28. HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO
17-28

17.

La voz profética de conversión se repite en la liturgia de la palabra. Jesús mismo toma el relevo de Juan para insistir en esa opción fundamental por Dios en Jesucristo, que se llama conversión. El reino está cerca y hay que vivir para él, porque en él está la realidad verdadera del hombre y su destino. Quiere decir que es en Jesús donde hay que buscar sentido a la vida, porque él es el epicentro de toda aspiración y actividad humana. Desde que un hombre descubre a Dios, es una necesidad vivir para él, y el descubrimiento de Dios se hace en su enviado Jesucristo. Comprender esto y ponerlo por obra se llama conversión, gesto fundamental que comporta no sólo dejar un tipo de actividad para dedicarse a otra, sino orientar la vida y el corazón a una persona.

Ahora bien, si para revelarse Dios al mundo necesitó de Jesús, Jesús necesita de hombres para revelarse a otros hombres. La llamada de los primeros discípulos es un ejemplo de conversión. Tras un encuentro al parecer intrascendente, tiene lugar una transformación radical. Aquellos "llamados" dejaron todo, posesión y profesión, para irse con él. La llamada de Jesús sacude la conciencia para lanzar al hombre por nuevos caminos hacia la plenitud de la vocación humana: colaborar con Dios. Andrés y Pedro, Santiago y Juan son los primeros discípulos y pilares del apostolado. El proceso de su conversión fue una presencia sentida, una fascinación, una llamada apremiante y una respuesta decidida. No se volvieron atrás. Llegaron a mucho habiendo empezado desde poco. Los «orientadores» pueden equivocar el futuro de sus orientados por no valorar con exactitud sus aptitudes personales... Pero hay alguien que no se equivoca cuando nos quiere sacar de una existencia trivial para comprometernos en una actividad redentora: es Jesús. La vocación de estos primeros discípulos es una pauta de toda vocación al seguimiento íntimo de Jesús. Hay en ellos en primer lugar una disposición inicial de dejarlo todo por Dios, si él así lo pide. Y dejaron a su padre y sus redes para irse con él: es el desprendimiento total.

Y hay una segunda disposición de aceptarlo todo y amarlo todo de la manera nueva como Dios lo acepta y ama. Toda realidad es vista de distinta manera, amada de diferente manera, porque sólo cuando Dios lo es todo, puede todo lo demás amarse por Dios. Un discípulo de Jesús no tiene derecho a odiar nada ni a despreciar nada, porque Dios ama todo cuanto ha creado. Francisco de Asís es un ejemplo: el hombre más desprendido del mundo es al mismo tiempo el más enamorado del mundo.

Y si el evangelio abunda en expresiones como renunciar, odiar, etc., no se pueden tomar en el sentido vulgar entre nosotros, porque significan un amar menos las cosas creadas con relación al creador, que debe ser amado más con amor preferencial. Así, los discípulos, amando menos lo que abandonaron, prefirieron amar preferencialmente a aquél a quien siguieron para no volverse atrás. Su conversión a la causa del reino fue verdad.

GUILLERMO GUTIERREZ
PALABRAS PARA EL CAMINO
NUEVAS HOMILIAS/B
EDIT. VERBO DIVIN0 ESTELLA 1987.Pág. 101 s.


18.

1. El tiempo nuevo

El domingo pasado vimos cómo se le unen a Jesús los primeros discípulos, según el relato de Juan. Quizá pueda sorprendernos que hoy Marcos nos dé una versión bastante distinta, ya que la escena se desarrolla a orillas del lago de Tiberíades, y es el mismo Jesús quien exige el abandono de las redes de los cuatro pescadores que constituirán el primer grupo de apóstoles.

Para comprender esto, tengamos en cuenta que en los evangelios los lugares geográficos y ciertas circunstancias histórico-temporales poco cuentan en sí mismos, ya que fundamentalmente se trata de describir un proceso de fe. En este caso lo que cuenta es cómo Jesús inició la comunidad cristiana, llamando personalmente a cada uno de sus miembros.

Precisamente, en el Evangelio de Marcos, los lugares geográficos tienen un simbolismo religioso, y así resulta que Galilea -allí donde Jesús llama a los suyos, predica, realiza milagros y, finalmente, se aparece resucitado- es el símbolo de la Iglesia en la que Jesucristo actúa de forma personal.

En cambio, el desierto en el que estuvo Juan y donde Jesús fue tentado por Satanás, es el símbolo de Israel, el antiguo pueblo, que preparó la llegada del Mesías, si bien se quedó después afuera por no querer aceptarlo.

Así podemos comprender el comienzo del evangelio de hoy: Jesús abandona el desierto y la compañía de Juan el Bautista -que será apresado y posteriormente muerto- para penetrar en Galilea, la tierra donde se han de realizar las promesas de la liberación, en los límites mismos del paganismo.

En otras palabras: dejando atrás el Antiguo Testamento, la antigua vida, Jesús llega hasta las riberas de nuestra comunidad para hacernos un fundamental anuncio: Ha llegado el Reino de Dios, hay que convertirse y creer en el evangelio. Reflexionemos unos instantes acerca de lo que esto significa.

-«Se ha cumplido el tiempo...»

TIEMPO/KAIROS: Todos sabemos que hay tiempo y «tiempo». Existe un tiempo que es intrascendente, el tiempo en que duramos o transcurrimos la vida sin que nada fundamental imprima a nuestro caminar un sentido. Así pasamos el tiempo haciendo esto o lo otro, y cada semana repetimos los mismos gestos que se agregan a los anteriores sin que nada cambie. Es el tiempo marcado por el ritmo del reloj o del sol, pero no hay tiempo interior.

Pero también está el tiempo que significa una ruptura con lo anterior y la culminación de todo lo anterior. Un tiempo que separa lo viejo de lo nuevo, lo falso de lo auténtico. Un tiempo lleno de decisiones y compromisos.

Así solemos decir: «Ha llegado el momento de... Esta es la hora de...», etc. Todos comprendemos que en tales momentos lo pasado parece concentrarse con mayor fuerza como para engendrar algo nuevo, como si el tiempo viejo pariera al tiempo nuevo. Este parece ser el sentido de la frase con que Marcos inicia el discurso de Jesús: «Ya ha llegado el tiempo»: ya estamos en el momento decisivo del parto de lo nuevo, que se introduce en la historia humana como culminación de todo un pasado. Tarde o temprano, cada hombre siente ese anuncio de la Buena Nueva de Dios: hay que nacer de nuevo, acabando con un antiguo modo de proceder. Y como todo nacimiento, si es fruto del dolor y de un sangriento desprendimiento, también es anuncio gozoso de una nueva vida. Es así como Jesús se presenta trayendo la Feliz Noticia de Dios... Siempre la palabra divina engendra felicidad en el hombre, siempre es puerta de liberación y esperanza, si bien siempre supone una total renuncia y el desprendimiento de sí. Lo nuevo supone la muerte total de lo viejo... Y cuesta morir a lo viejo que está dentro de cada uno de nosotros.

-«Está cerca el Reino de Dios»

El tiempo nuevo se caracteriza por la presencia del Reino de Dios. Todavía no ha llegado en forma definitiva como presencia permanente, pues sólo con la resurrección de la Pascua el hombre puede contar con esta presencia total y dinámica del Reino. El Reino no es una fuerza política, ni militar ni social; no es un poder al modo de los hombres. El Reino es el mismo Jesús que está penetrando en el territorio de Galilea, es decir, que se va introduciendo en la comunidad de los llamados. Por ahora el Reino está cerca; cuando se acepte a Jesús con auténtica fe como el Señor resucitado y se viva de acuerdo con su Evangelio, entonces el Reino no solamente estará cerca sino «dentro» de cada creyente.

Cuando decimos que el mismo Jesús es el Reino de Dios, afirmamos algo de capital importancia. Jesús, paradójicamente, es el «Dios-no-esperado», o sea, el rostro divino tal como nunca lo hubiéramos pensado; un Dios que escandaliza la mente del hombre esperanzado en el Dios del poder y del prestigio social. Un Dios que rompe el esquema humano y que desorienta a quien no está muy vigilante; por eso vendrá la exigencia de la conversión.

