14 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VIII
DEL TIEMPO ORDINARIO
1-10

1. RIQUEZA/LIBERTAD

Nos encontramos ante uno de los pasajes más bellos, tanto en el orden literario de la forma, como en el orden doctrinal del contenido: una pieza de antología. Destinatario: el hombre de cualquier época, en cualquier lugar del ancho mundo: el rico, el discreto "burgués" o el pobre; el hombre individual y el hombre colectivo.

La orientación hacia el Reino de Dios y la vida según el Espíritu de Cristo exige una decisión definitiva y radical: hay que optar fundamentalmente por Dios o por el dios-dinero (o lo que se puede comprar y gozar mediante el dinero). Tan evidente es esto que la sabiduría de la gente ha transformado en refrán la frase de Jesús: "Nadie puede servir a dos señores". Pero uno se pregunta: ¿por qué esta obsesión de Jesús por prevenirnos y liberarnos de esta tiranía del dios-dinero? Porque cada vez que el dios-dinero se convierte en amo, el hombre pierde su libertad y su dignidad; porque, cuando el hombre consagra su vida al dios-dinero, orquesta un ritual de sacrificios y devociones que le arrebatan la paz y lo convierten en un manojo de angustias, inquietudes y preocupaciones.

Jesús nos conoce bien y desenmascara directa y abiertamente las justificaciones más "nobles" que nosotros solemos darnos para legitimar nuestra idolatría del dinero. Lo hace con tres comparaciones llenas de poesía y encanto: las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; sin embargo, son alimentadas; nadie, por mucho que se haya afanado, ha podido cambiar la estatura de un hombre; los lirios del campo no hilan ni tejen y, sin embargo, están muy bien vestidos. Hay que reconocer que estas palabras son verdaderamente cautivadoras; pero, a medida que reflexionamos, las cosas se hacen tal vez menos sencillas.

¿Cómo compaginar las evocaciones poéticas de Mateo con la situación miserable en que se encuentran sumergidos centenares de millones de seres humanos? ¿No está más que justificada la inquietud del hombre, cuando todos nos preguntamos cómo podremos sobrevivir simplemente en este mundo descentrado y salvaje? ¿Nos echaremos en brazos de una magia celestial o nos conformaremos con suscribir una póliza de seguro celestial contra los infortunios temporales? ¿Y qué hacemos entonces con el espíritu de solidaridad y con la misma caridad cristiana? La primera tentación que nos sale al paso es la de dulcificar las palabras de Jesús. Pero la Palabra de Dios no se deja acomodar: la única actitud noble es la de escucharla, acogerla y dejarse transformar por ella. Veamos breve y sencillamente lo que la Palabra nos dice.

Ante todo, Jesús no invita ni a la pereza ni a la abdicación: las aves no dejan de "trabajar" para encontrar su alimento; los lirios del campo no dejan de hundir sus raíces en la tierra para mantener la frescura y viveza de sus vestidos. La inactividad, el cruzarse de brazos y la despreocupación están condenadas por el sentido común y por el evangelio (parábolas de las minas y de los talentos). El humor discreto de Jesús subraya todo lo que tiene de irrazonable la inquietud exagerada de los hombres: el hombre no es ni un lirio del campo ni un pájaro del cielo, sino que ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios; por eso mismo es providencia para sí y providencia para los demás, como enseña Santo Tomás de Aquino.

Jesús nos invita hoy a hacer una apuesta tan poco "popular" como las otras exigencias radicales del evangelio. Hay que tener bien claro el fin y los medios, la meta y el camino: Dios, el Padre de Jesús, o el dios-dinero. Si hemos optado por Dios-Padre, la prioridad no tiene vuelta de hoja ni admite compadreos: "Buscad como cosa primera el Reino de Dios y su justicia..." Este es el corazón y el secreto de la revolución liberadora del evangelio (=conversión). La lógica del Reino(=la justicia) supone un vuelco en la escala de valores, incluso de los valores realmente importantes, que los proyectos seculares de salvación proponen al hombre.

Apostar por el REINO DEI quiere decir que hemos de convertirnos en luchadores natos de la persona, la vida, la libertad y la hermosura para todos. No se trata de repartir, sino de compartir el ser y la vida. Esto supone que cada uno de nosotros se libere de las ataduras del dios-dinero y se considere, como S.Pablo, un servidor del Reino, al margen de angustias e inquietudes paralizadoras, de autocríticas narcisistas y complejos de inferioridad. Porque una cosa hay firme y segura: aunque la madre se llegara a olvidar del hijo de sus entrañas, Dios Padre no se olvida de cada uno de nosotros (1a lectura). Si nos mantenemos, pues, en la lógica del Reino las otras cosas nos serán añadidas, porque brotarán del corazón en que no reina la angustia, sino que reina la paz.

Tenemos que terminar, pues, con la propuesta clave de Jesús: "Nadie puede servir a dos señores". ¿A quién elegimos para servir de por vida? El dios-dinero ofrece poder, bienestar, abundancia, lucha sin escrúpulos para tener y poseer; el Dios-Padre convoca a la vida, a la libertad y a la alegría, a la confianza y al compromiso por ser y ayudar a ser a los otros. Pero, eso sí, no olvidemos que optar por Dios-Padre implica participar en el misterio pascual de Cristo y en su ritmo combinado de muerte y resurrección.

DABAR/81/17



2.

En este domingo inmediatamente anterior al inicio de la Cuaresma, hemos escuchado en el evangelio uno de los fragmentos más duros y, al mismo tiempo, más poéticos de todo el sermón de la montaña.

Por un lado, se nos ha dicho que en la actitud cristiana no caben las medias tintas: o servimos a Dios o nos hacemos esclavos del dinero. Por el otro lado, se nos ha exhortado, con frases impregnadas de amor a la naturaleza, a poner toda nuestra confianza en Dios, que, como madre amorosa y solícita, siempre cuida de sus hijos.

-Cuando el dinero se vuelve un ídolo.

Cada vez que oímos o leemos esta frase: "No podéis servir a Dios y al dinero", nos produce la impresión de que Jesús exagera un poco, como si el dinero fuera una realidad tan poderosa que pudiera equipararse con el mismo Dios, hasta el punto de constituir un obstáculo insalvable para el establecimiento del Reino en el corazón del hombre y en el seno de la sociedad.

Evidentemente, el dinero -y todo lo que el dinero representa- no es una realidad mala en sí misma. Es un instrumento necesario para la satisfacción de las necesidades de la vida humana. Lo que es malo es que, en la apreciación que los hombres hacemos del dinero, deje de ser eso, un instrumento, un medio, y se convierta en un fin en sí mismo, una finalidad casi absoluta de toda la existencia humana. Es entonces cuando se transforma en un ídolo y el amor que los hombres le profesan se presenta como una idolatría, tal como afirma san Pablo en una de sus cartas (Col/03/05).

