28 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XVIII
12-22

12.

No basta con saciar el hambre; no basta con la justicia. Aunque, tal y como están las cosas, acabar con el hambre y la injusticia sería un logro importantísimo, el proyecto de Jesús es mucho más ambicioso: pretende que el hombre consiga llenar no sólo el estómago, sino también el corazón.

¿PAN O LIBERTAD?

Cuenta el Libro del Éxodo (primera lectura) que, pasado el mar Rojo, cuando comenzaron las primeras dificultades para encontrar comida, "la comunidad de los israelitas protestó contra Moisés..., diciendo: ¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos". El hambre restó valor a la libertad, recién alcanzada, y al recordar el pasado, la humillación de la esclavitud pasó a un segundo término, desplazada por el recuerdo de las ollas llenas de carne y el pan en abundancia. Entonces, sigue contando el libro del Éxodo, Dios hizo llover una sustancia blanca a la que los israelitas llamaron "maná" y que sabía a galletas de miel (Ex 16,31). Gracias a aquel alimento no se detuvo la marcha hacia la libertad. A los israelitas nunca les faltó la comida porque, aunque siguieron protestando (Ex 17,1-7), Dios no abandonó nunca al pueblo que había liberado. La tentación de volver atrás se repitió (Nm 11,1-9), pero Dios no permitió que el proceso de liberación, recién iniciado, fracasara, y los sació con aquel pan llovido del cielo (Ex 16,4.15; Neh 9,15) para que la falta de alimento material no apagara el hambre de libertad.

EL ALIMENTO QUE DURA

"-No me buscáis por haber visto señales, sino por haber comido pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que se acaba, sino por el alimento que dura dando vida definitiva, el que os va a dar el Hombre, pues a éste, el Padre, Dios, lo ha marcado con su sello". Al terminar el reparto de los panes y los peces, Jesús se marchó solo al monte para evitar que lo hicieran rey; pero al día siguiente la gente lo busca porque con él, piensa, está resuelto el problema básico de su vida. Es una reacción comprensible en quienes no tenían asegurado el pan de cada día; pero Jesús sabe que para que el hombre crezca en plenitud y su vida se haga definitiva es necesario un alimento más completo que el solo pan. El reparto de los panes y los peces no es sólo un medio para resolver el hambre material, es un nuevo modo de entender las relaciones humanas, sustituyendo el egoísmo por el amor, y precisamente por eso señala la solución definitiva a la falta de alimento. La gente, que había saciado su hambre con el pan, no supo descubrir la señal; por eso pretenden hacer rey a quien les había dado de comer, y van tras él sin haber asimilado la lección. Jesús, al contrario que los pastores de este mundo, no se siente feliz viendo cómo lo sigue una multitud de estómagos satisfechos, prontos a renunciar a su libertad y a su responsabilidad a cambio de un pan y de unos pescados, y en lugar de halagar sus oídos, les pone ante los ojos las razones de su interés por él: "No me buscáis por haber visto señales, sino por haber comido pan hasta saciaros." Y puesto que su misión no consiste en resolver graciosamente los problemas sin esfuerzo ninguno por parte de los interesados, sino en proporcionar los instrumentos para que quien esté dispuesto busque, encuentre y aplique las soluciones adecuadas, anima a aquella multitud a no esperar que se lo den todo hecho, sino a trabajar. Eso sí, indicando que el trabajo que realmente vale la pena es el que proporciona algo más que la pura satisfacción de las necesidades materiales, el trabajo que busca procurarse el alimento que ofrece el hombre que ha sido configurado por Dios con el don del Espíritu (el sello de Dios): el Hombre, que, en cada gesto que realiza, manifiesta el amor de Dios.

EL PAN DE LA VIDA

Cuando oyen a Jesús hablar de trabajo piensan en seguida en la antigua Ley de Moisés: Dios les había dado a los israelitas en el desierto el maná, pero también les impuso una ley que debían cumplir; ése fue el "trabajo" que Dios exigió a sus antepasados, y ahora esperan que Jesús les dé una lista de leyes que ellos están dispuestos a aceptar a cambio de que Jesús les asegure el pan. Pero Jesús no les da leyes; les pide algo más: "Este es el trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha enviado." Jesús les pide la adhesión a su persona y a su proyecto: que lo acepten a él como "el verdadero pan del cielo..., el pan que baja de Dios y da vida al mundo". Jesús no viene a resolver ningún problema particular; él ofrece una respuesta global a la vida del hombre y se da como alimento para que esa vida crezca y se fortalezca y los hombres puedan saciar todas sus aspiraciones: acabar con el hambre, por supuesto, pero también satisfacer el deseo de amar y sentirse amado; ver cumplida la urgencia por la justicia, y también la necesidad de ternura, sentirse en armoniosa y fraterna relación con sus semejantes, y también, como hijos, con el Padre Dios.

El trabajo que Jesús nos pide a sus seguidores es que nos tomemos en serio todo esto; que nos pongamos de su parte, que aceptemos plenamente su proyecto de hacer de este mundo un mundo de hermanos, que dejemos que el Padre nos selle con su Espíritu y nos dé con él la fuerza que nos permita ser capaces de hacer de nuestra vida un don continuo en favor de la vida del mundo, de tal modo que, sin rendirnos jamás en la lucha por la justicia, sin olvidar que la primera que hay que satisfacer es el hambre de alimento, nunca perdamos de vista que las hambres del hombre no se sacian sólo con pan y ni siquiera con sólo justicia: el hombre necesita amor, todo el amor, hasta el amor de Dios. Cuando en nuestro mundo domine sólo el amor se habrá revelado el pleno sentido de las palabras de Jesús: "Yo soy el pan de vida. Quien se acerca a mí nunca pasará hambre y quien me presta atención nunca pasará sed."

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 183ss


 

13. H/FRUSTRACION H/HAMBRE:

El hombre no está hecho de una vez para siempre, sino que se hace continuamente. Nuestra vida hay que construirla día a día. Porque nuestro ser más profundo registra un deseo interno de realización, de superación. Como decía Pascal, "el hombre supera infinitamente al hombre". El hombre es un insatisfecho. En todos los planos -material, económico, afectivo, sociológico, espiritual- el hombre siempre quiere más, quiere vivir y desarrollarse. Por eso, el hombre es naturalmente un ser indigente, necesitado. Tiene siempre hambre, casi debemos decir que el hombre, constitutivamente, es hambre. Pues ese hombre hambriento -que es multitud- toda la humanidad -sigue a Jesús.

-"Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros". Han sido la beneficiarios del amor de Dios presente en el gesto de Jesús de multiplicar el pan, pero ellos recuerdan sólo la satisfacción de su hambre, y esa es la razón que los mueve a buscar a Jesús. "Trabajad no por el alimento que parece, sino por el alimento que perdura dando vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios". Jesús les da un aviso; hay que trabajar, hay que ganarse el alimento, pero no sólo el que se acaba, sino el que dura sin acabarse y da así vida definitiva. El reproche de Jesús es que han limitado su horizonte: el alimento que se acaba da solamente una vida que se acaba, que perece; centrar toda la vida en ese alimento que se acaba es negar en el hombre la dimensión del Espíritu y reducirlo a la "carne", aceptando la propia destrucción.

Los invita, por tanto, a superar esta dimensión puramente horizontal que mutila el designio creador de Dios, y les promete ese alimento que solamente él puede dar, porque él, el Hijo del Hombre, está marcado por el sello de Dios. El sello de Dios en la humanidad de Jesús es el Espíritu que ha hecho de El "el Hombre". Jesús, el modelo de hombre, es capaz de dar el alimento que dura por ser el portador del Espíritu. El Espíritu que sella a Jesús como dador de vida que culmina la obra creadora. "Yo he venido para que tengan vida y les rebosa".

"Le preguntaron: ¿Cómo podemos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?" Es decir, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? Entienden que hay que trabajar, pero no saben cómo ni en qué, comprenden que el pan que no perece es un pan de Dios y quieren saber las condiciones que Dios pone para concederlo. Acostumbrados por la Ley a que Dios dicte mandamientos y observancias, preguntan a Jesús cuáles son las que ahora prescribe. No conocen el amor gratuito. Creen que Dios pone precio a sus dones.

"Respondió Jesús: Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que El ha enviado". Jesús corrige el presupuesto de la pregunta. Dios no va a imponer nuevos preceptos u observancias. El trabajo que Dios requiere es único y el mismo para todos: dar adhesión permanente a Jesús como enviado. Este es el trabajo que procura el pan que permanece y da vida definitiva. Esta exigencia es nueva y no se le esperaban. Estaban dispuestos a manifestar su adhesión a Dios de las maneras que El pidiese. Consideraban a Jesús un profeta y habrían acatado lo que Dios les comunicase por su medio. Pero siguen atribuyéndole el papel de mediador, no de término de una adhesión. Un profeta es instrumento de Dios, pero, ante él, queda en segundo término. Jesús, en cambio, no los exhorta a adherirse ni a imitar a Dios, sino que de parte de Dios les pide adhesión a su propia persona.

