24 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XIII CICLO C
1-8

1.PREDICADOR/HOMILIA

-Un esfuerzo poco fructífero.

Frecuentemente asistimos al espectáculo de predicadores que se esfuerzan por mover a su auditorio a vivir como cristianos. Es un intento que consume muchas de las energías de obispos y sacerdotes que, en la mayoría de los casos -no nos engañemos- resulta infructuoso.

Y es lo más natural del mundo preguntarse: ¿por qué tanta desproporción entre el esfuerzo y los resultados?, ¿por qué tantas homilías, meditaciones, charlas, retiros, cursillos... para que surjan tan pocas vocaciones, tan reducidos grupos de cristianos que van un paso más allá del cumplimiento, tanta indiferencia ante los problemas de la Iglesia y de los hombres...? La tarea de anunciar el Reino no es fácil; eso de entrada. El propio Jesús, Maestro y maestro en estas lides, tuvo serias dificultades a la hora de realizar su misión; acabó con un grupo reducido y aun éstos le abandonaron en los últimos momentos.

-Una tarea exigente.

El mensaje es exigente; no lo podemos negar; y si escondemos o suavizamos esa exigencia, traicionamos el mensaje. Pero como el mensaje no es nuestro, sino que nos viene dado, no podemos alterarlo. Ahora bien, sí que podemos, en vez de intentar imponerlo, presentarlo, ofrecerlo; como hacía Jesús, cuyas exigencias hay que entenderlas más como un ruego o una súplica que como una obligación: ¡sigue siendo cristiano, no te desanimes, sigue en la lucha, que yo estoy contigo!; ¡sigue adelante, por favor! Jesús conoce mejor que nadie los muchos enemigos que pueden asaltar al creyente en este camino, los valores que son del mundo pero no del Reino y contra los que tan difícil se hace remar: el dinero, la fama, la seguridad, el prestigio, la clase social...

Por eso no impone: ruega y suplica, invita y ayuda. Y el hombre sigue siendo libre para hacer su elección.

Pero, a estas dificultades que el mensaje, por sus características, lleva consigo, se pueden añadir otras; y éstas sí que podemos intentar eliminarlas. De hacerlo, seguro que no íbamos a conseguir un éxito clamoroso (el discípulo no es más que el maestro); pero, al menos, no será nuestra ineficacia la que retrase la llegada del Reino. Ya decía Pío XII que la buena voluntad no basta, que no suple la eficacia. Por eso hemos de tener buena voluntad; y también ser eficaces en nuestra labor, eliminando dificultades y buscando medios adecuados para anunciar el mensaje del Reino.

-¿Por qué trabajar por el Reino? Y una de las cosas más elementales que deberíamos hacer (quizá también sea de las más difíciles) es cómo conseguir interesar a las personas por el Reino. Ya decíamos más arriba que gran parte de las energías de los predicadores se gastan en intentar mostrar a los fieles cómo deben vivir. Pero pocas veces nos esforzamos en mostrar a esos mismos fieles por qué hemos de vivir así. Hablamos del cómo, pero rara vez del por qué; y, en ocasiones, hablamos del por qué de una manera poco afortunada. Ya casi no se amenaza con las penas del infierno a quien no haga caso (felizmente), pero no se va mucho más allá de decir que es nuestra obligación, nuestro deber, nuestra misión. Lo cierto es que, por obligación, el hombre hace pocas cosas y las hace mal. Es la diferencia que todos notamos cuando nos encontramos con un profesional enamorado de su trabajo o un profesional que lo único que piensa es que algo hay que hacer para comer. Por este camino, además, olvidamos que Dios invita y suplica, pero no obliga.

Por eso sería importante que encontrásemos un nuevo "por qué"; o mejor aún, que encontrásemos la verdadera razón por la que vemos que merece la pena vivir como discípulos de Jesús y desde la cual, aunque haya que seguir esforzándose para no dejarse llevar por los cantos de sirena de nuestra sociedad capitalista y materialista, resulta mucho más fácil conseguirlo. Y el único por qué puede lograr todo esto es el amor.

-Dios no es el que nos obliga y nos exige, sino el que nos ama, nos ofrece, nos da su vida sin esperar a cambio otra cosa más que nuestra aceptación de su don.

-Dios no nos mira vigilante y airado, ni nos pide cuentas malhumorado cuando caemos en el egoísmo, sino que, en el colmo de la delicadeza (de la que sólo son capaces quienes están locamente enamorados), nos pregunta: "¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme".

-Dios no nos destruye cuando nos apartamos de El, sino que reitera su llamada para que sigamos su camino; Jesús se vuelve y reprende a quienes querían hacer bajar fuego del cielo para destruir aquella aldea samaritana poco hospitalaria.

Dios no necesita nuestro cumplimiento cabal para sentirse "más Dios", y luego agradecernos nuestros buenos servicios; él nos ha amado primero, nos ama desde siempre, nos amará por siempre, no por nuestros méritos o por nuestras buenas obras, sino por que sí.

-Dios no nos mira desde la lejanía y la distancia; si nosotros éramos indignos de su amor (¡y lo éramos!), El manda a su propio Hijo para que se haga uno de nosotros y así amarnos a todos con el amor que ama a su Hijo.

-Dios no nos propone un plan caprichoso y extraño para medir nuestra fidelidad: Dios quiere que seamos personas, que lo seamos del todo, que lo seamos para siempre, que alcancemos el límite de nuestras posibilidades; y respeta nuestra libertad para aceptarlo o no; y, aunque le demos la espalda, nos sigue queriendo y sale cada día a los caminos de la vida, con los brazos abiertos, para ver si nos divisa en el horizonte y acudir corriendo a acogernos en sus brazos (/Lc/15/11-31).

-Porque Dios nos ama. Este era el Dios que había enamorado a Jesús; éste era el Dios que él quería darnos a conocer; éste es el Dios en quien hemos puesto nuestra fe... pero no siempre es éste el Dios que anunciamos. Aunque tengamos muy buena voluntad, no lo haremos mejor por seguir nuestros criterios humanos a la hora de anunciarlo, hemos de aceptarle y anunciarle tal y como es.

Evidentemente que el predicador será el primer sorprendido de este Dios; que el predicador debe ser el primero que se presente ante los hombres con toda su pobreza, siendo valiente para anunciar a un Dios al que no se posee, sino por el que se es poseído; hay que tener mucho valor para anunciar a este Dios libre que nos llama a caminar hacia la libertad; hace falta mucho valor para saber que ofrecemos a los hombres el don más precioso y no querer tener la buena intención de obligarles a que lo acepten. No se trata, por tanto, de vencer; ni tan siquiera de convencer (¿quién no está convencido de que es mejor compartir que acumular?; ¿quién no está convencido de que es mejor preocuparse del hermano que olvidarse de él?); todo esto ya se sabe; pero nos falta ese "algo" que trata de compartir la experiencia de fe, quienes la hayan tenido, y de acompañar a quienes no la han tenido. Se trata de descubrir vivo en nuestro corazón el amor de Dios; de enamorarnos de El, como El está enamorado de nosotros. Y entonces, todo lo demás vendrá solo.

Por eso, más que "machacar" a nuestros auditorios, nuestra tarea es acompañar en el descubrimiento de ese Dios que enamora, encandila y seduce; de ese Dios que nos deja absortos y, al mismo tiempo, nos pone en marcha. Sólo si es por amor nos moveremos; sólo si es por amor seremos capaces de seguirle; sólo si es por amor seremos discípulos. Lo demás, todo lo demás, será un admirable y titánico esfuerzo; pero será una pena, porque dará muy pocos resultados. Pero ¡el amor, estar enamorado de Dios...! Eso..., eso es otra cosa. Quien lo vive, lo sabe; quien no lo vive... que abra su corazón, y sabrá lo que es bueno. De verdad.

LUIS GRACIETA
DABAR 1989, 35


2.Sobre la segunda lectura

En la lectura de hoy San Pablo aborda el problema de la libertad en el contexto de la polémica entablada en las comunidades cristianas acerca de las exigencias de la antigua ley mosaica que pretendían mantener en su validez los judaizantes. No obstante, el Evangelio que predica San Pablo trasciende la anécdota para convertirse en Evangelio de la libertad de todos los hombres.

Su mensaje, profundamente cristiano, es por ello mismo ya profundamente humano, y haríamos una mala interpretación de San Pablo si tratáramos de privatizarlo, dándole una interpretación espiritualista o reduciéndolo al ámbito de la vida eclesial.

VOCA/LIBERTAD: San Pablo hace una afirmación rotunda: "Vuestra vocación es la libertad". Y si la vocación es la libertad, claro está que todo lo que impida esa libertad se opone directamente a la vocación del cristiano y del hombre. A veces se dice que la libertad es un riesgo, y naturalmente que lo es. La libertad es un riesgo como lo es también la vida; pero de la misma manera que nadie puede disminuir la libertad, pues el único riesgo de la vida y de la libertad está precisamente en poder perder una y otra. ¿De qué libertad nos habla San Pablo? Al hacernos esta pregunta pudiera parecer que intentamos ya definir la libertad con ánimo de recortarla, siendo así que la libertad se define a sí misma y no admite ninguna determinación que le sea impuesta. Libertad es, para San Pablo, hacer sencillamente lo que uno quiere. El Apóstol nos habla de que hay en nosotros un deseo de la carne que pugna contra el deseo del espíritu y cómo entre ellos existe un antagonismo tal que "no hacemos lo que quisiéramos, pero si nos dejamos guiar por el Espíritu no estamos bajo el dominio de la ley". El que se deja guiar por el Espíritu hace, por lo tanto, lo que quiere y es libre. La libertad es hacer lo que uno quiere desde lo más profundo de su espíritu, bien entendido que todo el que se deja guiar por el instinto de su carne no hace lo que realmente desearía hacer.

El Evangelio de la libertad que proclama San Pablo, entonces como ahora, despierta la sospecha de ser ocasión del libertinaje. Por eso, añade inmediatamente, después de decirnos que nuestra vocación es la libertad: "No una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor".

¿No se vuelve atrás San Pablo de su afirmación rotunda y de su valoración de la libertad? Nada de eso. Lo que sucede es que San Pablo no defiende una libertad vacía que no se decida por nada ni por nadie, que sea simple posibilidad y no ejercicio de la libertad. San Pablo aboga por una libertad verdadera y, por lo tanto, activa, que se defina a sí misma por el amor. Ahora bien, el único vínculo, la única definición y determinación que admite la libertad es precisamente por amor. El amor resume toda la ley, de suerte que la ley, siendo ahora ley de amor, deja de ser una imposición extraña para la libertad y pasa a ser su autodeterminación. El amor es, pues, la superación de la ley y la única fuerza que actualiza y llena de sentido real a la libertad.

En esta perspectiva podemos entender ahora lo que dice al principio de esta lectura: "Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado". Cristo no nos libera para someternos de nuevo a la ley. El término de la liberación es la libertad misma, la que se ejerce y actualiza por el amor y en el amor, y Cristo nos libera para la libertad precisamente despertando en nosotros el amor. El, venciendo todas las ataduras y todos los prejuicios y todos los convencionalismos, viviendo espontáneamente desde su libérrima libertad, vive, porque quiere, para los demás. Cristo, en su vida, manifiesta el Amor. Descubre ante los hombres el misterio de Dios, de ese Dios que por ser amor llama a los hombres para la libertad, de ese Dios que no necesita disminuir al hombre para ser él más grande, de ese Dios que no salva con la opresión de la ley sino con la vivificación del amor. Y por eso Cristo, mostrando ante los hombres el Amor, nos libera a todos para la libertad.

El evangelio de la libertad condena todo lo que sea dominio del hombre por el hombre y problematiza el uso del poder. Un cristiano que llegara a pensar que el poder es lo más firme y seguro y no lo que debe ser superado, sería un apóstata de su fe.

PODER/SERVICIO:Sin embargo, no debemos olvidar que la libertad plena como término hacia la cual somos liberados por Cristo coincide con la salvación misma y que ésta debemos operarla día a día mientras caminamos en esperanza hacia el reino de la justicia, de la paz y del amor. Radicalmente liberados por Cristo y no pudiendo renunciar por más tiempo a esta vocación a la libertad, reconocemos no obstante, que nuestra redención todavía está en marcha. Mientras padezcamos en nuestro propio cuerpo la contradicción de la carne y necesitemos expresar y realizar nuestra libertad en la concurrencia con otras libertades, dentro de un mismo espacio y un mismo tiempo, será todavía necesario un mínimo de poder que mantenga el orden para que sea posible un máximo de libertad. El poder se justifica sólo en tanto es servicio a un máximo de libertad. El poder es una realidad ambigua: es posible y lícito, es necesario, pero sólo en un mundo en el que la necedad humana, la fuerza de los instintos y la carencia de libertad, son todavía un hecho que debe ser superado.

Sólo aquél que es consciente de esta ambigüedad evitará que al tratar de poner una barrera al pecado de los demás no llegue a convertir el ejercicio del poder en expresión de su propio pecado.

Hoy día se proclama la libertad en muchas partes en donde no existe de hecho. En nombre de un liberalismo meramente formal, simplemente proclamado, se consolida un estado de violencia que disminuye la libertad de los más débiles. Mantener con el poder esta falsa democracia es un abuso de poder. En cambio, si en una situación de violencia excesiva surgiera un nuevo poder al servicio de una mayor libertad, éste sería, realmente, el poder legítimo. Ante la ineficacia de las democracias meramente formales, el cristiano ha de recordar que no puede defender una libertad al servicio del egoísmo.

El cristiano no debe ser un iluso que crea que ya lo ha hecho todo en favor de la libertad cuando ha proclamado el evangelio de la libertad; debe ser, por el contrario, extremadamente realista y admitiendo la situación concreta tratar de poner al servicio de la liberación del hombre ese mínimo de poder imprescindible. En este sentido debe participar en la lucha por el poder. Pero debe hacerlo honestamente y sabiendo relativizar sus opciones concretas. Pues ni el que usa el poder ni el que renunciara a este uso podrán gloriarse delante de Dios. El primero no quedará fácilmente con las manos limpias, pero el segundo ha de pensar que, renunciando al uso del poder, quizá por motivos de fe, puede hacerse responsable de los pecados de quienes usan el poder, pues también él se aprovecha de las ventajas de un orden establecido.

EUCARISTÍA 1971, 39


3.

Eliseo recibe la llamada de otro profeta y renuncia a su vida anterior para seguir su nueva vocación como discípulo. ¿Somos nosotros Iglesia que llama? ¿Somos profetas valientes y gozosos que llaman a otros profetas a la misión? ¿Seríamos capaces de responder generosamente, como Eliseo, hasta "quemar las naves"? El evangelio presenta unas llamadas absolutas: el seguimiento debe ser constante y aparece "duro con la dureza de la pobreza" ... Jesús es radical, exige y reclama una entrega total, quiere que se acepte su mensaje como valor primigenio de la vida y, a través de ejemplos muy vivos, estimula la reflexión de los oyentes... La vocación aparece, pues, como una tarea que exige valentía y firmeza, que no se concibe sin ruptura y que obliga a superar sentimentalismos e intereses... La verdadera vocación polariza totalmente. Habría que invitar a oir la llamada: la exigencia es para todos, pero los creyentes que deban escoger camino en la vida han de considerar la posibilidad del servicio a la Iglesia, sea para el ministerio apostólico, sea para la vocación religiosa. Habría que exhortar, desde una vivencia optimista, a la reflexión profunda sobre este punto.

Toda comunidad -sacerdotes, padres, personas comprometidas...- debe sentirse preocupada por suscitar vocaciones y debe ingeniárselas para secundar un clima que las favorezca. Es esta una responsabilidad de toda comunidad abierta, de una Iglesia en misión.

J. GUITERAS
MISA DOMINICAL 1974, 4b


4.

Los tres ejemplos de señores que ponen condiciones antes de seguir a JC no deben interpretarse como si las excusas -o las previas advertencias de J.- fueran lo más importante. Como tantas otras veces el estilo del evangelio es queridamente exagerado, extremoso, pero para dejar bien claro lo que importa: ni que las condiciones propuestas para seguir a JC sean sensatas y correctas, no valen si son vividas como un no captar la primacía del Reino, el absoluto de Dios. Es legítimo tener "donde reclinar la cabeza"; es una obra de misericordia "enterrar al padre"; es muy humano "despedirse de la familia"... Todo ello es sano y bueno -quizá necesario, quizá también voluntad de Dios-. pero lo que no vale es convertirlo en excusa para no seguir a JC, para no trabajar por el Reino.

SGTO/EXCUSAS:Aquí está la perspicacia psicológica de esta narración. Nosotros no presentamos excusas para no seguir a JC pensando que sean malas excusas (si lo hacemos es que nos reconocemos pecadores y entonces estamos ya cerca de la conversión que JC ofrece a los pecadores y no quienes se creen justos). Lo que pretendemos es presentar buenas excusas. Mejor dicho, supuestas buenas excusas: lo que decimos parece sensato, pero escamoteamos que es un modo de no aceptar la radicalidad exigente que nos arrancaría de nuestra instalación, de nuestra rutinaria mediocridad. Por ello JC nos dice que no valen las aparentemente sensatas excusas. Que el seguirle por el camino del Evangelio, del Reino, exige estar dispuestos a darnos del todo.

Y sólo después de darnos del todo, sin reservas, uno descubre que el Padre es amor, condescendiente y paciente. No Empresario sino Padre.

JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1977, 13


5. HACERSE CRISTIANO

Sígueme

Ser cristiano no es tener fe sino irse haciendo creyente. Con frecuencia, entendemos la vida cristiana de una manera muy estática y no la vivimos como un proceso de crecimiento y seguimiento constante a Jesús.

Sin embargo, en realidad, se es cristiano cuando se está caminando tras las huellas del Maestro. Por eso, quizás deberíamos decir que somos cristianos, pero, sobre todo, nos vamos haciendo cristianos en la medida en que nos atrevemos a seguir a Jesús.

Para no pocos, la vida cristiana se reduce más o menos a vivir una moral muy general que consiste sencillamente en «hacer el bien y evitar el mal». Eso es todo. No han entendido que el seguimiento a Jesús es algo mucho más profundo y vivo, y de exigencias más concretas. Se trata de irnos abriendo dócilmente al Espíritu de Jesús para vivir como él vivió y pasar por donde él pasó.

Por eso, el cristiano no sólo evita el mal, sino que lucha contra el mal y la injusticia como lo hizo Jesús, para eliminarlos y suprimirlos de entre los hombres. No sólo hace el bien, sino que lucha por un mundo mejor, adoptando la postura concreta de Jesús y tomando sus mismas opciones.

BUSQUEDA/DESEO:No basta buscar la voluntad de Dios de cualquier manera sino buscarla siguiendo muy de cerca las huellas de Jesús. Como ha dicho P. Miranda, «la cuestión no está en si alguien busca a Dios o no, sino en si lo busca donde él mismo dijo que estaba».

A veces pensamos que es difícil saber cuál es la voluntad de Dios en nuestra vida. Y sin embargo, sabemos muy bien cuál es el estilo de vida sencillo, austero, fraterno, cercano a los pobres, que debemos reproducir día a día siguiendo a Jesús.

Hay cosas que son muy claras si nos ponemos a seguir a Jesús. «La voluntad de Dios no es un misterio por lo menos en cuanto atañe al hermano y se trata del amor» (E. Kasemann).

Ciertamente es arriesgado y exigente seguir a Jesús. No se puede servir a Dios y al dinero, no se puede echar mano al arado y volver la vista atrás, puede uno quedarse sin apoyo alguno donde reclinar su cabeza.

Pero es lo único que puede infundir verdadera alegría a nuestra vida. Cuando el creyente se esfuerza por seguir a Jesús día a día, va experimentando de manera creciente que sin ese "seguir a Jesús", su vida sería menos vida, más inerte, más vacía y más sin sentido.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 323 s.


6. J/RADICALISMO:

El texto del evangelio, por lo menos los versículos 61 s, es una reinterpretación del texto eliánico. Jesús oye a un eventual discípulo -"Te seguiré..."- que le da la misma respuesta que Eliseo. Pero Jesús se muestra distinto de Elías. Este último no se atrevía a detallar las exigencias de una llamada cuyo alcance profundo no le concernía; Jesús tiene suficiente autoridad para explicar por sí mismo el carácter decisivo de su convocatoria.

Mientras que Elías no es sino un intermediario, Jesús está en el origen de la llamada que extiende por todas partes.

La llamada de Jesús es infinitamente más exigente que la de Elías. En el libro de los Reyes, el deseo de despedirse de la familia expresa la disponibilidad de Eliseo, que acepta inmediatamente la invitación recibida. En el evangelio, el solo hecho de querer dedicar un breve instante a la familia es presentado como una vacilación que descalifica al candidato. Los lectores frecuentemente se sienten heridos ante la brusca reacción de Jesús; deben entender la intención del maestro, solícito, como todos los profetas, por afirmar las exigencias de la palabra de Dios. Quienquiera oiga la Palabra debe responder a ella inmediatamente. El breve plazo que se toma Eliseo para despedir a los suyos, aceptable cuando sólo se trata de responder a la llamada transmitida por Elías, resulta inadmisible cuando llama Jesús. Ante su palabra, hay dos mundos que se declaran súbitamente en contradicción: el de Jesús, mundo de los vivos, en el que nadie puede entrar andando con vacilaciones, y el otro, el de los muertos. Vienen a la memoria los dos cortejos señalados en 7, 11 s: uno, que sigue a la muerte, y el otro guiado por el dueño de la vida. A cada cual toca, por lo tanto, hacer su opción, sin la menor vacilación.

El comportamiento de Jesús, y lo mismo sus palabras, resultan totalmente incomprensibles si no empezamos por mirarle a él, tal como lo presenta precisamente el fragmento evangélico que leemos el domingo. Este texto, juiciosamente delimitado, relaciona el momento en que Jesús exige de sus amigos decisiones inmediatas y sin reservas, y el otro momento en que Jesús ha adoptado una decisión definitiva y se ha orientado hacia un futuro más decisivo todavía.

Galilea ha oído suficientemente resonar la voz de Jesús. Este primer período de predicación ha fijado ya irremediablemente las posiciones. El conjunto de la población palestinense se alinea tras sus jefes para considerar la desaparición del peligroso agitador.

Jesús es el primero en darse cuenta de la degradación de su prestigio y del peligro que corre cada vez más. Y asume ese peligro, que él "lee" como la expresión de una llamada de Dios.

"Es preciso que yo prosiga mi camino hacia la capital", dirá más adelante, porque "no conviene que un profeta perezca fuera de Jerusalén" (13,33). Ese "es preciso", ese "no conviene", no se refieren a conveniencias humanas, sino a un designio de Dios. Sabiéndose "llamado" a subir a Jerusalén, Jesús, nota el evangelista con su lenguaje rugoso, "endureció su rostro y tomó el camino de Jerusalén".

¿No es perfectamente comprensible que en el momento en que él "toma -resueltamente- el camino de Jerusalén", el camino de esa ciudad en la que "es preciso" muera un profeta, no es perfectamente comprensible que exija de quienes quieren seguirle, una opción tan decidida como la que acaba él de hacer; un ponerse en camino tan firme y tan libre de todo volverse atrás como el que acaba de emprender él mismo? Porque "no conviene"... "no es preciso", hubiera podido decir san Lucas, que un discípulo se niegue a considerar para sí lo que Jesús, el primero, sufrió. Si, contrariamente a las "zorras que tienen madrigueras" y a los "pájaros que tienen nido", "el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza", no cabe pensar que un discípulo viva de otra forma; si ese discípulo está francamente dispuesto a seguir a Jesús adonde vaya, tendrá que llegar hasta una decisión tan firme y tan entera.

