28 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XVIII
23-28

23.

Nexo entre las lecturas

Se puede decir que en la fe como principio hermeneútico de la existencia humana se concentran los textos litúrgicos. La fe interpreta la vida de los israelitas que caminan exhaustos por el desierto y les asegura que no están abandonados, sino que Dios con su poder y su amor paterno está con ellos (primera lectura). La fe interpreta la vida de los oyentes de Jesús de forma que sean capaces de ver en la multiplicación de los panes un signo de la presencia eficaz de Dios en medios de ellos (Evangelio). La fe interpreta al cristiano haciéndole descubrir que ya no es hombre viejo sino nuevo, y que debe hacer resplandecer la novedad de Cristo en su vida (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. La fe como memoria. El creyente es un hombre de la memoria. Tiene que recordar, recordar siempre. Recordar la historia de la fe cristiana, que no inicia en nuestro siglo, sino que se remonta a siglos muy lejanos, a la historia de Abrahám, prototipo de fe en Dios para todas las generaciones. Recordar tantas maravillas que Dios ha ido realizando en esa historia secular, como por ejemplo, la que nos narra la primera lectura tomada del libro del Éxodo. Aquellos israelitas que habían salido de Egipto victoriosos y contentos, caminan ahora por el desierto fatigados, desalentados, sin horizontes de esperanza; pero Dios, el Dios liberador, no les deja en la estacada; más bien llega a ser ahora el Dios compañero y guía de su marcha por el desierto, sostén y apoyo en sus necesidades. ¿Es que puede un padre abandonar a sus hijos? Recordar también el gran don que Dios nos ha hecho en su Hijo Jesucristo, que ha pasado por este mundo haciendo el bien, como verdadero médico de cuerpos y almas. Recordar el pan multiplicado para alimentar los cuerpos, y recordar el pan de su Palabra y de su Eucaristía para alimentar las almas. Recordar a los primeros cristianos que eran transformados por su inmersión en las aguas del bautismo, y recordar nuestro bautismo por el que hemos sido incorporados a Cristo y a su Iglesia. Este simple ejercicio de memoria, ¡cuánto bien hace al creyente, al cristiano!

2. La fe como hermenéutica. Se quiera o no el creyente es interpretado por su fe. Podríamos decir: dime en quién crees, lo que crees, y te diré quién eres, cómo vives. Por tanto, la fe en Cristo interpreta la vida de todo cristiano. Es decir, su modo de pensar, de actuar, de trabajar, de vivir, de amar, de ejercer su profesión es, debe ser iluminado por la fe en Jesucristo. Cuando esa fe en Cristo no es algo de unos cuantos individuos, sino que forma parte de un grupo o de una mayoría, entonces desemboca en cultura cristiana: la fe impregna todos los sectores de la vida comunitaria y social. En medio de las dificultades y tentaciones experimentadas por los israelitas, en medio de la solicitación puramente política y socio-económica de los oyentes de Jesús, la fe les ayudó a interpretar los acontecimientos y las obras de Dios con otros ojos, purificados precisamente por el colirio de la fe. Esa misma fe interpretó de tal manera la vida de los primeros cristianos, que les convirtió en hombres nuevos, "creados según Dios, en la justicia y santidad de la verdad". En la medida en que los creyentes en Cristo fueron aumentando en el siglo primero y en los siguientes, fueron levadura en la masa humana, fueron creando cultura y finalmente lograron configurar la sociedad en conformidad con la fe en Jesucristo. ¿No es éste un gran reto que tenemos que afrontar hoy en día los cristianos en un medio ambiente así llamado post-cristiano, pero enraizado todavía social y culturalmente en el cristianismo? La misión histórica de los creyentes en Cristo, al comenzar el siglo XXI, es y será, sin duda, hacer florecer esas raíces para que el buen olor de Cristo se expanda de nuevo en nuestra sociedad.


Sugerencias pastorales

1. Pan y fe, fe y Pan. Dios es el primero que no abandona al hombre a sus necesidades más fundamentales de subsistencia. Por eso, socorre a su pueblo con pan, carne y agua en su larga marcha desde Egipto a la Tierra Prometida; Jesús, por su parte, imitando a Dios su Padre, ante una multitud que desfallece de hambre, cumplirá el mismo gesto divino multiplicando los panes y los peces. Pero el pan, aunque necesario, es insuficiente; tiene que ir acompañado por la fe, de modo que Dios no sea un simple benefactor, sino además el Dios trascendente y santo; de modo que la gente no vea en Jesús un candidato a rey, sino el Mesías de Israel y el Hijo de Dios. La dimensión social del cristianismo es obvia, pero nace de la fe en Jesucristo. Y se desvirtuaría si, separándola de la fe, se hiciese del cristianismo un supermercado gratuito o una agencia de beneficencia social. El pan sin la fe carece de sabor cristiano. La fe sin pan simplemente no tiene sabor. Los cristianos somos invitados a unir en nuestro obrar el pan con la fe y la fe con el pan. La separación, por desgracia, ha causado no pocos estragos dentro de la misma vida de la Iglesia y en la imagen que del cristianismo se han formado quienes no son cristianos. Si cada uno acoge la invitación a unir pan y fe, fe y pan, el cristianismo y el mundo serán mejores, y abrirán un buen camino para el tercer milenio cristiano.