"Ellos le replicaron" ¿y qué signos vemos que haces tú, para que creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "les dio a comer pan del cielo". La gente comprende que Jesús se declara Mesías, ejecutor del designio divino, representante de Dios en la tierra. Al no haber entendido el signo, no les basta como credencial el pan que han comido el día anterior. Le piden una señal particular que dé garantía a esa exigencia de Jesús de que crean en él, de que la presten adhesión. Ellos oponen los prodigios de Moisés a la falta de espectacularidad de la obra de Jesús. Se exige lo portentoso, lo que deslumbra sin comprometer al hombre. "Jesús le replicó: os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo". La respuesta de Jesús es tajante; la creencia de ellos es ilusoria. Sólo su Padre da el verdadero pan del cielo. El maná es cosa del pasado; el pan de Dios es presente, una comunicación permanente de vida que él hace al mundo. Este pan baja del cielo, como el maná llovía de lo alto, pero sin cesar, y no se limita a dar vida a un pueblo sino a la humanidad entera.

"Entonces le dijeron: -Señor, danos siempre de ese pan". Le llaman Señor, creen en sus palabras, adivinan que Jesús puede satisfacer todos sus anhelos. Con respeto y deseo se lo piden, pero no se comprometen al trabajo, no acaban de darle su adhesión. Siguen en su actitud pasiva, buscando el beneficio propio. Quieren recibir el pan sin trabajarlo, encontrar la solución hecha sin colaboración personal. "Jesús le contestó: yo soy el pan de vida. el que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed".

Jesús se había presentado como dador de pan, ahora se identifica con el pan. El es el pan que Dios ofrece a los hombres. Este pan es el que únicamente puede saciar el hambre profunda del hombre y hacer que el hombre alcance la verdadera calidad de vida. La frase se opone frontalmente a la del Eclesiástico (/Si/24/21): "el que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed". El contraste quiere hacer ver que la fidelidad a la Ley dejaba una continua insatisfacción, como el agua del pozo de Jacob. No colma las exigencias humanas, porque no responde enteramente a ellas. En cambio, en lo que promete Jesús encuentra el hombre satisfacción plena. Jesús, fuente de equilibrio y de gozo, fuente de sosiego. La mayoría de nuestras tristezas y de nuestros desequilibrios vienen de no saber apoyarnos realmente en la roca substancial de la Palabra de Dios.

¿Crees que Jesús te seduce y te arrastra más que cualquier otra cosa de este mundo? ¿Es para ti la fe un rollo que no entiendes? O es más bien; una gran amistad con Jesús que te apasiona?


 

14.

-Nos has hecho, Señor, para ti y estará siempre insatisfecho nuestro corazón mientras no descanse en ti S. Agustín. Nuestra verdadera hambre es hambre de Dios... nuestro único y verdadero alimento es el que viene de Dios.

Is/55/02. "¿Por qué gastáis vuestro dinero en lo que no es pan y vuestro jornal en lo que no sacia?" ¿De qué tengo yo apetito? ¿De qué estoy hambriento? ¿Qué es lo que busco?

Jr/15/16: "Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba. Tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón".

-Jesús a sus discípulos: "Yo tengo una comida que vosotros no conocéis. Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado". Jn 4, 32-34.

-Danos hoy nuestro pan de cada día.


 

15.

CREER PARA NO PADECER HAMBRE NI SED

-Ir a Cristo para no padecer más hambre ni sed (Jn 6, 24-35) El domingo pasado nos situó en el ambiente de la multiplicación de los panes. S. Juan nos narra ahora el comienzo del discurso de Cristo sobre el Pan de vida. Tiene lugar en la sinagoga de Cafarnaún (6, 59) donde la multitud ha encontrado a Jesús después de encaminarse a la otra orilla del lago. Como suele suceder en S. Juan el discurso comienza con una proposición ambigua. La multitud busca a Jesús porque ha sido saciada, no porque ha visto los signos. Lo que la seduce, por tanto, no es el anuncio del Reino, sino haber podido comer. "Comer" es el punto de partida ambiguo del discurso de Cristo. La multitud no ha comprendido absolutamente nada del signo. La ambivalencia misma del pan y del gesto de distribuirlo a todos, no la ha impresionado. Para la multitud es nada más un alimento que desaparece una vez consumido. Han comido, visto y tocado el signo, pero no le han comprendido. Esta es la situación de las gentes que han seguido a Jesús. Y Jesús aprovecha la situación para yuxtaponer a este alimento perecedero, el que no se estropea ni se pierde, sino que permanece para la vida eterna. Así comienza el discurso. El texto de hoy nos ofrece la primera parte de este discurso de Jesús sobre el Pan de vida que se extiende hasta el versículo 34; el pasaje proclamado hoy llega hasta el v. 35 que clarifica lo precedente y abre el camino a un nuevo desarrollo que constituirá la materia evangélica del próximo domingo.

Desde las primeras palabras de Jesús pasamos del alimento terreno y perecedero al que dura hasta la vida eterna. Este alimento está vinculado a la persona de Jesús: es el que "os dará el Hijo del hombre". ¿Comprende la multitud quién es este Hijo del hombre? No lo parece, porque un poco después la gente sigue preguntándose quién es ese Hijo del hombre (12, 34). Es aquel que ya en el bautismo del Jordán fue designado por el Padre para cumplir su voluntad; el Padre le marcó con su sello mediante la intervención del Espíritu (Jn 1, 32).

Ciertamente, la multitud no ha captado las dimensiones de la afirmación de Jesús. Tiene alguna intuición de que se trata de algo sagrado en lo que ella puede participar con su actividad; que se trata de tomar una dirección en la vida que debe poner en movimiento hacia lo que Dios quiere realizar. Pero para los judíos, "las obras de Dios" son cosas, ante todo, que se pueden ver materialmente, se pueden constatar: oraciones, ayunos, ascesis, proselitismo, etc. Por tanto, su pregunta se plantea en términos de actividad externa: "¿Qué hay que hacer para realizar las obras de Dios?". La respuesta de Cristo es precisa: "La obra de Dios es que creáis en Aquel que El ha enviado". Jesús propone una actividad en la que, sin duda, no se han fijado sus auditores; es algo completamente interior. Pero Jesús no lo designa utilizando términos abstractos, sino mostrando lo que hay que hacer espiritual y realmente: creer y creer en Aquel al que Dios ha enviado.

Esta vez la multitud sí intuye una relación entre Jesús y el Enviado que ha sido marcado por el sello de Dios. Pero reclama un signo; efectivamente, no ha comprendido el significado de la multiplicación de los panes. Con todo, sí ha caído instintivamente en la cuenta de que existe un vínculo entre el alimento de eternidad y este Enviado; la misma multitud recuerda a Jesús el maná del desierto: allí se le dio a comer un manjar venido del cielo. ¿Qué obra realizará Jesús como señal? Jesús puede dar ahora un paso adelante. Partiendo del maná, llegamos al pan verdadero, porque el pan que les dio Moisés era también perecedero y era un pan que anunciaba otro. El Pan verdadero es el que da el Padre. Es el momento de pasar del Pan Verdadero al pan que se identifica con el mismo Jesús: "El verdadero Pan es Aquel que desciende del cielo y da vida al mundo". Y Jesús declara con toda nitidez, después de oir el clamor de la multitud que sigue anclada en el pan material que descenderá del cielo, que ese Pan... "Yo soy el Pan de vida". Esta vez hay una identificación completa entre el Pan bajado del cielo y la persona de Jesús. Quien vaya a Jesús no tendrá jamás hambre ni sed. Esta terminología designa el banquete mesiánico y sin duda los oyentes lo comprenden a medias. "No tendrán hambre ni sed" (Is 49, 10). La imagen del hambre y de la sed saciados acompaña frecuentemente la promesa del Señor sobre el envío del Mesías liberador (Is 55, 1-3; 65, 13); esta misma terminología la usará S. Juan en el Apocalipsis (7, 16).

Así avanza el discurso a través de sucesivas ambigüedades. Tenemos que habituarnos a las concatenaciones que S. Juan suele hacer en la estructura de los discursos de Jesús. Hay un alimento que perece, y hay otro que permanece hasta la vida eterna. El maná no es alimento del cielo; el que da el alimento del cielo es el Padre; y el Padre es el que entrega a su Hijo que es el Pan de la vida. Hay, por tanto, que creer en la persona del Hijo; en eso consiste "cumplir las obras del Padre". Quien cree en el Hijo no tendrá jamás hambre ni sed.

-Lluvia de pan (Ex 16, 2-15)

Este relato no es de un solo autor, sino que ha sufrido retoques importantes. En los versículos 4-11 se ve la mano de la fuente llamada yavista, mientras que los versículos 12-14 serían un retoque hecho por la tradición sacerdotal. En la proclamación litúrgica de este pasaje, el que las dos tradiciones diferentes estén unidas no tiene incidencia de importancia. Lo que debemos retener para nuestra comprensión espiritual y para la comprensión del Evangelio de hoy, puede resumirse en estos puntos: La situación del pueblo de Dios en el desierto es desesperada, y eso le lleva a una protesta grave que es señal de su falta de fe. Sin embargo, a la vez que se entregan a la murmuración, resultado de una falta de confianza en quien les ha sacado de Egipto y les ha posibilitado el paso del Mar Rojo, mantienen también, como por reflejo subconsciente, una viva esperanza en la bondad de Dios y en su iniciativa. El maná cae del cielo y las codornices cubren los campos. Es un regalo, un don, pero también una prueba de fe ante la que Dios les coloca, porque habrá que recibir lo que Dios da y como El lo da: "Veré si mi Pueblo obedece o no a mi Ley". Este es el pan bajado del cielo, el pan que el Señor da para comer en la marcha hacia la tierra prometida.

