús resolviera. De ahí las palabras que dirigió a continuación a la gente, invitándola a guardarse "de toda clase de codicia".

Son los valores del reino de Dios los que mueven a Jesús a actuar y son los que deben mover a la Iglesia. Su negativa no debe interpretarse como si las cuestiones económicas y sociales no tuvieran ninguna relación con el reino de Dios, pero sí que es inútil resolverlas desde una óptica individualista o pretendiendo que la autoridad religiosa asuma unas funciones que corresponden a la autoridad civil. El mensaje de Jesús fundamenta una verdadera ética social, pero no es un código para resolver cada caso particular ni para establecer un determinado orden temporal en la sociedad. No se puede invocar el evangelio en favor de un determinado modelo de sociedad, porque ninguno agotará sus posibilidades.

El olvido de tan elemental principio ha llevado a la Iglesia a enfrentamientos innecesarios con las autoridades civiles. Su misión es explicar a los cristianos el sentido del evangelio y su relación con lo temporal, sin pretender dar una solución definitiva, pero sí defendiendo siempre los derechos de los marginados y explotados de la sociedad.

Plantear a Jesús problemas de herencias es no entender nada de su mensaje. Ni en los casos en que las riquezas fueran bien adquiridas, como fruto del esfuerzo personal o de la suerte. La cuestión es siempre la misma: no son un bien definitivo, para siempre. ¡Cuántas divisiones y enfrentamientos se producen por cuestiones de dinero y de herencias! Incluso entre hermanos, como vemos en este pasaje. El afán de dinero es una idolatría, a la que sacrificamos todo: hermanos, amigos, el buen entendimiento entre los hombres y entre las naciones. Se lo sacrificamos todo como si fuera un absoluto, como si dependiese de él la felicidad y el sentido de nuestra vida.

4. Todos los bienes temporales son relativos

"Guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes". Todos los bienes temporales son relativos, transitorios, no producen la felicidad a que puede aspirar el corazón humano. Las riquezas no salvan de un cáncer o de un infarto; siempre quedan más acá de la muerte.

Además, traen con frecuencia desazones, ambiciones, falsas seguridades que nos atan a la tierra, que nos impiden ser nosotros mismos, que nos convierten en esclavos y nos dejan con las manos vacías a la hora de la verdad.

El afán de riquezas no queda limitado por el deseo de poseer bienes materiales; incluye también todo lo que no es definitivo o escatológico: la cultura, el prestigio personal, el bienestar, las diversiones... Todas estas realidades hemos de verlas en función de "los bienes de allá arriba, donde está Cristo" (Col 3,1). No pueden impedirnos responder a las llamadas de Dios.

El desprestigio del afán de riquezas nace de la experiencia cotidiana, accesible a la mirada más simple: la colosal desproporción que existe entre el trabajo que ponen los hombres por poseer muchas cosas y el hecho de que esos bienes no sirven en absoluto más allá de esta vida. De esa forma, el hombre pasa casi toda su existencia acumulando unos bienes que, en definitiva, no le sirven para nada.

La espera de la vida futura no puede alejarnos de las responsabilidades presentes. Pero sí empujarnos a dar a cada cosa su verdadero valor. Y las riquezas, que deberían aliviar la vida, son normalmente causa de su ruina al desviarnos de la verdadera dirección. Hemos de reconocer que la relación existente entre el afán de riquezas y el evangelio de Jesús es nula. A una sociedad como la nuestra, apasionada por los bienes materiales y el confort, que ni siquiera deja indiferentes a los más fogosos contestatarios de la sociedad de consumo, ávida de loterías y quinielas, lo único que podrá equilibrarla y darle ese sentido que necesita es el redescubrimiento del destino verdadero del hombre. Un destino que está en Dios, en todo lo que él significa para el hombre.

5. La parábola

La parábola del rico necio explica la idea de Jesús sobre la verdadera riqueza del hombre, sobre qué debe poner su afán. El protagonista es un rico agricultor que expresa su pensamiento y el modo de situarse ante la vida. Es un hombre rico al que todo le sale bien, que está seguro de sí mismo, de lo que posee, y que se promete una vida larga y feliz. Un hombre que se dispone a gozar sin tener en cuenta ningún otro valor ni finalidad en su vida, que entiende únicamente como confort, prescindiendo de Dios y de los demás. No hay en él ningún pensamiento generoso, de altruismo, de ayuda a los demás. En su reflexión repite hasta catorce veces palabras que expresan su egocentrismo y soledad.