2. El poder de la fe. Los hombres estamos acostumbrados a ver el poder en el dinero, en las armas, en las influencias, en el estado, en la autoridad moral, v.g. de Madre Teresa de Calcuta, del Papa Juan Pablo II. Yo quisiera subrayar hoy con la liturgia el poder de la fe. Porque es evidente que la autoridad moral de Madre Teresa o de Juan Pablo II no proviene principalmente de sus cualidades, sino de su fe, una fe tan grande en Dios capaz de romper barreras y destruir muros, una fe tan ardiente que no les detiene en su entrega ni la edad ni la enfermedad ni las dificultades que se puedan interponer en sus trabajos por Dios. Se puede pensar en la obra material y espiritual de Madre Teresa, en el derrumbamiento del muro de Berlín, en los viajes a los Lugares Santos del cristianismo con motivo del Gran Jubileo de la Encarnación, pero hay otros mil aspectos no tan vistosos, pero sumamente eficaces, que muestran en sus vidas el poder de la fe. Reflexionemos sencilla y agradecidamente en el poder de la fe en nosotros mismos, en las personas que están a nuestro alrededor y con las que convivimos, en tantísimos cristianos esparcidos por todos los rincones de nuestro planeta. ¡Cómo brilla el poder de la fe, por ejemplo, en los santuarios marianos: Lourdes, Fátima, Basílica de Guadalupe! Pregúntese cada uno qué puede hacer para que otras personas experimenten en carne propia el poder de la fe. El poder de la fe es la palanca que sostiene y eleva el mundo.

P. Antonio Izquierdo


24. BETANIA 2003 - EL HAMBRE SIGNO DE OPRESIÓN, Por Antonio Díaz Tortajada

1.- El hambre es el primer signo del capítulo sexto de san Juan. Una muchedumbre de cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños, que tienen hambre y que Cristo siente la angustia de aquellos estómagos vacíos para darles de comer. Este fue el milagro de la multiplicación de los panes. Y cuando al día siguiente, entusiasmados por este gesto taumatúrgico de Jesús, van a la orilla del lago a donde se ha escapado Cristo huyendo porque lo quieren hacer rey, le preguntan: “Maestro, ¿cuándo has venido aquí?”. Y Él, como respuesta, contesta con las palabras que el evangelio de hoy nos trae:

“Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”. Y añade: “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna.”

El hambre es signo de opresiones más profundas. Recordemos al mismo Cristo en el desierto. Valiéndose de su hambre, el tentador le propone tres pecados para salir del hambre: Tentar a Dios, convirtiendo las piedras en panes; la vanidad, tirándose del pináculo del templo para ser recibido por los ángeles; y, peor todavía, la idolatría del poder, haciendo desfilar las grandezas del mundo: “Todo esto te daré si te postras y me adoras.”

El hambre se presta a las tentaciones de la desesperación.

2.- El hambre es como la síntesis y por eso el Señor la escogió en este capítulo sexto, para saciarla como signo de algo más grande, porque el pan es el signo de la liberación. Pero hay dos maneras de entender la liberación: La liberación temporalista, el pan que llena el estómago y sacia inmediatamente el hambre; y la liberación integral, aquella que, aún cuando se tiene bastante pan no basta porque todavía no se es libre.

Cuando en la primera lectura de hoy nos habla del maná, hay una frase trágica en aquel pueblo que Moisés trata de liberar. Moisés ha sacado al pueblo de la opresión de Egipto y el pueblo comienza a sentir hambre cuando comienza a caminar por el desierto, y suspira: “¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda la comunidad”.

También Cristo nuestro Señor, cuando aquella muchedumbre saciada del pan del estómago lo busca, les dice con toda claridad y franqueza: “Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros.”

En el evangelio de hoy, Cristo dice: “No fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.”