Los judíos esperaban el advenimiento del Reino como un fenómeno grandioso y repentino, a las puertas mismas de Jerusalén. Mas he aquí que aparece en la desconocida y despreciada Galilea, junto a un lago donde humildes pescadores son elegidos como los primeros privilegiados de esta nueva situación. Es la «Galilea de los gentiles», tierra de fronteras con los nuevos pueblos del paganismo.

Todo esto es una llamada de atención: el hombre tendrá acceso al Reino en la humilde y despreciada tierra de la comunidad cristiana, de esta comunidad concreta, que contiene en su humilde nada su único tesoro: la presencia de Jesucristo.

Quizá los cristianos hemos pecado de orgullo al considerar que nosotros ya somos y constituimos el Reino de Dios. La palabra evangélica de hoy nos orienta, más bien, a pensar que el Reino está en nosotros en la medida en que Cristo vive en nosotros con la fuerza y la vitalidad de su Buena Noticia.

En este clima de humildad la Iglesia de hoy debe anunciar la proximidad del Reino. A partir de Cristo, el Reino ha dejado de ser una utopía o un sueño; es una proximidad que está a un paso de todo hombre sincero que desea cambiar de vida. Para anunciar el Reino está nuestra comunidad, en las orillas mismas del mundo-no cristiano.

Mientras la atención de la Iglesia se oriente hacia otras direcciones -autosuficiencia, poder, prestigio, etc.-, seguirá permaneciendo en el desierto de lo antiguo.

-«Convertíos y creed la Buena Noticia»

Mucha gente -y este dato lo trae el mismo Marcos- se acercará a Jesús, mas no todos tienen acceso al Reino. No basta acercarse a Jesús buscando los prodigios que realiza o para medrar a la sombra de su poder. Los milagros son los signos de menor importancia en este proceso.

El signo fundamental de la adherencia al Reino, o sea, a Jesucristo, es la conversión y la fe. Es muy posible que muchas veces hayamos pasado por alto este detalle: no son los grandes prodigios que esperaban los judíos los que hacen presente el Reino de Dios. Ahora el prodigio lo hemos de realizar nosotros mismos: el cambio radical de nuestra vida para abrazar la práctica del evangelio.

Cuando Jesús predica la conversión, no se refiere solamente a una disposición espiritual para escuchar la Palabra. Se refiere a algo mucho más trascendente y definitivo. La palabra "conversión" ha de tomarse en su sentido más total: es el cambio de marcha en el camino; es torcer de rumbo, con la conciencia de que esto nuevo que trae Jesús ha de afectar a todas las esferas de la vida: al modo de pensamiento, a los esquemas sociales y políticos, al culto y a la oración, a las relaciones con los hermanos, etc.

Como decíamos el domingo pasado, a los primeros cristianos esto les costará romper, con gran dolor, con toda su tradición judaica, a la que tan apegados estaban.

El Evangelio afirma el fin del judaísmo con sus tradiciones y su templo, y esto sólo se logrará en arduas luchas internas, tal como lo narra el libro de los Hechos y las Cartas de Pablo, cuya decidida intervención fue necesaria para que la Iglesia de Jerusalén aceptara, o al menos tolerara, el planteo radical de evangelio.

Nosotros ya no tenemos ese problema, pero cuánto tendríamos que romper si comparáramos con seriedad nuestro actual modo de ser cristianos con los postulados del evangelio.

No creamos que la conversión es un problema exclusivo de los pueblos ateos, politeístas o animistas... Este fue el modo de pensar de los jefes judíos y de los fariseos que no aceptaron la necesidad del cambio en ellos mismos y por eso quedaron fuera del Reino. Y si la conversión es la ruptura con un modo antiguo de pensar y de obrar, positivamente supone la aceptación total del evangelio: «Creed la Buena Noticia.» A lo largo de todo el año tendremos la oportunidad de ponernos en contacto con esta Buena Nueva, y veremos todo lo que ello implica. Quedémonos, entretanto, con esta idea: el Reino de Dios penetra en la tierra de nuestra vida en la medida en que nos abrimos al anuncio de la Palabra y la ponemos en práctica. No busquemos formas espectaculares para discernir la presencia del Reino: como una semilla, éste germina en lo oscuro y humilde de la tierra, allí donde muere la frontera de lo antiguo y germina lo nuevo.

2. Caminar y madurar

Que el Reino de Dios exige una ruptura total con el pasado lo confirma la llamada que hace Jesús a los cuatro primeros apóstoles.

Jesús va caminando por la orilla del lago y llama... Llama como si su oferta fuera lo único importante en la vida, como si no le preocuparan la barca, las redes o los padres de los pescadores. «Seguidme...», eso es todo.

Y los cuatro parecieron comprender, pues añade Marcos: «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.» Como ya vimos el domingo pasado, este seguimiento es absoluto e incondicional. Nada se les dice aún sobre lo mucho que ha de implicar, ni sobre las condiciones, ni sobre los objetivos. Tan sólo Jesús les insinúa esta comparación: «Seréis pescadores de hombres»; es decir: se los llama para un trabajo de recolección de gente para una empresa o proyecto. Hay que invitar a todos los hombres a entrar en el Reino. Esta es la tarea que se les ha de encomendar.

La idea de Marcos es clara: cuando Jesús penetra en la Galilea de nuestra vida, camina permanentemente y llama a uno y a otro. Así lo expresa la concreta narración del evangelista.

Todos nosotros fuimos y somos cada día llamados al seguimiento... ¿Y el camino? El camino es el mismo Jesús: seguirlo es beber sus palabras, empaparse de su espíritu, vivir conforme a su estilo de vida.

Y para esto nada mejor que comenzar de cero, desde el principio, sin atadura alguna. Es mejor no hacer una adaptación a nuestro modo de ser o tan sólo transformarnos un poco. Bien lo dirá él mismo más adelante: «El vino nuevo exige odres nuevos.» Para Marcos está claro que el único modo de existencia auténtica es el seguimiento de Cristo. Por eso él es el Reino descendido y hecho presente: es la manera perfecta de vivir como hombres. Es el proyecto definitivo del hombre nuevo.

Y hay algo más en esta llamada: si bien se convoca a cada uno como cada uno, se lo invita a integrar una comunidad.

En Galilea Jesús inicia la formación de la comunidad cristiana, como grupo con identidad propia. Todavía se trata solamente del inicio, pues la comunidad solamente quedará establecida sobre la base firme de la resurrección de Jesús, cuando se lo acepte como Reino presente y como Señor.

Observamos, entonces, que en la formación de la comunidad cristiana se opera un largo y lento proceso: nada se hace de golpe ni por arte de magia. Los apóstoles sufrirán un proceso de aprendizaje, duro y difícil, de crisis de fe, de dudas, de abandono de Cristo... hasta que, finalmente, vencerá en ellos el poder de Dios, para quien nada es imposible. El evangelista Marcos nos dice muy a las claras cómo hoy, si Jesús llama al cambio radical, también espera el tiempo de la maduración. Una comunidad necesita aprender a caminar..., a caminar con Cristo. Aquí está lo radical de la llamada.

Es posible que más de una vez y con excesiva ligereza hayamos creído que formar una comunidad cristiana se logra con un bonito edificio, abundantes sacramentos y algunas cosas más. Tres años de lento trabajo tuvo Jesús con los Doce, y aun así los resultados no fueron tan optimistas...

El hecho mismo de que tomemos conciencia de lo arduo de esta tarea y de las dificultades sin número con que tropezamos todos los días, es de por sí un síntoma de que hay seriedad en lo que hacemos, y de que esa total y absoluta conversión que nos exige entrar en el Reino es una tarea de toda la vida.

Concluyendo...