Los Evangelistas, al dirigirse a sus comunidades creyentes, no han podido redactar este relato del don del Pan de vida sin pensar en su preanuncio que era el maná. El salmo 77 que es el responsorial de hoy, recuerda elogiosamente el maná: Dio orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo, hizo llover sobre ellos maná para alimentarlos; les dio pan del cielo. El hombre comió el pan de los fuertes, el Señor les mandó provisiones hasta la hartura. Los hizo entrar por las santas fronteras hasta el monte que su diestra había adquirido.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 96 ss.


 

16. IDOLOS/VACIO 

UN VACÍO DIFÍCIL DE LLENAR

Yo soy el pan de vida.

La palabra «religión» suscita hoy en muchos una actitud defensiva. En bastantes ambientes, el hecho mismo de plantear la cuestión religiosa provoca malestar, silencios evasivos, un desvío hábil de la conversación. Se entiende la religión como un estadio infantil de la humanidad que está siendo ya superado. Algo que pudo tener sentido en otros tiempos pero que, en una sociedad adulta y emancipada, carece ya de todo interés.

Creer en Dios, orar, alimentar una esperanza final son, para muchos, un modo de comportarse que puede ser tolerado, pero que es indigno de personas inteligentes y progresistas. Cualquier ocasión parece buena para trivializar o ridiculizar lo religioso, incluso, desde los medios públicos de comunicación. Se diría que la religión es algo superfluo e inútil. Lo realmente importante y decisivo pertenece a otra esfera: la del desarrollo técnico y la productividad económica. A lo largo de estos últimos años ha ido creciendo entre nosotros la opinión de que una sociedad industrial moderna no necesita ya de religión pues es capaz de resolver por sí misma sus problemas de manera racional y científica. Sin embargo, este optimismo «a-religioso» no termina de ser confirmado por los hechos. Los hombres viven casi exclusivamente para el trabajo y para el consumismo durante su tiempo libre, pero «ese pan» no llena satisfactoriamente su vida.

El lugar que ocupaba anteriormente la fe religiosa ha dejado en muchos hombres y mujeres un vacío difícil de llenar y un hambre que debilita las raíces mismas de su vida. F. Heer habla de «ese gran vacío interior en el que los seres humanos no pueden a la larga vivir sin escoger nuevos dioses, jefes y caudillos carismáticos artificiales». Quizás es el momento de redescubrir que creer en Dios significa ser libre para amar la vida hasta el final. Ser capaz de buscar la salvación total sin quedarse satisfecho con una vida fragmentada. Mantener la inquietud de la verdad absoluta sin contentarse con la apariencia superficial de las cosas. Buscar nuestra religación con el Trascendente dando un sentido último a nuestro vivir diario.

Cuando se viven días, semanas y años enteros, sin vivir de verdad, sólo con la preocupación de «seguir funcionando», no debería de pasar inadvertida la invitación interpeladora de Jesús: «Yo soy el pan de vida».

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 215 s.


 

17.

1. Trabajar por el pan verdadero

El domingo pasado veíamos cómo Jesús alimentó a su pueblo en aquel lugar desértico y después huyó cuando se pretendía hacerlo rey. Por la noche cruza el lago y a la mañana siguiente está ya en las calles de Cafarnaúm. Allí lo encuentra la multitud y el evangelista Juan tiene la oportunidad de hacer una profunda reflexión acerca de la fe en Cristo, Pan de Vida. Nosotros seguiremos el texto, paso a paso. La gente comienza preguntándole a Jesús: «¿Cuándo has venido aquí?» Como diciéndole: Te andamos buscando, no nos dejes solos, ¿por qué nos abandonaste anoche? Es la oración que muchas veces le hacemos a Dios: por qué nos abandonas, por qué no atiendes a nuestros caprichos, por qué no nos das lo que te pedimos, etc.

DESEO/BUSQUEDA: Y Jesús, entonces, nos marca el límite entre la auténtica búsqueda de Dios y la búsqueda de nosotros mismos enmascarados bajo una forma religiosa: Sí, vosotros me buscáis, pero solamente por el pan que llena vuestros estómagos. En realidad, no me buscáis a mí, ni mi mensaje ni la vida que deseo daros... Hay una frase que nos llama la atención: «Vosotros me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros.» Aquí está la clave para comprender lo que sucedió con los panes repartidos en el desierto. No quiso Jesús solamente llenar los estómagos, sino que su gesto fue el signo de algo más: el signo, la señal o la manifestación de que Dios es el verdadero Pan de la vida. Por eso concluye Jesús invitándonos a trabajar por el alimento auténtico del hombre, ese que da la vida verdadera, y que es dado por el Hijo, marcado con el sello de autenticidad por el mismo Padre.

Cuando escuchamos estas frases, pienso que globalmente intuimos su sentido, pero podemos correr el riesgo de quedarnos satisfechos por haberlas repetido una vez más. Está bien decir: trabajar por el pan verdadero de la vida, el que nos da Cristo. Pero, ¿qué significa esto en el siglo veinte? ¿Nos pide Jesús que dejemos de trabajar en nuestra profesión u oficio para dedicarnos a las cosas espirituales? ¿O que abandonemos la política o la lucha gremial, o las actividades culturales, deportivas o científicas? En una época en que tanto cuesta mantener una familia, ¿es reprochable el que pretendamos comer hasta saciarnos, es decir, tener todas aquellas comodidades que un hombre digno debe tener? No es fácil responder a estos interrogantes, y el texto de Juan puede dar ocasión para variadas respuestas.

Observemos que Jesús no reprocha el que los judíos hayan comido pan en abundancia -pues él mismo se lo había dado- sino el buscarlo por ese motivo. Pienso que hasta se trata de un problema de dignidad humana: Jesús se niega a ser prostituido y reducido a un simple repartidor de pan. No es el tío bonachón que gana el cariño de los sobrinos con regalos y condescendencias. Y lo peor del caso es que así prostituimos a Dios y a la religión. ¿Qué diferencia habría entre un comercio y un estilo religioso que contratara a Dios como agente financiero o comercial? Es que suele suceder que nos comportamos con Dios como aquella clientela fija de un gran negociante, que, cuando llega la carestía o hay dificultad en conseguir productos, de alguna manera se siente con derecho a reclamar su mercancía porque es de la vieja clientela.

En la vida de los negocios, esta actitud no es mala. Nadie regala, y quien da una vez, espera recibir en otra oportunidad. Pero, ¿podemos aplicar este esquema a nuestras relaciones con Dios? Este es el problema. Y hasta llegamos a pensar que le hacemos un favor a Dios creyendo y asistiendo a su culto. Y llegamos a decir: «Nosotros somos los que no lo hemos abandonado. Cuánto descreimiento hay en el mundo, pero nosotros seguimos firmes.» Y de esto a pensar que Dios está obligado a no abandonarnos cuando se nos pasa un capricho por la cabeza, no hay más que un paso.

En otras palabras: Quien quiera comer, que trabaje; quien quiera un título, que estudie; quien quiera ser gobernante, que actúe en política; quien quiera la salud, que se cuide y consulte a un médico. Esto forma parte del oficio del hombre, y no hace falta meter la fe de por medio para que se nos aligere el camino. La fe no nos hace más inteligentes, ni más capaces en una profesión ni mejores deportistas. La fe no es un tobogán para que la vida se nos deslice con mayor suavidad, rapidez y facilidad. Jesús más bien habría insinuado lo contrario: la fe es el camino estrecho, el de la cruz.

¿Qué pretende, entonces, la fe? ¿Qué busca? ¿Por qué debe trabajar el hombre creyente? Jesús dice: «Por el alimento que dura hasta la vida eterna, el que da el Hijo.» Mas, ¿cómo traducir esto en un lenguaje moderno para que lo entendamos? Si pudiéramos hacerlo, habríamos resuelto el más grave problema que se le plantea a la fe cristiana en el mundo moderno. ¿Qué puede significar hoy esta vida eterna? Años atrás la respuesta era bastante simple: «esta vida» se acaba con la muerte; nosotros por la fe esperamos la «otra vida» que nunca acabará. Esa es la vida eterna.