El pan que yo daré es el pan que da la vida al mundo; ese pan de Moisés y el pan que yo os di ayer en la multiplicación no causa la inmortalidad. Ayer comimos y hoy estamos otra vez con hambre. Comeremos, tal vez, con satisfacción, pero todos moriremos. Este pan no da inmortalidad. Las reivindicaciones de la tierra no nos pueden dar un paraíso. Las luchas de los hombres si se desprenden de la fe que ilumina un más allá, quedan muy mancas, muy chatas, muy miopes, un ser imperfecto.

3.- Por eso Cristo dice: No basta el pan de la tierra para ser libres, es necesario descubrir en el pan lo que Dios nos quiere dar y de lo cual el pan no es más que un signo.

El signo del pan, del que hoy se habla en el evangelio, termina revelándose cuando Cristo dice: “Yo soy el pan de vida” Fíjemonos como suena esta palabra, como cuando Dios le habla a Moisés en la zarza ardiente: “Yo soy el que soy”. Cristo es, sólo Él es la liberación. “Yo soy el pan que baja del cielo para la vida verdadera de los hombres.”

Lo ha dicho el evangelio de hoy cuando los judíos le preguntaron: “¿Cuál es, pues, nuestro trabajo para tener ese pan?". Cristo dice: “Este es el trabajo: Que creáis en Aquel que es el único que puede dar la salvación.” Nadie puede construir con fuerzas de la tierra una liberación que llegue hasta la cumbre de situarlo en comunión con Dios.

4.- Cristo termina, pues, su evangelio con esa confesión: “Yo soy.”

¿Qué nos dará como fruto esta aprehensión de Cristo para hacerlo nuestro?. Lo tenemos en la segunda lectura de hoy. San Pablo nos describe la situación del hombre esclavizado todavía en el paganismo. Lo llama el hombre viejo, el hombre del odio, el hombre de la violencia, el hombre del robo, el hombre de las intrigas, el hombre de los asesinatos y de los secuestros, el hombre rudo, el hombre bruto.

Eso que está causando tanta peste entre nosotros: Hombres sin razón, hombres animales, hombres lobos para el hombre... “Esto fuisteis...” dice san Pablo, a los que ya se convirtieron de esa vida. Cristo os ha enseñado a abandonar el anterior modo de vivir, del hombre viejo corrompido por los deseos de placer, el hombre viejo que no es el Espíritu. Renovaos en el Espíritu, dejad que el Espíritu renueve vuestra mentalidad, vestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios, justicia y santidad. Este es el hombre nuevo. De nada servirán los cambios de estructuras nuevas, si no tenemos hombres nuevos.


25. BETANIA 2003 - 2.- NO TENEMOS HAMBRE DE DIOS, Por José María Maruri, SJ

1.- Todavía olía el ambiente a pan recién hecho por la multiplicación de los panes cuando sucede esta escena del evangelio de hoy en que aparece otro pan con otro aroma, que no satisface los estómagos vacíos sino los corazones hambrientos.

“Me buscáis porque habéis comido hasta saciaros”. Es la queja del Señor que no quiere convertirse en nuestro proveedor de comestibles. El Señor sabe que no nos atrae el aroma de Dios, que tenemos atrofiado el olfato para el pan que ha bajado del cielo, mientras que nos entusiasma el aroma de pan recién hecho, como a los judíos.

2.- Nuestra petición no debería ser “Señor, tenemos hambre”, sino “ayudanos porque tenemos hambre de ti”. Tenemos el corazón y los sentidos tan llenos de ruidos, de sensualidad, de colores chillones, de ese pasarlo bien, que no tenemos hambre para buscar a Dios.

Debería haber en nuestra vida la ilusión, la aventura del que busca la piedra preciosa y vende cuanto tiene por adquirirla

Deberíamos buscar con el interés y la fe merecedores de la promesa del Señor: “Buscad y hallareis”

Deberíamos buscar al Señor perdido, con el ansia con José y María lo buscaron y lo hallaron en el templo.

Como María Magdalena buscó a su Señor junto al Sepulcro y mereció ser llamada por su nombre “María”, que abrió sus ojos a su. Señor.

El Hijo de Dios, ese mismo Jesús que nos dice: “Me buscáis porque os habéis saciado”. Nos enseña a buscar lo que se le había perdido: la oveja, el dracma, nuestro corazón. El si tiene hambre de nosotros y nos busca con ansia y muy a su costa.

No te buscamos, Señor, porque no tenemos hambre. Y qué terrible es haber perdido el apetito

¿Es que buscamos al Señor, con la mera curiosidad con que Herodes buscaba ver el Señor?

3.- Todos tenemos experiencia de esta nuestra falta de apetito. Una misa o una ceremonia que se alargue un poco nos aburre, mientras que cualquier programa de televisión, aun siendo malo, se nos pasa en un santiamén y no nos perdemos ni uno.

