41 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO
26-41

26. 

Vivimos unos momentos en que todos estamos de acuerdo en que nuestras mejores energías se deben dedicar a la evangelización. Pero, ¿cómo realizarla de forma auténtica y eficaz? He aquí el problema concreto y práctico. Por supuesto que hay que conocer y usar para evangelizar toda nueva técnica que aparezca, todo nuevo lenguaje, sea la dinámica de grupos o los audiovisuales. Pueden ser una buena ayuda.

Pero el primer evangelizador, el gran evangelizador, es Jesús y a él, a lo que hacía, tendremos que volver una vez y siempre.

El texto evangélico de hoy nos enseña cómo evangelizaba Jesús y cómo nacieron los primeros cristianos, sus primeros discípulos.

La cosa empezó en el Jordán y lo primero no es un sermón ni un milagro. Es un encuentro entre amigos, un encuentro personal.

Alguien, en este caso Juan Bautista, pone a aquellos dos primeros discípulos en camino hacia Jesús. Juan es un intermediario que cumple bien su labor y hace una buena tarea. Charles Moeler ha dicho que el mejor modo de iniciarse en el cristianismo es encontrarse con un verdadero cristiano. Es indudable que el Evangelio se propaga por medio de precursores, apóstoles o misioneros. Es sorprendente ver que esto sucede en el mismo caso de Jesús. Juan les incita a seguir a Jesús y les da una pista: «Este es el cordero de Dios».

La frase estaba ]lena de sentido para aquel tiempo y aquellos judíos. Otras veces se añade: «que quita los pecados del mundo». El cordero pascual era el símbolo de la liberación de aquel pueblo de la opresión de los egipcios. Símbolo, después, de toda liberación, de la gran liberación que se unía a la venida del Mesías.

Hoy tenemos que transcribir esto a nuestros días y a nuestros hombres. Hay que presentar a Jesús de forma que su figura diga algo al hombre actual y que incite a seguirle. No es lo mismo decir que Jesús es el Cordero de Dios, Mesías, Cristo, Salvador, Señor, Rey, Hermano, Juez, Liberador y otras cosas.

No olvidar la actitud de búsqueda de los dos discípulos. Es algo profundamente humano y buena tierra para recoger la semilla de la evangelización. El que ya no busca, el que está de vuelta de todo, el que está a gusto y satisfecho con lo que tiene y es, el que no está abierto a algo más, es mal candidato para la evangelización. Aunque lo más destacado de este texto es la actitud de Jesús: «Venid y lo veréis». El encuentro personal, el ver cómo y dónde vive, la acogida. Este es el modo de evangelizar de Jesús. «Vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.» Este último detalle puede significar la intensidad de una vivencia que ha quedado bien grabada en el recuerdo. O puede significar un dato que apunta a la hora de Jesús.

Tenemos aquí descrito lo que es un buen clima de evangelización para Jesús. El encuentro personal, la conversación, la cercanía, el compartir comida y casa (o cueva), el estar juntos. Así es como brota la amistad, así es como calan las palabras en el fondo del alma, así surge la confianza, así nacen las confidencias y se restañan las heridas más profundas del corazón. Alguien que escucha, que comprende, que ayuda, que acoge, que salva. Porque aquí brota la salvación del hombre. Así es Jesús el Salvador, así evangeliza. Así se perdonan los pecados del hombre, así nace el hombre nuevo. No con bautizar en masa o absolver de prisa. No con ritos o gestos sin calor.

Está bastante claro cómo evangelizaba Jesús. Hay aquí unos valores y unas constantes que nunca se pueden olvidar ni despreciar. En esta escena ni se insinúa el contenido o mensaje de lo que Jesús les dijo. Que también es importante, porque sin duda que hablaron y hablaron a fondo. Jesús no iba a perder aquella ocasión de iniciarles en el Reino de Dios. Pero lo que el evangelista destaca es la acogida; fue para ellos lo definitivo, el golpe de gracia. No son las ideas lo más importante, sino la acogida.

Los dos vieron algo claro y decisivo para sus vidas: «Hemos encontrado al Mesías». Casi nada. Y empiezan a comunicárselo a los demás y a hacer entre ellos grupo. Son unos pocos, pero el sentido de comunidad ya está aquí. Significativo a este respecto el encuentro de Jesús con Pedro que se describe aquí y su nuevo nombre en función de la comunidad. Está para nacer la iglesia.

Es claro que la evangelización de Jesús está en función de la comunidad, que casi sin querer está haciendo comunidad. De esto habrá que hablar más detenidamente en otras ocasiones; por ahora, baste con destacar la unión estrecha entre evangelización y comunidad.

DABAR 1979/11


27.

-Juan y Jesús

En la Epifanía hemos celebrado que Dios se ha dado a conocer a través de Jesucristo. Hoy el evangelio nos presenta los primeros encuentros con este Jesucristo. Es de admirar la actitud de Juan desviando la atención de sus discípulos hacia Jesús y proclamándolo públicamente "el cordero de Dios", aunque no lo parezca. ¿Por qué no lo parece? Porque se ha hecho uno de nosotros, se ha hecho cordero de un rebaño para ponerse al lado de los que luchan contra el miedo, nuestro "pequeño-yo", el hambre... hasta morir, si es necesario.

Juan NO SE HACE MURALLA para ir a Jesús, sino mediador. Por eso llegan a descubrirlo Andrés y su compañero. Y porque tampoco Andrés se hace muralla, lo llega a descubrir Pedro.

Nosotros, que también hemos escuchado las palabras de Juan, somos invitados a dos cosas. La primera, a HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS, y, la segunda, a NO SER MURALLA PARA NADIE, sino mediadores de nuestros hermanos.

-¿Cómo ser discípulo de Jesús?

Pero, ¿COMO LLEGAREMOS A SER DISCÍPULOS DE JESÚS? Pues buscándole, encontrándole, y, una vez lo hayamos hallado, permaneciendo en comunión viva con El. Y, ¿COMO SE PUEDE ENCONTRAR A JESUCRISTO? Esta pregunta es semejante a otra: ¿cómo nace el amor entre un chico y una chica? No leyendo libros de psicología o sexología sino TRATÁNDOSE, relacionándose. Con Jesucristo ocurre lo mismo: TRATÁNDOLE: "Venid y lo veréis". O sea: haced experiencia de mí. Es simplemente esto de que tanto se habla hoy: las relaciones humanas.

Sí, hablamos mucho de crisis de fe, de sentirnos vacíos, decepcionados. Es lógico. ¿Por qué? Por falta de trato. ¿Qué le ocurre a un matrimonio que dejan pasar semanas y meses sin hablarse? El amor se les enfría. Entonces cualquier persona con quien se trata hace más ilusión que el esposo o la esposa. De un modo semejante ocurre con Jesucristo: si no lo tratamos, es normal que no lo palpemos.

Si no trato a los pobres, ¿cómo puedo encontrar a Jesucristo en los pobres? Si el paro no me preocupa, ¿cómo sabré ver el paso de Jesús en los millares de familias que sufren sus consecuencias? Y, si no le trato en los sacramentos, en la Palabra, en la oración... ¿cómo puedo encontrar a Jesús? Por tanto, el evangelio nos anima a tener unas RELACIONES PERSONALES CON JESUCRISTO: en el silencio, en la agitación, en las personas, en la Eucaristía... "VENID Y LO VERÉIS". Si no vamos, nada veremos. Los que van, ven. No se trata de admirar algo, sino de hacer la experiencia de una persona, de entrar en la intimidad de Jesús. Debemos ir y debemos ver. Jesús no da una respuesta contundente, sino que se acopla a nuestro paso, que con frecuencia es lento y pesado. Dios no tiene jamás prisa. Y nos anima aún más: a SER MEDIANEROS para que los demás vean.

Cuando la llamada se ha interiorizado, se ha hecho propia, puede pasar al otro, y pasa con gozo, con plenitud, porque se comunica un tesoro que se ha encontrado. Que la Eucaristía de hoy sea un INICIO para un encuentro más profundo en Jesucristo y una FUERZA para ayudar a los hermanos a descubrir el paso de Jesús en su vida.

L. SUÑER
MISA DOMINICAL 1982/02


28.

1. Las primeras vocaciones.

La escena del evangelio de hoy se sitúa inmediatamente después de la narración del bautismo de Jesús, que comienza ahora su actividad apostólica. Pero Jesús no comienza enseguida a llamar a sus discípulos; el Bautista -la Antigua Alianza que concluye-, que sabe que es el precursor y el que ha de preparar el camino, le envía los primeros discípulos. Uno se llama Andrés y el otro, cuyo nombre no se dice, es sin duda Juan, el propio evangelista. Seguir a Jesús significa aquí, en un sentido totalmente originario, «ir detrás de él», sin que los discípulos sepan de momento que son enviados, que se les encomienda una misión. Pero esta situación no dura mucho, Jesús se vuelve y al ver que lo siguen les pregunta: «¿Qué buscáis?». Ellos no pueden expresarlo con palabras y por eso responden: «Maestro, ¿dónde vives?». ¿Dónde tienes tu casa para que podamos conocerte mejor? «Venid y lo veréis». Se trata de una invitación a acompañarle, sin explicación previa; sólo el que le acompañe, verá. Y esto se confirma después: «Lo acompañaron, vieron donde vivía y se quedaron aquel día con él». Quedarse es en Juan sinónimo de la existencia definitiva en compañía de Jesús, la expresión de la fe y del amor. Tampoco el tercer discípulo, Simón, es llamado por Jesús, sino que es traído ante él casi a la fuerza por su hermano. Jesús se le queda mirando y le dice: Yo te conozco, «tú eres Simón, hijo de Juan». Pero yo te necesito para otra cosa: te llamarás Cefas, Piedra, Pedro. Esto sucede ya, en el primer capítulo del evangelio, absoluta y definitivamente. Jesús no solamente tiene necesidad del hombre entero, sino que necesita además a Pedro como piedra angular de todo lo que construirá en el futuro. En el último capítulo será hasta tal punto la piedra angular, que deberá ser el fundamento de todo, incluso del amor eclesial: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?».

2. Un relato vocacional.

La primera lectura narra la vocación del primer profeta, el joven Samuel. Dios lo llama mientras el muchacho está durmiendo. Samuel oye la llamada pero no sabe quién lo ha llamado. «Aún no conocía Samuel al Señor». Por eso cuando se produce la primera y la segunda llamada va a donde está Elí, hasta que el sacerdote comprende finalmente que es el mismo Dios el que llama a Samuel y dice al muchacho: «Si te llama alguien, responde: 'Habla, Señor, que tu siervo escucha'». Esto es, visto desde el Nuevo Testamento, la mediación eclesial, sacerdotal, de la llamada de Dios. Ciertamente los jóvenes oyen una llamada, pero no están seguros, no pueden comprenderla ni interpretarla correctamente. Entonces interviene la Iglesia, el sacerdote, que sabe lo que es una auténtica vocación y una vocación sólo presunta. El Dios que llama confía en esta mediación. El sacerdote -como Elí en la Antigua Alianza- ha de poder discernir si es realmente Dios el que llama y, en caso afirmativo, educar para una perfecta audición de la palabra de Dios y para ponerse enteramente a su servicio.

3. La segunda lectura aclara que quien verdaderamente ha oído la llamada de Dios, y sacado la consecuencia para su vida, «no se posee ya en propiedad». Ha sido comprado, se ha pagado un precio por él y pertenece al Señor como esclavo, en cuerpo y alma. Aquí se pone el acento en el cuerpo, del que el llamado ha sido desposeído, pues se ha convertido -dice Pablo- en un miembro del cuerpo santo de Cristo; el que pecara en su propio cuerpo, mancillaría el cuerpo de Cristo. La expropiación que se produce en los relatos vocacionales precedentes no es parcial, sino total: el hombre entero, en cuerpo y alma, se pone al servicio de Dios, debe seguirle, ver y quedarse con él.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 132 s.


29.

1. Seguir a Jesús: una experiencia diaria J/SEGUIMIENTO:

Las lecturas bíblicas de hoy nos dan la oportunidad de que reflexionemos sobre el llamamiento que nos ha hecho Jesucristo para que lo sigamos. Lo que se nos ha leído se refiere a cada uno de nosotros que, al igual que Samuel, Juan, Andrés o Pedro, hemos descubierto a Dios que se cruzó en nuestro camino. El próximo domingo veremos otros aspectos del mismo tema, según la versión del evangelista Marcos. En esta ocasión el texto del evangelista Juan nos aporta varios elementos importantes para nuestra reflexión. En primer lugar, el discípulo sigue a Jesús porque se siente atraído por él, por la fuerza de su personalidad.

Así les sucedió a los dos primeros apóstoles, Andrés y Juan: Jesús pasaba por las cercanías y fue señalado por el Bautista como «el cordero de Dios». Entonces, lo siguieron.