RIQUEZA/IDOLATRIA: Hacer del dinero y de las riquezas un ídolo significa para el hombre poner toda su confianza en la posesión material de los bienes de la tierra, lo cual importa necesariamente dejar de confiar en el único valor absoluto, que es Dios. Si Jesús condena el amor a las riquezas no lo hace para que nos quedemos en una situación negativa de indiferencia o de aversión hacia los bienes materiales: lo hace porque desea que alimentemos la actitud positiva de confianza en ese Dios que es a la vez Padre providente y Madre acogedora de todos, de acuerdo con la bellísima expresión de Isaías que hemos escuchado en la primera lectura: "¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré".

J. LLOPIS
MI-DO/90/05



3.

El discípulo no debe caer en la tentación de la inquietud, del ansia, como si todo dependiese de él mismo: "No os inquietéis por vuestra vida". (...). Al discípulo se le pide confianza en el amor del Padre. Esto no exime del esfuerzo, al que no se le quita de ningún modo su seriedad y urgencia; pero se serena.

El ansia es la actitud de los paganos ("de todo eso se preocupan los gentiles"). Trabajar, pero no angustiosamente; el cristiano es un hombre libre de la angustia del mañana. Pero, naturalmente, la ausencia de inquietud no es suficiente para describir el esfuerzo que se le pide al cristiano. Hay otros dos aspectos esenciales, sin los cuales la serenidad sería falsa e imposible.

El primero es el siguiente: el discípulo debe saber que los bienes del reino ocupan el primer puesto ("buscad primero su reino y su justicia"). Esto significa, por ejemplo, que el bienestar que andamos buscando y en el cual ponemos nuestra confianza debe ser un bienestar "global"; debe comprender todas las dimensiones del hombre. Y significa, además, de una manera más profunda, ser conscientes de que el bien que andamos buscando y cuya ausencia, nos demos o no cuenta de ello, es la razón última de nuestra inquietud, es Dios y su amor.

Así pues, Mateo no invita solamente a la serenidad, sino también a dar una orientación diversa a la vida; no colocar ya ciertos bienes en el primer puesto, sino otros. Mientras que determinados bienes representen los valores supremos y sean nuestros ídolos, el ansia es inevitable. Eso es precisamente lo que quiere el mundo para esclavizarnos. El mundo engaña y seduce; nos convence de que sólo con la posesión tendremos seguridad y alegría. De esta manera nos convierte en esclavos dispuestos a servirle; nos despoja de nuestra verdadera humanidad y nos priva del espacio de la libertad. En esta insensatez está el origen del ansia: en la convicción de que esos bienes son los únicos importantes y que el hombre consigue la seguridad acumulando cada vez más para sí mismo. Es una necedad que vuelve ciego (/Mt/06/22-23); el ansia de poseer desorienta y entorpece el corazón. Y, sobre todo, decepciona.

Mateo habla de bienes que son destruidos por la polilla y el orín y que roban los ladrones. De una manera más general, la Biblia habla de "vanidad": Vanidad de vanidades, todo es vanidad" (/Qo/01/02).

¿Qué quiere decir esto? Con harta frecuencia, los bienes que el hombre busca y en los que pone su confianza y a los que sacrifica -luego hace de ellos sus ídolos- son "vanidad", inconsistentes como el humo (tal es el sentido de la palabra vanidad); de lejos, prometen; pero luego decepcionan. Son bienes deshonestos; no sólo porque a menudo son fruto de la injusticia, sino, además, porque en el fondo son "engañosos"; acaparan la confianza del hombre y luego la decepcionan. Hay una cierta ironía en el empleo de la palabra "mammona", que indica "aquello en que el hombre pone su confianza".

-No se puede servir a dos señores

A la luz de lo que queda dicho, podemos comprender en toda su profundidad la verdad de la afirmación: "Nadie puede servir a dos señores, a Dios y a las riquezas". La adhesión al dinero o, en otras palabras, la convicción de que el hombre se salva con su posesión, es idolatría; el hombre, no sintiéndose seguro a la sombra de la promesa de Dios (eso es precisamente la fe), coloca su seguridad en el dinero, forjándose luego la ilusión de que tiene fe porque ofrece al Señor las migajas de sus injustas riquezas. Hemos dicho idolatría; mas, como siempre, tal pecado no lo es solamente contra Dios, sino incluso antes contra el hombre; es inquietud, división y esclavitud.

-No la posesión, sino la fraternidad

FRATERNIDAD/RIQUEZA: Las palabras de Jesús no se limitan a invitar a la serenidad ni se contentan con desencantar al hombre librándolo de la fascinación ilusoria de la posesión. Indican el verdadero camino de la liberación: "Acumulad tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín destruyen y donde los ladrones no socavan ni roban". Lo importante es comprender que los tesoros del cielo, que no traicionan al hombre, no son los "méritos", sino la caridad. De esto precisamente nos habla Mateo: "Cuanto queráis que hagan con vosotros los hombres, hacedlo también". Lo que traiciona es la posesión para sí, no la fraternidad, el amor, las riquezas compartidas. La fraternidad es la riqueza que no decae, el camino que arranca al hombre a la inconsistencia; a la diferencia de la posesión para sí, que engaña y divide.

A. MAGGIONI-A.Pág. 76



4. MÍSTICO: AQUEL QUE DESCUBRE -A PESAR DE LA ESCANDALOSA PRESENCIA DEL MAL- QUE EL ULTIMO NIVEL DE LA REALIDAD ES EL AMOR.

Intentemos captar la intención general de Jesús al proponernos esta sublime elevación espiritual y poética que comienza con estas palabras: "Por eso os digo: no estéis agobiado por la vida pensando qué vais a comer...". A Jesús todo le hablaba del amor del Padre: los pájaros que surcan los aires y los lirios del campo; admiraba tanto la naturaleza, que la prefería a todas las esplendideces con que se pudiera haber vestido Salomón.

Quizá pueda sorprender, pero lo podemos decir: Jesús era ante todo un místico. Jesús, el hombre y el Hijo de Dios, el Señor y el Salvador, es el objeto de toda vida mística. Pero ahora queremos recordar que Jesús, existencialmente, era también un místico: no es una persona que viva unos fenómenos extraños, sino sobre todo una persona que tiene ojos y tienen corazón para captar -pese a toda la escandalosa presencia del mal en el mundo- que el último nivel de la realidad es el amor, puesto que todo ha nacido de un Dios que es amor. El místico es aquel que interpreta la realidad a partir de que el Absoluto tiene un nombre y que este nombre es "Agapé", es decir, amor generoso, amor gratuito, amor sin medida. El místico nos enseña que, si Dios es amor, la única actitud coherente es la de una absoluta confianza en Dios, puesto que sólo así nuestra pequeña realidad humana puede establecer contacto con él.