VE/QUÉ-ES: Pero tal modo de pensar da la impresión de que Dios nos puso en esta tierra y en esta vida precisamente para que no la vivamos, ya que lo importante es la otra vida. ¿Para qué estamos aquí, entonces? Parece, por lo tanto, que vida eterna no es lo que se agrega después de la muerte sino una realidad que ya ahora y aquí podemos adquirir, a tal punto que Jesús nos invita a trabajar para conseguirla. Si bien a veces "eterno" se opone a «transitorio o perecedero», parece que este término bíblico tiene un sentido más profundo y que se refiere a la misma manera de vivir o existir. Eterno, más que un tiempo interminable, parece ser un modo de vivir el tiempo. En otras palabras: cuando el hombre come, duerme, trabaja, estudia, se divierte, etc., decimos que vive. Pero esa vida la puede encarar de dos maneras: o como si eso que hace fuese lo absolutamente importante y, entonces, toda su vida está supeditada a lo que hace, come, trabaja, etc., o bien -y ésta parece ser la perspectiva cristiana- el hombre, sin dejar de trabajar, etc., se cuestiona permanentemente acerca de sí mismo, de su yo íntimo, de eso que él es en verdad, de lo que es auténtico en él. La vida no está fuera de nosotros ni en lo que hacemos o comemos, sino que surge de dentro de uno mismo. Este ser hombre, este llegar a ser todo lo que el hombre está llamado a ser, este crecer desde dentro para abrazar la vida con más sentido y profundidad, esto podría traducirse por «eterno». Eterno es lo profundo, contrapuesto a lo superficial; lo auténtico, contrapuesto a lo falso; lo que vale y es por sí mismo, opuesto a lo que es y vale por su relación con otras cosas. Tratando de aclarar aún más esto, que de por sí es oscuro, la fe nos cuestiona como personas, como individuos y como miembros de una comunidad. Todos recibimos la vida por el nacimiento y la mantenemos por medio de los alimentos; pero la fe cuestiona el modo de encarar la existencia, el modo de comprendernos a nosotros mismos y el modo de mirar al prójimo. Si nuestro modo de razonar es suficientemente valedero, puede tener cabal sentido el por qué, para los cristianos, esa vida eterna está dada por Jesucristo. Porque nosotros entendemos que Jesús, por primero entre los hombres, asumió su existencia en forma recta, cabal y total, o sea: en la plena libertad interior y en el más generoso amor. Si, como repite Pablo, Jesús es el Hombre Nuevo que realizó el modelo humano proyectado por Dios (a su imagen y semejanza), está claro que esa vida de Jesús es la auténtica, es decir, la eterna. Y que nosotros, desde su perspectiva, desde su modo de encarar la existencia, desde su testimonio y palabras, podemos apoderarnos de la Vida por excelencia, vida eterna, por ser participación de la misma vida de Dios.

2. Trabajar por el pan es creer en Cristo

Jesús nos invitó a trabajar por el alimento que da la vida eterna. Es justa, por lo tanto, la pregunta que le podemos hacer como aquellos judíos: «¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere? » ¿Qué hacer para adquirir la vida eterna? La respuesta de Jesús forma parte de la esencia del cristianismo: "Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado". Seguramente que hemos escuchado esta frase muchas veces, y también nosotros decimos: Yo creo en Jesús, sé que vivió en Palestina, que murió y resucitó. ¿Eso es todo?

CREER-EN-J: Respondemos que sí o que no, según qué entendamos por ese «creer». Si por «creer en Jesús» entendemos que aceptamos como dato histórico su existencia terrena en Palestina, seguramente que con esa fe no podremos ir muy lejos y mal les podríamos reprochar a los judíos su falta de fe desde el momento en que ellos eran contemporáneos de Jesús y hasta conocían a su familia y parientes. La expresión «creer en Cristo, enviado de Dios» debe tener en la mentalidad de Juan un significado mucho más profundo que el anterior. Por otra parte, el creer debe ser un acto tan decisivo, que Jesús llega a decir que es la obra de Dios y es lo que nosotros debemos hacer. Creer en Jesús es, entonces, algo que hacer; algo que hacer ahora, en esto que llamamos vida; y es un hacer que refleja el hacer de Dios, el Dios de la vida.

Si hemos seguido con atención la primera parte de nuestras reflexiones, veremos que esta segunda está muy relacionada con ella. En efecto: si la vida eterna consiste en adquirir cierto modo de existencia que encare y cuestione permanentemente nuestra vida con profundidad, para descubrir y realizar todo lo que implica «ser hombre», entonces creer en Cristo como enviado del Padre y dador de la vida, significa varias cosas:

Primero: reconocer que Jesús alcanzó el ideal supremo del hombre. Que es el hombre nuevo, el que extendió como nadie su capacidad de amar, el que se sintió totalmente libre para ser el signo y el ejecutor de la liberación plena del hombre. Es decir: la fe reconoce a Cristo como la imagen perfecta del Padre, ideal de todo hombre según el proyecto primitivo del Padre. Más simplemente: Jesús vivió. Vivió totalmente. Su existencia fue eterna.

Segundo: que Cristo no conquistó este modo nuevo de vivir sólo para él, sino que ya en él todos los hombres tenemos la posibilidad de llegar a esa misma vida. No por arte de magia o por simple contagio. No basta decir: «Yo creo en Jesús» para ser transformados en hombres nuevos. El Evangelio nos dice que hay que creer, pero interpretando ese creer como una obra o un quehacer. Si bien es cierto que el hombre nuevo es la obra de Dios, es también fruto de la fe del hombre. Creer es interpretar nuestra vida como la interpretó Cristo; hacer nuestros sus sentimientos, encarar los problemas desde su ángulo. Creer en él es ser capaz de jugárselo todo por su palabra, reconociéndolo como lo absoluto, lo que vale la pena, lo que está más allá de esto trivial en que estamos sumidos. Por supuesto que para estar dispuestos a arriesgar todo por este Jesús, es prudente preguntarse como aquella gente: ¿Qué pruebas nos das de que eres el enviado de Dios? Moisés demostró serlo dando a su pueblo el maná. Y tú, ¿qué nos das? ¡Claro! La tarde anterior también ellos habían comido hasta hartarse, y con esta pregunta pusieron en evidencia que no se dieron cuenta de nada, de nada importante, tal como Jesús se lo había reprochado. No descubrieron que Jesús en su propia persona era el mejor signo de que Dios les estaba dando la vida. Se lo explica él mismo: No fue Moisés quien les dio el pan a los hebreos en el desierto, porque toda vida viene de Dios. El maná no fue auténtica vida sino solamente un signo de que la Vida era Dios.

Así ahora ha llegado el momento en que Dios entrega la Vida, y ése es el único signo. Los judíos parecen no entender, pues le dicen: «Señor, danos siempre de ese pan". Y Jesús se revela: "Yo soy el Pan de la Vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed.» El evangelista Juan nos está guiando por el largo y oscuro camino de la fe. Somos hombres, los buscadores del pan de la vida, simplemente de la Vida. No necesitamos milagros ni prodigios para ver dónde está la vida. Basta ver a Jesús. Jesús es el milagro de Dios, el signo de su presencia, el portavoz de su palabra; el testigo de esto nuevo que Dios quiere realizar en nosotros.

En síntesis...

¿Qué es ser cristiano? Es confiar en que la mejor forma de resolver el enigma de la vida es Jesucristo. Y esta confianza nos impulsa a hacer y trabajar en el mundo, sin escapar del mundo. No despreciamos ninguno de los valores de nuestra cultura, ninguno de los adelantos de un mundo técnico y científico. Pero, como cristianos, no aceptamos ser aplastados por ese mundo. Creemos en Cristo que el hombre sigue siendo lo más importante, y que una cultura vale por los hombres que tenga, por los hombres nuevos que sea capaz de engendrar. Jesús es el gran invento de Dios. Es el signo de su amor. Es la fuente de la vida. Por aquí camina nuestra fe...

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B. 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 169 ss.


 

18.

Frase evangélica: «Yo soy el pan de vida»

Tema de predicación: LA EUCARISTÍA, SUSTENTO DE VIDA

1. Con frecuencia, el pueblo busca un líder que le ahorre esfuerzos y realice el milagro de resolverle todas sus dificultades. Así es como «la gente» buscaba a Jesús: no como liberador/salvador, sino como solucionador milagroso de problemas. Pero la respuesta de Jesús es inesperada: para tener vida se requiere «adhesión» al proyecto de Dios y pan que «dé vida al mundo», signo revelador de la justicia del reino. Comer con fe el pan de Dios es seguir a Jesús.

2. En definitiva, hay que hacer «el trabajo que Dios quiere», es decir, ganarse el sustento, el provisional y el definitivo. El pan, amasado con el esfuerzo del hombre y de la mujer y compartido fraternalmente con los pobres, es símbolo de justicia y de caridad. Pero con frecuencia vemos el pan sin amor, del mismo modo que vemos el cuerpo de Jesús sin su Espíritu.

3. La eucaristía, bajo la figura de banquete, es comunión con Jesús hecho carne, con su persona, su palabra y su obra. Es memorial de la muerte y resurrección de Jesús. Es sacramento de la fe. Y es símbolo comunitario.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Son nuestras eucaristías banquetes de vida?

¿Qué significa, de hecho, la comunión?

CASIANO FLORISTáN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 220 s.


 

19.

1. El evangelio de Juan es esencialmente teológico Es corriente que los hombres nos creamos que lo sabemos todo, que nadie tiene nada que enseñarnos, que no tenemos ninguna necesidad de la gente que nos rodea. Creemos que nuestra vida está bien como está, y cuando alguien nos sorprende con su modo de actuar o de vivir, la mayoría de las veces pensamos que se equivoca, que no sabe lo que hace, que exagera. Es frecuente en cada uno de los hombres constituirse en norma y juez inapelable de todos los acontecimientos, aceptando únicamente aquellos que estén de acuerdo con nuestros intereses personales. Es lo que les ocurría a la mayoría de los oyentes de Jesús.

El evangelio de Juan es esencialmente teológico; en él los hechos que nos narra han sido recogidos para destacar una enseñanza, preocupándose menos de lo realmente ocurrido. La narración, que no ha sido inventada, fue sacada de la realidad con la intención de servir para ahondar en el mensaje de Jesús.