En primera instancia poco saben de Jesús, de su doctrina y de adónde va a parar el seguimiento. Simplemente lo siguen como quien descubre algo fundamental en su vida. En efecto, Andrés y Juan eran discípulos del Bautista, se habían hecho bautizar por él y formaban parte de su pequeña comunidad. Ahora lo abandonan en un momento concreto y determinado, «las cuatro de la tarde», y siguen a alguien de quien no saben cómo se llama, dónde vive o qué hace.

Ambos pertenecían al Antiguo Testamento, cuyo último profeta era el Bautista. El paso que dan hacia Jesús es el comienzo de una vida nueva, de la que aún no tienen experiencia alguna y cuyos últimos alcances sólo muy tarde comprenderán. Incluso podemos afirmar que sus ideas acerca del Mesías -al que creen haber encontrado- estaban bastante distorsionadas, y la ambición política no parecía excluida de su seguimiento.

Todo esto puede constituir una primera característica del discipulado cristiano: es el paso hacia un mundo nuevo, desconocido aún, pero deseado desde lo más profundo del corazón.

Cuando decimos que los primeros apóstoles debieron abandonar el Antiguo Testamento, decimos algo que posiblemente nosotros no podamos comprender en toda su profundidad. El Antiguo Testamento era el mundo cultural y religioso en el que se habían educado, era su esquema de valores, era su patria, sus instituciones; en una palabra, era su todo. Un todo representado en Juan el Bautista, hombre atrayente por la fuerza de su fe, por su valentía y por su palabra enardecida. Y, sin embargo, Juan, el primer maestro, debe ceder el paso al auténtico «Maestro» que trae toda la palabra del Padre.

El Antiguo Testamento representa, pues, el mundo de lo conocido, de lo seguro, de lo vivido, de lo experimentado; el mundo ya hecho y terminado.

En cambio, el seguimiento de Jesús es el paso hacia el mundo de lo desconocido, de lo nuevo e inseguro, de lo que se debe hacer y completar.

A partir de aquel día aquellos primeros discípulos, como el resto de los apóstoles, deberán aprender lección a lección la nueva palabra divina, el nuevo Camino de la vida. Todo el Evangelio, en cualquiera de sus versiones, es un testimonio de lo difícil que les resultará a los apóstoles recorrer este nuevo camino; pero también es testigo de la inquebrantable confianza de los apóstoles en el Señor que un día los eligiera como iniciadores de un nuevo pueblo.

También nosotros estamos comprometidos en este seguimiento de Jesús, y es importante que nos demos cuenta de que se trata de un camino nuevo y oscuro. Sentimos que Jesús juega un papel muy importante, pero sólo paso a paso y lentamente iremos descubriendo todo lo que implica seguirlo.

Seguramente que nuestro bautismo, cuando aún éramos pequeños e inconscientes de lo que hacíamos, fue como ese seguir a alguien en la oscuridad. Jesús no nos exige comprenderlo todo desde el comienzo ni tampoco nos da toda su palabra de una vez y para siempre. Esto se va haciendo en el seguimiento de todos los días.

Aquí nos viene muy bien la referencia a la primera lectura bíblica de hoy, extraída del Libro de Samuel.

SGTO/DISPONIBILIDAD Siendo Samuel muy pequeño, y mientras dormía, sintió una misteriosa llamada: "Samuel, Samuel", que él interpreta como la voz del sacerdote Elí. Y por eso comenta el texto: «Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor.» Fue así como el propio Elí lo aleccionó: «Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha".» Como comentábamos hace unos instantes, también en este caso Samuel debe seguir al Señor como un humilde servidor, a pesar de que aún no conocía nada acerca de los designios de Dios. Lo primero que se le exige es una total disponibilidad y el vacío de sí mismo, requisito necesario precisamente para poder escuchar toda su Palabra.

Algo similar sucede con Andrés y Juan. Al sentirse seguido, Jesús se da la vuelta y les pregunta: «¿Qué buscáis?» Ellos respondieron: «Maestro, ¿dónde vives? Entonces él les dijo: «Venid y lo veréis.» «Entonces -sigue el texto- fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día.»

Hay algo que les preocupa a los dos discípulos: dónde vive Jesús. Es decir: qué piensa, qué hace, qué proyectos tiene. Y la respuesta: «Venid y lo veréis.» Jesús no les explica de antemano lo que deberá ser el fruto de una vivencia personal. Hay que ir y ver; hay que moverse, salir de uno mismo. Y ver, palpar, experimentar.

Seguir a Cristo es iniciar, claro está, una nueva experiencia de vida a la que lentamente seremos iniciados. No se trata de aprender un libro o cierta doctrina en varias clases. Es mucho más que eso: es descubrir el modo de vida de Jesús y experimentarlo como propio; es convivir con él, quedarse con él. No hay otra forma de ser su discípulo. No podemos ser cristianos por correspondencia o siguiendo cursos en una escuela.

El evangelista Juan no agrega ni una palabra más. Por ahora está todo dicho: Ya están con Jesús, y han ido hasta donde vivía. El resto vendrá con el tiempo: el tiempo del camino que hay que recorrer con el Maestro; el tiempo de escuchar su palabra; el tiempo de descubrir los nuevos modos de vida de Dios.

Saquemos ahora nuestra primera conclusión: nosotros, que somos cristianos después de muchos millones que lo fueron en estos dos mil años, no tenemos resuelto por los otros el problema de nuestra vida ni de nuestro seguimiento de Cristo.

También a nosotros hoy se nos dice: «Venid y veréis.» Es muy posible que tengamos la sensación de estar todavía al comienzo; quizá ya llevamos varios años de cristianos y estamos como Samuel a quien «el Señor no le había revelado su Palabra».

Esta situación no es la excepción, sino que es el camino normal de la fe: lanzarse hacia adelante e iniciar un camino nuevo, pero sin toda esa seguridad de un mundo ya pensado, hecho y terminado.

Este es el tiempo de ver, de pensar, de meditar, de comparar, de analizar, de enjuiciar, de decidirse, de equivocarse, de volver a comenzar. El tiempo de descubrir paso a paso eso nuevo y misterioso que es la palabra de Dios revelada por Cristo.

Ni el catecismo, ni las predicaciones, ni los libros teológicos pueden acelerar o facilitar un proceso que ha de germinar desde la tierra de nuestra vida. Lo que importa ahora es venir y ver...

2. Seguir a Jesús: una experiencia inédita

Lo que sigue del relato es también muy significativo: "Al día siguiente" -después de pasar un día con Jesús-, Andrés fue en busca de su hermano Pedro y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías» Después lo acompañó y lo presentó a Jesús".

La experiencia de la fe cristiana no puede quedar aprisionada en la intimidad de cada individuo; tiende de por sí a ser transmitida a los hermanos, a las personas a las que estamos vinculados por la sangre, para formar con ellos la nueva hermandad de los creyentes.

El cristiano forma «la familia de Jesús», quien no tiene más padre, madre o hermanos que aquellos que escuchan su palabra y la ponen en práctica (Mc 3,35). Mientras los hermanos o parientes de Jesús se resisten a creer en él (Jn 7,3-5), los nuevos hermanos en la fe van transformando la pequeña comunidad que ha de compartir con Cristo el banquete de bodas (Jn 2).

Es decir: si la llamada nos introduce a la familia de Jesús, también esta misma llamada nos exige invitar a otros a formar parte de dicha familia, ya que el Mesías no viene para un reducido clan sino para la salvación de todos los hombres. Líneas más abajo, el mismo evangelista Juan nos indica cómo otro apóstol, Felipe, invita a su amigo Natanael a encontrarse con el Señor.

La forma más común que tienen los cristianos de invitar a otros a encontrarse con Cristo, es a través de la educación cristiana de sus hijos. Los padres han de testificar ante los hijos como lo hiciera Andrés: «Hemos encontrado al Mesías...» El evangelista Juan parece insistir en esta idea: la primera comunidad de apóstoles se forma por el esfuerzo de un pequeño grupo de hombres que buscan al Salvador, a pesar de que, en el fondo, es el mismo Dios el que los introduce a ellos a su Reino.

Es como si nos dijera Juan que una comunidad cristiana no se forma a la espera de una llamada espectacular de Cristo, sino que Jesús se hace presente allí donde gente auténtica busca la Vida y desea salir de una determinada situación. Es Jesús quien llama, pero por intermedio de otros discípulos que se identifican con Cristo hasta el punto de asumir la función de integrar a otros en el único Cuerpo de Cristo.

Y así llegamos al final de nuestra reflexión. Cuando Jesús ve a Simón frente a sí, «lo miró y le dijo: Ahora te llamarás Cefas» (que significa piedra).

Jesús lo miró... Es decir, lo miró conociéndolo hasta el mismo fondo de su ser, descubriendo todo lo que había en él de inexplorado y no aprovechado. Y al incorporarlo a la comunidad, lo situó en su justo papel, aquel en el cual podría desarrollar mejor sus cualidades. Lo hizo piedra de la comunidad; por eso le cambió de nombre, como expresando que le otorgaba una nueva misión en su vida, misión acorde con su esencia íntima de discípulo cristiano.

Cuando nosotros fuimos bautizados -es decir, cuando nos encontramos por primera vez con la mirada profunda de Cristo- también se nos puso un nombre, un nombre cristiano; es decir, se nos señaló para una misión concreta dentro de la comunidad. El nombre «de pila» que llevamos es el testigo de una llamada y de un compromiso. Es el sello de un encuentro profundo con esa mirada del Señor que nos eligió como miembros de su comunidad. Con ese nombre nos «identificamos», es decir, asumimos nuestra identidad de personas, de miembros de la familia de Jesús.

Tampoco supo a ciencia cierta Pedro en aquel día qué significaba aquel cambio de nombre y para qué se lo elegía. Lo comprenderá lentamente y necesitará hasta de severas amonestaciones de Jesús; pero desde aquel día no se separará de su maestro y lo seguirá, sintiendo en su interior esa mirada profunda que lo había tocado.

Es posible que hoy todos nosotros nos sintamos muy identificados con los protagonistas de este texto evangélico como con el pequeño Samuel.

Sentimos que estamos llamados y que formamos parte de una comunidad especial, los hermanos de Jesús. Pero en lo sucesivo... qué oscuro camino tenemos por delante; qué impaciencia por hacer avanzar el tiempo, por conocerlo todo, por tener la interpretación total de nuestra vida y de sus misterios.

Por ahora estamos "viendo" a este Jesús y su modo de vida, y en este "ver" vamos descubriendo el sentido de nuestra propia vida.

Cada uno de nosotros fue llamado de forma distinta; no somos una masa recogida en montón; uno a uno fuimos elegidos, y uno a uno hemos de recorrer el camino que es único y que nadie puede recorrer por nosotros.

El evangelio es esto nuevo, nuevo siempre y para cada uno. Cada día es nuevo, porque cada día hay que ver la vida desde el ángulo de Cristo. Y cada día, como el pequeño Samuel, podemos escuchar la voz que nos llama para profundizar en el conocimiento de la Palabra.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 173ss.


30. TÚ LA LLEVAS

A simple vista, el evangelio de hoy me recuerda un poco el juego de «tú la llevas». Juan impulsa a aquellos dos discípulos suyos y ellos van decididos a Jesús. Hablan con El y, enseguida, uno de ellos, Andrés siente la necesidad de buscar a su hermano Pedro. Pedro, una vez «tocado», acude igualmente a Jesús. Sí, es una dinámica que hace entrar en juego a todos. Un evangelio en acción.

Pero hay algo que conviene subrayar desde el principio. No se trata de un alocado correr por correr. Una especie de carrusel que gira y gira sin sentido, mientras dure la marcha. Se trata, más bien, de caminar hacia un «centro», para, desde él, moverse y actuar. De conectar con un «motor» que genere la energía y el movimiento. De beber «en la fuente de aguas vivas», para empaparse y desbordarse hacia los demás. De injertarse en «la verdadera vida», porque, sin ella, «todo sarmiento muere y no vale para otra cosa que para ser echado al fuego».

Porque ya os habréis fijado. Toda la fuerza de ese pasaje nace del «encuentro con Jesús»: «Maestro, ¿dónde vives?» Y fue, indudablemente, un encuentro tranquilo, profundo y personal: «Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con El aquel día».

Daos cuenta. Aunque aquellos discípulos preguntaron únicamente una circunstancia de lugar -«¿dónde vives?»-, es claro que encontraron más: encontraron a alguien. Alguien que arrastraba, como más tarde diría Pedro: «¿A dónde iremos, si tú tienes palabras de vida eterna?» Alguien que electrizaba, como confesaron los de Emaús. «¿Acaso no ardían nuestros corazones, mientras nos hablaba?» Alguien que transformaba desde la raíz: «Tú, desde hoy, te llamarás Cefas, que significa piedra». Sí. Fue un encuentro personal, íntimo, profundo, transformante: «Se quedaron con El aquel día». Un encuentro que recordarían siempre: «Serían las cuatro de la tarde».