-UN TESTIMONIO: LA PLEGARIA DE CONFIANZA DEL PADRE CHARLES DE FOUCAULD Esta confianza en un Dios bueno y providente es lo que nos hace creyentes cristianos, imitadores de aquella absoluta confianza con la que Jesús veía el amor del Padre en todas las cosas y El mismo se ponía en las manos de su Padre y nuestro Padre. Hemos visto en estos domingos que la vida de los santos es el mejor comentario de las Bienaventuranzas y del Sermón de la Montaña. Por eso hoy, al acabar este conjunto de lecturas, os querría proponer el ejemplo de un gran cristiano de nuestro tiempo: el padre Charles de Foucauld. Fue un militar francés que dejó una vida mundana y se convirtió a la fe, viendo el ejemplo de adoración a Dios que le dieron los musulmanes durante su estancia en África. Lo dejó todo y se hizo primero trapense y luego ermitaño en el desierto africano. Durante una estancia en Nazaret, entre los años 1897 y 1900, mientras buscaba su camino definitivo, meditando las palabras de Jesús en la cruz: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" -sublime testimonio de la confianza de Jesús en su Padre-, escribió esta oración que os invito a escuchar y luego a meditar en unos momentos de silencio:

Padre:
Me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras.

Sea lo que sea te doy gracias.
Estoy dispuesto a todo.
Lo acepto todo con tal que tu voluntad
se cumpla en mí y en toda tus criaturas.

No deseo ninguna otra cosa, Padre.

Te ofrezco mi vida.
Te la doy con todo el amor de que soy capaz:
porque te amo y necesito darme.
Ponerme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre.

J. PIQUER
MI-DO/87/05



5. CONSUMO/OCIO

La página del evangelio es poética: nos habla de las flores y de los pájaros. Pero a la vez contiene un mensaje muy profundo para los que vivimos a primeros de este siglo, en medio de la sociedad de consumo: que no seamos esclavos del dinero o de la ambición.

¿Quién se libra hoy de la frenética carrera que nos impone la sociedad por el "tener más", por la mejora técnica y económica de nuestra vida? La sociedad nos envuelve en su espiral de consumo, que despierta "necesidades" superfluas. Basta que TV anuncie un producto y al día siguiente se vende mucho más, aunque en realidad no lo necesiten tantos. Vivimos sumergidos en preocupaciones: muchas normales (sacar a flote a la familia, dar lo mejor a los hijos) y otras desmesuradas.

Una primera respuesta de las lecturas de hoy a esta situación es invitarnos a que no nos dejemos esclavizar ni por el dinero ni por el poder ni por la fama ni por el señuelo del bienestar.

"Servir al dinero" no es servirse de él, sino estar obsesionados por él, con un agobio que hasta humanamente nos produce un creciente "stress" y la pérdida del equilibrio interior. Una cosa es saber el valor del dinero, que era necesario también en tiempos de Cristo (él también tuvo que mandar que compraran lo necesario para la cena de despedida). Y otra, el exagerar nuestra dependencia del dinero y de lo que se puede adquirir con él, de modo que lleguemos a perder la serenidad y la paz. Sería una lástima que esta carrera consumista nos quitara el humor, el amor, el humanismo. Que no tuviéramos tiempo para reirnos, para jugar, para pasear, para ver relajadamente un partido de fútbol o una película interesante, para "perder el tiempo" con la familia y los amigos. Eso sí: el lunes, a trabajar, porque hay que ganarse la vida. Pero sin perder la armonía interior porque no hemos conseguido el coche del último modelo: hay que saber conformarse con "el penúltimo", sin ponerse tristes ni trágicos.

Esta esclavitud de las cosas materiales les puede suceder a todos: a los ricos y también a los pobres (que pueden ser demasiado ricos en deseos), a los mayores y a los jóvenes (que a veces, por los estudios o los deseos de situarse en la vida, dejan de disfrutarla).

-Confiar en Dios y buscar su Reino.

Una segunda respuesta de Dios en sus lecturas es la invitación a que sepamos buscar en la vida los valores verdaderos, el Reino: que no sólo apreciemos los valores humanos, sino también lo que comporta nuestra apertura a Él, a la comunidad eclesial, a nuestra vida de fe: el Reino. Que sepamos confiar y abrirnos a Dios.

Isaías invitaba a su pueblo, y precisamente en circunstancias nada fáciles, a confiar filialmente en Dios. Dios, en la breve lectura, se comparaba con una madre que no olvida a sus hijos.

DO/QUE-HACER: El domingo, por ejemplo, ciertamente nos invita al descanso personal, a la relajación, a disfrutar de la naturaleza y de la vida de familia, a los hobbies deportivos o culturales que podamos tener, pero también a la celebración de la Eucaristía con nuestra comunidad, o a una oración especial en el seno de la familia: o sea, a vivir ese día de descanso desde la perspectiva de un cristiano que se alegra del triunfo pascual de Cristo y lo siente presente en su vida.

Buscar el Reino es dar más importancia a las cosas del espíritu que a las meramente materiales, en un equilibrio sereno que es el que nos enseña el evangelio.

-No se invita a la pereza.

Esta confianza en Dios no significa que se nos invite a la pereza, a la pasividad, a una huida poética, pensando que ya Dios proveerá a los gastos de nuestra casa o que no hay que ahorrar y ser previsores. El mismo Cristo que nos ha dicho lo de los lirios y los pájaros es el que nos invita en otro lugar a hacer fructificar los talentos que tenemos. No es una invitación al romanticismo bucólico, falsamente apoyado en Dios.

Lo que sí queda desautorizado es la excesiva preocupación, el agobio obsesivo, la esclavitud, que muchas veces matan el espíritu, ahogan el humor y no nos dejan vivir. Sería interesante, en algunos ambientes, aludir a que también la comunidad eclesial podría ser menos "seria" y ofrecer una espiritualidad más desahogada, más centrada en la esperanza y la alegría que en el miedo. ¿No da a veces la Iglesia la impresión de estar demasiado nerviosa y excesivamente preocupada por estructuras y doctrinas? La calma de Cristo, en sus palabras y en su estilo de vida, su amor a la vida y su capacidad de esperanza, es una lección ante todo para la Iglesia misma.

J. ALDAZABAL
MI-DO/90/05



6. PROVI/C C/PROVIDENCIA D/IMAGENES-FALSAS.

En una época en la que el hombre se podía definir, en metáfora, como niño, oponiendo a ese hombre-niño el hombre-adulto actual -más científico, más evolucionado, más conocedor del mundo en que vive-, no es de extrañar que primara una imagen de Dios como tapaagujeros, como "suplente" de los fallos, ignorancias e inseguridades del hombre. Un Dios que era más ungüento curalotodo que verdadero Dios.

Hoy el hombre ya no es niño. La revolución burguesa (con el fin del feudalismo en la Revolución Francesa de 1789), la revolución copernicana (que colocó a la Tierra fuera del centro del universo, haciéndole pasar a ser un pequeño punto en el cosmos), la revolución industrial (con la aparición en Inglaterra de los telares mecánicos y la máquina de vapor), la revolución antropológica (desde Darwin, que situó el origen del hombre dentro de una línea evolutiva, hasta Freud con todas sus teorías del psicoanálisis, el inconsciente...): son verdaderos hitos en la historia que marcan, globalmente, el paso de lo que hemos llamado hombre-niño al hombre-adulto, al darnos un conocimiento radicalmente distinto del hombre y su entorno todo.

Tras este cambio -y merced a él- el hombre ha descubierto nuevos e inusitados caminos para enfrentarse a las situaciones problemáticas. Hoy, por ejemplo cuando hace falta que llueva para la buena marcha de las cosechas no se recurre a las novenas sino al bombardeo de nubes con yoduro de plata. Los propios recursos, aquellos que el hombre tiene en sus manos, se revelan como más eficaces que las súplicas a quien, fuera de nuestro control, puede que nos haga caso o puede que no. Es mejor ir a lo seguro.

Ahora, pues, las "novenas" se hacen a la técnica; porque la técnica se ha convertido en el dios de nuestro mundo. La técnica lo domina todo (¿Todo?). La técnica es ahora el buen padre-dios que nos cuida y nos soluciona muchos problemas. El Otro no nos hacía caso. No era un Dios eficaz. Abandonémosle. Él se lo ha buscado.

Con todo, lo peor de la cuestión no es que ya no nos fiemos de Dios sino que hemos llegado a no fiarnos ya los unos de los otros. Ahora sólo nos fiamos de la técnica, ya que, según dicen los entendidos, no falla; y el hombre sí. Hoy sólo nos fiamos de aquello que funciona al margen del hombre; en nuestro afán de eludir los fallos humanos hemos acabado eludiendo al hombre.

Frente al riesgo hemos optado por los seguros de todo tipo: de accidente, de incendio, de robo, de vida... El "no me fío ni de mi padre" pertenece al lenguaje de hoy con carta de soberanía.

Sin embargo, el evangelio de hoy nos habla de un Dios Padre Providente en el que debemos confiar (frente a los seguros de la vida); claro que, como otras muchas veces, este evangelio o lo malinterpretamos captándolo en sentido literal, con lo cual enfilamos el camino seguro del desengaño, o no nos dice absolutamente nada porque el dato de experiencia nos demuestra que lo que Jesús nos dice hoy es mentira, que Dios será todo lo Padre que se quiera, pero ni nos viste, ni nos da de comer, ni se preocupa en absoluto por nosotros. Si es que existe Dios, no nos hace ningún caso. Se ha ido y él sabrá adónde.

PROVIDENCIA/QUE-ES:¿Qué ha sucedido? Como otras muchas veces no hemos sabido -o no hemos querido, porque podría ser comprometedor- entender qué es la Providencia. Unas veces ha sido más cómodo caer en el providencialismo, en una interpretación literal del evangelio de hoy; otras veces el providencialismo ha dado pie a que los detractores del cristianismo vapuleasen a la Iglesia; otras ha servido de arma opresora en manos de los poderosos...

Se impone, pues, con urgencia, un replanteamiento de la comprensión de la Providencia; y un replanteamiento que enmarque esta realidad del cuidado amoroso que Dios Padre tiene para con sus hijos en la realidad total del plan salvífico de Dios, pues es en él donde la Providencia encuentra su razón de ser. La Providencia no es algo que subsista por sí misma, pues no es en absoluto una actividad caprichosa de Dios.

-DIOS TIENE UN PLAN SALVÍFICO PARA EL HOMBRE...

La situación original del hombre era la de amistad con Dios; Dios era un verdadero Padre para el hombre y este era un verdadero hijo para aquél. Pero el hombre, en su afán de autoafirmarse, rompió estas amistosas relaciones con su Padre. Y dejó de ser hijo. Sin embargo, Dios no dejó de ser Padre y se mantuvo firme en su propósito original de tener unas relaciones amorosas con su creatura. Dios se propuso, en definitiva, salvar al hombre del ensimismamiento en que había caído, de recuperarlo del egoísmo para abrirlo a un mundo de Amor. Dios planeó y puso en práctica su Plan.

La historia de Israel no es sino la historia de la realización progresiva de ese Plan, realización que culminará en Cristo.

Dicha historia no se puede interpretar sino como la elección de un pueblo concreto a través del cual Dios va obrando en el mundo, va preparando el momento en que, con su epifanía total en Jesús, reinstaurará de forma plena y definitiva las relaciones Dios-hombre.

Las diversas etapas de ese pueblo oriental no se pueden interpretar "objetivamente", so pena de deformarlas; hay que saber leer, bajo cada batalla que Israel mantuvo con los pueblos vecinos, bajo cada triunfo o derrota, bajo su cautiverio en Egipto, su éxodo, su instalación en la Tierra Prometida, su cautiverio y posterior liberación lo que Dios está diciendo al hombre, y hay que saber encontrar el cuidado y el amor con que Dios va dirigiendo la historia de ese pueblo para llevarlo a su meta. Dios -y esto lo supo muy bien Israel- nunca abandonó a su pueblo, a pesar de todas las amenazas que le hizo ante sus continuas infidelidades (¿cuántas veces consistió la infidelidad de Israel en querer asegurarse la protección de otros dioses, porque sabía que con Dios no podía jugar?).

Jesucristo iba a ser la etapa culmen del plan de Dios: "Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único" (Jn 3. 16). Y la Iglesia no es sino la continuación de la acción salvífica realizada en JC.

Todo, historia de Israel, JC e Iglesia, está encaminado a que el hombre pueda encontrarse con Dios.

-A DIOS SE LE ENCUENTRA EN EL HERMANO ¿Dónde encontrarse con Dios? "A Dios nadie le ha visto nunca" (1 Jn 4. 16); sin embargo, el hombre sigue necesitado de encontrarse con Dios. "El que diga `Yo amo a Dios` mientras odia a su hermano, es un embustero, porque quien no ama a su hermano, a quien está viendo, a Dios, a quien no ve, no puede amarlo" (/1Jn/04/20). Ahí está la solución: el hermano es el rostro visible de Dios. Y en el hermano es donde Dios se presenta al hombre. Y a través del hermano se dirige, se comunica, "cuida" y salva Dios al hombre.

-LA PROVIDENCIA SE ENCARNA EN EL HOMBRE PARA SU HERMANO. El hombre actúa, rodeado de un entorno tecnificado, se encuentra, en definitiva, solo y abandonado, envuelto por frías máquinas, lejano del calor humano. Es en esta circunstancia determinada que Dios viene a concretar su proyecto salvífico para este hombre-adulto tan carente, por otro lado, de respuestas a sus necesidades más hondas y reales. Y lo concretará a través del hombre, a través de la comunidad.

La Providencia no es algo que nos viene caído del cielo; no es un regalito que nos saca de un apuro concreto; o, al menos, no es sólo ni primordialmente eso. La Providencia está en la comunidad, es decir, en manos de todos y cada uno de sus miembros, en manos de todos los que en ella trabajan: el que preside, el que profetiza, el que crea una conciencia crítica, el que provee, el que sirve, el que organiza para que nada falte, etc.

Que la Providencia de Dios, por tanto, alcance a los hermanos, es algo que está en manos de cada uno de nosotros, en manos de todo aquel que trabaja, en un sentido u otro, por sus hermanos, que les ama, que les cuida, que procura su bien, que se esfuerza por que no les falte lo que necesiten.

-DIOS NO ES UNA "ASISTENTA PARA TODO" A veces se podrán dar ciertamente, esas situaciones "providenciales" (¡cuántas de ellas, siendo pura casualidad las interpretamos como cuidado amoroso de Dios!); y se podrán interpretar, si se quiere, como intervención directa de Dios en la vida de una persona; no podemos negarlo, pues nos estamos moviendo en el terreno del misterio del plan salvífico de Dios y, a fin de cuentas, es siempre él quien actúa en la historia del hombre, de un modo u otro. Pero no es menos cierto que Dios no es una "asistenta para todo" que va supliendo nuestras deficiencias; Dios quiere que el hombre se salve en comunidad y a través de la comunidad; y lo ha dejado todo en manos de la misma, siendo la primigenia la Iglesia, pero sabiendo que la Iglesia se constituye en las comunidades concretas locales. El Espíritu de Dios anima a la comunidad y, a través de sus mismos miembros, va salvando al hombre.

DABAR/78/33



7.

-El deber de la imprevisión (Mt 6, 24-34)

Un libro ya antiguo llevaba este título: "EI deber de la imprevisión". Este es el tema del evangelio de este día. No es que recomiende al cristiano la negligencia y la indiferencia en lo que respecta a sus asuntos o a la seguridad de su familia. Se trata de algo completamente distinto; sin embargo este "algo completamente distinto" puede extenderse incluso a fiarse del Señor y, en ciertos casos, hasta a abandonar la habitual prudencia basada en criterios meramente humanos. Cuando en los Diálogos de san Gregorio se cuenta cómo el despensero del monasterio se negó a dar a un pobre mendigo el poco de aceite que quedaba para las necesidades de los Hermanos, y cómo san Benito, encendido en santa cólera ante esta negativa, tomó la alcuza para arrojarla por la ventana, tras de lo cual todos los recipientes destinados a contener el aceite de la casa se llenaron hasta rebosar, los Diálogos, legendarios o no, tratan de inculcar cierto deber de imprevisión. Pero los Diálogos, lo mismo que el evangelio, quieren hacer especial hincapié en lo único necesario: la primacía que se debe conceder al servicio de Dios, ya se tribute éste directamente a El o ya a través del prójimo. El ideal evangélico de san Francisco de Asís y el de muchas asociaciones contemporáneas, incluso fuera de las Ordenes religiosas, consiste en la búsqueda del desinterés en beneficio de la exclusividad en el servicio de Dios y del Reino.

Raras veces se dirige un evangelio al mundo y a los cristianos de hoy, de una manera tan clara, y nos atreveríamos a decir que tan "brutal". No servir a dos señores. Final de un compromiso que no puede engañar a Dios. El celo de Dios es un tema predilecto del Antiguo Testamento, y en el Éxodo se aplica este calificativo cinco veces al Señor, quien se designa a sí mismo ante Moisés como un "Dios celoso" (Ex 20, 5). Lo mismo leemos en el Decálogo: "El Señor es un Dios celoso" (Ex 34, 14). Por lo que al Deuteronomio se refiere, emplea tres veces este calificativo para designar con él al Señor (Dt 4, 24- 5, 9; 6, 15). El proverbio citado aquí por Jesús alude al mismo tema de un Dios celoso y al celo de Dios, sobre todo en lo relativo a adorar a otros dioses. El Deuteronomio, por ejemplo muestra cómo el pueblo excita al celo de Dios, por adorar a dioses extraños (Dt 32, 16).

En nuestro texto, la oposición se expresa en términos sencillos: el dinero que toma figura de dios: Mammona. Pero en realidad se trata de una oposición entre lo que es definitivo y eterno y lo que es frágil, pasajero, baladí y perecedero: el dinero. Para el cristiano existe una absoluta incompatibilidad entre la inquietud angustiosa por el mañana y la búsqueda del Reino. Por otra parte, en la segunda parte del pasaje que hoy se nos proclama, el Señor insiste en este Reino. Nuevamente se impone la incondicionalidad que debería distinguir al cristiano. Se nos vienen a la mente las Bienaventuranzas, especialmente la que se promete al pobre. Se trata de ser libres para poder entrar en el Reino; por eso le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino (Mt 19, 23). La Escritura está preocupada con el tema de la riqueza y del rico. Es normal; con eso tocamos uno de los puntos más sensibles del mundo de ayer y de hoy. Por eso insiste la Biblia en la inutilidad de la riqueza, cuando se sabe reflexionar sobre el fin del hombre. Señalemos aquí las fuertes expresiones de la Escritura cuando considera la riqueza: "engulló riquezas, las vomitará" (Job 20, 15); "el hombre no perdura en la opulencia, sino que perece como los animales" (Sal 48, 13); "el precio de un hombre es su riqueza" (Prov 13, 8); "ni la plata ni el oro pueden salvar" (Sof 1, 18). En contraposición con esta riqueza, inútil para la salvación e incluso perjudicial puesto que impide prestar oído a la Palabra (Mc 4, 18-19; Lc 8, 14), la Escritura presenta lo que constituye la verdadera riqueza: "EI Señor es su heredad" (Dt l0, 9); "tendrás un tesoro en el cielo" (Mc 10, 21); el papel del apóstol es anunciar a los gentiles la insondable riqueza de Cristo (Ef 3, 8).

La intencionada incondicionalidad no puede conseguirse sin una fe profunda en la Providencia de Dios y sin una clara visión de nuestro verdadero destino. Cuando san Pablo escribe a los Filipenses: "El Señor está cerca. Nada os preocupe" (Flp 4, 5-6), apela a esta fe viva; fe viva, fe en el Reino que llega.

Hay que rechazar por lo tanto toda inquietud temporal, para creer en la Providencia y dedicarse a buscar el Reino.

La Liturgia de las Horas ha elegido, para este domingo, un pasaje del Comentario de san Gregorio (GREGORIO-MAGNO-SAN) al libro de Job: "Todo el que anhela la patria eterna vive con simplicidad y honradez; con simplicidad en sus obras, con honradez en su fe; con simplicidad en las buenas obras que realiza aquí abajo, con honradez por su intención que tiende a las cosas de arriba. Hay algunos, en efecto, a quienes les falta simplicidad en las buenas obras que realizan, porque buscan no la retribución espiritual, sino el aplauso de los hombres. Por esto dice con razón uno de los libros sapienciales: ¡Ay del hombre que va por dos caminos! Va por dos caminos el hombre pecador que, por una parte, realiza lo que es conforme a Dios, pero, por otra, busca con su intención un provecho mundano" (PL 75, 529-530, 543-544).

-Dios no nos olvida (Is 49, 14-15)

Isaías ha encontrado imágenes vigorosas para subrayar con ellas la preocupación continua de Dios por nosotros: "Aunque fuera posible que una madre se olvidara de su criatura, el Señor no podría olvidarnos a nosotros". Imposible sería mencionar aquí todos los pasajes en que la Escritura habla de Dios como de un Padre. El Nuevo Testamento insistirá aún más en ello, al desarrollar el tema de nuestra adopción.