Sí. Nos gusta leer. Nos gustan las novelas, la ciencia ficción, la historia y se nos cae de las manos la Escritura

Nos insultamos de ventanilla a ventanilla, yendo en el coche deprisa a no se sabe donde. Y nunca tenemos prisa para llegar a misa a tiempo.

Y es que no tenemos hambre. Dios es algo bueno para nosotros, pero superfluo, no es de vida o muerte como el pan para el hambriento.

Qué el Señor nos de hambre de Él, para que no muramos de indigestión de otras cosas.


26.

La primera lectura nos recuerda como el desierto es la carencia de todo. A toda persona le llega de vez en cuando su desierto: la situación crítica en la que parece que no se encuentran soluciones de ayuda para sobrevivir a tan crítica situación. Al pueblo de Israel le era muy provechoso el tener que estar en el desierto donde todo falta, para que pudiera experimentar el portentoso modo que Dios tiene para ayudar a los que en El confían. En el desierto el Pueblo de dios aprende a experimentar la condición de “pobre”, de “necesitado de todo” del auxilio de Dios. Esto le será útil para el crecimiento de su fe y de su esperanza en las ayudas milagrosas. En la península del Sinaí hay un arbusto llamado “tamarisco”. Produce una secreción dulce que gotea desde las hojas hasta el suelo. Por el frío de la noche se solidifica y hay que recogerla de madrugada antes de que el sol la derrita. ¿Sería esto lo que Dios le proporcionó a su pueblo, multiplicándolo claro está, de manera prodigiosa?. Lo cierto es que los israelitas consideraron siempre la aparición de este alimento como una demostración de la intervención milagrosa a favor de su pueblo. Lo llamaron “maná”, porque los niños al comerlo preguntaban: “¿qué es esto? “ lo cual en su idioma se dice: “Man-ah?”. También es llamado por los salmos “pan del cielo” (Sal 78) y el libro de la Sabiduría dice que, “sabía a lo que cada uno deseaba que supiera” (Sab16,20). Jesús dirá que el Verdadero Pan bajado del cielo será su cuerpo y su sangre. O sea que este maná milagroso del desierto era un símbolo y aviso de lo que iba a hacer Dios más tarde con sus elegidos, dándoles como alimento el cuerpo de su propio Hijo divino.

La segunda lectura continuada de la carta a los Efesios pide a los creyentes que se dejen renovar por el Espíritu Santo y pasen de un modo de obrar no digno del ser humano, a un modo de obrar digno de quien tiene fe en Cristo. Pide que abandonemos nuestro estilo anterior de vida pecaminosa y marchemos en adelante por un nuevo camino de vida cristiana. Se nos invita a no dejarnos guiar por esta “vaciedad de criterios”. En estos pocos versículos continúa la exhortación a buscar la unidad y a vivir dignamente la propia vida cristiana, guiada y fundamentada en un verdadero conocimiento de Cristo. Pablo desarrolla este argumento jugando con la antítesis del ser humano viejo y el ser humano nuevo (Col 3,9-10; 1Cor 5,7-8). Elegir la novedad, lo nuevo, es elegir a Cristo. Esto significa romper con el viejo ser humano pecaminoso, con el pecado del mundo, para estar dispuestos a una continua renovación en el Espíritu, a vivir en la justicia y santidad y ser justos y rectos. Este texto es una clara respuesta a quienes piensan que el cristianismo simplemente es una cosa del pasado.

El evangelio que es el discurso del pan de vida se desenvuelve en tres afirmaciones lógicamente sucesivas y la primera que presenta este texto es: el real o verdadero “pan del cielo” no es el maná dado una vez por Moisés, contrariamente a lo que la gente pensaba (v.31). Es literalmente el pan que ha bajado del cielo. Dios, no Moisés, es quien da este pan (v.32). Jesús ha realizado signos para revelar el sentido de su persona (domingo anterior), pero la gente sólo lo han entendido en la línea de sus necesidades materiales (6,26.12). Jesús ha querido llevarnos a la comprensión de su persona, porque sólo a través de la fe pueden entender quien es él y sólo así podrá donarse a ellos como comida: pero para hacer esto es necesario trabajar o procurar por un alimento y una vida que no tienen término y que son dones del Hijo del hombre (v.27). Los judíos piensan de inmediato en las obras (v.28; Rm 9,31-32), pero Jesús replica que sólo una obra deben cumplir: creer en él (v.29; Rm 3,28), reconocer que tienen necesidad de él, como se tiene necesidad del alimento material. Al considerar la exigencia de Jesús muy grande es por lo que piden una demostración de los que afirma realizando una señal que al menos se compare con aquellas realizadas por Moisés (vv. 30-31), pues aquellas que acaba de realizar (6,2) no se consideran suficientes. Jesús responde afirmando que es más que Moisés, pues en él (Cristo) se realiza el don de Dios que no perece. Su pan se puede recoger (6,13), el maná se pudrió (Ex 16,20).