"Túmbate, come, bebe y date buena vida". Este hombre es un egoísta que necesita llenar su tiempo y su espacio, pero no se le ocurre más que llenarlo de propiedad privada. No piensa en los otros: obreros, vecinos... Más que poseer riquezas, éstas le poseen a él. Puede tener la apariencia de un hombre emprendedor, que crea puestos de trabajo: "Derribaré los graneros y construiré otros más grandes"; pero, en realidad, sólo monta estructuras a su servicio personal. No crea esquemas económicos que favorezcan los desposeídos; no hace historia humana, sólo acapara.

¿Qué hacer con un hombre así en el mundo a que aspira Jesús?, ¿qué sentido tendrá su vida? Nadie podrá reconocerlo como hermano, porque no se preocupó de nadie. Jesús ataca esta manía enfermiza de asegurarse la vida material individualmente o por clanes familiares. Hay que buscar los medios económicos necesarios para una vida humana digna, pero comunitariamente y para el conjunto de la humanidad. Parece evidente que no se puede servir a Dios y a los intereses de las grandes empresas industriales, bancarias o latifundistas privadas. Ni a las modernas multinacionales.

Hay que trabajar por una sociedad fraternal sin propiedad privada privante. Todo lo demás vendrá solo, lo traerá la auténtica fraternidad.

Jesús no ve posible que un hombre cambie su corazón sin cambiar su relación con el dinero y con todo lo que éste representa. Cambio que implica una profunda transformación en las estructuras sociales, políticas y económicas. Cambio necesario para poder entender los verdaderos problemas del mundo. Cambio que exige dejar de defender los intereses privados, las propias conveniencias y seguridades.

Dios interviene en el monólogo del rico: también él tiene algo que decir en la vida del hombre. El proyecto del rico no tiene futuro verdadero. Todo aquel que convierte la finalidad de su vida en amontonar riquezas es un necio, porque los hombres estamos llamados al encuentro con Dios, a vivir para siempre en su reino del compartir. Todos los bienes del hombre son muy secundarios: son medios para la vida, nunca fines. La verdadera riqueza y el afán de todo hombre bien nacido no puede ser otro que ser "rico ante Dios".

"Esta noche te van a exigir la vida". La vida es mía, pensamos; puedo hacer con ella lo que quiera. Y lo hacemos. Pero se nos escapa inexorablemente de las manos, se nos escurre con el paso de los días. La vida no es objeto de dominio como los bienes de la tierra; por eso tenemos que apoyarnos en otras cosas. ¿Qué queda de nuestra niñez, de nuestra juventud, de la plenitud de nuestras fuerzas... cuando nos vamos adentrando en la vejez? De poco nos valdrá hacer grandes proyectos volcados exclusivamente en la acumulación de riquezas, de honores, de poder..., si cuando nos llegue la hora decisiva nos encontramos vacíos de Dios y de nosotros mismos.

Deberíamos, a la luz de esta parábola, echar una mirada en profundidad a nuestra vida entera. ¿Qué bienes estamos acumulando?: ¿dinero -o cosas que se pueden comprar con él- o una vida entregada a un noble ideal? Las cosas que verdaderamente valen la pena no pueden comprarse con dinero.

6. Dos tipos de riqueza

Nos gusta ver a los niños jugando, divirtiéndose en su mundo de fantasías; son felices con lo que tienen y viven. Pero es muy triste que los adultos nos encerremos voluntariamente en un mundo que absolutiza lo que sólo es relativo. ¿No es así como vivimos? Esto es lo que significa "amasar riquezas para sí y no ser rico ante Dios".

Jesús contrapone dos tipos de riqueza: la que se transforma en objetivo final del hombre, alienándolo y embruteciéndolo, y la que el hombre pone al servicio del espíritu. La primera se cierra sobre el hombre; la segunda abre su vida al misterio, más allá de la frontera de la muerte, a la plenitud para siempre, a la vida con Dios y con todos los demás en su reino. "Es rico ante Dios" el desprendido, el que ha convertido su vida en un don para los otros, el que pone al servicio de los demás todo lo que es y todo lo que tiene.