La página evangélica de hoy es un modelo de acción para la Iglesia: Jesús aparece en el texto como el prototipo de una comunidad cristiana que anuncia el Reino de Dios. FE/VTR: Algo similar a lo que nos narra la primera lectura de hoy: el profeta Jonás es elegido para anunciar la conversión nada menos que a la ciudad de Nínive, capital de un imperio, manchada por sus crímenes y orgías. Quizá hoy tengamos la misma sensación de Jonás: ¿Qué somos y qué podemos hacer frente a esta Nínive moderna que cada día parece alejarse más del Reino de Dios? ¡Y qué ridículo suena seguir a Jesús, ese desconocido del mundo moderno, cuando tenemos tantos nuevos ídolos que fascinan con su poder, con sus promesas, con sus espectaculares realizaciones! Fue el ridículo de Jesús, que junto a un pequeño lago elige a cuatro pescadores para anunciar el Reino y la conversión al todopoderoso imperio romano. Marcos aún desconocía que un día el imperio romano se haría cristiano, y, sin embargo, creyó que era posible.

El radical seguimiento de Jesús exige que también nos liberemos de nuestra cobardía y de esa falta de confianza en el evangelio. Es posible que hayamos dejado de creer que la "Buena Noticia de Dios";, tenga fuerza alguna en el mundo moderno, lleno de tantas ideologías y mesianismos.

La página evangélica de hoy, humilde, sencilla, escondida, pero firme y decidida, es una llamada a despertar en la fe. «Creed la Buena Noticia», nos dice Jesús. Démosle un voto de confianza.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B.1º
Tres tomos EDICIONES PAULINAS
MADRID 1978.Págs. 184 ss.


19.

El tema de los tres textos es la urgencia de la conversión; ya no hay tiempo para nada más.

1. La predicación de Jonás.

La primera lectura ha sido motivo de sorpresa para muchos. Jonás invita a la ciudad de Nínive a la conversión: «Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada». La conversión se produce, la destrucción no. Está claro que lo que Dios quería era lograr esta conversión; en realidad la destrucción no le importaba. Y como se produjo la conversión deseada, no había necesidad de ninguna destrucción. Pero con la amenaza de destrucción Dios no pretende dar un simple susto a los habitantes de Nínive, la amenaza se pronuncia totalmente en serio y como tal la toman los ninivitas. Estos comprendieron quizá también su lado positivo: que Dios quiere siempre el bien y nunca la destrucción, y que solamente cuando no se produce la conversión, debe aniquilar el mal por amor al bien. La indignación del profeta a causa de la inconstancia de Yahvé se debe al carácter más bien irónico del libro de Jonás: ¿cómo puede un Dios amenazar con catástrofes y luego no llevarlas a cabo?

2. En la segunda lectura Pablo saca no pocas consecuencias de la brevedad del tiempo. No se trata de una «espera inminente», sino más bien del carácter general del tiempo terrestre. Este tiempo es de por sí tan apremiante que nadie puede instalarse en él cómoda y despreocupadamente. Todos los estados de vida en la Iglesia deben sacar las consecuencias; el apóstol se refiere aquí sólo a los laicos: a todas sus actividades y formas de conducta se añade un coeficiente negativo: llorar, como si no se llorase; estar casado, como si no se tuviese mujer; comprar como si no se poseyera nada, etc. Todos los bienes que poseemos y necesitamos en este mundo debemos poseerlos y utilizarlos con una indiferencia tal que en cualquier momento podamos renunciar a ellos, porque el tiempo apremia y la frágil figura de este mundo se termina. Todo nuestro vivir es emprestado y el tiempo nos ha sido dado con la condición de que en cualquier momento se nos puede privar de él.

3. El evangelio muestra las consecuencias del plazo anunciado también por Jesús como «cumplido». Con este cumplimiento el reino de Dios se encuentra en el umbral del tiempo terrestre, y de este modo adquiere pleno sentido consagrarse enteramente, con toda la propia existencia, a esta realidad que comienza infaliblemente. Esto no se hace espontáneamente, se es llamado y equipado por Dios para ello. En este caso son cuatro los discípulos a los que Jesús invita a dejar su actividad mundana -y ellos obedecen a esta llamada sin hablar palabra- para ser equipados con la vocación que les corresponde en el reino de Dios: en lo sucesivo serán pescadores de hombres -pescar pueden ciertamente, ya que son pescadores de profesión-. Son éstas vocaciones ejemplares, pero no se trata propiamente de excepciones. También muchos cristianos que permanecen dentro de sus profesiones seculares, son llamados al servicio del reino que Jesús anuncia; éstos cristianos necesitan, para poder seguir esta llamada, precisamente la indiferencia de la que hablaba Pablo en la segunda lectura. Al igual que los hijos de Zebedeo dejan a su padre y a los jornaleros para seguir a Jesús, así también el cristiano que permanece en el mundo debe dejar mucho de lo que le parece irrenunciable, si quiere seguir a Jesús seriamente. «El que echa mano del arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios» (Lc 9,62).

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 134 s.


20. EN LAS REDES DE DIOS

Una buena obra literaria -decía el profesor-, ha de constar de tres elementos básicos: exposición, nudo y desenlace. La exposición sirve para presentar a los personajes, el ambiente, las costumbres del lugar. El nudo es el momento en que esos personajes, el protagonista, va entrando en algún conflicto, porque ve que unas nuevas circunstancias alteran su vida y le obligan a un replanteamiento de todo. El desenlace es la salida del túnel, la aclaración del embrollo, la toma de una decisión.

Me vienen a la mente estas viejas lecciones, al leer el evangelio de hoy. Allá estaban «Simón y su hermano Andrés echando el copo al lago, pues eran pescadores». «Un poco más adelante, estaban Santiago y Juan remendando las redes». Esa era su vida. Noches de brega y de vigilia, para poder conseguirse el pescado de cada día. Unas veces el lago era generoso. Pero otras, ya lo sabéis: O les alcanzaba una tormenta -«sálvanos, Señor, que perecemos»- o se cerraban las entrañas del lago: «En toda la noche no hemos conseguido nada». Hasta aquí llega la «exposición». Es como una diapositiva detenida.

Pero llegó el «nudo», la aparición de un nuevo personaje que replanteaba los hechos de arriba abajo. «Pasando Jesús junto a ellos, dijo: Venid conmigo y os haré pescadores de hombres». Era una propuesta para una tarea inesperada y desconcertante, muy diferente de la realizada hasta entonces. Una aventura que dejaba al descubierto todos sus planes de seguridad humana: su trabajo, su casa, su familia, su filosofía del «más vale pájaro en mano que ciento volando».

Y hubo que buscar el «desenlace», hubo que decidirse. El evangelio es conmovedor en su relato. Refiriéndose a Simón y Andrés, dice: «Dejando las redes, le siguieron». Con respecto a los otros, añade: «Dejando a su padre Zebedeo con los jornaleros en la barca, se marcharon con él».

Así ha funcionado siempre el Reino. En el camino tranquilo y a veces distraído de los humanos se cruza de pronto la sombra de Dios. O quizá un fogonazo de su «luz», enfocando horizontes nuevos. Automáticamente, sobre ese hombre, aparecen unos cuantos interrogantes. ¿Os acordáis de la historia de Samuel, que leíamos el domingo pasado? Allá estaba él, durmiendo tranquilamente. La voz que escuchó le sumió en el desconcierto, en la duda, en el conflicto. Necesitó la ayuda de su maestro para ver con claridad y decidirse a contestar: «Habla, Señor que tu siervo escucha».

No son historias de ayer. Hoy mismo, en el deambular rutinario de tu vida, mientras «echas tu copo al mar», o tu copa en el bar, mientras «remiendas tus redes», o te enredas en otros remiendos, puede cruzarse Dios. Quizá, como el pequeño Samuel, no caigas al principio en la cuenta de lo que te está sucediendo. Quizá, sin despertar totalmente del sueño empieces a dar pasos de ciego. Posiblemente, necesitarás también que te ayude alguien a discernir. Es casi seguro que las redes de tu comodismo, de tu miedo a lo desconocido, de tu «más vale pájaro en mano...». se te enreden en los pies, entorpeciendo tu decisión. Puede ocurrirte incluso que se entremezclen en tu mente otras curiosas teorías. Por ejemplo, la de que «a Dios se le puede servir de mil maneras etc.».

Pero, por lo que pudiera suceder, vete aprendiéndote este versículo: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Y este otro: «Si hoy escucháis la voz de Dios, no endurezcáis vuestro corazón».