Interesa entender bien este juego del «tú la llevas» a lo divino. Hoy andamos todos muy preocupados con el tema de la evangelización, porque existen grandes núcleos de paganismo y descristianización, de bautizados alejados, de cristianos, otrora practicantes, que hoy viven un cristianismo meramente ocasional. Por eso, todos soñamos en acertados planes de pastoral y tratamos de recordar que todos los cristianos estamos llamados a practicar en este «tú la llevas» de la evangelización. Así, van surgiendo, aquí y allá técnicas pastorales actualizadas, con mil pistas y estilos. Nunca como en nuestros días hemos tenido a nuestro alcance tantas ayudas: esquemas y montajes, vídeos y casetes, técnicas de grupo y especializaciones, libros y libros...

Pero, convenceos. Una cosa sigue siendo la primera: nuestro encuentro personal con Jesús. Un encuentro tranquilo, profundo y reflexivo, punto de arranque para nuestro juego de «tú la llevas». Una encuentro al estilo de esos discípulos que «se quedaron con El todo el día». Y unos encuentros también, entre actividad y actividad, quizá «hacia las cuatro de la tarde». Para recordar lo que dijo Juan: que «El es el Cordero de Dios»; y, sobre todo, lo que dijo el mismo Jesús: «Sin mí no podéis hacer nada».

Resumiendo: yo la llevo, tú la llevas, él la lleva. Pero no en una cadena humana hacia adelante y sin retorno; no. En esta modalidad que os estoy explicando, cada uno, después de «ser tocado», vuelve a Jesús y le pregunta: «Maestro, ¿dónde vives?» Y El le dirá: «Ven y lo verás».

ELVIRA-1.Págs. 145 s.


31.

En estos primeros domingos del tiempo ordinario, seguimos mirando en el evangelio los primeros pasos del Jesús evangelizador que inicia su ministerio. Hoy lo vemos -de la mano de Juan, tanto en el contenido del texto como en la mano del que lo escribe- encontrarse con los primeros discípulos. El texto, cuidado y elaborado, da de sí como para presentar el proceso fundamental y típico de cualquier vocación cristiana.

Estos discípulos primeros de Jesús no vienen de la nada. Vienen con inquietudes. Han estado ya buscando ya en el entorno de Juan. Y es Juan mismo el que los encamina hacia Jesús. Este les pregunta: ¿qué buscan?, con lo que quiere sacudirles y hacerles asumir más conscientemente su búsqueda. Ellos le responden: ¿dónde vives, Maestro? Con ello expresan lo más profundo de su corazón, que no es aprender de un maestro, o conocer nueva cosas, sino con-vivir con él. Le piden que les muestre su intimidad, su lugar privado, su identidad más profunda. Finalmente la respuesta de Jesús no se deja ganar en audacia: vengan y lo verán. No responde así con la teoría, sino con la práctica concreta, con el testimonio personal abierto. Dentro del laconismo con el que está escribiendo Juan, todas y cada una de estas actitudes son modélicas y pertenecen a la esencia de los llamados que hace el Señor.

Es de destacar la pincelada colorista de profundidad que pone Juan -que es a la vez aquí escritor y protagonista- en el detalle: serían las cuatro de la tarde. El está escribiendo, según dice la tradición, muchos años más tarde. El anciano Juan recuerda perfectamente la hora, y nos la da, aunque para nosotros resultaría irrelevante: las cuatro de la tarde. Es un dato por una parte perfectamente inútil, y por otra profundamente entrañable. Todos tenemos en nuestra vida algunas «cuatro de la tarde» que se graban en la memoria del alma para nunca más borrarse. Son esas experiencias fuertes, vocacionales a veces, que marcan el alma indeleblemente.

Por su parte la primera lectura abunda en el mismo tema del llamado vocacional. Es Samuel, en este caso el niño Samuel, quien oye en sueños su nombre y confunde el origen de su llamado. Pero cuando por fin lo identifica, de la mano del experto anciano Elí, acierta con la actitud ideal de quien busca la voluntad de Dios: hinnení, habla, Señor, que tu Siervo escucha.

En el compartir comunitario en torno a la palabra de Dios de hoy quizá será bueno compartir la experiencia vocacional. Nos hace bien a todos escuchar los efectos del llamado de Dios en nuestros hermanos. Será bueno que algunas personas -quizá también incluso ancianos como el Juan evangelista- nos relaten la experiencia de sus «cuatro de la tarde»: cómo fue aquél llamado, qué sentimos, qué quedó grabado en nuestra alma para siempre... En algunos casos, mejor que dejarlo a la voluntariedad improvisada de los espontáneos que se decidan a hablar, puede ser bueno hacer una entrevista delante de todos a personas a las que previamente se les haya pedido su conformidad.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


32.

PERMANECED EN MI AMOR

1. Las lecturas del Antiguo Testamento del segundo domingo han sido elegidas para ilustrar y preparar la del evangelio. La comparación de las dos es muy enriquecedora, pues nos demuestra que la doctrina de Jesús está muy enraizada en la tradición judia y en los modos semíticos de expresión y nos asegura la continuidad de la historia de la salvación. El primer centro de interés de las lecturas es el Antiguo Testamento, el Salmo, que suele ser una prolongación de la misma, y el Evangelio. El segundo centro de interés es la lectura de las cartas que, después de la palabra de Jesús, es la que tiene más importancia, ya que la Iglesia se basa en su testimonio.

2. Hoy es el día de las llamadas: A Samuel 1 Samuel 3, 3. A Andrés y Juan: "Venid y lo veréis" Juan 1, 35...Jesús pasa: "Timeo Jesum transeuntem" (S Agustín). No desaprovechar su paso. "Este es el Cordero de Dios"...

Cuántas veces no sabemos mirar a la gente que vive con nosotros: no los juzgamos bien, nos quedamos en valoraciones superficiales... El Bautista hace lo que sucede en muchas vocaciones: Hay alguien que señala el camino. Y se comienza a seguir a Jesús y luego se produce el conocimiento personal y directo. Los judíos que escuchaban a Juan sabían la misión del cordero. Habían visto sacrificar muchos corderos en el templo, y en sus propias casas en la Pascua, para la purificación de los pecados, como mandaba la ley de Moisés. Según esa experiencia, Jesús cargaría con los pecados camino del sacrificio. Los discípulos dejan a Juan. Esto es doloroso, porque la tendencia es tener un sentido de propiedad sobre los discípulos. Es difícil actuar como el guardia de la circulación que señala la ruta al caminante. Si se señala hacia uno mismo ¡se causa el atropello múltiple!

3. Jesús pregunta: ¿Qué buscáis? Es la primera palabra que pronuncia Jesús en el Evangelio de Juan. Jesús apela al deseo profundo de estas personas. La respuesta, aunque parece torpe: "Maestro, ¿dónde vives?", en el fondo indica lo importante: Saber dónde vive Jesús, para estar con él. No querían saber algo, sino estar con él. Contra el cristianismo excesivamente racionalizado, la experiencia de Dios.

4. "Venid y veréis". Jesús no invita a hacer, sino a ver. Ellos fueron, vieron dónde vivía y se quedaron todo el día con él. A Juan se le ha quedado grabada la hora del dichoso encuentro: "serían las cuatro de la tarde". Como el muchacho enamorado que escribió la fecha y la hora en el banco donde tuvo el primer encuentro con la muchacha de su amor. Y también lo que hicieron con él: estar con él: "Permaneced en mi amor" (Jn 15,9). La familiaridad de su compañía, es el camino que prepara la unión y la intimidad. La madurez final conseguida se identifica con el permanecer en él. Hay una narración de los padres del desierto que confirma lo mismo: -¿Por qué muchos monjes abandonan el monasterio?- pregunta a un monje. -"Ocurre lo mismo, contesta- cuando un perro persigue una liebre...ladra. Al oir ladrar otros perros se unen a él, pero van desistiendo porque no ven la liebre. Sólo quien ve la liebre persevera. Sólo quien ve a Cristo y permaenece en él, persevera en su seguimiento.

5. Andrés se lo dijo a Pedro. Y así consiguió Jesús la conquista del primer papa. La nueva evangelización no la vamos a realizar con teorías muy elaboradas. La conversión del mundo antiguo al cristianismo no fue el resultado de una actividad muy planificada, sino el fruto de la experiencia de fe de los cristianos en la comunidad de la Iglesia. La invitación de experiencia a experiencia fue la fuerza misionera de la Iglesia primitiva. Y la apostasía de la edad moderna se funda en la caida de la verificación de la fe en la vida de los cristianos.

6. Esta es la gran responsabilidad de los cristianos de hoy. Deberían ser puntos de referencia de la fe experimentada como personas que saben de Dios, demostrar en su vida la verdad de Dios para poder convertirse en indicadores de camino para los demás. Sólo por esta puerta entrará el Espiritu en el mundo. (Ratzinger).

7. La aventura divina se realiza en las relaciones humanas. Juan y Andrés eran amigos, juntos pescaban, en torno a Juan Bautista seguían al Señor. Andrés conduce a su hermano Simón a Jesús. La vocación no nace en las nubes. El contexto humano la favorece o la dificulta.

8. Estamos ahora reunidos con el Señor. Permanezcamos en su compañía, que de su contacto proviene la decisión de decirle: "Aquí estoy, para hacer tu voluntad" Salmo 39. Porque "la gracia y la verdad nos han llegado por él" Juan 1, 41.

9. Y dispongámonos a participar en su banquete en el que nos da fuerzas para seguirle. Desde él, bien asimilado por una provechosa acción de gracias, comenzaremos a irradiarle en nuestro ambiente y proseguiremos buscando momentos para dialogar con él.

J. MARTI BALLESTER


33.

Nexo entre las lecturas

La llamada o vocación ocupa el centro de las lecturas de este domingo, con que inicia el tiempo ordinario. Una llamada al seguimiento, es decir, a permanecer con Jesucristo, como los dos discípulos del Evangelio. Una llamada a la que hay que dar una respuesta generosa, como hizo Samuel: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha" (primera lectura). Una llamada que implica una "expoliación", un no pertenecerse a sí mismo, sino a Dios y a su Espíritu; de ahí, la clara conciencia y exigencia de una vida pura, lejos de la lujuria y de todo aquello que contravenga la pertenencia al Señor (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. La llamada. En el origen de la concepción cristiana de la vida está la realidad de una llamada. Dios que llama a la existencia, a la fe cristiana, a la vida laical, consagrada o sacerdotal, al encuentro feliz con Él en la eternidad. Esta llamada implica ya en sí la conciencia de que el hombre no es absolutamente autónomo. Depende de Alguien que pronuncia su nombre, le llama. En el origen mismo de la existencia está el llamado de Dios, y el mismo desarrollo de la vida no será sino el desarrollo de las llamadas divinas. En este contexto general de la llamada, se sitúa la vocación sacerdotal, esa llamada que Dios dirige a unos pocos hombres para estar con Él y para establecer puentes entre Él y los hombres. Todo hombre, todo sacerdote, es un "llamado", y en la correcta respuesta a la llamada se juega su identidad, su realización personal, y su felicidad temporal y eterna. Un lugar y un modo de llamar. Cada vocación a la vida sacerdotal, - vale igual para la vida consagrada - es irrepetible en el tiempo, en el espacio y en el modo. Y, además, no somos los hombres los que determinamos estas circunstancias, sino el mismo Dios que llama. Dios puede llamar a los 12, 15, 18, 23 ó 34 años, sin que tengamos los hombres derecho alguno para replicar: ¿Por qué me llamaste tan temprano? ¿Por qué me llamastre tan tarde? El lugar y el momento es también Dios quien lo elige. En la escuela, en casa, en una discoteca, en una iglesia. ¿Y qué decir sobre el modo tan variado como Dios va llamando a los hombres al ministerio sacerdotal? ¿Y sobre el proceso tan original mediante el cual Dios manifiesta su voluntad y lleva al hombre hacia una respuesta?

2. Algunos aspectos del llamado. El primer paso de la llamada es la búsqueda que el mismo Dios siembra en el corazón del hombre. La inquietud, que entraña la búsqueda, surge espontánea en el hombre, pero es Dios quien la ha puesto, como paso previo de la vocación. Así la llamada divina aparece, a los ojos del hombre, como una desembocadura de su inquietud y de su búsqueda. A los dos discípulos que iban tras él, junto a la ribera del Jordán, Jesucristo les pregunta: ¿Qué buscáis? No buscarían si Dios no hubiese metido en ellos el deseo de buscar, pero la búsqueda misma es algo personal, intransferible; es ya una primera respuesta. A quien de alguna manera "busca", Dios no le llama, al menos de modo ordinario, por vía directa, sino a través de las mediaciones humanas: Elí fue el mediador entre Dios y Samuel, Jesús lo fue entre Dios y los primeros discípulos. Para el cristiano, la Iglesia, que es el "lugar" de la salvación, es también el lugar de la "mediación"; es en ella y a través de ella que Dios continúa llamando a los hombres. Una llamada al sacerdocio al margen de la Iglesia es inconcebible. En todo caso, habrá que decir que no es una llamada divina.

