14 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO
11-14

 

11.

1. Los dos amos.

El evangelio de hoy puede parecernos difícil de comprender, pues ¿cómo puede alguien no preocuparse del mañana? Eso significaría probablemente condenarse a morir de hambre. ¿Cómo no preocuparse al menos del porvenir de los hijos, de la propia familia? Más aún: si Dios alimenta a los pájaros y viste a las flores, ¿por qué deja morir de hambre o vegetar en una miseria indecible a tantos hombres? Si estas preguntas surgen en nosotros espontáneamente, entonces hemos de tener en cuenta que todo este evangelio tiene el siguiente título: dos amos; dos señores que en el fondo son incompatibles, y debemos elegir uno de ellos para servirle. Uno es Dios, del que procede todo bien y, según la parábola de los talentos, nos entrega sus bienes también para que los administremos y se los devolvamos aumentados, con intereses. El otro es el bienestar entendido como valor supremo, y ya se sabe que un bien supremo siempre es elevado al rango de una divinidad. Aquí se indica que el hombre no puede tener al mismo tiempo dos bienes supremos, dos fines últimos, sino que debe elegir. Debe jerarquizarlos, de modo que, en el caso de una prueba decisiva, quede claro cuál de ellos prefiere.

2. ."Me ha abandonado el Señor".

Así se lamenta Sión en la primera lectura, así se lamentan también hoy centenares de miles de personas que sufren en la indigencia o en desgracia. Así gritó también Jesús sobre la cruz, en el momento del oscurecimiento de su espíritu. Se sentía abandonado por Dios, porque quería experimentar y sufrir hasta el fondo nuestro auténtico abandono: no el de nuestra indigencia terrena, sino el de nuestro rechazo de Dios, el de nuestro pecado. La respuesta de Dios es la de una suprema solicitud amorosa que supera incluso a la que una madre tiene por el hijo de sus entrañas. Por eso Jesús, antes de entrar en las tinieblas de nuestro pecado, ya sabía esto: «Está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os dispersaréis cada cual por su lado y a mí me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre» (/Jn/16/32). El Padre estará a su lado más que nunca cuando llegue la hora de la cruz, pero a Jesús ya no le estará permitido saberlo. El está con los pobres, los oprimidos y los hambrientos más que con los ricos y opulentos, está más con el pobre Lázaro que con el rico epulón, con Job más que con sus amigos; pero pertenece a su servicio supremo, a imitación del Crucificado, el que todos los pobres profieran su grito de angustia -por la salvación del mundo- en el sentimiento del abandono.

3. Dejar todo en manos de Dios.

La actitud decisiva en este sentido la describe Pablo en la segunda lectura. «Ni siquiera yo me pido cuentas». Ni siquiera sobre la situación que Dios me asigna: si soy reconocido como administrador de los misterios de Dios o llevado ante el tribunal. Ni siquiera sobre si soy culpable ante Dios o no. Incluso si no fuera consciente de ningún pecado, no por ello me consideraría justo, «mi juez es el Señor». Esto significa «buscar sobre todo el reino de Dios y su justicia», y no el propio bienestar material o espiritual. Pablo ha trabajado para ganarse el pan. Los siervos de la parábola tienen que esforzarse para acrecentar los bienes que les ha confiado el Señor. La pereza no es precisamente «dejar todo en manos de Dios». Pero los buenos siervos no trabajan para aumentar su bienestar personal, sino para acrecentar las propiedades de su Señor. Y esto sin especular de antemano con el salario, pues éste está escondido en el «dejarlo todo»: «lo demás se os dará por añadidura».

BALTHASAR-2.Pág. 78 s.



12.«TU SOLUS DOMINUS»

Jesús nos advierte hoy de la imposibilidad de «servir a dos señores».

En otra ocasión había hablado de que «existen dos caminos, uno ancho y otro estrecho», igualmente incompatibles. San Agustín hablaba, siglos después, de «dos ciudades». Y San Ignacio de Loyola de «las dos banderas». ¡Efectivamente, es un peligroso número de circo, de imprevisibles consecuencias, eso de querer cabalgar a lomos de dos cabalgaduras que tiran en distinta dirección!

La solución que Jesús nos da es la de buscar a Dios como «único Señor»--«Tu solus Dominus». Y buscarle, sobre todo, como «padre». Un padre al que podamos acudir como hijos «muy pequeños».

¿Os habéis fijado cómo buscan los niños a «su» padre? Con absoluta confianza, con urgencia. Están seguros de que él les librará de todos los peligros. Cuando algo repentinamente les asusta, corren hacia él, se encaraman a sus brazos, en ellos se cobijan, y allá se sienten protegidos.

Nadie podrá contra esa «omnipotencia» que representa su padre. (Es después, con los años, cuando se buscan otros «tráficos de influencias» pensando que van a vivir «más seguros»).

¡Gran lección la de los niños! Ya un día dijo Jesús: «Si no os hacéis como ellos, no entraréis en el reino de los cielos». ¡Por ahí va también el evangelio de hoy! ¡Ser como niños con respecto a Dios!

