25 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C
(10-18)

10.

«¿Quién decís que soy yo?»

En otras ocasiones, y con el deseo de conseguir la atención, he comenzado narrando alguna historia o aludiendo a algún acontecimiento de actualidad. Hoy creo que basta con lanzar las mismas preguntas que dirigió Jesús a sus discípulos en Cesarea de Filipo: «¿Quién dice la gente que soy yo? (...). Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Son preguntas que el Señor Jesús nos dirige todos los años y que no han perdido ninguna actualidad. Son, sin duda, un comienzo directo, muy sugerente. Hoy Jesús, en cuyo nombre nos reunimos en la eucaristía, nos pregunta y me pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo? (...). Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Se lo pregunta a esta comunidad que se llama cristiana -seguidora de Jesús- y me lo pregunta directamente a mí, que me confieso creyente: «Y tú, ¿quién dices que soy yo?».

Durante este año litúrgico nos acompaña la lectura continua del evangelio de Lucas. Sin embargo no es posible leer, a lo largo de todos los domingos del año, el tercer evangelio, y la lectura debe dar ciertos saltos y hacerse discontinua. El domingo pasado presentábamos uno de los hechos más profundamente humanos de la vida de Jesús, cuando sabe ver que aquella mujer, pecadora pública, había pecado mucho, pero amaba mucho más. Si consultáis el evangelio de Lucas veréis que nos hemos saltado la conocida parábola del sembrador, tres milagros de Jesús y la misión de los doce a predicar el reino de Dios. Inmediatamente antes del episodio evangélico de hoy, se ha narrado la multiplicación de los panes en que Jesús da de comer a cinco mil personas. Es en el contexto de ese milagro espectacular de Jesús, que los evangelistas relatan con claras alusiones a la eucaristía, en el que surge la doble y sugerente pregunta de Jesús.

J/ADMIRACION: ¿Qué piensan acerca de Jesús los hombres y mujeres de nuestro tiempo? Es gratificante constatar que Jesús es una figura universalmente valorada de forma extremadamente positiva. Se podrá ser cristiano, musulmán, budista o hindú -ahí está la admiración de Gandhi: «Yo digo a los hindúes que su vida será imperfecta si no estudian respetuosamente la vida de Jesús»-, pero hay una unánime valoración de su persona y de su admirable mensaje.

Incluso sectores importantes del judaísmo, muchas veces por razones históricas no proclives a valorar a Jesús, tienden hoy a considerarle dentro de la mejor tradición israelita.

Se podrá ser incluso ateo o agnóstico y, sin embargo, se sigue hablando positivamente de la persona y del mensaje de aquel de quien nos hablan los evangelios. Lo expresaba admirablemente Albert Camus: «Yo no creo en la resurrección, pero no ocultaré la emoción que siento ante Cristo y su mensaje».

Y vosotros -nuestra comunidad creyente-, ¿quién decís que soy yo? Y, ¿quién digo yo que es Jesús para mí? No se trata de dar respuestas teóricas, que pueden ser teológicamente muy correctas y hasta muy profundas y elaboradas. Hoy se trata de responder desde mi verdad, desde mi total autenticidad, quién es ese Jesús para mí. Hans Kung, en su conocido libro Ser cristiano, subraya el peligro que ha tenido toda generación creyente de construirse un Jesús «a su imagen y semejanza» y así pasa revista al Cristo de la piedad, al del dogma, al de los entusiastas, al de los literatos. La respuesta de Pedro en el evangelio de hoy se limita a afirmar que Jesús es «el mesías de Dios», aquel a quien generaciones y generaciones de judíos de tal forma habían esperado que le llamarán así, «el esperado». En el evangelio de Mateo, expresado desde la fe que surge después de la pascua, Pedro afirmará algo que no se lo ha revelado la carne ni la sangre, sino el Padre de Jesús: «Tú eres el mesías, el hijo del Dios vivo». Pero los dos evangelios, y también el de Marcos, incluyen las inesperadas palabras de Jesús en que se habla de que hay que cargar con la cruz de cada día y que sólo salva la vida el que la pierde.

Ante ese peligro de hacernos un Jesús de mi fe «a mi imagen y semejanza», es preciso volver a esa respuesta de Pedro que refleja la más primigenia fe cristiana. Él es el mesías, el esperado: no sólo de aquel pueblo, de aquellos hombres y mujeres que tenían la ilusión de engendrarle. El es también, y sigue siendo, el esperado de muchos hombres: de los que le aceptan desde la fe de la Iglesia o de los que le consideran un modelo de lo que el hombre debe ser. Jesús es la expresión de los mejores deseos del hombre, alguien a quien la humanidad debe mirar para reconocer la verdad más auténtica del hombre.

J/QUIEN-ES: Él es «el hijo del Dios vivo»: ahí entramos de lleno en la fe. Es lo que afirmaba Pablo: sólo en el Espíritu podemos afirmar que Jesús es el Señor, el Kyrios -el título en griego que el judaísmo reservaba a Yavé-. Sólo desde la fe, desde la gracia del Espíritu, podemos afirmar lo que no nos lo revela la carne ni la sangre: que Jesús es la palabra de Dios, que en él todo fue creado y todo será recapitulado finalmente en él; que Dios se manifestó a los hombres de formas muy diversas, pero que es en él, en Jesucristo, en quien Dios, a quien nadie ha visto jamás, se ha manifestado en esa etapa definitiva de la historia. Es desde la fe, que es pura gracia y don de Dios, desde la que confesamos ese misterio último de Cristo, que es irrenunciable para los que nos llamamos cristianos. Pero hay que añadir algo más, y sumamente importante: Jesucristo es la luz que ilumina las tinieblas de los hombres, pero es también el Deus absconditus, el Dios escondido. Él es el Dios que no nos resuelve automáticamente nuestros problemas, ni el Dios que nos explica los últimos enigmas del hombre; tampoco es el Dios que promete a los que creen en él caminos de rosas y de triunfos.

Por eso, el mismo Jesús añade enseguida algo fundamental que no estaba presente en la confesión de Pedro. Para evitar los equívocos, Jesús anuncia inmediatamente su pasión.

Y añade algo sumamente significativo: «Si uno se avergüenza de mí y de mis palabras». El que quiera seguirme -mejor traducido, «el que quiera venirse conmigo»- que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día». Jesús no propone una negación de las alegrías y las ilusiones humanas, pero sí afirma que es mejor dar que recibir, que es más feliz el que da que el que recibe, que hay una suprema alegría en el dar la vida y que, por el contrario, el que se encierra en sí mismo, el que sólo vive para sí y sus intereses, no está ganando su vida, la está perdiendo. No podemos avergonzarnos de esas palabras de Jesús.