El presente texto evangélico nos ha mostrado tres maneras distintas de tomarse la vida: el que espera que los demás le solucionen todos sus problemas, sin hacer nada de su parte y sin ningún tipo de responsabilidad personal; el que no confía en nadie, sino sólo en los bienes materiales; y el que convierte toda su vida en servicio y solidaridad con los demás. ¿Qué deberíamos hacer los cristianos para que los bienes materiales, culturales, artísticos, científicos... fueran un bien para toda la humanidad y estuvieran al servicio de cada hombre? Si sacáramos todas las consecuencias de este relato, tendríamos motivos suficientes para confiar en la proyección humana del evangelio y para iniciar el cambio que nuestra sociedad está necesitando. Fue quizá la proyección humana que Jesús dio a su mensaje la causa principal de su asesinato.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2
 PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 182-189


15.

Siguiendo las huellas de Jesús, que está subiendo a Jerusalén, con la vista puesta en la meta -la cruz de su entrega total-, Lucas nos va indicando cómo debe ser nuestro camino cristiano. En los dos domingos anteriores nos presentó la oración. Hoy, su mensaje es más incómodo: el desapego de la riqueza. También en esto Jesús es el mejor modelo y maestro. Lucas habla muchas veces de la pobreza, y de los peligros de las riquezas. La lección de hoy es clara, tanto en la primera como en la tercera lecturas. (Y también en la segunda, donde san Pablo nos invita a buscar los bienes de arriba).

UN SANO ESCEPTICISMO

El Qohelet, autor de la primera lectura, parece pesimista: "Vanidad, todo es vanidad". Nos enseña un saludable escepticismo ante lo humano: trabajo, afanes. La riqueza no nos lo da todo en la vida, ni es lo principal: la muerte lo relativiza todo. Es sabio reconocer los límites de lo humano y ver las cosas en el justo valor que tienen, transitorio y relativo.

Más que pesimista, esta página es humanamente realista, y más aun comparada con la autosuficiencia del rico del que habla Jesús en el evangelio. Nos viene bien este toque de escepticismo, para que no corramos tan ansiosamente detrás de lo perecedero, descuidando lo principal. Reconocer la vanidad de las cosas humanas es la mejor disposición para dar importancia a las de Dios.

NO OBSESIONARSE POR LO DE AQUÍ ABAJO

El retrato que hace Jesús del rico es muy vivo y no pierde actualidad. Su aviso es claro: el dinero no es un valor absoluto, ni humana ni cristianamente.

No es que hayamos de despreciar los bienes de la tierra; pero no debemos dejarnos esclavizar por ellos. No se nos invita a descuidar el trabajo para mejorar el bienestar de nuestras familias; pero sin dar valor prioritario a lo material, porque hay cosas más importantes. Jesús no condena a los ricos, pero sí nos dice que no hemos de caer en la idolatría de la riqueza. La riqueza en sí no es mala ni buena: depende del uso que hagamos de ella y de nuestra actitud interior ante los bienes materiales.

Jesús no llamó necio al rico porque era rico, o porque hubiera trabajado con afán, sino porque había programado su vida prescindiendo de Dios y olvidando los valores trascendentales.

LO QUE ES IMPORTANTE EN LA VIDA

Es sabio distinguir los valores importantes y los que no lo son. El dinero tiene su función. Pero en la vida hay valores mejores: la amistad, la vida de familia, la salud, la cultura, la comunicación interpersonal, el sano disfrute de la vida, el arte, la felicidad, el compartir con los demás nuestros bienes, tener tiempo para sonreír, para jugar en familia, para charlar con los amigos, para disfrutar de la naturaleza y para interesarse por los demás.

Y, sobre todo, están los valores espirituales, los "bienes de arriba". La escucha de la Palabra de Dios, la oración, la participación en la Eucaristía y los sacramentos, la colaboración en las tareas de la comunidad cristiana, el apostolado para ayudar a otros, el testimonio de fe en nuestra vida: estas son las cosas que nos enriquecen delante de Dios y que constituyen valores básicos para nuestra vida, además y por encima de las materiales. El evangelio termina diciendo que es necio el "que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios". El mundo de hoy nos compromete en una carrera afanosa para tener más cosas que los demás, para acumular dinero y asegurar obsesivamente el futuro. ¿Es el dinero el ideal de la vida? Si nos descuidamos, nos convertiremos en esclavos de la sociedad de consumo, que crea necesidades siempre nuevas para que gastemos más y más.