¡Y es que Dios «nos enreda»!

ELVIRA-1.Págs. 147 s.


21. Sobre la primera lectura.

Los hombres deben ser conscientes de que este mundo con sus alegrías y dolores- no es el valor supremo que añoran. Todos los aspectos de la realidad de este mundo y todas sus formas de existir serán causa de profundas transformaciones. Por eso, los hombres y, sobre todo, los cristianos, han de esforzarse en colaborar en esas transformaciones de la ciudad y del mundo, transformando antes su propio corazón.

"Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada" /Jon/03/04: Los hombres han construido una ciudad formidable. Pero Dios declara la poca solidez de sus cimientos actuales. Los hombres han construido una civilización casi perfecta porque es la civilización del confort, en la que cada uno vive para sí y se desentiende de los demás. Esta ciudad y esta civilización creadas por el hombre es la manifestación del egoísmo del hombre, en la cual es necesaria la guerra para que se enriquezcan los accionistas de las fábricas de armas; es necesaria la existencia de pueblos hambrientos para que prosperen las naciones que les venden sus materias primas; es necesario en el trabajo un régimen de salariado infrahumano para que la empresa vaya viento en popa.

Creer en Dios es creer en la salvación del mundo. Y la paradoja moderna está en el hecho de que quienes creen en Dios no creen en la salvación del mundo, y quienes creen en el porvenir del mundo no creen en Dios.

Los ateos inventas doctrinas de salvación, tratan de dar un sentido a la vida, al trabajo, al porvenir de los hombres, y se niegan a creer en Dios porque los cristianos creen el Él y, sin embargo, se desinteresan del mundo.

Otros cristianos, demasiados en número, se fían de Dios para la salvación del mundo, pero olvidan que Dios confía en ellos para llevarla a cabo. Y así, por ambas partes, se está mano sobre mano.

Dios confía en el hombre para la creación: "creced... y dominad la tierra", y para la salvación: "os haré pescadores de hombres".

Porque el Señor va a volver a la ciudad, va a venir al mundo, y hemos de transformar todos los valores caducos, todas las cosas fundadas en el egoísmo, en la mentira, en la injusticia.

Cada cristiano debe ser el Jonás, el profeta de su pueblo, de su trabajo, de su ambiente, que denuncie y que invite a la penitencia, a la conversión, al cambio de mentalidad.


22.

Como si ya estuviésemos en cuaresma -para la que faltan pocos días- la liturgia de la palabra de hoy puede decirse que está centrada en el tema de la conversión. Primera y segunda lectura encajan perfectamente y son secundadas por la segunda lectura en la misma línea. El Jesús predicador que comienza su ministerio en Marcos invitando a la conversión es como el nuevo Jonás que predica la conversión a Nínive, y Pablo refuerza hablando de lo apremiante del momento.

El libro de Jonás no es un relato histórico, sino didáctico. Compuesto después del destierro, su autor deja traslucir su interés por las relaciones entre Israel y los pueblos paganos. Jonás es el gran predicador de los gentiles en el Antiguo Testamento . Por segunda vez es enviado Jonás a predicar un oráculo de amenaza contra Nínive, la capital del imperio asirio, y símbolo de la opresión e injusticia para Israel. Esta segunda vez -a diferencia de la primera, cuando desobedeció y huyó- Jonás cumple, y c umple también la ciudad, que se convierte y provoca el arrepentimiento de Dios, que tiene piedad de la ciudad y no la destruye.

Jesús es presentado en esta combinación litúrgica de lecturas como el nuevo Jonás, que predica también la conversión al mundo. Las diferencias son notables. Jesús no ha sido renuente a cumplir su misión de predicación. Y el contenido de su mensaje no e s un oráculo amenazador, sino una «buena noticia de Dios» (esta traducción es más fiel que la litúrgica, que se limita a decir «evangelio de Dios»).

El texto de la carta a los corintios refuerza la perspectiva de la urgencia de la conversión: el mundo pasa y nosotros con él, y hay que adoptar actitudes que estén en coherencia con el mundo que viene.

Este es el mensaje central de la palabra de Dios de este día. Podríamos subrayar algunos aspectos más concretos.

• Caigamos en la cuenta de que el evangelio nos trae lo que sería la primera «homilía» de Jesús. Marcos pone en su boca unas breves palabras (¡menos de 20!) que pueden fungir como el resumen de todo el evangelio. Puede ser interesante subrayar sus eleme ntos.

• Lógicamente, Jesús no habla de «evangelio», ni tampoco de «buena noticia» en el sentido ya hecho que le damos nosotros, sino que habla simplemente de una noticia que trae que es buena y alegre, es decir, de una «buena noticia» pero en el sentido más p uramente llano de la expresión, sin ninguna estereotipación. Puede ser muy importante recordarlo, ya que al final, podemos hablar mucho de «evangelio» sin que nada de ello nos evoque una noticia realmente buena. Todo lo que en el cristianismo, la fe, la e vangelización, la Iglesia... no es para nosotros una buena noticia, en el sentido más elemental del término, está sin duda muy alejado del «eu-angelo». Y hay que volver al evangelio.

• Recordemos que el centro del mensaje de conversión de Jesús está en el Reino. Lo que desencadena la necesidad de este anuncio es el acercamiento del Reino. Eso es lo que obliga a proclamar la necesidad de conversión y de acogida a la buena noticia. To da conversión que no esté centrada en el Reino, no será genuinamente cristiana, aunque esté muy centrada en cualquier otro aspecto convencionalmente cristiano.

• Se puede hace subrayar el paralelo de la destrucción de Nínive y la destrucción del mundo actual. Jonás anunciaba la inminente (en 40 días) destrucción de la megápolis, la capital del imperio. Y hoy también estamos amenazados de destrucción en esta ci udad nuestra del mundo tecnificado y dividido, concentrador y excluyente. Junto a la exclusión, el rasgo dominante de nuestra civilización actual es la agresión contra la naturaleza; en los últimos siglos y en este mismo siglo, la naturaleza ha sufrido má s que en ninguna otra época anterior (cifras explicativas estadísticas no será difícil encontrar), y el fin del planeta por nuestra destrucción puede estar muy cercano (inminente, 40 días) si comparamos estas cifras con las cifras astronómicas. Lo que har ía falta es que este paralelismo con el caso de Jonás se cumpla también en el desenlace final: que Nínive se convierta y cambie.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


23.

EL REINO DE DIOS ESTÁ CERCA

1. "Convertíos y creed la buena noticia" Marcos 1,14. Ya se ha cumplido el plazo. Desde el paraíso, desde Adán, ¡cuántos hombres han esperado! Dios ha ido preparando, a través de los siglos, este momento, la Buena noticia. Dios es buena noticia. Dios es alegría. La alegría de la salvación. Estáis salvados. Vengo a quitaros el pecado. Dejaos reconciliar con Dios. Os traigo la paz. Para todos. Mirad lo que ocurrió en Nínive. Era ciudad pagana, pero también allí fue Jonás, predicó el cambio, y Nínive hizo penitencia y se convirtió Jonás 3,1. Y el Señor tuvo piedad. Jonás se enfurruñó por la conversión, hasta llegar a desearse la muerte, porque su predición había fracasado. Le interesaba más su profecía que Dios. No quería dejar a Dios ser Dios. Quería enjaular a Dios, ignorante de que el atributo que más caracteriza el amor es la misericordia. Jonás simboliza a la mayoría de los hombres. Sus intereses, su prestigio, quedar bien, gustar, tener éxito, triunfar, escalar. Sin pensar en los demás: que sean más felices. Sin pensar en Dios que muere en la cruz. La minoría son: Jesús que se entrega, Juan Pablo II, Madre Teresa, Misioneros de Ruanda y Zaire, Médicos del mundo que se juegan la vida, personas que se consagran totalmente al evangelio. Por eso Jesús nos llama a la conversión: Convertíos. Cambiad de vida. Romped el cántaro de vuestros pecados por la contrición, y yo os daré un corazón nuevo. Y rebosaréis de alegría. Dios llama a los hombres a unirse con El. Pero se trata de pecadores de nacimiento, y de culpas personales. Han de cambiar el rumbo. Metanoia. Si no nos convertimos, los hijos de Nínive nos condenarán en el día del Juicio (Mt 12,41).

