25 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C
(1-9)

 

1. J/CENTRO.

El pasaje evangélico que hoy leemos padece de una particular importancia. Está encuadrado en el marco de la oración de Jesús.

No son palabras que afloran en cualquier conversación rutinaria.

Los discípulos ya han tenido ocasión de acompañar a Jesús en su actividad por Galilea. Han escuchado sus palabras, han contemplado sus hechos. Este pasaje va a originar una aceleración de los acontecimientos. Jesús va a ponerse en marcha hacia Jerusalén. Lucas nos lo repetirá insistentemente a lo largo del resto de su evangelio. Todo contribuye a remarcar la importancia del diálogo que ahora va a tener lugar. No es lo mismo escuchar el proyecto del reino de labios de Jesús o admirar sus signos, que confrontarse con su persona. Y aquí es donde ahora surge directa, inevitable, la pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo? Y vosotros ¿quién decís que soy yo?.

Unos pensaban que era Juan el Bautista, el último, el más reciente de los profetas. Otros que era Elías o uno de los más antiguos profetas. Los profetas eran instrumentos de la Palabra de Dios, y esa palabra denunciaba las falsas esperanzas y los pecados del pueblo, a la vez que abrían el futuro hacia un horizonte insospechado lleno de novedad. Pero ahí residía su grandeza y su limitación. Lo importante era su palabra, su anuncio, su doctrina.

Su persona desaparecía una vez transmitido el mensaje, y en ese sentido no era imprescindible. Lo mismo que hoy. Existen "unos" que se adhieren a la última teología, al último concilio, a la más reciente reflexión de la fe cristiana. Están al día, a la moda. Otros prefieren la teología de antes, la de siempre, los dogmas y concilios de toda la vida, hasta el Vaticano II, claro. "Unos" y "otros" parece que tienen sus razones y preferencias, con los profetas de ahora, con los profetas de antes. Se da más importancia a la palabra, a la teología, a la doctrina... que a la persona de Jesús. Y aquí es donde realmente se decide el carácter de discípulos que diferencia a éstos de "unos" y "otros". Para los discípulos, Jesús no se confunde con un profeta más ni de los de ahora ni de los de antes, es sencillamente el Mesías de Dios, el definitivo enviado de Dios, el imprescindible en persona. Estamos invitados a seguirle, y ese "le" quiere decir que no podemos separar la persona del proyecto de Jesús.

Es necesario asumir el proyecto de Jesús. Pero Jesús es imprescindible. Y esta afirmación supera la nueva y la vieja teología.

DE LO QUE OCURRIRÁ A JESÚS.

Pedro se ha adelantado a responder no eludiendo la confrontación personal. Jesús es el Mesías de Dios. Pero Jesús no da por zanjada la cuestión, al contrario. Ahora es él quien se adelanta a vincular su persona con la expresión "Hijo del Hombre", y con el camino que va a seguir. "Tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día".

La persona de Jesús -Mesías de Dios- no cualifica su camino -como camino triunfal de Dios-, sino que la salvación del hombre se va a realizar asumiendo la historia de los hombres, sintiendo cómo dejan huella sobre su carne los sufrimientos y dolores de los hombres, los fracasos y frustraciones, la misma muerte. La salvación no será barata. El amor redentor significa entrega a los hombres. Y los hombres harán difícil a Jesús su camino a Jerusalén, el lugar de la salvación. Sólo después del sufrimiento y la cruz, llegará la hora de la resurrección. El amor lleva al sufrimiento. Y el sufrimientos será fecundo en vida para los demás.

DE LO QUE ESPERA A LOS SEGUIDORES DE JESÚS CZ/ABNEGACION:

Jesús ahora se dirige a todos. Sus palabras adquieren un valor universal de invitación condicionada. Invita a seguirle, pero por su mismo camino. "Venga conmigo quien se decida a negarse y a cargar su cruz de cada día".

No se trata de una expresión dolorista, ascética en un sentido negativo de la palabra.

Negarse es no ponerse en el centro, dejar a los demás ocupar el lugar preferente de nuestra vida, darse, amar. Quien así quiera seguir al maestro, deberá asumir la cruz que cada día surge cuando se quiere encarnar el amor en la historia, pagará los costes de una vida entregada. Porque a quien se entrega, se lo ponen difícil en este mundo. A quien quiere dejar de pensar en sí mismo para pensar en los demás, la vida se le complicará.

Sin embargo, Jesús insiste en la "ley" que resume todo el evangelio. "El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará". Paradójicamente quien intenta asegurarse, amurallarse, defenderse, para vivir mejor, para salvarse, quien busca eludir el sufrimiento, la muerte, éste es quien no salvará su vida, quedará estéril, infecunda.

Pero quien es generoso en no pensar en sí mismo, quien acepta desvivirse por amor y va dejando su vida a jirones incluso hasta la muerte, ése ha salvado su persona. Esta es la paradoja de Jesús y la que aguarda a sus seguidores.

JM. ALEMANY
DABAR 1986/35


2. J/QUIEN-ES.

¿Quién dice la gente que soy yo? Así, en un intervalo de su oración, enfrenta Jesús a los discípulos con la opinión pública acerca de su identidad. Todas las respuestas quedan tambaleándose en el aire. Jesús es siempre más de cuanto los hombres pueden decir y es siempre distinto de como los hombres lo fingen, acomodándolo a sus intereses. Frente a la opinión pública sólo Pedro, que no habla condicionado por ideologías ni nacionalismos, parece dar en la diana. Y es que Jesús sólo es accesible para la fe.

Jesús es el Mesías, el Señor, el Hijo de Dios vivo, el Libertador..., pero no como nosotros los imaginamos.

Jesús es el Mesías, pero su mesianismo no se lleva a cabo de una manera política, calculadora, de cesiones mutuas con los otros poderes. La única política cristiana es la del amor, comprensivo y sin violencias, pero unívoco y eficaz.