La vocación sacerdotal es una llamada al despojamiento, a la expropiación de uno mismo para llegar a ser propiedad exclusiva de Dios. Aquí radica el motivo fundamental del celibato sacerdotal, y el derecho de la Iglesia a pedirlo. Pero, la vocación es despojamiento que entraña revestimiento, expropiación que implica apropiación, expoliación que conduce a la posesión. En este proceso el hombre no se "enajena", no sufre una alienación de su personalidad. Al contrario, alcanza el máximo grado de identidad y de autorrealización al responder en plena conciencia y libertad a la voz divina.

3. Respuesta al llamado. Cuando alguien llama a otra persona, ésta tiene que dar necesariamente una respuesta. Puede ser positiva, negativa, neutra e indiferente. Lo que el hombre no puede hacer es dejar la llamada sin respuesta. Cuando Jesús a los dos discípulos les dice: "Venid y veréis", éstos ¿qué hicieron? "Se fueron con él, vieron dónde vivía y pasaron con él aquel día". Y cuando Samuel se entera de que es Dios que le llama, no duda en responder: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha". El hombre es libre para dar una u otra respuesta, pero está obligado a dar una respuesta, dada su intrínseca condición de llamado.


Sugerencias pastorales

1. Respuestas audaces. En nuestro mundo, en nuestro ambiente Dios continúa llamando al sacerdocio y a la vida consagrada, como lo ha hecho a lo largo de toda la historia de la salvación. Sin embargo, se constata un descenso muy notable en el número de respuestas afirmativas y, consiguientemente, en el número de vocaciones sacerdotales, aunque en el último decenio la flexión descendente se ha detenido y parece que comienza de nuevo un movimiento ascendente en el número de vocaciones. Si bien hay factores culturales e históricos que han podido influir, - y son de todos conocidos -, no pienso que los cristianos estemos exentos de cierta responsabilidad en todo este asunto. Quizá no hemos hecho lo suficiente - o incluso hemos hecho muy poco - para promover, renovar y reavivar nuestra fe, después del gran acontecimiento eclesial que fue el Concilio Vaticano II. Tal vez hemos pensado que las vocaciones es cuestión de la que se deben interesar los "curas" y, si somos curas, los encargados de la pastoral vocacional. El ambiente en que crecen los jóvenes hoy en día requiere de respuestas audaces y contra corriente. La comunidad parroquial y diocesana debe sostenerles y apoyarles en tales respuestas. Está en juego el futuro de la comunidad creyente y de la misma Iglesia. Con la ayuda de todos, la audacia de la respuesta será más sólida y convincente.

2. ¿A qué llama el Señor? Ante todo, llama a pertenecerle y a estar con Él. El llamado al sacerdocio tiene que estar convencido de que su vocación es una relación particular con Dios y con nuestro Señor Jesucristo. Sin una espiritualidad consistente y bien fundada, el llamado cederá fácilmente a los reclamos del mundo y se derrumbará, como un castillo de naipes. Dios, pues, llama ante todo a ser radical y exclusivo en el amor a Él, para con Él y desde Él abrir el alma y el corazón a todos los hombres. Por eso, Dios llama también al ministerio de la salvación. El sacerdote sirve al hombre, proponiéndole la salvación de Dios. Aquí está su propuesta específica. Todo lo demás está en función de ella. ¿No ha sucedido en estos últimos decenios, en no pocos casos, que el sacerdote se ha dedicado más al servicio social que al ministerio de la salvación? He aquí un tema de reflexión para todos los sacerdotes. Si la Iglesia es la comunidad de los que esperan la venida del Señor, ¿no es verdad que fácilmente se han olvidado en la predicación, en la instrucción catequética, en el consejo y en el acompañamiento espiritual la gran realidad de las verdades últimas de la existencia terrena del hombre? Hay aquí una importante tarea que realizar al inicio del tercer milenio de la era cristiana.

P. Octavio Ortíz


34. Por, Neptalí Díaz Villán CSsR

LA VOCACIÓN

Etimológicamente viene del latín vocatio–onis (acción de llamar). De manera general se utiliza cuando una persona se siente llamada por algo o por alguien a realizar un proyecto.  Desde nuestra parte religiosa, es la llamada que Dios hace al ser humano para seguir sus caminos y construir una historia con él.

 

Durante mucho tiempo en una Iglesia jerarquizada y clericalizada, la vocación era referida al clero (papa, obispos, cardenales, sacerdotes y diáconos) y a religiosos y religiosas con votos de castidad, pobreza y obediencia. Según esta concepción, los clérigos eran quienes recibían el llamado especial del Señor, los escogidos y sacados del mundo en el que vivía el común de la gente. Dios constituía y ungía de manera especial a sus obispos y sacerdotes para orientar al pueblo ignorante que debía obedecer todas las enseñanzas del clero. Se decía de una persona que tenía vocación porque Dios la llamaba para ser sacerdote, monje o monja, para vivir la perfecta caridad con la práctica de los santos votos. Pastoral vocacional era el trabajo que desempeñaban algunos clérigos, monjes y monjas, con el fin de animar a los jóvenes a entrar a una diócesis o a una comunidad religiosa y vivir entregados al servicio del Señor. De esta manera vivirían la perfecta caridad que sólo es posible alejándose del mundo.

 

Afortunadamente, con la constante y casi terca insistencia de algunos teólogos como nuestro entrañable padre Bernard Häring, la Iglesia jerárquica aceptó que Dios llamaba a todo ser humano. Cada persona discernía el llamado y trabajaba por el Reino según sus carismas. A partir del Concilio Vaticano II (especialmente con la constitución Gaudium Et Spes numerales 3, 10-12, 19, 21, 25, 32, 63) se fue cambiando el sentido. Aunque 25 años después del Concilio algunos todavía lo toman en el sentido tradicional, hoy sabemos que todos los seres humanos somos amados y llamados por Dios para ser piedras vivas de esta edificación.

 

El llamado ocurre en la conciencia de la persona. Samuel (1ra lect.) sintió un llamado. No era una voz clara, pero con la ayuda del sacerdote Elí pudo discernir y descubrir que era el llamado de Dios. Siguió sus pasos, se dejó transformar por él, creció como persona y se convirtió en mensajero de Dios para el ser humano.

 

Descubrir nuestra propia vocación es algo definitivo para todos, porque se trata del sentido de nuestra vida. ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Cuál es la razón de mi existencia? ¿Hay algo tan grande por lo cual valga la pena vivir y entregar todas mis energías? ¿Hay algo por lo cual valga la pena incluso morir? Jesús encontró el sentido de su vida, vivió y murió por ello. Contemplando nuestro mundo, los signos de los tiempos y nuestro propio ser, nos daremos cuenta que necesitamos hallar nuestro papel en la historia y el sentido de nuestra vida. “Habla Señor, que tu siervo escucha”. ¿A qué nos llama hoy el Señor?

 

EL SEGUIMIENTO DE JESÚS

Para el Nuevo Testamento la llamada es fundamentalmente para seguir a Jesús, el Cordero de Dios. El Cordero en la cultura judía era el signo más importante para rendir culto; indispensable en la celebración de la cena pascual. Las comunidades cristianas, en este caso la comunidad del Cuarto Evangelio que elaboró el texto de hoy, proclamó a Jesús como el Cordero de Dios. Esto para decir que la mejor forma de dar culto a Dios es escuchar el llamado de Jesús, seguir sus pasos, luchar por su causa y estar dispuestos a morir tal como él lo hizo, sabiendo que nuestra meta es la vida.

 

Según el relato de hoy, Juan Bautista reconoció y señaló a Jesús como el Cordero de Dios. Los discípulos del bautista creyeron en la palabra de Juan, dieron el paso hacia Jesús y lo siguieron.

 

¿Qué buscan?, les preguntó Jesús. Esa misma pregunta nos la hace hoy el Señor. ¿Qué buscamos? ¿Qué nos anima, qué nos entristece, cuál es nuestra lucha, cual nuestra razón de ser?

 

¿Dónde moras? Es decir, ¿cual es tu casa, quién eres tú y cual es tu proyecto, tu camino? ¿Qué ofreces y qué pides? Se trata de conocer a Jesús. Conocer, en sentido griego, era tener una idea racional, un concepto, de algo o de alguien. En sentido semita (donde nació la Biblia) era tener un contacto personal. Desde la cultura semita se conoce el árbol no tanto porque se estudien en un libro sus características físicas, sino porque lo tocamos, descansamos bajo su sombra y comemos de sus frutos (Mt 7,16ss).

 

“Vengan a ver”. Jesús fue de cultura semita, por eso no les hizo una exposición para convencerlos, sino sencillamente los invitó a ver personalmente dónde vivía. 

 

“Fueron, vieron y se quedaron”. Para creer realmente en Jesús necesitamos vivir este proceso. Solamente cuando nos encontremos con Él en nuestra propia carne y espíritu, cuando experimentemos su obra en nuestra naturaleza, nos quedaremos en su camino. Entonces confesaremos con pleno convencimiento con Andrés: “Hemos encontrado al Mesías”.

 

GLORIFICAR A DIOS CON EL CUERPO

Corinto era una ciudad de la antigua Grecia. Su historia data desde el año 2000 a.C. Estar situada entre dos mares (golfo de Corinto hacia el norte y mar Egeo o mar Mediterráneo hacia el sur) le ayudó a desarrollar la actividad comercial. Desde antaño tuvo un papel muy importante en el juego del poder: Se unió con Esparta en la guerra del Peloponeso para luchar contra Atenas (431-404 a.C.) y se enfrentó luego a sus amigos espartanos (395-386 a.C.). Fue ocupada por los macedonios bajo el mando de Filipo II en el 338 a.C. y para defenderse se unió a la Liga Aquea en el 224 a.C. cuando mantuvo su estabilidad hasta que en el 146 a.C. el ejército romano la destruyó.

Por su calidad de puerto seguía teniendo una notable importancia comercial. Por eso Julio César la reconstruyó hacia el 44 a.C. y Corinto volvió a florecer convirtiéndose en la capital de la provincia romana de Acaya y en el centro comercial más importante del archipiélago griego, encrucijada de culturas y razas, a mitad de camino entre Oriente y Occidente.

 

Para aquel tiempo su población estaba compuesta por doscientos mil hombres libres y cuatrocientos mil esclavos. Tenía ocho kms de recinto amurallado, veintitrés templos, cinco supermercados, una plaza central y dos teatros, uno de ellos con capacidad para veintidós mil espectadores. En Corinto se daban cita los vicios típicos de los grandes puertos. La ociosidad de los marineros y la afluencia de turistas llegados de todas partes, la habían convertido en una ciudad con un eterno carnaval, algo así como una especie de capital de Las Vegas del Mundo Mediterráneo. “Vivir como un corintio” era sinónimo de depravación; “corintia”, era el término universalmente empleado para designar a las prostitutas. Con frecuencia se oía la invitación “vamos a corintiar”. Ya sabrán de qué se trata.

 

En Corinto, con una población muy heterogénea (griegos, romanos, judíos y orientales) se veneraban todos los dioses del Panteón griego. Sobre todos Afrodita, cuyo templo estaba asistido por mil prostitutas sagradas. Hacia el año 50 de nuestra era llegó Pablo en una de sus jornadas evangelizadoras, fundó una comunidad cristiana y permaneció por un periodo de dieciocho meses como animador.

Conocer la complejidad del contexto sociohistórico nos ayuda a descubrir por qué la comunidad cristiana de Corinto, era una de las más conflictivas y el por qué del texto que hoy leemos (2da lect.). Los corintios que aceptaron el evangelio, querían seguir con su vida licenciosa. Pero es claro que los impulsos humanos, entre ellos los sexuales, cuando los liberamos indiscriminadamente nos esclavizan y no nos dejan ver otras realidades humanas profundas. De esta manera nos condenan a llevar una sexualidad mediocre y una vida meramente animal.

++

Al lado opuesto en la historia del cristianismo, encontramos a San Agustín. Con el respeto que se merece como padre de Iglesia, después de llevar una vida en que el corinteo fue el pan de cada día, se pasó al otro bando y, apoyado por la antropología platónica, introdujo en la Iglesia el desprecio por el cuerpo y todo lo terreno[1]. En adelante ser cristiano implicaba fundamentalmente despreciar el cuerpo para salvar el alma. La sexualidad fue concebida como algo totalmente negativo, un mal necesario justificado únicamente para reproducir la especie.  “Si hubiera otra forma de reproducir la especie habría que buscarla”, decía nuestro Padre Agustín. Los hombres y mujeres castos se pusieron de moda y se canonizó todo tipo de represiones. Para ser santo o santa se tenía que ser virgen. Ser puro significaba no tener apetitos sexuales. Los ministros de Dios debían ser célibes y reprimir santamente todo apetito carnal. El látigo, el cilicio, las hierbas amargas, los ayunos y la observancia regular de todas las normas de órdenes y congregaciones religiosas, se convirtieron en camino seguro para llegar a Dios.