Esto último es lo que no entendía Pedro. Por eso, en el evangelio de Mateo, responderá con toda su buena voluntad a Jesús que anuncia su pasión, con ese: «¡Lejos de ti, Señor!», y se negará, también con la mejor voluntad, a dejarse lavar los pies porque su Señor no podía realizar un oficio de esclavo. Los evangelios se limitan a afirmar que Jesús se apareció a Pedro, pero no nos informan con detalle de ese hecho. Puede pensarse que Jesús le repetiría lo mismo que a los discípulos de Emaús: «Era necesario que el mesías padeciese». Fue entonces cuando, finalmente, Pedro lo comprendió.

Podríamos añadir otras afirmaciones para balbucear nuestra fe en el misterio de Jesús. Nos pueden quedar esas tres, que son un resumen de la fe de la primera Iglesia, a la que siempre hay que recurrir. Así Hans Kung llega a decir: «Es legítimo llamar cristianos a todos aquellos cuyo vivir y morir está últimamente determinado por Jesucristo». Porque no se trata de teorizar, sino de que nuestra vida está determinada por aquel a quien confesamos Señor. Aquí hay también que dar una respuesta correcta...

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 248 ss.


11.

1. "EI Hijo del hombre tiene que padecer mucho".

La escena del evangelio de hoy constituye un punto culminante en los sinópticos: es como la línea divisoria de las aguas en la vida de Jesús. Hasta ahora, conforme al encargo del Padre, Jesús ha actuado mesiánicamente; ha suscitado, sobre todo entre sus discípulos, un presentimiento sobre la esencia de su persona. Dada la importancia del cambio que se produce en esta escena, Lucas la sitúa en el contexto de una oración de Jesús a solas. Al plantear la cuestión de su identidad, Jesús aprovecha la ocasión para desvelar lo central de su misión. Las ideas de la gente al respecto son tan vagas e imperfectas que él no puede seguir callando; la afirmación de Pedro: tú eres «el Mesías de Dios», es correcta, aunque la idea que Pedro tiene del Mesías es todavía enteramente veterotestatmentaria y está determinada por la mentalidad de la época, según la cual el Mesías debe ser el liberador de Israel. De ahí la prohibición terminante de difundir este título, y de ahí también -mucho más profundamente- la clara exposición de la verdadera misión del Mesías: ser desechado, morir, resucitar. Y para que todo esto no sea percibido como un acontecimiento incomprensible, en cierto modo mitológico, se saca enseguida la consecuencia para todo el que quiera ser su discípulo: que «cargue con su cruz cada día y se venga conmigo»; eso es seguir al Mesías. La fe exigida incluye la acción que implica: seguir a Jesús no por una especie de ganancia ventajosa, sino mediante la pérdida incondicional: «El que pierda su vida por mi causa...».

2. «Harán llanto como llanto por el hijo único».

Ciertamente la primera lectura (del profeta Zacarías), por su proximidad a la cruz de Cristo, seguirá estando siempre rodeada de misterio y nunca podrá explicarse del todo. Quizá ni siquiera el propio profeta sabe quién es este «hijo único», por el que se entona un lamento tan grande como el luto de los sirios paganos por su dios Hadad-Rimón, que muere y resucita; del que se dice que los mismos que se lamentan lo han matado, «traspasado». Además este gran llanto está suscitado por «un espíritu de gracia y de clemencia» que es derramado por Dios, y con motivo de tan gran lamentación se alumbrará en la ciudad santa «un manantial contra los pecados e impurezas». ¿Tuvo realmente el profeta un presentimiento de que todo esto sucedería: el Hijo de Dios traspasado, el manantial (que en último término brota de él mismo) y el espíritu de oración que por la muerte del traspasado se derrama sobre el pueblo? Resulta casi obligado suponer que aquí aparece un oscuro barrunto de lo que se dice claramente en el evangelio: el Mesías tendrá que padecer mucho y morir, y el espíritu de oración y purificación hará posible una com-pasión interior.

3. «Hijos de Dios en Cristo Jesús».

La segunda lectura cierra el abismo que parece abrirse entre el destino del Mesías traspasado y el llamamiento a seguirle que se hace en el evangelio a hombres completamente normales. Si éstos «pierden su vida por mi causa», entran en la esfera del que padece originariamente y por sustitución vicaria, se convierten en «Hijos de Dios» en él, no en el sentido de los misterios paganos de Hadad-Rimón, sino en el sentido que Pablo desvela cuando muestra cómo el creyente por el bautismo «se reviste de Cristo». Se sobrentiende que no se trata de algo externo como el vestido, que permanece fuera del cuerpo, sino de una realidad dentro de la cual el hombre se pierde. Por eso los cristianos no llevan cada uno su vestido personal, sino el vestido de Cristo, el Cristo vivo que acoge a todos en sí para que todos sean «uno» en él y puedan así participar interiormente en su destino único («cargar con su cruz cada día»).

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 265 s.


12. «LLUVIA DE ENCUESTAS»

Una de las características de nuestro vivir actual es la invasión de las «encuestas». De la misma manera que han llegado la polución atmosférica, o los productos congelados, o la música delirantemente rítmica y ruidosa, del mismo modo han proliferado las encuestas. Todo se somete hoy a encuesta: el pasado, el presente y el futuro. Hasta lo futurible: «¿Ganaría la liga tal equipo con otro entrenador que no fuera el actual?» Decididamente, no sabríamos ya vivir sin encuestas. Yo no sé si las encuestas ayudan -o al revés- para que «formemos opinión» y sepan tomar decisiones los dirigentes. No sé siquiera si sirven para que los encuestados progresen como seres pensantes, razonadores, despiertos. Tampoco sé -aunque a veces lo pienso-, si las encuestas tendrán como finalidad «divertir al personal», tanto a encuestadores como a encuestados. Lo que sí sé es que, cuando menos lo piense uno, le asalta alguien en la calle -bolígrafo o micrófono en mano-, y ¡zas!, comienza el interrogatorio: «¿qué opina usted sobre los incendios forestales... el SlDA... la corrupción... ?».

Pues bien. He aquí que Jesús también, un día, se lanzó a la calle, en Cesarea de Filipo, y comenzó su personal interrogatorio: «¿quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?». No pretendo analizar, ni mucho menos, las contestaciones dadas. Simplemente me planteo unos interrogantes y reflexiones al ritmo del suceso.

1.° ¿Qué pretendía Jesús?: ¿«conocer a los encuestados» a través de sus contestaciones o, quizá, «conocerse a sí mismo» deduciendo, de las opiniones de los demás, si estaba acertando o no, en los caminos de «implantación del Reino»? O ¿quizá, lo que pretendía Jesús era que «los encuestados se conocieran entre sí»? De tal manera que el mutuo conocimiento les llevara a la comprensión, y la comprensión al amor. ¡Y el amor entre los hombres -ya lo sabéis- es lo que se convertiría en verdadero camino hacia Dios!

