41 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO
18-25

18. VOCACION/LLAMADA

TEMA: LA VOCACIÓN.

FIN: Entroncar las vocaciones parciales en la auténtica vocación de Dios sobre el hombre. Vocación que es para todos igual, aunque adquiera diversos colores.

DESARROLLO.

1. Vocación fundamental.

2. Vocación humana y vocación de la fe.

3. Características de la vocación de la fe.

TEXTO:

1. Vocación fundamental.

La gran preocupación que ha vivido la Iglesia por la pastoral vocacional, ha hecho perder de vista la universalidad de la vocación. Nosotros hemos sido testigos del despliegue de la propaganda vocacional, solamente centrada en la vocación a la vida religiosa o al ministerio. Después de unos ejercicios espirituales, durante la adolescencia o la juventud, nos planteaban el problema de la vocación.

Hay un bosque de vocaciones particulares, pero sobre la base de una definitiva vocación. La llamada al matrimonio, a permanecer soltero, a la vida religiosa o al ministerio de la comunidad, suponen antes haber respondido a la vocación fundamental de la fe. Sobre esta vocación se perfilan las demás llamadas, que conforman de un modo importante toda la existencia cristiana.

Examinemos hoy la vocación a la fe, mientras revisamos nuestra respuesta a ella y emprendemos el camino de la conversión.

2. Vocación humana y vocación de la fe.

El hombre no tiene sino una vocación fundamental, que es la de ser hombre. Dios, al crearnos en el mundo, no ha querido otra cosa que nuestra realización como personas en medio de los demás para que podamos llegar a ser hijos suyos, a su imagen y semejanza. «Ser hombre», es nuestra vocación. Decimos que es "ser hombre", lo cual nos indica que no nacemos ya hechos, logrados, sino que tenemos que "llegar a ser hombre". Nuestra vida es un proyecto posible y esa llamada a realizarnos en nuestra vocación básica.

Esta vocación para llegar a ser hombres en el mundo está explicitada por nuestra vocación a la fe. La fe es el descubrimiento del plan de Dios sobre el hombre y la aceptación de la presencia del mismo Dios en la realización de nuestro proyecto, como la oferta de una salvación. No es fácil realizarse como hombre. Obstáculos insuperables surgen en nuestro camino. Por unos y otros la vida no es una ocasión, sino una zancadilla que nos abate. Hemos llegado a desdibujar la imagen del hombre de tal manera, que nuestro propio sentido y destino se nos han perdido. ¿Acaso no estamos todos perdidos? ¿No véis como el mal se está proponiendo como bien; cómo la injusticia es justicia; la explotación se llama servicio a los explotados? Lo que destruye está reconocido como constructivo; a nuestra muerte verdadera se le llama vida (cfr. Rm 1, 18-2, 1 ss.).

Teniendo una clara vocación inicial, andamos desorientados. La llamada de la fe intenta hacernos salir de esta situación. «Vete de tu tierra... a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una gran nación» (Gen 12, 1-2). Esta vocación que experimentó el primer creyente, se repite en todos nosotros. Contra toda evidencia se nos anuncia que hay una tierra nueva, que es necesario hacerla surgir, haciendo un camino alentado por la confianza en la promesa. Esta es la vocación fundamental, radical. Se confunde en la situación actual, con la conversión. El que esta vida la realicemos solteros o casados, siendo ministros de la comunidad o fieles, perteneciendo a una institución religiosa o no, es una situación que concreta, de un modo importante, nuestra vocación fundamental de creyentes. En cualquier situación debemos vivir nuestra vocación de hombres según el plan de Dios. Tanto que si en algún momento el estilo de nuestra vida, por mil causas, impidiera nuestra realización personal, tendríamos que cambiar. Y esto sería un culto agradable a Dios.

3. Características de esta vocación a la fe.

La vocación es una llamada interior y desconcertante. «El Señor llamó a Samuel» (I Sam 3, 5-7), él creía que le había llamado Elí, pero no era así. La vocación suena tan profunda como la Palabra de Dios: es ese modo de comunicarse Dios al hombre iluminando su vida y proporcionándole fuerza para realizarla. Por eso, la vocación es una atracción, una sugestión. Ha habido profetas que se han sentido «seducidos» (Jr 20, 7). Es la fascinación que produce el encuentro con la misma Realidad. Es como esos discípulos que se sienten atraídos por el paso de Jesús y «le seguían» (Jn 1, 38).

Que Dios nos llame o pronuncie sobre nosotros la vocación humana es un modo de expresar la gratuidad con que se nos ha concedido todo lo que somos. La Creación es el don primordial de Dios. Gracias a que hemos sido creados, hemos podido ser gratuitamente salvados. Es que no somos nosotros los que buscamos a Dios, sino que es él quien sale primero a nuestro encuentro. «Jesús pasaba... (y después los discípulos pueden afirmar) hemos encontrado al Mesías» (Jn 35-39)

La gratuidad de la vocación, cuando se percibe, lleva consigo un sentimiento de incondicionalidad. El que recibe todo como don, no puede tener otra actitud honrada que aceptar todo lo que recibe. «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (I Sam 3, 9). «Venid y lo veréis..., fueron, vieron donde vivía y se quedaron con El» (Jo 1, 39).

En la Eucaristía celebramos el memorial del que ha sido fiel a su vocación de hombre hasta la muerte. Por eso Jesús de Nazaret, es el Primero de los salvados, Primogénito de entre los vivos. La proclamación de nuestra fe en El y de nuestra obediencia tiene que ser para nosotros una seria revisión. ¿Hemos descubierto nuestra vocación? ¿La seguimos? De su logro depende el que vivamos muertos o el que nos enraicemos cada vez más en la fuente de la vida imperecedera.

JESUS BURGALETA
HOMILIAS DOMINICALES CICLO B
PPC/MADRID 1972.PágS. 115 ss.


19.

Frase evangélica: «Vieron dónde vivía y se quedaron con él»

Tema de predicación: ENCONTRAR A JESÚS

1. «Discípulo» es el creyente que reconoce a Jesucristo, porque lo busca de veras y se queda con él. El encuentro de los primeros discípulos -y de los discípulos de todos los tiempos- se compone de tres momentos: una búsqueda, una morada y una permanencia.

2. Hay personas que buscan superficialmente y que, además, rechazan todo lo que encuentran. Otros ni siquiera buscan, porque están de vuelta de todo, decepcionados. Pero hay quienes buscan y encuentran: son los discípulos del Señor.

3. Desde pequeños nos enseñaron que Jesús está en los cielos y en el sagrario, y que Dios está en todas partes. El evangelio nos dice que Jesús está donde dos o tres se reúnen en su nombre y donde hay caridad efectiva con el hermano pobre y necesitado. Discípulo es quien sabe encontrar de verdad al Maestro allí donde está.

4. Quedarse es permanecer, compartir, participar, comprometerse. No vale quedarse lejos o quedarse pasivamente. Quedarse con Jesús es aceptar su causa con todas sus consecuencia. Naturalmente, sabemos que permanecer es difícil. Hay momentos de incertidumbre, de duda. de cansancio. Dios nos conoce y reconoce cómo somos. Él nunca falla: es fiel; pero exige de nosotros un mínimo de seriedad, de fidelidad. El evangelio de Mateo termina con el mandato de Jesús de «hacer discípulos» de todas las gentes.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Qué buscamos y encontramos a lo largo de la vida? ¿Qué buscamos y encontramos en la celebración dominical?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 204 s.