Hasta bien entrada la modernidad la Iglesia vivió bajo esta consigna. Todos los textos bíblicos fueron leídos e interpretados a través del lente dualista y misógino de los teólogos medievales que condenaban el goce del cuerpo, y promovían y canonizaban personajes reprimidos poniéndolos como paradigma de vida[2].

 

La humanidad no aguantó más. Sucedió algo así como con los Agujeros Negros, de los que habló el astrónomo alemán Karl Schwarzschild en 1916, que van atrayendo y condensando gran cantidad de energía (implosión) hasta que en algún momento se saturan y explotan (explosión). En los años 60 y 70 se dio el bun de la sexualidad, vino la píldora anticonceptiva, se popularizó la marihuana, las nuevas tendencias de la música y el mundo de la moda. El cine, la radio y la televisión, aprovecharon los impulsos sexuales innatos en el ser humano para hacer comercio. Vuelve y juega.

 

++

 

Nuestro mundo repite hoy la misma la experiencia de Corinto. Como respuesta a estos excesos muchos continúan con la visión dualista platónico agustiniana (cuerpo malo – reprimido y maltratado - , alma buena – amada y salvada). Frente a estas dos tendencias extremas Pablo, en su carta a los Corintios, nos puede iluminar. El desenfreno sexual destruye: “El cuerpo no es para fornicar, sino para servir al Señor…”. El retraimiento, la represión y el desprecio por todo lo corpóreo, destruye igualmente: “El cuerpo es templo del Espíritu Santo, que han recibido de Dios y habita en ustedes…”. Para Glorificar a Dios con el cuerpo hay que tener cuidado con el desenfreno y la represión, dos extremos igualmente dañinos. Necesitamos integrar armónicamente nuestras dimensiones, de tal manera que a través  de nuestros cuerpos comuniquemos vida, amor, plenitud y por tanto glorifiquemos a Dios.

 

Oraciones de los fieles

 

1.    Por los líderes de las Iglesias: para que den testimonio por medio de su propia vida de que Cristo está vivo. Roguemos al Señor.

 

2.    Por los pueblos ricos: para que compartan y sean solidarios con los que tienen menos. Roguemos al Señor.

 

3.    Por nuestra juventud: para que sepan responder con generosidad a la llamada de Cristo y lo sigan. Roguemos al Señor.

 

4.    Por nosotros reunidos en el Señor: para que sepamos escucharlo, especialmente cuando nos habla por medio de nuestros semejantes. Roguemos al Señor.

 

Exhortación final

 

Te damos gracias, Dios Padre, porque, como a los apóstoles,

Cristo no ha llamado por nuestro nombre a su fiel seguimiento.

Por el bautismo tú nos has hecho miembros del cuerpo de Cristo

Y templo vivo del Espíritu Santo para alabanza de tu gloria.

Es vocación hermosa nuestra vocación cristiana. ¡Gracias, Señor!

Pero es también vocación totalizante: en cuerpo y alma.

 

Guíanos, Señor, mediante el Espíritu de tu verdad,

Para que entendamos qué  es ser discípulo auténtico de Jesús.

Y haznos fuertes para testimoniar los valores del espíritu

En el mundo que nos rodea, ahíto de cuerpo y ayuno de alma.

Así demostraremos que te pertenecemos para siempre.

 

Amén

 

(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 310)

 


 

35. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

 

La fe conlleva un proyecto de vida, un camino, un recorrido que se realiza día a día, en todos los momentos de la existencia y que requiere una actitud permanente de escucha, discernimiento, búsqueda y fidelidad. Actitudes a las que nos invitan las lecturas en este domingo.


El libro de Samuel nos presenta la infancia del joven Samuel en el templo al cual fue consagrado por su madre en virtud de una promesa. El niño duerme, pero una voz lo llama. Creyendo que es su maestro Elí, con ingenua obediencia se levanta tres veces en la noche acudiendo a su llamado. Samuel no conoce aún a Yahvé pero sabe de la constancia en la obediencia, sabe acudir al llamado, una vez más, aun cuando en las primeras ocasiones perecía haberse despertado en vano. Elí, comprendió que era Yahvé quien llamaba al niño y le enseñó entonces a crear la actitud de la escucha: “Habla señor, que tu siervo escucha”.
 

La vida actual está llena de ruido, palabras que van y vienen, mensajes que se cruzan y con frecuencia los seres humanos perdemos la capacidad del silencio, la capacidad de escuchar en nuestra interioridad la voz de Dios que nos habita. Dios puede continuar siendo aquel desconocido de quien hablamos o a quien afirmamos, creer pero con quien pocas veces nos encontramos en la intimidad del corazón.

 

Este texto sobre Samuel niño se ha aplicado muchas veces al tema de la “vocación”, palabra que, obviamente, significa “llamado”. Toda persona, en el proceso de su maduración, llega un día a percibir la seducción de unos valores que le llaman, que con una voz imprecisa al principio, le invitan a salir de sí y a consagrar su vida a una gran Causa. Esas voces vagas o difícilmente reconocibles, con frecuencia provienen de la fuente honda que será capaz más tarde de centrar toda nuestra vida. No hay mayor don en la vida que haber encontrado la vocación, que es tanto como haberse encontrado a sí mismo, haber encontrado la razón de la propia vida, el amor de la vida. No hay mayor infortunio que no encontrar la razón de la vida, no encontrar una Causa por la que vivir (que siempres es, a la vez, una causa por la que morir).

San Pablo en su carta a los corintios nos recuerda que el cuerpo es templo, y que toda nuestra vida está llamada a unirse a Cristo, por lo que es necesario discernir en todo momento, qué nos aleja y qué nos acerca al plan de Dios. Por que la relación con Dios, no hace referencia solamente a nuestra experiencia espiritual sino a toda la vida: el trabajo, las relaciones humanas, la política, el cuidado del cuerpo, la sexualidad... De manera que en todo momento en cualquier situación los cristianos debemos preguntarnos si estamos actuando en unidad con Dios y en fidelidad a su plan de amor para con todo el mundo.

En el evangelio de hoy, Juan nos relata en encuentro de los primeros discípulos con Jesús. Es un texto obviamente simbólico, no una mera “crónica” de un encuentro. Todavía, algunos de los símbolos que contiene no sabemos interpretarlos: ¿qué quiso Juan aludirnos al especificarnos que “serían las cuatro de la tarde”?
 

Dos discípulos de Juan escuchan a su maestro expresarse sobre Jesús como el “cordero de Dios”, y sin preguntas o vacilaciones, con la misma ingenuidad que el joven Samuel que hemos contemplado en la primera lectura, siguen a Jesús, es decir, se disponen a ser sus discípulos, lo que conllevará un cambio importante para sus vidas. El diálogo que se entabla entre ellos es corto pero lleno de significado: “¿Qué buscas?”, “¿Maestro donde vives?”, ”Vengan y lo verán”. Estos buscadores desean entrar en la vida del Maestro, estar con él, formar parte de él. Y Jesús no se proteje guardando las distancias, sino que los acoge y les invita a su morada. Este gesto simbólico se ha comentado siempre como una de las condiciones de la evangelización: no basta dar palabras sino hechos, no teorías sino vivencias, no hablar de la buena noticia sino mostrar cómo la vive uno mismo. O sea: la evangelización no tiene que ser una lección teórica, sino un testimonio, el evanelizador no es un profesor que da una lección, sino un testigo que ofrece su propio testimonio personal.
 

El impacto de la vivencia, del testimonio, conmueve a los discípulos, y ellos se convierten en mensajeros que atraerán a nuevos discípulos. Es el caso de Pedro, cuyo encuentro con Jesús lo transforma en una nueva persona simbolizada por el nuevo nombre que recibe del maestro.
 

Seguir a Jesús, caminar con él, no puede hacerse sino por haber tenido una experiencia de encuentro con él. Las teorías habladas –ni siquiera las teologías- no sirven. Nuestro corazón –y el de los demás- sólo se conmueve por las teorías vividas, por la vivencia y el testimonio personal.

Para la revisión de vida
 

¿He desarrollado en mi vida de fe estas actitudes que propone hoy la Palabra de Dios?


¿Permito que Dios entre en mi cotidianidad, que transforme mi vida y forme parte de todas las dimensiones de mi existencia?

 

¿Hay algunas facetas de mi vida que aún no he permitido que sean iluminadas y tocadas por Dios?
 

¿En qué medida me he dispuesto, como los discípulos de Juan, a cambiar el rumbo de mi vida para seguir el proyecto del Maestro Jesús?

Para la reunión de grupo


- ¿Qué es una vocación, en el sentido común de la palabra? ¿Qué es la vocación en un sentido religioso de la palabra?
 

- ¿Puede un niño percibir ya su vocación?
 

- Distinguir entre los «maestros o profesores», que enseñan o dan lecciones con las ideas, y los «testigos», que simplemente testimonian con la propia vida. Presentar casos que conocemos de personas que son para nosotros maestros pero no testigos, o testigos aunque no sean “profesores”.
 

- ¿Qué sabemos del carácter de las narraciones que contiene el envangelio de Juan? Compararlo con el carácter de las narraciones de los evangelios sinópticos.

Para la oración de los fieles
 

- Por nuestros niños y niñas, para que sepamos enseñarles a escuchar no sólo los mandatos externos sino los llamados internos que Dios nos hace percibir en el interior de nuestros corazones.
 

- Por los jóvenes, para que descubran con entusiasmo y determinación su misión en el mundo y la vivan con coraje y autenticidad.
 

- Por nuestro país, para que las políticas que en él se apliquen sean fruto del reconocimiento del valor de la vida y del cuerpo humano
 

- Para que escuchemos la invitación de Jesús a ser personas nuevas capaces de asumir con convicción el camino del Maestro.

Oración comunitaria
Padre bueno, que hablas siempre en la historia y en lo profundo del corazón humano, y que a nosotros nos hablaste en Jesús, nuestro hermano mayor, proponiéndonos en él un camino de servicio y donación. Danos espíritu atento a tus llamados, actitud de búsqueda y discernimiento para buscar siempre y en todo la fidelidad a tu proyecto. Tú que vives y das vida por los siglos de los siglos.

 


 

36. Fray Nelson Domingo 15 de Enero de 2006
Temas de las lecturas: Habla Señor, que tu siervo escucha * Vuestros cuerpos son miembros de Cristo * Vieron dónde vivía y se quedaron con él

1. La Voz del Señor
1.1 Samuel sentía una voz pero no conocía de quién venía esa voz. La Escritura nos dice: "no conocía todavía al Señor" (1 Sam 3,7) y explica a renglón seguido: "no se le había revelado la palabra del Señor". De éstos hechos tan sencillos debemos aprender relacionar tres cosas: conocer al Señor, escuchar su voz y recibir la revelación de su palabra. Son tres cosas que parecen una sola, pero que el texto diferencia bien. Notemos que Samuel escuchó la voz del Señor pero aún no conocía al Señor. El orden, pues, entre estas tres cosas es: escuchar la voz, recibir la revelación de su palabra y conocer al Señor.

1.2 Este orden se da también en nuestra vida. ¿Qué es la "voz"? Es algo que me saca de mi mundo; algo que despierta el interés y me pone en camino; una especie de pregunta que, desde su extrañeza me atrae y fascina. Tal extrañeza puede venir de un hecho insólito, como la zarza que vio Moisés, o de un milagro un exorcismo o una sanación. La curiosidad o la apremiante necesidad de arreglar algo de la propia vida son el motor aquí. No es un mal comienzo, pero es sólo el comienzo.

2. la Revelación de la Palabra
2.1 El segundo paso es quizá el más interesante. El texto dice que a Samuel "no se le había revelado la palabra del Señor" (1 Sam 3,7). Interesante: oía la voz pero no se le había revelado la palabra. La voz es el hecho exterior que pone en movimiento; la palabra, en cambio, es como algo interior, algo que ha de ser "revelado", según aquello que también leemos en los escritos de Pablo: "cuando Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar a su Hijo en mí..." (Gál 1,15-16).

2.2 La prueba de que la voz era algo exterior está en que Samuel busca su origen en lo externo, en este caso, en el sacerdote Elí, a quien se dirige para ponerse a sus órdenes (1 Sam 3,5). Es también el primer impulso de la religiosidad humana, que busca el origen de su inquietud en los astros, o en general los elementos de la naturaleza.

2.3 Dios, en cambio, nos espera en otro "lugar". No está aquí o allá; su presencia no hay que perseguirla por los cuartos de la casa. Más que algo externo es la actitud interior lo que abre la comunicación de la Palabra. Esa disposición es la que nos resume el joven Samuel con su preciosa respuesta: "¡Habla, Señor, que tu siervo escucha!" (1 Sam 3,10).

