27 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO
9-16

9.

Al escuchar la expresión "reino de Dios" pensamos en el cielo. Pues no. El reino de Dios no es el cielo. Porque el reino de Dios no es un lugar, ni el cielo ni la tierra. Es un grupo: el de los que han decidido hacerle caso a Dios y organizarse según lo que él nos dice. Y está allí donde está este grupo.

SE HA CUMPLIDO EL TIEMPO

"Después que arrestaron a Juan llegó Jesús a Galilea y se puso a proclamar la buena noticia de parte de Dios. Decía:

-Se ha cumplido el tiempo, está cerca el reinado de Dios. Enmendaos y tened fe en esta buena noticia".

Juan Bautista acabó mal -¿qué tendrá el mundo de los hombres para que los que buscan mejorar la vida de los demás acaben mal?-. Lo mandó arrestar un rey títere de los romanos, Herodes, al que no le gustaba que le echaran en cara su cara dura. El final de la actividad de Juan marca el comienzo de la actividad pública de Jesús: terminan los tiempos antiguos y da comienzo una nueva etapa en las relaciones de los hombres con Dios: a esa nueva etapa de la historia de las relaciones de Dios con la humanidad se le llama "reino de Dios".

Los antiguos profetas de Israel habían anunciado que Dios estaba dispuesto a intervenir en la organización social de su pueblo para restaurar la justicia que los poderosos habían repetidamente violado. Una y otra vez habían anunciado que Dios estaba dispuesto a mandar un enviado suyo para acabar con el desorden establecido en su pueblo. Por eso las proclamas de los profetas suenan, para los responsables de la injusticia, a denuncia y amenaza; para sus víctimas, en cambio, son anuncio de liberación y felicidad (véase, por ejemplo Is 9, 1-6; 11, 1-9; 42, 1-9; 49, 1-13; 50, 4-51,8; Jr 23, 1-7; Ez 34; Sal 72). Jesús empieza su misión anunciando que Dios ha decidido intervenir ya: "Se ha cumplido el tiempo, está cerca el reinado de Dios".

BUENA NOTICIA

La esperanza en el reinado de Dios era un sentimiento muy extendido en los días en que comenzó Jesús su actividad. Todos decían que el día del Señor, el día en que Dios intervendría de nuevo para el bien de su pueblo, sería un día grande. Todos decían que deseaban ardientemente que ese día llegase cuanto antes. Pero no todos decían la verdad. Los que tenían hambre y sed de pan y de justicia sí que esperaban con ilusión al enviado del Señor; pero los culpables de ambas hambres lo temían. Por eso se pusieron nerviosos cuando apareció el Bautista, y en cuanto tuvieron una ocasión, la aprovecharon para quitárselo de en medio.

Jesús, nada más llegar, se dirige preferentemente a quienes sufrían la injusticia, a los que aguardaban esperanzados al Mesías de Dios: para ellos, el anuncio de su llegada, el anuncio de la cercanía de la intervención de Dios, si que sería buena noticia. Pero como Jesús no es un ingenuo, sabe que, aunque la gran injusticia es culpa sólo de unos pocos, acaba contaminando a todos o a casi todos los miembros de una sociedad, pues las víctimas acaban adoptando la ideología y el modo de comportarse de sus verdugos, y a la postre, todos cometen pequeñas injusticias o se callan ante las grandes. Por eso Jesús empieza su predicación haciendo suyas las palabras de Juan: "enmendaos". Hay que empezar por una liberación personal lo más profunda que sea posible: hay que mirarse por dentro, descubrir hasta qué punto somos responsables o cómplices del sufrimiento de los demás y tomar la determinación de cambiar de actitud y de comportamiento. Y después creer que el proyecto de humanidad que Jesús llama "el reino de Dios" es, en verdad, buena noticia y confiar en que ese proyecto/buena noticia se va a realizar: "enmendaos y tened fe en esta buena noticia".

PESCADORES DE HOMBRES

"Al pasar junto al mar de Galilea vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, que echaban la red en el mar, pues eran pecadores. Jesús les dijo: -Veníos detrás de mí, y haré que seáis pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago... y a Juan... e inmediatamente los llamó".

Lo que Jesús nos quiere comunicar no es un método para alcanzar la perfección individual. La nueva realidad no es sólo el ser más buenos. La de Jesús es una empresa colectiva, es un proyecto para organizar la convivencia. Por eso empieza buscando un grupo de personas que acepten su proclama, que vivan con él y, después de conocerlo y de experimentar la bondad de aquella noticia, se conviertan en impulsores de esa empresa colectiva, el reino de Dios. Ellos tendrán que proponer a otros hombres el proyecto de un mundo de hermanos -éste podría ser otro modo de llamar al reino de Dios-, ellos tendrán que ser pescadores de hombres: portadores de la buena noticia para ofrecerla a todos los que tengan hambre y sed de pan, de paz, de igualdad, de justicia, de amor..., invitándolos a organizar entre todos el mundo de tal modo que todas esas hambres encuentren hartura. Deberán ser buena noticia para que el mundo pueda llegar a ser fuente de buenas noticias.

A nosotros compete hoy esa tarea, pero es posible que un día nos pidan cuentas por habernos presentado como portadores de la buena noticia (evangelio = buena noticia) y nos hayamos dedicado a dar malas noticias, pues la peor noticia para este mundo sería que el reino de Dios es asunto de otro mundo.

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 124ss


10. SGTO/CV-Y-FE:

-Convertíos y creed la Buena Noticia (Mc 1, 14-20)

En san Marcos, la Buena Noticia, el Evangelio, es la persona misma de Jesús a la que es preciso adherirse por medio de la fe. Ante este Evangelio que es Jesús mismo, se requieren dos actitudes: convertirse y seguirle en un acto de fe. Penitencia y conversión. Pues lo que importa sobre todo es la conversión del corazón. Desembocamos en la preocupación de los profetas: antes que nada, la conversión interior. Oseas sólo considera fructuosa la profunda conversión interior inspirada por el amor (Os 6, 1-6). Isaías hará hincapié en la inutilidad del culto (Is 1, 11-15) si no se practica ante todo la conversión interior. Si los pecados rojos como el carmesí, puedan llegar a blanquear con la blancura de la nieve, es a condición de caminar por los caminos de Dios (Is 1, 16...).

Después de Isaías, todos los profetas insisten incansablemente en la conversión interior. Jeremías encontrará las fórmulas más llamativas para expresar la necesidad de esta conversión. Se trata de cambiar de conducta y de circuncidar el corazón (Jr 4, 1-4). Si Ezequiel se extiende más sobre las prescripciones rituales de la penitencia, también insiste en la conversión como condición de la vida (Ez 18, 31). Sin embargo, Israel tiene un corazón duro, es una casta de rebeldes (Ez 2, 4-8); no obstante, el Señor infundirá en ellos su Espíritu, aun cuando ellos sigan echando de menos su conducta anterior (Ez 36, 26-31).

Cuando Jesús llama a la penitencia, insiste igualmente en las condiciones interiores de la conversión. Los evangelistas nos proporcionan magníficas perspectivas sobre la penitencia tal y como la ve Jesús. Si por lo que respecta al hombre se trata de cumplir lo prescrito buscando el reino de Dios y su justicia (Mt 6, 33), si se trata de un esfuerzo vigoroso para modificar en profundidad la propia conducta, el acto de la conversión lo constituyen sobre todo la humildad y el recurso confiado a Dios, con conciencia de la propia debilidad (Lc 8, 13). Siempre es el Señor el que lleva la iniciativa de la conversión; esta iniciativa se subraya con la actitud del padre que guarda el regreso del hijo pródigo. Al verle regresar, le recibe con misericordia (Lc 15, 11-32). Es el pastor que se pone a buscar su oveja perdida (Lc 15, 14).

La conversión va seguida de una adhesión a Cristo en la fe. Convertirse y creer son dos actitudes íntimamente unidas entre sí. En los hechos se ve que la conversión va seguida del bautismo (Hech 2, 38). Si la conversión es necesaria para acceder al bautismo, se debe a que esta conversión supone también una adhesión a Cristo (Hech 3, 19), aunque esta adhesión a Cristo se dé plenamente en el mismo bautismo, don del Espíritu. En este texto de san Marcos tenemos un doble retrato: el del Apóstol llamado, pero también el de todo cristiano.

El retrato del Apóstol llamado. En este llamamiento hay que subrayar la iniciativa de Jesús: él es el que se dirige a los Apóstoles y el que les llama.

En el Antiguo Testamento, cuando Dios llama lo hace para enviar a alguien, confiándole una misión que cumplir. Es una elección que Dios hace y que humanamente no se justifica. Los ejemplos son numerosos y todos ellos se inscriben en el mismo esquema. El elegido no lo fue por él mismo, sino en atención a la misión que va a cumplir. Así fue elegido Abrahán (Gn 12, 1), y así fueron elegidos también Moisés (Ex 10.16) y los profetas, como Amós (Am 7, 15), Isaías (Is 6, 9), Jeremías (Jr 1, 7) y Ezequiel (Ez 3, 1.4). Cristo multiplicará en el evangelio los llamamientos a seguirle.

Marcos subraya también la actitud de los llamados: éstos consienten, sin vacilaciones, en cambiar su género de vida. Para estos elegidos se abre un nuevo itinerario que supone una ruptura colosal, apenas imaginable, con todo un pasado.

"Seguir a Jesús" es una expresión muy frecuente en el Nuevo Testamento. Se la encuentra en él más de treinta veces. La utiliza sobre todo san Mateo. Para referirnos a la expresión "seguir a Jesús" sólo cuando ésta se refiere estrictamente a los que han de ser los discípulos de Cristo, observa san Mateo: "Inmediatamente dejaron las redes y le siguieron" (Mt 4, 20; cf Mt 1, 18; Lc 5, 11); "Inmediatamente dejaron la barca y a su padre, y le siguieron" (Mt 4, 22); "Tú sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos" (Mt 8, 22); "Sígueme" dice Jesús a Mateo (Mt 9, 9; cf. Mc 2, 14; Lc 5, 27-28); «el que no coge su cruz y me sigue..." (Mt 10, 38; cf. Mc 8, 34; Lc 14, 27; Jn 12, 26); la misma expresión reaparece en Mateo y en Lucas por segunda vez (Mt 16, 24; Lc 9, 23); "luego ven y sígueme" (Mt 19, 21; cf. Mc 10, 21; Lc 10, 28; 12, 33; 18, 22). En san Marcos advertimos: "Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido" (Mc 10, 28; cf. Mt 19, 27; Lc 18, 28). En Lucas, dice Jesús: "Sígueme" (Lc 9, 59; cf. Mt 8, 21); en san Juan: "el que me sigue no camina en las tinieblas" (Jn 8, 12); y añadió Jesús: "Sígueme" (Jn 21, 19). A los que así llama Jesús, quiere hacerles, según su propia expresión, "pescadores de hombres". Es una vocación para llamar a otros.

El cristiano llamado: No debemos olvidar que san Marcos escribe su evangelio en el momento en que se constituye la Iglesia, aunque ésta se encuentra aún en sus comienzos, ni podemos dudar que el evangelista escribió estas líneas pensando en los que tenían especialmente el cometido de ser Apóstoles de Cristo. Pero pensó también en sus cristianos. La vocación de los Apóstoles llega a ser para él un relato actual para todo hombre que quiere entrar en la Iglesia y vivir la vida de Cristo en ella. Así, pues, para entrar en la Iglesia hay que salir del propio ambiente pagano o judío. Con mayor precisión tratándose de judíos, se trata de abandonar la comunidad judía y de encaminarse hacia los gentiles.

En este relato evangélico proclamado hoy, existe la concepción realista de una íntima continuidad entre el llamamiento hecho a los discípulos y la vida de la Iglesia hoy. Cada uno de nosotros ha recibido y sigue recibiendo incesantemente este llamamiento a la conversión y al "seguimiento".

-Abandonad vuestra mala vida (Jon 3, 1...10)

Nínive se convirtió y su conversión tuvo por instrumento a un judío, Jonás, enviado a los gentiles de Nínive. El profeta fue enviado, a pesar suyo, a esta ciudad pagana a la que teme, y por eso antes tomó la dirección contraria para rehusar su misión. Pero el Señor le fuerza a cumplirla, y diversas peripecias le conducen forzosamente al sitio donde tiene que predicar la conversión. Cuando Jonás vuelve a recibir la orden de hacerlo, comprende que no puede sustraerse por más tiempo a los mandatos del Señor que le salvó de la ballena y le condujo al lugar donde tenía que cumplir su misión. Triunfó en ella, habiendo fracasado los profetas que le precedieron. La conversión de Nínive es casi incluso violenta: "Los ninivitas creyeron en Dios" y su conversión se manifiesta en las señales de arrepentimiento que adoptan, y sobre todo en que "se convertían de su mala vida". Entonces Dios renuncia al castigo que había decidido infligir a la ciudad.

Este pasaje, unido a la proclamación del evangelio, nos proporciona una doble lección: la de la obediencia a una misión, y la de una conversión. Es el programa actual de todo discípulo de Jesús, dentro de la confianza en el Señor y en su fuerza.

El responsorio anexo a esta lectura se ha tomado del salmo 24; pide a Dios que nos enseñe sus caminos y que nos instruya en la verdad. A esta petición de dirección precisa por parte de Dios, se añade la alabanza al Dios que nos salva: El Señor es bueno y es recto y enseña el camino a los pecadores.

-Libres de condicionamientos (1 Co 7, 29-31)

Excepcionalmente y por casualidad, la segunda lectura de hoy encuentra su lugar propio entre las otras dos. A quienes estamos llamados a dejarlo todo para seguir a Cristo, consigna válida para todo cristiano, nos enseña que nuestra vida ha de estar libre de condicionamientos. El motivo fundamental para este seguir a Cristo libres de condicionamientos, dejándolo todo -embarcación, redes, lazos familiares, los que tienen esposa como si no la tuvieran, los que lloran como si no lloraran, los que están alegres como si no lo estuvieran, los que compran como si nada poseyeran, los que en este mundo obtienen ganancias como si no sacaran de él rendimiento alguno- es que el tiempo es limitado. El cristiano no dispone de tiempo para demorarse en su misión, ha de seguir a Cristo en todo momento; pues el mundo, tal como nosotros lo vemos, está en trance de desaparecer.

No debe pensarse que san Pablo menosprecie el matrimonio, del que en otros lugares dice que es un gran sacramento (Ef 5, 23-33; I Co 7, 25); tampoco niega al cristiano el derecho a la afectividad, ni quiere que ante el sufrimiento o la alegría se refugie en la indiferencia.

No profesa doctrina alguna opuesta a la propiedad ni tampoco enseña el desprecio del mundo. Su doctrina se equilibra de otra manera: se trata para el cristiano de adquirir, en función de la presencia del Reino y de lo limitado del tiempo en que vive, un juicio práctico de valor, de vivir libre de condicionamientos. Si hay que amar los valores del mundo, si hay que amar la creación, si hay que trabajar por el progreso del mundo, hay que hacerlo libres de todo apego, con distanciamiento; este distanciamiento es la actitud característica de los santos, con harta frecuencia desfigurados en los relatos de su vida, atribuyéndoseles el desprecio al mundo cuando lo que hicieron fue juzgarlo únicamente a la luz del Cristo eterno, lo que les hacía ver que el tiempo es limitado y se halla en trance de desaparecer.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 107-111


11. CONVERTIRSE, NADA MENOS

'Se ha cumplido el plazo. Está cerca el Reino de Dios'. Es casi el comienzo del Evangelio de Marcos. Jesús llega como con prisa: apremiando, sacudiendo por el hombro a los soñolientos, a los demasiado tranquilos, a los instalados. Para que quede bien claro, desde el principio, que hay mucha tarea por delante. Que el Reino de Dios no es una fruta silvestre, al alcance de la mano del primero que pasa; sino más bien el final de un largo esfuerzo, donde se han ido amasando -codo con codo- el pequeño sudor del hombre y la gracia vivificante del Señor. Que no hay tiempo que perder. Que hay que poner manos a la obra.

¿Y cuál es la tarea? Nada más, y nada menos, que ésta: 'Convertíos y creed la Buena Noticia'. Así de claro. Así de radical.

'Convertíos': Es tanto como decirnos que habíamos equivocado el camino, que no es posible seguir como hasta ahora. Que no podemos seguir acumulando unas riquezas que se nos han de pudrir en las manos. Que no podemos seguir dando vueltas a la noria como esos tristes burros de ojos vendados alrededor de nuestro 'yo', incapaces para ver que nuestro camino no progresa, que nos hemos ido quedando remansados fuera de la corriente de la vida, que nuestro barco anda escorado. 'Convertíos', es decirnos que ya está bien de desigualdades y guerras, de hambre por los cuatro costados del mundo, de pisar al otro para subir, de mentiras, de odios, de violencia...

Convertirse es cambiar de vida, hacer borrón y cuenta nueva. ¡Creed la Buena Noticia ': He ahí la cuenta nueva. Es abrir de par en par el corazón, y dejar que lo refresque la lluvia limpia de la Palabra. Es dejarse conducir, en la niebla, por la mano de Alguien que nos ama. Es fiarse plenamente del Padre: ver con sus ojos, intentar amar con su corazón. Es decirle un "si" grande, total. Firmarle un cheque en blanco. Renacer. Resucitar.

El momento es apremiante'. Hay que empezar ya. Se trata de cambiar la vida: como los ninivitas ante la predicación de Jonás. Se trata de salirse del hechizo de las cosas, mandar en ellas: 'los que compran, como si no poseyeran...'. Se trata de componer una nueva escala de valores, de acuerdo con los criterios del Evangelio: primero, el reino de Dios y lo que va con él; todo lo demás, detrás. Y lanzarse a volar alto, libres de peso inútil. Lanzarse a vivir la aventura fascinante de la libertad plena, del amor sin engaños. Y hacer brotar a nuestro paso la alegría y la esperanza.

'Jesús les dijo: venid conmigo y os haré pescadores de hombres". Quiere Jesús que, una vez convertidos a esa nueva manera suya de vivir, seamos en adelante sus testigos: que vayamos corriendo la voz de casa en casa, de ciudad en ciudad, de siglo en siglo. Para que todo el mundo se entere de que hay, por fin, un camino abierto. De que vale la pena intentarlo. De que ya es posible ser feliz.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B GRANADA 1993.Pág. 90 s.


12. CV/QUÉ-ES: ASÍ, A LAS CLARAS

A Jesús no le gusta andar con tapujos. No es partidario de enmascarar la verdad para ganarse la voluntad de la gente, ni de dorar la píldora con tal de conseguir más seguidores. Quiere dejar bien claro, desde el principio, que viene a cambiarlo todo: a sacarnos de nuestras cómodas casillas y a pedirnos que, dejándolo todo, le ayudemos a hacer un mundo nuevo. Lo anterior no vale, está podrido; hay que cortar por lo sano y poner manos a la obra. Así, a las claras, para que nadie se llame a engaño.

'Convertíos'.

Lo malo que tienen muchas de nuestras obras es que no parten de dentro; por fuera quedan bonitas, audaces, atractivas, pero no tienen sana la raíz. Nos hemos preocupado solamente de la apariencia, sin darnos cuenta de que el interior seguía torcido, tan falso como antes. Por eso quiere Jesús que empecemos desde dentro: 'Convertíos' . Convertirse es cambiar de rumbo. Es reconocer que estábamos equivocados y disponernos a rectificar. Es arrepentirnos, tachar, liquidar lo falso que había en nosotros, pedir perdón. Es vaciar, echar fuera del corazón la suciedad que lo afeaba, y dejarlo abierto.

Limpio y abierto, dispuesto a lo que sea. Rendido a ese Jesús que llega arramblándolo todo, sanándolo todo, salvándolo todo.

'Creed la Buena Noticia'.

Quitar, para poner. No se puede vivir con el corazón vacío; si lo vaciamos, es para hacerlo más capaz. Fallan los que sólo hablan de quitar, de prohibir, de condenar; ¿cómo va a tener gancho para nadie una tarea tan miope? Si quitamos, es porque hay algo que queremos poner en su lugar. Lo que nos da fuerzas para quitar, para renunciar, para reconocer nuestro error, es precisamente el atractivo que tiene para nosotros lo que queremos poner; es porque hemos descubierto un tesoro, ante el que pierde valor todo lo que antes poseíamos. Hemos descubierto la Buena Noticia: que Dios nos ama inmensamente. Hemos aceptado esa verdad, porque la hemos visto en Jesús, el Hijo que se nos ha hecho hermano. Y nos ha nacido una fe en Él tan grande, tan viva, que nos ha hecho ver todo lo anterior con otros ojos: hemos descubierto lo ciegos que estábamos, lo engañosos que eran los soportes sobre los que asentábamos nuestra vida, lo pobre que era la riqueza por la que tanto luchábamos. Y nos hemos 'convertido'. La verdad de Jesús ha desplazado de nuestro corazón toda la mentira que antes nos tenía ofuscados, y se ha quedado con nosotros: se ha hecho nuestro Señor.

'Venid conmigo'.

Hacen falta pescadores para ir llenando esta red. Pescadores que un día fueron peces, y vivieron también, creyéndose libres y salvos, en unas aguas que llevaban la muerte dentro. Hoy, rescatados ya por una red que no es yugo sino liberación, se sienten llamados a anunciar a otros peces que vale la pena dejarse pescar, dejarse salvar.

Quien quiera seguir a Jesús, que lo siga. Ya sabe para qué. Sin cebo ni anzuelo. Cuando descubra la dicha que este Jesús le trae, no va a echar de menos, en absoluto, las cosas que tuvo que dejar para poseerlo.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B GRANADA 1993.Pág. 91 s.


13.