20. BUSQUEDA/CLASES

Les preguntó: ¿Qué buscáis?

Las primeras palabras que Jesús pronuncia en el evangelio de Juan nos dejan desconcertados porque van al fondo y tocan las raíces mismas de nuestra vida. ¿Qué buscáis?

No es fácil responder a esta pregunta sencilla, directa, fundamental, desde el interior de una cultura cerrada, como la nuestra, que parece preocuparse sólo de los medios, olvidando siempre el fin último de todo.

¿Qué es lo que buscamos exactamente? Para algunos, la vida es «un gran supermercado» (D. Solle) y lo único que les interesa es adquirir objetos con los que poder consolar un poco su existencia.

Otros lo que buscan es escapar de la enfermedad, la soledad, la tristeza, los conflictos o el miedo. Pero, escapar ¿hacia dónde? ¿hacia quién?

Otros ya no pueden más. Lo que quieren es que se les deje solos. Olvidar a los demás y ser olvidados por todos. No preocuparse por nadie y que nadie se preocupe de ellos.

La mayoría buscamos sencillamente cubrir nuestras necesidades diarias y seguimos luchando por ir cumpliendo nuestros pequeños deseos. Pero, aunque todos ellos se cumplieran, ¿quedaría nuestro corazón satisfecho? ¿se habría apaciguado nuestra sed de consuelo, liberación, felicidad y plenitud?

En el fondo, ¿no andamos lo hombres buscando algo más que una simple mejora de nuestra situación? ¿No anhelamos algo que, ciertamente, no podemos esperar de ningún proyecto político o social?

Se dice que el hombre contemporáneo ha olvidado a Dios. Pero la verdad es que, cuando un ser humano se interroga con un poco de honradez, no le es fácil borrar de su corazón «la nostalgia de Dios».H/DESTINO

¿Quién soy yo? ¿Un ser minúsculo, surgido por azar en una parcela ínfima de espacio y de tiempo, arrojado a la vida para desaparecer enseguida en la nada de donde se me ha sacado sin razón alguna y sólo para sufrir? ¿Eso es todo? ¿No hay nada más?

Lo más honrado que puede hacer el hombre es "buscar". No cerrar ninguna puerta. No desechar ninguna llamada. Buscar a Dios, tal vez con el último resto de sus fuerzas y de su fe. Tal vez, desde la mediocridad, la angustia o el desaliento.

Dios no juega al escondite ni se esconde de quien lo busca honradamente. Dios está ya en el interior mismo de esa búsqueda.

Más aún. Dios se deja encontrar, incluso, por quienes apenas le buscamos. Así dice el Señor en Isaías: «Yo me he dejado encontrar por quienes no preguntaban por mí. Me he dejado hallar por quienes no me buscaban. Dije: Aquí estoy, aquí estoy» (/Is/65/01-02).

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 183 s


21.

Mensaje actual

Por el bautismo empieza uno a ser oficialmente cristiano, seguidor de Cristo. Pero ¿cuál es lo característico de la vida cristiana? No se puede dar fácilmente una definición ni resumirlo en una palabra. ¿Se distinguen los cristianos de los que no lo son por bondad, solidaridad, pacifismo, desinterés...? Quizá no. Y si en algunos casos es ciertamente así, no sería difícil encontrar casos de lo contrario. La escena narrada por Juan en el evangelio de la vocación de los primeros discípulos es una sencilla historia que puede ayudar a responder a esta pregunta: ¿cuál es lo característico de la vida cristiana? Desde el comienzo de su apostolado, queda de manifiesto que la vocación cristiana es un encuentro personal, un seguimiento entusiasmado y una relación de amistad personal con el enviado de Dios, Jesucristo.

Tres hombres, futuros apóstoles, se pasan del discipulado de Juan al de Jesús. Sin duda vieron algo en Jesús que no habían visto en Juan. Este cambio tiene un sentido mucho más profundo de lo que a primera vista pudiera parecer. Seguir a un maestro como discípulo era entonces acatar incondicionalmente sus enseñanzas, seguirle respetuosamente e imitar su género de vida. Cuando estos tres hombres quieren seguir a Jesús es porque han encontrado una nueva razón de vivir y una nueva meta para su vida.

Comparemos a Juan con Jesús. De su diferencia puede saltar la conclusión que responda a la pregunta sobre la característica de la pertenencia cristiana.

Juan predicaba en el Jordán un bautismo de penitencia, una rápida conversión ante el peligro de ser sorprendidos por el hacha amenazante a la raíz del árbol, ante el juiclo inapelable del "más fuerte" que viene con el bieldo en la mano para hacer la separación irreversible... Se trataba de una conversión personal, en la que cada uno mira a sí mismo y encuentra en sí mismo una medida para vivir rectamente. Las masas afluían al Jordán para demostrar por la recepción del bautismo la sinceridad de su conversión.

FE/RELIGION: El mensaje de Jesús tiene otro signo. No predica ante todo la conversión del hombre a Dios, eso es religión, sino la iniciativa de Dios en favor de los hombres, eso es fe. Hay aquí una gran diferencia. Dios toma la iniciativa en venir al encuentro del hombre. Dios toma la iniciativa en el amor, y quien responde a ella tiene la fe (1 Jn 4,19). El gran acontecimiento está en que el amor de Dios se nos ha manifestado en Jesucristo y en él ha permanecido en medio de nosotros. Jesús mira más al futuro que al pasado. Viene a establecer un nuevo tipo de relaciones del hombre con Dios. Quien acepta a Jesús, experimenta que en Jesús está Dios con él sin prejuicios de pasado. Los publicanos y pecadores entendieron muy bien que Dios les amaba. Les amaba en Jesús. Esta decisión del amor de Dios por los hombres espera una respuesta por parte de éstos. Este mensaje puede y debe cambiar la vida de los hombres.

Los tres discípulos de Juan entendieron y aceptaron este mensaje. Deseaban pertenecer a Jesús en calidad de discípulos, y en él y con él orientar toda su vida al amor de Dios. "Se fueron con él y vieron dónde vivía y permanecieron con él aquel día". Habían hecho un gran descubrimiento. Más exactamente, habían sido descubiertos. Y vieron dónde vivía: no tenía un lugar para reposar la cabeza (Lc 9, 59), pero tenía palabras de vida eterna (Jn 6, 68).

Enseñaba nuevas formas de vivir, nuevos caminos que conducen a la vida. Seguirle equivale simplemente a cumplir con perfección la ley entera. Estaban gozosos y deseaban comunicar su gozo y su hallazgo. Andrés fue a su hermano Simón y le dijo: hemos encontrado al mesías. Y lo llevó a Jesús. Todo el que ha descubierto a Jesús debe preocuparse por comunicar su experiencia a los demás. Y todo el que quiere encontrarle está, de hecho, en dependencia de otros que le transmitan su propia experiencia. A los cristianos nos faltan respuestas para muchas preguntas. Pero Cristo es la respuesta porque es la palabra. Seguirle es poseer la verdad.

GUILLERMO GUTIERREZ
PALABRAS PARA EL CAMINO
NUEVAS HOMILIAS/B
EDIT. VERBO DIVIN0 ESTELLA 1987.Pág.98 s.


22.