3. Llegó a conocer al Señor
3.1 No debemos dejar de notar que esa respuesta la dijo Samuel por indicación de Elí. Dios fue paciente con Samuel, porque, como dijo muchas veces el Señor a Santa catalina de Siena, él bien sabe que el alma es primero imperfecta y luego perfecta. Lo llamó varias veces, y no dejó de llamarle porque el muchacho no supiera qué hacer ni cómo prepararse para escuchar. Ya que Samuel se dirigía a lo exterior, en lo exterior le dio una señal, a través de Elí.

3.2 Este sacerdote, pues, aunque reprobable por otros aspectos, fue el instrumento para discernir lo que estaba sucediendo en la vida del muchacho. Fue él, y no el mismo Samuel, quien se dio cuenta de lo que acontecía. Y esto es enseñanza para nosotros, por dos razones: primero, porque tendemos a pensar que el encuentro íntimo con el Señor descarta su acción a través de las personas, y eso es falso. Dios no elimina al resto de la humanidad para hablar al corazón de alguien. Intimidad no es aislamiento.

3.3 En segundo término, está claro que Elí era un hombre indigno de su sacerdocio, y así y todo fue instrumento de Dios. Cuando a veces se juzga con tanta dureza a la Iglesia Católica por las faltas o limitaciones de sus pastores, se tiende a dejar de lado pasajes como el del día de hoy en que el Señor muestra cómo su providencia y su gobierno soberano van más allá de los aspavientos, los cotilleos y los escándalos.

3.4 De todos modos, lo más importante aquí es el fruto de toda esta búsqueda nocturna de Samuel. Al principio él "no conocía al Señor" (1 Sam 3,7); al final, él conoce la palabra del Señor y conoce de tal modo su obrar que ninguno delos oráculos de Samuel dejó de cumplirse (1 Sam 3,19). Eso es conocer al Señor, por lo menos en un primer nivel: saber de sus obras, de sus planes; conocer qué le fastidia y qué ama; qué prefiere y qué desea de nosotros.

 


 

37.

1. Las lecturas del Antiguo Testamento han sido elegidas para ilustrar y preparar la del evangelio. La comparación de las dos aparte de que es muy enriquecedora, nos demuestra que la doctrina de Jesús está muy enraizada en la tradición judía y en la expresión semítica y evidencia la continuidad de la historia de la salvación. El primer centro de interés de las lecturas es el Antiguo Testamento, el salmo, que suele ser como un eco y una prolongación de la misma, y el Evangelio. El segundo centro de interés es la lectura de las cartas que, después de la palabra de Jesús, es la que tiene más importancia, ya que la Iglesia se basa en su testimonio. 

2. Hoy es el día de las llamadas: Dios llama a Samuel 1 Samuel 3, 3. Jesús a Juan y Andrés : "Venid y lo veréis" Juan 1, 35. Algún buen observador de estas homilías, que recordará que anuncié que durante el Ciclo B leeríamos a San Marcos, se extrañará de que hoy leamos a San Juan: Me explico. Durante el tiempo ordinario de los tres ciclos se lee a cada uno de los sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas). Pero como el evangelio de San Marcos es breve y co cubre todo el ciclo, se completa con el de San Juan, que no pudo ser leído en Cuaresma, ni después de la Pascua, que era su tiempo. Como los tres sinópticos siguen el ministerio de Jesús, Juan hoy nos introduce en él, al narrarnos el pasaje del Bautista presentando a sus propios discípulos, que Marcos omite. Jesús pasa: "Timeo Jesum transeuntem" (San Agustín). Hemos de estar alerta para no despistarnos cuando pase: "Este es el Cordero de Dios"... El relato del evangelio de hoy es delicioso por su frescor y finura psicológica. Describe el momento cumbre de la misión del Precursor cediendo a Jesús sus mejores discípulos. Esta capacidad de ceder sus almas al Señor define la grandeza de aquel hombre profundamente humilde, cuyo lema era: "Es preciso que él crezca y que yo disminuya" (Jn 3.30),  y que al final se cumplió perdiendo tamaño él a ser decapitado y creciendo Jesús sobre la cruz.

3. El pequeño Samuel, profundamente dormido como los niños, se despierta sobresaltado repetidas veces, al oir que le llaman y cree que es el sumo sacerdote Elí que, aunque era permisivo con la conducta sacrílega de sus hijos, supo encauzar la posible llamada de Dios al pequeño y le enseñó a responder, encauzándolo a ir al Señor, si le vuelve a llamar: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha". 

4. Está llegando Jesús y Juan, de repente, se detiene y mira: se hizo un silencio completo. Cerca del río avanza un hombre: de estatura más que mediana, de talle esbelto y bien proporcionado. Majestuoso. Su figura como las que San Juan de la Cruz describe a las almas llegadas a la “Llama de amor viva”, o Santa Teresa en la Séptimas Moradas, almas reales. Me lo imagino vestido con una túnica larga, tejida de una pieza, probablemente blanca, orlada con cenefa azul, confeccionada por su Madre. San Ignacio en los Ejercicios utiliza la aplicación de sentidos. Eso es lo que estoy haciendo, poniendo a trabajar la imaginación. Barba larga, y ojos impresionantes, dulces y atrayentes, que inspiran confianza y le califican como el hombre más hermoso de los hombres, aunque su hermosura real es la interior, que los ángeles desean ver. 

Juan Bautista, fijando los ojos, le miró, ¿cómo le miró? ¿Qué clase de mirada dirigió Juan a Jesús, cuando le tuvo ante sus ojos?... ¿Cómo lo miró Juan? ¿Qué admiración, qué vuelco le dio el corazón, tan semejante al que, lleno de júbilo, dio en el vientre de su madre ante la presencia de Dios, aún no nacido? Y, plenamente convencido, y sin ningún género de rivalidad, todo lo contrario, lleno de gozo, dijo: "Ese es el Cordero de Dios". Y dirigió a El a sus propios discípulos. 

5. Cuando éstos lo oyeron, dejaron a Juan y siguieron a Jesús. Sería una situación dolorosa, por la tendencia natural del maestro hombre, a apropiarse de sus propios discípulos. Es difícil actuar como el guardia de la circulación que señala la ruta a los automóviles. Si los dirigiera hacia sí mismo ¡originaría un lamentable atropello! 

6. La primera palabra que pronuncia Jesús en el Evangelio de Juan, es ésta: "¿Qué buscáis?" Jesús apela al deseo profundo de estas personas. La respuesta parece torpe: "Maestro, ¿dónde vives?", pero en el fondo, indica lo importante: Quieren saber dónde vive Jesús, para estar con él. No querían saber algo, sino estar con él. Contra el cristianismo excesivamente racionalizado, la experiencia de Dios. Los que pensamos que sabemos mucha teología, aunque sea muy poca, sufrimos en general la tentación de saber que sabemos, pero del dicho al hecho hay mucho trecho. No es lo mismo saber que gustar y saborear y hacer. Una cosa es predicar y otra dar trigo. Aquellos hombres habían sido bautizados por Juan. El ha sido el instrumento de su vocación, dando testimonio de la misión de Jesús y de su divinidad, y enviando sus discípulos al Salvador, les dio la oportunidad de conocerle y de aproximarse a El. ¡Con qué abnegación y celo cumplió Juan su misión! Jesús es su solo bien, su sumo bien, su todo bien. Como Francisco de Asís: "Dios mío y mi todo". Aprendamos con su ejemplo a alegrarnos santamente de los éxitos de nuestros compañeros, que parecen rivales… Porque damos muchísimas veces la impresión de que las almas son nuestras, de que somos sus propietarios. El mismo título tradicional: "Ha tomado posesión", da pie para que se olvide que no somos los dueños del rebaño, y que sufrimos los celos que tienen los casados, que se disputan las ovejas del mismo rebaño. Y en algún lugar, hasta con ironía decían: "nosotros damos cupones". ¿Cómo nos extrañamos con hipocresía después del marasmo y frenazo y retroceso, tan normales y lógicas, obrando así? Un sacerdote coadjutor joven pedía permiso a su Arcipreste para dar unas charlas por radio, y recibió la respuesta siguiente: "Yo eso no se lo puedo negar". O sea, que si lo pudiera negar, lo negaría, y tantas cosas que no se hacen porque no son necesarias las palabras, pues los gestos o actitudes bastan.  ¿Por qué la necesidad de la oración por la unión de las iglesias cristianas, que comenzaremos esta misma semana?

7. El laconismo y la brevedad del relato de la escena, es fresco y elocuente. Dos hombres siguen tímidamente a Jesús, con el corazón saltante... Es el primer encuentro. ¿Qué hará Jesús? ¿Qué pensará? Cuando notó que le seguían, se volvió a ellos, y les dijo: "¿Qué buscáis?". Se ha da cuenta de que le buscan... El les hace una pregunta. Y ellos, le responden con otra: "Maestro, dónde moras". Jesús sabe que esta respuesta es mucho más honda de lo que parece. El les ha preguntado “qué buscan” y ellos han respondido “a quién buscan”. No buscan una cosa, ni una idea o un programa. Buscan una persona, quizá un líder, tal vez porque intuyen que ya han pasado los tiempos de las  ideas abstractas y discutidas y necesitan ya ver encarnadas las ideas, justamente cuando la palabra, el logos, se ha encarnado. Ya tiene Juan su leiv-motiv para el prólogo de su futuro evangelio. Ellos no buscan una persona a la que quieren conocer, lo suyo no es la satisfacción de una curiosidad, por eso han adoptado tres actitudes trascendentales: Buscarle, seguirle, y quedarse con El. Buscar es el afán por encontrar algo, que si se encuentra se seguirá una satisfacción plena o el éxito de una empresa. "Morar" no sólo es habitar y vivir", sino "permanecer en unión íntima y estrecha": "Quien come mi carne y bebe mi sangre, en mi mora y Yo en él". "Si permanecéis en mi palabra verdaderamente sois mis discípulos. ‘El Padre que mora en mi, hace sus obras"’ (Jn 14,10). 

8. Le han pedido tímidamente su amistad y Jesús les responde llevándolos a su casa abierta de par en par: "Venid y veréis". Responde a su pregunta, a su deseo, invitando y respetando su libertad. Permanecieron con El aquel día. Jesús no invita a hacer, sino a ver. ¿Su casa? Tal vez una cabaña junto al río, o una choza hecha con cañas y ramas de árboles y una gruta en la montaña, como la de Belén donde nació? Ellos "fueron, vieron dónde vivía y se quedaron todo el día con él". Y comieron y le observaron y hablaron, hablaron mucho. Y sentirían arder su corazón como los de Emaús mientras hablaba, ¡cómo le brillaban los ojos!... Sus ojos “enganchadores”, como dicen por ahí. "Venir y ver" en su sentido profundo es "darse, creer, aceptar, mirar espiritualmente, descubrir quién es Jesús. A Juan se le ha quedado grabada la hora del dichoso encuentro, el que le hace sentir que su corazón ha llegado a casa: "Serían las cuatro de la tarde". Y la recordará nítida hasta su edad avanzada. Como el muchacho enamorado que escribió la fecha y la hora en el banco donde tuvo el primer encuentro con la muchacha de su amor. Le quedó tan grabado en la retina aquel primer encuentro con Jesús que, después de setenta y más años, recordaba aquella hora con dulce regusto, como recordamos nosotros el momento decisivo que cambió el rumbo de nuestra vida. 

9. Y se quedaron con él: estuvieron con él: Se quedaron con El. "Permaneced en mi amor". La familiaridad de su compañía es el camino de la unión y la intimidad. La madurez final se identifica con el permanecer en él. Hay una narración de los Padres del desierto que lo confirma: - Le preguntan a un monje: ¿Por qué muchos monjes abandonan el monasterio?. -Ocurre lo mismo, -contesta- cuando un perro persigue una liebre, ladra. Al oir ladrar, otros perros se unen a él, pero cuando ya no ven la liebre, van retirándose, porque no la ven. Sólo persevera, el que ve la liebre. Sólo quien ve a Cristo y permanece en él, persevera en su seguimiento. Tardó en entrar en Occidente la frase de Lutero: "Crede fortiter et peca fortius". Pero al fin ha calado y hondo. Predicábamos hasta con exceso y en exclusiva el 6º y 9º, y con un detallismo casi neurótico. Ahora todo se va en solidaridad, suprimida la virtud teologal de la caridad y compromiso. Teológicamente aquellos dos mandamientos no eran los principales, pero los considerábamos. Hoy con tanta solidaridad y omitiendo aquellos, se ha perdido la fe o permanece en letargo y mortecina, porque, aunque no son los principales, la lujuria sí que es el apetito que más rápidamente apaga la fe. "Cuando venga el Hijo del hombre, encontrará fe en la tierra?", preguntaba Jesús. Y la sexualidad, el libertinaje y la permisividad ha producido y está causando la mayor hemorragia de la historia.