 

Continuando este evangelio del capítulo 6 de San Juan observamos que Jesús pidió a los discípulos irse en las barcas y alejarse antes de que los venciera la tentación de dedicarse a proclamarlo como rey político de aquellas multitudes. Jesús ora ante su Padre a solas y después alcanza a los discípulos a la madrugada calmando el mar y haciéndolos llegar sanos y salvos. Jesús nos muestra la importancia de cuidarnos de protagonismos y oportunismos venciendo esto con la oración y estando prestos a vencer la tentación.

Estas señales milagrosas preparan el terreno para que Jesús en boca del evangelista Juan inicie este discurso llamado y bien conocido como el “el pan de vida”, conclusión primera de este domingo (v.35).

La gente había visto a los discípulos embarcarse y partir, pero a Jesús no. Por lo tanto habían creído al principio que Jesús no se había marchado. Sin embargo después, al no verlo allí, aprovecharon de las barcas que llegaron y viajaron al encuentro de Jesús. Al llegar a Cafarnaún se admiran de ver que Jesús ya estaba allí. Y aprovechando este encuentro y ante la pregunta de la multitud a Jesús de: ¿cómo había hecho para llegar hasta ahí? Jesús sabe el motivo. Lo buscan pero con falsos prejuicios y expectativas falsas sobre el Mesías. Lo buscan con la esperanza de seguir gozando en forma duradera de la alimentación milagrosa. Cuántos de nosotros seguimos esos pasos y sólo vemos en Jesús y el Reino una solución a nuestros problemas temporales y en los que no ponemos esfuerzo alguno por sacar adelante. Aquí sólo se busca uno a sí mismo, poniendo a Jesús al servicio de nuestros propios intereses. Así, sólo se rechaza a Jesús.

Jesús responde con este discurso profundo y maravilloso que después del sermón de la última cena, quizás sea el más misterioso y que más verdades profundas descubre. Es toda una catequesis sobre el Pan de Vida. Invita a la muchedumbre y a nosotros a no pensar tanto en el alimento temporal sino en el Dios que regala ese alimento. Los dos alimentos distintos en calidad, apuntan a una calidad diferente de vida. El “alimento perecedero” corresponde a la vida caduca, sujeta a la muerte, mientras que del otro alimento se afirma ante todo en sentido muy general que “permanece para vida eterna”, comunica la vida eterna. Lo que Jesús nos quiere comunicar es el que aspiremos no sólo a una vida natural y terrena sino a la vida “completa”, con sentido y significado permanente y no perecedero. De aquí nos podemos explicar cómo hay gente que puede tener todos los bienes económicos, aquellos que “tienen todo” y terminan suicidándose pues ningún bien material podrá satisfacer el hambre espiritual; y otros que pueden ser tan pobres económicamente y en cambio ser los más alegres y felices de la región pues escuchan y viven la Palabra de Dios y se alimentan con este alimento “que dura para siempre”. Para el hambre de verdad que los seres humanos tenemos, Jesús y sus enseñanzas son el mejor alimento. “Yo soy la verdad”. Para el hambre de amor que todo ser humano siente, nadie mejor que Cristo que nos recuerda que “Dios es amor”. Para el hambre de inmortalidad, y el deseo de no morir nunca, Jesús se presenta como el único que puede saciar este anhelo: “Yo soy la resurrección y la vida”. A quien busca la vida eterna, Dios mismo lo remite a Jesús. Podemos creer plenamente en Jesús porque lo que dice viene respaldado por el “sello” de Dios. Ante esto es lógico que se pregunte por la voluntad de Dios “¿qué debemos hacer?”. Jesús se refiere a la única obra en contraposición a las muchas obras de la ley judía y esta única obra es creer en Jesús, enviado de Dios. Este es el trabajo al cual más desea Dios que nos dediquemos nosotros. ¿Cómo hacerlo? San Antonio María Claret nos dice una forma clara:” hay que conocer, amar y servir a Dios-Jesús”. La primera y más noble obra buena es la fe en Cristo. La fe es la puerta para la vida eterna.