Los discípulos de Jesús (Jn 1,35-42)

El cuarto evangelio, tras dedicar los dos primeros días (se ha iniciado la nueva creación) a introducir al Bautista y a Jesús, consagra los dos siguientes (continúa la nueva creación) a mostrar cómo el Bautista le cede hasta a sus propios discípulos. Y estos, ¿quiénes eran? Ante todo, Andrés y Pedro. Pero -según afirman los sinópticos-, ¿no eran ambos pescadores del lago de Genesaret? ¿Qué hacían, pues, en aquel inhóspito paraje cercano al mar Muerto? Son estas minuciosidades que no preocupan al evangelista. Su objetivo se cifra en mostrar cómo el Bautista, en su afán de abrir camino a quien considera mesías de Dios, no duda en legarle sus discípulos.

El relato transpira finura. Supone, de hecho, que Jesús pasa de largo (Jn 1,36) y, en base al elogio que le tributa el Bautista, dos de sus discípulos van en su busca. ¿Te has fijado, amigo lector, en un dato cuajado de ternura? No es Jesús quien llama a los discípulos; son ellos quienes se van tras él. Jesús se limita a dejarse encontrar. Y, una vez fraguado el encuentro, fija las condiciones para que se le pueda seguir.

El evangelista supone que Jesús, al saberlos tras él, se vuelve para preguntarles: "¿Qué buscáis?" (Jn 1,38). Quiere, en realidad, una declaración de intenciones. Y los dos interpelados se limitan a expresar su afán de saber dónde mora. ¿Para qué? Desde el momento en que lo proclaman "maestro" (rabbi), expresan su deseo de convertirse en discípulos. Y así lo entiende Jesús. ¿Cuál es su reacción? Muy simple: "Venid y veréis" (Jn 1,39). He ahí enunciado con suma concisión uno de los grandes lemas joánicos. Para convertirse en discípulo de Jesús, es preciso comenzar con el seguimiento ("venid") para culminar con la visión ("veréis").

Tal planteamiento rompe los esquemas humanos. El hombre, antes de comprometerse (ir), desea garantías (ver). Pues bien, a juegos así no se presta Jesús. Exige, como requisito previo, una entrega incondicional. Esta tiene un nombre: fe. El planteamiento joánico se me antoja retador. Y es que -¿no te ocurre así, amigo lector?- siempre tendemos a exigir garantías antes de dar un sí a Jesús. ¡Cuánto cuesta fiarse de él!

¿Quiénes siguen en un primer momento a Jesús? Siendo dos, el relato sólo da un nombre: Andrés. ¿Y el otro? Se han esbozado muchos intentos de explicación. A mi entender -otros también lo comparten- podría tratarse del discípulo amado, cuyo anonimato se pretende mantener. Sin embargo, al día siguiente (continúa la nueva creación) se les añade otro candidato: Simón (Pedro), el hermano de Andrés (Jn 1,41-42).

Cuando se encuentra con Jesús, este lo "miró" (Jn 1,42). ¡Qué expresión tan sugestiva! No en vano, en la teología joánica, Jesús siempre mira en profundidad. Es decir, al hacerlo, se adentra en la persona. Por eso no precisa formular preguntas al nuevo candidato. Más bien, tras evaluar su actitud, le preconiza un futuro hecho de fortaleza (piedra).

Son, pues, tres los discípulos que -cedidos por el Bautista- forman el cortejo inicial de Jesús. Y es entonces cuando este se pone en movimiento, pues cada vez se acerca más el sexto día. En él ha de forjar esa nueva creación que el cuarto evangelio erige en médula de su mensaje. Sin embargo, antes tiene que culminar su fase preparatoria.

SALAS-A/7.Pág. 32 s.


23. D/SILENCIO:

En los días de Samuel, dice el autor sagrado que "era muy escasa la palabra de Dios y no eran corrientes las visiones" (1 S, 3, 1). También en nuestros días dicen los teólogos que padecemos la ausencia de Dios y su impenetrable silencio. Pero ahora, como entonces, si Dios calla es porque el hombre no escucha. Cuando Samuel se puso a la escucha, Dios rompió su silencio y le dirigió la palabra. Dios no es un antojadizo y no ha cambiado su actitud ante los hombres. El que habló de múltiples maneras por los profetas, y últimamente por boca de su propio Hijo, el que se ha dejado ver en el rostro humano de Jesús, no va a retirarnos ahora su palabra y a escondernos su rostro (/SAL/026/08-9). Dios calla cuando el hombre no le escucha. Dios no se presenta cuando no le buscamos. Porque Dios es aquel que solamente se hace encontrar de los que le buscan.

OIR/ESCUCHAR:No es problema de Dios de que no hable; es problema nuestro de que no le escuchamos.

Vivimos en un tiempo de oír muchísimas cosas al cabo del día, pero de escuchar, poco o casi nada. No sabemos estar sin oír. Escuchar es distinto. Y perdemos nuestra capacidad de escucha precisamente por tantas voces que oímos.

Vivimos en una sociedad en la que todas las voces que el hombre puede oír no apelan al hombre que cada uno tiene que ser, sino que apelan a sus instintos y pasiones, a sus debilidades, a la bestia que todos llevamos dentro.

Vivimos en una sociedad que se asienta sobre la manipulación de los instintos del hombre. Una sociedad que imposibilita la libertad del hombre para responder a la llamada de Dios y de los hombres. Una sociedad a la que no interesa que el hombre llegue a ser auténticamente hombre sino simplemente un ser que consuma. Con tal de garantizar la producción y de aumentar las ventas se recurre a la comercialización de todo, incluido el sexo y la violencia. Hasta la mujer, creada por Dios como compañera del hombre es utilizada como reclamo, como cebo, para presentar un viaje más placentero, un perfume más "sexy" o un licor más varonil.

Todas estas son voces que oímos continuamente y que no nos dejan escuchar. Escuchar es distinto de oír. Se oyen ruidos, sonidos, anuncios, noticias, reclamos. Pero uno escucha a una persona. Escuchar es estar respetuosamente atento al otro, independientemente de sus palabras o acciones. Escuchar es comunicarse amorosamente con una persona aunque no se diga o se oiga nada.

Por eso Jesús terminaba con frecuencia su explicación añadiendo esta muletilla: "el que tenga oídos para oír que oiga". ¿Sabéis lo que quiere decir? Que solamente puede escuchar el que entiende. Pero no entendáis mal la palabra entender. En-tender es tender en dirección de alguien. Ser fascinado por él. Tomar postura ante él. Dirigirse a él con todo el ser. Es una actitud vital de la persona. Se puede oír con los oídos pero solamente se puede escuchar con el corazón. Por eso agradó a Dios la oración de Salomón, que no pide a Dios el éxito ni la salud ni las riquezas, y solamente dice: "Concede a tu siervo, Señor, un corazón que escuche"

Juan y Andrés, discípulos del Bautista, oyeron que éste, al ver pasar a Jesús, había dicho: "He aquí el Cordero de Dios". Y dejaron a su maestro y fueron tras de Jesús, tímidos, siguiéndole a cierta distancia. Entonces Jesús se volvió y a bocajarro les dice: "¿Qué buscáis?" Resultaba bastante difícil decir con exactitud qué era lo que andaban buscando. Tampoco se empeña Jesús que contesten a esa pregunta porque todo el mundo busca lo mismo. Hay mil maneras de buscar. Pero quizá haya una sola cosa para buscar. Una sola cosa que todos los hombres persiguen. La felicidad, la alegría, el amor. Tiene nombres más o menos afortunados, más o menos impropios. Pero siempre, detrás de esos nombres, más allá de lo que esos nombres significan, todos los hombres buscan, sin saberlo, la misma cosa.