Porque, ya lo estáis viendo. Al hombre le cercan continuos miedos, zozobras y angustias. La fragilidad de la salud unas veces. El problema del paro que ha llegado a casa. Aquel hijo que se «enganchó» en la droga y en todas sus secuelas. La visita de la muerte. En fin, «el rayo que no cesa»... ¿Cómo vencer esa angustia?

Jesús nos dice: «No estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni pensando con qué os vais a vestir. Mirad a los pájaros que no siembran, ni siegan, ni almacenan. Vuestro padre celestial los alimenta».

Pero, que nadie entienda que Jesús, al pedirnos un «abandono» así en Dios --semejante al que tienen los lirios y los pajarillos en las «leyes de la naturaleza»--, nos está invitando a una pasividad culpable, a vivir un cristianismo «a la sopa boba». Que nadie crea que Jesús predica una resignación inoperante ante la problemática del hombre en el mundo. Al revés.

Si algo dejó claro Jesús es que debemos desarrollar todos nuestros talentos personales --«el de cinco, cinco; el de dos, dos; el de uno, uno»--, en la parcela que nos haya correspondido en la viña. Si algo igualmente ha condenado la Iglesia es la actitud egoísta y satisfecha de todos los «epulones encastillados» y de las «vírgenes necias», recordándonos a cada paso lo que ya decía Pablo: que «la naturaleza entera gime con dolores de parto». Y que nosotros tenemos un papel señalado en el alumbramiento de «un cielo nuevo y una tierra nueva». Confiando ciegamente, eso sí, en que, por encima de nosotros, está ese Padre-Dios, providente, detallista y amorosamente personal que «no deja que caiga ni siquiera un pajarillo en la trampa sin su licencia».

«No podemos, por tanto, servir a dos señores», sino a uno sólo: «Tu solus Dominus». «Un solo Dios y Padre». Y en él debemos abandonarnos y confiar. Sería bonito parecernos a aquel mendigo del que habla el P. Nieremberg: «Vivía alegre y feliz porque quería sólo lo que Dios quería». Y como nada en el mundo sucede sino «lo que Dios quiere», resultaba que «todo sucedía conforme a la voluntad del mendigo».

ELVIRA-1.Págs. 56 s.


13.

Frase evangélica: «Nadie puede servir a dos amos»

Tema de predicación: LA OPCIÓN CRISTIANA

1. El evangelio de este domingo, perteneciente al sermón de la montaña, muestra las exigencias de la llegada del reino y exhorta al desprendimiento y al rechazo de todo desasosiego. La opción es clara: por Dios y su reino de justicia. La antítesis de esta opción también es manifiesta: el dinero como ídolo. «Mammon», en arameo, equivale al dinero o las riquezas. En definitiva, el discípulo cristiano lo subordina todo al anuncio del reino. El binomio odiar-amar implica una elección, pero Dios no puede ser mero objeto de preferencia -parangonable a otras aficiones o deseos-, sino que es aceptación total de adoración y de servicio.

2. La preocupación primordial por el reino exige rechazar toda inquietud temporal, a saber, estar preocupado con ansiedad por lo que no es Dios y su reino (alejarse de las obsesiones idolátricas). Significa, además, creer en la providencia del Padre o confiar serenamente en él, sin descuidar el trabajo y los compromisos (rechazar el providencialismo milagrero). En definitiva, buscar el reino o preocuparse del mismo con actitud creyente y luchando por la justicia (saber elegir).

3. La opción de los cristianos por el reino, que al mismo tiempo es opción por los pobres, no sólo exige fe, sino practicar la justicia. Las obras no son mera consecuencia de la fe, sino su verificación. Lo contrario de la fe no es el compromiso, sino la no-fe; Y lo contrario del compromiso no es la fe, sino el no-compromiso.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Cómo vivimos la oposición entre Dios y el afán de riquezas?

¿Cuáles son, en el fondo, nuestras preocupaciones?

FLORISTAN-1.Pág. 136 s.


14.

EL EVANGELIO SIEMPRE SERÁ CAPITAL
EL CAPITAL NUNCA SERÁ EVANGELIO

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Nadie puede estar al servicio de dos amos Porque despreciará a uno y querrá a otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».

D/RIQUEZA: El hombre es un animal trágico, pues siendo libre es a la vez limitado. Su capacidad de ambición es, en mucho, superior a su capacidad de consecución. Los sueños y la imaginación le desbordan, no tienen límites en él y él sí que los tiene; por lo tanto ha de decidir a la hora de proyectarse de cara a un futuro para alcanzar la felicidad o la salvación de su ser personal. El hombre es libre, pero no omnipotente; tiene que optar y al decidir se define. Sus decisiones son los trazos con los que va dibujando su autorretrato. Al fin de cuentas, al actuar manifiesta, pone en evidencia cuales son sus motivos, sus valores, sus deseos. Lacán define al hombre como un animal de deseos. Conociendo sus deseos, sus aspiraciones, conoceremos el modelo de hombre que sueña alcanzar, veremos dónde cifra su felicidad y cómo piensa lograrla.