 10. Benedicto XVI ha hecho un análisis de las causas de la crisis que surgió en la Iglesia tras el Concilio Vaticano II. Según él -fue uno de los teólogos que más influyeron en el Concilio-, la crisis se debe a la interpetación que se ha hecho de los textos conciliares. Para el Papa, han existido dos corrientes interpretativas. Una , la que se ha impuesto y es la responsable de la crisis, ha considerado que lo importante no era la letra de los documentos, sino el espíritu de renovación. A esta hermenéutica, Benedicto XVI la calificó de la «discontinuidad y de la ruptura entre la Iglesia preconciliar y la Iglesia postconciliar». La otra, la que ha dado frutos, es la «hermenéutica de la reforma», para la cual el objetivo del Concilio es «transmitir pura e íntegra la doctrina, sin atenuaciones o tergiversaciones». Ruptura o reforma, ahí ha estado la clave según el Papa. No me cabe duda de que es así. Pero creo que hay algo más profundo, más radical, básico y originario.

   La Iglesia preconciliar estaba, salvo honrosas excepciones, marcada por una espiritualidad de miedo y premio -infierno y cielo- y con esos argumentos movía a los fieles a hacer el bien y evitar el mal. La Iglesia posconciliar se ha convertido en una comunidad -también salvo honrosas excepciones- en la que la gente cree que haga lo que haga se va a salvar porque Dios es buenísimo y no puede condenar a ninguno de sus hijos. Cómo se ha producido ese cambio es tan interesante como complejo. Pero se ha producido. Y la consecuencia -o causa- ha sido la desaparición del concepto de verdad para caer en el relativismo -todo depende de las circunstancias- o en el subjetivismo moral -las cosas no son buenas o malas en sí mismas, sino en función de lo que a mí me parece o conviene-. ¿Por qué se produjo esto? Porque no se entendió el objetivo que buscaba Juan XXIII al convocar el Concilio: volver a los orígenes. Y en el principio no había ni miedo ni interés, sino amor agradecido ante la sorpresa de un Dios que se había hecho hombre y había muerto en una cruz por amor al hombre. En el principio estaba el amor de María, modelo supremo de amor a Dios.

11. Yo daría cualquier cosa por saber lo que se dijeron y lo que hablaron los tres. Podemos pensar que los dos contarían a Jesús su vida, sus deseos, sus asuntos. El les confiaría sus proyectos, sus propios deseos. Andrés, cuando encontró a su hermano Simón, le dijo: "Hemos hallado al Mesías". Y condujo a su hermano a Jesús. La aventura divina se realiza en las relaciones humanas: primero se habían reunido en torno a Juan Bautista. Y ahora los lazos de la sangre siguen en juego: Andrés conduce a Jesús a su hermano Simón. Un grupo humano natural se ha "embarcado" en una aventura apostólica: cuatro hombres que se conocían: Andrés y Simón, Juan y Santiago. Cuando San Bernardo se fue al Císter, atrajo a una veintena de hombres, hermanos y parientes. No pocas veces, ocurre al revés: Pasan los años, y son los parientes quienes ganan la batalla. ¿Por qué? Una vocación no nace en las nubes: todo contacto humano la favorece o la estorba y hasta la destruye. El encuentro con Jesús se debe propagar por medio de esas relaciones, no disiparse hasta la extinción. Hay que comenzar por los lazos naturales. Por las personas que más se relacionan con nosotros. Atraer a las amistades y a la familia para llevarlas a Jesús. Santa Teresa tenía tanta experiencia de estas vicisitudes que pone en guardia permanente frente a su influjo. 

12. Después, Jesús, fijó la vista en Simón, y le dijo: "Tú eres Simón el hijo de Juan; tú serás llamado "Cefas", que quiere decir Pedro. Decide contar con él, y confiarle un papel en su empresa. Serás la piedra, la roca. Aunque toda vocación divina arraiga en lo humano, sigue siendo una llamada de Dios, una iniciativa divina. A través de nuestras relaciones humanas, si sabemos mirar con profundidad de fe, veremos el designio de Dios: no nos hemos encontrado por casualidad. Es Dios quien ha preparado el contacto, el encuentro, la amistad. El tiene mucho que ver en este encuentro, en estas relaciones. 

13. El Bautista hace lo que ocurre en muchas vocaciones: Hay alguien que señala el camino. Y se comienza a seguir a Jesús. Después se consigue el conocimiento personal y directo. Los judíos que escuchaban a Juan conocían la misión del cordero. Habían visto sacrificar muchos corderos y mucha sangre derramada en el templo en la Pascua para la purificación de los pecados. Según esa experiencia, Jesús cargaría con los pecados camino del sacrificio. 

14. ¡Qué hermosas y conmovedoras son, en cambio, las palabras de Juan!: "Yo no soy Cristo—dice a los enviados por los sacerdotes a preguntarle-, pero he sido enviado ante El. La esposa está destinada para el esposo, pero el amigo del esposo, que está a su lado y le escucha, está transportado de alegría, porque oye la voz del esposo. Es necesario que El crezca y que yo me haga pequeño!". 

15. Jesús atrae a sus discípulos por su "su presencia y su figura". Era tal su dignidad y su amabilidad, que robaba los corazones. Pero mucho más los ganaba por la gracia inherente que los llevaba tras él. Gana a sus discípulos por la manera amable con que los llama, poco a poco, según sus disposiciones interiores y las condiciones en que se encuentran. Primero de una manera general; después les invita a que le sigan, renunciando a toda otra ocupación exterior; y por último, los escoge para ser sus discípulos, y así, con la misma amabilidad, gana uno a uno a sus discípulos, adaptándose a su carácter y a sus disposiciones espirituales. Conquista a Andrés y a Juan con la afabilidad. Sumamente sensibles y de tierno corazón, encontraron en Jesús el más fiel, y el más fuerte y tierno de los amigos. Gana a Simón arriesgado pescador, avezado en sortear tempestades y fracasos. Para Felipe y Mateo, bastó una simple invitación o llamamiento, porque uno y otro eran de condición blanda y dócil. Y en El encontraron el mejor de los Maestros. Natanael (Bartolomé), hombre muy religioso y espíritu recto y exacto; culto, pero independiente. También a nosotros, Jesús nos ha llamado con amor para que permanezcamos a su lado. Como ellos obedecieron con prontitud, diligencia y alegría, animándose unos a otros, hemos de actuar nosotros, atrayéndonos y esforzándonos por atraer a los que más queremos a seguir la vocación, como la perla preciosa. Ellos obedecieron con firmeza y perseverancia, en los trabajos, los combates y los sacrificios coronados por los éxitos más felices. Casi todos sacrificaron su vida con el martirio. Dios no elige porque encuentra en el hombre la aptitud necesaria, sino porque la crea en él. Pero la Iglesia para atraer vocaciones ha de empezar a ver y a exponer con claridad que no es una ONG, de solidaridad, sino la presencia del Reino Futuro. El permanecer con Jesús. 

16. Cuando Andrés se lo comunicó a su hermano Pedro, consiguió Jesús el fichaje del primer papa. La nueva evangelización no la vamos a realizar con teorías muy elaboradas. La conversión del mundo antiguo al cristianismo no fue el resultado de una actividad muy planificada, sino el fruto de la experiencia de fe de los cristianos en la comunidad de la Iglesia. La invitación de experiencia a experiencia fue la fuerza misionera de la Iglesia primitiva. Y la apostasía de la edad moderna se funda en la caída de la verificación de la fe en la vida de los cristianos. 

17. Esta es la gran responsabilidad de los cristianos de hoy. Deberían ser puntos de referencia de la fe experimentada como personas que saben de Dios, demostrar en su vida la verdad de Dios para poder convertirse en indicadores de camino para los demás. Sólo por esta puerta entrará el Espíritu en el mundo, dijo Ratzinger, todavía cardenal. 

18. Aludiendo Juan al Siervo de Yahvé: "Este es el Cordero de Dios", estaba recordando a Isaías: "El Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca como "un cordero llevado al matadero" (Is 53,6). Conocedor de las Escrituras, y de Isaías en particular (Jn 1,23), pudo ver en este pasaje a Jesús como Cordero de Dios cargado con los pecados del mundo. 

19. El futuro evangelista Juan quedó tan vivamente impresionado por esta frase oída en su juventud de labios del Bautista que, anciano de noventa años, se complace en considerar a Jesús bajo la señal del Cordero. En su Apocalipsis llamará a Jesús una treintena de veces el Cordero. Presenta a Cristo como un Cordero degollado y resucitado (5,6), sobre un trono (7,14), adorado por los 24 ancianos (5,8) y por todos los elegidos (7,9); y como santuario y lámpara que ilumina la Jerusalén celestial (21,22). 

20. Al señalar el Bautista a Jesús que pasaba como "el Cordero de Dios", indicaba de una manera discreta a sus discípulos quién era el único Maestro al que debían seguir. La pregunta "¿Qué buscáis’?", parece trivial; pero tiene un sentido más profundo de lo que parece. El Señor busca a todos los hombres, pero sobre todo a los buscadores de algo que de razón a su vida, como Zaqueo "que buscaba ver quién era Jesús" (Lc 19,3). Es curioso que la primera palabra de Jesús en el evangelio de san Juan sea "¿Qué buscáis?", y que la primera después de su resurrección a Magdalena, sea la misma: "Mujer, ¿a quién buscas?"; ¿por qué lloras? (Jn 20,15). 

21. Ellos le contestaron: "Rabbí, ¿dónde vives? Él les dice: Venid y lo veréis. Caminaron juntos y llegaron donde moraba. Sería su morada provisional, una cabaña hecha de cañas y ramaje como las que levantaban los peregrinos que acudían a recibir el bautismo del Precursor. A Santa Teresa, tan valerosa, que se detenía a fundar en una casa pobre y miserable, le dirá Jesús: ¡Oh mezquindad del corazón humano! ¡Cuántas noches dormí yo al raso! 

22. "Entonces fueron, vieron donde vivía, y se quedaron con él aquel día", y sin duda la noche siguiente, en coloquio cordial. ¡Lástima que el evangelista no nos haya transmitido el tema de aquella larga entrevista al calor de la hoguera, como lo hará después con el diálogo nocturno con Nicodemo (Jn 3)! Para ser testigo es preciso primero ver. El testimonio sigue al encuentro, a la visión. A la mañana siguiente, Andrés y Juan van en busca de sus respectivos hermanos que habían venido con ellos desde Galilea. A la experiencia personal, sigue de inmediato el testimonio. Andrés encuentra a Simón y le dice con un entusiasmo mayor que el de Arquímedes por su célebre hallazgo: "¡Euréka! ¡Hemos hallado al Mesías!". Y se lo presenta a Jesús. El Señor fija en él su penetrante mirada y le cambia el nombre por otro, símbolo de la nueva misión que había de conferirle: la de ser el fundamento visible de su Iglesia (Mt 16,18): "Tú eres Simón bar Yona, hijo de Juan; tú te llamarás Kefa, Roca o Piedra, en castellano Pedro. Y Juan hizo lo mismo con su hermano Santiago. Los cuatro primeros discípulos han hallado la fe, no leyendo un libro, sino abriéndose a la amistad con Jesús. Juan ha subrayado cinco verbos que jalonan el proceso de esta fe: oyen el testimonio del Precursor, buscan a Jesús, le encuentran, le siguen y permanecen con él. Permanecer en él es la meta del auténtico discípulo de Jesús: "El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto" (Jn 15,5).

23. La aventura divina se realiza en las relaciones humanas. Juan y Andrés eran amigos, juntos pescaban, en torno a Juan seguían al Señor. Andrés conduce a su hermano Simón a Jesús. La vocación no nace en las nubes. El contexto humano la favorece o la dificulta. 

24. Estamos ahora reunidos con el Señor. Permanezcamos en su compañía, que de su contacto proviene la decisión de decirle: "Aquí estoy, para hacer tu voluntad" Salmo 39. Porque "la gracia y la verdad nos han llegado por él" Juan 1, 41. 

25. Y dispongámonos a participar en su banquete en el que nos da fuerzas para seguirle. Desde él, bien asimilado por una provechosa acción de gracias, comenzaremos a irradiarle en nuestro ambiente y proseguiremos buscando momentos para dialogar con él.

JESUS MARTI BALLESTER


38.La vocación a la fe

El acto de fe compromete radicalmente a la persona humana. Al creer, el hombre renuncia a fundamentar su existencia exclusivamente sobre sí mismo, para edificarla sobre Dios.

En la Sagrada Escritura, la fe se identifica con la obediencia y con la escucha. El creyente es el que se somete libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma (cf Catecismo de la Iglesia Católica).