Es una gran suerte que eso detrás de lo cual anda el corazón del hombre, tome cuerpo cualquier día y se deje ver y pase delante de uno y una voz que nunca se había oído, pero que concuerda exactamente con la voz que uno soñaba, pregunta: ¿Qué buscas en tu vida?

"Maestro, ¿dónde vives? Y se quedaron con él aquel día". Juan no ha contado nada de lo que hablaron entonces. Ni siquiera dejó dicho que él era uno de aquellos dos discípulos. Cuando escribía esta página, ya de viejo, con mano temblona, se debió conmover igual que cuando uno recuerda el primer amor, el principio de un amor único. "Eran las cuatro de la tarde". Qué importa lo que se hablara. Lo maravilloso fue aquel descubrimiento: estar con él, oírle, sentir cómo el corazón se apacigua y se colma, cómo la vida entera adquiere de repente luz y sentido.

¿Habéis descubierto a Jesús como el amor total de vuestra vida?

¿Habéis empezado a vivir una relación de amistad personal con Jesús?


24. /Jn/01/35-51

Descubrir el sentido de la propia vida es lo más importante que los hombres tenemos que hacer. Es frecuente no afrontar esta cuestión, dejarse llevar por los acontecimientos, adoptar una postura pasiva.

Quizá sean pocos los que buscan el sentido de la vida y se afanan por realizarlo, casi siempre a costa de sacrificios y de entrega.

No debemos conformarnos con ir tirando, con soportar la vida. Debemos hacer de ella una realización personal, consciente, libre y coherente.

El verdadero creyente trata de construir su vida desde una dimensión de fe. Porque la fe en Dios, la convicción de la existencia de una vida plena y para siempre después de la muerte no anula la búsqueda del sentido de la vida, no invita a evadirse de las responsabilidades del presente. Cuando la fe es verdadera su efecto es todo lo contrario: abre nuevos horizontes al camino de la vida actual y da otras fuerzas para realizarlo. El cristiano sabe que Dios tiene un plan de amor para él y para la humanidad.

Este pasaje y el de las bodas de Caná, que viene a continuación, son una especie de tratado de iniciación a la fe, que vale también para el nacimiento de una vocación. Todo gira en torno a la palabra "ver". Hay que "ver" los acontecimientos y a las personas que nos rodean y sacar conclusiones. La fe verdadera arranca del análisis de los sucesos concretos y humanos. No puede hacerse más que en diálogo con Dios, abiertos a su influencia. Es el itinerario que siguieron María, el Bautista y, como veremos a continuación, los primeros discípulos de Jesús.

El evangelista Juan nos presenta aquí el recuerdo emocionado de su primer encuentro con Jesús, encuentro que cambió totalmente su existencia. Es la historia de su vocación. Es natural, por ello, que conservara todos los detalles con ternura. Este relato es como una catequesis del proceso que debe seguir todo discípulo que quiera acercarse al Maestro: proceso que es seguimiento y profundización constantes de la persona de Jesús.

La experiencia es impresionante. La llamada de Jesús es una amistad. Una amistad y una alegría que sólo se entiende en la medida en que se vive.

Jesús recluta sus primeros discípulos de entre los propios seguidores de Juan Bautista. Todos ellos estaban unidos por claros vínculos de amistad o de sangre. El pasaje es la narración sencilla de cómo cinco hombres encuentran a Jesús. Cinco hombres que van a construir los fundamentos de la Iglesia. Cinco hombres que se encuentran con una realidad -Jesús de Nazaret- que transforma sus vidas: nada será ya como antes.

¿Cómo se realiza este encuentro? No sucede nada extraordinario. Es un encuentro humano. Y así comienza un itinerario, un irse conociendo, una convivencia, una amistad... que irá transformando la vida de aquellos cinco hombres de Galilea.

La manifestación de Jesús a sus primeros discípulos representa el paso del Antiguo al Nuevo Testamento: de Juan a Jesús. Este encuentro marca el fin del ministerio de Juan Bautista. Juan se encuentra en el sitio del día anterior: es una figura estática. Está acompañado de dos discípulos, de dos hombres que han escuchado su anuncio y recibido su bautismo. Forman parte de un grupo más numeroso, de un grupo que está abierto al que llega. El día anterior, Juan había visto a Jesús que llegaba; ahora, estando en el mismo lugar, ve a Jesús que pasa y se le pone delante; toma el puesto que le corresponde. Juan queda atrás. Es el momento del cambio.

La actitud de Juan, en medio de su fama, es admirable; su desprendimiento y sencillez son sorprendentes, desviando la atención de sus discípulos hacia Jesús; dándole el relevo y proclamándolo públicamente "Cordero de Dios", aunque no lo parezca. Y, aparentemente, no lo parece, porque se ha hecho uno de nosotros, se ha puesto al lado de los que luchan contra el miedo, contra las hambres que pululan por el mundo..., hasta morir. Y nosotros empeñados en creer en un Dios sentado en lo más alto del cielo... La palabra "cordero" alude a la hora de la crucifixión.

La actitud de Juan resume su misión y la de todo apóstol: ser simple indicador de Jesús. La pobreza y el desprendimiento deberán ser siempre la primera cualidad del testigo de Jesús, comenzando por la Iglesia jerárquica. Porque no se trata de ganar personas para nosotros, sino de ganarlas para Jesús, que significa ayudarlas a ser más ellas mismas. Tomada superficialmente, la escena parece simple. Pero tiene dentro de sí una tremenda profundidad, como es normal en todo el cuarto evangelio.

No leemos la palabra "llamada". Sin embargo, hay una llamada en el sentido más profundo de la palabra. Llamada a seguir y a habitar con Jesús.

a) ¿Qué buscamos?

El testimonio de Juan Bautista sobre Jesús en presencia de dos discípulos hace que éstos se vayan con Jesús, que lo sigan; expresión que significa mucho más que acompañar a una persona: seguir indica toda la entrega personal que Jesús exige a los discípulos; indica el deseo de vivir con El y como El; adoptar sus objetivos y colaborar con su misión; significa caminar junto con otro que señala el camino. Expresa la respuesta de los discípulos a la declaración de Juan: han encontrado al que esperaban, y, sin vacilar, se van con El. Juan y Andrés, entendiendo que el Bautista los invita a seguir a aquel hombre, se van detrás de El, se ponen en camino de búsqueda. "Ir hacia Jesús" será uno de los términos preferidos por el evangelista Juan para describir la fe en Cristo.

Juan Evangelista, en lugar de insistir en la iniciativa de Jesús, subraya aquí la actitud de búsqueda por parte del hombre. Búsqueda que viene provocada por una indicación que viene de fuera, por un testimonio de alguien que se ha encontrado ya personalmente con Jesús y ha descubierto su personalidad íntima.

"¿Qué buscáis?" Son las primeras palabras de Jesús en este evangelio. El contacto con Jesús empieza con una pregunta. Pregunta que es el primer interrogante que debe plantearse todo aquel que quiera conocer y seguir a Jesús. ¿Qué buscamos en la vida? Jesús es consciente del seguimiento, se vuelve y les pregunta, correspondiendo con su interés al interés de los dos discípulos.