Hoy escuchamos la voz profética del Maestro: tenemos que hacer lugar a Dios en nuestra vida. Lo que contará al final son las buenas obras que hayamos hecho, no el dinero que hemos logrado almacenar. Sería una lástima si se pudiera decir que nuestra única riqueza es el dinero. ¿De qué nos valdrá eso, al final de nuestro camino, cuando nos presentemos ante Dios? ¿No sería llegar con las manos vacías al momento culminante de nuestra vida?

Mereceríamos que Jesús nos dijera también a nosotros esa palabra tan fuerte, "¡necios!", si desterramos a Dios de nuestra vida, si no nos preocupamos de los demás, si nos llenamos de nosotros mismos y ponemos la seguridad en las cosas de este mundo, si nos dejamos llevar por la codicia y el afán inmoderado de dinero, de éxito, de placer, de poder. Seríamos estúpidos, como el granjero del evangelio, porque almacenamos cosas caducas, que nos pueden ser quitadas hoy mismo, e irán a parar a otros: mientras que nos hemos quedado pobres delante de Dios.

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1998, 10, 19-20


16.

En el grupo de discípulos había muchos que seguían a Jesús pero no lo comprendían. Estaban completamente envueltos en las preocupaciones cotidianas y veían al Maestro como un buen mediador para dirimir conflictos familiares. Su deseo no era aceptar la buena nueva sino alcanzar metas personales: la acumulación de riquezas como objetivo último de la vida.

Alguien de entre la multitud llama a Jesús para que le solucione un problema. Ha escuchado las recomendaciones a los discípulos pero no las ha tomado en cuenta. Su interés es simplemente resolver sus preocupaciones individuales. Jesús con sinceridad y sin rodeos le hace caer en cuenta que su petición está fuera de lugar. Jesús no se siente hombre-orquesta para ir arreglando problemas en todo lado. Además, le hace caer en la cuenta de que su problema no es un asunto de justicia, sino de simple ambición personal. El hombre no veía en Jesús otra cosa que una buena oportunidad para obtener mayor porción en la herencia familiar.

Esta situación es una buena ocasión para instruir a los discípulos acerca del valor de la vida y el valor de las riquezas. La vida es mucho más que una progresiva acumulación de dinero, propiedades, conocimientos y placeres. La búsqueda incesante de seguridades sólo lleva a vivir en un estado de agitación y de angustia existencial. El esfuerzo que es necesario realizar para alcanzar lo que la sociedad nos propone como ideales de vida, generalmente no es proporcional a las satisfacciones. La dinámica de vivir tras las riquezas, el poder y el prestigio termina por convertir la existencia de los seres humanos en una interminable preocupación que nunca se resuelve.

La parábola que Jesús les propone para comprender a fondo esta situación humana recoge una experiencia de la vida cotidiana. Los seres humanos están dispuestos a amontonar riquezas, a transformar la realidad para preservarlas, para sentirse seguros y satisfechos con ellas. Sin embargo, no aprecian el valor de la vida misma. Sus apegos no les dejan ver otra cosa que sus propias ambiciones.

Nosotros experimentamos intensamente esta situación. El capitalismo, en su versión neoliberal, lleva a los seres humanos a convertirse en desaforados acumuladores de cosas y en maniáticos del trabajo lucrativo y la eficiencia comercial. En esta sociedad ya no hay espacio para valorar el ser humano como persona. Unicamente existen "clientes", mercado, compraventa, jefes, "hombres de éxito", la gente rica. La demás gente no cuenta...

Por esto, hoy se necesita con mayor urgencia proclamar las palabras de Jesús: "la vida no está en los bienes". La vida tiene valor en sí misma. Es un Don al que todos los seres humanos tienen derecho. Nuestro trabajo no puede ser únicamente la acumulación inconsciente e innecesaria de cosas, de dinero, de placeres. Nuestro trabajo debe ser humanizado. No puede estar en función del éxito comercial sino del crecimiento como personas. No puede ser sólo un mecanismo de sobrevivencia, sino, ante todo, un lugar de realización de un proyecto de vida orientado completamente a alcanzar la plenitud del ser humano a los ojos de Dios.

