Pocas veces nos detenemos los cristianos a
responder a esa pregunta decisiva que se nos hace a cada uno de nosotros. La
pregunta que Jesús dirige a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?» La respuesta ha de ser personal. Nadie puede hablar en mi nombre. No puede
haber una fe por procurador. Soy yo quien tengo que responder.
Se me pregunta qué digo yo de Jesucristo, no qué
dicen los concilios, qué predican los Obispos y el Papa, qué explican los
teólogos.
Un conjunto de circunstancias históricas ha podido
embrollar mucho las cosas, pero no hemos de olvidar que la fe cristiana no es
simplemente la adhesión a una fórmula o a un grupo religioso, sino mi adhesión
personal y mi seguimiento a Jesucristo.
Para ser cristiano, no basta decir: «Yo creo en lo
que cree la Iglesia.» Es necesario que me pregunte si yo le creo a Jesucristo,
si cuento con él, si apoyo en él mi existencia.
No se me pregunta qué pienso acerca de la doctrina
moral que Jesús predicó, acerca de los ideales que proclamó o los gestos
admirables que realizó. La pregunta es más honda: ¿Quién es Jesucristo para mí?
Es decir, ¿qué lugar ocupa en mi experiencia de la vida? ¿Qué relación mantengo
con él? ¿Cómo me siento ante su persona? ¿Qué fuerza tiene en mi conducta
diaria? ¿Qué espero de él?
No puedo contestar responsablemente a la pregunta
que Jesús me dirige sin descubrirme a mí mismo quién soy yo y cómo vivo mi fe en
él. Precisamente, en eso consiste la responsabilidad: en ser capaz de responder
por mí mismo.
Con frecuencia, no somos conscientes hasta qué
punto vivimos nuestra fe por inercia, siguiendo actitudes y esquemas infantiles,
sin crecer interiormente, sin llegar tal vez nunca a una decisión personal y
adulta ante Dios.
De poco sirve hoy seguir confesando rutinariamente
las diversas creencias cristianas si uno no conoce por experiencia qué es
encontrarse personalmente con ese Dios revelado y encarnado en Jesucristo.
Nuestra fe cristiana crece y se robustece en la
medida en que vamos descubriendo por experiencia personal que sólo Jesucristo
puede responder de manera plena a las preguntas más vitales, los anhelos más
hondos, las necesidades últimas que llevamos en nosotros. De alguna manera todo
cristiano debería poder decir como san Pablo: «Yo sé bien en quién tengo puesta
mi fe» (2 Tm 1, 12).
JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 81 s.
|