2. Siempre cabe el peligro de Malik el mahometano puritano, que estaba en desacuerdo con un joven libertino, y le amenazó con denunciarlo al Sultán y al Creador. Este dijo a Malik: -No te metes con ese joven, que es mi amigo. -¿Te ha dicho que soy su amigo? Lleno de emoción, se convirtió. Lo vendió todo y peregrinó a la Meca, donde murió, añorando al "amigo".

3. La conversión es una gracia de iniciativa de Dios. Jesús trae esa gracia. Ahora mismo está pidiendo a cada uno algo: confesar aquel pecado, romper con la rutina, la tibieza, la enfermedad actual de la Iglesia, comenzar a vivir con mayor exigencia cristiana, seguir la vocación, o seguirla mejor y con mayor fidelidad.

4. Pero Jesús no quiso trabajar solo. Quiso trabajar en equipo con los hombres. Llama allí donde está cada uno: junto al lago, en su trabajo, en su circunstancia. Jesús va buscando a la gente allí donde está y se encuentra. Los elegidos habremos de interrogarnos sobre el estilo de llamar, para hacerlo como Jesús. A unos, pescando. A Leví, en el banco de los impuestos. A cada uno nos ha llamado Jesús allí donde estábamos. Con Simón y Andrés entabla un diálogo personal, y les invita a seguirle, a ir con él: "Venid conmigo". Lo mismo con Santiago y Juan. Llama a ir con El. No les invita a defender una idea o a luchar por una causa, sino que les pide confianza y abandono en su Persona. Teniendo presente que quien ha llamado es Jesús, que, aunque se haya valido de mediaciones, nunca pueden ser éstas sucedáneas del Resucitado.

5. No dice Jesús: Venid a hacer esto..., sino tened confianza en mi Persona. Ellos le siguieron en seguida. A nosotros nos ha hecho la llamada bautismal. A algunos, les ha llamado a una consagración total. Seguir sin demora al Señor y ser fieles y constantes. Para poder ser fieles es necesario estar con él.

6. Cuentan los monjes del desierto la leyenda siguiente: Hay un perro que corre detrás de una liebre. Va ladrando mientras corre. A sus ladridos acuden otros perros que se le unen. Poco a poco se van retirando. Sólo el que ve la liebre sigue tras ella. El que deja de mirar a Cristo Persona, Amigo y Consolador, se va retirando.

7. "Señor, instrúyeme en tus sendas. Enséñame tus caminos, tú que enseñas el camino a los pecadores" Salmo 24. Te seguiremos con la inmediatez con que te siguieron Simón, Andrés, Santiago y Juan, porque la "representación del teatro de este mundo se termina" 1 Corintios 7,29, y queremos ayudarte a llevar el reino de Dios y la salvación a todo el mundo.

8. Miremos a Cristo. De El viene la paz y la fuerza. Cristo siempre presente en su Iglesia. En el sacrificio de la misa, en la persona del sacerdote, en las especies eucarísticas. En los otros sacramentos. En su palabra. Está presente cuando la Iglesia suplica y canta salmos, pues Él mismo prometió: "Donde dos o tres están reunidos estoy yo en medio" (Mt 18,20). Estará presente y actuante en la comunión cuando le recibamos, Dios con nosotros.

J. MARTI BALLESTER


24.

Nexo entre las lecturas

Convertirse, he aquí la palabra clave de este domingo. Los ninivitas, ante la predicación amenazante de Jonás, hacen penitencia y se convierten. Jesús, según el evangelio de Marcos, comienza su predicación en Galilea invitando a la conversión: "Convertíos y creed en el Evangelio". En la segunda lectura se nos señalan las consecuencias de la verdadera conversión, porque el verdadero convertido vive con la conciencia de que la apariencia de este mundo pasa.


Mensaje doctrinal

1. Dios quiere la conversión. Puesto que Dios ama al hombre y desea que éste sea feliz, quiere que se convierta y viva. Convertirse significa dejar el camino equivocado de una felicidad aparente y enderezar los pasos hacia el camino del bien, de la verdad y de la plenitud. Esto es lo que hicieron los ninivitas cuando Jonás predicó en su ciudad la destrucción a causa de su mala conducta. Esto es lo que hicieron igualmente Pedro y Andrés, Santiago y Juan cuando Jesús les llamó a su seguimiento: dejando el camino en el que se encontraban, siguieron el camino de Jesús. En la vida de la Iglesia, el bautismo es el lugar de la conversión primera y fundamental; pero la llamada de Cristo a la conversión, a impulsos de la gracia, sigue resonando en la vida de los cristianos, como tarea ininterrumpida de penitencia y renovación. (cf. CIC 1427-1428).

2. Conversión, fe, seguimiento. La conversión es a la vez una llamada y una respuesta. Dios nos llama a convertirnos y el hombre responde con la conversión, gracias al don de la fe. En base a la fe en Dios, el hombre se convierte y vive la experiencia nueva de vivir orientado hacia Él. La fe que previene la conversión, también la acompaña y la sigue para dar frutos de conversión en la conducta y vida diarias. Una conversión sin el acompañamiento de la fe no sería otra cosa sino un puro y momentáneo sentimiento, un "fervorín" suscitado por una experiencia fuerte. Es decir, se reduciría a algo superficial y desprovisto de futuro. Sin embargo, cuando la conversión se funda en la fe y es acompañada por ésta, entonces lo más natural es que culmine con el seguimiento: ir pisando las mismas huellas de Cristo en el camino de la vida. En tiempo de Jesús, eran los discípulos los que escogían al rabino o maestro; Jesús hace al contrario: es él quien elige y dice a sus elegidos: sigue mis pasos, camina tras mis huellas. Así serás mi verdadero discípulo.

3. ¿Por qué convertirse? San Pablo en la segunda lectura nos lo dice: "El tiempo se acaba... la apariencia de este mundo está a punto de acabar". En otros términos, convertirse implica un doble motivo: primeramente, la conciencia de que este mundo no es eterno, es más bien efímero y pasajero; y en segundo lugar, la convicción de fe de que sólo Dios ha vencido el tiempo, no pasa, vive en el reino de lo eterno. La fugacidad de la vida humana y la eternidad de Dios, Padre rico en amor y misericordia, son dos verdades complementarias con las que se debe motivar toda verdadera conversión. Si hubiese otros motivos, habrá que pensar que son espurios y por tanto no dignos de consideración. ¿Es necesario convertirse? En el mundo y la mentalidad actuales, hay muchos que están alejados de Dios, adoptan comportamientos inmorales en el ámbito familiar o profesional, son extraños a la vida de la comunidad parroquial o eclesial... y con todo se creen que llevan una vida buena, que carecen de toda culpa, que no hacen mal a nadie, y por consiguiente que no tienen necesidad de conversión. ¿De qué habrá de convertirse cuando el hombre cree estar en el buen camino? Este es el verdadero drama de nuestro tiempo. La lujuria no es un pecado, simplemente es una evasión; el drogarse es en unos casos una necesidad, en otros se presenta como una exigencia del medio ambiente juvenil. El murmurar o calumniar al prójimo es un convencionalismo social o un requerimiento del propio medro. La infidelidad matrimonial se reduce a una "escapada" sea en la realidad sea en los sueños. Quienes así piensan y actúan no ven necesidad alguna de convertirse, porque su comportamiento es "normal" y es aceptado socialmente. ¿Qué es lo que ha pasado en la Iglesia, entre los cristianos, para que muchos hermanos nuestros en la fe actúen de esta manera? Merece que examinemos a fondo este punto, no sea que incluso los mismos sacerdotes estén pensando que la conversión no les atañe ni tienen necesidad alguna de ella.