En el fondo, la situación que vivimos hoy no es de hoy. El capitalismo triunfante lleva ya cinco siglos. Dice Comblin que el cristianismo no ha logrado ponerle freno, y que quien se lo va a poner va a ser la naturaleza, los límites de la naturaleza: la dinámica expansiva, engullidora de recursos humanos, a la macroescala actual, hace ya previsible el agotamiento de los recursos, la desaparición de los bosques, la contaminación de la atmósfera, el agujero de la capa de ozono, la desaparición de las especies biológicas... Llega un momento en que el "tirar abajo los graneros para construir otros más grandes" ya no es viable: se topa con "los límites del crecimiento" (cfr el famoso libro de MEADOWS, Los límites del crecimiento, Fondo de Cultura Económica, México 1972; y el que le continuó, Más allá de los límites del crecimiento, Ediciones El País, Madrid 1994). La parábola de Jesús, lamentablemente, resulta hoy aplicable no sólo a la desmedida codicia de algunos poderosos que gobiernan de facto nuestro mundo, sino al sistema mismo. ¿Quién pondrá el freno, la naturaleza (sus límites) o la historia (nuestra utopía)?

Un ejemplo: "En medio de una de las peores crisis económicas que México ha debido enfrentar jamás, el número de personas con un patrimonio superior a 1000 millones de dólares aumentó en los últimos años de 10 a 15. En 1996, su riqueza combinada era igual al 9% del Producto Interior Bruto del país". (PNUD, Informe 1997, pág. 98

El cristianismo, de hecho, no ha logrado detener al capitalismo en estos cinco últimos siglos. Cabe recordar aquí lo que algunos dicen: el cristianismo no ha cambiado a Occidente, porque Occidente ha cambiado al cristianismo. ¿Qué pensar?

Para la conversión personal

-¿Nuestro trabajo nos dignifica como personas humanas o nos convierte en esclavos con sueldo?

-¿Nuestra comunidad cristiana es consciente de los desafíos que enfrenta ante una sociedad basada en el lucro, el placer y el confort?

-¿Somos conscientes de la mentalidad que nos impone casi sin querer el neoliberalismo?

Para la reunión de la comunidad o del círculo bíblico

-"Eviten toda clase de codicia": Relacionar el mensaje del evangelio de hoy con lo más nuclear de la ideología de la sociedad de hoy

-"El cristianismo no ha cambiado a Occidente, porque Occidente ha cambiado al cristianismo". ¿Qué pensar?

-Analizar la contraposición "cosas de arriba / cosas de abajo" que utiliza Pablo en la segunda lectura. Esa metáfora podría ser entendida dualísticamente en un enfoque no cristiano. ¿Cómo explicarían ustedes las cautelas que habría que tener para una correcta inteligencia del texto?

-¿Qué hacer para difundir una sensibilidad que evite hoy día el machismo en el lenguaje ["hombre" nuevo]?

Para la oración de los fieles

-Para que no utilicemos la religión para intereses personales privados, como aquellos discípulos que querían que Jesús les resolviese sus problemas familiares de herencia, roguemos al Señor.

-Para que la codicia no sea el motor de nuestra vida, y hagamos nuestro el recordatorio de Jesús de que la vida no depende de los bienes...

-Para que se extienda en el mundo la conciencia de que estamos llegando a los límites del crecimiento, y que si no damos un giro en nuestro comportamiento colectivo peligra nuestra vida y la vida del planeta...

-Para que haya muchos hombres y MUJERES nuevos que encuentren "las cosas de arriba" (la fraternidad, el amor, la solidaridad, el proyecto de Dios) entre "las cosas de abajo" (en la vida diaria, el trabajo, el hogar, la calle, la política, la cultura)...

-Para que el mensaje de la fraternidad universal que trajo Jesús se oponga eficazmente a la dinámica de una sociedad que pone el mercado y el crecimiento económico (unos graneros nuevos más grandes) por encima de todo otro valor...

-Para que llegue un día en que el Cristianismo cambie y convierta a Occidente, en vez de ser convertido y cambiado por él...

Oración comunitaria

Dios, Padre nuestro y Madre nuestra, que nos enviaste a Jesús como el modelo de la Persona Nueva, del Ser Humano completo; ayúdanos a poner nuestro corazón en los valores de tu Reino, y a infundir en esta sociedad actual una dosis de amor gratuito y desinteresado. Por J.N.S.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO