24 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XIII
9-20

 

9. Frase evangélica: «Tú vete a anunciar el reino de Dios»  

Tema de predicación: LA CIUDAD DE DIOS 

1. La «decisión» de Jesús de ir a Jerusalén es presentada por Lucas como culminación de  su misión profética, cuya apoteosis será la llegada del reino, tras ser «arrebatado» y  «llevado al cielo». Jesús es consciente del sufrimiento y la muerte que le esperan por tener  el coraje de ser fiel. Paradójicamente, «no lo recibieron» ni siquiera los samaritanos, por su  falta de entendimiento con los judíos. Jesús está en contra de cualquier enemistad, pero  padece las consecuencias de las enemistades.

2. Las condiciones que pone Lucas en este pasaje para seguir a Jesús son tres:  abandonar toda seguridad (primer caso), subordinarlo todo al anuncio del reino de Dios  (segundo caso) y no echarse jamás atrás (tercer caso).

3. El seguimiento de Cristo supone para el creyente una meta (la del reino, la nueva  ciudad de Dios), un camino plagado de dificultades e incomprensiones (las oposiciones a la  reconciliación) y unas actitudes decididas de desprendimiento (pobreza y opción por los  pobres), de aceptación de la llamada a evangelizar y de determinación firme e  inquebrantable de no ceder a ningún tipo de veleidades.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Vamos, como cristianos, por el camino correcto? 

¿Tenemos las actitudes requeridas para la realización del reino? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 290 s.


10.

1. Camino de Jerusalén 

Hasta ahora la misión de Jesús se ha realizado en Galilea, región que ha oído ya  suficientemente resonar su voz. El momento de las palabras ha pasado; es necesario el  compromiso de la vida.

Jesús, según el evangelio de Juan, fue varias veces a Jerusalén en su vida pública. Sin  embargo, los tres evangelios sinópticos solamente hablan de una subida: la última. Lucas  dedica gran parte de su evangelio a este viaje de Jesús camino de Jerusalén. En Marcos  este viaje tiene también cierto relieve; en Mateo pasa más desapercibido.

Este texto de Lucas inicia un gran apartado de su narración evangélica (abarca hasta el  19,27). Las más bellas parábolas y las enseñanzas más profundas sobre la oración, el  amor, el desprendimiento, la esperanza... son desarrolladas durante este simbólico viaje. Si  gran parte de la enseñanza de Jesús se narra en forma de camino, la de sus discípulos  tendrá que aparecer como seguimiento.

"Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén". Por el camino se va a encontrar con personas  y situaciones que van a servir a Lucas para mostrarnos la hondura de los planteamientos  de Jesús y la actitud que deben tener los que quieran seguirle. Un seguimiento que nos  exige todo porque quiere darnos todo.

"Ir a Jerusalén" significaba la persecución y la posible muerte. La decisión fue tomada  personalmente por Jesús, en contra de la opinión de los discípulos, que "le seguían detrás  con miedo" (Mc 10,32), ofreciendo constante resistencia a su mesianismo. Lo siguen casi a  la fuerza por un largo camino que no tendrá retorno: el final será la muerte violenta a manos  de los jefes religiosos de la nación.

Los discípulos suben con él. Pero sólo si arriesgan la vida, sólo si sufren con los otros y  se entregan al trabajo que Jesús ha comenzado estarán en situación de conquistar la vida  verdadera.

Jesús ha visto claro que permanecer en Galilea únicamente servía para prolongar el  camino fácil del éxito multitudinario, ceder a la tentación mesiánica de buscar el triunfo  humano, quedándose en la superficie de las personas y de las cosas. Y se siente llamado a  la radicalidad, a liberar al pueblo de todas las esclavitudes que lo atenazan, principalmente  del yugo del templo y de la ley. Sabe perfectamente que esto es muy peligroso, que las  autoridades religiosas se opondrán, que en ello se juega la vida.

Es necesario tener todo esto en cuenta para poder comprender la importancia de este  comienzo.

2. En tierras samaritanas 

"De camino entraron en una aldea de Samaria". Este pasaje nos sitúa la misión de Jesús  en un contexto universal al presentarlo en la problemática tierra de los samaritanos. La región de Samaria estaba habitada por gentes llegadas al país en antiguas invasiones  y deportaciones. Por lo tanto, eran mestizos, muchos seguramente de origen no judío, con  costumbres sociales y religiosas que los judíos consideraban heréticas. El desprecio que  sentían los judíos por los samaritanos era total; desprecio que era correspondido por los  samaritanos. En algunas épocas el enfrentamiento entre los dos pueblos llegó incluso a la  violencia física. Llamar "samaritano" a un judío era insultarle gravemente (Jn 8,48).

Las relaciones entre ambos pueblos eran tensas en tiempos de Jesús. Por lo que  atreverse a pedir hospedaje en un pueblo samaritano era audaz e indicaba un gran cambio  de mentalidad y de práctica social. Jesús aprovechaba todas las circunstancias para  derribar las barreras que nos separan a los hombres.

Fueron mal recibidos en una población, que les niega el hospedaje solicitado. Santiago y  Juan confunden la exigencia con la intolerancia, fruto de la inmadurez de su fe en Jesús;  lógica, si tenemos en cuenta la confusión en que se hallaban. Propusieron a Jesús un  castigo ejemplar. Pero este tipo de violencia que le proponen no va con él; no arreglaría  nada. El "ojo por ojo" (Mt 5,38) sólo serviría para quedarnos todos tuertos o ciegos. Juan y Santiago quieren instrumentalizar el fuego para defensa de sus propios intereses.  Sus mentes están llenas de la imagen de una apocalíptica popular y vengativa, y pretenden  utilizar el poder de Dios contra los samaritanos enemigos.

La actitud de los hijos del Zebedeo persistió a lo largo de los siglos en gran parte de los  cristianos, al menos en forma instintiva. Cuando nos enfrentamos con el mal del mundo,  cuando la perversión de los poderosos de la tierra nos rodea, levantamos nuestra voz  interior y exigimos fuego de los cielos. Olvidamos fácilmente que el camino de Jesús es  diferente; no se trata de hacer sufrir a los demás, sino de asumir de una manera salvadora  el propio sufrimiento; no se trata de arrancar lo malo, sino de transformarlo en bueno por el  amor. El único fuego que podemos usar los cristianos es el de amar a los demás hasta el  final, como hizo Jesús.

No es lógico que la actitud de los dos hermanos siga existiendo después de tantos siglos  de enfrentamientos por motivos sociales y religiosos. No es lógico seguir empleando la  violencia -o la calumnia- contra los que no comparten nuestras ideas. Vivir con sinceridad la  propia fe y comprender con ecuanimidad a los que no nos entienden o atacan es una de las  actitudes más difíciles.

Jesús "les regañó". No se deja llevar por los gestos de violencia con que los hombres tan  fácilmente intentamos reprimir a nuestros oponentes. Se mantiene en su línea y exige a sus  discípulos que hagan lo mismo. Deben aprender a soportar el sufrimiento, aceptando con  paciencia el rechazo de los samaritanos. Pero nunca ceder en sus planteamientos e  ideales.

3. Jesús, valor absoluto de la vida 
Suave y comprensivo con los samaritanos, que le niegan alojamiento, Jesús se muestra,  en cambio, muy exigente con los que quieran seguir su camino de vida. Pide a sus  seguidores la misma actitud decidida y arriesgada con que él camina hacia Jerusalén. Jesús rechaza a tres posibles candidatos. ¿No parece exagerado pedir la renuncia total a  todo para poder seguirlo? Esto nos plantea a todos los cristianos una cuestión crucial: ¿Es  preciso ser un héroe, un santo, para seguir a Jesús? Si la respuesta es afirmativa, ¿no  habremos de reconocer que supera nuestras posibilidades? ¿Quién se atreve, pasada la  primera juventud, a hacer profesión de heroicidad o de santidad? La radicalidad de Jesús  nos asusta, hasta el punto de haber prescindido de ella, reduciendo el seguimiento a unas  cuantas prácticas religiosas y apoyando la institución eclesiástica en el código de derecho  canónico en lugar de en el evangelio.

Por otra parte, los que le seguían no eran héroes ni santos, y Jesús no les rechaza. Todo  lo contrario: dice que busca a los pecadores y no a los justos (Mt 9,13). ¿Cómo unir estos  dos aspectos: su exigencia con la imperfección evidente de sus seguidores?  Para entenderlo tenemos que ver dónde sitúa Jesús su exigencia. Jesús no exige que  Pedro, o Juan, o Santiago, o cualquiera de nosotros, nos transformemos en un momento en  héroes o en seres perfectos. Comprende nuestras cobardías, nuestros defectos, nuestras  limitaciones, nuestros pecados. Lo que sí nos pide es que no pongamos condiciones para  seguirle, que no nos reservemos nada, que confiemos ilimitadamente en él, que estemos  dispuestos a dejarnos transformar, que queramos seguirlo más y más... Aunque mientras le  vamos siguiendo ni lo comprendamos del todo ni seamos capaces de comportarnos siempre  como él espera. Únicamente nos pide, repito, que no le pongamos condiciones, que nos  dejemos llevar por él.

Jesús nos pide una entrega total, quiere que aceptemos su mensaje como valor absoluto  de la vida. Seguirle no ofrece ningún tipo de ventajas o poder sobre los demás. ¿No es perfectamente comprensible que en el momento en que "tomó la decisión de ir a  Jerusalén", donde morirá, pida a los que quieran seguirle una opción tan decidida como la  que acaba de hacer él? 

El mayor impedimento que tiene la Iglesia para emprender la necesaria reforma son las  ataduras a tantas cosas que se han introducido en ella a lo largo de los siglos, y de las que  parece es incapaz de desprenderse. Son muchas las alianzas -trampas- que tiene que  superar o romper para ser fiel a Jesús. Lo mismo cada cristiano.

El cristiano verdadero es un hombre libre, sin casa, sin arraigo, como su Maestro. No  tiene aquí su morada definitiva. Ha de estar dispuesto a lo que sea. La llamada de Jesús  para pertenecer al reino de Dios no puede ser estorbada por nada. Es legítimo tener "dónde  reclinar la cabeza~'; es una obra de misericordia "enterrar al padre"; es muy humano  "despedirse de la familia"...

Todo ello es santo y bueno; pero lo que no vale es convertirlo en excusa para no seguir a  Jesús, para no trabajar por el reino.

A ninguna persona medianamente inteligente se le ocurre presentar malas excusas.  Todos pretendemos presentar buenas razones para no comprometernos: lo que decimos  parece sensato, pero escamoteamos que es un modo de no aceptar la radicalidad que nos  arrancaría de nuestra instalación, de nuestra mediocridad. Por eso Jesús nos dice que no  valen las aparentemente sensatas excusas; que el seguirle por el camino del reino nos pide  estar dispuestos a darnos del todo. Y que sólo después de darnos del todo, sin reservas,  descubriremos que el Padre es amor, que es la vida que estábamos buscando.

La exigencia de Jesús debemos planteárnosla cada uno personalmente, más que exigirla  a los demás. Frecuentemente exigimos mucho a los demás y somos muy condescendientes  con nosotros mismos. Juzgamos a todos desde nuestra fe, desde las exigencias  evangélicas -como si fueran algo que se puede imponer por ley, por las armas, por las  condenaciones...-, sin reconocer que el seguimiento de Jesús es exigente sólo para los que  se lo planteen, sólo para los cristianos que quieran serlo de verdad.

El seguimiento de Jesús aparece como una tarea que exige  valentía y firmeza, que no se concibe sin ruptura y que obliga a superar sentimentalismos e  intereses personales. Es un encuentro con la libertad: soy libre en la medida en que me  autoposeo, me conozco, me acepto y me entrego consciente de mis límites. Es en el amor  donde llego a ser libre. Por eso el evangelio, que es amor, sólo se puede vivir en la libertad.  El que ama otorga libertad a los demás, respeta a los otros. Nos queda a los cristianos un  campo muy amplio para ser testigos del reino de la libertad.

4. Tres candidatos 

Los tres casos de posibles candidatos al discipulado, tratados con cierta dureza por  Jesús, representan posturas no suficientemente purificadas. Esos ejemplos vivos deben  servirnos para estimular nuestra reflexión. Aparentemente, Jesús propone unas exigencias  imposibles o, al menos, al alcance de unos pocos privilegiados.

El primero no fue llamado. Quiso seguirlo atraído por posibles ventajas. Pero hacerse  discípulo de Jesús no es simplemente seguir un mensaje o aceptar una doctrina; es  compartir plenamente el destino del "Hijo del hombre" (Mt 8,20), es abandonar la propia  seguridad por una vida incierta. El que quiera seguirlo debe conocer primero a qué se  compromete, cuál es la suerte que le espera, quién es la persona que ha elegido para  entregarle la vida.

Jesús, con su respuesta, quiso decirle: No tengo nada que ofrecerte que a ti te interese.  Tendrías que dejar tus "cosas". El "letrado" (Mt 8,19) se llamó solo, pretendía seguirle a su  manera; como tantos cristianos. Pero nadie puede establecer los criterios para llamarse  cristiano y discípulo de Jesús. Eso es cuenta exclusivamente del "Hijo del hombre", del  hombre acabado y pleno por poseer la plenitud del Espíritu. Nadie puede fabricarse un  cristianismo a su medida, beneficios o comodidad. El único cristianismo verdadero que  existe y el único discipulado posible es el seguimiento del Cristo del evangelio.

Jesús, al contrario que los líderes políticos, que nos ofrecen todo para que los votemos,  no ofrece nada a los suyos -nada material-; pretende, más bien, privarles de lo mucho o de  lo poco que tengan. Se le sigue para servir a Dios en los hermanos, en el total  desprendimiento de uno mismo.

Mucha gente dice que sigue a Jesús. La verdad es que no se nota mucho, lo que debería  ser un motivo de profunda reflexión para la jerarquía eclesiástica y para cada cristiano de a  pie.

No es suficiente con bautizarse y llamarse cristiano para serlo de verdad. No podemos  llamarnos solos, estableciendo nosotros las reglas del juego. Recibir la llamada de Jesús es  conocer y aceptar el modo concreto con que él quiere que le sigamos. Sin segundas  intenciones. Es a lo que parece referirse su dura respuesta. Respuesta que debería ser una  invitación a interiorizar nuestra fe, a buscar los verdaderos motivos de nuestra religiosidad,  a desprenderla de todo ropaje sociológico o político que nos impida descubrir la desnudez  del camino. Jesús es drástico: o se opta por la riqueza y el poder de los hombres o por el  evangelio de las bienaventuranzas. Ante sus palabras, estos dos mundos se muestran en  total contradicción. No hay término medio. El Mesías tiene una misión que cumplir, cuya  urgencia no le permite descanso. Toda su vida, hasta el momento de su muerte, va a ser  pura entrega, sin instalación de ningún tipo. El discípulo ha de participar en esa misión del  Maestro. Tiene su madriguera el zorro, su nido el pájaro..., y está muy bien. Sólo Jesús no  promete hogar sobre la tierra.

Jesús no contesta al letrado ni con una negativa ni con una aprobación. Solamente le  muestra lo que le espera si quiere seguirle.

Los hombres tenemos un hogar, o por lo menos el anhelo de llegar a tenerlo. Nos es  connatural buscar la seguridad en nuestra propia casa. Aspiramos a una de la que nunca  nos puedan echar... El caso de Jesús es distinto: desde que marchó de Nazaret ha  renunciado a un hogar; es un rasgo esencial de su nueva vida no morar en ninguna casa  definitivamente. No sale de un lugar fijo para emprender distintos viajes, sino que vive la  vida de un simple viandante. No quiere apoyarse en ninguna cosa de este mundo.

El segundo candidato fue llamado por Jesús. El hombre acepta, pero pone una condición  razonable y lógica, teniendo en cuenta que "enterrar al padre" era uno de los preceptos más  sagrados de la ley. Parece que el discípulo pretendía permanecer en casa hasta que su  padre hubiera muerto, sepultado y quedado libre de toda obligación filial. Jesús responde  con una frase desconcertante, cruel e inhumana a primera vista. ¿Quiénes son esos  "muertos que entierran a sus muertos"? 

PADRE/TRADICION: Jesús no prohíbe enterrar a los muertos;  parece que descubre en aquel discípulo su apego al pasado, a un pasado definitivamente  muerto por la llegada del reino de Dios. El "padre" es la ley, el culto antiguo, la tradición...,  todo lo que se nos da antes de que nosotros asumamos con libertad nuestra propia vida. El  discípulo supone que es posible conciliar ambas cosas: lo antiguo y lo nuevo. Jesús lo  niega. Toda tradición o costumbre muerta engendra muertos. Es lo del "paño y el vino  nuevos" en "vestidos y odres viejos" (Mc 2,21-22).

Con Jesús se inicia para cada hombre una nueva era, una nueva vida. Todo lo demás  hay que abandonarlo porque debe morir, porque está muerto. "Los muertos" son los que  profesan esas tradiciones muertas, los que están apegados a ellas. Seguirlo significa  romper de raíz con el pasado. Por el reino hay que dejarlo todo, interrumpirlo todo, incluso  las cosas más razonables. Quien no le sigue está muerto, porque sólo él es la vida (Jn  14,6) y tiene palabras de vida eterna (Jn 6,68). La respuesta de Jesús juega con el doble  sentido de la palabra muerte: muerte corporal y muerte estructural. Y manda a anunciar el  reino precisamente para escapar de las muertes: corporal -su reino es la vida- y estructural  -las tradiciones que no conducen a ninguna parte (esas confirmaciones de  adolescentes...)-.

Este segundo candidato nos puede representar a nosotros en cuanto pretendemos que  Jesús sea uno más entre nuestros valores: compaginarlo con las riquezas, la comodidad, el  aburguesamiento, la fachada de cristianismo que salve las apariencias, refugiarnos en una  piedad infantil... Todo eso es el "padre muerto" para el que sigue a Jesús.

Ser cristiano no es algo indiferente para la vida, como sucede, desgraciadamente, en  nuestra sociedad.

El discípulo debe aprender a mirar la vida desde la perspectiva de Jesús. Mirada que  hará que la vida sea totalmente distinta. No se puede perder el tiempo en enterrar a tantos  muertos que nos ligan con el pasado; muertos que están dentro de nosotros mismos y que  nos aprisionan sutilmente: valores mundanos, modas, prácticas religiosas sin compromiso,  normas, leyes, temor al castigo, las conveniencias sociales... Todo eso tiene que morir en  nosotros para que surja el espíritu de libertad y vida nueva.

¿Cuánto tiempo empleamos en discusiones estériles sobre temas que ya han muerto  para los que viven hoy la historia y miran hacia adelante? ¿No existen en la Iglesia de hoy  muchas estructuras e instituciones que, lejos de anunciar el reino de Dios, obligan a los  posibles candidatos a discípulos a atarse a un pasado que ya no volverá jamás? 

Al tercer candidato -Mateo no habla de él- le faltaba decisión para romper con su pasado  afectivo, es inconstante y superficial, le falta coherencia. Mira atrás tratando de vivir  simultáneamente dos vidas, sin asumir ninguna en serio.

Jesús no anula lo que tiene de positivo nuestro pasado, pero quiere que aprendamos a  mirar la vida tomándolo a él como criterio absoluto. No se opone a que se despida de sus  padres -en su respuesta no habla de ello-, sino a la incompatibilidad del cristianismo con la  sinagoga, el templo, la ley... Lo antiguo debe mirar hacia adelante, Jesús es la meta final de  la antigua historia: su culminación; no es un agregado más. Tomar "el arado" significa  decidirse por Jesús de una forma total y definitiva. Su reino no es una mezcla entre el sí o el  no; por eso lo recibe el que se arriesga. Y es desde ese riesgo del evangelio desde el que  se adquiere la auténtica familia.

La fe cristiana transforma la vida del hombre, le da otra perspectiva. A la luz de ese punto  de vista nuevo y original debemos replantear toda nuestra existencia, aun lo que nos sea  más querido e íntimo y tengamos por más valioso. Los criterios de la fe sirven al creyente  para interpretar la vida y encontrarle sentido.

5. ¿Nosotros? 

Jesús no pretende, sin más, que todos seamos héroes o santos. Lo que quiere es que  nos entreguemos sin reservas ni condiciones a su Espíritu para que nos transforme. Y es  radical en esto porque sabe que reservándonos trozos de nuestra vida nunca le podremos  seguir. Las zonas de nuestra vida que nos reservamos van matando poco a poco nuestras  ilusiones, nuestro cristianismo.

No nos pide lo mismo a todos; pero lo que sí espera de todos los cristianos es que  estemos dispuestos, en cualquier momento, a realizar lo que él nos pida, convencidos de  que es precisamente "eso" lo que hará que sigamos avanzando en el camino de su reino.  Porque todas las llamadas de Jesús -distintas en cada persona- se orientan a la  construcción del reino de Dios. Un reino que está en el mismo corazón del hombre, porque  el reino somos nosotros mismos en cuanto respondemos a lo que Jesús quiere que  seamos. Pero ese reino es más grande que nosotros; de ahí que se nos llame a ir siempre  más allá, se nos llame a la plenitud.

El reino nos hace nacer de nuevo (Jn 3,3), nos convoca a otra dimensión de la existencia.  Nos pide trabajar por la transformación del mundo, mejorando las condiciones sociales,  políticas y económicas, para facilitar con ello nuestro crecimiento y el de todas las  personas. Un reino que nos pide humanizarnos cada vez más, estableciendo unas  relaciones muy personales con los demás hombres. Un reino que no puede olvidarse de  crear también relaciones personales profundas con Dios, como hizo Jesús. De otro modo  seríamos incapaces de captar sus llamadas a caminar cada vez más allá, cada vez más  lejos. ¿Cómo seguir por el camino de Dios sin preguntárselo a él, único que lo conoce? De  ahí la importancia de la oración para los cristianos, que nos coloca en relación personal con  Dios, que nos llama precisamente a ser de verdad y totalmente nosotros mismos.

El servicio a la sociedad exige a los cristianos ser testigos del mundo nuevo que se  anuncia, lo cual supone haber relativizado las realidades y valores de un mundo llamado a  desaparecer. Esta actitud del discípulo es el anuncio más claro del reino que se espera y  de su presencia en este mundo. Podemos decir que el reino viene de verdad, porque sus  primeros destellos ya están reflejados en la vida de los verdaderos creyentes.

Vivir los valores del reino en nuestro mundo actual supone una tensión, un estar  desprendido de todo y arriesgar todo lo que se tiene y lo que se es en beneficio de los  demás.

La actitud fundamental que debe tener el creyente para poder amar al mundo es la  libertad. Ser libre es ser uno mismo hasta la raíz para poder cumplir la misión que cada vida  humana tiene encomendada. Ser libre es servir, colaborar en la creación de un espacio de  libertad para todos en el que cada persona pueda ser más ella misma y todos nos sintamos  apoyados por el respeto de los demás.

Algunos grupos y algunos hombres aislados han logrado vivir esta utopía, entre el  desconcierto y la incomprensión de la mayoría. Jesús la vivió intensamente, y la cruz forma  parte de los resultados. Todos los hombres verdaderamente libres, sacrificados, artesanos  del amor, viven bajo la sombra amenazante de una cruz.

Ser libre es amar y vivir entregado cada día a una humanidad que necesita sentirse  amada.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 89-97


11.

1. Seguir a la Vida 

La liturgia de este domingo se centra en el tema del discipulado, completando las  reflexiones de la semana anterior. Nos llama la atención la primera frase del texto evangélico: Jesús, al presentir que se  acercaba el tiempo de su retorno al Padre, "tomó la decisión de ir a Jerusalén". La frase no  tiene nada de un relato de viaje turístico, pues estaba en la mente de todos que Jerusalén  significaba la persecución y la posible muerte. Por eso la decisión fue tomada personal y  únicamente por Jesús contra el parecer de los apóstoles que, según apunta Marcos,  «estaban sorprendidos y seguían detrás con miedo» (Mc 10,32). Si recordamos las  reflexiones del domingo pasado, esto no puede extrañarnos a nosotros, conocedores ya de  la resistencia que los discípulos ofrecían al mesianismo sufriente y humilde de Jesús. Sin embargo, y casi a la rastra, lo siguen por un largo camino -característico del  Evangelio de Lucas- que no tiene posibilidad de retorno y que, si su última meta es la  ascensión al cielo -como lo sabrá la fe pospascual de los discípulos-, por ahora no puede  prescindir de la casi cierta muerte violenta en manos de los jefes religiosos de la nación. Es este largo camino detrás de Jesús lo que sugiere a Lucas las perícopas del  discipulado y sus radicales exigencias, no sin poner de relieve nuevamente la escasa  comprensión de los apóstoles acerca del método y de las intenciones de Jesús.

En efecto, al penetrar en tierra samaritana fueron mal recibidos en una población,  suscitándose en Santiago y Juan cierta ansia de venganza divina. Jesús no tiene más  remedio que reprocharles esa actitud y ordena seguir hacia otro pueblo.

A esta altura de nuestras reflexiones, quizá ya no sea necesario insistir en la inmadurez  de la actitud de los apóstoles, aunque una inmadurez lógica si tenemos en cuenta la  confusión en que se hallaban.

Lo que, en cambio, no parece tan lógico es que esa actitud vindicativa hacia aquellos que  no comparten nuestras ideas, no haya desaparecido después de tantos siglos de  enfrentamientos por motivos sociales y religiosos.

Si los cristianos tenemos el derecho de vivir y practicar nuestra fe -que consideramos  verdadera-, no nos asiste el derecho de juzgar y condenar a quienes eligen otro esquema  de vida, por más herético y absurdo que nos parezca. Vivir con sinceridad la propia fe y  comprender con ecuanimidad a los que no nos entienden es, ciertamente, una de las  actitudes más difíciles tanto ayer como hoy.

Pero el centro de las reflexiones de hoy está en las perícopas siguientes que, si bien son  tres, giran en realidad sobre un mismo eje y una misma idea central. Lucas nos trae tres casos de posibles candidatos al discipulado, candidatos que fueron  tratados con cierta dureza por Jesús, pero que, dentro de su contexto literario, representan  posturas no suficientemente purificadas en aquellos que quieren seguir a Jesucristo.

El primer caso.- Entusiasmado por la fama de Jesús, «uno» se decide a seguir a Jesús a  cualquier parte. Jesús, en una respuesta un tanto ambigua acerca de la intención que  animaba a ese hombre, le respondió tajantemente.

«Nada tengo para ofrecerte», pareció decirle, «al menos, nada que a ti te interese». «En  todo caso, solamente puedes compartir mi pobreza, ya que ni tengo una casa para  alojarte.» 

Detrás de la respuesta de Jesús, es posible que podamos entrever lo siguiente: Aquel  hombre no recibió la llamada de Jesús sino que se llamó solo. En otras palabras: nadie  puede establecer los criterios para llamarse cristiano y discípulo de Jesucristo. Eso es  cuenta del mismo Cristo. Nadie puede fabricar un cristianismo según sus propios cálculos,  beneficios o comodidad. El único cristianismo que existe y el único discipulado posible es el  seguimiento de un Cristo humilde.

Jesús, al revés que los líderes políticos, no ofrece nada a los suyos; en todo caso,  parece privarles de lo mucho o de lo poco que tengan. Se sigue para servir a Dios y a los  hermanos en el total desprendimiento de uno mismo.

Hay mucha gente que dice seguir a Jesús; también Pedro promete seguirlo adonde sea  y, sin embargo, no era su seguimiento el mismo seguimiento que preconizaba Jesús. Por  eso, cuando llegó la hora de la cruz, lo abandona y niega.

Desde este punto de vista interpretativo del primer caso, hoy tendríamos los cristianos un  interesante motivo de reflexión. No basta bautizarse y autotitularse discípulo de Cristo para  serlo en realidad. No podemos llamarnos solos, estableciendo nosotros las reglas del juego.  Recibir la llamada de Jesús es conocer y aceptar el modo según el cual habremos de  seguirlo. Puede haber segundas intenciones en nuestra fe cristiana. A esto parece referirse  la dura respuesta de Jesús. Una vez más, es una invitación a interiorizar nuestra fe, a  buscar los motivos de nuestra religiosidad, a desprenderla de cierto follaje sociológico o  político que impide descubrir la desnudez de la cruz.

2. Romper con el pasado 

El segundo caso.- El segundo candidato fue llamado por Jesús con el característico  «Sígueme». El hombre acepta pero pone una condición sumamente razonable y lógica: que  antes pueda enterrar a su padre recientemente fallecido. Pero Jesús se muestra  intransigente y responde con una frase desconcertante: que los muertos se encarguen del  muerto. En cambio, «tú, vete a anunciar el Reino de Dios».

Seguir a Jesús no solamente cuesta; también cuesta entenderlo...

En este caso Jesús apela a la paradoja, expresión literaria desusada en  occidente pero muy del gusto de la filosofía y literatura oriental. ¿Qué fue lo que fastidió a Jesús? Que mientras le hablaba a aquel hombre de seguirlo a  él, la Vida nueva, se encuentra con que quiere enterrar a un muerto.

Aquí puede estar la clave del pensamiento de Jesús: detrás de ese «enterrar al padre  muerto», Jesús parece descubrir el espíritu de ese posible candidato al discipulado: su  apego al pasado, a un pasado que está definitivamente muerto porque ha llegado el Reino  de Dios, reino de vida y de cambio.

«El padre» nos ha engendrado y cuidado durante la infancia. Ese padre es la ley, es el  antiguo culto, el Antiguo Testamento; ese padre es la tradición, es lo que se nos da antes  de que nosotros asumamos con libertad nuestra propia vida.

Ahora hay que abandonarlo porque debe morir. Con Jesús, en efecto, se inicia para cada  hombre una nueva época, una nueva vida. Seguirlo es romper de raíz con el pasado. «Que los muertos entierren a sus muertos» puede significar: que el pasado se ocupe del  pasado, pues no se puede colocar vino nuevo en odres viejos ni un remiendo nuevo en un  vestido gastado.

Este segundo candidato bien nos puede representar a nosotros en cuanto pretendemos  «agregar» a Jesús a nuestra vieja colección: tenemos muchas cosas de valor, aprendemos  esto y lo otro, tenemos tal o cual comportamiento o actitud, y nos parece muy normal  decirnos también discípulos de Jesús siempre que no cambie nada fundamentalmente. Así  muchos piensan que pueden conciliar su afán de riquezas con Jesús, o una vida centrada  en su propia comodidad y aburguesamiento con una fachada de cristianismo que salve las  apariencias. Todo eso es el padre muerto para quien sigue a Jesús.

Desde esta perspectiva tan «radical» ser cristiano no es algo indiferente en la vida, como  desgraciadamente sucede en nuestra sociedad que se ha acostumbrado a llamarse  cristiana. Ser cristiano es cortar con lo viejo, con el padre rico, déspota, comodón o falso. El  discípulo debe aprender a mirar la vida desde la perspectiva de Jesús, y esa mirada hace  que la vida sea radicalmente distinta.

Urge cortar y anunciar el Reino. No se puede perder el tiempo en enterrar a tantos  muertos que nos ligan con el pasado; muertos que están dentro de uno mismo y que nos  aprisionan sutilmente.

Con razón hoy nos dice Pablo en un texto de ]a Carta a los gálatas. "Cristo nos ha  liberado para vivir en la libertad. Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al  yugo de la esclavitud. Hermanos, vuestra vocación es la libertad..." Y no puede haber  libertad si no nos independizamos de la tutela del padre, real o simbólico. El niño vive bajo  el padre porque no es capaz de vivir por sí mismo. El adulto tiene que dejar que muera el  padre -la norma, la ley, el temor al castigo, las convenciones sociales, etc.- para que surja  el «espíritu», espíritu de libertad y vida nueva.

Tenemos aquí nuevamente un interesante motivo de reflexión: ¿No perdemos los  cristianos de este siglo demasiado tiempo en enterrar a padres muertos? ¿Cuánto tiempo  empleamos en discusiones estériles sobre temas que ya han muerto para los que hoy viven  la historia y miran hacia adelante? ¿No existen en la Iglesia muchas estructuras e  instituciones que, lejos de anunciar el Reino de Dios, obligan a los posibles candidatos al  discipulado cristiano a atarse a un pasado que ya no volverá jamás? 

El tercer caso.- Tampoco el tercer candidato recibió la llamada de Jesús, pero tiene  pensado seguirlo siempre que pueda antes despedirse de los suyos. Jesús no acepta dicha  condición, pues es incompatible con la entrada al Reino de Dios.

Se trata de un caso similar al anterior: a aquel hombre le faltaba decisión para romper  con su pasado, sobre todo con su pasado afectivo. Jesús no se opone al cuarto  mandamiento, que exige honrar a los padres, pero nos hace descubrir que toda la antigua  ley debe ser reinterpretada desde Jesús mismo. De aquí en adelante toda la ley antigua  caduca y, para el discípulo, Jesús es la única ley, como también es el centro de la nueva  familia del creyente.

Jesús no anula lo que tiene de valedero nuestro pasado, pero nos exige que aprendamos  a mirar la vida desde un criterio absoluto.

Paradójicamente, la primera lectura de hoy presenta un caso muy similar al de Lucas  aunque en cierta contradicción. El gran profeta Elías decide elegir como sucesor suyo a  Eliseo, que estaba arando su campo, y como señal de elección le coloca el manto encima.  Eliseo acepta la llamada pero pide poder despedirse de su familia. Elías, al contrario de  Jesús, le responde: "Ve y vuelve, ¿quién te lo impide?" 

Así lo hizo Eliseo y siguió a su maestro, no sin romper con su pasado, sacrificando a sus  bueyes para comerlos con los suyos en un banquete de despedida, y quemando luego los  aperos de labranza.

No cabe duda de que supo responder a la llamada profética con sinceridad, decisión y  valentía, cortando y quemando su pasado, lo que no fue óbice para que se despidiera de  los seres queridos.

En cambio Jesús, ante similar requerimiento de aquel candidato, le respondió  tajantemente: «El que echa mano al arado y sigue mirando hacia atrás, no vale para el  Reino de Dios.» 

Evidentemente sólo desde esta respuesta podemos entender su actitud aparentemente  dura. No se oponía a la despedida de los padres, sino a la incompatibilidad del seguimiento  cristiano con la antigua familia de los judíos, la sinagoga, el templo, la antigua ley, etc. O  dicho de otra manera: lo antiguo debe mirar hacia adelante y Jesucristo es el punto omega,  la meta final de la antigua historia; es su culminación y no solamente un agregado más. Por  eso, líneas más adelante, dice Jesús: «Porque os digo que muchos profetas y reyes  quisieron ver lo que vosotros véis, pero no lo vieron, y oir lo que vosotros oís, pero no lo  oyeron» (Lc 10,23-24).

Concluyendo...

La fe cristiana cambia radicalmente la vida del hombre. Es un punto de vista totalmente  nuevo y original a la luz del cual debemos replantear toda nuestra existencia, aun en  aquellos elementos que nos sean más queridos e íntimos.

Sólo así la fe es cambio de vida y, en consecuencia, entrada al Reino de Dios, cuyos  criterios el hombre acepta para interpretar la vida y para encontrarle sentido. 

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 85 ss.


12.CUADROS PARA UNA EXPOSICIÓN 

Ahora que Miguel Indurain nos ha convertido a todos en «licenciados en ciclismo», quizá  entendamos mejor qué es eso del «seguimiento de un líder», esa experiencia de «ir a  rueda» de un gran jefe. Porque la vida cristiana, en definitiva, en eso consiste: en optar por  Jesús y «ponernos a su rueda». Estamos corriendo una dura carrera en la que, para  conseguir ser campeón, hay que enfrentarse a etapas de alta montaña, de «contra reloj» y  de agobiantes llanuras. Y cuando hablamos de «vocación cristiana», queremos decir que  se nos invita a entrar en ese singular equipo liderado por Jesús, Dios y hombre verdadero. Pero ved. El evangelio de hoy nos presenta una aleccionadora galería de retratos, reflejo  sin duda de las actitudes humanas en este tema del «seguimiento a Jesús». Son, por tanto,  «cuadros para una exposición».

Núm. 1. «Los mensajeros que envió Jesús por delante entraron en una aldea de Samaria  para prepararle alojamiento. Pero no le recibieron, porque se dirigía a Jerusalén».-He ahí  una primera razón, sinrazón, del «no seguimiento a Jesús». Los celos entre samaritanos y  judíos. ¡Qué pena! No solemos mirar al sol, que es lo que señala el dedo, sino al dedo que  señala el sol. Y, según sea ese dedo, solemos aceptar o no al sol.

Nuestros capillismos, banderías y  políticas impiden muchas veces nuestro seguimiento al líder. Vemos el sol «según el cristal  por el que miramos».

Núm. 2. «Otro, a quien dijo Jesús "sígueme", respondió: "déjame primero enterrar a mi  padre"». Es otro rasgo de nuestra condición: nuestra ancestral pereza e indecisión.  Dejamos para mañana lo que podemos hacer hoy, sabiendo que es verdad lo que  lamentaba Lope de Vega: «Mañana le abriremos -respondía-, para lo mismo responder  mañana». Nuestros pequeños intereses suelen prevalecer sobre el «interés» de Dios.  Dilatamos peligrosamente nuestra conversión y entrega. Exponiéndonos a tener que  reconocer como Machado: «La primavera pasó por tu puerta. Dos veces no pasa».

Núm. 3. «Jesús le dijo a otro: "el que pone su mano en el arado y echa la vista para atrás,  no vale para el Reino de Dios"». Así somos: ambiguos. Peligrosamente confusos. Amigos  del color gris. Cultivadores del «sí... pero...». En el Apocalipsis se nos dice: «¡Ojalá fueras  frío o caliente; pero como eres "tibio", te arrojaré de mi corazón». Criaturas de la niebla y de  lo borroso, no decimos ni «sí», ni «no»; decimos «según». El caso es «ir tirando». Vivimos  en pleno paisaje londinense. Y ¡mire usted que Jesús lo dijo bien claro!: «El que no está  conmigo, está contra mí».

Pero no hay lugar al pesimismo. Gracias a Dios y a Ti, dentro de nuestra Iglesia  pecadora, hay también material muy noble, seres de musculatura espiritual recia, curtidos a  lo campeón en el entrenamiento diario. Llanean, escalan y contrarrelojean. Convéncete:  «Te seguirán a donde quiera que vayas».

ELVIRA-1.Págs. 245 s.


13.

«Decidió irrevocablemente» 

J/ADMIRACION:Hay una cita poco conocida de Napoleón que dice así: «Alejandro  Magno, César Augusto y yo fundamos grandes imperios por medio de la fuerza y, después  de nuestra muerte, no tenemos ningún amigo. Cristo fundó su Reino sobre el amor y, aun  hoy en día, millones de hombres irían por él voluntariamente a la muerte».

Es un hecho indiscutible: los grandes hombres de la historia pueden ser admirados, sus  libros siguen siendo leídos, sus ideas permanecen... Desde Homero a Cervantes, de  Cicerón a Goethe, se puede decir que su obra se mantiene viva, que siguen corriendo ríos  de tinta sobre ellos. Pero ni de los grandes políticos, ni de los más profundos escritores se  puede decir que «millones de hombres irían voluntariamente a la muerte por ellos».

Las exigencias de Jesús en el evangelio de hoy son extremadamente radicales, nos  parecen incluso inhumanas. Se puede comprender que el que sigue a Jesús deba participar  del mismo tenor de vida que el maestro y que no tenga dónde reclinar la cabeza. Pero  cuesta trabajo aceptar que el seguimiento de Jesús tenga que ser tan urgente e  instantáneo, que no quede tiempo para despedirse de la familia o para enterrar al propio  padre. Nos parece más humano el profeta Elías cuando, después de llamar a Eliseo, le  permite despedirse de los suyos y hasta dar una comida de despedida: «Ve y vuelve,  ¿quién te lo impide?».

Hasta este momento la actividad pública de Jesús había discurrido fundamentalmente en  su propia región de Galilea. Y ahora se subraya un arranque nuevo: «Cuando se iba  cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo». Casi exactamente la misma expresión la  repite Lucas en otros dos momentos importantes de sus relatos: también se le cumplió el  tiempo a María y dio a luz a su hijo Jesús, y esa expresión aparece inmediatamente antes  del relato de pentecostés. Lucas subraya que es en ese momento cuando Jesús «decidió  irrevocablemente ir a Jerusalén», como traduce la Nueva Biblia española.

Desde este momento, el evangelio de Lucas está escrito como una subida a Jerusalén,  que es el hilo rector de los capítulos siguientes y una especie de estribillo que va  apareciendo una y otra vez, como un recordatorio. A partir de ahora, el evangelio de Lucas  se distancia del de Marcos y utiliza sus propias fuentes.

La segunda lectura de la liturgia suele ser un fragmento de alguna carta de Pablo, que no  tiene conexiones con el evangelio y la primera lectura, que sí suelen estar coordinados. Los  predicadores solemos prescindir de ella o, a lo más, entresacamos alguna frase suelta que  pegamos, con más o menos artificiosidad, al mensaje central de las otras dos lecturas. Hoy  hemos escuchado un fragmento de la Carta a los gálatas, que ha sido calificada como la  carta de la libertad cristiana, en que Pablo, polemizando duramente con los judaizantes,  propone la libertad del cristiano en contra de la ley judía y la práctica de la circuncisión.

En la actualidad podemos hacer una relectura del espléndido texto de hoy, entendiéndolo  como un resumen de la vida de Cristo. Podemos decir de Jesús de Nazaret que vivió en la  libertad y que se mantuvo en ella sin dejarse someter al yugo de la esclavitud de la ley  farisea. Afirmar también que la vocación de Cristo fue una vocación a la libertad; no para  una libertad que sirva de escudo y subterfugio a sutiles egoísmos, sino que, al contrario, se  hizo como un esclavo de los hombres por el amor.

Jesús anduvo según el Espíritu y no sometido a los deseos de la carne; el propio Lucas  subrayará que Jesús se dejó guiar por el Espíritu en los momentos decisivos de su vida y  no estuvo bajo el dominio de la ley. En pocas palabras, es justo afirmar que Jesús realizó  en su vida esa carta de la libertad cristiana que Pablo propone a los cristianos de Galacia. J/MU/VD:Como afirma J. R. Busto, hay que «caer en la cuenta de que la muerte de  Jesús se la buscó él mismo». Evidentemente Jesús pudo haberse librado de la muerte no  iniciando esa subida a Jerusalén o abandonando la ciudad santa cuando experimentó que  se estrechaba a su alrededor el círculo de los que querían llevarle a la muerte. Pero el  mesías tenía que manifestarse en Jerusalén. Lo había ya dicho el mismo Jesús: «No cabe  que un profeta muera fuera de Jerusalén» (Lc 13,33). Así lo entiende Tomás, a propósito de  la enfermedad de Lázaro: «Vayamos a Jerusalén y muramos con él». ¿Por qué, entonces,  se busca Jesús la muerte? Porque su relación de fidelidad con el Padre le obliga a ello. 

Jesús asumió la muerte que estaba implicada en su predicación sobre Dios. Decir que Dios  es amor incondicionado es peligroso, y actuar en consecuencia mucho más peligroso  todavía. Jesús lo sabe y no lo calla. Más todavía, lo demuestra con su vida.

Y Jesús actúa con total libertad, con esa libertad de los grandes hombres que no vuelven  la cara cuando hay que ser consecuentes con las verdades en las que han creído y han  convertido en programa de su vida. Fue el amor y la fidelidad de Jesús hacia su Padre lo  que le hizo subir a Jerusalén, allí donde tenía que manifestarse el mesías, el esperado,  para dar testimonio de ese Dios que ama incondicionadamente a todos los hombres.

Y así lo anuncia, aunque esto rompiese los esquemas religiosos fariseos que entendían  la relación con Dios como un contrato comercial en que compramos a Dios con nuestras  obras, esas obras de la ley que tanto criticará Pablo. Fue el amor y la fidelidad de Jesús  hacia los hombres lo que se convirtió para Jesús en «la ley entera», ya que esta se resume  en el «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Por eso Jesús decide irrevocablemente subir  a Jerusalén, por su amor a los hombres, a los que tenía que manifestar la nueva religión y  la nueva ley.

Así se explica la dureza de las exigencias de Jesús en la propuesta de su seguimiento.  Jesús no ha venido a abolir el cuarto mandamiento; no rechaza ese mandamiento tan  importante en la religiosidad judía de enterrar a los seres queridos muertos. Desde el  espíritu de Jesús sigue siendo válida también la frase del profeta Elías sobre la despedida  de los familiares: «Ve y vuelve, ¿quién te lo impide?». Desde el espíritu de Jesús, que fue  sensible a la amistad y se conmovió ante la muerte de su amigo Lázaro, tienen un gran  sentido esas comidas en las que los hombres nos decimos adiós unos a otros. Pero,  también desde el espíritu de Jesús, hay situaciones en que su seguimiento nos impide  enterrar a nuestros muertos queridos o coger el arado con las manos y echar la vista  atrás.

Es lo que supo percibir el mismo Napoleón: «Cristo fundó su Reino sobre el amor y, aun  hoy en día, millones de hombres irían por él voluntariamente a la muerte». Cristo no fundó  un reino sobre la dureza y la inhumanidad, sino sobre el amor. Pero este tiene a veces  exigencias que rompen el alma y que es necesario asumir.

Es lo que hicieron los jesuitas de El Salvador. Ignacio Ellacuría decía a una persona  querida, una semana antes de su muerte, que era probable que no volviesen a verse. Y, sin  embargo, no se quedo en España. Como decía el mismo J. R. Busto, él y sus compañeros  sabían también que se estaban buscando la muerte e hicieron también su propia subida a  Jerusalén. Como también saben que se están buscando la muerte tantos cristianos que  viven hoy en puestos de avanzada (pensemos en los que corren el peligro de ser  asesinados por Sendero Luminoso en Perú) y, sin embargo, siguen firmes en sus puestos. Los que vivimos en situaciones más tranquilas, ¿no tenemos que preguntarnos también  hoy por nuestra coherencia en el seguimiento de aquello en lo que creemos, aunque nos  cueste dificultades, tensiones, luchas? Porque el seguimiento de Jesús, en lo que  constituye el ser cristianos, no es un camino fácil.

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 253 ss.


14.

1. «Ve y vuelve». 

Hoy se trata de la llamada al seguimiento, y en la primera lectura aparece un modelo  veterotestamentario ya muy radical que será superado una vez más por Jesús. El profeta  Elías echa su manto sobre Eliseo, mientras éste ara con su yunta, para significar que lo ha  elegido para ser su discípulo. Elías acepta que Eliseo vaya a despedirse de sus padres, y  el gesto de sacrificar los bueyes de su yunta para invitar a comer a su gente muestra que  Eliseo ha decidido ponerse al servicio del profeta. «Luego se levantó, marchó tras Elías y  se puso a sus órdenes». No se trata de un servicio puramente humano, sino que, al ser  Elías un hombre de Dios, es ya un servicio a Dios. Para la Antigua Alianza esto es una  obediencia grandiosa a una llamada de Dios transmitida por el profeta.

2. «Deja que los muertos entierren a sus muertos». 

Pero la exigencia de Jesús va aún más lejos. En el evangelio tres hombres se ofrecen a  Jesús para seguirle. Al primero lo remite a su propio destino y ejemplo: Jesús ya no tiene  casa propia. Ni siquiera la casa en la que ha crecido, la casa de su madre, cuenta ya. No  mira atrás. Es más pobre en esto que los animales, vive en una inseguridad total. No posee  más que su misión. Y al comienzo del evangelio se dice a dónde conduce esta misión: a su  «ascensión» se dice literalmente: ¿a la cruz? ¿Al cielo? Lucas deja abierta la cuestión. Es  típico que no se le reciba en la aldea de Samaría donde quería alojarse. Por eso no es  necesario mandar bajar fuego del cielo. Es normal que «los suyos no lo reciban» (Jn 1,11).  El segundo hombre quiere primero ir a enterrar a sus padres, y el Señor de la vida le  contesta: «Deja que los muertos entierren a sus muertos». Los muertos son los mortales  que se entierran unos a otros; Jesús está por encima de la vida y de la muerte, muere y  resucita «para ser Señor de vivos y muertos» (Rm 14,9). El tercer hombre quiere  despedirse de su familia. Aquí Jesús va más lejos que Elías. Para el llamado a seguir a  Jesús de un modo radical no hay componenda que valga entre familia y decisión por el  reino. La decisión exigida es indivisible e inmediata. A partir de su norma se regulará la  relación con la familia y con los demás hombres.

3. «Vuestra vocación es la libertad». 

La libertad de la que se habla en la segunda lectura es la libertad para la que «Cristo nos  ha liberado», y no otra. No una libertad individualista, pues la libertad cristiana consistirá en  el servicio al prójimo: «Sed esclavos unos de otros por amor». Tampoco se trata del  libertinaje, pues entre los deseos de la carne y la libertad que nos da el Espíritu que nos  guía hay una contradicción directa, un antagonismo total. Que el hombre tenga que luchar  contra sí mismo y contra sus pasiones para conservar su verdadera libertad, nada dice  contra la libertad que le ha sido dada; también Cristo tuvo que luchar en sus «tentaciones»  (Lc 4,1-12). No se puede ser libre para hacer al mismo tiempo dos cosas contradictorias,  sino que para ser libre hay que superar la contradicción en uno mismo. La libertad de Cristo  es hacer siempre la voluntad del Padre, y seguir a Jesús en esto nos «hace libres»  verdaderamente (Jn 8,31-32). La libertad a la que Cristo nos llama es su propia libertad, a  través de la cual participamos en la libertad intradivina, trinitaria, absoluta. 

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 266 ss.


15.

Dios pide a Elías que unja a Eliseo como profeta. Eliseo es profeta de la segunda mitad  del siglo IX a.C. Fue llamado por Elías y llega a ser su más grande discípulo. Muchos  relatos le engrandecen a él más que a su maestro, pero lo importante no es saber cuál de  los dos es el más sobresaliente, sino cómo Dios escoge para el ministerio profético a quien  él quiere, y cómo Dios respeta el proceso personal de aquél a quien ha llamado. Por eso,  Eliseo cuando percibe su misión profética y se despide de sus padres, comprende que es  necesario abandonarlo todo para cumplir a cabalidad con su misión.

El Apóstol Pablo escribe a la comunidad de Galacia sobre la plena libertad a la que han  llegado por la acción que Jesucristo ha obrado en ellos. Habiendo aceptado el mensaje  salvador de Jesús muerto y resucitado, los nuevos cristianos tienen una vocación común,  que es una vocación a la libertad. Esta vocación, por simple coherencia, debe llevar a los  llamados a la libertad a libertar en nombre de Cristo resucitado a los que todavía viven  encadenados por el pecado.

El Espíritu de Dios ha vencido y nos hace superar todos los esquemas de pensamiento  legalista inhumanos que provienen de la ley. Ahora la fuerza del Espíritu en medio de la  comunidad es la que mantiene unidos a sus miembros y, sobre todo, preocupados unos de  otros, desarrollando a cabalidad su vocación particular, sabiendo que es a la libertad a la  que Dios en Jesús les llama para vivir dignamente.

El relato del Evangelio de Lucas que la liturgia nos propone en este domingo nos  presenta la exigencia que tiene la opción del Reino al lado de Jesús. Opción que no permite  desviar la mirada a ningún otro lado, sino que pide acciones concretas y reales que pueda  hacer que la misión sea eficaz. Con Jesús no se puede vivir a medias tintas; el Reino es la  transformación total del individuo y de la humanidad, y por eso la vida entregada al  seguimiento de Jesús -y por tanto a la proclamación de la Causa de Jesús- exige dar la vida  misma, para vivir en carne propia lo que se predica.

Una nota de tolerancia y paciencia pedagógica aparece en el evangelio de hoy. Un celo  apasionado de los discípulos es capaz de pensar en traer fuego a la tierra para consumir a  todos los que no acepten a Jesús... Llevados por su celo no admiten que otros piensen de  manera diversa, ni respetan el proceso personal o grupal que ellos llevan. Jesús les  reprocha» ese celo. Simplemente marcha a otra aldea, sin condenarlos y, mucho menos,  sin querer enviarles fuego.

El seguimiento de Jesús es una invitación y un don de Dios, pero al mismo tiempo exige  nuestra respuesta esforzada. Es pues un don y una conquista. Una invitación de Dios, y  una meta que nos debemos proponer con tesón. Pero sólo por amor, por enamoramiento de  la Causa de Jesús, podremos avanzar en el seguimiento. Ni las prescripciones legales, ni  los encuadramientos jurídicos, ni las prescripciones ascéticas pueden suplir el papel que el  amor, el amor directo a la Causa de Jesús y a Dios mismo a través de la persona de Jesús,  tiene que jugar insustituiblemente en nuestras vidas llamadas.

Una vez que ese amor se ha instalado en nuestras vidas, todo lo legal sigue teniendo su  sentido, pero es puesto en su propio lugar: relegado a un segundo plano. Ama y haz lo que  quieras», decía san Agustín; porque si amas, no vas a hacer lo que quieras», sino lo que  debes, lo que Dios amado espera de ti. Es la libertad del amor, sus dulces ataduras.

La homilía de hoy también puede enfocarse desde el núcleo de la libertad religiosa.  Jesús no acepta la intolerancia de los discípulos, que quisieran imponer a fuego la  aceptación a su maestro. Y Pablo nos recuerda la vocación universal (de los cristianos y de  todos los humanos, y de todos los pueblos) a la libertad, a vivir sin coacción su propia  identidad, su propia cultura, su propia religión... El Vaticano II tomó decisiones históricas  respecto a la libertad religiosa, y el Vº Centenario celebrado en 1992 nos hizo revisar  muchos aspectos de nuestra historia. Las posiciones de "cristianadad", de unión con el  poder humano, no son las más conformes con el evangelio. Y todo ello exige de los  cristianos unas actitudes nuevas en el fondo de nuestro corazón.

Ojalá que seamos capaces de aceptar nuestra propia misión y nuestra propia vocación  para colaborar con Dios en la extensión del Reino. Solos no podemos, ya que el Reino es  obra y don de Dios. Pero dejándonos moldear por su poder podemos ser cristianos  coherentes de predicación de palabra y de vida.

Para la reunión de la comunidad o del círculo bíblico

-¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo que los consuma? Utilización religiosa del  poder. Poner a Dios y sus poderes de nuestra parte. Imponer nuestra verdad religiosa.  Estar en una posición de poder... ¿Hay algo de todas estas actitudes en la actualidad de la  vida de nuestra Iglesia local?

-Ver las condiciones o exigencias del discipulado que aparecen en este pasaje del  evangelio y en otros pasajes. Hacer una síntesis sobre las exigencias del seguimiento en el  texto del evangelio. (Algún miembro del grupo puede haber preparado el tema previamente  y exponerlo en la reunión). Buscar entre todos la aplicación al contexto actual: ¿cuáles son  hoy las principales exigencias del seguimiento en nuestro mundo?

-Habéis sido llamados a la libertad... ¿Cómo está la libertad hoy en la vida de los  cristianos? ¿Es la fe cristiana una potenciación real de la libertad humana? ¿En qué? ¿Por  qué?

Para la conversión personal

-Deja que me vaya a enterrar primero a mi padre... Permíteme que me despida de los  míos... ¿Qué ataduras me impiden seguir a Jesús?

-¿Soy yo de los que a veces querría hacer bajar fuego del cielo? 

Para la oración de los fieles

-Por todos los cristianos que quieren seguir a Jesús pero sólo después de haber atendido  primero a otras muchas obligaciones menores, para que tomen una decisión de radicalidad,  roguemos al Señor...

-Por todos los que, convencidos de su verdad religiosa, quisieran imponerla al mundo, y  por todos los que han sufrido en la historia las consecuencias de un proselitismo religioso  compulsivo; para que, después de las enseñanzas del Vaticano II, "nunca más" los  cristianos impongamos la fe a los pueblos ni a las personas...

-Por todos los que interpretan el poder religioso como un poder mundano, de coerción y  fuerza, de privilegio; para que comprendan que el poder de Jesús no es ese poder...

-Para que seamos celosos cuidadores de nuestra libertad y comprendamos que ella  acaba donde empieza la libertad del otro...

-Para que los deberes familiares no dificulten la generosidad de los que quieren seguir  con radicalidad a Jesús...

Oración comunitaria

Dios Padre nuestro: tu Hijo Jesús, decidió subir resueltamente a Jerusalén, sin importarle  todo lo que aquel camino le iba a acarrear de sufrimiento y de cruz; ayúdanos, a los que  queremos ser seguidores radicales suyos, a tomar también resueltamente la opción de dar  nuestra vida día a día en el servicio a la Causa que él con su entrega nos mostró. Por el  mismo J.N.S.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


16.

SEGUIMIENTO PARA PROLONGAR LA MISION 

LA TENTACION DE SOLTAR EL ARADO DEBE SER VENCIDA ANTE UN JESÚS QUE  CAMINA DECIDIDO HACIA LA CRUZ. 

1. "Cuando llegó el tiempo de su partida de este mundo, Jesús tomó la decisión de ir a  Jerusalén" Lucas 9, 51. 

Nos estamos aproximando a la última etapa de Jesús en este mundo, cuando, a punto  de culminar el designio de salvación trazado por el Padre, Jesús camina hacia la muerte.  Sabe que le tienen preparada una cruz espantosa, humillaciones terribles, y no se echa  atrás: "El cáliz que me ha preparado mi Padre, ¿no lo he de beber?". 

2. Pero, con previsión divina, ya tiene asegurada su sucesión, para que su ministerio de  amor, no se interrumpa, sino que se extienda hasta la consumación de los siglos en el  entero mundo. Como Elías preparó la suya, según el querer de Dios, echando su manto  sobre Eliseo, Jesús ha ido eligiendo a sus discípulos, que se encargarán de continuar su  acción y su obra. 

Un día, en visita a Venecia, el papa Pablo VI, en la plaza de San Marcos, ante todos los  fieles presentes, se quitó la gran estola granate papal y la impuso en los hombros del  Patriarca Albino Luciani, que quedó anonadado y ruborizado. Era un gesto profético, que  preanunciaba su elección para sucederle como papa, que se realizó en Juan Pablo I. ¿Era  algo así el gesto de Elías de echar sobre los hombros de Eliseo el manto de profeta? 

3. Para los elegidos, dicípulos de Jesús, como para Eliseo, "el Señor es la parte de su  herencia", y pueden decirle: "Tú eres mi bien". Hemos puesto "nuestras vidas en tu mano"  Salmo 15. 

4. En el camino hacia Jerusalén, entraron en una aldea de Samaría en busca de posada,  y los samaritanos no les quisieron recibir, porque iban a Jerusalén. Como en Nazaret, de  Galilea, Jesús fue rechazado también ahora en Samaría; sólo falta Jerusalén, donde el  máximo rechazo será condenarlo a muerte y clavarlo en la cruz: "Vino a los suyos y los  suyos no le recibieron" . Santiago y Juan quieren vengarse del desaire de los samaritanos,  haciendo bajar fuego del cielo, al estilo de Elías con el rey Ajaz . Pero ese no es el modo de  actuar de Jesús, "manso y humilde corazón" . El reino no ha de ser impuesto por la  violencia sobre los otros, sino por la violencia que se ha de imponer cada uno contra la  tiranía de sus pasiones, venciendo su orgullo, su necesidad de imponerse, aunque sea  oprimiendo y haciendo sentir su poder sobre los otros. No es la violencia integrista, que  sentencia pena de muerte al que se atreve a publicar críticas del Corán. Ni la invocación del  nombre de Dios antes de las batallas para aplastar al enemigo. Ni la violencia contra el que  no piense como nosotros, o el ostracismo para el que no esté dispuesto a decir siempre que  sí al jefe: ¿Qué hora es? La que diga vuestra excelencia. La única violencia pacífica que  nos está permitida a los discípulos del manso Jesús, aunque decidido y valeroso cara a la  muerte, es la del buril sobre el bloque de mármol para perfeccionarse a sí mismo, bajo la  acción conjunta del Espíritu Santo, que es el único fuego que Jesús quiere hacer  descender a la tierra: "He venido a prender fuego a la tierra; y ¡cómo desearía que ya  estuviera ardiendo" . 

5. Sigue Jesús caminando, y un hombre se ofrece a seguirle. Jesús le invita a que lo  piense bien, que su seguimiento no ha de ser una corazonada para después echar la vista  atrás, sino una decisión que hay que tomar en serio y no como consecuencia de un fulgor  deslumbrante repentino, que se abandona cuando llega la realidad de enfrentarse a las  dificultades. El que quiere construir una torre, debe pensar lo que le van a costar los  materiales y si es capaz de mantener el esfuerzo, no sea que venga a dejar la torre a medio  construir . 

6. Mirar el fin, pero también considerar los medios y los sacrificios inherentes. Porque  "las zorras tienen madriguera, los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde  reclinar su cabeza". El reino tiene exigencias fuertes, que de antemano hay que conocer. Y  dirigió su llamada a un joven: "Sígueme". Este, que parece dispuesto a seguirle, no es  capaz de romper los lazos afectivos familiares. El reino está por encima del entierro de los  muertos. Importan más los que viven, que son quienes han de recibir el mensaje del  evangelio. 

7. Jesús exige una opción radical por él. Y un abandono en la providencia del Padre.  Jesús habla de los muertos como de otros muertos, cuando él camina hacia la muerte,  porque esa muerte suya, a la que nos convoca a todos, supera la muerte aquella, que sin  su muerte, es muerte, pero con su muerte se convierte en vida. 

8. A otro joven, que quiere seguirle, pero antes quiere despedirse de su familia, Jesús,  evocando la imagen de Eliseo con la mano en el arado, cuando Elías le llamó echándole su  manto encima, y quemando el arado y matando los bueyes para seguirle, le dice: "El que  pone la mano en el arado y sigue mirando atrás, no es apto para el reino de los cielos".  Jesús no mira el pasado, sino el futuro, que es el reino, al cual todas la realidades están  ordenadas y han de ser reorientadas por los dicípulos, incluso la familia. 

9. Los ataques que hoy ésta recibe hacen más difícil todavía encauzarla hacia el reino,  para lo que ha sido creada como forjadora de seres vivos capaces de recibirlo y  proyectarse hacia él. Los designios del Padre verdadero, que es el del cielo, son prioritarios  a los de cualquier planteamiento y compromiso humano terreno. La verdadera familia es la  ancha del Espíritu: "¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? El que hace la voluntad del  Padre, ese es mi padre y mi madre y mis hermanos" . 

10. Elías se convierte en figura de Cristo cuando, lleno del Espíritu, elige a Eliseo, que  prefigura también la de la Iglesia, al ser elegido por Elías, como los Apóstoles por Jesús. Es  también figura Elías de Jesús, cuando sube al cielo en el fuego del Espíritu, y lo es de la  Iglesia Eliseo viendo subir a su padre, "carro y auriga de Israel" y recibiendo el Espíritu de  su Maestro, como lo recibió la Iglesia, los Apóstoles, que son su prolongación y sucesores,  dotados con sus mismos poderes, después de la ascensión y exaltación de Jesús. 

11 "Vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche el egoismo"  Gálatas 5,1. Es muy corriente invocar la libertad, no para madurar al hombre espiritual, sino  para dar rienda suelta a los instintos bajos, que degradan y no liberan. Libertad para ser  libres, no para quedar esclavizados en adicciones insoportables y casi invencibles. 

12 "Pero, alerta, que si os mordéis y os devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros  unos a otros". La murmuración, la calumnia, la comunicación de los propios prejuicios, el  chismorreo, el comentario irónico y cínico, destruyen la confianza, engendran la división, los  bandos, los grupos. Se cuenta a otro lo que dicen de él, a veces para ganarse al que le  hacen el favor del comentario, y se divide la comunidad familiar, cristiana, social. 

13 La Iglesia camina entre los consuelos de Dios y las persecuciones del mundo. Tiene  un mensaje que comunicar. Cualquier mensaje bueno, cualquier ideal, encuentra  obstáculos, tiene detractores. Hay que ir caminando anunciando la cruz y la muerte hasta  que él venga. A pesar de las dificultades. En medio de las dificultades. Con los consuelos  de Dios, con la energía del mismo Jesús que se encamina a la muerte, el mismo que está  hoy actuando entre nosotros, de una manera especial y más calificada, en la palabra que  estamos escuchando y que nos elige, y en el sacramento que estamos haciendo. Ni su  palabra vuelve al cielo vacía , ni el sacramento eucarístico, dejará de producir frutos en  nosotros de vida evangélica, si le presentamos una tierra bien preparada y dispuesta. 

J. MARTI-BALLESTER


17.COMENTARIO 1

NO AL FANATISMO
La idea del infierno, con su fuego eterno, nació en las afue­ras de Jerusalén. En el valle Hinnón (la gehenna), hoy con­vertido en un paseo ajardinado, se encontraban los estercole­ros de la ciudad; el humo perenne de la basura que allí se que­maba fue el trampolín para el nacimiento teológico de la ima­gen del infierno de nuestros temores.

Con la amenaza del fuego eterno se ha arreglado casi todo en la Iglesia Católica. Desde pequeños nos habituaron a este fuego; con él se nos asustaba y forzaba a abandonar cualquier vicio o pecado, a fin de no caer en ese terrible castigo, paten­tado por un Dios, antes que padre, justiciero terrible.

La religión católica, durante siglos, estuvo reducida a sal­var a los hombres de aquel fuego, como si se tratase de un servicio de bomberos o más terriblemente de un culto pagano a Plutón y a todos los habitantes de lo subterráneo y oscuro, fuerzas del mal utilizadas políticamente para aterrorizar la conciencia. A base de oír hablar del fuego eterno, los católicos crecieron con el corazón encogido, le tomaron miedo a la cien­cia, a la razón y a la libertad; prefirieron dejar de pensar y declinaron su responsabilidad en quienes, en nombre de Dios y en conciencia, dictaminaban el camino a seguir.

Históricamente se llegó incluso a recomendar la ignoran­cia como el mejor camino para no caer en herejías: '¡Oh cuán­ta filosofía, / cuánta ciencia de gobierno, / retórica, geometría, / música y astrología, / camina para el infierno!', can­taba el poeta. La ciencia, la razón, la investigación eran los mejores conductores hacia lo más profundo de un abismo don­de el fuego quemaría -maravilla de maravillas- por siempre sin consumir.

El fuego del infierno es, para mí, el signo del fanatismo e intolerancia en que hemos estado sumidos los católicos. Pe­cado social que arrastra desde siglos el catolicismo español y del que solamente nos veremos libres a base de razón, ciencia, pérdida de dogmatismos, comprensión, pluralismo, aceptacion del otro y respeto mutuo. Conscientes de que no hay nada más que un absoluto -Dios-, los católicos hubiéramos de­bido ser menos intransigentes y deberíamos haber relativizado toda verdad o comportamiento humano. Nada hay absoluto de tejas para abajo.

Fanatismo e intolerancia distan años luz del evangelio, exigente al máximo, pero no intransigente; que invita, pero no impone; que ofrece, pero no fuerza; que anima, pero no violenta. Jesús de Nazaret cortó por lo sano los brotes de fanatismo de sus discípulos, como refiere el evangelista Lucas: «Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran, Jesús decidió irrevocablemente ir a Jerusalén. Envió mensajeros por delante; yendo de camino entraron en una aldea de Samaria para preparar alojamiento, pero se negaron a recibirlo porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le propusieron: Señor, si quieres, decimos que caiga un rayo y acabe con ellos. El se volvió y les regañó. Y se mar­charon a otra aldea» (Lc 9,51-53).

Para Jesús, quedaban atrás los tiempos de Elías, profeta que fulminaba con fuego del cielo y rayos a los enviados del rey (2 Re 1,10-12), o que degollaba a los profetas de Baal, en nombre de Yahvé, Dios único, soberano e intransigente (1 Re 18).

Lo terrible del caso es que los católicos hemos olvidado desde siglos la enseñanza del Maestro nazareno: el aplasta­miento de musulmanes y judíos, la Inquisición con su calor de hogueras, la imagen de un Santiago matamoros, el 'fuera de la Iglesia no hay salvación', la imposición de la fe por la fuerza a los no católicos, la intransigencia y la intolerancia han configurado históricamente una España en la que ser católico y español eran una misma realidad.

Es hora de volver los ojos al evangelio para acabar con tanto fanatismo histórico y cancelar para siempre tan triste y poco evangélico pasado. El fanatismo hace del mundo un in­fierno.


18. COMENTARIO 2

EN LUCHA POR LA LIBERTAD
Jesús fue a Jerusalén, símbolo de la institución religiosa, con el ánimo de enfrentarse a ella para liberar a los hombres de un modo de entender la religión que los convertía en esclavos de Dios e incapaces para la solidaridad con los hermanos. Dio su vida para hacernos libres para el amor. Nada más y nada menos.


A ENFRENTARSE CON JERUSALEN

Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran a lo alto, también él resolvió ponerse en camino para encararse con Jerusalén.

La parte central y más larga del evangelio de Lucas (casi diez capítulos: 9,51-19,46) trata de la subida de Jesús a Jeru­salén. En ella se narran los acontecimientos que sucedieron a Jesús desde el momento en que decidió ir a Jerusalén (el evangelio de hoy) hasta la expulsión de los mercaderes del templo. No es un acercamiento pacífico, sino polémico: Jesús va a enfrentarse, «a encararse», con las instituciones judías, en especial con la institución religiosa.

Cabe preguntarse por qué los evangelistas dedican tanto espacio a contarnos los conflictos de Jesús con los dirigentes de Israel. ¿A qué se debe este afán de Jesús por entrar en conflicto con las instituciones religiosas judías? ¿Cómo es posible que la ciudad que los salmos dicen que fundó el mismo Dios (Sal 187) y que los profetas anunciaron que sería el centro de atracción para todos los pueblos, sea ahora el centro de todas las acusaciones de Jesús? ¿Qué ha pasado desde entonces? ¿Qué representa ahora Jerusalén?

Las razones de este enfrentamiento que acabará con la muerte de Jesús, las expone Lucas a través de la narración de los acontecimientos que se van sucediendo y de los temas que Jesús trata en su enseñanza a lo largo de este viaje.

El centro del viaje está ocupado por el lamento-denuncia que Jesús dirige a Jerusalén cuando unos fariseos le sugieren que se vuelva, pues Herodes quiere matarlo: «Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían!» (Lc 13,34); esta denuncia está incluida entre dos sectores del evangelio que tratan acerca de la relación entre la Ley de Moisés y el reino de Dios (13, 10-17; 14, 1-6), y al mismo tiempo, todo el viaje está incluido en otras dos secciones en las que también se trata el tema de la ley: 10, 25-37, la parábola del buen samaritano, que muestra cómo los cumplidores de la ley no se sienten obligados a amar al prójimo y 10,18-30, el episodio del rico observante, que muestra cómo es posible cumplir toda la ley y ser adorador del Dinero y, por eso, negarse a seguir a Jesús. Este es el motivo principal del enfrentamiento de Jesús con la religión judía; esto es lo que significa Jerusalén: el modo de entender la relación del hombre con Dios, lo mantiene en una permanente minoría de edad y hace que el hombre tenga para el hombre menos importancia que un burro o un buey (Lc 10,5).


VOCACION DE LIBERTAD

Para que seamos libres nos liberó el Mesías; con que manteneos firmes y no os dejéis atar de nuevo al yugo de la esclavitud...

A vosotros hermanos, os han llamado a la libertad; solamente que esa libertad no dé pie a los bajos instintos. Al contrario, que el amor os tenga al servicio de los demás...

Pablo era fariseo, esclavo de la ley, hasta que Jesús lo tiró del caballo en el camino de Damasco (Hch 9,1-9) y descubrió el gozo de la libertad; desde entonces se dedicó a anunciar el mensaje de Jesús, expresando con apasionada claridad su carácter liberador.

Según la segunda lectura de hoy, la vocación cristiana es una llamada a la virtud o a la perfección, es una invitación a la libertad, y para eso, para que los hombres pudiéramos responder a esa invitación, subió a Jerusalén, se enfrentó con la institución judía, se jugó la vida y la perdió, y de tal modo esto es así, que si alguien intenta volver la vista atrás y pretende someterse o someter a otros a la ley está haciendo inútil la muerte del Mesías (Gál 2,21).

La ley para Pablo mantiene al hombre en minoría de edad (Gál 3,24), y sólo liberándose de ella el hombre puede llegar a ser hijo de Dios (Gál 4,5) por medio del Espíritu (Gál 4,6; Rom 8,15-17), que es incompatible con la ley, pues «donde hay Espíritu del Señor hay libertad» (2 Cor 3,17).

Por supuesto que libertad no es lo mismo que libertinaje. Pablo ya tiene esto al descubrir el cauce por el que la libertad se deberá desarrollar: el amor. Y el que ama de verdad, nunca podrá ser considerado un libertino. El hombre libre de la ley tiene capacidad para profundizar, por medio del amor, en el camino de la libertad que conduce a la vida y la paz (Rom 8,6); el que ama, guiado por el Espíritu, nunca realizará «los deseos de la carne», nunca se dejará dominar por los «bajos instintos» que consisten precisamente en la fuerza contraria al amor, contraria al Espíritu y, por tanto, a la libertad; son el impulso que nos lleva a actuar de tal manera que rompamos la armonía en las relaciones humanas: la falta de respeto a la dignidad y libertad de los demás (en el terreno de la sexualidad y en todos los terrenos); los bajos instintos «tienden a la muerte; el Espíritu, en cambio, a la vida y la paz» (Rom 8,6), y en especial a la «codicia, que es una idolatría» (Col 3,5); en una palabra : son el libertinaje «las pasiones pecaminosas que atiza la ley» (Rom 7,5)

Por eso se enfrentó Jesús a Jerusalén, a la ley; para liberarnos de ella dio su vida. ¿Estamos seguros de que en la Iglesia de Jesús no nos hemos dejado “atar de nuevo al yugo de la esclavitud”, a la esclavitud de la ley?


19. COMENTARIO 3

JESUS SE DECIDE A ENCARARSE CON LA INSTITUCION JUDÍA

Dándose cuenta Jesús de que los Doce, que él había elegido como los representantes del nuevo Israel, se negaban rotunda­mente a aceptar que el Mesías tuviese que fracasar, ve llegado el momento de atajar el problema de cara, ya que de otro modo no logrará nunca hacerlos cambiar. El comienzo de la nueva sección es muy indicativo: «Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran» (9,5 la). Esta determinación temporal sirve para relacionar la decisión que toma acto seguido con el doble éxodo que emprenderá de inmediato fuera de la institución judía (muerte) y hacia el Padre (ascensión). De hecho, el término griego empleado por Lucas (lit. «Cuando se iban a cumplir los días de su arrebatamiento») es un término técnico: tan pronto dice relación con el arrebatamiento de Elías (4Re [2Re LXX] 2,9.10.11; Eclo 48,9; 49,14; 1Mac 2,58) como con la ascensión de Jesús al cielo (Hch 1,2.11.22).