El salmo 61, elegido como responsorio, canta nuestro abandono en el Señor, nuestro único refugio:

Dios es mi refugio,
Pueblo suyo, confiad en él;
desahogad ante él vuestro corazón.

Al celebrar la Eucaristía, no podemos por menos de pensar en las palabras del evangelio proclamado hoy, en el que el Señor nos pedía que no nos preocupemos del alimento terreno. Ahora, como lo hizo cuando multiplicó los panes, él mismo nos alimenta con su cuerpo y con su sangre, y sabemos que el que come esta carne y bebe esta sangre permanece en Dios y Dios en él (Jn 6, 56).

No por eso es menos cierto que las anteriores reflexiones podrían parecer piadosa palabrería a muchos cristianos de hoy. Tendrían razón si nosotros descuidáramos no el contraer compromiso, sino el tratar de hacer una síntesis realista de las exigencias del evangelio y las de la vida.

¿En qué debería consistir para un cristiano de hoy el deber de la imprevisión? CR/COMPROMISO:

Ciertamente no se confunde con el desinterés por el progreso del mundo y por el bienestar de la sociedad. En este nivel interviene, por el contrario, la palabra de Cristo. Si desde el relato del Génesis, Dios hace de los hombres los colaboradores de la creación -"Creced y multiplicaos"-, es porque con ello intenta que se interesen por el mundo y se preocupen por él. El cristiano no puede eximirse de interesarse activamente por el progreso del mundo, sean progresos técnicos o sociales. Desinteresarse del progreso técnico y social del mundo con el pretexto de que Jesús recomienda que se busque el Reino y que no se esté preocupado por las cosas pasajeras, sería no haber entendido nada del evangelio de este día. Cuando el cristiano presta su ayuda para lograr el progreso del mundo, si pone en ello todas sus cualidades humanas al servicio de todos, es decir primero al servicio de su propia familia, incluyéndola en las necesidades del mundo entero y sin reservar exclusivamente para ella sus cualidades y esfuerzos, sino abriéndose a las necesidades del mundo, entonces se puede decir que ese cristiano sirve a Dios y no a Mammona. Desde el momento en que el cristiano comprometido en el progreso técnico, social y político no reserva sus esfuerzos para lograr solamente su honor, su riqueza personal, el relieve y el autoritarismo de su grupo, sino que busca ante todo la promoción humana en la línea de Dios se coloca perfectamente en lo que Dios ha querido, y no está dividido. Se reconoce que esta actitud es difícil; que está sujeta a continuas revisiones de vida es también evidentísimo. Una elección como la que se impone a todo cristiano, supone una verdadera humildad de conciencia y una continua prontitud para abandonar unos caminos que pueden parecer normales pero que, en realidad e inconscientemente, son desViaciones del sentido cristiano de la actividad del hombre. Aquí debería intervenir una verdadera comunidad cristiana en la que cada uno de sus miembros pudiera someter su problema a un juicio cristiano de valor, no apasionado ni politizado, sino que no tuviera más criterio que el del Reino, último punto de referencia.

NOCENT-5.Pág. 150-153



8.

Texto común en Mateo y Lucas. Con la diferencia entre ambos de estar dedicados a grupos distintos: Mateo lo dirige al pueblo; Lucas a los discípulos.

Trata dos temas: imposibilidad de servir a dos amos y la verdadera preocupación por lo temporal.

1. Imposibilidad de servir a dos amos

Aunque el hombre pretenda compaginar su fidelidad a Dios con el apego al dinero, no es más que apariencia. Su verdadero dueño es el dinero -todo lo que representa-. La opción por Dios y contra el dinero está expresada en la primera bienaventuranza. Elegir ser pobre no conduce a la miseria, sino a la felicidad, porque introduce en la vida verdadera: la del reino de Dios.

2. La verdadera preocupación por lo temporal

Podemos distinguir aquí dos partes. La primera trata de librar a los hombres de la preocupación angustiosa por la comida y el vestido. Quiere calmar nuestra búsqueda inquieta hablándonos de las aves y de los lirios del campo. La segunda parte orienta la búsqueda humana hacia su verdadera finalidad. Ya no habla de Dios, sino del Padre que sabe todo lo que nos hace falta para una vida digna.

El cristiano no puede vivir obsesionado con lo material, no debe inquietarse ni por las cosas más necesarias para la vida como son los alimentos y el vestido -mucho menos por los demás bienes materiales-, descuidando los bienes verdaderos. De los bienes que ha recibido de Dios es la vida el más importante, infinitamente más valiosa que el alimento. Lo mismo que el cuerpo está por encima del vestido que lo protege. El Padre, que ha dado lo más, dará también lo menos. A los que han renunciado a las riquezas para ser fieles al único Dios, Jesús los invita a tener confianza en la eficacia del amor del Padre, que "dará por añadidura" eso que se debe desatender por el reino.

¿Cuál es el sentido exacto de estas enseñanzas? El no "agobiarnos" por el "alimento" y el "vestido". ¿Por qué? Porque Dios se cuida de ello, porque existe la providencia divina. Si queremos comprender sus palabras, hemos de ponernos en su auditorio y escucharle como éste lo hacía: con actitud sencilla y recta.

La providencia de Dios tiene todo calculado para que las aves y los lirios, que no miran el porvenir, tengan en su momento oportuno lo que necesitan para la vida. ¿No vale más el hombre? Es la "poca fe" lo que nos impide valorar la solicitud providencial de Dios por los hombres en estas cosas necesarias para la vida. Una solicitud que hasta las aves y los lirios nos están proclamando constantemente a los hombres.

Para el rico, los bienes materiales son un gran peligro; le pueden llevar al olvido de Dios y de los verdaderos valores humanos, viviendo únicamente para conservar y acrecentar sus riquezas.

También el pobre está amenazado. Su preocupación puede limitarse a buscar el alimento cotidiano. Está igualmente expuesto a dejarse absorber por las cosas de la tierra, dejando a un lado lo más importante.

Jesús habla de esa preocupación que desasosiega, que se apodera completamente del hombre, que procede de la ilusión de creer que podemos asegurar la vida con los bienes de la tierra. No dice que no haya que trabajar duro y buscar los medios necesarios para subsistir, como hacen diariamente las aves y las flores del campo para alimentarse; y como hizo él mismo en su vida oculta de Nazaret, trabajando para el hogar, y en su vida pública, en la que el grupo tenía una bolsa común para cubrir sus necesidades materiales (Jn 13,29).

Después de las dos comparaciones vuelve Jesús al tema inicial. Hacer de lo material la máxima preocupación de la vida es propio de los "paganos" que no conocen al verdadero Dios. Si el Padre sabe lo que necesitan los suyos, ¿no se lo procurará? El cristiano debe confiar siempre en Dios, porque sabe que un padre siempre tiene que mirar por el bienestar de su hogar y de sus hijos y proveer a su vida.

"Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia". Esta es la frase central del texto, desde la que hemos de entender todo lo demás. La primera preocupación del discípulo debe ser que se haga realidad la justicia del reino. La fidelidad a Dios se muestra en la fidelidad a los hombres, en la labor de la comunidad en el mundo. Jesús, que ha quitado a los suyos la inquietud por la propia subsistencia, les recuerda el objetivo primario de la propia vida: la fidelidad a las bienaventuranzas.

Mateo dice "sobre todo", porque se dirige al pueblo; Lucas lo suprime al destinarlo a los discípulos que, siguiendo a Jesús, deben renunciar a toda posesión para estar completamente libres para escuchar su palabra y comunicarla a los demás. Los discípulos, los que tratan de poner en práctica el evangelio, saben por experiencia personal que Jesús no les garantiza una vida sin fatigas ni dificultades si buscan sólo el reino.

Termina expresando la importancia de la liberación del agobio con una frase que resume todo lo que ha dicho: "A cada día le bastan sus disgustos". Hay que vivir en el presente, sin agobiarse por los problemas del mañana, que ni conocemos ni podemos evitar ahora. Ya se preocupará el mañana de sí mismo. Un mañana al que tampoco le faltará la solicitud amorosa del Padre. Le basta al discípulo enfrentarse con la dificultad día por día y experimentar en ella la eficacia del amor y la providencia del Padre.

Desde Dios todos los quehaceres se vuelven ligeros y el hombre puede ser hombre, porque solamente desde Dios el bienestar que buscamos abarcará todas las dimensiones del ser humano. El bien que todo hombre busca -lo sepa o no lo sepa- es Dios mismo y su amor: un bien que no tenga fin ni límites de ninguna clase. Buscar ese bien es el camino para alcanzar la verdadera vida.

Mientras determinados bienes ocupen el primer puesto en nuestro corazón, el agobio es inevitable. La sociedad de consumo quiere esclavizarnos, convencernos de que sólo poseyendo tendremos seguridad y alegría. De esa forma nos convierte en autómatas, incapaces de decidir, nos despoja de nuestra verdadera humanidad. En la carrera insensata por poseer está el origen de la inquietud; en la convicción de que esos bienes son los únicos importantes, que el hombre consigue la seguridad y la felicidad acumulando cada vez más para sí mismo. El ansia de poseer desorienta y entorpece el corazón. Vuelve ciego. Y, finalmente, decepciona.

Estas palabras sólo se pueden vivir si se creen. Y se van creyendo más en profundidad según se van poniendo en práctica, al ir experimentando personalmente su veracidad.

ACERCA-2.Págs. 35-38



9. DINERO/FELICIDAD

1. Los frutos que engendra cierta estructura social

El evangelista Mateo es quien mejor presenta a Jesús como el verdadero «sabio» que introduce al hombre en un nuevo estilo de vida. Olvidar esto nos llevaría, como hemos visto en los domingos anteriores, a hacer de Jesús un maestro de moral o un legislador que pretende organizar la vida de sus seguidores según determinados cánones.

De ahí el lenguaje paradójico de Jesús: sus palabras hacen descubrir el misterio de la vida, misterio que nos obliga a dejar a un lado ciertos esquemas simplistas tan de nuestro gusto. Por eso, generalmente la primera lectura de los textos que nos transcribe Mateo nos causa desconcierto y estupor.

Acostumbrados a la "línea moderada" del no compromiso, nos resulta chocante el modo que tiene Jesús de enfocar las cosas. Esto nos pasó el domingo pasado a raíz del amor a los enemigos. Y podemos tener hoy la misma sensación acerca del problema de la posesión de bienes materiales y de la preocupación por la vida diaria.

Por otra parte Jesús nunca pareció muy adicto al dinero y a las riquezas, tal como pone muy de relieve Lucas, para quien el amor al dinero es el enemigo mayor con que debe enfrentarse la vida comunitaria. Razones tendría para ello.

Lo cierto es que el Evangelio de hoy puede sonar a nuestros pragmáticos oídos más como poema romántico o una utopía "jipi" que como un pensamiento a tener muy en cuenta. En efecto, ¿quién puede prescindir hoy del dinero? ¿Quién puede aprobar o desear una vida de pobreza material que no nos permita darnos los más elementales lujos no sólo de comer y vestir, sino también de estudiar o viajar? ¿Y a quién se le ocurre confiar la alimentación de los hijos o su salud a los buenos deseos de la Providencia? Pero en este caso el mismo texto nos brinda elementos como para no correr tan de prisa en nuestras apreciaciones. Jesús no afirma que la posesión de los bienes materiales no tenga ninguna importancia, sino que habla de considerar al dinero como un «amo o señor». Tampoco habla de no preocuparse por resolver los problemas de la existencia, sino de una preocupación esclavizante.

Hay, pues, una experiencia que sigue siendo hoy tan válida y vigente como ayer: si bien es cierto que el dinero debe ser un medio, tal como está organizada nuestra sociedad, para adquirir los elementos indispensables de la vida, también es muy cierto que puede transformarse en un fin en sí mismo. Cuando el dinero se transforma en una obsesión, causa de ansiedad y angustia, el hombre pierde el objetivo esencial de su vida. Lo mismo vale para las preocupaciones de comer y vestir: tienen importancia relativa en la medida que ayudan al hombre a sentirse dueño de sí mismo, libre y digno. El comer y el vestir están íntimamente relacionados con nuestro cuerpo, no como algo separado del alma, sino como la expresión de nuestra interioridad. Un cuerpo sano y bello, al que vestimos adecuadamente, es el medio que tenemos para comunicarnos con los demás.

En consecuencia: Jesús cuestiona la posesión del dinero y la preocupación por la vida en cuanto se transforman en barreras que impiden el paso hacia la conquista de la dignidad humana para la cual, precisamente, deben existir.

Al igual que en el tema del domingo pasado, también aquí nuestras reflexiones pueden dar un paso más. El ejemplo del dinero es muy claro. Estamos tan acostumbrados a pensar todo en función de "pesetas o dólares", o bien en oro o plata, que no llegamos a darnos cuenta de lo ridículo de esta situación. El dinero, objetivamente tomado, es una cosa que de por sí no tiene valor alguno. Más aún, en nuestro inconsciente profundo, tendemos a considerar el dinero como algo más bien sucio y ruín, aunque necesario y útil a fin de cuentas. Nada hay más manoseado y más impersonal que el dinero y, sin embargo, nada a lo que más nos apeguemos. ¿Por qué? Quizá porque la posesión del dinero es como una prolongación de nuestro yo; una manera de expandirnos y sentirnos más que otros, en la medida que tenemos más que los demás. El esquema es válido en una estructura competitiva. Poseer dinero es tener prestigio y poder, aunque personalmente tengamos escasa cultura o una vida vacía.

¿Será a esto a lo que alude Jesús? ¿No es un amo demasiado cruel y esclavizante? ¿Cómo es posible que el hombre se olvide de lo mejor de sí mismo y adore precisamente a lo que él califica como «sucio dinero»? Podemos intuir la respuesta: adorar el dinero es una forma de adorarse a sí mismo. Dado nuestro sistema económico-social, ésta es una variable a la que casi inevitablemente llegamos.