Jesús es el Señor, pero no a la manera de los señores de este mundo, que se holgan en ser servidos por los demás. Es el Señor, porque ha venido a servir y dar la vida por todos.

Jesús es el Hijo de Dios vivo, porque ha venido a dar su vida y morir en la cruz, para recobrar toda la vida y hacer posible la vida de todos.

Jesús es el Libertador, pero no a la humana usanza, es decir, no atropellando todas las libertades para garantizar mi libertad, sino haciéndose esclavo de todos en el amor. Porque sólo es posible la libertad para el amor.

Así es Jesús. Y luego, añade, el que quiere ser discípulo mío que tome su cruz y me siga. Jesús no habla de buscar la cruz, sino de seguirle a él. La cruz no se busca, se acepta. Porque LA CRUZ es siempre la consecuencia de ser discípulo de Jesús, de seguirle, de perseguir la verdad, la justicia, el amor. CZ/ACEPTACION:

¿Quién dice la gente que somos nosotros, los cristianos? Porque hoy Cristo es para la gente lo que de algún modo somos los cristianos. Me refiero al Cristo que padeció y murió, pero que resucitó y vive en los cristianos. Y nosotros, los cristianos, ¿qué decimos de nosotros mismos? ¿Cuál es nuestra identidad?.

EUCARISTÍA 1974/37


3.

Jesús descubre a los discípulos el programa de su vida: "El hijo del hombre -dice- tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día".

San Lucas silencia la reacción de los discípulos y como San Pedro intentó apartar a Jesús de su camino. Sabemos cómo Jesús rechazó severamente las insinuaciones de Pedro.

Jesús realizará paso a paso, al pie de la letra, este programa, hasta el colmo de la cruz, en donde todo se habrá cumplido; más aún, lejos de apartarse de su camino, dice claramente a todos sus discípulos que es preciso que cada uno tome su cruz y le siga, pues la suerte que él está dispuesto a elegir para sí mismo ha de ser también norma de conducta para todos sus discípulos: "El que quiera salvar su vida la perderá pero el que pierda su vida por mi causa la salvará". Estas palabras tienen ya un hondo significado universal y no sólo para los discípulos de Cristo. En efecto, la vida sólo puede ponerse a salvo cuando se arriesga, pues vivir es elegir, optar y, consiguientemente, en todo momento un riesgo.

Cuando uno no está dispuesto a poner en juego su vida es ya un hombre muerto para la libertad. No puede elegir. Su elección estará ya siempre condicionada por el temor a perder la vida. Inevitablemente, llegará un momento en que tendrá que hacer traición a sus mejores proyectos, a sus más sanas intenciones, a lo que él más desearía hacer. Su verdadera vocación quedará bloqueada por ese temor a perder la vida. Sólo el que está dispuesto a decir no, incluso cuando éste no puede costarle la vida, es realmente un hombre libre, es un hombre vivo. Así, pues, vivir es siempre estar dispuesto a dar la vida.

Pero para el creyente esta vida que se ejerce precisamente arriesgándola es una vida con esperanza, pues es una vida que se arriesga por la causa de Cristo. La causa de Cristo es la salvación del hombre porque esta es la voluntad del Padre, para esto vino Jesús al mundo, para que "tengamos vida y la tengamos abundante". Jesús no defendió su vida, es impresionante el silencio que guardó ante los tribunales y no lo es menos el que sostuvo en la cruz cuando le decían: "Si eres Hijo de Dios baja de la cruz y creeremos en ti". No era ésta la señal que Cristo quiso darnos sino muy otra.

Precisamente, quedándose en la cruz dando su vida por los hombres es como demostró que era no solamente más hombre que nadie, sino también el mismo Hijo de Dios, capaz de superar la muerte y entrar en la gloria de la Resurrección. Esta es nuestra esperanza. La vida cristiana sólo es vida cuando se entrega por los hombres, por la causa de Cristo y esto vale también para la Iglesia. También la Iglesia es para los hombres, de suerte que también para ella hay una promesa en la medida en que esté más dispuesta a servir a los hombres y menos entretenida en defenderse frente a los hombres. No es más cristiano el que más defiende a su Iglesia, sino el que más defiende a los hombres. No ayuda a sacar adelante la esperanza de la Iglesia más que aquél que ayuda a sacar adelante la esperanza de los hombres. En efecto, parece que después de una intensa preocupación de los católicos por los asuntos caseros de nuestra Iglesia empezamos a preocuparnos cada vez más de los asuntos universales del mundo.

Parece como si al fin el pueblo de Dios descubriera que toda su esperanza está precisamente en este continuo dar la vida siguiendo la suerte de Cristo. Algunos dirán que esto es hacer política, pues bien, aun así, esto sigue siendo la única esperanza que abre el futuro de la Iglesia.

EUCARISTÍA 1971/38


4. J/OPINIONES.

¿Quién dice la gente que soy yo?: Desde el principio de su vida pública, cuando la cosa comenzó en Galilea, la personalidad de Jesús, su modo de hablar y lo que decía, su conducta y los milagros que realizaba, despertó la curiosidad de la gente, provocó la admiración y el asombro, motivó la controversia y la división de opiniones. La gente se preguntaba: "¿Qué clase de hombre es éste?".

Como vemos en el evangelio de hoy, unos decían que era el mismo Juan Bautista redivivo, otros que Elías o alguno de los profetas. Pero no faltaron tampoco quienes lo consideraron un loco, un sedicioso, un blasfemo y hasta un aliado de Belcebú.

Desde aquel tiempo hasta nuestros días la gente no ha dejado de opinar sobre Jesús de Nazaret. Sin embargo, si hiciéramos hoy una encuesta veríamos que muchos "no saben y no contestan". Entre los jóvenes, seguramente, hallaríamos algunos para los que Jesús es un líder más entre los líderes del universo político y religioso poblado de salvadores. Otros nos responderían con una fórmula del catecismo, más o menos convencionalmente. Y un pequeño grupo nos diría, quizá, que Jesús es para ellos como un amigo.

"Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?": Para los creyentes Jesús es, en primer lugar, el que nos habla y el que nos pregunta: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" No es por tanto un tema de conversación o un asunto sobre el que opina la gente, y sobre el que nosotros podamos o no tener nuestra opinión. Porque es el que nos sale al encuentro y nos compromete, ante el que tenemos que responder.

J/MESIAS: En segundo lugar, Jesús es para nosotros el Mesías de Dios, el Cristo. Pero no tal y como se lo imaginaba Pedro y sus compañeros antes de la experiencia pascual, o como pensaban los zelotes desde sus prejuicios nacionalistas, sino tal y como él mismo se nos ha manifestado en su muerte y en su resurrección. Jesús es para los creyentes el que nos pone la pregunta y el que nos da la respuesta, el que corrige constantemente lo que nosotros nos imaginamos de él. Como hizo con Pedro después de su confesión: "El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar el tercer día".

-"El que quiera seguirme": Jesús es para los discípulos el que va delante y al que ellos deben seguir en todo. La persona de Jesús es inseparable de su misión, lo que él es no podemos aceptarlo si no aceptamos también su programa. De modo que reconocer que Jesús es el Mesías es seguirle con la cruz a cuestas: "El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo".

Jesús no vino a ocuparse de sus asuntos, no vino a salvar su vida sino a entregarla por todos los hombres. Su causa es la salvación o la liberación de todos los hombres. Jesús vino a desvivirse para que tengamos vida. Por tanto no es él mismo, no es el Mesías de Dios, si no lo es para los hombres a los que ha sido enviado.

En dirección al hombre concreto, a las necesidades concretas de todos los hombres, Jesús define su personalidad y su programa, su existencia en el mundo. Es así como recibe al dictado la voluntad del Padre, es así como se hace obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Y de esta forma nos revela que es el Hijo, el Señor, el Cristo, la verdad y la vida, el camino que debemos seguir.

Los discípulos de Jesús, individual y colectivamente, como iglesia, están en ese camino y reconocen quién es Jesús y en qué consiste ser sus discípulos, si viven y se desviven por la salvación del mundo. En cambio, cuando se preocupan de sí mismos hasta el extremo de olvidarse de la misión que se les ha encomendado, cuando no reciben la voluntad de Dios al dictado de las necesidades que padecen los hombres, lejos de recuperar la conciencia de su identidad, la pierden sin remedio.

EUCARISTÍA 1983/30


5. CZ/LLEVAR.

Acabamos de leer unas palabra de JC muy conocidas y repetidas, pero quizá también muy a menudo mal comprendidas: "El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo".

-Una interpretación defectuosa

Cargar la cruz de cada día, se ha interpretado a menudo como una invitación a aceptar los sufrimientos y dificultades que hallamos en nuestra vida cotidiana. Una ACEPTACIÓN PACIENTE Y RESIGNADA, casi pasiva, como si no pudiéramos (y muchas veces, debiéramos) luchar por superar los diversos males que encontramos.

Es verdad que, a veces, hay hechos (ciertas enfermedades, la muerte de un ser querido, por ejemplo) ante las cuales difícilmente cabe otra respuesta cristiana que no sea la aceptación. Pero incluso en estos casos en los que nosotros nada podemos hacer por evitarlos, la aceptación cristiana debe ir más allá de la resignación pasiva: la fuerza de nuestra fe, de nuestra esperanza, de nuestro amor, deben repercutir (incluso en estos casos) en un impulso por no quedarnos pasivos, por BUSCAR CAMINOS DE VIDA, del mejor modo que en cada circunstancia sea posible.

RL/OPIO. Pensar y predicar que "cargar con la cruz" significaba resignarse en la aceptación del mal que hallamos en el mundo, hizo posible que en el siglo pasado Marx-KARL pudiera escribir (y mucha gente entonces y después pensara que tenía razón) que "la religión el el OPIO del pueblo". Y que actualmente haya tantos hombres que crean que el cristianismo NO SIRVE para mejorar realmente el mundo. Tantos hombres (fuera y dentro de la Iglesia) que piensan que el papel de la Iglesia es predicar la resignación, para que los que padecen por la injusticia de nuestra sociedad no protesten reivindicando enérgicamente sus derechos.

-El ejemplo de JC

Para los cristianos, la palabra de JC es criterio fundamental de nuestra conducta. Pero, ¡ojo!, su palabra entendida como El la vivió. Por eso hemos de preguntarnos: ¿COMO CARGO JC con su cruz? ¿Fue una resignación pasiva? Todo lo contrario: si JC fue perseguido, condenado y clavado en la cruz, fue porque LUCHO sin miedo, hasta el extremo, siguiendo el camino que El creía era la voluntad del Padre: el CAMINO de la lucha por la verdad, por el amor, por la justicia...

Si JC se hubiera limitado a una predicación conformista, dejando las cosas como estaban, sin querer cambiar aquello que también entonces llamaban 'orden', habría muerto de viejo, bien considerado, respetado: no le habrían clavado en la cruz. Si lo hicieron, era porque estorbaba y si estorbaba, era porque luchaba.

Las palabras que hemos leído, hemos de leerlas enteras: JC dice que carguemos con la cruz de cada día, pero añade que vayamos con EL. La cruz del cristiano no es sólo cargar con el sufrimiento que el mal nos causa; la cruz del cristiano es sobre todo seguir el camino de JC, aunque este camino sea doloroso, difícil. Aunque sea camino de cruz.