Su pregunta es válida para los hombres de todas las épocas y lugares. Jesús quiere saber el objetivo que persiguen -perseguimos-, porque puede haber -y de hecho hay- motivos muy diversos para seguir a Jesús. Les pregunta lo que buscan, es decir, lo que esperan de El y lo que creen que El puede darles. Juan insinúa que existen seguimientos equivocados, adhesiones a Jesús que no corresponden a lo que El es ni a la misión que ha de realizar.

"Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?" Contestan con otra pregunta. Le llaman "Maestro", indicando así que lo toman por guía, que están dispuestos a seguir sus instrucciones, que reconocen que tiene algo que enseñarles que ellos no conocen aún. Han sido discípulos de Juan; pero aquella situación era provisional, en espera del anunciado.

En aquel tiempo la relación maestro-discípulo no se limitaba a la transmisión de una doctrina: se aprendía un modo de vivir.

La vida del maestro era ejemplo para la del discípulo. Por eso quieren saber dónde y cómo vive Jesús; están dispuestos a estar cerca de El y vivir bajo su influencia. "¿Dónde vives?", porque donde vive Jesús deben vivir sus discípulos. Quieren pedirle que los admita a una entrevista más detenida, en la que puedan informarse con mayor claridad de su persona.

"¿Dónde vives?" expresa el deseo y la necesidad del hombre de estar con Dios, de buscar una plenitud. Encuentra su respuesta en la invitación de Jesús: "Venid y lo veréis". Jesús accede inmediatamente a su petición, invitándoles a ver por ellos mismos, a experimentar la convivencia con El. Es en esta convivencia donde han de encontrar la respuesta a su búsqueda. A Jesús no se le puede conocer por mera información, sino solamente por experiencia personal.

No importa lo que se sepa sobre Jesús. Lo decisivo es el encuentro con El. Encuentro que transforma al hombre desde dentro. Encuentro que le hace consciente del comienzo de una nueva etapa en su vida.

Lo que convierte a una persona en testigo y discípulo de Jesús es el hecho de encontrarse, de quedarse con El.

¿Qué puede significar, en la vida concreta del hombre de hoy, encontrarse con Jesús, escuchar su voz? ¿No tenemos la impresión, cuando leemos o escuchamos estas expresiones, que son simples frases hechas, sin significado alguno en la vida? ¿De qué modo podemos aún hoy día encontrarnos con Jesús y escuchar su voz? ¿Qué busco en la vida? ¿Quién es Jesús para mí?

"Y se quedaron con El aquel día". La experiencia directa los persuade a quedarse con El. Comienza la nueva comunidad, la del Mesías; la comunidad de aquellos que están donde está Jesús. Es el final del antiguo pueblo y el comienzo de la nueva humanidad.

Como en los sinópticos, el primer encuentro de Jesús es con dos hombres. No va a ser un Maestro espiritual de individuos aislados; va a formar una nueva comunidad humana. Para los orientales, "las cuatro de la tarde" era ya una hora tardía. Andrés y Juan cenarían con Jesús y pasarían con El la noche.

Jesús les ayuda a profundizar en aquello que andan buscando. Es lo que constituye la experiencia del discípulo: no hay discurso ni programas iniciales. El que quiera ser discípulo de Jesús tiene que ahondar en sus sentimientos e ilusiones, en su persona. Ser discípulo de Jesús significa hacer la experiencia de estar con El compartiendo su vida.

Sería interesante saber lo que se dijeron los tres durante aquellas horas. Juan, que describirá con detalle los coloquios con Nicodemo y con la samaritana, no dice nada sobre el tema de la conversación de aquellas horas. ¿Sentido del pudor por algo que debe permanecer en la intimidad de la persona y que hay que sustraer a la curiosidad indiscreta? O porque lo importante no es lo que se dijeron, sino el hecho de estar reunidos con aquel que respondía a todos sus interrogantes y a todas sus búsquedas.

Ciertos momentos, ciertos encuentros son "gracia", prescindiendo de las palabras que se pronuncian.

¿Simbolizan estos dos discípulos la búsqueda incesante que constituye el vivir verdadero de cada hombre?

Comprobaron que lo que les había dicho su anterior maestro era verdad, respondía a la realidad. Lo reconocieron como el Mesías, el que responde a todos los anhelos del hombre.

El que busca de verdad, encontrará en Jesús la plenitud de respuesta a esa búsqueda. El que no busca nada ni necesita a nadie, no encontrará nada. ¿Es por eso por lo que estamos tan vacíos, tan conformistas?

b) La vocación, experiencia que se comunica

"Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los que oyeron a Juan y siguieron a Jesús". Escuchar de verdad al Bautista llevaba necesariamente a Jesús, a no separarse de El. La experiencia de Andrés en su contacto con Jesús le lleva inmediatamente a la necesidad de darlo a conocer. Su hermano se encontraba por aquellos parajes, atraído por el movimiento suscitado por Juan; también buscaba algo. Pero no ha escuchado su mensaje ni, por tanto, ha seguido a Jesús. Los dos discípulos sí han comprendido el mesianismo del Maestro. Andrés habla en plural: "Hemos encontrado". Y es que la experiencia del Mesías es comunitaria. Ambos han penetrado el alcance del título que aplican a Jesús.

Una verdadera vocación se convierte siempre en la comunicación alegre de un encuentro, de una experiencia decisiva. Una llamada debe convertirse en una invitación a muchos. La llamada del Maestro se hace sentir o directamente o a través de llamadas de los amigos. Los dos primeros se presentaron por una indicación muy precisa del Bautista. Los demás van llegando como consecuencia de las informaciones de los primeros protagonistas.

El fenómeno de la vocación sigue siendo un misterio que hay que respetar y frente al que nuestras palabras aparecen tanto más ridículas cuanto más insistentes. La vocación es el misterio de la llamada de Dios bajo el signo de la gratuidad y de la libertad; y el misterio de una respuesta bajo el signo de la libertad.

Siempre tiene cabida en ella la mediación humana, manifestando la belleza de un ideal a través del testimonio de la propia experiencia.

Los dos primeros que siguieron a Jesús le han dado inicialmente un trato de cortesía: "Rabí". Pero Andrés dice ya a su hermano que aquel Maestro es el Mesías. En pocas líneas se ha descrito el proceso de fe que siguieron los discípulos, y que es fruto de haberse quedado con Jesús, de haber querido entender.

"Hemos encontrado al Mesías". Mírame; date cuenta de lo que soy; fíjate cómo he cambiado, cómo me he realizado, qué alegría y qué libertad encontré... La fe y la vocación de muchas personas mueren por falta de una verdadera mediación humana que presente la alegría, la libertad encontradas. Es inútil echar la culpa al clima de indiferencia religiosa, a la actual incapacidad de sacrificio de los jóvenes y adultos, a las dificultades de la educación familiar, a la influencia de un mundo fascinantemente erotizado y hedonista y de una sociedad secularizada. Son dificultades reales. Pero frente a ellas hay que presentar la propia experiencia.

Entre las muchas dificultades que se acumulan a la hora de dar una respuesta a vivir unos ideales, una llamada a la fe, una vocación, están los obstáculos de un atractivo que no se ve, de un contagio que no se da, de unos ideales que no se notan, de una comunicación que parece la repetición de una historia de otros tiempos, en vez de presentarse como noticia de verdadera actualidad.