2.° Jesús, aunque sólo consta que en esta ocasión se dirigiera en un interrogatorio directo a las gentes, en realidad toda su vida estuvo sometida al variopinto resultado de las encuestas. Unos le llamaban «Samaritano», cosa mala y reprochable. Otros creían que estaba «endemoniado». Algunos le tenían por «comilón y bebedor», porque no tenía reparo en «sentarse a la mesa entre pecadores y publicanos». Otros se debatían entre el asombro y la incertidumbre porque no entendían «cómo podía perdonar los pecados». Es decir, opinaban «todo» sobre El. Hasta en el momento de morir se bifurcaban sus opiniones. Mientras los judíos «lo entregaban porque era un malhechor», el centurión aseguraba: «Este hombre es el Hijo de Dios».

3.° Ultima y principal reflexión: «¡qué despiste tan monumental el de los humanos!» ¡Entonces y ahora! Ya el libro de los salmos había sentenciado de nosotros: «¡Tienen ojos y no ven. Tienen oídos y no oyen!» Es claro que así sucede. Ocurrió entonces: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron», se lamentaba Juan, añadiendo: «¡Era la luz, pero los hombres prefirieron las tinieblas a la Luz!». Y eso ocurre también ahora. Díganme: ¿Cómo puede ocurrir que valores tan «incuestionables» como por ejemplo el de la vida, sea «cuestionado» tanto? ¿Cómo puede entenderse que el aborto o el terrorismo, entre opiniones ambiguas y tristes, se hayan abierto camino en una sociedad civilizada y cristiana? ¡Deberíamos conseguir que las encuestas sirvieran para eso: para abrir nuestros ojos y dejarnos inundar de la Luz!

ELVIRA-1.Págs. 244 s.


13.

Frase evangélica: «-Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

-El Mesías de Dios»

Tema de predicación: JESUCRISTO, EL MESÍAS

1. El término «Mesías» (Ungido) se aplicó al rey, a los sacerdotes que recibían la unción y al liberador prometido, el Hijo de David. En tiempos de Jesús, todos esperaban la llegada de Dios, de su Enviado, del Mesías, como un rey temporal. Por eso le cuesta a Jesús reconocer este título, aunque al final de su vida admite el de «Hijo de David». A su llegada, dados los signos que hace, es difícil reconocer a Jesús como Mesías. De ahí la interpelación de Cristo a sus discípulos en un momento evangélico crucial: «¿Quién decís que soy yo?».

2. Esta pregunta se la hace Jesús a los cristianos en sus diferentes etapas de la vida. Probablemente, todos hemos dado respuestas distintas. Así, Jesús es el hombre para los demás, el Varón de dolores, el Cristo de los milagros, el Profeta revolucionario, el Redentor de los pecados, el Señor sacramentado, el Liberador del pueblo, etc.. Recordemos que cada evangelista da una imagen distinta y verdadera de Jesús. En definitiva, como dicen las confesiones primitivas de fe: Jesús es el Señor o el Cristo, Jesucristo.

3. La confesión de fe de Pedro va unida en Lucas a un «signo» decisivo: la pasión y resurrección. A Cristo se le reconoce en el momento de su muerte, crucificado por su tenor de vida. Pero se le reconoce, a su vez, por su resurrección, ya que entregó su vida como rescate por todos.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Cómo reconocemos personalmente a Jesús?

¿Expresamos en algún momento nuestra fe de manera explícita?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 289 s.


14.

- La pregunta sobre la fe

Sorprende a veces que cuando en nuestro país -y en otros de semejante tradición religiosa- se realizan encuestas en que se pregunta "¿Se considera usted católico?", las respuestas afirmativas consigan porcentajes tan altos, del 80 o más por ciento. Sorprende porque muchas de estas personas que responden afirmativamente, luego, ante preguntas referentes a cuestiones básicas y fundamentales de la fe cristiana, responden negativamente. Y se da la paradoja, la contradicción de que hombres y mujeres que, por una parte, se afirman "católicos", por otra digan no creer -por ejemplo- en la divinidad de Jesús o en la existencia de la vida eterna.

No se trata de juzgar a estas personas. Las causas de estas contradicciones pueden ser muy diversas y quizás el rápido preguntar de bastantes de estas encuestas no sea el mejor modo de atestiguar lo que la gente cree. Pero, sea como sea, la constatación de esa amplia contradicción en estas encuestas, nos puede llevar a interrogarnos sobre cuál es la pregunta fundamental de la fe cristiana.

- "¿Quién soy yo?"

En el evangelio de hoy hemos escuchado cuál fue la pregunta de Jesús a sus discípulos. Una pregunta que les hace después de convivir con ellos largo tiempo. Y en un momento crucial de su vida, de su misión, cuando las cosas empiezan a ir mal y ya se puede prever el final trágico. Y los evangelistas captaron la importancia de esta pregunta ya que -a pesar de sus diferencias- la incluyeron en sus evangelios como un hecho neurálgico.

La pregunta es: "Vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Es decir, la pregunta decisiva no se refiere a si ellos se consideraban discípulos (o, traducido a nuestra situación y lenguaje, a si nosotros nos consideramos cristianos, católicos). Sino que la pregunta decisiva se refiere a lo que cada uno de nosotros dice, cree, sobre Jesús.

Dicho de otro modo: lo importante no es lo que decimos sobre nosotros, sino lo que cada uno de nosotros -en su corazón, desde lo más hondo- dice sobre Jesús. Hermanas y hermanos: esa es la pregunta que una y otra vez, en los momentos clave de nuestra vida, nos hace Jesús en el secreto de nuestra relación personal con él: Y tu, ¿quién dices que soy yo?

- "El que quiera seguirme"

Sin embargo, podríamos añadir que la cosa no termina aquí, ni con la pregunta ni con nuestra respuesta. En el evangelio de hoy se veía muy claramente. Nuestra confesión de fe, nuestra respuesta, se autentifica, adquiere verdad y realidad en el seguimiento de Jesús. "El que quiera seguirme", añade Jesús. "El que quiera", es decir, se trata de una invitación, no de una imposición. Una invitación que -como dice el evangelista Lucas- hace Jesús "dirigiéndose a todos". No se excluye a nadie, pero la respuesta es personal, de cada uno.