-Camino de justicia

Para concretar todo esto, podríamos recordar una palabras de Pablo VI. Escribía el Papa en uno de sus documentos más importantes: "De nuevo dirigimos a todos los cristianos una urgente llamada a la acción para instaurar una MAYOR JUSTICIA en la distribución de los bienes". No se dirigía el Papa sólo a los políticos, o a quienes tienen poder e influencia. Se dirigía a todos. Es demasiado cómodo -decía- pensar que los responsables son los otros, esperar pasivamente consignas y caminos. Todos, ahora, debemos hacer cuanto nos sea posible. "En la diversidad de situaciones -continuaba Pablo VI-, en la diversidad de funciones y organizaciones, cada uno ha de buscar SU RESPONSABILIDAD y decidir en conciencia las acciones en las que debe participar". En el trabajo, en las organizaciones políticas, sociales, cívicas, ante cualquier situación de injusticia, de opresión, en cualquier ocasión que sea posible un servicio de promoción humana, sobre todo siempre que se plantee la defensa o la ayuda a los más débiles, el cristiano tiene un DEBER DE LUCHAR por la justicia, por la igualdad, por el respeto, por la participación de todos en lo que es de todos.

Esto, sin duda, ocasiona DIFICULTADES, incomprensión, perjuicios económicos, quizá persecución. Es la CRUZ. Si nos quedamos en casa, si nos resignamos pasivamente, si nos desentendemos, no perderemos nada, no correremos ningún riesgo; pero tampoco seremos seguidores del camino de JC. Hoy -dice Pablo VI- el amor cristiano exige la lucha eficaz contra cualquier injusticia, unidos con todos los que luchan realmente, abiertos a un amor que no excluya a nadie pero que nos coloque junto a los que más sufren, junto a los que más luchan.

Que la renovación del memorial de la muerte y resurrección de JC, nos dé fuerza para seguir el camino de JC. Para participar en su amor que avanza por un camino de cruz.

JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1974/05


6.

-EL CAMINO DE JESÚS HACIA LA CRUZ

Para empezar el verano escuchamos hoy un mensaje muy serio: Lucas nos presenta el camino de Jesús, el programa de su muerte y de nuestra salvación. El pasaje del evangelio de hoy concluye el relato del ministerio en Galilea y comienza la"subida a Jerusalén".

Exactamente el anuncio de esta "subida" (Lc 9, 51) nos tocaría leerlo el domingo 13, pero este año no lo escucharemos por la solemnidad de san Pedro. Con todo, ya hoy tenemos el primer anuncio de la pasión.

El evangelio tiene hoy tres partes: la confesión de Pedro en Cristo, el anuncio de la pasión y la norma para los discípulos: tomar la cruz cada día y seguir a Cristo. Pero es importante que desde la homilía se ayude a comprender la estrecha relación de las tres: el mesianismo de Cristo, que Pedro confiesa, es interpretado en seguida por Jesús desde la clave del Siervo que va realizar su misión precisamente a través de la pasión y la muerte, y además se les dice a todos los que le quieran seguir que deben imitar esa misma actitud de renuncia y entrega. En Lucas -a diferencia de Mateo- la afirmación de Pedro no va seguida del anuncio de su ministerio en la Iglesia, sino por el de la pasión de Jesús. Perspectiva que en nuestro Leccionario se confirma por el tono de la primera lectura de Zacarías. Por tanto, el tema central del mensaje y de la homilía debe considerarse el de la muerte salvadora de Jesús. Un tema pascual por excelencia, y por tanto, también "dominical"; parece poco "oportuno" para nuestra temporada de verano, pero es central en la fe cristiana y en el anuncio de Lucas.

-"EL TRASPASADO" Hoy escuchamos el primer anuncio de la Pasión de Jesús. "El Hijo del Hombre debe padecer...". El plan salvador de Dios es un misterio de solidaridad profunda con el dolor y el mal del hombre.

De nuevo, como el domingo pasado, una lectura que puede ayudar a entender este mensaje es la de la carta apostólica de Juan Pablo II, Salvifici Doloris, sobre todo en sus partes 3 ("Jesucristo, el sufrimiento vencido por el amor") y 4 ("partícipes en los sufrimientos de Cristo").

La lectura del AT nos prepara a esta visión salvífica del dolor: Dios va a realizar la salvación y la reforma de Israel a través de la "gracia y la clemencia": "me mirarán a mí, a quien traspasaron".. Sea quien sea la persona a la que se refiere esta frase (¿Yavhé mismo, el ofendido, que sufre?), el NT ha interpretado la profecía refiriéndola a Cristo (cfr. Jn 19, 37). Se anuncia la salvación de la humanidad -de nuevo el triunfo del amor y del perdón sobre nuestro pecado- por el camino del sufrimiento de uno, en la línea del último canto del Siervo de Yavhé, que se entrega por los demás, cargando con sus culpas.

-UN MESIANISMO DIFÍCIL DE ENTENDER

La idea del mesianismo que tenían los discípulos, y en concreto Pedro, era muy diferente de la de Cristo. Para ellos el enviado y ungido de Dios llevaría a cabo su misión con un cierto aire triunfalista, político, social. Cristo reinterpreta inmediatamente la confesión de Pedro en la clave de su entrega hasta la muerte: la Cruz y la Resurreción son el camino de la nueva alianza de Dios con la humanidad. La Vida ha llegado -para Cristo y para nosotros- a través de una experiencia profunda de dolor y sufrimiento. Un eco todavía de la Pascua: y es que cada domingo celebramos el mismo acontecimiento central, y en cada eucaristía participamos de la misma Pascua de Cristo. En el Triduo Pascual fijamos nuestra mirada en el "traspasado" y nos alegramos con su victoria. Pero la Pascua es un hecho tan profundo e inabarcable, que cada Domingo nos reunimos para celebrarla y dejar que el Resucitado, nos comunique toda su fuerza salvadora.

-LA LECCIÓN PARA LOS QUE QUEREMOS SEGUIR A JESÚS

Lucas escribe su evangelio pensando también en la comunidad eclesial y en la historia -que ya en su tiempo experimenta- de dificultades y de sufrimiento. Aquí nos recuerda las palabras de Jesús: "el que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz..."