"Hemos encontrado al Mesías". Nuestra vida es una palabra a favor o en contra de Jesús. Nunca una palabra neutra. Nuestra postura, mentalidad, pueden ser causa de un atractivo o de una repugnancia. Si dejan en la indiferencia, es claro que repugnan.

Debemos reflexionar: ¿nuestro modo de vivir la fe en Jesús será capaz de provocar en alguien el deseo de ser como nosotros? ¿Presentamos algo interesante a los demás? Debemos tener el coraje de mirar a los jóvenes y adultos que nos rodean y decirles: ¡Mira lo que somos! ¡Nos sentimos felices, realizados, libres, útiles! ¿Sabéis que hemos encontrado al Mesías? Os ofrecemos nuestra alegría como prueba de nuestro descubrimiento.

Nunca debemos bajar la mirada más que a nuestra propia miseria y pecado. La fe o es un virus o una vacuna; o contagia o inmuniza; o se propaga o provoca la repugnancia y la indiferencia.

Para el desarrollo auténtico de una persona es necesario un ambiente de calor humano, de cordialidad, de alegría, de estima, de confianza, de compromiso, de amistad... Una criatura es fruto del amor; y puede crecer, desarrollarse y realizarse solamente en un clima de amor, de respeto, de libertad, de sinceridad...

Sólo hay un Mesías: tiene la plenitud del Espíritu al ser el Hijo de Dios, el Cristo, el Ungido. Por eso puede dar respuesta a todas las esperanzas de los hombres. Es la libertad, la verdad, la justicia, el amor... Los demás tenemos libertad, verdad..., pero no somos "la" libertad, "la" verdad...

Más que de encontrar a Jesús, se trata de dejarnos encontrar por El. La mejor disposición -la única- es una actitud de búsqueda sincera del bien y de la verdad, de la libertad y de la justicia, del amor... Si nos mantenemos abiertos a todos esos valores, podemos esperar que Jesús, a través de su Espíritu, no dejará de hacerse presente en nuestra vida en forma de paz, de gozo, de fortaleza, de capacidad para amar y perdonar. Y podemos esperar también que, en más de una ocasión, en la fe, nos hará experimentar la certeza de su presencia, la certeza de que los dones vienen de El. Y escuchar su voz significará discernir en cada situación, siempre bajo la acción del Espíritu, lo que es más conforme al evangelio; que será, en definitiva, lo que nos hará más verdaderos.

El primer efecto del encuentro con Jesús es un cambio profundo de la existencia, como el que tuvo lugar en los apóstoles a raíz de su encuentro con el resucitado. El que realmente se ha encontrado con Jesús se transforma en un hombre nuevo a imagen suya. El que le escucha de verdad, le sigue y se queda con El, se va convenciendo plenamente que Jesús posee todo lo que deseamos en lo más profundo de nuestro corazón y que nos mostrará todo lo que necesitamos realmente, porque sus palabras son palabras de vida eterna y de vida en plenitud.

Y como vemos en el pasaje que estamos profundizando y es una constante en la Historia de la Salvación, el que se encuentra con Jesús y comprende lo que significa en su vida se siente irresistiblemente empujado a comunicarlo a los demás.

¿Existe otro modo de comunicar la fe que el de comunicar las propias experiencias? Sólo el que ha "visto" a Dios tiene derecho a hablar de El.

Este pasaje nos invita a nosotros a dos cosas: a hacernos discípulos de Jesús de verdad y a comunicarlo a los demás.

¿Cómo se puede encontrar hoy a Jesucristo? La respuesta está en cómo se encuentra uno con la gente que nos rodea: ¿cómo nace el amor, la amistad... entre las personas? No leyendo libros sobre psicología..., sino tratándose, relacionándose. Con Jesús sucede lo mismo, tratándole: "Venid y lo veréis". Es simplemente hacer eso que está hoy tan de moda hablar: las relaciones humanas. Hay muchas crisis de fe, mucho vacío, mucha decepción... Es lógico: falta trato. ¿Qué le ocurre a un matrimonio que deja pasar meses sin hablarse? Lo mismo entre padres e hijos, entre amigos: llegan a considerarse extraños. Algo semejante ocurre con Jesús: si no lo tratamos es imposible que lo conozcamos.

Si no trato a los conocidos, a los padres, a los hijos..., ¿cómo podré encontrar a Jesús en ellos? Si el paro actual no me preocupa, ¿cómo podré ver el paso de Jesús en los millares de familias que sufren sus consecuencias...? Y si no le trato en los sacramentos, en la palabra, en la oración, ¿cómo podré encontrarle?

"¿Dónde vives?" Este pasaje nos anima a tener más relaciones personales con Jesús: en el silencio, en la oración, en las personas que nos rodean, en la eucaristía semanal... "Venid y lo veréis". Si no vamos, nada veremos. Los que van, "ven". No se trata de admirar algo, sino de hacer la experiencia de una persona viva, de entrar en la intimidad de Jesús ahora y aquí.

Cuando la llamada se ha interiorizado, se ha hecho propia, puede pasar a otro. Y pasa con gozo, con plenitud, porque se comunica un tesoro que se ha encontrado (Mt 13,44). Quien ha visto dónde vive Jesús, lo que hace es encontrar por la calle a su hermano y comunicarle su descubrimiento. Así vemos cómo Andrés se encuentra con su hermano Simón y le comunica que "han encontrado al Mesías". Y encontrarse con el Mesías era encontrar "todo" para un buen israelita. Una fe que no se comunica, se muere. No puede ser verdadera.

Simón se deja llevar pasivamente a Jesús. No comenta la frase de Andrés ni muestra entusiasmo alguno por Jesús. No pronuncia ni una palabra.

"Jesús se le quedó mirando". Le miró como persona concreta, con una mirada que comprende y ama, que espera y transforma, que comunica una tarea a realizar. Una mirada que cambiará para siempre el sentido de su vida. Una mirada que significa todo lo que Jesús esperaba de aquel sencillo pescador.

Jesús no cambia el nombre a Simón. Le anuncia que será conocido por un sobrenombre o apodo: Pedro o piedra. Con ello le muestra que es consciente desde el principio de la actitud que va a tener Pedro en el futuro.

La primera entrevista de Jesús y Pedro es muy singular. No hay llamada ni invitación por parte de Jesús a que le siga; Pedro tampoco se ofrece.

Hasta aquí el pasaje nos ha presentado dos tipos de hombres que han sido discípulos del Bautista. Los del primer grupo, representados por Andrés y Juan, esperan al Mesías y siguen espontáneamente a Jesús. Representan al sector de las comunidades cristianas que han comprendido a Jesús y su mensaje y han roto definitivamente con las estructuras caducas de la antigua alianza. El segundo grupo, representado por Pedro, se deja llevar pasivamente a Jesús, no ha escuchado su mensaje ni le ha seguido.

Representa a los que han roto con las instituciones, pero no conocen la calidad de la vida que propone Jesús ni su misión; no saben la alternativa que propone.

Entre los cristianos sucede hoy algo parecido: están los que van comprendiendo toda la hondura del mensaje del Mesías y han roto con todo lo que impida su realización; están los que han descubierto la falsedad de muchas de las cosas tenidas por sagradas desde hace siglos, pero no han llegado aún a descubrir las exigencias y la vida que encierra el evangelio. Y está el grupo mayoritario, que no ha descubierto nada por las razones que sea, siguiendo cansinamente las normas de la institución, que a nada o casi nada comprometen. Van a ser representados por Felipe y Natanael: no han roto con las instituciones, son fieles a la tradición; muestran una preparación insuficiente al mensaje de Jesús por no haber salido de la antigua mentalidad.