Sugerencias pastorales

1. La fe opera la conversión. La fe es la respuesta del hombre a la revelación que Dios nos hace de su verdad y de nuestro bien. Siendo verdad de Dios, no nuestra, tiene la impronta de la objetividad y por tanto debe medir nuestro comportamiento. Esa verdad de Dios para nuestro bien la encontramos en la doctrina dogmática y moral de la Iglesia. Reconocer esto es indispensable para abrir el alma a la conversión, mientras que no reconocerlo es cerrar la puerta a toda posibilidad de convertirse. ¿Creemos los cristianos en todas las enseñanzas que la Iglesia nos propone a nuestra inteligencia y a nuestra fe? ¿Son las verdades de fe y de moral, enseñadas por la Iglesia, los parámetros con los que medimos nuestra conducta? ¿Predican los sacerdotes la conversión como realidad que nace de la fe, que es labor permanente, que tiene una regla objetiva? Año tras año, siglo tras siglo, milenio tras milenio, Jesucristo continúa invitando a la conversión. ¿Será escuchado en el tercer milenio que apenas estamos comenzando? Seguir a Cristo hoy no puede equivaler a un certificado de buena conducta, a algo bien visto en el ambiente social en que vivo, a una moda pasajera y extravagante. El auténtico seguimiento de Cristo no puede hacerse sin una verdadera conversión, obra de una fe objetiva, intensa y profunda.

P. Octavio Ortíz


25.

La tensión del cristiano y la conversión

Jaume González Padrós
Parroquia de San Gregorio Taumaturgo
(Barcelona)06/02/2003

Os propongo una reflexión desde una síntesis de la vida cristiana. Jesús, según el capítulo primero del evangelio de San Marcos, anuncia que "ha llegado la hora". Los tiempos, pues, se han cumplido y la humanidad ya no debe continuar esperando el desarrollo de las promesas, tantas veces anunciadas por los profetas durante toda la historia del pueblo de Israel. Finalmente, el tiempo -como dirá San Pablo a la carta a los Gálatas- ha llegado a su plenitud, gracias a la Encarnación de Dios en las entrañas de María. Así pues, los hombres y las mujeres, desde Jesús hasta ahora, no hace falta que estemos nerviosos a la espera de otro Mesías, de otra revelación de Dios, de otro tiempo que sea el definitivo, porque ya ahora nos encontramos en los últimos tiempos, en el tiempo escatológico. Así lo dice el Señor: "el Reino de Dios está cerca". En otro momento, el mismo Jesús afirmará que "el Reino de Dios está en medio de vosotros", con lo cual nos damos cuenta de que la irrupción de Dios en la historia humana es contundente y definitiva. Ya no podemos pensar en "el Dios que se ha reservado el cielo y ha dado a los hombres la Tierra", como leemos en el Antiguo Testamento, sino que nos conviene tener la agudeza de visión para verlo en medio de nosotros, actuando a través de las personas y los acontecimientos.

Por ello, y dado que estamos en los tiempos últimos, y que nuestra vida está marcada por esta definitividad, es urgente comprender que nos conviene vivir de acuerdo con la realidad irreversible que anuncia Jesucristo. San Pablo lo recomendaba con fuerza a los Corintios, con objeto de convencerlos de que es necesario vivir pendientes no de las cosas penúltimas, sino de las realidades últimas y definitivas, es decir del Reino de Dios. También nos lo dice a nosotros. Aunque las exigencias de nuestra naturaleza nos obligan a ocuparnos de las cosas provisionales, nuestro corazón no debe estar preocupado por ellas sino anclado ya en Dios y su Reino. Es una tensión no precisamente cómoda pero, sin duda, expresión inevitable de los últimos tiempos.

Esta tensión es el estado normal del cristiano. Por eso Jesús la explicita claramente llamando a la conversión. Sí, Dios está en medio de nosotros, implicado en nuestra suerte, y por eso reclama que hay que convertir a Él todo el nuestro vivir. ¿Y cómo lo hace? No precisamente con la amenaza; los ninivitas se convirtieron movidos por las amenazas de Jonás, de tal modo que "Dios se desdijo de hacer caer sobre de ellos la desgracia con que los había amenazado". Ahora, sin embargo, en estos últimos tiempos, Dios no viene con la potencia de la intimidación, sino en la humildad de nuestra carne y la persuasión del amor. Por eso afirma: "¡convertíos y creed en la Buena Nueva!". Sí, creer en el Evangelio, es decir en el gran amor salvador de Dios y manifestado en Jesús muerto y resucitado, es el alma de la conversión cristiana. No creemos porque nos amenaza un castigo sino porque nos atrae la contemplación de un amor tan grande.

Y este llamamiento de parte de Dios en Jesús se nos hace personalmente. Él no trabaja con números, ni con proyectos de masas, sino que nos conoce uno a uno, y nos invita por nuestro nombre mirándonos a los ojos, como hizo con los primeros discípulos, al lado del lago de Galilea. "¡Venid conmigo!". El cristiano, pues, es aquél que ha escuchado el llamamiento de Jesús que pasa cerca; siempre será una invitación, ya que él no quiere forzar ni nuestro corazón ni nuestra voluntad; sabe que un amor a la fuerza no es tal amor. Quien responde que sí, se convierte en discípulo de Jesús, porque se pone todo él en camino, siguiéndolo. Aquellos que tienen ideas cristianas, o que comparten algunos de los valores cristianos, no son todavía cristianos. El discípulo del Cristo es aquél que lo sigue. No se define por tener unas ideas o unas doctrinas determinadas (que sin embargo también existen), sino primariamente por seguir a una persona: Cristo. Es un movimiento existencial antes que teórico.

Y si es auténtico, el mismo Jesús lo determina en una situación evangelizadora. "¡Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres!". Ser "pescadores de hombres" viene a ser una definición del discípulo de Jesús. No llama para ir a pasar el rato, sino que "ir con Jesús" significa convertirse en misionero, evangelizador; significa compartir el anhelo del Maestro por sacar a los hombres y las mujeres de la oscuridad de una vida sin sentido, absurda y asfixiante por la presión de un vivir marcado por el materialismo y la falta absoluta de esperanza, y traerlos a la luz, el sol y el aire de la vida de Dios, en la tierra sólida del Evangelio. Los apóstoles lo comprendieron muy bien esto. ¿Y nosotros?

Conviene que nos preguntamos por la pasión misionera de nuestra vida cristiana. Conviene que nos preguntemos cuántas personas hemos "pescado" por Jesús (intentamos pasar por encima de un sentido negativo de la expresión y comprenderla con la intención que la dijo el Maestro). Y si la respuesta es cero, porque ni siquiera lo hemos intentado, porque vivimos un cristianismo confortable y narcisista, hagamos una cosa: ¡no nos lamentemos más diciendo que somos pocos! Si no nos esforzamos por "pescar" a nadie, quizás quiere decir que no vamos con Jesús tanto como nos pensamos. "Ha llegado la hora". Estamos en los últimos tiempos y todo tiene un tono definitivo. El Reino de Dios se acerca, y pide ser acogido gracias a una vida de conversión constante animada por la fe en el amor de Dios. Cada bautizado es llamado a seguir a Jesús, y a ser su apóstol para el bien de todos los hombres y las mujeres que Él ha querido salvar.


26.Por Neptalí Díaz Villán CSsR.

Tire y afloje

Nínive era una antigua ciudad situada en las orillas del río Tigris, capital del Imperio asirio en el apogeo de su poder (c. 705-612 a.C.), hoy norte de Irak.

En todo el mundo antiguo, cada pueblo tenía su Dios o sus dioses. Nínive era conocida principalmente como centro religioso, donde se le rendía culto a la Diosa Istar a la cual le atribuían poderes curativos. Su estatua era muy conocida y tenía devotos que la adoraban incluso en Egipto. Se la representaba con una espada, arco y una funda con flechas, pues la veían como la diosa de la caza y la guerra. También era vista como la gran madre, la diosa de la fertilidad y la reina del firmamento, la representaban desnuda y con pechos prominentes, o como una madre con un niño junto a su pecho. Como diosa del amor traía la destrucción a muchos de sus amantes, el más notable de ellos su consorte Dumuzi.