TEMA: LA CONVERSIÓN.

FIN: Conminar a que realicemos de una vez por todas la conversión definitiva. Analizar las resistencias a la conversión y mostrar las características de ella.

DESARROLLO:

1. Necesidad de la conversión.

2. Es inminente.

3. Es seria.

4. Es condición indispensable para salvarse.

TEXTO:

1. Necesidad de la conversión.

Las palabras cuando se usan mucho se gastan. Una de las más usadas entre nosotros es la de «conversión». Volverla a pronunciar hoy aquí, puede quedar sin efecto. Pero no puedo renunciar a hacerlo. El hecho de que esté ya gastada, supone la necesidad que tenemos de que se nos predique. Tenemos que convertirnos. Esto quiere decir que tenernos que realizar el continuo esfuerzo de superación que debe hacer todo hombre que vive de verdad. Pero, además, tenemos que convertirnos radicalmente, como si fuera por primera vez. Estoy convencido de que esto no lo entendemos; yo quisiera pedirle a Dios hoy que nos dé a todos capacidad de oír, escuchar y entender. Para nosotros se han escrito estas palabras: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (/Mc/01/15:/Mt/03/02).

2. La conversión es inminente.

No podemos pensar que esto no va con nosotros, por el momento. "Os digo esto: el momento es apremiante" (I Cor 7. 291: «se ha cumplido ya el plazo» (Mc 1, 15). Esta lánguida vida humana que llevamos, este estilo tan farisaico de aparecer creyentes sin serlo, tiene que desaparecer.

La razón de esta inminencia está en la urgencia con que hemos salir de esta situación de pecado que nos destruye. La "conminación", la conversión es un acto de amor; si se pudiera, por el bien nuestro, tendríamos que obligarnos a convertirnos. «Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada» (Jonás 3, 4). «Dad digno fruto de conversión, no contentéis con decir: tenemos por padre a Abraham. Ya está pues el hacha a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego» (Mt 3, 7-10). Tenemos que hacer penitencia porque la gran ciudad de Nínive está corrompida. Alguien dirá, «a mí qué, que la ciudad sea un desastre". Falso espejismo. Hay quien piensa salvarse como si estuviera aislado de todo lo que le rodea. La corrupción social es nuestra; es fruto de nuestro pecado, de nuestra corrupción y nuestra apatía. En Nínive podría haber santos, pero si la ciudad no se convertía, la Nínive de los santos también hubiera sido destruida. ¿Cómo podremos creernos santos los vecinos de esta ciudad, si se nos ha corrompido y está muerta?

3. Es seria.

La conversión es «inminente» (Mt 3, 7), pero es seria. Nadie piensa que convertirse es fácil. Es duro, cuesta, no se hace en un día. La conversión tiene un nombre que asusta, pero hay que pronunciar, es muerte. Exige morir a muchas cosas, destruir otras, desprenderse de cosas tan entrañables como el estilo de nuestra propia vida de pecado. Los ninivitas desde el momento en que creyeron al profeta y se convirtieron no se quedaron en un simple juego. Pusieron todo lo que estaba de su parte: «Creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron de sayal, grandes y pequeños» (Jonás 3, 5). No nos riamos de estos signos sencillos de conversión. ¡Ya quisiera Dios que nuestra conversión se reflejara también hasta en nuestro modo de vestir! Convertirse es «dar la vuelta», desandar el camino equivocado, volverse del revés. Supone replantear un nuevo modo de vivir. No es dejar el mundo, ni marcharse al desierto, ni huir de la realidad. Sino que esto supone estar en el mundo de distinta manera, tener las cosas según el plan de Dios. San Pablo refleja esta realidad de un modo gráfico: "tener como si no se tuviera" (I Cor 7, 29). El mundo tiene «reteniendo», el creyente tiene «compartiendo». El mundo tiene absolutizando las cosas, el convertido tiene relativizando, sabiendo que todo es para nosotros, nosotros de Cristo y Cristo de Dios. Convertirse es esa actitud fundamental que nos permite «dejarlo todo», liberarnos (Mc 1, 1 porque hemos encontrado un modo de vivir definitivo. Es el caso del que encuentra un tesoro en un campo y vende todo, para comprar campo y poseer el tesoro (Mt 13, 44-46).

4. Es condición indispensable para salvarse.

No nos engañemos ninguno, la conversión es condición indispensable para entrar en el Reino de Dios. El evangelio del Reino no se acepta sólo teniéndolo en casa escrito, leyendo de vez en cuando y hasta estimándolo. Pero muchos tenemos el evangelio como un programa de vida imposible. La conversión supone la fe en el que el evangelio es posible vivirlo y el esfuerzo por llevarlo a la práctica.

Todos estamos esperando que el perdón de los pecados nos llueva del cielo como por arte de magia. El perdón de los pecados se nos concede en la medida en que nosotros colaboramos con la gracia de Dios para superar el pecado en nuestra vida. «Cuando vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida, tuvo piedad de su pueblo» (Jonás 3, 10).

No hablemos más. Investiguemos las causas por las que no nos queremos convertir. Mientras tanto sintamos que nuestra vida está en plena contradicción con lo que significa esta reunión de la Iglesia, con la Palabra de Dios y con la Eucaristía que ahora vamos a celebrar.

JESUS BURGALETA
HOMILIAS DOMINICALES CICLO B
PPC/MADRID 1972.Pág. 118 ss.


14.

Muchos cristianos quedarían un tanto sorprendidos si se les dijera que el cristianismo consiste en descubrir una Buena Noticia.

Para ellos, las cosas han sucedido de otra manera. Se han encontrado en la vida siendo "cristianos", sin que se hayan planteado nunca por qué creen y sin que la fe les haya ayudado a experimentar nada especialmente gozoso en la vida.

Su fe no ha crecido. Ha quedado embotada y vacía. Más bien, la religión ha sido un peso del que se han ido desprendiendo poco a poco, más que por razones convincentes, por comodidad, cansancio o aburrimiento.

Es fácil abandonar así la fe, abandonándose uno mismo a la superficialidad y al olvido, pero no supone más coraje, más verdad ni más alegría.

Otros han reducido la fe al mínimo. Su religión está impregnada de desconfianza y sospecha, más que de fe gozosa y entregada. Para ellos, Dios es cualquier cosa menos una Buena Noticia capaz de alegrar su existencia.

¿Es posible descubrir bajo un cristianismo aparentemente complejo, complicado, sobrecargado, desfigurado y triste, algo sencillo, elemental y bueno, que pueda iluminar nuestro corazón fatigado y triste?

Karl Rahner en su precioso librito «¿Crees en Dios?» escribe así: «Dios es y sigue siendo el misterio inefable. Lo único que se sabe de Dios es la experiencia del misterio obtenida en la adoración. El único medio de acercarse a El es la humildad, es decir, la verdad de nuestra existencia humana».

¿No estará ahí todo el secreto? Cuántos hombres y mujeres sencillos saben de Dios más que teólogos y dogmáticos ilustrados. Gentes que no hacen gala de una fe grande y pura, pero que se confían humildemente al misterio de Dios.

Personas que viven el amor al prójimo sin aspavientos ni ostentación alguna. Cristianos humildes, muy conscientes de su limitación y su pecado, pero que se saben habitados por la presencia bondadosa de Dios.

No sabrán decirnos grandes cosas de El, pero han acertado en lo más importante. Lo han acogido como gracia. Saben vivir ante El.