El seguimiento de Jesús va a ser por el mismo camino que El siguió. Ser cristianos es conformarse a Cristo, asimilar sus actitudes vitales. En este caso, su actitud de "entrega por " los demás, hasta la muerte, por la salvación de la humanidad. El anuncio de la pasión de Jesús es también el anuncio de nuestra pasión. Su renuncia es también norma de vida para los cristianos. No se trata de buscar ocasiones extraordinarias de heroicidad: la "cruz de cada día", las pruebas que nos trae la vida, ese constante sacrificio de nuestras relaciones con los demás, nuestra entrega, nuestra actitud de discípulos del Siervo (por tanto, siendo también nosotros siervos): todo eso supone una ascesis difícil, pero que nos da la gran ocasión de contribuir con Cristo, a través del sufrimiento, a la salvación de la humanidad.

El "revestirse de Cristo" (2. lectura), el "mirar al Traspasado" (1. lectura), tienen en nuestra vida diaria unas traducciones no muy solemnes, tal vez, pero sí muy significativas, y que muestran nuestra voluntad de seguimiento de Cristo en su camino. El mundo en que vivimos nos inculca el mensaje de una alegría fácil y de una felicidad barata: el evangelio de Cristo nos pone delante la seriedad del amor de Dios, que vence al mal a través del dolor y de la muerte de su Hijo.

Celebrar la Eucaristía, comer el "Cuerpo entregado", beber la "Sangre derramada" de Cristo, es asumir nosotros mismos esta actitud de sacrificio pascual de Cristo.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1986/13


7.

-Seguir a Cristo cargando con la cruz (Lc 9, 18-24)

Una vez más Jesús se deja conocer como el Mesías y quiere que los discípulos se convenzan realmente de lo que significa su persona. La muchedumbre no ha llegado todavía a hacerse una idea exacta de la personalidad de Cristo. Cuando pregunta a los apóstoles, éstos, que conocen los sentimientos del pueblo, se los refieren a Cristo. Pero este quiere provocar por su parte una nueva reacción con respecto a sí mismo. Es Pedro quien responde a la pregunta de Cristo: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". La respuesta inmediata de Pedro es muy clara: "El Mesías de Dios". Y nuevamente se produce aquí la prohibición, por parte de Jesús, de divulgar esta verdad. No vamos a volver una vez más sobre la significación del secreto mesiánico. Tanto más, cuanto que este pasaje evangélico, según el propósito de la celebración litúrgica y según lo que nos indica la primera lectura, quiere insistir ante todo en lo que es el Mesías que sufre para rescatar a los hombres. Así pues, es sobre el anuncio de la Pasión sobre lo que debemos reflexionar, así como sobre las consecuencias de esta Pasión para todo discípulo de Cristo. Porque todos los que crean en el Mesías doliente y en la eficacia de sus sufrimientos deben compartir el peso de estos mismos sufrimientos. De este modo, Jesús da la consigna válida para la vida de todo cristiano: cargar con su cruz cada día; el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de Jesús, la salvará.

San Lucas no insiste, como lo hace San Marcos, en el secreto mesiánico; sin embargo, en este pasaje vincula este secreto al anuncio de la Pasión. La muchedumbre no es capaz de acceder a esta visión de un Mesías que sufre, a pesar de las predicciones de Isaías.

El evangelista desea insistir en el Mesías y en lo que éste debe ser, según el plan de salvación que Dios ha trazado desde siglos. "El Hijo del hombre tiene que padecer mucho...". En la vida de Cristo, todo es realización del plan de Dios. Nos hallamos ante lo que más tarde escribirá San Juan, cuyo evangelio está plagado de expresiones sobre la voluntad del Padre cumplida por Jesús.

Pero si el Mesías tiene que sufrir mucho, debe también resucitar. Todo el misterio pascual de Jesús, por consiguiente, está anunciado aquí. En adelante, los apóstoles ya conocen el itinerario de Jesús. ¿Pero lo comprendieron plenamente en aquel momento? Sería difícil decirlo. No obstante, la confusión que evidenciaron los apóstoles en ocasión de los acontecimientos de la Pasión de Cristo (en quien habían creído. a pesar de todo) nos hace pensar que no estaban excesivamente preparados.

Pero el acto de fe de Pedro en nombre de los apóstoles y la consiguiente predicción detallada del misterio de muerte y de resurrección que debe llevar a cabo el Mesías desembocan en la norma de conducta de todo cristiano: seguir a Cristo, tomar su cruz cada día. Quien quiera salvar su vida, la perderá; se trata de perder la vida para salvarla... Es la locura de la cruz de que hablara San Pablo.

-Alzarán los ojos hacia el que traspasaron (Zac 12, 10-11)

San Juan, en el capítulo 19, 37 (texto que se lee en la fiesta del Sagrado Corazón, ciclo B), utiliza este pasaje de Zacarías aplicándolo a Cristo. Este texto no está técnicamente claro y ha sufrido muchos retoques. Podemos preguntarnos a quién tenía en mente el profeta cuando presentaba a alguien que debía ser traspasado y atraer sobre sí las miradas. Conocemos el pasaje en que Zacarías representa al rey-mesías cabalgando sobre un asno (9, 9-10). En nuestro capítulo (12) ese rey-mesías incomprendido ha sido muerto.

Pero el sufrimiento de ese rey-mesías, y los sufrimientos de Jerusalén, que le ha dado muerte, purificarán la Ciudad. Es casi inevitable recordar aquí el poema del siervo doliente, descrito por Isaías en el capitulo 53.

La lectura del profeta nos invita, pues, a insistir en nuestra meditación del evangelio de hoy sobre los sufrimientos del Mesías y la eficacia de su Pasión purificadora. Pero también es preciso que nos unamos y participemos en la cruz del que ha sido traspasado.