El libro primero de Samuel, al narrar la vocación del profeta, ejemplifica perfectamente el proceso de escucha y de obediencia en que consiste la fe. Por tres veces el Señor llama a Samuel por su nombre. La llamada de Dios precede siempre, y suscita, la respuesta del hombre. La fe no es una conquista, no es un logro meramente humano, sino que, ante todo, es un don, una gracia. Para poder responder a esta gracia, es necesario escuchar esa llamada e identificarla como procedente de Dios. Es el Espíritu Santo el que actúa en el interior del hombre para que éste pueda reconocer la voz de Dios, y responder con la entrega obediente de Samuel: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha". Con frecuencia, será necesaria la mediación de otros creyentes para que podamos discernir la llamada, al igual que Samuel necesitó de la ayuda de Elí. La Iglesia cumple esta misión de mediación. Ella es la primera creyente, que "conduce, alimenta y sostiene" la fe personal de cada cristiano (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 168).

La vocación a la fe es vocación al encuentro con Jesucristo. Creer en Dios es, para el cristiano, inseparablemente creer en Cristo, su Enviado, su Hijo amado, el Verbo hecho carne. El Evangelio según san Juan relata la vocación de dos discípulos del Bautista que, oyendo las palabras del Precursor, siguieron a Jesús y se encontraron con Él. Como Juan el Bautista, la Iglesia no se cansa de fijar sus ojos en Jesús, para decirle a los hombres de cada tiempo y de todos los tiempos: "Este es el Cordero de Dios". Ella posibilita nuestro encuentro con Cristo, para que podamos escucharle a Él y ver dónde mora.

Es imprescindible para el cristiano tener esa experiencia del encuentro con Cristo; es necesario adentrarse en la intimidad de la cercanía con el Señor. Él nos dice también a nosotros: "Venid y lo veréis". Él mora entre nosotros en el sacramento de la Eucaristía, para que podamos quedarnos con Él, escuchar su palabra, y fortalecernos con la oración. Sin el trato personal con Jesucristo, de corazón a corazón, es imposible vivir y testimoniar la fe en medio de una sociedad secularizada como la nuestra.

El trato con el Señor nos impulsará, como a Andrés, a comunicar a otros: "Hemos encontrado al Mesías", y a llevarlos a Jesús. El apostolado brota de la vida interior. Si experimentamos la amistad personal con el Señor, sentiremos la necesidad y la urgencia de que otros lo conozcan también.

La vocación a la fe compromete a todo el hombre. El cuerpo, como integrante de la persona, participa de la unión con Cristo y está destinado a la resurrección. San Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, proclama con absoluta claridad la dignidad del cuerpo humano: "Vuestros cuerpos son miembros de Cristo", "vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo". De esta dignidad del cuerpo brota un compromiso, una tarea: "¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo". La virtud de la castidad, por la cual la sexualidad se integra en la unidad de la persona, lejos de ser una manifestación de desprecio del cuerpo, es consecuencia del respeto y de la valoración del mismo. Las ofensas a la castidad escinden al ser humano, le hacen caer en una separación caprichosa entre cuerpo y alma, entre razón y pasión, entre sexualidad y amor, entre amor y fecundidad. La vocación a la fe es también una vocación a la castidad, virtud a la que está llamado todo bautizado (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 2348).

"Maestro, ¿dónde vives?". Él les dijo: "Venid y lo veréis". Cada domingo escuchamos esta invitación del Señor a venir y a ver. En la Eucaristía encontramos la fuerza que hace posible nuestra respuesta a la fe, una respuesta que se traduce en la cotidianidad del testimonio. Que también nosotros, como Andrés, comuniquemos a otros la alegría de encontrar a Cristo en el Sacramento de su Presencia.

Guillermo Juan Morado
Dr. en Teología.


39.Reflexión

Si algo es el hilo conductor de las lecturas de este domingo, eso es la fe. Y la fe en Dios, en el Dios hecho hombre en Jesús de Nazaret y que "…acampó entre nosotros".
Para cualquier cristiano que haya realizado cierta maduración, la fe conlleva un proyecto de vida, un camino, un recorrido que se realiza día a día, en todos los momentos de la existencia y que requiere una actitud permanente de escucha, discernimiento, búsqueda y fidelidad.

En la primera lectura nos topamos con el libro de Samuel, que nos presenta la infancia del joven Samuel en el templo al cual fue consagrado por su madre en virtud de una promesa. El niño duerme, pero una voz lo llama. Creyendo que es su maestro Elí, se levanta tres veces en la noche acudiendo a su llamada. Entonces el propio Elí, comprende que es Yahvé quien llama al niño y le enseña a crear la actitud de la escucha: "Habla señor, que tu siervo escucha".

¿Cómo está nuestra vida hoy por hoy? ¿Qué modelo de existencia se nos propone? La vida actual está llena de ruido, palabras que van y vienen: prisas, rapidez, producción, negocio, trabajo, etc. Todo nos viene marcado con la impronta del ruido y la inmediatez. Y los seres humanos, viviendo de esta forma, corremos el riesgo de perder la capacidad del silencio, de mirar en lo más hondo de nuestro ser para encontrarnos con aquel que nos creó y nos ama: Dios Padre.

Podríamos preguntarnos este domingo si Dios puede continuar siendo aquel desconocido de quien hablamos o a quien afirmamos creer pero con quien pocas veces nos encontramos en la intimidad del corazón.

Al pasar a comentar la segunda lectura, San Pablo viene a recordarnos que el cuerpo es templo, y que toda nuestra vida está llamada a unirse a Cristo, por lo que urge preguntarnos y discernir casi a diario qué nos aleja y qué nos acerca al plan de Dios para nuestras vidas.

Por que la relación con Dios, no hace referencia solamente a nuestra experiencia espiritual sino a toda nuestra vida: el trabajo, las relaciones humanas, la política, el cuidado del cuerpo, la sexualidad, etc. Todo ha de estar unido a Dios.

Por último, en el evangelio de hoy, Juan nos relata cómo es el encuentro de los dos primeros discípulos con Jesús. Dos discípulos de Juan escuchan a su maestro expresarse sobre Jesús como el "cordero de Dios", y sin preguntas o vacilaciones, con la misma ingenuidad que el joven Samuel que hemos contemplado en la primera lectura, siguen a Jesús.

Es decir, se disponen a ser sus discípulos, lo que conllevará un cambio importante para sus vidas. Jesús les dice: "Venid y lo veréis". Y el impacto de la vivencia, del testimonio, conmueve a los discípulos, y ellos se convierten en mensajeros que atraerán a nuevos discípulos. Es el caso de Pedro, cuyo encuentro con Jesús lo transforma en una nueva persona simbolizada por el nuevo nombre que recibe del maestro.

Además, creo que es importante que destaquemos cómo Jesús no se impone, sino que invita continuamente a todo aquel que se le acerca. Y es que no está de más, en estos tiempos que corren, recordar y recordarnos esta realidad: la verdad no se impone, se ofrece.

Para acabar: ser cristiano, enfocar nuestras vidas desde Dios es imposible de realizar sin experimentar el amor de Dios y el encuentro con Jesús.

La teoría que no se hace vida, no sirve. Y es que el corazón del hombre solo queda renovado y conmovido por la propia vivencia.

Jose Manuel Oña
Parroquia Sta. Rosa de Lima -Málaga


40.

Benedicto XVI: La llamada de Dios pasa a través de una mediación
El papa comentó la vocación de los apóstoles y del profeta Samuel

CIUDAD DEL VATICANO, domingo 15 enero 2012 (ZENIT.org).- Al mediodía de este domingo, Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro. Ofrecemos a continuación las palabras del papa en la introducción de la oración mariana.

*****

¡Queridos hermanos y hermanas!:

De las lecturas bíblicas de este domingo --el segundo del Tiempo Ordinario--, se nos revela el tema de la vocación: en el Evangelio se ve la llamada de los primeros discípulos de Jesús y en la primera lectura está la llamada del profeta Samuel. En ambos relatos destaca la importancia de una figura que desempeña el papel de mediador, ayudando a la persona llamada a reconocer la voz de Dios y seguirla. En el caso de Samuel, es Elí, un sacerdote del templo de Silo, donde se guardaba antiguamente el Arca de la Alianza, antes de ser transportada a Jerusalén. Una noche Samuel, que era todavía un niño y desde niño vivía al servicio del templo, tres veces seguidas se sintió llamado durante el sueño, e iba donde Elí. Pero no era él quien lo estaba llamando. A la tercera vez Elí lo entendió y le dijo a Samuel: Si te llama de nuevo, responde: "Habla, Señor, que tu siervo escucha" (1 Samuel 3,9). Así fue, y desde entonces Samuel aprendió a reconocer las palabras de Dios y se convirtió en su profeta fiel.

En el caso de los discípulos de Jesús, la figura de la mediación es la de Juan el Bautista. Ciertamente, Juan tenía un amplio círculo de discípulos, entre quienes estaban también los hermanos Simón y Andrés, y Santiago y Juan, pescadores de la Galilea. Sólo a dos de ellos el Bautista les señaló a Jesús, un día después de su bautismo en el río Jordán. Se dirigió a ellos diciendo: "¡He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1,36), lo que equivalía a decir: He ahí al Mesías. Y aquellos dos siguieron a Jesús, permanecieron mucho tiempo con él y se convencieron de que era realmente el Cristo. Inmediatamente se lo dijeron a los demás, y así se formó el primer núcleo de lo que se convertiría en el colegio de los Apóstoles.

A la luz de estos dos textos, me gustaría subrayar el papel fundamental de un guía espiritual en el camino de la fe y, en particular, en la respuesta a la vocación especial de consagración al servicio de Dios y de su pueblo. Incluso la misma fe cristiana, en sí misma, supone el anuncio y el testimonio: es decir, consiste en la adhesión a la buena noticia de que Jesús de Nazaret ha muerto y resucitado, y que es Dios. Es también la llamada a seguir a Jesús más de cerca, renunciando a formar una propia familia para dedicarse a la gran familia de la Iglesia, lo que generalmente pasa a través del testimonio y la propuestade un "hermano mayor", que por lo general es un sacerdote. Esto sin olvidar el papel fundamental de los padres, quienes por su fe auténtica y gozosa, y su amor conyugal, muestran a los niños que es hermoso y es posible construir toda una vida basada en el amor de Dios.

Queridos amigos, pidamos a la Virgen María por todos los educadores, especialmente por los sacerdotes y padres de familia, para que sean conscientes de la importancia de su rol espiritual, y favorezcan en los jóvenes, además del crecimiento humano, la respuesta a la llamada de Dios para decir: "Habla, Señor, que tu siervo escucha".

Traducción del italiano de José Antonio Varela

 


41.- Ángel Moreno, Buenafuente

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
(1Sam 3, 3b-10. 19; Sal 39; 1Cor 6, 13c-15a. 17-20; Jn 1, 35-42)


LA LLAMADA
Pocos días, como sucede este domingo, se encuentran en las lecturas tantas concurrencias. Si se observan atentamente los textos que se proclaman en la Liturgia de la Palabra, en todos ellos se encuentra una referencia a la vocación esencial que tiene todo creyente cristiano: el seguimiento de Jesús.

De manera profética, se nos narra la vocación del joven Samuel y su respuesta, que se convierte en aforismo y referente, si se desea responder de manera adecuada a la voluntad divina: “El Señor se presentó y lo llamó como antes: -«¡Samuel, Samuel!» Él respondió:-«Habla, que tu siervo te escucha» (1Sam 3, 19).

El salmista, de manera semejante al pequeño Samuel, reitera la actitud que conviene tener en el caso de sentir la moción consoladora de seguir a Jesús. “«Aquí estoy -como está escrito en mi libro- para hacer tu voluntad.» Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas”. (Sal 39).

Para poder responder de la manera que se nos indica, una clave es tener conciencia de que no nos poseemos. Y los dones naturales y espirituales recibidos no son para provecho propio, sino para servir a los demás. La afirmación del apóstol Pablo es contundente: “No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!” (1Cor 6, 19-20)

El ejemplo que nos dan los primeros discípulos del Maestro de Galilea, al comienzo del Tiempo Ordinario, marca la actitud que nos corresponde mantener. Si no se ha llegado a discernir la llamada, al menos deberemos mantenernos en actitud de búsqueda, y en caso de percibir la resonancia del Evangelio, la decisión de dejarlo todo y de seguir al Señor es lo que procede, según el relato del Cuarto Evangelio.

Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: “-«¿Qué buscáis?»
Ellos le contestaron: -«Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»
Él les dijo: -«Venid y lo veréis.»
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde” (Jn 1, 39).

Aunque se puede contemplar la concentración de textos relacionados con la llamada de Dios, a la hora de la respuesta, se descubre la necesidad de un proceso. Así se advierte en el caso del profeta Samuel y en el de los discípulos de Jesús. Lo importante es mantenerse en la escucha interior y en la interpretación teologal de los acontecimientos.