La irrupción de Dios en nuestra vida no se reduce a aceptar una doctrina que podemos hallar en un libro; es siempre un encuentro personal, un amor, una esperanza, un camino que es preciso recorrer día tras día.

El cristianismo -vocación de servicio a los hombres- es como un camino con señales de pista: cada señal lleva a la siguiente, sin saber el término definitivo. Más que un conocimiento del futuro, es una respuesta a cada acontecimiento de la vida; es una amistad.

Demasiados cristianos tienen -¿tenemos?- miedo a Dios. Algunos, los que le aman, se fían de El. No saben lo que les espera, pero confían. Son cristianos que no piden definiciones ni seguridades: se lanzan. Los cristianos no tenemos que prepararnos principalmente para ser esto o aquello, sino para ser capaces de rezar entero el padrenuestro . La llamada que Jesús hará más adelante a Pedro y demás apóstoles, sin señales extraordinarias, exige un clima de intimidad, una entrega generosa a los demás. Todo lo demás, ¡todo!, es accidental, puede faltar. Pero si falta la amistad, la entrega a Dios en los hombres, ¿para qué sirve todo lo demás? Dios llama a los hombres. Dios llama, con frecuencia, a través de las necesidades de las personas que nos rodean. Cada persona, cada ignorancia, cada vacío, cada sufrimiento, cada necesidad de las personas que están a nuestro derredor o cuya existencia nos golpea de alguna manera, son gritos de Dios, llamadas de Dios, vocaciones. No sentirse aludidos por ellas es traicionarlas. Si alguien nos llama, el que sea, si alguien nos necesita, ése es Dios al alcance de nuestra mano. Acudir a su llamada es seguir al Mesías. Es fácil encontrar razones, disculpas, para no comprometerse.

c) Jesús, nuestro camino hacia la plenitud humana "Al día siguiente" Jesús decide salir para Galilea para comenzar la liberación anunciada. Allí, lejos del poder central judío, podrá gozar de mayor libertad de movimientos.

Se encuentra con Felipe. Y Felipe se lo comunica a Natanael. Siempre el mismo proceso. Parece que ninguno de los dos pertenece al grupo del Bautista.

Ambos se mueven en el marco de las antiguas instituciones. No han percibido la ruptura que Juan Bautista preconizaba como preparación a la llegada del Mesías. Encerrados en su tradición, conciben a Jesús como el cumplidor exacto de la ley y el continuador de Moisés.

A Natanael le parece inverosímil la conexión entre Mesías y Nazaret. Ante su escepticismo, Felipe le remite a la experiencia: "Ven y verás". Para conocer a Jesús es necesario estar con El.

Este contacto nos irá haciendo comprender su Persona. Nunca debemos rechazar nada antes de habernos asegurado. Dios puede presentársenos de la forma y en los lugares más insospechados.

Natanael es un hombre inquieto, acepta comprobar personalmente la afirmación de Felipe. ¡Qué falta nos hace a todos esta actitud!

Jesús toma la iniciativa y describe a Natanael como un modelo de israelita. En él "no hay engaño", no hay falsedad. Representa a los israelitas fieles que no han traicionado a su Dios, y han sido escogidos por Jesús para formar parte de su comunidad. "Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel".

El título "Hijo de Dios" tenía dos interpretaciones. Para la primera, en la línea del Bautista, "Hijo de Dios" es el que posee la plenitud del Espíritu y realiza la presencia de Dios en el mundo. Para la segunda, la de Natanael, "Hijo de Dios" es lo mismo que "Rey mesiánico", según el Antiguo Testamento, el que efectuará una salvación sociológica. Natanael es nacionalista, Jesús es para él el rey esperado, que va a restaurar la grandeza del pueblo, implantando el régimen justo prometido por los profetas.

Jesús calma el entusiasmo de Natanael y le declara que sus esperanzas son muy pequeñas, en comparación con lo que significa su misión de Mesías.

Jesús pronuncia la primera declaración solemne referente a su persona. Está dirigida a Natanael, pero pasa inmediatamente al plural, considerándolo representante de los israelitas fieles, cuya idea del Mesías quiere corregir.

"El cielo abierto", significa que Dios ya es accesible al hombre. El lugar permanente de comunicación con El será Jesús.

A los títulos de "Hijo de Dios" y "Rey de Israel" dados por Natanael responde Jesús con el de "Hijo del Hombre". El no será rey de Israel dominando a los pueblos, como los reyes de la historia, sino alcanzando la plenitud humana, la máxima realización del hombre, y llevando a toda la humanidad a esa plenitud.

Jesús quedará para siempre como manifestación definitiva de Dios en la historia y como medio de comunicación entre Dios y el hombre. La salvación de Dios se irá realizando en el hombre en la medida en que siga la vida de Jesús. En esto se resume el proyecto salvador de Dios sobre cada hombre y sobre la humanidad. Los cristianos no nos reunimos alrededor de Jesús solamente para aprender o para seguir un camino, sino, ante todo, para vivir en el espacio de Dios, que es el de la vida.

Con la creación de la comunidad de Jesús, compuesta por grupos de mentalidad muy diversa, termina la sección introductoria del cuarto evangelio. En ella se nos ha expuesto el verdadero concepto del Mesías y se nos han descrito las diferentes actitudes de los discípulos, que encarnan grupos cristianos.

Dios sigue manifestándose hoy. Tenemos que encontrarlo presente en nuestra existencia, en nuestro camino de cada día. Tenemos que convivir con El para que vaya transformando nuestra vida.

Debemos "ir" y debemos "ver". Jesús no es una respuesta contundente; es un hombre que se acopla a nuestro paso, que con frecuencia es lento y pesado. Y se vale de muchas formas para llamarnos. Si buscamos en los orígenes de nuestra decisión personal de seguir a Jesús, veremos respuestas distintas. Pudo ser alguien que nos impresionó profundamente por la transparencia de su fe. También pudo ser fruto de una iluminación interior surgida de la propia reflexión sobre los acontecimientos que nos rodean...

Jesús nos llama a todos, nos necesita a todos, para que seamos portadores de su mensaje a los hombres de hoy.

No esperemos hechos extraordinarios. Busquemos a Jesús en los sucesos sencillos cotidianos. Si tenemos interés, si tenemos en nosotros el anhelo que tenían aquellos cinco hombres de Galilea, también nosotros encontraremos Pero es preciso desear y buscar. En nuestro encuentro con Jesús hay dos aspectos: un esfuerzo personal de búsqueda -el hombre instalado no puede encontrar nada: no lo necesita- y una constante relación personal con El, que lleva a una conversión continua, a una transformación personal. Para ello necesitamos tiempo y silencio.

La Iglesia es el lugar privilegiado del encuentro con Jesús. Es lo que significa que sea "sacramento universal de salvación" (Constitución Lumen gentium 48). Ella es la encargada de hacer presente a Jesús entre los hombres. Es en ella, cuando ha conservado viva la memoria de Jesús en la vida concreta de sus comunidades, donde los hombres de hoy podrán reconocer a Jesús y todo lo que El significa para nosotros. Pero esto sólo será posible en la medida en que escuche su palabra, se deje penetrar por su Espíritu y viva de su presencia. La Iglesia debería poder decir como Jesús: "Venid y lo veréis". Su palabra debería limitarse a dar razón de lo que la hace vivir, del fundamento de su esperanza, de la profundidad de su amor a toda la humanidad.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 217-229


25.