Han respondido a la llamada de Jesús: «Creed la Buena Noticia».

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 185 s.


15.

Frase evangélica: «Convertíos y creed la Buena Noticia»

Tema de predicación: EL ANUNCIO DEL REINO

1. Las primeras palabras que Marcos pone en boca de Jesús constituyen un «sumario» o programa denso del Evangelio. En una tierra marginada y que ha atravesado graves conflictos, Jesús se presenta como profeta que anuncia la llegada de Dios mismo para reinar.

2. El reinado de Dios se lleva a cabo en una nueva sociedad o nueva comunidad de discípulos, en la que se exigen dos condiciones: la renuncia a la injusticia (conversión) y la plena aceptación del Evangelio (fe). De los discípulos se requiere que «dejen» las rutinas y seguridades y «sigan» a Jesús en su práctica mesiánica.

3. Los discípulos de Jesús son cristianos, o constituyen la Iglesia, en la medida en que son seguidores de Jesús y corresponsables en el anuncio y realización del reino. Y el reino llega con la conversión, entendida, no como temor al castigo (Dios no es vengador), sino como aceptación de la llegada de la gracia (Dios es salvador).

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Entendemos la fe como conversión y seguimiento de Jesús?

¿Somos miembros vivos de una comunidad de discípulos?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 205


16.

Cuando se pierde el sentido religioso de la vida, la oscuridad se apodera de la mente de los hombres. Digo sentido religioso de la vida, no dogmatismos intransigentes ni normas o ritos rutinarios.

Deberíamos ser conscientes los hombres de hoy de la falta de luz que sufrimos en nuestras vidas. Quizá sea éste uno de los aspectos más destacables de la civilización actual, al borde del desastre por la absurda carrera de armamentos y por la crisis de las ideologías. Líderes políticos, pensadores, gente sencilla... que en realidad no sabe cómo encaminar su vida ni la vida de los demás. Nos es difícil encontrar un apoyo para seguir caminando cuando prescindimos de Dios o de los valores que El representa. ¿A qué dejamos reducida la vida sin Dios?

Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan. (Sal 90, 10)

1. Actividad de Jesús

En este pasaje evangélico podemos distinguir tres partes: la actividad de Jesús, su mensaje de conversión y el seguimiento de cuatro discípulos.

Jesús se establece en Cafarnaún, y hace de ella el centro de su actividad. Una ciudad en la que la situación religiosa del pueblo era muy precaria. Los destinatarios de Jesús van a ser de nuevo los que, según nuestra mentalidad, menos van a entender, los que aún viven en el paganismo. Y será a través de estos paganos como la predicación de Jesús se dirigirá a todas las naciones.

Y siempre la misma paradoja: los paganos le escuchan, los "creyentes" le rechazan. El mensaje de Jesús es el mismo del Bautista en las palabras, no en el contenido. Jesús no vincula la conversión a un bautismo ni se pone a predicar en el desierto. Su mensaje se puede resumir en "está cerca el reino de Dios". Un Reino que se contrapone a todos los demás reinos o poderes humanos que pretenden un dominio sobre los pueblos. Un Reino que expresa el deseo de que Dios reine en el corazón de todos los hombres. Un Reino que comenzó con Jesús y nos pide la conversión.

Jesús llama personalmente a unos hombres a que le sigan. Y éstos le dan una respuesta inmediata. Estos hombres serán, como Jesús, testigos del reino de Dios con sus vidas. Ser discípulo significa olvidarse de sí mismo, cargar la propia cruz de cada día y seguirle (Mt 16,24). El discípulo pertenece únicamente a Cristo. Sólo Jesús puede ser la norma de su actuar. Lo mismo las comunidades cristianas: pertenecen únicamente a Cristo. El testigo, el apóstol, no debe buscar nada para sí, debe conducir a Jesús. No llevar a Jesús o no llegar a El es desfigurar el cristianismo.

A los hombres, incluso a los inevitables responsables de la propia comunidad cristiana o de la Iglesia, no se les "sigue": son ellos los que tienen que atender y ser camino hacia Jesús para las comunidades.

Jesús se acerca a unos pescadores y les dice que se vayan con El. Y ellos lo dejan todo y le siguen. Debía inspirar confianza y dar la sensación de que en su modo de actuar y de hablar había algo que merecía la pena. Su anuncio satisfacía los anhelos tanto tiempo frustrados de aquel pueblo "que habitaba en tinieblas".

2. Galilea, cuna del evangelio

Juan Bautista es detenido y encarcelado. Se cumple en él el destino de los grandes profetas. Según Mateo y Marcos, la detención de Juan Bautista es la señal para que Jesús comience su actividad; se hará rabí itinerante, recogiendo la antorcha que Juan se ha visto obligado a abandonar. Se hará predicador ambulante para poder encontrar a todos los hombres y en todas las situaciones en que se puedan encontrar.

Ambos señalan que Jesús comienza su predicación en Galilea, que es la región que ahora llamaríamos más descristianizada.

Judea, con su capital Jerusalén, era la región de los que se creían más fieles. En Galilea será donde Jesús permanecerá más tiempo, de allí saldrán la mayoría de sus discípulos, de profesiones e ideas poco "religiosas". Sólo uno de los doce era de Judea: Judas el traidor. ¡Qué coincidencia!

¿Tiene esto algo que decirnos a nosotros, "cristianos de toda la vida"? Jesús es luz, es liberación para los que buscan. ¿Buscamos algo nosotros? Es anuncio de alegría y de justicia para cuantos viven en el dolor y en la opresión. Para los satisfechos y para los que quieren que se les diga siempre las mismas cosas que no comprometen a nada y que les permitan vivir en su aburguesamiento, la Palabra de Jesús carece de sentido.

Lo lógico era esperar que el anuncio mesiánico partiera de Jerusalén, corazón del judaísmo. Pero Jerusalén no necesitaba a Jesús; ya tenía su templo, su sanedrín, sus cultos, sus seguridades... ¿Necesitamos a Jesús los cristianos de hoy? ¿En qué? ¿No estamos muy satisfechos y seguros con nuestro evangelio rebajado?

Muchos bautizados se creen cristianos porque han oído hablar de Jesús. Pero se es cristiano porque se ha oído hablar a Jesús, porque la palabra de Jesús le ha hablado como nadie ha hablado en este mundo, porque reconoce al oírlo la voz que llena todas las aspiraciones, porque Jesús le empuja a vivir como nunca había vivido hasta entonces. Hay ciertos encuentros, ciertos acontecimientos en la vida de los hombres que hacen cambiar nuestro comportamiento, nuestro estilo de vida: un enamoramiento, una nueva amistad, el nacimiento de un hijo... y el encuentro con una persona que, de pronto, ha dado respuesta a nuestras mayores ilusiones, aun a costa de desbaratar todos nuestros planes. Los adultos tenemos nuestra vida y nuestras ideas bien organizadas, y un lugar para Dios; los jóvenes siguen no sabiendo, muchos de ellos, lo que quieren, pero "queriéndolo con todas sus fuerzas". Unos y otros estamos tratando de integrar a Dios y su llamada en nuestra síntesis personal, cuando lo que tendríamos que hacer es todo lo contrario: integrarnos en su proyecto. Dios nos invita constantemente a dar el paso del proyecto de nuestra vida centrado en nosotros mismos, a una disponibilidad a los proyectos imprevisibles de Dios, que se hacen visibles a través de la Iglesia de Jesús y de las necesidades de los hombres.