FE/RIESGOS: Por esta razón, en su largo e importante capítulo sexto, Juan no nos narra sólo la multiplicación de los panes, sino que nos muestra la forma en que Jesús explicó su sentido en el discurso del pan de vida pronunciado en la sinagoga de Cafarnaún. Pretende que profundicemos en nuestra fe. Una fe que tiene unos riesgos que hemos de conocer para no caer en ellos: usar la religión como medio para conseguir bienes materiales y comodidad, conformismo y aburguesamiento; y también el peligro del ritualismo sin vida. ¿No es éste el caso de la mayoría de nuestras eucaristías dominicales? Juan quiere situarnos en el punto justo: el centro del cristianismo es la persona de Jesús; más aún: él mismo es el cristianismo, el pan verdadero que debe ser comido y asimilado en la vida diaria. De esta forma, la eucaristía no es un rito más, sino la celebración del compromiso total con la lucha por el mundo fraternal que Dios quiere; es comunión (común-unión) con Dios en los hermanos.

Juan eleva el hecho de la búsqueda de Jesús por el pueblo a un plano superior. El pueblo está sometido a necesidades materiales, pendiente únicamente de ellas. Ahora Jesús va a ofrecer a la multitud que le busca un nuevo pan, una nueva revelación. El discurso se inicia con la búsqueda que hace de Jesús la multitud que ha sido alimentada con los panes y los peces. La gente sabía que allí no había más que una barca y que Jesús no había subido a ella. Entonces, ¿por dónde había cruzado el lago? Desean encontrar a Jesús. La separación -brusca según Juan- de los discípulos y de Jesús les había desorientado.

2. Insuficiencia del "pan" material

"Fueron a Cafarnaún en busca de Jesús". A simple vista, esa búsqueda de Jesús por la gente parece una actitud positiva. Sin embargo, la reacción de la multitud ante la multiplicación de los panes fue decepcionante. Es verdad que buscan a Jesús, pero lo hacen por mera curiosidad o, teniendo en cuenta las duras palabras que Jesús les dirige, por egoísmo. Acuden a él porque les dio de comer, deseosos de continuar en la compañía de alguien que les asegure el sustento sin esfuerzo personal. Únicamente esperan de él la solución a su indigencia material. Es una búsqueda ineficaz, insuficiente. "Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros". Este es el verdadero motivo por el que siguen a Jesús, que, en lugar de responder a su pregunta, les revela sus propias intenciones: le habían seguido como a un posible liberador; pero ahora sólo pretenden que les asegure la comida sin trabajar. ¡Siempre las rebajas! Van en su busca, pero en realidad no le buscan a él; buscan sus dones, se buscan a si mismos, su propia satisfacción. Prefieren el don al donante. Buscaban a Jesús porque los había alimentado, y con aquello ya les bastaba; creían que Jesús podía asegurarles la alimentación cotidiana y que ya no tenían nada más que esperar.

EGOISMO/SEGUIMIENTO Esta actitud de la gente expresa la postura más común en todos los hombres, expresa nuestra propia actitud: lo que buscamos normalmente es "el pan", signo de todo aquello que suele despertar nuestra ilusión y mover nuestro modo de hablar y de actuar: aumentar los ingresos económicos, dominar a los demás, conseguir el éxito, pasarlo bien... A veces lo buscamos de modo más directo; otras, solapadamente, incluso bajo la bandera de fidelidad a Jesús y a la iglesia, cuando lo que realmente nos interesa es conservar y aumentar lo que tenemos y evitarnos quebraderos de cabeza. Es también la postura de nuestra sociedad de consumo: creer que con elevar la renta per cápita, subir los sueldos, tener piso y coche propios... es suficiente para que el hombre logre la felicidad. Jesús no quiere que nos engañemos: hay otras muchas esferas en el hombre que hay que despertar y enriquecer. El bienestar material suficiente para una vida humana digna es la tierra abonada sobre la que se tienen que desarrollar y dar frutos esferas fundamentales de la personalidad individual y social; esferas que, si se descuidan, acarrean el fracaso del hombre y de la sociedad.

Jesús desenmascara esa actitud egoísta y limitada. Quiere ayudarles a que le busquen a él. Por eso los atiende y quiere enseñarles a comprender todo lo que desea darles. Los acoge porque es una gente que no vive cruzada de brazos, sino que se inquieta y trabaja por encontrarlo, y espera algo de él. Sólo la satisfacción de su hambre los ha movido a buscar a Jesús. Al quedarse únicamente en el aspecto material del signo de la multiplicación de los panes y de los peces, han vaciado de contenido la verdadera intención de Jesús. Lo que debía haberlos llevado a entregarse a los demás, como Jesús se ha entregado a ellos, los ha centrado egoístamente en sí mismos. Ni la simple curiosidad o el egoísmo interesado por el "pan" material ni el sensacionalismo orientado hacia el dominio terreno que pretendía hacer rey a Jesús (Jn 6,15) para que expulsara a los romanos... eran razones válidas para buscarlo. Jesús no pretendía limitar su acción a satisfacer el hambre material. Interpretarlo así implica empobrecerlo sustancialmente. El signo apuntaba hacia algo más importante y que la gente no había comprendido.

"Trabajad no por el alimento que perece". Es verdad que necesitamos comer, gozar de tranquilidad, tener una casa mínimamente agradable, sabernos aceptados por los demás... Pero nos preocupamos tanto de estas cosas -necesarias, pero "que perecen"-, que no alcanzamos ni a comprender las que perduran. ¿Cuántos viven hoy en la desesperación, en el absurdo, en el vacío o en el hastío, rodeados de abundantes bienes materiales? ¿Es lógico afanarse por la forma de un mueble o el color de un vestido o una moda..., o emplear tanto tiempo ante el televisor o charloteando de cosas insulsas...? Todos éstos son engaños más o menos pactados, el engaño que surge cuando ya se tienen cubiertas las necesidades más elementales. El que se conforma con migajas de vida jamás hallará la plenitud humana. Es el problema tanto de los cristianos que reducen su fe a una religión tranquilizante de ritos como de los que la limitan a una simple motivación de lucha humana, sin que pretenda meter en el mismo "saco" a los dos grupos. Es quedarse siempre en los medios sin llegar a la vida, quedarse en Jesús sin llegar a Dios, que en el fondo no es quedarse en Jesús. Buscamos los signos, los prodigios, la facilidad, los éxitos..., no la persona de Jesús. Y de esa forma es imposible la comunión con él. El hombre busca en lo humano su propia salvación, pero todo lo deja insatisfecho. Sólo Dios -todo lo que representa, aunque se le niegue o se le ignore- puede saciar, dar vida, llenar, salvar, liberar al hombre. Jesús nos invita a revaluar nuestra escala de valores. Es cierto que hay muchas personas cuyos ingresos precarios, el trabajo abrumador en unos y el paro en otros o las pésimas condiciones de vida les hacen difícil pensar en algo más allá de la simple lucha por la supervivencia; su primera exigencia es el pan material. Y es igualmente cierto que el satisfecho con lo que tiene y es está incapacitado para buscar, porque no necesita nada más de lo que ya posee.

Jesús les explica -y nos explica- que no basta con encontrar solución a las necesidades materiales, sino que deben -debemos- aspirar a la plenitud humana; y que esto requiere la colaboración del hombre. Propone dos clases de alimentos, que producen dos clases de vida: la pasajera y la definitiva. "El alimento que perece" da solamente una vida caduca, efímera; poner toda la esperanza en ese alimento es negar en el hombre la dimensión del espíritu, es reducirlo a la "carne" y aceptar su destrucción definitiva, mutilando el plan de Dios, que tampoco es eliminar lo material, como han pretendido y pretenden muchos "cristianos" para evadirse de la lucha por la justicia.

3. El verdadero alimento

"Trabajad... por el alimento que perdura, dando vida eterna". Trabajad por el alimento que perdura es uno de los puntos fuertes del mensaje de Jesús (Mt 4,4; 6,19-20; 6,25.33; Lc 10,41-42). ¿Cómo no reconocer que hay "un hambre y una sed" insaciables? El hombre es mucho más que un estómago o un coleccionista de cachivaches. Ni el estómago lleno -aunque es indispensable llenarlo- ni la acumulación de cosas construyen al hombre. Jesús quiere hacerles ver que el pan que les daba era signo de algo más, que tenía mucho más que ofrecerles: su palabra, su presencia en medio del pueblo, su persona, el camino de amor que era toda su vida de fidelidad al Padre y que le llevó a la cruz, su resurrección como garantía de la plenitud humana. Este alimento verdadero es la paz, la justicia, la libertad, la eternidad, el amor, la amistad, la comunicación, la convivencia, la esperanza, la fe, la sensibilidad humana y artística..., Dios. Es el alimento que hace al hombre acogedor, interesado por los valores verdaderos. Conformarse con menos, conformarse con ir tirando, es no haber entendido la fe en Jesús. Conformarse con una vida lánguida, sin esfuerzo, sin ilusión por los hombres y por un mundo justo..., es indigno de un verdadero seguidor de Jesús. ¡Cuán lleno se encuentra el hombre que ha encontrado este verdadero alimento! y pone toda su ilusión en la lucha por la justicia y la libertad, viviendo desprendido de las cosas... Es únicamente este hombre el que puede dar a los demás bienes la importancia, siempre relativa, que tienen.