Creemos en Jesús para seguirle. Una simple afirmación de nuestra fe en él, sin seguimiento, sería palabra sin verdad, palabra sin hechos, palabra sin compromiso. Puede ser -y por experiencia lo sabemos todos- que nuestro seguimiento sea a medias, mezcla de buena voluntad y tibieza y pecado. Pero el propósito, el empeño, el esfuerzo por seguir a Jesús, es lo que da verdad a nuestra fe, lo que la atestigua como mucho más que palabras sin contenido vital.

- "Su cruz de cada día"

"El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo". Eso ya es más difícil explicarlo con palabras. Eso más bien nos lo enseña nuestra relación personal con Jesús, el mismo seguimiento. El no quedarnos encerrados en nosotros sino abrirnos a los demás. El aceptar lo que hay de sacrificio en amar de verdad a los demás. "Cruz de cada día" no es masoquismo o cobardía, sino vivir y crecer según el amor que nos enseña y comunica Jesús.

Es lo que pedimos cada domingo al renovar el paso de Jesús por la cruz hacia la vida. No agarrarnos y encerrarnos en nuestra vida, sino abrirnos y comulgar con la Vida que es de Dios y es de todos.

MISA DOMINICAL 1998/08-29


15.

Hace varias semanas que terminamos la celebración de la Pascua e iniciamos el Tiempo Ordinario. Pero los domingos siguientes a Pentecostés han estado dedicados a celebrar a la Santísima Trinidad y el don eucarístico del Cuerpo y Sangre de Cristo. Hoy es el primer domingo "ordinario".

En el Tiempo Ordinario disminuimos los signos festivos que nos han acompañado en los días anteriores. Pero de ninguna manera debe eso significar que descuidamos la celebración, que siempre requiere preparación y dignidad en sus varios momentos: cantos, ministerios, proclamación y escucha de la Palabra, aclamaciones de la comunidad, el gesto principal de la comunión...

Precisamente reemprendemos hoy estos "domingos ordinarios", con un mensaje muy serio, que no hemos de "suavizar", ni siquiera por coincidir este domingo con el comienzo del verano: Lucas nos presenta el camino de Jesús con un horizonte de cruz para llegar a la salvación.

El pasaje de hoy concluye el relato del ministerio de Jesús en Galilea. El domingo próximo comienzan las páginas que Lucas dedica a la "subida a Jerusalén". (La segunda lectura es hoy, y lo seguirá siendo dos domingos más, de la carta a los Gálatas, como los de tres domingos anteriores, que nosotros no hemos seguido).

- EL TRASPASADO

El evangelio de hoy tiene tres partes: a) la confesión de Pedro, b) el anuncio de la pasión y c) la norma para los discípulos: tomar la cruz cada día y seguir a Cristo. Es importante que la homilía ayude a comprender la estrecha relación de las tres: a) el mesianismo de Cristo, que Pedro confiesa, b) es interpretado por Jesús desde la clave del Siervo que va a realizar su misión a través de la pasión y la muerte, c) y les dice a los que le quieran seguir que deben imitar su mismo camino, que pasa por la cruz.

El anuncio de la pasión que hace Jesús viene preparado por la lectura de Zacarías, que alude a un hecho dramático futuro y misterioso: a alguien le traspasarán en Jerusalén, y de ese hecho serán todos culpables y tendrán que hacer luto. Todos "mirarán a quien traspasaron".

Sea quien sea esa persona a la que se refiere este texto, para nosotros, que ya conocemos el evangelio, esto nos recuerda necesariamente a Cristo clavado en la cruz, a quien un soldado traspasó el costado, haciendo brotar sangre y agua. Nosotros "miramos al que han traspasado" y vemos en él al Salvador y al que da sentido a nuestra vida. Por el sacrificio de uno ha sido salvada la humanidad. El amor ha vencido al mal.

- UN ANUNCIO NO DEMASIADO AGRADABLE

El anuncio de Jesús no resultó muy agradable a sus oyentes. La profesión de fe de Pedro parece fácil. Pero en seguida "se complica". No sólo hay que creer en Jesús como el Mesías: sino como "el Mesías que pasa a través de la cruz".

La idea del mesianismo que tenían los discípulos,y en concreto Pedro, era muy diferente de la de Cristo. Para ellos el ungido de Dios llevaría a cabo su misión con aire triunfalista, político, social. Cristo reinterpreta inmediatamente la confesión de Pedro en la clave de su entrega hasta la muerte: la cruz y la resurrección son el camino de la nueva alianza de Dios con la humanidad. A todos nos gusta más la comodidad y el triunfo que el sacrificio y el sufrimiento que puede comportar la fidelidad. Somos espontáneamente burgueses y no héroes. Nos gusta más el Tabor que el Gólgota. Pero la vida ha llegado -para Cristo y para nosotros- a través de una experiencia profunda de solidaridad y de dolor.

Un eco todavía de la Pascua: y es que cada domingo celebramos y en cada Eucaristía participamos de la misma Pascua de Cristo, su Cuerpo entregado, su Sangre derramada. Cada vez "miramos al Traspasado", nos alegramos de su victoria, participamos de su vida.

- LA CRUZ DE CADA DÍA

Lucas nos incluye a nosotros y nos aplica la lección de Jesús: "el que quiera seguirme... cargue con su cruz cada día y se venga conmigo". El discípulo de Jesús debe seguir su mismo camino: un camino que es fidelidad a Dios y entrega por los demás, ambas con todas las consecuencias. Incluida la cruz.

No se trata de ir buscando ocasiones extraordinarias para ser héroes o mártires. Es la cruz de cada día, las pruebas que nos va deparando la vida, ese constante sacrificio y entrega en nuestras relaciones con los demás, nuestra entrega y disponibilidad, la aceptación de las renuncias, las molestias, las fatigas y el autocontrol que exige el ser buenos cristianos en este mundo: todo eso supone a veces una ascesis difícil, pero que nos da la ocasión de contribuir con Cristo a la salvación de la humanidad.

La cruz nos gusta sólo como adorno en las paredes o al cuello. Pero la cruz de Cristo, y la que él nos invita a asumir nosotros, es seria. Lo que puede no tener de dramatismo en el martirio, lo tiene de meritorio en la monotonía de la vida cotidiana de los seguidores de Jesús.

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1998/08-25


16.

Primera lectura : Zacarías 12, 10-11 Mirarán al que traspasaron.

Salmo responsorial : 62, 2.3.-4.5-6.8-9 Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.

Segunda lectura : Gálatas 3, 26-29 Los que han sido bautizados, se han revestido de Cristo.

Evangelio : Lucas 9, 18-24. ¿Quién dice la gente que soy yo?. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho.

Muchas veces el pueblo de Israel pensó que Dios tenía obligación con él por el simple hecho de ser el escogido de Dios. El profeta Zacarías le anuncia la íntima relación que existe entre la gracia y la clemencia: el pueblo de Israel debe ser fiel al Dios que le ha escogido por pura misericordia, por gracia sin mérito propio. Es el llamado que Zacarías está haciendo.

En la carta a los Gálatas el Apóstol Pablo está recordando a la comunidad que todos somos hijos por la fe en Cristo Jesús. Esta fe en Cristo Jesús es un regalo de Dios que él da a quien quiera. La fe es un don gratuito de Dios que él pone en el corazón de hombres y mujeres, no por su posición social ni por su dignidad política, o económica. El escoge a los que quiere en su designio amoroso y los introduce en la vida de la fe que es capaz de superar toda limitación cultural, de género... La fe que Dios pone en nuestros corazones nos hace co-partícipes de las promesas hechas a Abraham, aunque no pertenezcamos al pueblo judío.

El don de la fe también Dios se la regala a Pedro, quien confiesa a Jesús el Cristo. Esta confesión que surge después de una charla larga donde Jesús les pregunta a sus discípulos de lo que de él se dice en las plazas y en las regiones que ellos frecuentan. Los discípulos le comunican a Jesús que le confunden con profetas antiguos, con Elías, con Juan el Bautista. Esto nos recuerda que la fe es regalo de Dios para poder reconocer en Jesús "el Cristo" ("el ungido") de Dios. Después que los discípulos le comunicaron a Jesús de lo que pensaba la gente de él, él los interroga de lo que ellos mismos personalmente pensaban de él, y Pedro, tomando la palabra, por el poder de Dios, confiesa a Jesús como el Cristo. Esta confesión expresa el don de la fe que Dios coloca en el corazón de Pedro, y así es como éste puede hacer una confesión tan acertada sobre Jesús.

Al mismo tiempo que Pedro confiesa el mesianismo de Jesús, el mismo Jesús al escuchar a Pedro, les confiesa el tipo de mesianismo que él ha asumido. No será el mesianismo que el pueblo judío había entendido (meramente político, militar...). El mesianismo que Jesús plantea es un mesianismo de servicio, de entrega y de vida, hasta el punto de dar la propia vida.

Jesús es el Mesías y sólo le podemos conocer si el Padre nos regala el don de la fe en nuestras vidas. Y sólo podemos trasparentarlo si conociéndolo hacemos nuestro su propio proyecto hasta el punto de dar también nuestra vida por nuestros hermanos si fuera necesario.

Sobre el tema del mesianismo, recordamos también este estudio que puede servir de planteamiento y marco general: Jon SOBRINO, Mesías y Mesianismos. Reflexiones desde el Salvador, "Concilium" 245(abril 1993)159-170, accesible también en http://www.uca.ni/koinonia/relat/69.htm

Para la reunión de la comunidad o del círculo bíblico

-Jesús hizo un "estudio de opinión", una encuesta, entre sus coetáneos. Hagámosla nosotros. Recojamos la opinión de la gente de la calle, mediante una encuesta, quizá a estilo sociológico incluso, o periodístico... y comentemos después -religiosa, bíblica y teológicamente- los resultados.

-El mesías ha de padecer mucho... Hacer también una encuesta sobre la cruz: qué piensa el cristiano común sobre la cruz: ¿Hay que aceptarla, abrazarla, amarla, buscarla, combatirla...? Comentar -religiosa, bíblica y teológicamente- los resultados obtenidos.

Para la conversión personal

-Y vosotros, y tú, ¿quién dices que soy Yo? ¿Quién es Jesús para mí? En mi teoría, en mi fe, en mis sentimientos, en mi voluntad, en mi práctica...

-El Hijo del hombre ha de padecer mucho... ¿Tengo una visión providencialista, fatídica, resignada, masoquista... de la Cruz?

Para la oración de los fieles

-Por todos los que hoy no sabrían responder a la pregunta de quién es Jesús por no haber escuchado todavía su nombre, para que el anuncio del evangelio les llegue como una buena nueva, sin compulsión, como una oferta respetuosa de evangelización, roguemos al Señor...

-Por todos los que hoy no sabrían responder a la pregunta de quién es Jesús por no haber dado una respuesta personal al anuncio recibido de la buena noticia del evangelio; para que el Espíritu de Jesús les lleve a tomar una opción radical de vida frente a la verdad de la que él dio testimonio.

-Para que renovemos en cada eucaristía nuestro compromiso bautismal, nuestra opción personal de aceptar la interpretación del mundo que Jesús nos ha presentado...

-Para que comprendamos que Dios no ama el sufrimiento, ni se lo impuso a Jesús, sino que Jesús luchó contra la cruz, y que por eso fue por lo que los interesados en que nada cambiara lo llevaron a la cruz...

-Para que la fe cristiana no lleve ya nunca a nadie a resignarse ante el mal, ante la injusticia o el sufrimiento evitable...

Oración comunitaria

Dios, Padre nuestro, que no enviaste a tu Hijo Jesús a sufrir y a aceptar la cruz, sino a luchar contra ella y a liberar a sus hermanos de las cruces de la historia; haz que su mensaje sea siempre bien comprendido, mejor enseñado y perfectamente vivido. Te lo pedimos a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

SERVICIO BIBLICO _LATINOAMERICANO


17. 2004

Nexo entre las lecturas

¿Quién es Jesucristo? Esta es la gran pregunta de los hombres desde hace veintiún siglos, y es la pregunta que nos plantea la liturgia de este domingo. Las respuestas son varias: un profeta: Elías, Jeremías, por ejemplo, o un otro Juan Bautista. Pedro en nombre de los Doce llega a afirmar que es el Mesías de Dios. Para Jesús las respuestas son insuficientes y se da a Sí mismo el nombre del Hijo del hombre, que terminará su vida sobre una cruz (Evangelio). A la luz evangélica se capta el sentido último de la profecía de Zacarías: "Mirarán a mí, a quien han traspasado" (primera lectura). Para san Pablo, a la luz de la Pascua, Jesucristo es el que hace pasar al hombre desde la infancia bajo el pedagogo hasta la adultez del hombre libre e hijo de Dios (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. Un gran profeta, pero nada más. La opinión de la gente no es algo que ha comenzado a contar en nuestro tiempo. Desde que comenzaron a existir las ciudades, los reinos y los imperios ha contado y se la ha tenido en cuenta. En el Evangelio, según nos narra san Lucas, Jesús no la desprecia, pero considerándola insuficiente, la corrige y completa. La gente piensa que Jesús es un profeta, y en esto tienen razón. Piensa que no es un profeta cualquiera, sino uno entre los grandes: Elías, tal vez Jeremías, incluso Juan Bautista resucitado. Jesús no rechaza el título de profeta, pero deja claro que no dice totalmente quién es Él. Además la comparación con Elías, Jeremías, o Juan Bautista no sólo le queda muy corta, sino que son figuras con las que en diversas cosas no se identifica. Jesús es en verdad un gran profeta, que habla en nombre de Dios y lee la historia de los hombres a la luz del designio divino, pero también es mucho más.

2. El Mesías de Dios, pero... Pedro, y los demás apóstoles, han acompañado a Jesús durante un buen tiempo, han convivido con él, le han visto orar, predicar, curar; han escuchado sus enseñanzas, sobre todo sus palabras sobre el Reino de Dios. Han dado un paso más en el conocimiento de Jesús: No sólo es un profeta, es el Mesías de Dios. Sí, el Mesías, descendiente de David, el caudillo batallador, el rey victorioso que ha logrado la máxima expansión del reino de Israel, derrotando a todos sus enemigos. Jesús repetirá, como Mesías, la figura de David: derrotará a los romanos, ampliará las fronteras del reino, los reyes de las naciones vendrán a Él para rendirle vasallaje y pleitesía. El reino de Israel, reino de Yahvé, volverá a ser glorioso. Jesús no está de acuerdo con este mesianismo soñado por Pedro y los demás apóstoles. Jesús no niega, ni jamás negará, que es el Mesías. Sería negar la verdad, y esto es imposible para quien es la Verdad. Pero Jesús no hace propia la figura de un Mesías, caudillo de las huestes de Yahvé. Mesías de Dios, sí, pero Mesías diverso a como lo imaginan los discípulos más cercanos.

3. Un Mesías, avezado al sufrimiento. En este momento crucial de la vida de Jesús, antes de comenzar su viaje hacia Jerusalén, lugar de su crucifixión, Él da un paso más en el desvelamiento de su vida y de su persona. Comienza a hablar de algo extraño, y ausente de toda profecía del Antiguo Testamento, es decir, de un Mesías que va a terminar su existencia sobre el trono de una cruz. Algo de esto tal vez pudo barruntar el profeta Zacarías, cuando escribió: "Mirarán hacia mí, a quien traspasaron"(primera lectura), aunque esta frase jamás se aplicó al mesías en la tradición de los judíos, puesto que era Yahvé quien la pronunciaba. Este Mesías sufriente, algo inusitado e inconcebible para cualquier hombre, es identificado con el Hijo de Dios por san Pablo, quien, por eso, en la segunda lectura, puede decir que los cristianos "somos hijos de Dios en Cristo Jesús", su verdadero y único Hijo. Ahora ya podemos responder mejor a la pregunta sobre quién es Jesús: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".


Sugerencias pastorales

1. La mejor respuesta se da con la vida. La cuestión Jesucristo no es un problema que a base de pensar y pensar logramos solucionar de alguna manera. Menos aún, una cuestión obsoleta, carente de importancia, que sea indiferente el que se resuelva o no. En realidad es la única cuestión que vale absolutamente la pena, y que además no puede resolverse sino con la vida. Porque está claro que el que Jesucristo haya aceptado ser un Mesías de cruz, el que decir Jesús equivalga a decir Hijo de Dios, sobrepasa nuestros esquemas mentales y nuestra misma capacidad de raciocinio, y jamás el hombre conquistará esas verdades de nuestra fe a golpe de silogismos. Sólo cuando el hombre comienza a recorrer el camino estrecho de la cruz, y, fijos los ojos en Jesús, sigue las huellas de su historia, descubre que la cuestión Jesucristo camina al mismo paso que la cuestión hombre, y que sólo resolviendo la primera queda también resuelta la segunda. Quien sabe por experiencia lo que es el sufrimiento y percibe el valor redentor del mismo tanto para el sujeto que sufre como para la persona o las personas por las que se sufre, entonces está en condiciones de captar un poquito al menos la razón de un Mesías de dolores. Quien vive su condición de hijo de Dios, la grandeza de su dignidad filial y la actitud de obediencia propia de un hijo, estará en grado de responderse a sí mismo quién es Jesucristo y de poder proclamarlo con convicción ante los demás. En pocas palabras, si vivimos enteramente como cristianos, no habrá ni siquiera necesidad de preguntarnos quién es Jesucristo, porque nuestra vida será nuestra respuesta.

2."Ora para entender, entiende para orar". Los misterios de la fe se conocen mejor en la capilla que en el escritorio, se conocen mejor con la oración que con el estudio, aunque ambos sean necesarios. Dios es El único que tiene la llave de los misterios. Sólo Él puede abrirnos ese sagrario de su corazón. La inteligencia, cuando está abierta a la fe, nos prepara y nos pone ante el sagrario del misterio. La inteligencia, una vez que Dios nos ha permitido entrar en el misterio, nos ayuda a darle vueltas y a captar algún que otro átomo de su realidad superior e infinita. Pero únicamente la oración, si es humilde, constante, confiada, mueve a Dios a abrirnos el sagrario del misterio. Dentro de ese sagrario, el alma se extasía y el entendimiento comienza a navegar por mares desconocidos. La teología más auténtica es la que se hace no sólo desde la fe, sino sobre todo desde la oración, desde la inteligencia orante y adorante del misterio. Igualmente, la predicación más verdadera es la que ha pasado las verdades de la fe por el horno de la meditación. En las cosas de Dios, el que ora entiende, y el que no, no entiende nada, o casi nada. Si los cristianos orásemos más y mejor, los problemas de fe disminuirían en gran número o desaparecerían por completo. En un mundo que a veces parece sin sentido, la oración puede encontrarle sentido. ¡Vale la pena!

P. Antonio Izquierdo


18. DOMINICOS 2004

En las siete líneas que ocupa la 2ª Lectura, el nombre de “Cristo” aparece cinco veces, casi tantas como líneas. Queda claro que es importante para san Pablo. Pero, para nosotros, ¿quién es? “¿Quién es éste?” Mt 8, 27.

Parece que Jesús sentía la misma preocupación, pero en primera persona. Y, como entonces no había asesores de imagen, él se lanzó un día a la calle, en Cesarea de Filipo, y comenzó su personal encuesta, preguntando a los discípulos sobre su identidad.

Primero se interesó por lo que pensaban los demás: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Luego, intentó aquilatar más, la pregunta fue mucho más comprometida: “¿Y vosotros, quién decís que soy yo?” Tuvo que ser un momento difícil para los discípulos. San Pedro, una vez más, lo solventa brillantemente. Para nosotros, hoy, es más fácil. Falta la sorpresa y, por otra parte, lo conocemos todo sobre Jesús. De una u otra forma, echaríamos mano del evangelio y prepararíamos nuestra respuesta en tres niveles: “él es”, “tú eres”, “yo soy”: Jesús es más que un profeta, es el Mesías, el Cordero de Dios; tú no eres Elías, Juan Bautista u otro profeta. Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel, el consagrado de Dios, el Mesías que tenía que venir al mundo. Y, citando sus mismas palabras, le recordaríamos que él dijo de sí mismo: “Yo, el que habla contigo, soy el Mesías esperado”; “Yo soy el pan de la vida, el pan bajado del cielo... la luz... la vida...”