-Revestidos de Cristo (Ga 3, 26-29)

Las dos lecturas precedentes nos han dado la consigna de la vida de todo cristiano. En esta carta, San Pablo nos recuerda nuestro bautismo y nuestra inserción en la vida de Cristo, hasta el punto de escribir que nos hemos revestido de Cristo. Insiste, sobre todo en nuestra transformación en Cristo, de modo que ya no hay esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos somos uno en Cristo Jesús. Aquí radica el punto central de este pasaje de la carta a los Gálatas.

Sin embargo, esta inserción en Cristo mediante nuestro bautismo nos hace posible enlazar esta lectura con las dos precedentes. El bautismo es acto de fe en Cristo, Mesías doliente que, sin embargo, resucita. Es acto de fe que nos reviste de Cristo hasta el punto de asociarnos íntimamente a lo que Cristo hace. Su misterio pascual de muerte y resurrección es el nuestro. Revestidos de Cristo, debemos aceptar la cruz de cada día para resucitar con él. "Sumidos en la muerte con él, resucitamos con él", escribe San Pablo. Es, por consiguiente, todo un programa de vida lo que nos da el bautismo. Cada cristiano reproduce en sí al Mesías doliente; no hay, pues, que asombrarse de sus sufrimientos, que adquieren todos ellos su significación en el hecho de haberse revestido de Cristo y de morir con él para resucitar con él. Creer en el Mesías significa creer en todo esto; y creer en todo esto constituye una respuesta a tantos y tantos acontecimientos incomprensibles de nuestra vida.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 48-50


8.

1. Quién es Jesús...

Las reflexiones de los domingos anteriores nos han preparado para acercarnos a la página evangélica de hoy, una de las más importantes de todo el Nuevo Testamento y verdadero eje central de los evangelios sinópticos.

Jesús se ha ido revelando a través de signos que ponían de manifiesto la presencia del Reino de Dios en el mundo. Hoy el velo revelador se despliega casi totalmente ante la pregunta directa que hace el mismo Jesús: Qué pensáis de mí. Pregunta que lleva como contrapartida la pregunta indirecta: Cómo deben ser mis discípulos...

Una mejor comprensión del evangelio de hoy nos obliga a tener en cuenta la versión que del mismo hecho hace Marcos (8,27-35), versión que parece haber sido suavizada por Lucas, según su costumbre. Mientras Jesús se dirigía hacia la ciudad de Cesarea de Filipo, ciudad construida en el nacimiento del Jordán como homenaje del rey Filipo al César romano (zona que hoy es causa de constantes conflictos bélicos entre israelíes y palestinos árabes), creyó oportuno hacerles a los discípulos la gran pregunta: Qué pensaban de él.

La proximidad de la ciudad levantada en homenaje al dominador extranjero del pueblo judío, con sus templos paganos y su estilo de vida tan opuesto al ideal judío, parecía casi insinuar la pregunta y poner sobre el tapete la cuestión del Mesías.

¿Hasta cuándo el pueblo de Dios continuaría dominado bajo el yugo romano? ¿Es que Dios se había olvidado de los suyos? ¿No había venido ya Juan, cual nuevo Elías, preparando el camino del Enviado de Dios? ¿No tenía Jesús todas las apariencias y toda la popularidad necesaria como para iniciar la guerra santa y poner en marcha los tiempos mesiánicos?

Seguramente Jesús adivinó aquellos pensamientos que quisieron hacer eclosión después de la multiplicación de los panes, y él mismo introdujo la pregunta, como intentando sorprender la fe de los suyos; pero no quiso interpelarlos ex abrupto, así que comenzó dando un rodeo con una pregunta introductoria: «¿Quién dice la gente que soy yo?»

Ya conocemos la respuesta, expresión popular del clima apocalíptico que se vivía en Palestina. Jesús debiera ser, según la gente, cierto antiguo personaje importante que ahora resucitaba para que el tiempo mesiánico hiciera eclosión de una vez por todas.

Pero la pregunta que hace Jesús a sus discípulos es, de alguna manera, la pregunta que siempre hizo la Iglesia mirando a su alrededor: ¿Qué se piensa en el mundo sobre Cristo?

¿Cómo lo ven los demás pueblos? ¿Qué se opina de él en un país cristiano por tradición?

Sería muy interesante averiguarlo, ya que en gran medida la imagen que los hombres tengan de Jesús proviene de nuestra fe y de nuestro testimonio: ¿Cómo creen que es Jesús quienes nos ven a nosotros actuando como cristianos, es decir, como seguidores de Jesús?

De la respuesta que dieron los apóstoles como respuesta "de la gente", se desprende que Jesús puede ocupar en el mundo el sitial de un gran personaje, de un reformador, de un hombre bueno, de un antiguo personaje famoso, pero... ¿nada más que eso es Jesucristo? ¿Qué dice la fe cristiana? ¿Qué aporta de nuevo y original en el mundo que hoy vivimos?

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»

Es la gran pregunta que tarde o temprano ha de escuchar la misma Iglesia y cada cristiano. Porque puede suceder que sigamos a Jesús sin saber a quién seguimos, o que llevemos su nombre sin saber qué significa ese nombre y ese hombre.

En efecto, con sinceridad, ¿quién es Jesús para nosotros? ¿Qué esperamos de él? ¿Qué nos impulsa a escuchar su palabra, bautizar a nuestros hijos o celebrar fiestas en su honor?

Y se levanta Pedro, la expresión de una fe aún incipiente e inmadura, quien responde más con el corazón que con los labios: Tú eres "el Mesías de Dios". Lo que nadie se había animado a decir, lo afirmó él; por primera vez se atrevió a mirar a Jesús a los ojos y lo urgió a que asumiera su papel, como desafiándolo: Tú eres el liberador de nuestro pueblo. Por eso te seguimos...

Debió de producirse un gran silencio, y Jesús sintió que todas las miradas estaban clavadas en él a la espera de una sola palabra, una orden, un grito que iniciara la gran rebelión.