Al pedirles esta obra, los oyentes la aprecian como seria y grave y por consecuencia piden una señal, una obra para creerle. Los pensamientos de aquellos oyentes estaban todavía en la multiplicación de los panes del día anterior, y esto les hizo recordar el maná que cayó en el desierto y cuyo relato recordábamos en la primera lectura de hoy. El maná siempre había sido considerado como algo milagroso, como un verdadero Pan de Dios enviado desde el cielo. Los maestros de religión del judaísmo enseñaban que cuando viniera el Mesías o enviado de Dios, haría milagros muy parecidos a los de Moisés, y uno de ellos era el del maná. Por eso desafían a Jesús a hacer un milagro semejante. Con esto, en realidad, existe una expresión de incredulidad y no de voluntad de creer. La respuesta de Jesús a esta expectativa mesiánica nos invita a todos a descubrir que el pasado de la historia de salvación no se debe entender como si constituyera un firme criterio para la actuación futura de Dios. No podemos mandar a Dios cómo debe actuar en el futuro. Dios nos sale al encuentro en forma completamente distinta de la que corresponde a la expectación humana. Con estas palabras los oyentes formulan una petición “Señor danos siempre de ese pan”. La petición suena como una oración que deberíamos repetir constantemente en nuestras vidas pues expresa el deseo de vida y salvación que alienta en el ser humano una actitud fundamental para recibir el don divino: como el que suplica y recibe.

“Yo soy el pan de vida” es una fórmula de fuerza extraordinaria, parecida a aquellas otras que sólo Jesús podía pronunciar: “Yo soy la luz del mundo”, “Yo soy el buen pastor”... el que viene a Jesús no tendrá hambre ni sed, no necesita de otras fuentes de gozo para saciar sus anhelos y aspiraciones. Jesús es fuente de equilibrio y de gozo, fuente de sosiego y de paz. Jesús es el lugar y fundamento de la donación de la vida que Dios hace al ser humano. En Jesucristo, Dios está por completo a favor del ser humano, de tal modo que en él se le abre su comunión vital, su salvación y su amor, y en tal grado que Dios quiere estar al lado del ser humano como quien se da y comunica sin reservas. En la comunión con el revelador –Cristo- se calma tanto el hambre como la sed de vida que agitan al ser humano.

 

Para la revisión de vida
¿Es capaz nuestra fe de descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos pequeños y grandes de nuestra existencia?.
Nuestro corazón busca la felicidad pero ¿dónde solemos hacerlo: en las migajas pasajeras que ofrece el mundo o en el pan de vida eterna?.
¿Soy de los que buscan más el pan material que el pan que lleva a la eternidad?.
 

Para la reunión de grupo
Investigar la “tipología del maná” recorriendo los textos de Ex 16; Nm 11,4-9. 31-33).
Leer algo más del maná y las codornices como fenómenos objetivos y naturales.
¿Qué otras interpretaciones ha recibido el milagro del maná?. (cf. Filón de Alejandría).
 

Para la oración de los fieles
-Para que toda la Iglesia viva con la segura convicción que a través de las vicisitudes de la historia, el Señor es quien la conduce y guía a la meta trazada por su proyecto de amor.
-Para que todos los cristianos tengamos siempre hambre y sed de Cristo y seamos saciados en la mesa de la palabra y del pan de vida.
-Por los aquí presentes, para que la fe que nos hace adorar la Eucaristía, el “pan vivo bajado del cielo”, nos haga reconocer a Cristo en nuestros hermanos más necesitados.
 

Oración comunitaria
Dios Padre bueno que en Jesús de Nazaret nos has presentado verdaderamente el pan del cielo, aumenta nuestra fe para que, recibiéndolo, sacie el hambre de Verdad que hay dentro de cada ser humano

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

 


27. 3 de agosto de 2003 EL HOMBRE ES HAMBRE

1. "¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos!" Exodo 16,2. Este grito protesta del pueblo de Israel en el desierto nos prepara para introducirnos el mensaje del pan de vida que proclama el evangelio. Los israelitas en el desierto, cuando han agotado todo lo que se llevaron de Egipto, consumido el ganado, y carentes de alimentos, están añorando la comida, las ollas de carne y el pan abundante de Egipto, hasta desear haber muerto allá. En el desierto y en la ciudad el hombre es hambre. Le duele hasta los tuétanos la carencia de alimento, en este caso de pan y de carne. El hombre, cuando tiene hambre, piensa y dice que Dios lo va a matar: “Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda la comunidad”. El hombre, en la prueba, en la enfermedad, en la contradicción, en la Noche, se ve acosado y protesta, ¿a quién? A quien cree la causa y, en último termino, a Dios. Y frecuentemente se recurre a los sucedáneos, droga, sexo, poder, diversión a tope... Considera el camino de la liberación como camino de  muerte. No es bueno que el hombre tenga hambre, porque protesta. Ni que nade en el lujo, porque se olvida de sus deberes con Dios y con los hermanos.