Cuando, contentos, hubiéramos acabado nuestra preparada respuesta, puede que nos encontráramos con la sorpresa de la reiterada pregunta de Jesús: “Muy bien. Eso es lo que dice el Evangelio. Pero, ¿tú que dices de mí? ¿Quién soy yo para ti?” Y tendríamos que volver a empezar.

Comentario Bíblico
Las opciones proféticas del cristianismo


Iª. Lectura (Za 12,10-11;13,1) :Mirarán al que "traspasaron"
I.1. El texto de la primera lectura del día pertenece al conjunto de Za 9-14, el Deutero-Zacarías, como se conoce en el ambiente de los estudios proféticos, porque denota un contexto distinto de Za 1-8. Estamos, pues, ante una época diferente, especial preocupación por el mesianismo; quizás ante la crisis del imperio helenista que hace reflexionar a un hombre incorporado a una corriente profética como es la del libro de Zacarías. De la misma manera que tenemos el Deutero-Isaías (40-55) podemos hablar en este sentido del libro de Zacarías. La lectura de hoy forma parte de una serie de oráculos sobre Jerusalén, una Jerusalén signo de contradicción. Tiene unos tonos apocalípticos indiscutibles. Pero en este oráculo, la figura es "el que traspasaron". )De quién se trata?. Si hacemos una lectura como la de Jn 19,37, se ajustaría a Jesús crucificado de cuyo costado manaron sangre y agua: una vida nueva y un espíritu nuevo, como el mismo texto de Zacarías apunta, a su manera, sobre la casa de David y sobre la misma Jerusalén.

I.2. Bien es verdad que en el texto hebreo se dice “el que traspasaron”, aunque la traducciones griega y latina (LXX y Vulgata) dice “al que insultaron”; quizás porque entendieron que los paganos que conquistaron Jerusalén “insultaron” a su Dios. No obstante, debemos mantener el misterioso “traspasaron” del texto hebreo. En la lectura teológica del judaísmo oficial, los oráculos proféticos que hablaban del sufrimiento, como Is 53, no se consideraron mesiánicos porque no podían aceptar que el Mesías sufriera. Fue el cristianismo primitivo el que aceptó su valor mesiánico y redentor. El espíritu de gracia y de súplica sobre los habitantes de Jerusalén, para contemplar al que "traspasaron", para purificarse, es un reto que sigue ahí sobre esa ciudad milenaria, simbólica, religiosa y teologal.

I.3. Los cristianos sabemos quién fue traspasado en Jerusalén para traer al mundo entero la paz y la fraternidad. Pero Jerusalén no es todavía la ciudad de la paz, porque no está "traspasada" por el perdón y la gracia. Por el contrario, es ciudad discutida, centro religioso del monoteísmo, pero muy lejos de estar traspasada por el amor y la justicia. El oráculo sigue siendo un reto ecuménico también para judíos, cristianos y musulmanes..., pues sólo en el Dios vivo y verdadero es posible sentirse habitantes de una Jerusalén nueva "traspasada" por la fraternidad. El Dios monoteísta de judíos, cristianos y musulmanes, sigue “traspasado” por la violencia y más aún si esa violencia la justifican algunos desde la religión.



II. Lectura (Gal 3,26-28): “Los bautizados os habéis revestido de Cristo”
II.1. ¿Qué significa revestirse de Cristo? En el texto, primeramente, significa liberarse de la esclavitud de la ley, de la pertenencia nacionalista o religiosa a un pueblo, a una raza, a un “status” social. Significa que todo hombre puede ser hijo de Abrahán, pertenecer a Dios y ser salvado por Él. Este texto es una opción teológica sin precedentes, con todas sus consecuencias. La alternativa que Pablo plantea al judaísmo, y a los que aún siendo cristianos quieren mantener el “exclusivismo” del judaísmo, salta por los aires. La religión puede ser usada para muchas cosas que no son precisamente consecuentes con el proyecto de salvación de Dios. El bautismo, en nombre de Cristo, es un bautizarse en su vida, en su compromiso, en sus experiencias de perdón y misericordia.

II.2. Todo esto significa, pues, según Gal 3,28, que todo hombre o mujer, esclavo o libre, creyente o ateo, tienen una dignidad inigualable en Cristo. Es uno de los textos cuyas consecuencias todavía no se han dejado sentir radicalmente en la Iglesia y en la sociedad. Cristo ha hecho posible lo imposible: todos sois hijos de Dios en Cristo Jesús mediante la fe. Si Pablo interpretó en su momento el acontecimiento cristiano, expresado bajo la imagen del bautismo, como una ruptura con los esquemas sociales y religiosos del judaísmo, ahora debemos expresarlo y vivirlo así en la Iglesia que es una "comunión" y está guiada por el Espíritu. Todo lo que sea perder de vista este misterio de comunión, para privilegiar el aspecto de la Iglesia institución, es cortar las raíces por donde se alimenta ese misterio de liberación y de gracia.



III. Evangelio (Lc 9,18-24): Perder, en el cristianismo, es vivir
III.1. La escena de la confesión mesiánica, en Lucas, es semejante a los otros evangelios, pero con los matices propios de este evangelista. Jesús está en oración, está viviendo una experiencia muy personal, muy humana, está preguntándose por su vida, por su misión, por lo que hace en este mundo. La oración, en Lucas, siempre subraya momentos importantes. La confesión de Pedro de que Jesús es el Mesías tiene su correctivo en la escena del "traspasado" del texto de Zacarías. Un Mesías que ha de sufrir ¿puede ser el Mesías? Oficialmente no. Y es que Jesús no se presenta con los papeles en regla para el judaísmo oficial. Y quiere sacar a sus discípulos de ciertos equívocos: No basta simplemente la confesión mesiánica y religiosa, porque ello puede quedar en un simple nacionalismo.

III.2. La vida de Jesús es una vida profética y, como tal, no concuerda con la ley y la tradición. Ni su Dios, ni su predicación, ni sus ideas son oficiales. La oración le enseña otra cosa, otra forma de ser Mesías: está dispuesto a perderlo todo. Jesús es un hombre de opciones fuertes y sus seguidores deben saberlo: en la vida del Reino, perder es ganar. El mundo social se construye de otra manera y los verbos “subir” y “ganar” se convierte en la garantía de haber logrado el “status” necesario. En la construcción del Reino los verbos que debemos tener muy presente es “bajar” y “perder”. El mesianismo de Jesús que la comunidad reconoció después de la resurrección ya no era nacionalista, sino profético y por eso cabía la renuncia, el sufrimiento y la muerte.