Una vez más Jesús, leyendo en el corazón de Pedro, comprendió que estaba ante la gran tentación de su vida. Le ofrecían el poder, la espada, la gloria, las riquezas y los honores.

Como nunca, comprendió que la voz del Padre no había sido escuchada por sus discípulos y que a él mismo le era difícil acatarla momento a momento. Y cuando Pedro pronunció aquella palabra tabú: «Mesías» -palabra tan ambigua pero tan cargada de intenso patriotismo y de afán de revanchas y conquistas-, Jesús comenzó a recordar lo que estaba escrito sobre el Mesías en los profetas, particularmente en los cantos del Siervo de Yavé. No era un mesías guerrero, ni un caudillo de la espada, ni un gran conquistador lo que Dios tenía pensado sobre sus elegido. Era, en cambio, un hombre que debía asumir en el dolor la tarea de redimir al hombre de su orgullo: «Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia. Me mirarán a mí, a quien traspasaron; harán llanto como llanto por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito» (primera lectura).

Entonces Jesús, aun a riesgo de perder su popularidad y hasta esa fe vacilante de los apóstoles, les ordenó severamente que no se lo dijeran a nadie. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre -título que revela el sentido humilde del Mesías- debía sufrir mucho, que sería rechazado por los ancianos del pueblo, condenado a muerte, y que resucitaría al tercer día. Esa es la auténtica fe de la comunidad cristiana que, después de la Pascua, interpreta la obra de Jesús a la luz de las antiguas profecías y de las palabras del mismo Jesús, palabras que en su momento no fueron comprendidas.

Siendo éste un tema sobre el que hemos reflexionado abundantemente en la semana santa, ahora sólo insistimos en lo siguiente:

--En la orden imperiosa de guardar silencio sobre su mesianismo, quiso decirles: No se os ocurra enseñar jamás que yo soy ese Mesías que vosotros estáis esperando. Sí, soy el Mesías, pero no el que vosotros sentís y pretendéis. El Cristo que habréis de anunciar siempre es el que yo mismo os voy a revelar.

--Y este Mesías que responde al designio de Dios está señalado por dos características: el dolor y el rechazo. No sólo sufrirá mucho, sino que sentirá en carne propia el rechazo de los suyos y la oposición de esa misma gente que se dice religiosa y que ocupa altos cargos en la nación. El gran misterio de este texto no está tanto en la incredulidad de los de fuera, sino en la resistencia que la misma Iglesia ofrece a Jesús en su calidad de Mesías sufriente y humilde. Tan cierto es esto que -según el relato realista de Marcos- Pedro se enfadó mucho con Jesús por palabras tan peregrinas, se sintió profundamente defraudado y llevándolo aparte lo reprendió por lo que estaba diciendo; le discutió ese punto de vista que, bajo ningún aspecto, estaba dispuesto a aceptar. Jesús comprendió que debía actuar con rapidez y firmeza, y le reprochó su incredulidad y tozudez con palabras dirigidas a todo el grupo: "¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!"

No en vano, como bien apunta Lucas en un típico detalle que le es propio, Jesús hizo la famosa pregunta después de haber rezado solo, pues únicamente desde una oración sincera al Padre pudo descubrir su misión y responder con fidelidad. Orando encontró el criterio de Dios, tan distinto y hasta opuesto al criterio de los hombres.

La tentación demoníaca se ha hecho carne en la comunidad cristiana y tiene ya una precisa formulación: hay que rechazar toda forma de cristianismo sufriente; hay que oponerse a que seamos perseguidos por la fe; hay que concluir con las formas humildes y pacíficas. Queremos seguir a Cristo rey y, por lo tanto, queremos todo el poder: el religioso y el político. Queremos dominar el mundo bajo el signo de la cruz; necesitamos demostrar quién es el más fuerte en bienes, riquezas y poderío. Si triunfamos, es porque Dios nos bendice...

El evangelio de hoy es una voz de alarma porque el peligro mayor de la Iglesia no está fuera sino dentro de sí misma: traicionar a Cristo distorsionando su imagen...

2. Seguir a Jesús...

La segunda parte del texto evangélico no es más que la consecuencia de la primera: si así es nuestro Cristo, ¿cómo habremos de seguirlo?

-- «El que quiera seguirme... »

Cada uno debe elegir entre los pensamientos de Dios y los criterios de los hombres. Es razonable pensar que existan otras formas más fáciles de vivir la religión; también hay otras maneras de afrontar la misión de la Iglesia en el mundo. Jesús no puede obligarnos a tomar una decisión u otra. Eso depende de cada uno.

Seguir a este Jesús que él mismo revela debe ser un acto libre y consciente. Esto supone que analicemos el problema, que estudiemos el Evangelio, que comprendamos las palabras de Jesús y que las comparemos con otras teoría,s. Y después, decidirnos. Mas quien quiera seguirlo, que sepa que deberá hacerlo de acuerdo con el modo indicado por el mismo Jesús. No podemos fabricar un cristianismo sin «este» Cristo.

--«Que se niegue a sí mismo...»

ABNEGACION/QUE-ES: Renunciar a algo es abandonar una cosa por otra considerada mejor. Jesús habla de negar o renunciar a uno mismo... Alguno podrá pensar que esto es inadmisible, pues alienaría totalmente al hombre creyente. En efecto ¿acaso no se ha afirmado que el cristianismo valora la persona humana y quiere su crecimiento total? ¿Cómo conciliar la valoración del hombre por la fe y esta negación de uno mismo que Jesús nos exige?

La objeción no es nueva y la respuesta no es tan simple.