Los discípulos tendrán, efectivamente, que soportar pruebas semejantes a las de Jesús, y deberán soportarlas como lo hizo él, a su manera. De hecho, helos aquí apenas enviados en misión, y chocan ya con la hostilidad de los samaritanos, que se niegan a prestar ayuda a quienes van de camino hacia Jerusalén. No es incidente que vaya a obligar a Jesús a detener su marcha; ni él tampoco a dejarse llevar por uno de esos gestos de violencia con que los hombres tan fácilmente intentan reprimir a sus oponentes.

Se mantiene en su propia línea y exige a sus discípulos que hagan lo mismo. La explicación de esta actitud de Jesús que persiste obstinadamente en seguir a Jerusalén, queda indicada por el evangelista. La inquietante marcha que Jesús emprende, le conducirá mucho más lejos de lo previsto. Lo que habrá de encontrar Jesús en Jerusalén será, dice san Lucas que se acuerda aún de Elías, algo más que la muerte: "ser llevado" (el mismo término en 24, 51: "Fue llevado al cielo"). El ponerse en marcha de Jesús, considerado a la luz de este último acto, adquiere todo su sentido. Y la misma luz ilumina las duras exigencias que se presentan a los discípulos. Si Jesús se pone en marcha hacia el "ser llevado", ¿cómo dudar de que los que están realmente dispuestos a "seguirle", vayan a ser conducidos a otra parte y no al mismo sitio a que Jesús ha "sido llevado"?

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 195


7. SGTO/LLAMADA 

-No hay que mirar atrás (Lc 9, 51-62)

A todas luces esta perícopa evangélica ha sido escogida para mostrar en qué consiste "seguir a Jesús", y las exigencias que comporta la decisión de seguirle. La primera parte en la que vemos a Jesús subir animosamente a Jerusalén se relaciona también con la exigencia que conlleva "seguir a Jesús". Porque si Jesús sube animosamente a Jerusalén es porque se aproxima el tiempo de su Pasión. Y esto nos indica ya indirectamente hasta dónde va a ser necesario seguirle.

La voluntad de seguir a Jesús exige un abandono ciego, sin buscar seguridades para el futuro. El Hijo del hombre no tiene dónde reposar su cabeza. Seguir a Jesús significa dejar todo en segundo término, ante el anuncio del Reino. La frase de Jesús es dura: "Deja a los muertos que entierren a los muertos. Tú ve a anunciar el Reino de Dios".

Marchar tras Jesús significa no mirar nunca hacia atrás. Después de haberlo abandonado todo ya no hay que soñar en el pasado, sino ir hacia adelante, sin andar sopesando lo hecho y sin preguntarse si no habría habido otros modos de hacerlo.

-Dejarlo todo (1 Re 16 . . . 21 )

La vocación de Eliseo nos pone en el camino de comprensión de lo que quiere significar el Evangelio. Eliseo es llamado cuando está a punto de ponerse a trabajar. La vocación le sorprende en pleno trabajo cotidiano. El detalle es importante y este modo de llamar a la misión es familiar al Señor tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, Moisés (Ex 3, 1), David (1 Sam 16, 11) y tantos otros son llamados cuando están guardando los rebaños. Simón y Andrés están en los trabajos de la pesca (Mc 1, 16), Mateo está en sus trabajos de aduana (Mt 9, 9). La exigencia de la llamada es absoluta. Eliseo deja sus bueyes inmediatamente y pide se le permita ir a dar un abrazo a su padre y su madre antes de seguir a Elías. Pero le vemos dejar todos sus bienes, inmolar sus bueyes, que son los instrumentos de su trabajo y luego seguir a Elías y ponerse a su servicio.