Una de las pocas cosas que tenemos claras es la meta que todo el mundo aspira alcanzar: la felicidad.

Todo hombre aspira a la felicidad, en esto todos somos iguales: en lo que nos diferenciamos es en dónde colocamos o encontramos esa felicidad, en qué la ciframos y en el modo cómo accedemos a ella. Aquí es donde cada uno monta su estrategia de trabajo y es donde Jesús nos advierte que no podemos hacer trampas pues el camino que conduce a la felicidad ni tiene bifurcaciones, ni admite atajos.

El modelo de hombre que pretende ser imagen y semejanza de Dios, que desea ser como Dios manda, no puede compaginarse con el modelo de quien pretende solucionar sus problemas de infelicidad con el dinero. Jesús advierte a lo largo de su evangelio que el dinero da facilidades, pero que no puede confundirse con la felicidad. Facilidad y felicidad son realidades distintas.

Dios y el dinero son incompatibles. O vives de cara a Dios en búsqueda del ser en plenitud, o vives de cara al dinero con el afán de tener, poseer y dominar. (E. From escribió sobre este tema: «Ser o Tener». Os lo recomiendo).

El dinero, repito, da facilidades, pero al precio de absorberte, haciendo de ti un ser dependiente , convirtiendo tu vida en una loca carrera por poseerle. Quien busca el dinero acaba teniéndolo todo menos tiempo para vivir. Dios y el dinero son realidades antagónicas: a Dios lo encuentro y poseo en la medida en que lo comunico y lo doy porque es amor y el amor se encuentra en la misma medida en que se da; por el contrario, el dinero lo pierdes en la medida en que lo comunicas, lo participas, lo das.

El dinero es egoísmo o, al menos, egocentrismo. Miedo a perder seguridades o facilidades, miedo al futuro. Hay que optar por Dios o por el dinero.

«Por eso os digo: no estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso».

No viváis agobiados, no tengáis miedo del futuro. El miedo esclaviza al hombre, lo paraliza o le hace cambiar el rumbo de su viaje en la búsqueda de la felicidad. El futuro es un porvenir, lo que interesa es el hoy. Jesús en esta lectura está invitando a vivir en intensidad el presente sin las historias del pasado y sin las histerias del futuro. Este fragmento a muchos les suena como a música celestial, a poesía y a desencarnación de las realidades temporales y terrenas. Nada más lejos: Es una invitación a creer en la providencia, -Dios que nos creó por amor y para amar no puede abandonarnos en nuestra desgracia o soledad-. Dios no nos puede abandonar, pero tampoco nos puede suplir. Y es de muy mala educación pensar o pretender que el que nos ama tiene la obligación de alimentarnos. Hay gente que cree que su paso por la tierra debe de ser costeado por Dios.

Jesús está advirtiendo que sólo hay dos caminos: vivir para trabajar o trabajar para vivir. Si apuestas por el primero la vida te vivirá a ti y tú te quedarás por realizar, serás su esclavo servidor; si optas por el segundo te convertirás en autor y actor de tu propia vida, serás su señor.

Tu estilo de vida dependerá del enfoque que des a esta última cuestión: vivir para trabajar, -atesorar, poseer, dominar-, o trabajar para vivir en plenitud, en crecimiento.

«Sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos».

Se lee en «Don Quijote», (pte. 2ª, cap. 58): «La libertad es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos». Opta por ser de Dios, hazte ciudadano de su reino, tenlo a él por amo, déjate en sus manos y será la gloria. Pues para definir unas relaciones no importa tanto la frecuencia o la intensidad, sino las consecuencias que tienen en la construcción del «yo» del hombre. Si te relacionas con Dios dejando en sus manos el futuro de tu vida, apostando a su favor, conocerás el amor. Podrás olvidarte de ti mismo porque alguien cuidará de ti: el que te creó.

Eres libre para optar por el Evangelio o por el capital. Pero ten en cuenta que el Evangelio siempre será capital; el capital nunca será Evangelio. Con el capital se puede comprar, sólo se puede comprar, el interés de las personas, -el interés se desvanece cuando el capital flaquea-, y el afecto, como el amor, se logra con afecto o con amor.

Lo que el hombre necesita en la vida es amor, amar y ser amado. La felicidad no es posible sin el amor. Amar es desear el bien y la libertad de las personas: que se acerquen lo más posible a lo que ellas son, a lo que ellas aspiran. Amar es ayudar a crecer.

Cuando uno persigue el tener no necesita a las personas, más bien le estorban o le sirven para aprovecharse y explotarlas.

El amor verdadero hace más humano al hombre y más persona. El amor, Dios, es capaz de transformar el pasado del hombre e iluminar su porvenir. El amor es el factor de cambio en la vida, es la causa de la conversión, de reorientación en su marcha.

El hombre perdido y extraviado en el amor, que es Dios, se encuentra y se recupera a sí mismo.

Dios, el amor, es la patria de todo hombre.

El dinero lo hace inquilino de sí mismo.

OLTRA COLOMER Págs. 46-49