Es necesario bajar a Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando. Es muy importante captar una imagen, un gesto preciso: el dedo del precursor que señala a Otro.

El día anterior Juan había recibido una delegación de gente importante, expedida desde la capital con el encargo específico de averiguar su identidad:

--Tú, ¿quién eres?

--Yo no soy el Cristo.

Y se había definido como «una voz que clama en el desierto», pero sin dejar de advertir que en medio de ellos estaba «uno que no conocéis...» (Jn 1, 26).

Ahora ese Uno, esperado, está allí, mezclado con la multitud de los penitentes y el Bautista no duda ni un momento en levantar el dedo:

--Ahí está. Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

Este es un gesto muy significativo. Juan no detiene el interés de los discípulos en su propia persona, ni siquiera un instante. Sino que lo dirige inmediatamente hacia el personaje principal que finalmente ha hecho su aparición.

Se diría que su tarea es la de distraer la atención de la gente de su figura de profeta para polarizarla en Otro que se ha presentado (pero de puntillas, discreto, anónimo, en espera de que alguien lo reconozca...).

«Al día siguiente» (que no expresa necesariamente un dato cronológico, sino simplemente una sucesión de acontecimientos), Juan alza una vez más el dedo para señalar al Otro. Y este gesto cuesta a Juan la pérdida de dos de sus discípulos, los cuales, después de haber oído las palabras del maestro, lo dejan plantado y se ponen a seguir al recién llegado.

Estos habían venido de lejos (son galileos, como sus otros amigos) y habían alcanzado a Juan en el territorio de Perea para estar un poco con él, para aprender algo en su escuela austera, para hacer un retiro penitencial. Y estando en la escuela de Juan terminan encontrándose con Jesús (ah, si todos los que llegan a las comunidades religiosas, a distintos "grupos", a tantas casas para reuniones, jornadas de estudio, encuentros, discusiones, etc. tuviesen la agradable sorpresa de encontrar a Cristo). Y dejan al viejo maestro para ir detrás del... competidor.

Jesús, extrañamente, recluta los primeros seguidores en el círculo de Juan. Es más, se los lleva. ¡Ha venido a segar en su campo!

Pero el precursor, lejos de enfadarse, es el primero en alegrarse. No ve en Cristo un competidor fastidioso de su fama, de su popularidad, de su trabajo. Es más, él es el promotor del abandono de los discípulos a los que indica con claridad quién es el único maestro.

«Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús...». Esta manera de actuar es buena para Juan. Es lo justo. «El tiene que crecer y yo tengo que menguar» (Jn 3, 30). Esta es su lógica. Que además es fijar exactamente, aunque dolorosamente, el papel de cada uno. Y no permitir, de ninguna manera, que las partes se inviertan, y que el personaje principal quede relegado en un rincón, mientras la comparsa pretende dominar la escena. El dedo de Juan el Bautista que señala, sin dilaciones, la llegada del protagonista, representa el símbolo más eficaz de los límites en que debe colocarse todo testimonio cristiano que quiera desarrollar rigurosamente su tarea sin entretenerse en la zona peligrosa de las complacencias personales y de la confusión de las partes.

El verdadero creyente (y entiendo, quede claro, un individuo dotado de una fuerte personalidad, de un notable atractivo tanto en el plano humano como en el espiritual, no un personajillo irrelevante e inconsistente) es uno que conoce tan bien su papel, que sabe entrar en escena, sin miedo, y sobre todo que tiene el coraje de salir en el momento justo. O sea, el verdadero testigo jamás es un estorbo, ni es asfixiante, centralizador, entrometido, sino que deja espacio. Espacio al Otro. Y espacio a la libertad de los otros.

Volvamos a la narración evangélica. Jesús ni siquiera tiene necesidad de llamar a los discípulos -la llamada oficial, definitiva, llegará más tarde-. Son ellos quienes, casi instintivamente, van detrás de él. En las páginas del evangelio de Juan hay un encanto muy particular. Llama la atención la precisión de los detalles -se indican lugar, fecha, y hasta hora- ese cuadro rico de notas sorprendentes, de matices. Y la cosa no debe extrañarnos tratándose de un testigo ocular, es más, de un protagonista.

En efecto, uno de los dos discípulos que siguen a Cristo es él en persona, Juan, aunque no lo dice expresamente y conserva el anonimato, como seguirá haciéndolo en su evangelio en hechos que se refieren a él (ahora todavía no puede decir «el discípulo a quien amaba Jesús»).

Aquí el apóstol refiere el encuentro que ha trastocado su existencia. Es la historia, casi el diario, de su vocación. Y es natural que haya conservado estos recuerdos con una especie de cuidadosa ternura.

Sólo a propósito del coloquio que ha seguido al encuentro no deja filtrar nada. «Se quedaron con él aquel día». Sería interesante saber qué se dijeron los tres durante todo aquel tiempo (conociendo las costumbres de los orientales -las cuatro de la tarde es ya una hora tardía- todo deja suponer que Andrés y Juan cenaron con Jesús y fueron huéspedes suyos aquella noche).

Pero aquí Juan nos defrauda. El que referirá detalladamente los coloquios de Cristo con Nicodemo o la Samaritana, en este momento no desvela ni siquiera una palabra de lo que ha sido el tema de la conversación de aquellas horas.

¿Es el sentido del pudor por algo que debe permanecer en la intimidad de una persona y por eso lo sustrae a la curiosidad indiscreta? O también una sugerencia de este tipo: lo importante no es lo que nos hemos dicho, sino el hecho de estar allí, junto a él. El acontecimiento sensacional que había que referir era su presencia, no otra cosa. Ciertos momentos, ciertos encuentros son «gracia», independientemente de las palabras que se pronuncien.

Sin embargo Andrés siente la necesidad de hablar, de comunicar el descubrimiento inaudito. «El encontró primero a su hermano Simón y le dijo: Hemos encontrado al Mesías». «Encontró primero...». Lo que hace suponer que inmediatamente comunicó a otros la noticia. No le ha dicho: «Escúchame que ahora te explico». No: «Lo llevó a Jesús». Es mucho mejor que el hermano se las entienda inmediatamente con el interesado. Que empiece también él el itinerario partiendo directamente de la fuente.

Podemos y debemos participar a los otros nuestra experiencia, no pretender que la repitan de la misma manera y siguiendo el mismo esquema. Cada uno debe hacer la propia experiencia. La nuestra es válida solamente como incitación, invitación, no como modelo a copiar o a exportar. Podemos y debemos dar el gusto de la aventura. Pero dejar después que cada uno lo intente personalmente. Que se convierta en sujeto de la propia historia. Así, la historia de una llamada se extiende, se dilata hasta llegar a ser una comunicación gozosa de un encuentro, de una experiencia decisiva. La historia de una llamada se convierte en noticia, relato fascinante, a través de una trama de amistades. Una vocación «única» se traduce en invitación a muchos otros. Invitación tanto más creíble cuanto se trasmite en un tono de estupor, de descubrimiento entusiasta. Un hecho personal se convierte en «asunto» comunitario. Nada extraño. Una noticia es noticia cuando se comunica.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO B
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1987.Pág 121 ss.