            2. Como el hombre necesita comer, y porque Jesús les ha dado de comer, como vimos el domingo anterior, la gente se embarcó en su busca. Después de la multiplicación de los panes, sabiendo Jesús que querían proclamarlo rey, se escabulló y se retiró a la montaña a pasar la noche en oración. Cuando la gente lo encontró, les dijo claramente que le buscaban porque habían comido pan hasta la saciedad  Juan 6,24. Es decir, su búsqueda es interesada.           

3. Entonces les descubrió otra hambre, que cuesta más de percibir: el hambre de Vida, de Luz, de Verdad y de plenitud. El hambre de amor. Pero Dios es Amor, y el amor mueve el sol y las estrellas, como escribió Dante. Por eso el hambre más hondo que tiene el hombre es hambre de amor, que es hambre de Dios, que es Amor. El hombre tiene hambre de compasión, de comprensión, de aceptación, de reconocimiento de sus valores, de compañía, de afecto, de ternura, de ver la prosperidad de su trabajo. El hombre es hambre de infinito: “Nos has hecho, Señor para tí, y nuestro corazón está inquieto hasta qu descanse en tí” (San Agustín).

            4. Jesús les dice lo que necesitan, sin que ellos lo sepan. Nos lo sigue diciendo hoy. Buscad el alimento que perdura dando vida eterna. El que os dará el Hijo del hombre. Les hace notar la diferencia que existe entre el maná material, que el Padre, por medio de Moisés, les dió en el desierto, y el pan verdadero del cielo, que da la vida al mundo. Ante la queja de los hebreos, Dios les envía el maná, fruto de los tamariscos, cuyas ramas, al ser picadas por los insectos, destilan un líquido albino, que cuando cae al suelo se solidifica en forma de granos de arroz. No fue Moisés quien os dio pan del cielo, es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Moisés descubrió el maná, pero no lo causó. Era un producto natural al que Dios le añadió cantidad, intensidad y continuidad. A Jesús le interesa destacar al autor del maná, que es su Padre, y ellos se lo atribuyen a un milagro de Moisés, para exigir a Jesús un milagro para poder entregársele creyendo en él, como les pide: “Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que El ha enviado”. Ya lo dirá San Pablo: “Los judíos piden milagros” (1 Cor 1,22)

            5. Les habla de la eucarístía, que es él mismo entregado como comida, el único que puede saciar el hambre de dentro, el trascendente, ese vacío tan hondo que tiene el hombre que sólo Dios es capaz de llenar. Pero ese milagro es demasiado grande y misterioso para que pueda caber en sus cabezas. Es el misterio de fe por antonomasia, que necesita mucha fe para poderlo aceptar. Por eso, aunque  escuchaban a Jesús e interesadamente oraron: "Señor, danos siempre de ese pan",  Jesús les manifestó: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará sed”, estaban muy lejos de pensar que  tenían ante sus ojos el Pan Vivo. Nos pasa a nosotros igual. Confiamos más en nuestras fuerzas, talento, influencias, eficacia, estudios, méritos, atractivos, para conseguir la solución. Sí, Señor, con ese pan el Espíritu "renovará nuestra mentalidad, y nos vestirá de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios. Nos dará la justicia y la santidad verdaderas" Nos dará la fuerza para morir al hombre viejo que, aunque fue sepultado en el bautismo con Cristo, sigue forcejeando por levantar cabeza constantemente, agitando la concupiscencia, que nace del pecado e induce al pecado. Efesios 4,17. “Despojaos del hombre viejo”, sigue San Pablo. El bautismo nos dió el germen de vida, pero las fuerzas del hombre viejo nunca mueren y el cristiano debe estar toda la vida muriendo cada día, cada instante, para que no sea el hombre carnal, viciado por la concupiscencia, quien domine, sino el hombre nuevo, regenerado en Cristo el que viva. Labor vitalicia, que va ganando a pulso nuevas alturas, a base de mortificación y poda, de noche activa y pasiva, de paciencia y constancia, de perseverancia y humildad, sin pretender quemar etapas, sino sometidos a los ciclos normales de crecimiento que tienen sus leyes, tanto en la vida vegetal, como en la humana. La rosa tiene su ritmo de crecimiento y el niño el suyo de maduración. la palabra quiere suscitar en nosotros el hambre del pan del cielo que es la fuerza mayor del crecimiento. Pero, aunque amarga al comienzo, es fuente de felicidad y de verdadera libertad.