Jesús les pide y nos pide ahondar en sus ilusiones e ideales, compartirlos y comulgar con ellos. Sólo así nace la amistad con él y se pueden comprender sus profundos planteamientos. Es el llamamiento de una persona de grandeza espiritual en medio de un mundo de intereses mezquinos y preocupaciones mediocres. Hemos de trabajar por ganarnos el alimento, pero no sólo el que se acaba, sino el que dura para siempre. Alimento que podemos resumir en el amor, porque es el amor el alimento que mantiene y desarrolla la verdadera vida del hombre, lo que la construye y la realiza. Amor que no es verdadero más que en la medida en que incluye el don de sí mismo; y no hay don de sí mismo sin una real comunicación de bienes y de vida; don de sí mismo que, cuando encuentra respuesta, lleva a la creación de comunidades cristianas verdaderas. Para que el don del pan adquiera su sentido ha de ser expresión del amor, y éste puede expresarse en el don del pan "que perdura, dando vida eterna". El pan que Jesús les repartió era signo de su propia donación, de su propio amor. Para comprenderlo no bastaba con presenciarlo pasivamente: era necesario entrar en su significado amando a Jesús, porque el amor no puede ser reconocido si no existe el deseo de corresponder. Es lo que Jesús nos quiere indicar cuando nos pide "trabajar por el alimento que perdura". Jesús, que comenzó dando pan, quiere terminar dándose como pan que perdura. Por eso prosigue: "El que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios". Era corriente entre los maestros religiosos ofrecer a sus discípulos esta elección: o el pan que alimenta la vida material o el pan que garantiza la posesión de la vida eterna. Sólo siguiendo a Jesús podemos alimentarnos de verdad, podemos llenar totalmente nuestra vida. Porque en el horizonte de todos y de cada uno de los hombres está Dios. El sentido del mundo y el destino del hombre están arraigados en el mismo Dios como fuente de la vida. Todos tenemos que descubrir esa realidad, aunque le estemos dando otros nombres. Si borramos a Dios del horizonte de nuestra vida, reduciendo ésta a una lucha materialista por un mundo mejor, nuestra vida podrá llegar a tener cubiertas sus necesidades elementales -muy importante, por cierto-, pero nosotros estaremos hambrientos.

No hay ser humano que en el fondo de su ser no busque el alimento imperecedero. Alimento que no es otro que el decidirse a vivir en el seguimiento de Jesús de Nazaret. Únicamente necesitamos cumplir una condición para obtenerlo: la adhesión personal a él.

J/CAMINO: Jesús es el camino de nuestra realización personal y social. Es el hombre nuevo. No es simplemente alimento para caminar, sino base, fundamento y núcleo de nuestro camino de vida. El hombre creyente no se contenta con el alimento individual, sino que está preocupado por el alimento de la comunidad en la que vive y de la que es miembro con derechos y obligaciones. Los problemas sociales, políticos, económicos, sindicales... no le son indiferentes. Toda la escena se halla orientada hacia la eucaristía. Aquí solamente hay alusiones. Será necesario hablar con más claridad. Y así lo hará en el discurso posterior, en el que explicará sin rodeos y con toda la profundidad posible el sentido del signo realizado.

4. ¿Cómo lograrlo?

"¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?" Entienden que hay que trabajar, pero no saben cómo ni en qué. Creen, como la mayoría de los cristianos, que todo se arregla haciendo cosas, celebrando ritos. Por eso quedan desconcertados cuando se les dice que de lo que se trata es de tener fe: "Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado". La vida eterna no es cuestión de obras sin fe, y menos de fe sin obras, sino de la obra de la fe; es decir, creer en el Hijo. ¿Qué significa creer en el Hijo? Significa que creer que el camino de las bienaventuranzas que él vivió en plenitud y que explicitan el camino del amor es el único verdaderamente humano y seguirlo sabiendo que es la única forma de eternizar la vida. Es esencial no confundirnos: si creemos en la vida eterna y en que ésta consiste en una amistad universal, plena y para siempre, debemos poner en práctica ya, aquí y ahora, esa vida, desprendiéndonos de todo lo superfluo. De otra forma creeremos en vano. Cuando aplazamos para más adelante este modo de vivir es porque no creemos en él, porque preferimos apoyarnos en "el alimento que perece". Es el error en que caemos frecuentemente cuando rezamos por nuestros difuntos: rezamos para que logren su salvación, cuando deberíamos rezar para vivir nosotros ya ahora como decimos creer que viven ellos, dejando su salvación en las manos de Dios, que siempre serán mejores manos que las nuestras. Rezar para que alcancen su salvación y no tratar de vivir, aquí y ahora, el estilo de esa salvación es prueba evidente de no creer en ella. ¿No está rodeado el culto a los muertos de tristeza y desesperanza? De la misma manera, decir que creemos en Jesús y, a la vez, llevar una vida contraria a la suya es no creer en él. ¿No preferimos la riqueza a la pobreza, reír que llorar, ser bien vistos por todos antes que perseguidos por ser justos...? Pues entonces... No podemos creer en la vida eterna puesto que no creemos en el único camino que lleva a ella: el camino que siguió Jesús de Nazaret y que acabó tan mal... aparentemente. Preferimos hacer realidad el refrán: "Más vale pájaro en mano que ciento volando", más vale apoyarse en los efímeros bienes visibles que en los "problemáticos" bienes eternos...

5. El verdadero alimento "es el que baja del cielo y da vida al mundo"

"¿Y qué signo vemos que haces tú para que creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en el desierto...". La gente comprende que Jesús se declara Mesías, y le piden un signo. No les basta como credencial el pan que han comido el día anterior; quieren una señal que esté a la altura de sus pretensiones y de la adhesión que solicita. Si pretende ser un profeta al estilo de Moisés, debe realizar signos semejantes. Así aparece, lógicamente, el maná. Hablan de sus padres. Siguen apegados a su linaje, refugiados en el pasado, en las tradiciones. Oponen los prodigios de Moisés a la falta de espectacularidad de la obra de Jesús. Exigen lo portentoso, lo que deslumbra sin comprender al hombre -Lourdes, Fátima...-, en lugar de lo cotidiano y profundo. Saben que su estilo de vida no es el adecuado, pero por lo menos van tirando sin grandes problemas. Y tienen que justificar su postura: ¡Vete a saber dónde está lo verdadero!, ¡qué andará buscando éste!, cada uno busca su interés... Es lo de siempre.

El maná que comieron sus padres en el desierto no era pan de Dios ni les dio vida definitiva. Era una sustancia parecida a la miel que destila el tamarisco cuando le atacan los insectos. En las frías noches del desierto gotea de estos árboles, solidificándose en gotas pardas. Durante el día se derrite pronto. Los israelitas, hambrientos, lo consideraron fácilmente como un alimento concedido por Dios, dulce y sabroso. El carácter milagroso del maná bíblico -"pan del cielo"- radica más en las circunstancias de tiempo y lugar en que aparece que en la esencia misma del alimento. El pueblo, deseoso en tiempos de Jesús de un nuevo Moisés que les librara de la opresión extranjera, esperaba un nuevo maná. Moisés les había dado un pan "perecedero" que únicamente podía satisfacer el hambre o la necesidad física. Si Jesús no hace otra cosa distinta a una multiplicación de panes, como la gente lo había entendido, su signo sería a lo máximo como el de Moisés. Pero Jesús no se queda ahí.

Después de asegurarles que no fue Moisés el que les dio pan del cielo, sino su Padre, afirma: "Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo". Su creencia es ilusoria. Sólo el Padre da el verdadero pan del cielo, el pan que dura para siempre. Ese alimento-vida que baja del cielo sin cesar y que no se limita al pueblo judío, sino que se reparte a toda la humanidad a través de Jesús. Ese alimento que es el signo del amor de Dios a todos los hombres y que sacia también el hambre material, porque es un amor que abarca al hombre entero. En el pan que habían compartido el día anterior tenían que haber descubierto el pan del amor, ya que éste sólo se da con aquél. ¿Cómo se puede amar a alguien sin compartir con él lo que se tiene y lo que se es? En el amor humano, expresado con dones humanos, se contiene el amor y el don de Dios.

"Señor, danos siempre de ese pan". Lo llaman "Señor", creen en sus palabras y en que Jesús puede satisfacer todos sus anhelos. Quizá no han entendido mucho, pero sí lo suficiente como para apetecer un pan que sacie verdaderamente el hambre que aflige al hombre. Pero este pan exige una fidelidad constante, un compromiso serio, una vida de servicio y de amor, un caminar siempre más allá; y ellos quieren recibirlo sin trabajarlo, sin colaboración personal, pasivamente.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET, 3º
 PAULINAS/MADRID 1985Págs. 30-38


 

20.

1. «Pan del cielo».

El estado de ánimo del pueblo de Israel (en la primera lectura) es comprensible desde el punto de vista humano: Dios ha llevado al desierto a los israelitas y éstos están a punto de morir de hambre porque allí no encuentran comida alguna. Es difícilmente imaginable que todo un pueblo, en una situación tan desesperada, espere un milagro del cielo. Dios no se lo reprocha aquí, sino que promete un doble milagro: al atardecer, carne -la banda de codornices que cubrió el campamento-; por la mañana, pan, que lo israelitas recogerán sin saber lo que es (Man-hu ¿Qué es esto? = maná). De nuevo el milagro veterotestamentario -la carne y el pan, el pan que es carne y la carne que es pan- no es más que la imagen anticipada de lo que Dios dará al mundo en Jesús. Son muchos los hombres que han muerto de hambre en el desierto, hasta en nuestros días. La preocupación suprema de Dios no es alargar un poco más la vida de estos mortales, sino, como dirá Jesús, darles el pan del cielo para la vida eterna.