Con una serie de determinaciones análogas, Lucas irá indi­cando el acercamiento progresivo de este momento histórico (18,35; 19,11.29.37.41; 22,1.7.14), la hora de la muerte de Jesús, que acaeció figuradamente el día de la Pascua judía, figura del Exodo definitivo del Mesías fuera de Jerusalén. Por eso continúa: «Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran, también él decidió irrevocablemente ir a Jerusalén» (9,51b). La frase contiene una referencia clarísima a una actitud semejante narrada en el Antiguo Testamento. Literalmente dice que «también él (Jesús evidentemente) plantó cara a la situación encaminándose hacia Jerusalén».

En el libro del profeta Ezequiel, en la versión griega llamada de los Setenta, hallamos una serie de expresiones análogas, en las que Dios invita al profeta a encararse con una serie de situa­ciones (once pasajes). En concreto, el pasaje a que aquí se hace referencia es Ez 21,7: «Por eso profetiza, hijo de hombre, y planta cara a Jerusalén, fija la mirada contra su santuario y pro­fetiza contra la tierra de Israel. » (El original hebreo contiene algunas variantes: «Hijo de hombre, gira tu cara contra Jerusalén y haz gotear tu palabra contra el santuario y profetiza contra la tierra de Israel».)

Jesús, como en otro tiempo Ezequiel, toma la decisión irrevocable de encararse con la institución judía simbolizada aquí por el término sacro «Jerusalén», término que empleaban los judíos y, casi de forma exclusiva, los escritores del Antiguo Testamento. (Cuando Lucas quiere designar simplemente la ciudad de Jeru­salén, como lugar geográfico, se sirve del término «Jerosólima», término neutro empleado exclusivamente por los paganos y por los otros evangelistas, si exceptuamos el logion de Mt 23,37.)


FRACASO ESTREPITOSO DE LOS MISIONEROS ENVIADOS A SAMARIA

«Envió mensajeros delante de él» (lit. «delante de su cara o persona») (9,52a). Los mensajeros que envía Jesús tienen que realizar una misión precursora en Samaría, semejante a la que había llevado a cabo Juan Bautista en el país judío: «Habiéndose puesto en camino, entraron en una aldea de samaritanos para prepararle (la acogida de la gente)» (9,52b). Judíos y samaritanos eran enemigos mortales. Era necesario, por tanto, que los men­sajeros preparasen convenientemente los ánimos de los samaritanos, a fin de que éstos recibieran a Jesús de buen grado. Si los misioneros les anuncian que Jesús se dirige a Jerusalén para plantar cara a la institución judía, no hay duda de que será bien recibido. Precisamente lo que no podían soportar era que el Mesías fuese el rey destinado por Dios como caudillo del pueblo judío y que desde Israel debiese dominar a los demás pueblos. Si ahora resulta que aquel de quien habían oído decir que era un gran profeta o hasta puede que el Mesías, no iba a Jerusalén a tomar el poder, sino a hacer frente al sistema teocrático judío, los samaritanos le darán masivamente la bienvenida.

«Pero como él se dirigía en persona a Jerusalén, (los samari­tanos) se negaron a recibirlo» (9,53). ¿Qué les han contado los mensajeros? Literalmente han ido proclamando con aires triun­falistas que «su persona se dirigía a Jerusalén», ¡para coronarse rey de los judíos! Jesús les había dicho que «iba a plantar cara a la institución encaminándose hacia Jerusalén», ellos silencian lo más importante y dicen simplemente que «su cara / persona se encamina a Jerusalén». No es extraño que le cierren todas las puertas. La misión precursora de los misioneros ha sido un fra­caso rotundo.

Un filtrado parecido del mensaje, según las conveniencias de cada uno o de un grupo o comunidad determinada, lo hacemos con frecuencia. Cuanto más fanáticos seamos y más cerrados estemos sobre nosotros mismos, más filtros interpondremos en­tre la Palabra que nos quiere interpelar y el mensaje que dejamos rezumar. «Profeta» es precisamente aquel mensajero «por cuya boca habla» Dios o el Señor Jesús. Y lo es cuando el contenido de la palabra que pronuncia no es lo que él piensa, sino aquello que, desde lo más profundo, experimenta de manera irresistible que debe comunicar.


SED DE VENGANZA

"Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le propusie­ron: "Señor, si quieres, decimos que caiga fuego del cielo y los aniquile"» (9,54). Santiago y Juan, en representación del grupo de los Doce, después de haber comprometido con sus tejemane­jes el viaje de Jesús a través de Samaria, lanzan ahora el grito al cielo y claman venganza. La propuesta que le hacen, la formulan con palabras del libro de los Reyes, donde se dice que Elías, en un caso parecido en que el rey Ocozías de Samaría le envió unos mensajeros pidiéndole que acudiese para librarlo de la muerte con que Dios lo había castigado por culpa de su idolatría, «hizo bajar fuego del cielo» que consumió a los cincuenta hombres que había enviado (4Re [2Re] 1,1-14 LXX). Piden, por tanto, a Jesús que actúe al modo de Elías y se vengue de la mala acogida de los samaritanos. No les basta con tergiversar el mensaje, sino que exigen un castigo en nombre de Dios contra sus enemigos mortales.

«Jesús se volvió y los increpó» (lit. «conminó», como si estu­viesen endemoniados) (9,55). De hecho, están «poseídos» por una ideología que les impide actuar como personas sensatas: están repletos de odio, de intolerancia religiosa y de exaltación nacionalista. Jesús «se vuelve»: esto quiere decir que él no se había inmutado y que proseguía su camino, mientras que los discípulos se habían quedado atrás, esperando la venganza del Mesías contra aquellos canallas samaritanos. El conjuro que les lanza debía ser sonado. «Y se marcharon a otra aldea» (9,56). La travesía de Samaría continúa. Ahora veremos las consecuen­cias de esta oposición sistemática de los Doce a los planes de Jesús.


NUEVA LLAMADA DE DISCÍPULOS, AHORA SAMARITANOS

La perícopa de 9,57-62 contiene la reacción de Jesús. Como sea que los discípulos judíos le llevan la contra y que algunos samaritanos que han comprendido su actitud quieren incorporarse al grupo, Jesús hace una nueva llamada de discípulos, ahora en territorio samaritano, precisando cuáles han de ser las actitudes del verdadero discípulo. La escena tiene forma de tríptico. En las tablillas laterales hay constancia de dos ofrecimientos («Te seguiré»), si bien condicionados; en el centro hay una llamada directa de Jesús («Sígueme»). El personaje central ha sido invi­tado por Jesús, en vista de sus disposiciones; los otros dos han tomado ellos mismos la iniciativa, en vista de las actitudes de Jesús. Lucas describe con estos tres personajes la constitución de un nuevo grupo (tres indica siempre una totalidad). Estos personajes, sin embargo, no tienen nombre. La situación que describe tiene más de ideal que de real. Hay una referencia implícita a la primera llamada de discípulos israelitas: Pedro, Santiago y Juan. También tres. Las condiciones que les impone ahora son más exigentes si cabe: les exige una ruptura total con el pasado: casa, familia y, sobre todo, padre, como portador de tradición.

Al personaje del centro lo invita él mismo porque sabe que ya ha roto con la tradición paterna (muerte del «padre», figura de la tradición que nos vincula con el pasado). Le pide que se olvide del pasado («enterrar») y que se disponga a anunciar la novedad del reino. Al primero, que se ha ofrecido espontánea­mente, le exige que no se identifique con ninguna institución («no tiene donde reclinar la cabeza»). Jesús nos quiere abiertos a todos y universales. La respuesta que da al tercero, quien también se ha ofrecido espontáneamente, se ha convertido en una máxima: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios. » La «familia» es figura, en este contexto, de Samaría: la opción por el reino universal rompe con cualquier particularismo.


20. COMENTARIO 4

Las lecturas de hoy tienen un tema común: las exigencias de la vocación. En ellas descubrimos cómo subyace la necesidad del desprendimiento, de la renuncia, del abandono de las cosas y personas como exigencia para seguir a Jesús. Por eso, no existe respuesta a la llamada para ponerse al servicio del Reino de Dios en aquellos que anteponen a Jesús condiciones o intereses personales.

El Evangelio nos dice que el desprendimiento exigido por Jesús a los tres candidatos a su seguimiento, es radical e inmediato. Se tiene, incluso, la impresión de una cierta dureza de parte de Jesús. Pero todo está puesto bajo el signo de la urgencia. Jesús ha iniciado "el viaje hacia Jerusalén". Esta "subida" interminable (que ocupa 10 capítulos en el evangelio de Lucas) no se encuadra en una dimensión estrictamente geográfica, sino teológica: Jesús se encamina decididamente hacia el cumplimiento de su misión.

El viaje de Jesús a Jerusalén no es un viaje turístico (tampoco de "turismo espiritual" o "peregrinación" como se dice ahora para justificar unas vacaciones). Por eso el maestro exige a los discípulos la conciencia del riesgo que comparte esa aventura: "la entrega de la propia vida".

Se diría que Jesús hace todo lo posible para desanimar a los tres que pretenden seguirle a lo largo del camino. Parece que su intención es más la de rechazar que la de atraer, desilusionar más que seducir. En realidad, él no apaga el entusiasmo, sino las falsas ilusiones y los triunfalismos mesiánicos. Los discípulos deben ser conscientes de la dificultad de la empresa, de los sacrificios que comporta y de la gravedad de los compromisos que se asumen con aquella decisión.


Por tanto, seguir a Jesús exige:

- Disponibilidad para vivir en la inseguridad: "No tener nada, no llevar nada". No se pone el acento en la pobreza absoluta, sino en la itinerancia. El discípulo lo mismo que Jesús, no puede programar, organizar la propia vida según criterios de exigencias personales, de "confort" individual.

- Ruptura con el pasado, con las estructuras sociales, políticas, económicas y culturales que atan y generan la muerte. Es necesario que los nuevos discípulos miren adelante, que anuncien el Reino, para que desaparezca el pasado y viva el proyecto de Jesús.

- Decisión irrevocable. Nada de vacilaciones, nada de componendas, ninguna concesión a las añoranzas y recuerdos del pasado, el compromiso es total, definitivo, la elección irrevocable.

Hoy como ayer, Jesús sigue llamando a hombres y mujeres que dejándolo todo se comprometen con la causa del Evangelio y, tomando el arado sin mirar hacia atrás, entregan la propia vida en la construcción de un mundo nuevo donde reine la justicia y la igualdad entre los hombres.

COMENTARIOS

1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones Cristiandad Madrid.