En efecto, si la expresión «negarse a sí mismo» significara: anularse a uno mismo como persona, no ser capaz de tomar una decisión, esperar que otro piense y decida por nosotros, someternos incondicionalmente a la autoridad religiosa y otras cosas por el estilo, es obvio que ningún hombre digno podría aceptarla. Porque de nada nos vale que nos libremos de tal o cual dominación -llámese del pecado o de Satanás- para caer después bajo otra esclavitud. Un cambio de amo no nos haría más libres.

Sin embargo, si hay un dato claro en los evangelios es que Jesús nos trae la plena libertad como personas y como comunidad. Desde este ángulo, tratemos de arrojar luz sobre la controvertida frase de Jesús.

Jesús ha rechazado como venida de Satanás toda forma de religión que sea signo de poder sobre los hombres.

Todo régimen opresor aliena al hombre. Pero cuando nos adherimos a las diversas formas de poder -por ejemplo, del dinero- no nos damos cuenta de que estamos bajo su dominio; a tal punto nos identificamos con ese poder, que llegamos a tener la ilusión de que somos más en la medida que tenemos más. Se trata de una trampa sutil porque el enemigo está dentro de nosotros y se hace pasar por nosotros mismos.

Es que toda tentación externa tiene su aliado en algo que está dentro del hombre: el egoísmo; ese egoísmo que nos aprisiona y nos traiciona. Pedro y los demás apóstoles corrieron el riesgo de traicionar a Dios por egoísmo; Judas traiciona a Jesús por ese mismo egoísmo no superado; y por egoísmo traicionamos a la esposa, a los hijos, al país o a un amigo.

Por lo tanto, es inútil pensar en la liberación del hombre -en una liberación de algo exterior al hombre- si no comenzamos por la liberación interior. Y es en el interior de cada uno donde ha de librarse la primera y decisiva batalla.

Desde esta perspectiva, «negarse a sí mismo» significa que quien quiere la liberación que trae Jesús, debe comenzar liberándose en su propio interior de cuantas fuerzas internas lo tienen aprisionado; liberarse de la mentira, del orgullo y de la vanidad, del afán de lucro y de la autosuficiencia...

No nos queda otra alternativa: o el hombre se niega a sí mismo en cuanto hombre-opresor, y entonces podrá llenarse de la libertad de Cristo, o bien optará por un vivir para sí mismo, rechazando la fe de Cristo.

Las palabras de Jesús constituyen un enigma que se entrelaza con el misterio de la vida: el hombre afirma su personalidad en la capacidad de darse a los demás renunciando a ese «sí mismo» que intenta oprimirlo y oprimir a los demás.

--«Que cargue con su cruz de cada día y se venga conmigo.»

El enigma de la vida continúa: nada más humillante que nos carguen con una cruz. Por eso Jesús dice: Que no te la carguen, tómala tú mismo. La cruz es un modo de afrontar la vida, y ese modo debe ser aceptado desde el corazón. Tomar la cruz es preguntarse cada día: ¿En qué puedo servir a mi hermano? ¿Cómo puedo engendrar vida en quien la necesita?

Hay quienes se aferran de tal modo a sí mismos, que salvar su vida es lo único que les importa. Todo es pensado y vivido en función de su egoísmo. Para Cristo, ese hombre está perdido, es un pobre hombre.

El discípulo de Jesús arriesga todo por un ideal. Si Cristo lo libera interiormente, justo es que por esa libertad lo arriesgue todo, aun la misma vida. En efecto, ¿qué valor puede tener una vida sin libertad interior?

Esta es la cruz del cristiano: la que él mismo elige como forma de vida. El debe buscarla y asumirla. Si se la imponen es un esclavo cristiano..., esclavo, al fin. Si no la toma, es esclavo de sí mismo. Si la toma, morirá en ella. Morirá como hombre libre. Por eso vivirá.

Esa es la paradoja.

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 70 ss.


9.

¿QUE HEMOS HECHO DE JESÚS?

A veces es muy peligroso sentirse cristiano «de toda la vida». Porque se corre el riesgo de no revisar nunca nuestro cristianismo y no entender que, en definitiva, todo el vivir cristiano no es sino un continuo caminar desde la incredulidad hacia la fe en el Dios vivo de Jesucristo.

Con frecuencia, creemos tener una fe inconmovible en Jesús porque lo tenemos perfectamente definido en un lenguaje preciso y ortodoxo, y no nos damos cuenta de que, en la vida diaria, lo estamos continuamente desfigurando con nuestras aspiraciones, intereses y cobardías.

Lo confesamos abiertamente como Dios y Señor nuestro, pero, luego, apenas significa gran cosa en nuestros planteamientos y las actitudes que inspiran nuestra vida. Por eso es bueno que escuchemos todos sinceramente la pregunta interpeladora de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros? ¿qué lugar ocupa en nuestro vivir diario?

Cuando, en momentos de verdadera gracia, uno se acerca sinceramente al Jesús del evangelio, se encuentra con alguien vivo y palpitante. Alguien a quien no es posible encerrar en unas categorías filosóficas, unas fórmulas o unos ritos. Alguien que nos lleva al fondo último de la vida.

Jesús, «el Mesías de Dios», nos coloca ante nuestra última verdad y se convierte para cada uno de nosotros en invitación gozosa al cambio, a la conversión constante, a la búsqueda humilde pero apasionada de un mundo mejor para todos.

Jesús es peligroso. En él descubrimos una entrega incondicional a los hombres que pone al descubierto nuestro radical egoísmo. Una pasión por la justicia que sacude nuestras seguridades, cobardías y servidumbres. Una fe en el Padre que nos invita a salir de nuestra incredulidad y desconfianza.

Jesús es lo más grande que tenemos los cristianos. El que puede infundir otro sentido y otro horizonte a nuestra vida. El que puede contagiarnos otra lucidez y otra generosidad, otra energía y otro gozo. El que puede comunicarnos otro amor, otra libertad y otro ser. Pero no olvidemos algo importante. A Jesús se le conoce, se le experimenta y se sintoniza con él, en la medida en que nos esforzamos por seguirle.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 321 s.