Nos equivocaríamos si aplicáramos estos textos únicamente a la vocación religiosa o a la vocación al ministerio sacerdotal. No hay duda de que debemos rememorar con frecuencia las exigencias de esas vocaciones y el modo específico de responder a ellas. Pero también es verdad que cada cristiano recibe de una u otra manera una llamada a la que debe responder. Para no salirnos de ejemplos sencillos, bástenos caer en la cuenta de lo que puede requerir de cualquier, la entrega a algunas tareas pastorales en las que se le pida colaborar. Los deberes familiares son imperiosos sin duda alguna, y no sería ni justo ni prudente ignorarlos y destruir así una célula como la familia que es tan necesaria a la Iglesia, porque podría parecer una cosa heroica y en realidad sería una falta de juicio. Pero, por otro lado, es verdad que muchos cristianos no son capaces de responder con generosidad a una necesidad de la comunidad, si no se lo ruegan una y otra vez; y pocas veces son capaces de dejar sus propios trabajos o de afrontar algunas privaciones para entregarse, en nombre del Señor, a realizar algo que se les pide y que deberían considerar como una verdadera llamada del Señor. La santidad no esta reservada ni a la vida religiosa ni a la vida sacerdotal. Los textos de la Escritura que proclamamos hoy, deben hacernos revisar nuestras actitudes; quizá cerramos nuestros oídos a las inspiraciones divinas y retardamos demasiado nuestro consentimiento.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 55 s.


8.

La primera reacción de muchos al oír hablar de la no-violencia es una reacción de escepticismo o desconfianza. En el fondo, son pocos los que creen de verdad que los graves conflictos que enfrentan a los hombres puedan resolverse sin acudir a la violencia. Somos herederos de una larga tradición en la que la violencia ha jugado un papel decisivo. La historia que se nos ha enseñado es una historia de guerras. Desde niños se nos ha hecho creer que las armas son el único medio eficaz para lograr la victoria. Las mismas Iglesias han contribuido a que la historia de Europa haya sido una historia violenta. Alejándose del Espíritu de Cristo han elaborado diferentes teologías que justificaban la violencia o permitían a los combatientes emprender «guerras santas» o, al menos, «justas».

Se diría que la humanidad no acierta a liberarse de la fatalidad de la violencia. A finales ya de este siglo que ha conocido guerras horribles, a nadie parece conmover demasiado que se desencadenen nuevos combates dentro de la misma Europa para resolver los conflictos entre los pueblos, o que se siga predicando entre nosotros la necesidad de la violencia.

Por eso, uno de los signos más esperanzadores en este momento de la historia es el nacimiento de grupos y movimientos comprometidos en crear una nueva cultura de no-violencia. Una cultura que no consiste en estériles condenas de la violencia, sino en la creación de un pensamiento nuevo sobre los conflictos y en la búsqueda de caminos y estrategias para luchar eficazmente por la justicia sin introducir nuevas violencias. Tal vez, el primer paso sea desenmascarar la maldad que encierra toda violencia. Sobre nosotros siguen pesando ideologías que nos llevan a pensar que la violencia no sólo es necesaria, sino incluso honorable. En nuestro subconsciente colectivo la violencia aparece asociada a las causas más nobles de justicia y de libertad, como la reacción natural de hombres movidos por la nobleza, el sacrificio, la generosidad o el honor.

Es necesario tomar conciencia de que estamos totalmente equivocados. La violencia engendra siempre un proceso deshumanizador que pervierte radicalmente las relaciones entre los hombres, introduce en la historia nuevas injusticias y obstaculiza de nuevo el camino hacia la reconciliación.

De ahí la necesidad de buscar alternativas eficaces a la violencia poniendo en práctica métodos y estrategias que fuercen a resolver los conflictos por las vías del diálogo, el acercamiento de posturas y el acuerdo.

La Iglesia ha de comprometerse decididamente por esta cultura de la no-violencia si quiere ser fiel a aquel Jesús que fustigó la típica reacción de violencia destructora de unos discípulos que pedían «fuego del cielo» para acabar con una aldea que no los había acogido.

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C..Pág. 83 s.