Uno de los motivos, o una de las excusas para hacer la guerra entre los pueblos durante la historia humana, ha sido la religión o los dioses. La guerra entre pueblos era vista en cierta manera, como guerra entre dioses. Se pensaba que el pueblo vencedor tenía un Dios más poderoso; con esa mentalidad al Dios de Israel se le llamaba Yahvé Dios Shebaot, o sea Dios de los ejércitos.

Israel estaba convencido de que su Dios era el más poderoso. Por eso cuando perdían una batalla o una guerra, lo veían como castigo de Dios por el mal comportamiento: “Ahora nos rechazas y avergüenzas; ya no sales, Señor, con nuestras tropas, nos haces dar la espalda al enemigo y nos saquean aquellos que nos odian…” (Sal 44). Istar, una de las diosas de los babilonios y de los asirios, según la mentalidad de la época era rival del Dios de Israel, pues los dos pueblos eran enemigos. Se trataba nada más y nada menos que del pueblo invasor que acabó con el templo de Jerusalén, arrasó con las ciudades y mantuvo a los israelitas deportados durante 50 años (587 – 538 a.C.)

¿Por qué el Dios de Israel le pidió a Jonás que predicara en Nínive, si era un pueblo enemigo que no creía en el mismo Dios de Israel? Detrás de este relato había todo un movimiento profético que proponía compartir la experiencia religiosa y construir la paz con otros pueblos. Unos, cerrados, querían mantener la fe en el Dios de Israel como una posesión nacional, siempre en actitud de lucha, y otros, más abiertos, proponían abrir el mensaje salvífico a toda la gente, incluso a los enemigos.

Después del “tire y afloje” entre Jonás y Dios (véase aquí las dos corrientes ideológicas mencionadas) Jonás terminó anunciando el mensaje del Dios de Israel en Nínive. Su mensaje fue muy seco, nada esperanzador y, se podía decir, un poco mediocre; nada poético, como nos acostumbraron otros profetas: “Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida”. Y este pueblo pagano tuvo una actitud de conversión digna de admirar. Con un hombre que aceptó profetizar en Nínive a regañadientes y con un mensaje tan parco, la gente cambió de vida.

Curiosamente el texto de Jonás nos trae también una visión de Dios diferente y hasta un poco peligrosa, como cualquier visión de Dios cuando no se sabe manejar. En contacto con Dios, el ser humano elabora una imagen de Dios y la transmite por medio de palabras, esculturas y por medio de todos los elementos culturales de un pueblo. En el mundo antiguo cuando lo natural era la monarquía, se hablaba del Dios rey, del Señor de los ejércitos, del poderoso defensor.

Frente a una imagen del Dios impasible, el Señor soberano que todo lo ve y todo lo sostiene, que nunca cambia y siempre permanece, Jonás nos mostró un Dios que cambia. ¿Dios cambia de parecer? ¿Será que Dios se equivoca y se arrepiente? Esto puede ser utilizado para manipular la religión y para hacer decir a Dios lo que no dice cuando “nos conviene”. Aunque también puede ayudarnos a renovar sanamente la fe y nuestras estructuras. Cualquier experiencia y cualquier imagen de Dios no pueden ser definitivas y absolutizadas, pues Dios es un misterio más grande que cualquier canon, cualquier definición y que todas las imágenes antropomórficas, por medio de las cuales lo han representado en todo el mundo y durante toda la historia humana.


Priorizar

¿Qué estaría pensando Pablo cuando escribió el texto que hoy leemos de la carta a los Corintios? ¿Acaso es una pócima para insensibilizar al ser humano y hacerlo olvidar de las realidades de la tierra: sufrimiento, alegría, dolor placer, sueños e ilusiones? ¿Acaso es una invitación a vivir sólo en torno a la otra vida y a olvidarnos de esta? ¿Estaba Pablo en ese momento esperando la parusía? Yo prefiero pensar que Pablo no invita a una vida flemática, espiritualista casi antihumana, sino a saber priorizar el Reino por encima de todo. Con el Reino de Dios todas las realidades adquieren un sentido nuevo. Comprar, vender, casarse, tener hijos, inclusive “quedarse” célibe, sufrir y llorar; las frustraciones dolorosas, los proyectos no realizados y los conflictos más profundos. Todo adquiere un sentido y puede verse en cada situación, una oportunidad para construir el Reino donde todos tengamos cabida y la salvación abunde eternamente.


El Kairós

Llegó el Reino. ¿Cuál Reino? ¿Cómo es ese Reino? ¿Qué podemos hacer? El Reino es un concepto antiguo, correspondiente a un mundo dominado social y políticamente por reinados y monarquías absolutas. Los evangelistas tomaron los códigos de su época. Hablar de reinado en aquel tiempo era hablar de la organización social imperante. La estructura tribal había sido derrotada por los ganaderos en tiempo de Saul, primer rey de Israel, y continuando con David, Salomón y toda su descendencia.

En tiempo de Jesús el pueblo padecía el reinado absolutista de Herodes Antipa, hijo de Herodes el Grande, los dos ambiciosos y sanguinarios, capaces de lo que fuera para mantener su poder. Fieles al gran emperador romano, Augusto y Tiberio respectivamente. El pueblo era poseedor de una rica memoria histórica. No podía olvidar los reinados opresores desde la monarquía egipcia y las ciudades estado cananeas, pasando por los imperios regionales que los acosaban, así como los reyes propios de Israel que desde Saúl no habían hecho otra cosa diferente a aprovecharse del pueblo. Tenían muy reciente la gran frustración sufrida debido a que los asmoneos que asumieron el poder después de ganar la guerra contra los invasores seleusidas, dejaron despertar el pequeño rey absolutista que habita en todo ser humano y se convirtieron en tiranos más, que los mismos invasores. (135 – 75 a.C.)[1]

Hablar de rey y de reinados aunque era lo normal, causaba muchos recelos. El mismo Jesús huyó cuando quisieron proclamarlo rey (Jn 6,15). Nunca habló de sí mismo como rey, sino del reinado de Dios. Que nadie distinto a Dios se proclamara absoluto y que nadie utilizara su nombre como instrumento para adquirir y mantener el poder. “Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos” (Mc 9,35). El reinado de Dios excluía necesariamente todo tipo de absolutismo, de tiranía y de explotación. El reinado de Dios garantizaba la hermandad entre los seres humanos, la justicia, el derecho y la exclusión de la violencia. La anulación del nacionalismo fundamentalista, la xenofobia y las fronteras, para facilitar una fraternidad universal. Un sueño inalcanzable, una ilusión delirante para algunos, la razón de nuestra lucha, la meta que esperamos y el sentido de nuestra vida, para los que creemos en Jesús el Cristo.

Para hacer realidad ese Reinado con nuevos valores incluyentes, participativos y realizadores, todos necesitamos una actitud constante: la conversión. Del latín convertio – onis, acción o efecto de convertir. Implica cambio, transformación, dinamicidad. Como cuando una persona va por un camino equivocado, reconoce su error, encuentra el verdadero, cambia de rumbo y lo asume con todas sus fuerzas. El reinado de Dios es una oferta que viene de la voluntad salvífica del Padre para la humanidad y que sólo es posible realizar con nuestro aporte. Es fruto de la gracia y del trabajo humano.

Conversión no significa necesariamente cambiar de religión y aceptar racionalmente todos los dogmas; es estar dispuesto a hacer del Reino nuestra opción fundamental alrededor de la cual gire toda nuestra vida. “Lo que Jesús intentaba despertar era la aceptación creyente y confiada de su proclamación del reino de Dios, para congregar a los hombres bajo este reino y moverlos a un nuevo comportamiento”[2]. “Conversión significa: mudar el modo de pensar y actuar en el sentido de Dios, por lo tanto, revolucionarse interiormente... convertirse no consiste en ejercicios piadosos, sino en un nuevo modo de existir frente a Dios y ante la novedad anunciada por Jesús”[3]. “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Nueva”.


Oraciones de los fieles

1. Por los líderes de las Iglesias: para que den testimonio por medio de su propia vida de que Cristo está vivo. Roguemos al Señor.