El cristianismo, más que una doctrina o una moral o una comunidad, es una persona, una fe en Jesús fruto de un encuentro de cada uno con El, que cambia para siempre la dirección de la propia vida.

"El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande". Desde Cafarnaún -capital judía de Galilea- empezará a brillar la luz del Mesías para todo el pueblo.

Cafarnaún era cruce de caravanas y punto de encuentro de muchos pueblos. Su situación a orillas del lago le abría la puerta a los países paganos de la orilla opuesta, a los que también quiere comunicar Jesús su "buena noticia".

Mateo señala la situación de Cafarnaún en relación con el antiguo reparto de la tierra (Zabulón y Neftalí) para preparar la cita de Isaías que sigue (Is 9,1). En ella, el profeta promete la liberación a estas dos tribus sometidas al yugo extranjero. La opresión llegará a su fin por el nacimiento de un niño que ocupará el trono de David (Is 9,5-6). "El camino del mar" era el que unía Egipto con Mesopotamia. "Galilea de los gentiles", por ser un país de población mezclada. "La tiniebla" es símbolo del caos e imagen de la muerte. "La luz" lo es de la vida.

El hecho de que Dios comience a establecer su Reino entre los hombres, núcleo del mensaje de Jesús, se manifestará en la expulsión de demonios, en la curación de enfermos, en la creación del grupo de los discípulos. "Buena noticia" que pide ser creída y exige "conversión".

3. Conversión y reino de Dios CV/RD  CONV/QUÉ-ES:

"Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos". Jesús interpreta su misión, antes que nada, como la llegada del Dios que salva. En El otras preocupaciones tan típicas de los hombres que hacen de la religión una profesión quedan relegadas. No le preocupan las estructuras de la institución religiosa, siempre secundarias y relativas, sino la esencia de la actitud religiosa: descubrir en el mundo las epifanías de un Dios que está en medio de nosotros guiando la historia, aunque de forma tan imperceptible que su presencia pasa totalmente inadvertida. ¿No estamos haciendo lo contrario? Es increíble el tiempo que dedicamos a cosas de "sacristía": posturas en la misa, hábitos, horarios... ¿Se justifican ante la urgencia del anuncio del evangelio al mundo entero? ¿Lo que hacemos pastoralmente está en función del anuncio del evangelio del Reino? ¿No está, más bien, en función de la defensa de la Iglesia como institución, en preocupaciones jurídicas, normativas, rituales, burocráticas?

La conversión nace como respuesta a un acontecimiento, a un encuentro con Alguien que cambia nuestro modo de vivir. Supone la fe. Es una transformación total, un paso -sin calcular las consecuencias- del egoísmo al amor, de la defensa de los propios privilegios a la solidaridad más radical. Un cambio imposible de contener en las viejas estructuras personales, mentales, sociales: las rompe (Mt 9,16-17; Mc 2,21-22; Lc 5,37-39). Las viejas estructuras fueron creadas para servir a otro tipo de dios y para otra visión del hombre. La esencia de la conversión no es sólo apartarse del mal, sino aceptar enteramente la voluntad de Dios, confiar en El, esperarlo todo de El, como niños.

La conversión arranca del descubrimiento del amor increíble y sorprendente de Dios al hombre, a cada uno de los hombres, manifestado en Jesús de Nazaret. Este es el acontecimiento que tenemos que aceptar, del que tenemos que fiarnos y por el que tenemos que dejamos modelar.

La conversión es como un segundo nacimiento (/Jn/03/03-08). Existe un nacimiento común a todos. Algunos tienen un segundo nacimiento: el nacimiento a un mundo de valores nuevos, al que libremente se abren y se entregan. Un nacimiento que no se logra, sin más, con el bautismo de agua ni con la consagración religiosa o sacerdotal. La conversión afecta a lo más íntimo de la persona.

La conversión que nos pide la venida del Reino no es ayunar, vestirse de sayal y cubrirse de ceniza como los ninivitas (/Jon/03/01-10). Estas cosas pueden ser expresión de la verdadera conversión. La conversión que nos pide Jesús es el abandono de nuestras mediocridades y mezquindades, de nuestras cerrazones y servidumbres, de nuestro individualismo y despreocupación por los demás... Y abrirnos a la salvación de Dios, plenitud de vida y libertad. Los profetas de todos los tiempos han criticado duramente el culto que tiene su única expresión en prácticas, en signos externos de arrepentimiento. Por eso han sido siempre tan mal vistos por sus contemporáneos, aunque después se les levanten monumentos (Mt 23,29-32). Para ellos no existe verdadera conversión si no se traduce en un cambio de las actitudes internas. No puede darse una verdadera conversión sin un cambio profundo en las relaciones con todo el prójimo.

La conversión al Reino nos exige amar hasta ser capaces de perdonar siempre, ser libres hasta hacernos servidores de todos, ensanchar nuestro espíritu hasta hacer nuestras las alegrías y esperanzas, las tristezas y angustias de los demás (comienzo de la constitución Gaudium et spes, del concilio Vaticano II); saber complicarnos la vida para aliviar la vida de los demás...

La conversión nos pide cambiar de mentalidad. Nos invita a pensar de una manera completamente nueva; a no pensar gregariamente, a la voz de mando; a adoptar una postura crítica y constructiva ante los acontecimientos; a pensar en el pasado y encontrarlo insuficiente para el reino de Dios; a demoler esa indiferencia desde la que no se piensa; a declarar la guerra a la vanidad, que siempre se siente satisfecha de sí misma. Después debemos preparar los caminos del Señor, pensar en el futuro, plantearnos la pregunta: ¿qué debo hacer en la vida? Es necesario que construyamos nuestras vidas de forma que podamos decir algo a las generaciones que vienen detrás.

La conversión en el Nuevo Testamento incluye siempre dos aspectos, que no podemos separar: el arrepentimiento, que implica reconocer que somos pecadores -no en abstracto, sino con unos pecados muy concretos que nos están impidiendo ser lo que debemos ser- y que queremos caminar hacia una vida de más amor, y al abrirnos al amor de Dios, volvernos hacia El, no como un ser lejano, sino como un Dios presente en nuestra vida.

Convertirse exige abandonar todo lo que nos esclavice, lo que hacemos a la fuerza, y encontrar la verdadera libertad. Nos pide dejarlo todo, relativizarlo todo. Se hace realidad siguiendo a Jesús, conociéndolo, escuchándolo, fiándose de El.

Durante toda nuestra vida tendremos que luchar contra el mal que nos aprisiona, las pasiones que nos frenan, los ídolos que nos seducen, el materialismo que nos come la vida.

Estamos sumergidos en una sociedad de consumo -comidas, ropas, diversiones, cine, televisión, drogas, bebidas, tabaco...- y de prisas, en una economía competitiva en la que no importa hundir al otro con tal de aumentar los propios beneficios, en un mundo dominado por un paganismo acaparador, en un ambiente en que los valores del espíritu son claramente rechazados. Y nosotros, aunque parece que queremos ser portadores del espíritu, aunque parece que queremos ser seguidores de Jesús, nos sentimos atraídos por todo este ambiente.

Existen en nuestro tiempo muchos jóvenes y adultos que ya están de vuelta de todo y buscan un nuevo estilo de vida, una nueva concepción del mundo. Y nos miran a los cristianos. Y quedan decepcionados al constatar que, aunque lo que decimos sea interesante, nuestra manera de vivir no es consecuente.

