41 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO
10-17

10.

"En aquellos días, la palabra de Dios se cotizaba muy alta", así lo dice expresamente el I Libro de Samuel (3,1). No ciertamente porque la predicación fuera un negocio (¿lo es hoy?), sino porque Dios guardaba silencio (¿lo guarda hoy?).

PD/ESCUCHA: En nuestros días la palabra de Dios escrita, la Biblia, no escasea, es incluso un beset-seller, casi un bien de consumo, aparece aquí y allá con hermosas encuadernaciones, primorosamente expuesta en un rincón de la sala de estar. Pero no es esta la palabra de Dios a la que se refiere el Libro de Samuel, ni la que hoy escasea entre nosotros. La palabra de Dios que escaseaba entonces y la palabra que hoy "cuesta tan cara" entre nosotros, es aquella palabra viva, que hace historia, aquella que sólo acontece cuando hay hombres dispuestos a escucharla, a obedecerla, a realizarla. La palabra de Dios, como toda palabra, sólo es real cuando llega a su destinatario. No hay palabra de Dios si no hay hombres que la escuchen. Y cuando no hay palabra de Dios, todo sucede por sus cauces normales, el tiempo cae en la vulgaridad: Se pierde el auténtico futuro, se detiene la historia de la salvación.

Cuando el hombre está abierto, vive en responsabilidad y búsqueda, cuando el hombre es hombre -¿qué otra cosa es el hombre que una pregunta radicalmente abierta, conscientemente vivida?-, oye voces extrañas, misteriosas, y entonces acude a los especialistas, a los sacerdotes, a las religiones; pero he aquí que a veces la palabra de Dios no es la palabra que pronuncian los sumos sacerdotes. Ahora bien, si éstos no están totalmente ciegos pueden darnos un buen consejo, el consejo que Elí dio a Samuel, el muchacho que montaba guardia en el templo por si Dios le dirigía la palabra: "Si te llama alguien responde: "Habla Señor, que tu siervo te escucha". Tu "siervo" es decir, el que está dispuesto a realizar las órdenes de su señor, a escuchar, a obedecer. Escuchar de verdad y obedecer es lo mismo.

H/RESPONSABLE CR/RESPONSABLE: Hoy se habla de la "defección" de muchos sacerdotes, de la secularización. Desde un punto de vista sociológico esto podría entenderse como fenómeno paralelo al incesante cambio profesional en una sociedad dinámica. Y desde ese mismo punto de vista no tendría por qué alarmarnos. Pero puede suceder también, en algunos casos, que la inestabilidad vocacional sea un síntoma de una deserción del hombre. En una sociedad en donde toda cambia, hay algo que no debe cambiar, hay una vocación que no puede abandonarse: la vocación de ser hombres. Ser hombre es, en cualquier caso, vivir en responsabilidad. Es decir, es estar con los oídos abiertos, con el corazón abierto, con la voluntad bien dispuesta para acoger la palabra nueva en la que se anuncia una necesidad nueva y una vocación nueva que debemos asumir.

A partir de la responsabilidad uno puede pronunciarse en el mundo como cristiano, puede definirse como cristiano; pero sólo a partir de esa responsabilidad. En un cristianismo de herencia en el que los niños nacen y son vacunados a la par que reciben el agua bautismal, es posible que no abunden los cristianos que lo son desde su responsabilidad humana. Es comprensible que muchos bautizados no hayan encontrado personalmente la Verdad porque no la han buscado.

El Evangelio de hoy nos habla de la búsqueda de los primeros discípulos de Jesús y del encuentro que estos tuvieron con el Maestro. Juan, el profeta, les señala el camino, y ellos deseosos de conocer al Mesías, siguen a Jesús y se quedan con Jesús. Jesús les habla y, sobre todo, Jesús se les muestra tal y como es, dónde vive y cómo vive, y ellos encuentran la Verdad. Jesús, la Verdad, -porque nuestra verdad nunca son sólo palabras- descubre también la verdad de quienes le buscan. Jesús mira a Simón y sabe quien es Simón, y le dice a Simón quien es, y resulta que Simón es Pedro; esto es, su vocación. Cada hombre es una vocación y una misión. Cada hombres es llamado por la Verdad para cumplir su misión, para cumplir su vocación, para realizar su verdadera esencia, su persona. Sólo cuando el hombre lo es en verdad, puede llegar a descubrir a Dios y a saber quién es él y qué debe hacer él en el mundo. Sólo entonces la palabra de Dios acontece y comienza la historia. Pero esta palabra de Dios que nos pone en camino y mueve la historia cuesta mucho más cara que la "Biblia más hermosa": cuesta toda la vida. Dios llama a cada uno por su nombre, y no podemos eludir la respuesta. Si le escuchamos y no respondemos, dejamos de ser cristianos y dejamos de ser hombres.

EUCARISTÍA 1973/11


11. BUSQUEDA/CUALIDAD

El evangelio de san Juan que proclamamos hoy es de una austeridad descriptiva y de una contención sorprendente: con cuatro frases sencillas, con una descripción de lo más neutral que se pueda imaginar, con una literatura casi doméstica, con aire de cosa de cada día que casi hiere, queda descrita la inmensa aventura del buscar y del encontrar, y concretamente la inmensa aventura de la búsqueda y el encuentro del gran Ausente/Presente, del misterioso Escondido/Iluminador que es Dios.