2. Por los pueblos ricos: para que compartan y sean solidarios con los que tienen menos. Roguemos al Señor.

3. Por nuestra juventud: para que sepan responder con generosidad a la llamada de Cristo y lo sigan. Roguemos al Señor.

4. Por nosotros reunidos en el Señor: para que sepamos escucharlo, especialmente cuando nos habla por medio de nuestros semejantes. Roguemos al Señor.


Exhortación final

Bendito seas, Señor Jesús, porque hoy nos invitas
a optar contigo por la espléndida aventura del reino de Dios,
Éste es el camino más rápido y directo para la plenitud
como personas y para una fecunda mayoría de edad cristiana.
Haz que tu amor desbordante y el momento decisivo que vivimos
nos motiven para crecer más y más como personas y cristianos.

Conviértenos, Señor, a los valores perennes de tu reino:
verdad y vida, santidad y gracia, justicia, amor y paz,
Y concédenos el espíritu joven del Evangelio para amar más,
para empezar la vida cada mañana, para hacer efectiva la plegaria
incombustible del padrenuestro: Venga a nosotros tu reino.

Amén

(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 313)


27. Fray Nelson Domingo 22 de Enero de 2006
Temas de las lecturas: Los ninivitas se convirtieron de su mala vida * La representación de este mundo se termina * Convertíos y creced en el Evangelio

1. Llamado a la conversión
1.1 La realidad más visible en las lecturas de hoy está, sin duda, en el arrepentimiento. Jonás predica en la ciudad pagana por excelencia, Nínive; Cristo predica en Galilea. El mensaje, sin embargo, es distinto, por lo menos en su aspecto exterior: "Dentro de cuarenta días Nínive será destruida", dice Jonás; "El Reino de Dios ha llegado", anuncia Jesús. Podemos mirar en estas expresiones diversas las dos caras del mensaje que llama a conversión.

1.2 "Nínive será destruida" nos invita a pensar hacia dónde nos estamos encaminando, es decir: adónde conduce la alternativa que hemos tomado. "El Reino de Dios ha llegado" nos invita a mirar el otro camino, la alternativa que hemos descartado.

1.3 Y bien, preguntémonos adónde va nuestro mundo. No nos contentemos con asumir las noticias como van llegando: despenalización del aborto, aprobación del "matrimonio" homosexual, manipulación genética e intentos de clonación humana, eugenesia abierta o implícita, eutanasia que se extiende como vergonzosa plaga por el mundo. ¿Adónde va un mundo que va aprobando en secuencia cada una de estas cosas? A la destrucción. Es misión, aunque amarga, del predicador mostrar, hacer visible esa destrucción, y eso es lo que hace Jonás.

2. Las matemáticas del mundo y del Reino
2.1 ¿Hay otra posibilidad? Jesús anuncia la llegada del Reino. El Reino viene porque el mundo ya no va más. Dios se acerca al hombre porque el hombre ha mostrado su incapacidad de acercarse a Dios. Eso enseña Jesucristo.

2.2 Y por cierto las matemáticas le dan la razón. El mundo no puede renovarse a sí mismo porque la suma de las conveniencias, multiplicada por la montaña de los egoísmos, resta demasiado de las fuerzas del bien, ya de hecho divididas por orgullos y afanes de protagonismo. La burocracia es la artritis de la bondad y la codicia el acelerador de la maldad. Así el mundo se desgarra entre la conciencia de un bien que no alcanza y la presencia de un mal que detesta.

2.3 "¡Convertíos!", suplica y ordena Jesucristo. Es una súplica, porque nace de un corazón que sufre de amor por el mundo; es una orden, porque es un acto de justicia frente a Dios que no recibe del hombre lo que éste le debe en gratitud y alabanza, pero sobre todo en amor.

2.4 Así vemos abrirse el ministerio público de Jesús, con unas matemáticas nuevas: suma tu fe a la fuerza de la palabra y restarás de la montaña de tus culpas, y dividirás a la turba de tus enemigos.


28. El predicador del Papa explica la verdadera conversión
En su comentario el Evangelio del próximo domingo

ROMA, viernes, 20 enero 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap --predicador de la Casa Pontificia— al Evangelio de la Misa del próximo domingo.

* * *

III Domingo del Tiempo ordinario B
(Jonás 3, 1-5. 10; 1 Corintios 7, 29-31; Marcos 1, 14-20)

¡Convertíos y creed en el Evangelio!

Después de que Juan fue arrestado, Jesús se acercó a Galilea predicando el Evangelio de Dios y decía: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva». Debemos eliminar inmediatamente los prejuicios. Primero: la conversión no se refiere sólo a los no creyentes, o a aquellos que se declaran «laicos»; todos indistintamente tenemos necesidad de convertirnos; segundo: la conversión, entendida en sentido genuinamente evangélico, no es sinónimo de renuncia, esfuerzo y tristeza, sino de libertad y de alegría; no es un estado regresivo, sino progresivo.

Antes de Jesús, convertirse significaba siempre un «volver atrás» (el término hebreo, shub, significa invertir el rumbo, regresar sobre los propios pasos). Indicaba el acto de quien, en cierto punto de la vida, se percata de estar «fuera del camino»; entonces se detiene, hace un replanteamiento; decide cambiar de actitud y regresar a la observancia de la ley y volver a entrara en la alianza con Dios. Hace un verdadero cambio de sentido, un «giro en U». La conversión, en este caso, tienen un significado moral; consiste en cambiar las costumbres, en reformar la propia vida.

En labios de Jesús este significado cambia. Convertirse ya no quiere decir volver atrás, a la antigua alianza y a la observancia de la ley, sino que significa más bien dar un salto adelante y entrar en el Reino, aferrar la salvación que ha venido a los hombres gratuitamente, por libre y soberana iniciativa de Dios.

Conversión y salvación se han intercambiado de lugar. Ya no está, como lo primero, la conversión por parte del hombre y por lo tanto la salvación como recompensa de parte de Dios; sino que está primero la salvación, como ofrecimiento generoso y gratuito de Dios, y después la conversión como respuesta del hombre. En esto consiste el «alegre anuncio», el carácter gozoso de la conversión evangélica. Dios no espera que el hombre dé el primer paso, que cambie de vida, que haga obras buenas, casi que la salvación sea la recompensa debida a sus esfuerzos. No; antes está la gracia, la iniciativa de Dios. En esto, el cristianismo se distingue de cualquier otra religión: no empieza predicando el deber, sino el don; no comienza con la ley, sino con la gracia.

«Convertíos y creed»: esta frase no significa por lo tanto dos cosas distintas y sucesivas, sino la misma acción fundamental: ¡Convertíos, esto es, creed! ¡Convertíos creyendo! La fe es la puerta por la que se entra en el Reino. Si se hubiera dicho: la puerta es la inocencia, la puerta es la observancia exacta de todos los mandamientos, la puerta es la paciencia, la pureza, uno podría decir: no es para mí; yo no soy inocente, carezco de tal o cual virtud. Pero se te dice: la puerta es la fe. A nadie le es imposible creer, porque Dios nos ha creado libres e inteligentes precisamente para hacernos posible el acto de fe en Él.

La fe tiene distintas caras: está la fe-asentimiento del intelecto, la fe-confianza. En nuestro caso se trata de una fe-apropiación. O sea, de un acto por el que uno se apropia, casi por prepotencia, de algo. San Bernardo hasta utiliza el verbo usurpar: «¡Yo, lo que no puedo obtener por mí mismo lo usurpo del costado de Cristo!».

«Convertirse y creer» significa hacer propiamente un tipo de acción repentina e ingeniosa. Con ella, antes aún de habernos fatigado y adquirido méritos, conseguimos la salvación, nos apropiamos incluso de un «reino». Y es Dios mismo quien nos invita a hacerlo; le encanta ver este ingenio, y es el primero en sorprenderse de que «tan pocos lo realicen».

«¡Convertíos!» no es, como se ve, una amenaza, una cosa que ponga triste y obligue a caminar con la cabeza agachada y por ello a tardar lo más posible. Al contrario, es una oferta increíble, una invitación a la libertad y a la alegría. Es la «buena noticia» de Jesús a los hombres de todos los tiempos.


[Traducción del original italiano realizada por Zenit]