Por tanto, ¿no apunta Jesús a algo más? ¿No hay detrás de sus palabras una irónica crítica a un sistema que lleva al hombre a posiciones y actitudes tan absurdas? ¿No nos creamos nosotros mismos ciertas necesidades a las que luego calificamos de «imprescindibles»? Lo mismo vale para la ansiosa preocupación por el comer y el vestir, es decir, por la adquisición de lo más elemental en la vida: ¿Cómo calificar a una sociedad que empuja al hombre a una permanente ansiedad cuando hasta los pájaros son capaces de aprovechar mejor que nosotros los elementos de la naturaleza? ¿Cómo explicamos el hecho de que algunos hombres posean tanto mientras existen otros que mueren de angustia porque les falta lo imprescindible? Sin embargo, Jesús lleva su planteamiento un poco más allá de este contexto social. Hay una variante que es clave y desde la que debemos juzgar toda la situación planteada.

2. Reino de Dios y justicia social

La frase final de Jesús es la clave de todo el texto: "Buscad sobre todo el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura".

La frase no está exenta de ambivalencia y en ella se escudaron quienes defendieron la supremacía del alma sobre el cuerpo, o de la vida espiritual sobre la material, o de la vida religiosa sobre la «secular». Pero todas estas apreciaciones basadas en una dicotomía propia de la filosofía griega, poco tienen que ver con el bíblico y emitido pensamiento de Jesús.

Si entendiéramos qué es el Reino de Dios y la Justicia a la que alude, tendríamos resuelto el problema. Pero, mal que nos pese, la misteriosa expresión es lo suficientemente oscura como para que los cristianos tengamos que dedicarle una profunda reflexión. Es común interpretar este Reino de Dios o Reino de los cielos, como «el cielo» o la vida futura. En tal caso razón tienen los que acusan al cristianismo de adormecer a los pueblos con una utópica promesa que les impide resolver sus problemas de «aquí y ahora».

La expresión es eminentemente semítica y, para comprenderla, debiéramos invertir los términos: Reino de Dios igual a «Dios reina». No es un juego de palabras. La preocupación de todo hombre religioso, y así debemos entender a Jesús, es que la voluntad de Dios sea una realidad entre los hombres, tal como reza el Padrenuestro: «Venga a nosotros tu Reino, que se haga tu voluntad así en la tierra como en el cielo.» Observemos de paso cómo este piadoso deseo no impide el siguiente, sino que lo postula: «El pan nuestro de cada día, dánosle hoy.» Si bien Jesús nunca definió en qué medida Dios reina de verdad entre los hombres, podemos afirmar, por otro lado, que todo su Evangelio es el anuncio de ese Reino.

Nada hay que defina mejor la voluntad de Dios (o del Reino) que ese amor misericordioso y liberador que llegó al extremo de darnos a su Hijo como Salvador. O como lo expresa la primera lectura: «¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.» Por lo tanto, buscar el Reino de Dios es trabajar para que la liberación y el amor de Dios sean una realidad entre nosotros. Conseguido esto, lo demás viene solo. Claro que ahora sí que podemos preguntarnos: ¿Y qué es lo demás? Si el hombre logra vivir en paz, en amor, compartiendo todo con todos como verdaderos hermanos, comiendo como los pájaros los granos y dejando comer a los otros..., ¿qué es «lo demás»? Así, pues, tanto el piadoso Jesús como el hombre moderno con preocupaciones sociales, parecen llegar al mismo punto: sólo una sociedad justa puede librar al hombre de sus diarias esclavitudes. Cuando la Justicia de Dios (la liberación total del hombre) se cruza con la justicia de los hombres, el hombre se siente libre, no sólo del dinero y del ansia de sobrevivir, sino de la misma sociedad que hoy lo aliena.

Podemos, a esta altura de nuestra reflexión, enfrentarnos en bizantinas y arduas discusiones acerca de si los valores religiosos son más o menos que los demás valores humanos... Esta elegante manera de perder el tiempo es otra forma sutil de alienación. Si la expresión de Jesús es un tanto oscura, es también lo suficientemente clara como para que comencemos a ponerla en práctica según la entienda un corazón sincero que, aunque no sepa dar una exacta definición de la Justicia divina, la vive con hechos concretos. También esto es paradójico: no en balde el Reino sólo puede ser comprendido por los niños y los sencillos de corazón.

BENETTI-A/3.Págs. 40 ss.


10.

LA PROVIDENCIA, EN BAJA

No estéis agobiados por la vida...

AGOBIOS/PROVIDENCIA: Con frecuencia, los cristianos hablamos de Dios con demasiada ligereza y con afirmaciones tan ambiguas y poco cristianas que hacen caer en descrédito la imagen misma de Dios.

No son pocos los cristianos que hablan de la «providencia» de Dios identificándola prácticamente con el azar o la casualidad, añadiéndole quizás, confusamente, un cierto sentido sagrado o misterioso.

Otros ven la "providencia" de Dios, sobre todo, en sucesos inesperados que nos preservan del sufrimiento y la desgracia o en golpes de fortuna que cambian nuestra suerte y nos traen mayor bienestar.

Si escuchamos el mensaje de Jesús, descubriremos que hemos de «cristianizar» esta idea de Dios excesivamente intervencionista y pagana.

Jesús cree, ciertamente, en un Dios Padre que no olvida a sus criaturas ni las abandona. Un Dios fiel cuya presencia amorosa y discreta puede el creyente percibir en medio de las vicisitudes de la vida cotidiana.

Nuestra vida depende radicalmente de Dios y, precisamente por esto, nuestra existencia ha de estar regada por una confianza grande, que, según Jesús, es todo lo contrario de la angustia atormentada y del temor estéril ante del futuro. "No estéis agobiados por la vida". ¿Significa esto que hemos de despreocuparnos de nuestro porvenir en momentos tan críticos como los que estamos viviendo? ¿Será, quizás, la postura más cristiana la de vivir tranquilos y confiados, esperando que Dios en su «providencia» intervenga de manera imprevista cambiando el rumbo de las cosas?

La acción providente de Dios no significa que Dios actúe al margen de las leyes del mundo y de las decisiones de los hombres. Al contrario, su presencia atenta, discreta y respetuosa es la que funda nuestra autonomía. Dios está tan cerca de nosotros que nos deja ser nosotros mismos.

Por eso Jesús, después de invitarnos a vivir sin agobios, añade: «Sobre todo, buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura». Esto significa que la confianza en la providencia de Dios hemos de vivirla como búsqueda activa de la justicia de Dios entre los hombres.

En momentos de crisis como los actuales, todos tendemos a buscar con angustia lo que a nosotros nos parece urgente y vital. Esta es la llamada y el reto de Jesús: No perdáis el ánimo. Dios no se ha olvidado de vosotros. Buscad con fe la implantación de su justicia. Lo demás vendrá como consecuencia.

PAGOLA-1.Pág. 77 s.

HOMILÍAS 8-14