No podemos escuchar la palabra de Dios como una instrucción ni solamente como una revelación de la verdad, sino que tenemos que dejarnos sacudir por ella. La conversión cristiana es una actitud ante la vida. Mucho antes del encuentro con Jesús, hay una opción, una búsqueda sincera de la verdad y de la justicia..., que ya es un escuchar a Dios. Al encontrarse con Jesús, estas personas adquieren la interpretación de lo que habían hecho hasta entonces en la oscuridad, y se abren a la luz hacia la que se dirigían a tientas. La vida empieza a brotar tan fuertemente de ellas, que transparentan, a través de sus obras, a Cristo como vida. Ya nadie las puede arrancar de las manos del Padre. Su fe es una convicción personal, que puede encontrar pruebas y objeciones; y que posiblemente no puedan triunfar de las unas ni responder a las otras, pero no podrán renegar en las tinieblas de lo que han visto en la luz, no podrán dudar en los momentos difíciles, en los que todo se nubla, de lo que han descubierto en los momentos de lucidez. Porque en las noches nubladas no veamos las estrellas, no dudamos de su existencia. Algo parecido pasa con la fe. CV/CR/DIFICIL Los cristianos hemos sido educados en el cristianismo a base de doctrinas aprendidas de memoria, de normas y de preceptos. No nos han enseñado a contemplar "las estrellas". Y así hemos crecido sin ilusión, sin iniciativa. Nos han dado las respuestas antes de haber formulado las preguntas, y, naturalmente, no las hemos asimilado. La Iglesia nos ha conservado en su "casa-cuna", pero no nos ha llevado al encuentro con la persona de Jesús, al que predica. De esta forma admitimos lo que nos dice de Jesús la Iglesia, pero no le escuchamos a El. Por eso no hacemos más que repetir su catecismo, sin haberlo experimentado ni entendido. En estas condiciones, la conversión se nos hace muy difícil por las ideas preconcebidas y por los muchos intereses creados. Y los que de adultos abandonan la Iglesia, difícilmente llegarán a descubrir un día que los anhelos e ilusiones de plenitud que llevan en sus corazones tienen respuesta en el evangelio de Jesús.

Hay una presencia, un misterio, un tesoro oculto en este mundo y en cada persona. Nuestra vida cambiará por completo cuando empecemos a descubrirlo. El contenido del pregón inicial de Jesús es el mismo que el de Juan Bautista. En Juan, el acento recaía en la palabra "conversión", como corresponde a su función de precursor. Jesús insiste en "está cerca el reino de Dios", que es una frase de alegría, de felicidad, porque Dios nos ama, porque la esperanza del mundo está cerca, está dentro de todos y de cada uno de los hombres

El "reino de Dios" viene y no puede ser detenido. Pero aún no llega en toda su plenitud. Está delante, a la puerta, ante las murallas del mundo de los hombres, en las fronteras de Todo acontecer. Su cercanía es amenazadora y agradable al mismo tiempo: amenazadora, porque nos compromete a una vida entregada a los demás; agradable, porque sólo esa vida puede hacer feliz al hombre.

El "reino de Dios" no dominará ni forzará a los hombres ni a los pueblos. Dios llega cuando es esperado -buscado- y aceptado. A la palabra de Dios tiene que responder el hombre. Tenemos que cambiar toda la vida. Sólo cuando esto suceda habrá llegado "el Reino".

"Reino de Dios" es la expresión que había llegado a condensar la esperanza del judaísmo: la esperanza en la llegada del momento en que Dios mismo tomaría en sus manos la dirección del pueblo y de toda la historia, sin intermediarios, única forma de asegurar que ningún mal podría dañar en adelante a los hombres y a los pueblos.

Deberíamos preguntarnos: ¿Estamos dispuestos a convertirnos? ¿Nos sentimos disponibles para esta transformación dolorosa, que afecta a todos los planos de nuestra existencia? ¿Obligaremos a una larga espera a ese "hombre nuevo" (Ef 4,24) que quiere nacer en nosotros?

4. Seguimiento de cuatro discípulos

Hablar del reino de Dios significa también hablar de la comunidad donde es aceptado y vivido. De ahí que Mateo y Marcos presenten en este momento la llamada y seguimiento inmediato de los primeros discípulos. Porque aunque Jesús se dirige en su evangelización a todos los hombres sin distinción, llama a unos pocos para una colaboración más estrecha con El. A éstos los reunirá aparte, les dará instrucciones especiales y les asignará una misión que no parece corresponder a los demás cristianos.

La conversión, llevada a sus últimas consecuencias, termina en el seguimiento total de Jesús. Es decir, induce a dejarlo todo, incluso las ocupaciones habituales, para ser enviado a la evangelización, como ocurre con estos primeros discípulos. Jesús los llama, les pide que lo abandonen todo y lo sigan. De otra forma, ¿cómo podría extenderse el Reino? Los discípulos deben dejarlo todo, para poder recuperarlo después desde la perspectiva del Reino; deben ofrecer un estilo original de gozar de las cosas de este mundo, con un gesto de desprendimiento, como quien lo tiene todo y no posee nada.

"Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres". Jesús, para proclamar su mensaje, reúne un grupo de personas que quieran ir con El y empaparse de su doctrina. No discute con los discípulos, como haría un rabino. Así Mateo y Marcos nos hacen ver con naturalidad la condición divina de Jesús: solamente se "sigue" ciegamente a Dios.

En estas palabras aparecen las características de la vocación de los seguidores de Jesús: es El el que llama; seguirle es para compartir su vida; para dedicarse a servir a los hombres, lo que exige dejar todo lo demás.

CR/4-RASGOS DISCIPULO/4-RASGOS SGTO/RENUNCIA: Podemos sintetizar en cuatro los rasgos que definen al discípulo de Jesús. Primero: Jesús es el centro. El discípulo no es llamado para asimilar una doctrina ni para vivir un proyecto de existencia, sino para seguir a una persona, para solidarizarse con ella. Este discípulo permanecerá siempre discípulo, porque el Maestro siempre será Jesús. Segundo: el seguimiento exige un profundo desprendimiento. Hay que ir dejando todo lo demás, ir viendo todo en función de Jesús. El desprendimiento es progresivo: los primeros dejaron "las redes"; los segundos, "la barca y a su padre". Tercero: el seguimiento es un camino cuya meta está siempre más allá. Un camino que se expresa en dos direcciones: dejar y seguir, que indican un progresivo desplazamiento del centro de la vida. Cuarto: el seguimiento es misión hacia el mundo, siempre en comunión con Jesús.

Esta llamada nos puede parecer de muerte. Pero es de vida: es "el ciento por uno" (Mc 10,28-30). Nos puede parecer un proyecto imposible, pero "todo es posible para Dios" (Mc 10,27). Nos puede parecer un proyecto para pocos, para gente selecta, pero es para todo el mundo (I Jn 4,14): Jesús no se encuentra con el hombre, para dirigirle su invitación, en una esfera privilegiada, sino en la orilla del lago, en la vida cotidiana. Lo único que no es para todos es la llamada al ministerio, o a la vida religiosa.