            7. Este es el hambre que el mundo occidental ha perdido sensibilidad para descubrir, aunque experimenta inconscientemente su carencia, de donde procede su insatisfacción y frustración, su suciedad y tristeza. Su fealdad y dureza. ¿Qué significa, si no, entre otras manifestaciones, la escasez de vocaciones a la vida consagrada? Se trabaja por conseguir una carrera, un puesto de trabajo, una situación lo más confortable posible, y se olvida el pan celeste. Se estrecha el mundo, se pierde altura, y el avión que pierde altura se estrella.

            8. Sólo el Señor, que "Dio orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo: Hizo llover sobre ellos maná, les dio pan del cielo, puede saciar el hambre profundo de felicidad del hombre. El hombre que come pan de ángeles, es nutrido por el Señor con provisiones hasta la hartura" Salmo 77. El Padre ha echado a la calle del mundo al Hijo de su Amor para vivir con nosotros y convertirse en pan de Amor y de Vida.

            9. Después del pan de la palabra, primer plato del banquete a que el Señor nos ha invitado, preparémonos con la alabanza, la acción de gracias y la petición, para comer el plato fuerte  del sacramento de la eucaristía, en el que encontraremos la fuente del gozo y de la paz verdadera y con el que cobraremos energías para atravesar este desierto sembrado de piedras y dificultades con amor, hasta poder llegar al banquete eterno. Donde saciaremos ese hambre hondo nuestro y profundo con la felicidad y la compañia inacabable, porque veremos, amaremos, gozaremos al Dios dichoso, hermosura increada tan antigua y tan nueva y Amor infinito e inacabable.


28. CLARETIANOS 2003

Providencia imprevisible

Hay momentos en que la prueba es dura, excesivamente dura. Se torna enormemente difícil seguir confiando. Todo se pone en contra. Es comprensible la actitud del pueblo de Israel en el desierto. Por buscar la utopía de la libertad abandonan Egipto. Pero pasa el tiempo y la anhelada libertad va acompañada de un desamparo total, de una llamativa falta de medios, de una carencia de todo lo más esencial: ni pan, ni alimento. Es comprensible que el pueblo se rebele y murmure contra Moisés y Aarón: ¡Nos habéis traído al desierto para morir! ¡Cuánto mejor estábamos en Egipto!

La cruda realidad de la vida hace peligrar toda confianza. ¿Cómo seguir confiando, cuando uno está al límite de sus posibilidades y no hay horizonte?

Dios responde siempre, pero tarde -solía decir mi padre-. Esta tardanza del Señor en actuar forma parte de su pedagogía. El tiempo de la espera purifica nuestros deseos y torna más auténtica nuestra confianza en Dios. El pueblo de Israel -después de llegar al límite de sus fuerzas y de su tolerancia, protestó y desafió a Dios. La respuesta del Señor no fuera airada. Comrepndió las quejas del pueblo e inmediatamente le respondió: por la tarde les concedió carne de codornices en abundancia; por la mañana pan o maná también en abundancia. No quiso Dios, sin embargo, que hicieran acopio, sino que todos los días estuviera dispuestos a recibir el don de Dios y a confiar en su inderogable providencia.

La vida cristiana consiste en vivir permanentemente bajo la Providencia de Dios. Nada nos puede ocurrir que nos separe de su mano, de su amor misericordioso. Dios no permitirá que sus amigos y aliados seamos probados más lo que podamos soportar. Si tenemos fe, descubriremos cómo Dios siempre responde -y superabundantemente- a nuestras súplicas.

Nuestros deseos pueden ser muy rastreros. Podemos desear, no pocas veces, aquello que nos hace vivir en la vaciedad, en lo inauténtico. Por eso, Jesús recriminaba a la gente que le seguía por su interés exclusivo en comer, y no por aliemtar su vida de lo más auténtico y rico que podía recibir. Purificar los deseos nos lleva a desear lo que más nos conviene y lo que conviene a todos: una vida auténtica y propia de la condición humana.

Lo más importante no es hacer muchas obras. La gente le pregunta a Jesús: ¿qué obras hemos de hacer para cumplir la voluntad de Dios? Al plural responde Jesús con un singular. ¡Una sola obra es necesaria! Y esa obra consiste en ¡creer! La fe man tiene en alerta todas nuestras posibilidades y facultades. Quien cree tiene la moral muy alta. Quien confía se abre a lo imprevisible. Todo es posible para el que cree, porque para Dios nada hay imposible.

Dios nos concede el pan del cielo. Es decir: desde el cielo nos alimenta cada día. La vida eterna se introduce como fuerza sanadora en nuestra vida. Sólo es cuestión de darse cuenta y de vivirse de esta manera alternativa.