2. «Yo soy el pan de vida».

La milagrosa multiplicación de los panes ha quedado atrás. En el evangelio de hoy la gente corre tras el taumaturgo para ser alimentada por él en lo sucesivo. Exactamente como la Samaritana junto al manantial de Jacob: «Dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla» (Jn 4,15). También esto es comprensible humanamente hablando. Jesús propone a los que han ido en su busca «trabajar» por otra cosa: por el alimento que perdura y da la vida eterna, algo que evidentemente será una obra de Dios. Por eso preguntan al momento: «¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?». No se dan cuenta de que con esta pregunta están expresando una contradicción: el hombre no puede «ocuparse» en las obras de Dios. Jesús indica la contradicción así como la manera de superarla. La obra que Dios quiere es que el hombre crea, en lugar de trabajar, que se entregue al que ha sido enviado por Dios. Pero ellos quieren un signo para poder creer, se imaginan siempre la fe como una obra. Entonces Jesús se opone, como verdadero pan del cielo, al maná que se podía recoger en el desierto; el hambre espiritual sólo puede saciarse con la aceptación creyente de Jesús, que ha sido enviado por Dios al mundo como verdadero «pan del cielo». El creyente también tendrá que obrar, pero únicamente a causa de su fe, no para creer. Porque la fe es una entrega plena al Dios que actúa en el creyente, no una prestación humana.

3. El hombre nuevo.

Por eso (según la segunda lectura) hay que despojarse del «hombre viejo, corrompido por deseos de placer», que, debido precisamente a su permanente querer poseer, se deprava y se priva de todo, para poderse vestir de la «nueva condición humana creada a imagen de Dios». La imagen original de Dios es Cristo, que no conoce concupiscencia alguna, sino que es pura entrega; el hombre ha sido creado según esta imagen arquetípica, para ser conforme a ella, abandonando la concupiscencia para dejar que acontezca en sí únicamente la obra del Padre: la impresión de la imagen original del Hijo en nosotros mediante el Espíritu Santo.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 183 s.


 

21. ¿EL RIESGO O LA SEGURIDAD?

Jesús alimentaba al pueblo que le seguía con el alimento espiritual de su palabra -«les enseñaba con calma»-, ya lo sabéis. Y dentro de este contexto, les alimentó con el pan y los peces de aquella singular multiplicación. Pero el pueblo, rápidamente, mostró su preferencia por ese segundo alimento: el pan material. Y con el fin de agarrarse a aquella «mina», trató de tener a Jesús de su lado y «quiso proclamarle rey». ¡No estaba mal pensado! ¡El resolvería en adelante todos sus problemas económicos y materiales!

Pero Jesús, cuando vio que le rodeaban otra vez, los desenmascaró abiertamente. Y les dijo: «Os lo aseguro, no me buscáis porque hayáis visto prodigios, sino porque comisteis pan hasta saciaros». Que es como si les dijera, (y perdonad el lenguaje coloquial): «Se os ve el plumero. No venís limpia y decididamente por mí, sino por el posible provecho que podéis sacar de mi compañía». Interesa recalcar bien el alcance de esta advertencia de Jesús. Porque creo que todos corremos el peligro de buscar a Jesús no por lo que El es, sino por lo que tiene y nos puede dar.

POR EJEMPLO, EN EL TEMA DE LA FE.-

Se nos ha repetido hasta la saciedad que la fe debe ser, por encima de todo, el reconocimiento de Jesús como enviado de Dios y la adhesión incondicional a su persona en toda la aventura de la implantación de su Reino. El mismo lo dice en el evangelio de hoy: «El trabajo que Dios quiere es que creáis en el que El ha enviado». Pero, claro, este seguimiento incondicional de Jesús lleva al riesgo, al «no saber lo que nos espera». El recorrido de ese camino conlleva muchas vicisitudes que desconocemos y que habrá que afrontar. En una palabra, esa fe nos pide aceptar, a fondo perdido, la regla básica del «providencialismo» que dice: «No os inquietéis pensando qué comeréis o qué beberéis. Porque, si Dios cuida de los lirios y los pajarillos...». etc. Sí, así debía ser nuestra fe. Pero ¿qué ocurre? Que nosotros buscamos en la fe, no el riesgo, sino la seguridad, el «pan material». Por eso preferimos vivir la fe como una adhesión intelectual a un conjunto de «verdades» que defendemos dialécticamente y un conjunto de «prácticas», con cuya observancia aquietamos nuestra conciencia.

FE/MAGIA: Cuando el pueblo de Israel, sin la presencia de Moisés, se sintió desamparado, se fabricó una «imagen» de Dios, algo palpable, visible y controlable que le diera seguridad. Cabodevilla, hablando de estas cosas, dice que ése suele ser nuestro dilema: «O la magia, que pretende hacer de la religión un talismán para granjearse el favor divino, o la fe, que supone una incondicional entrega de la criatura a Dios, a su voluntad santa y libérrima». Es decir, o la seguridad, o el riesgo. Es decir, o el pan material o el espiritual.

LO MISMO NOS PASA CON EL AMOR.-

¿Amamos a Dios con amor de benevolencia, por ser El quien es, o le amamos con amor de concupiscencia, por lo que nos puede dar? ¿Amamos a Dios «sobre todas las cosas», como quiere el primer mandamiento, o preferimos no plantearnos disyuntivas de ésas? ¿Podríamos decir, desde la verdad, lo que dice el viejo soneto?:

«No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido... Tú me mueves, Señor... Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera que, aunque no hubiera cielo yo te amara...».

Repito: ¿Podríamos recitarlo, desde la verdad? Hoy te pido perdón, Señor, porque reconozco que «yo también te sigo, no por tus signos , sino porque a tu lado siempre hay la posibilidad de saciarse de alguna manera».

ELVIRA, Págs. 169 s.


22. DOMINICOS 2003

Este domingo: 18º del Tiempo Ordinario
"Vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas"
Es increíble las fortunas que se gastan en potingues y operaciones estéticas para eliminar arrugas, grasas sobrantes, anular toda clase de fealdades y envejecimientos naturales. O en vestir y calzar a la última moda.

Sin embargo, sólo hay un modo, - que no moda, - de mantenerse en eterna juventud: vistiendo la nueva condición humana creada a imagen de Dios, el eternamente joven: la justicia y santidad verdaderas.

Frente a esa dilapidación mundana para “estar en forma”, está el hambre de millones de seres humanos en eso que hemos dado en llamar “tercer mundo”, si bien en humanidad muchas veces supera al primero, tan injustamente insolidario.

Pero más grave aún es el hambre de vida, de sentido trascendente de gentes ahítas, retocadas y bien vestidas que, sin embargo, buscan saciar su sed en el consumismo y el hedonismo.

La respuesta a tanta insatisfacción la da Cristo Jesús: “Yo soy el pan de vida… El que viene a mí, no pasará hambre y el que cree en mí, nunca pasará sed”.

¿Libres? ¡Ni siquiera eso ¡ La libertad no está en el consumismo, ni en las drogas donde tantos jóvenes buscan respuesta a sus ansiedades: “Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; pero no toméis de esa libertad pretexto para la carne…”; “Obrad como hombres libres y no como quienes hacen de la libertad un pretexto para la maldad, sino como siervos de Dios” (I Ptr. 2, 16). Porque sólo “donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (II Cor.,3,17).

Ni felices ni libres…como los israelitas, soñando con las ollas de carne y el pan de Egipto a cambio de la libertad que Dios les dio.

Comentario bíblico:
Jesús, el verdadero Pan de Vida


Iª Lectura: Éxodo (16,2-15): El don del maná o la providencia divina
I.1. La primera lectura está tomada del libro del Éxodo, en la que se describe que el pueblo, tras su salida de Egipto, ya en el desierto, desesperado, protesta contra Moisés porque los ha llevado a una libertad que viene a ser para ellos una esclavitud mayor. Es lo que se conoce como las tentaciones del desierto, lo que va a ser proverbial en la tradición bíblica y en algunos salmos (v. g. Sal 94). Moisés, como intermediario, pide a Dios su intervención y se le comunican las decisiones. Dios no abandona a los suyos y les envía las codornices y el maná, cosas naturales por otra parte, aunque después se le ha dado un valor significativamente teológico y espiritual. Los recuerdos y las tradiciones del desierto han marcado la historia de la “liberación” de la esclavitud para poner de manifiesto que si bien es verdad que lo pasaron muy mal, nunca Dios los abandonó.

I.2. Todos sabemos que estas cosas pueden ser consideradas como sucesos naturales, ya que una banda de aves que van de paso pueden servir de alimento para ellos. Y de la misma manera en el desierto, por razones de la ecología misma, del contraste entre sus altas temperaturas del día y las bajas de la noche ciertas plantas tienen un proceso de producción de néctares, los cuales recogidos y cocinados puede ser como unos panecillos. Los beduinos del desierto lo saben. Pero lo importante en un relato popular religioso como éste y poner de manifiesto la providencia de Dios que no abandona a su pueblo y les pide la fidelidad. Y esa es la lección constante de la vida. Por ello, en la tradición bíblica, el maná estará cargado de una teología que el evangelio de Juan transformará en una de las claves de su capítulo sobre el pan de vida.