Lo que caracteriza al discípulo -y a todos los cristianos- no es el término "aprender", sino el término "seguir". No está la doctrina en primer plano, sino una persona y un proyecto de existencia. En los demás líderes y fundadores de religiones lo que principalmente importa es la doctrina, ya que el "maestro" nunca se puede poner como modelo indiscutible y único; y así eran ellos mismos los que escribían sus enseñanzas. Jesús sí se puede presentar como modelo indiscutible y único; por eso no escribió nada, sino que algunos de sus seguidores escribieron lo que El vivió, más que lo que dijo.

Aquí se narra la llamada a los cuatro primeros discípulos, según la versión de Mateo y Marcos: dos parejas de hermanos.

"Pasando junto al lago..." El hecho de "pasar" no indica algo meramente casual: es el paso de Dios por la vida de los hombres. Los "llamados" no están preparados en absoluto. Jesús no busca a los discípulos en una esfera particularmente religiosa, sino allá donde viven la vida de cada día. Ante este pasaje se me ocurre poner en duda la tan repetida idea de la necesidad de que de las familias cristianas salgan las vocaciones al sacerdocio o a la vida religiosa. ¿Qué tipo de sacerdote o de religioso presentan? Las vocaciones tienen que surgir de ambientes de insatisfacción, de búsqueda..., nunca de ambientes satisfechos de sí mismos... aunque para Dios todo sea posible.

Parece que estos cuatro discípulos ya eran conocidos de Jesús desde el tiempo en que acompañaban a Juan Bautista. Los llama en la monotonía de los hechos cotidianos. La llamada es categórica, poderosa, penetrante. Llamada a entrar en comunión de vida, de bienes y de acción con el Maestro. Jesús quiere predicar el Reino en grupo, en comunidad. Vida cotidiana y comunidad son dos aspectos importantes que tenemos que profundizar, ya que son clave en toda la vida de Jesús.

¿Qué ocurre en este encuentro? No se saludan ni conversan; solamente se hace un llamamiento a unos pescadores, que suena como una orden: "Seguidme". Una llamada que transformará y llenará de sentido sus vidas para siempre. Una llamada que les exigirá una adhesión incondicional a Jesús. Y añade el objetivo de esta orden: "Os haré pescadores de hombres".

Ellos siguen al instante el llamamiento. "Lo siguieron": no dice que lo acompañaron. En estas relaciones de seguimiento, Jesús va delante, ellos detrás; Jesús dirige, ellos son dirigidos; Jesús es el primero, ellos van después. Van a vivir estas relaciones cada vez con más profundidad y entrega, hasta imitar a Jesús en el servicio, en la humillación, en las persecuciones y en la muerte. Y en la resurrección... después.

I/RD: Aquí empieza "el reino de Dios", que no lo debemos confundir con la Iglesia. Existe una clara diferencia entre tratar de convertir a todos los hombres en cristianos y entre llamarlos a sentirse partícipes del reino de Dios. En el primer caso, la Iglesia trabaja para sacramentalizar, para ensanchar sus fronteras y su poder; en el segundo, busca servir a los hombres, evangelizándolos, para que el Reino de la justicia y del amor aflore desde dentro de ellos mismos, porque el Reino está dentro de cada uno como una pequeña semilla con fuerza para transformarse en árbol frondoso (Mt 13,31-32). Que ambas tareas se han confundido es evidente. También lo es la necesidad de deslindarlas y centrarnos en la segunda.

Los llamados son hombres muy sencillos. No pertenecen a la clase social de los intelectuales o influyentes del país. Tampoco a los piadosos. Y son pocos. Con ellos empieza Jesús. Serán el fundamento de todo.

Hermanos: Fijaos en vuestra asamblea: no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a lo fuerte. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. (I Cor 1,26-29)

Los discípulos realizarán su misión a partir de una profunda comunión con Jesús.

5. Jesús sigue llamando hoy El discípulo de Jesús debe estar preparado para asumir todas las consecuencias de este seguimiento. Seguir a Jesús no es una decisión ética autónoma ni una adhesión intelectual o una doctrina; es una acción y un pensamiento nuevos que nacen del acontecimiento de la gracia.

La llamada de Jesús exige una separación radical: dejar las riquezas (Mc 10,21), abandonar el camino de dominio y de poder, desmantelar la idea que nos hemos fabricado de Dios para defender nuestros privilegios (Mc 8,34). Y debe quedar claro que "seguir" significa "servir", dar la vida como Jesús: jamás quitársela a los demás, como, por desgracia, ha sucedido en demasiadas épocas de la historia del cristianismo.

Seguir a Jesús, creer en El, va unido a anunciarlo. Somos llamados a anunciar a Jesús. Un anuncio que pasa por la comunicación de lo que se vive. Es comunicación de experiencias:

Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos: la palabra de la vida (pues la vida se hizo visible); nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestra alegría sea completa. (1 Jn 1,14)

Para comunicar a Jesús es necesario que cambiemos de manera de pensar y de vivir. Tenemos que tener ganas de ser liberados y de vivir de acuerdo con esa liberación. También a nosotros nos dirige las palabras "venid y seguidme". Y del mismo modo que los cuatro pescadores dejaron inmediatamente las redes, el padre, los compañeros y la barca, también nosotros tenemos que dejar muchas cosas si queremos estar en la línea de "conversión" que Jesús pide; de muchas cosas que siempre serán aquellas que no queremos dejar y que son las que nos impiden entenderle y seguirle. La palabra de Jesús es inasequible si no existe una transformación interior en nosotros, una apertura de fe a todo lo humanamente imposible. Esta palabra se va interpretando desde la propia experiencia de una vida comprometida con la justicia y la libertad. Lo único importante en la vida es seguir a Jesús, seguir su camino de vida, seguir los ideales y los valores por los que El vivió y murió... y resucitó.

Seguir a Jesús implica dejar lo que se es, para reencontrarlo en una nueva dimensión. Es no ser ya "pescadores" en busca de lucro y comida, sino "pescadores para los hombres". Debemos descubrir los planes de Dios sobre nosotros. El es el único que sabe dónde seremos más útiles a la sociedad y, como consecuencia, dónde lograremos realizarnos con más plenitud.

Esto supone abandono en sus manos, oración, trabajar por mejorar las condiciones de vida de las personas que nos rodean. Es lo que hacía Jesús: el día lo pasaba dando respuesta a los que buscaban algo en la vida, a los insatisfechos, vacíos, pobres... Y muchas noches se retiraba al monte a orar. Para El, como tiene que ser para nosotros, el contacto con el Padre era una necesidad.

La humanidad necesita hombres reflexivos, silenciosos, contemplativos, que ahonden en el sentido de la vida y abran caminos nuevos a los hombres. El seguidor de Jesús tiene que sembrar eternidad en el tiempo, porque es signo del Reino, es mensajero de Alguien vivo y que hace vivir. Los hombres tienen derecho a que los cristianos seamos auténticos. Debemos preguntarnos: este Dios que, en Jesús, sale a nuestro encuentro en los acontecimientos diarios y que se acerca a nosotros tal como somos, ¿ha dado un vuelco a mi vida? ¿Ha hecho cambiar mis proyectos? ¿Se nota en algo? ¿En qué?

Si nuestra vida personal y comunitaria no va cambiando; si junto a nosotros continúan las injusticias y no hacemos nada por combatirlas, si no pensamos más que en nosotros mismos, en nuestros proyectos y en nuestros sueldos..., es señal de no haber llegado a nosotros la "buena noticia" de Jesús.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 300-312