III.3. El mesianismo de Jesús encuentra su “status” en los marginados, los pecadores, los débiles, los que no tienen derechos... y que con toda seguridad no son los mejores; pero para ellos, antes que para nadie, el evangelio es anuncio de liberación y salvación. Los buenos de verdad se alegrarán de ello, porque es como un acto de justicia divina. Aunque de esta propuesta salvadora de Jesús nadie, absolutamente nadie, queda excluido.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía
No es fácil, de entrada, saber por dónde iba Jesús, qué pretendía al hacer aquellas preguntas tan directas. Siguiendo la dialéctica de las encuestas, tendríamos que decir que Jesús buscaba evaluar su misión, conocer si se pensaba que el programa que se había impuesto para la implantación del Reino iba por buenos derroteros o no, dado que los resultados no parecían del todo satisfactorios... Nunca se excluye en estos estudios el conocimiento de los propios encuestados a la luz de sus contestaciones. ¿Buscaría Jesús conocer mejor el terreno que pisaba en orden a una mayor eficacia de su palabra? Se podría pensar que Jesús tenía buenos motivos para investigar sobre su índice de popularidad. Sabía que algunos le llamaban “samaritano”, peyorativamente; otros le creían endemoniado. Hubo quien le consideró blasfemo y otros “comedor” y “bebedor”. Nos consta que algunas de estas acusaciones le acercaron a la muerte.



¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

Lo que sí parece fuera de duda es que Jesús se refiere a su identidad personal, una de las características más preponderantes de la cultura actual. A todos nos gusta que nos identifiquen, que nos distingan; nadie quiere ser innominado y, menos, ninguneado.

Jesús sabía de sobra aquello sobre lo que preguntaba. Él iba preparando el terreno para llegar a otras metas. Por eso, cuando los discípulos, rehechos de la primera sorpresa de la pregunta, contestan con los términos elogiosos que sus contemporáneos aplicaban a Jesús, éste simula no hacer mucho caso. Le dicen que la gente cree que él es Elías, Juan Bautista, otro profeta, o sea, le hacen ver que la gente tiene muy buen concepto suyo. Pero, Jesús, ni inmutarse. Nada.

Imaginemos los libros escritos en veinte siglos sobre Jesús, los Concilios celebrados para aquilatar las formulaciones más correctas sobre su identidad, las poesías escritas por los mejores poetas, los cuadros, los autos sacramentales... Si hoy se nos preguntara algo similar, ¡qué fácil sería echar mano de lo más selecto para dar la mejor contestación a su pregunta! La duda, sin embargo, es si haríamos cambiar a Jesús de actitud. Más bien, nos escucharía como escuchó a los discípulos, como si no le afectara, como si ya lo supiera o se lo imaginara.



¿Y vosotros quién decís que soy yo?

Esta es la pregunta decisiva. Hacia aquí llevaban los preparativos anteriores de Jesús. Hay que quitarse las máscaras y, a cara descubierta, contestar. ¿Quién decís que soy cuando no estoy yo delante? ¿Quién decís que soy en el trabajo, con los amigos, en familia, en la intimidad? ¿Qué dicen de mí vuestras obras, vuestras intenciones, vuestras ilusiones, vuestros sueños?

Es la pregunta por la fe personal, por el compromiso, por el testimonio a todos los niveles, por la honradez pública y privada, por la coherencia, por la autenticidad. No es de extrañar que se hiciera un silencio en torno a Jesús hasta que el buen Pedro lo rompe con su sincera y rápida declaración.

En honor a la sinceridad habrá que reconocer que es más cómodo escuchar la pregunta de Jesús cuando se proclama el evangelio que escuchársela a él personalmente, como los discípulos. Es más fácil y, sobre todo, más cómodo contestar ahora en nuestro interior que contestarle a él. Y, sin embargo, en una fe adulta no sirve contestar por poderes o por procurador. La pregunta está hecha y alguien espera la respuesta, la mía.



Tú eres el Mesías

Había llegado el momento y la ocasión esperada por Pedro. Y Pedro no defrauda. Su confesión constituye el centro de todo el párrafo evangélico. Nadie había dado todavía una respuesta acertada a su pregunta. Parece que ni discípulos ni seguidores en general habían visto nada especial. Sólo los demonios intuyeron algo y, por eso, temieron su destrucción. Pedro es distinto: “Tú eres el Mesías”. Y, por Pedro y a partir de aquí, hay en los discípulos un cambio de dirección. Dejan de seguirle como antes y comienzan a hacerlo como al Mesías, al enviado de Dios. Ya saben quién es o, mejor, empiezan a intuirlo.

Más adelante Jesús les mostrará que, siendo importante, tampoco sirve la confesión de Pedro. Jesús les mostrará que saber teóricamente quién es supone un paso relevante, pero Jesús quiere, busca y pregunta por la fe, por la fe personal. Se puede saber quién es Jesús y no implicarse, o hacerlo sólo a medias con su persona y misión. ¿Qué implicación podían tener los discípulos en Jesús cuando en el último momento de su vida de resucitado entre ellos y momentos antes de ascender a los cielos le espetan aquella frase terrible: “¿Señor, es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?” (Ac 1, 6).



¿Dogma o moral?

“Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo”, dice san Pablo en la 2ª Lectura. De hecho, ya nos lo había dicho con más fuerza en su carta a los Romanos: “Sostenemos que el hombre es justificado por la fe sin obras” (Rom 3, 28). Pero, unos años más tarde, fue Santiago quien, al darse cuenta de que no todos entendían lo de la fe con la limpieza y altura de san Pablo, tuvo que salir a la palestra y decirnos: “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar?... Si la fe no tiene obras, está muerta” (Sant 2, 14ss).

Hoy, Jesús nos lo dice de otra forma, más clara y personal: “El que quiera venirse conmigo –o sea, el que crea tener fe-, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Obras que, con frecuencia, son renuncias, sacrificios, disciplina. Algo que ningún aspirante a que se le vote se atreverá a introducir en su campaña electoral. Pero Jesús, sin miedo alguno a perder popularidad, nos pide hoy al final del evangelio que sepamos perder tranquilidad, comodidad, tiempo, dinero, si queremos descubrir la vida de fiarnos de él, eso es creer, y emplear las pocas o muchas energías que tengamos de forma desinteresada y gratuita, que esas son obras.

Fray Hermelindo Fernández, O.P.
hfernandez@dominicos.org