IIª Lectura: Efesios (4,17-24): El hombre viejo versus el hombre nuevo
II.1. La segunda lectura de Efesios prosigue la parte exhortativa de la carta a los Efesios del domingo anterior. El autor de la carta deja la reflexión de alcance eclesial propiamente dicha, para exhorta al sentido personal (aunque siempre comunitario) de la existencia cristiana. Son como las exigencias de la vida cristiana, en un conjunto muchos más amplio (4,17-5,20). Es una exhortación ética en plena regla, pero desde la ética cristiana. Se han usado los criterios literarios propios de la época, incluso con un estilo retórico bien definido para resaltar los contrastes entre la vida cristiana y la vida mundana. Eso quiere decir que la ética humana es asumida plenamente en el cristianismo primitivo, pero con las connotaciones que el Espíritu de Jesucristo “acuña” en el corazón del cristiano, que le hace sentirse una persona nueva. Toda ética propugna una persona nueva, pero esto no se puede conseguir solamente con la fuerza de voluntad. El cristiano tiene que ponerse en manos del Espíritu de Jesucristo.

II.2. El autor, pues, les convoca a vivir como personas nuevas, no como viven los paganos, que no tienen la experiencia del Espíritu por la que los cristianos están marcados. Aquí, como en casi toda la literatura neotestamentaria, se presenta el contraste entre el hombre viejo y el hombre nuevo con un énfasis particular sobre la “banalidad de la vida”, la vida vacía, la vida sin sentido y la vida entregada a los poderes de este mundo. Porque debemos reconocer que los no-creyentes o no religiosos no son triviales por naturaleza; por el contrario, hay personas que no siendo religiosas o cristianas tienen una ética envidiable; y muchos religiosos e incluso cristianos tienen más de personas viejas que de hombres nuevos. En esto debemos tener cuidado a la hora de presentar estos valores. Es verdad que entonces, con un dualismo exagerado, se pensaba que los «otros» que están fuera, que no son de los nuestros, no están en el camino verdadero. Pero a pesar de todo, lo fundamental de la lectura de hoy es una exhortación a ser discípulos de Jesús viviendo su Espíritu, porque no tener ese Espíritu significa estar sometidos a los criterios de este mundo en el que ya sabemos que no hay lugar para el amor, el perdón, la misericordia, la paz y la entrega sin medida.



Evangelio: Juan (6,24-35): El pan de vida frente a la ley
III.1. El evangelio de Juan nos lleva de la mano hasta la ciudad de Cafarnaún a donde Juan quiere traernos después de la multiplicación de los panes, cuando Jesús huye de los que quieren hacerle rey evitando un mesianismo político. Todo es, no obstante, un marco bien adecuado para un gran discurso, una penetrante catequesis sobre el pan de vida, en la que confluirán elementos sapienciales y eucarísticos. Este discurso es de tal densidad teológica, que se necesita ir paso a paso para poder asumirlo con sentido. Jesús no quiere que le busquen como a un simple hacedor de milagros, como si se hubieran saciado de un pan que perece. Jesús hacía aquellas cosas extraordinarios como signos que apuntaban a un alimento de la vida de orden sobrenatural. De hecho, en el relato se dice que Moisés les dio a los israelitas en el desierto pan, por eso lo consideran grande; esa era la idea que se tenía. Jesús quiere ir más allá, y aclara que no fue Moisés, sino Dios, que es quien tiene cuidado de nuestra vida.

III.2. Aunque el pan que sustenta nuestra vida es necesario, hay otro pan, otro alimento, que se hace eterno para nosotros. Juan, por su parte, quiere ir a lo cristológico, bajo la figura del Hijo del hombre. Los rabinos consideraban que el maná era el signo de la Ley y ésta, pues, el pan de vida; el evangelista combate dicho simbolismo en cuanto el maná es un alimento que perece (como lo hace notar el texto de Ex 16,20) y, por la misma razón, en esta oposición entre Jesús y la Ley, se pone de manifiesto que la ley es un don que perece para dar paso a algo que permanece para siempre. Jesús es el verdadero pan de vida que Dios nos ha dado para dar sentido a nuestra existencia. El pan de vida desciende del cielo, viene de Dios, alimenta una dimensión germinal de la vida que nunca se puede descuidar. La revelación joánica de Jesús: “yo soy” (ego eimi) es para escuchar a Jesús y creer en El, ya que ello, en oposición a la Ley, nos trae el sentido de la vida eterna.

III.3. El discurso refleja toda la entraña polémica de la escuela o la comunidad joánica. No estamos ante un discurso estético o simplemente literario. Ya vimos el domingo pasado que el relato de la multiplicación de los panes era la “excusa” del autor o los autores del evangelio de Juan para este discurso de hoy que llevará a una de las crisis en el entorno del mismo Jesús (y según la interpretación de la escuela joánica). Estamos, sin duda, ante un discurso que todavía es “sapiencial” para acabar siendo “eucarístico” a todos los efectos como reconocen los grandes intérpretes (Jn 6,53-58). Diríamos que en esta parte del discurso de Jn 6 se nos está hablando del “pan de la verdad”, que es la palabra de Jesús en oposición a la Ley como fuente de verdad y de vida para los judíos. Antes, pues, de pasar a hablarnos del pan de la vida, se nos están introduciendo en todo ello, por medio del signo y la significación del maná, del pan de la verdad. Y el pan de la verdad nos ha venido, de parte de Dios, por medio de Jesús que nos ha revelado la fuente y el misterio de Dios, del misterio de la vida.

Miguel de Burgos, OP

mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía


La paciencia divina:

La paciencia es como el resumen de todas las virtudes y principalmente del amor; valga el ejemplo de las madres que siempre asisten, siempre esperan, siempre excusan. Y es siempre un ejercicio de esperanza.

La de Dios no tiene límites, prueba de su amor infinito: El Señor, “usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión” (II Ptr. 3, 9). No abusemos de ella: “¿O desprecias tal vez sus riquezas de bondad, de paciencia y de tolerancia, sin reconocer que esa bondad de Dios te impulsa a la conversión? Hay una humanidad que, en nombre de una falsa libertad, destierra el nombre de Dios de sus leyes fundamentales negando incluso su propia historia ( v.gr. el caso del proyecto de la constitución de la Unión Europea, cuajada de catedrales, santuarios, monasterios, siglos de pintura y literatura de tema religioso, etc.); humanidad hambrienta de justicia, paz, sentido de la vida, del pan del espíritu ( v. gr. en la educación de la juventud, en las relaciones familiares)… Dios sigue ofreciéndonos su Pan del cielo, el agua viva que apague esa sed.



Jesús pan de vida:

Somos cristianos y decimos creer en ese Cristo que nos da el nombre. ¿Creemos de verdad y con fe viva? …o ¿“somos indóciles a la verdad” que decimos creer? (Rom. 2, 8).

En los sagrarios de todas las iglesias está quien dijo: “Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo”. (Jn. 6, 32-33 ).

Habríamos de hacer nuestra, - como oración permanente - , aquella respuesta de sus oyentes, si bien con mayor plenitud de sentido: “Señor, danos siempre de ese pan “. Y ¿acaso no vino a dárnoslo, a dársenos? Hoy nos lo recuerda en Evangelio: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí, nunca pasará sed” (Jn. 6, 35). Necesitamos tener hambre de Cristo y sed de su palabra.

Debemos ir a Él, acercarnos a beber el agua viva que salta hasta la vida eterna, recibirle eucarísticamente con conciencia purificada en el sacramento del perdón, acompañarle en el sagrario volcando en Él nuestras ansiedades, miserias y esperanzas. Como la samaritana junto al pozo de Jacob, como Nicodemo en aquella noche de diálogo amistoso, cuando el Divino Maestro le explicó la necesidad de renacer: “En verdad en verdad te digo: el que no nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios” (Jn 3, 3).



“Recuerde el alma dormida…”

Dios nos quiere eternamente jóvenes, felices, ilusionados. No es la vejez ni las arrugas de nuestros cuerpos lo que cuenta, pues estamos inevitablemente avocados a la muerte: ¡Qué bien lo cantó mi paisano Jorge Manrique!

“Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte, / contemplando/ cómo se pasa la vida, /como se viene la muerte/ tan callando…

Nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar, que es el morir; / allí van los señoríos / derechos a se acabar / y consumir…

Este mundo es el camino/ para el otro, que es morada/ sin pesar; / mas cumple tener buen tino/ para andar esta jornada/ sin errar…

Este mundo bueno fue, / si bien usásemos de él/ como debemos, / porque según nuestra fe, / es para ganar aquél / que atendemos”… (Jorge Manrique, Coplas por la muerte de su padre).

Hemos de escuchar a quien nos llama: “Venid a mi los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso” (Mt.11, 28), y atender su invitación. Nos encontraremos con el pan de vida eterna, es decir, con lo eterno que hay en esta vida: el amor, la verdad, la intimidad con Dios, la comunidad humana; ahora vivido en limitación, tras la muerte en plenitud.

Fr. José Polvorosa, OP
polvorosa@mclel.org