-Buscar

Los que buscan. Son gente activa, son corazones vivientes. Tanto Samuel, el adolescente que está dispuesto para servir, como Andrés, el discípulo de Juan, debían saber o intuir que a menudo los grandes hallazgos se realizan por casualidad o por sorpresa, pero lo que no es casualidad ni sorpresa es el cultivo de un corazón viviente. Vivir sirviendo o ser discípulo, no son actitudes casuales; son elecciones que se han ido trabajando poco a poco, se han ido tejiendo al abrigo de ilusiones cultivadas con ternura y realismo. La figura de los que buscan tiene, hoy, un relieve particular. Es Dios quien llama, pero la pregunta "¿qué buscáis?", se dirige evidentemente a gente que busca. Buscar es el decorado en el que uno puede encontrar.

La situación concreta de nuestro mundo hace particularmente interesante la figura de la persona que está en búsqueda. Siempre ha sido de un gran interés esta figura, pero en momentos históricos como el nuestro -en que la universalización de modelos culturales y la aceleración de los cambios ha generado el doloroso azoramiento que tantas personas traten de olvidar detrás de una cierta anestesia de la sensibilidad espiritual- la figura del que busca es la imagen de cada uno de nosotros. Y en momentos así, la conciencia de "posesión" segura de toda la verdad, no suele ser ninguna garantía de que quien la manifiesta, la haya realmente encontrado.

-El estado espiritual de la búsqueda

¿Cuál es el estado espiritual de la búsqueda? Ciertamente hay unas condiciones antropológicas que señalan la cualidad de la búsqueda. La primera es la serenidad. Es preciso dar tiempo y calma a la búsqueda. Los cambios y las conversiones no son instantáneos. Puede ser instantáneo el detonador, el "clic" (los orientales hablarían de la iluminación), que precipita todo el proceso, pero el proceso siempre es de maduración vital; nada de lo que vive madura de golpe, y la Fe es vida. ¡Qué buena cualidad para recordar a quienes anhelan conversiones rápidas! Dejemos que los procesos avancen a su ritmo. Las conversiones y las búsquedas duran años. ¡Calma! También se necesita interés, curiosidad por el vivir, y unas ciertas ganas de novedad. También honradez y confianza en la verdad: no tenerle miedo. La verdad es buena compañera, venga de donde venga. Se puede analizar sin miedo. Es bueno ser honrado aunque ello comporte aspectos de disidencia con relación a instituciones y normas que son necesariamente provisionales y sólo limitadamente adaptadas a la vida y a las personas. Sobre todo la búsqueda pide también amor. Porque el amor aclara la verdad. Amor y Verdad, Corazón y Razón, Deseo y Palabra son polos que se enriquecen el uno al otro.

Por lo tanto, Samuel o Andrés no debían ser de estas personas que hoy decimos que van "de poste a poste" como los balones que rebotan impensadamente en las porterías de fútbol sin entrar ni salir. Eran gente con intención, con deseo, con curiosidad, con amor... Esta es la raza de los que buscan.

-Una pastoral para la búsqueda

En la Iglesia deberíamos dar a la pastoral un tono que respondiera a épocas de búsqueda, de manera que muchos se sintieran acompañados. Y esto no es ninguna exhortación a cultivar la duda por el gusto de hacerlo. Las propuestas para tiempo de búsqueda no deben ser ni ambiguas ni inseguras ni impotentes. Pero sí deben reunir algunas características que las hagan aptas para ser elementos de comunicación, como pueden ser:

* solidaridad comprensiva para con el que busca. El que cree que ha encontrado puede vivir su gozo, pero no debe considerar que los que no han tenido su suerte están movidos por la mala voluntad o son prisioneros de la debilidad. Hay mucha gente que acierta en su actuación, que da pan al que tiene hambre (como dice Jesús) y que no sabe que lo da a Dios. Pero Dios le reconocerá el detalle. Las búsquedas están llenas de hechos y sentimientos de características variadas, que constituyen estas filigranas que denominamos biografías y que solamente son inteligibles desde dentro de cada una de ellas.

* proporcionalidad de la propuesta. El evangelio está lleno de invitaciones, no de definiciones ni de reglamentos. Definir y reglamentar, en alguna ocasión puede ser una ayuda; en muchas ocasiones puede ser un estorbo muy limitante. No debemos imponer cargas que Dios no ha impuesto.

* convivencialidad serena y modesta. Ven y verás. Esta es la propuesta de Jesús: invitación en clima vital, relacional, de presencia. Nosotros quizás hubiésemos "definido la verdad", "señalado las condiciones". Jesús dice: "Ven y verás". Sin aspavientos del que busca, porque podemos decir con tono agustiniano: "No me buscarías si no me hubieses encontrado".

¡Quién está en búsqueda, no es un Hamlet enfermizo. La raza de Abraham, de Israel, está hecha de caminantes que buscan!

R. NOGUES
MISA DOMINICAL 1991/02


12.

Una vez terminado el ciclo litúrgico de Navidad-Epifania, reanudamos los domingos ordinarios del año, en los que iremos leyendo fragmentos del evangelio de Marcos. Pero hoy -como en una especie de domingo-puente- hemos escuchado un trozo del evangelio de san Juan, que nos ha hablado de la manifestación de Jesús a sus primeros discípulos. Por otra parte, hemos empezado a leer, en la segunda lectura, fragmentos de la primera carta de san Pablo a los corintios, carta que será objeto de nuestra atención a lo largo de estos domingos, hasta el inicio de la cuaresma.

Procuremos ver, primero, qué lección nos ofrece el evangelio, y, luego, qué enseñanza podemos sacar de la segunda lectura.

-Importancia de los contactos personales

Como hemos dicho, el evangelio nos ha mostrado la manifestación de Jesús a sus primeros discípulos. Contra lo que podríamos esperar esta manifestación no tiene nada de espectacular: se trata de un encuentro casi casual entre unos hombres, que hasta entonces eran discípulos de Juan Bautista, y Jesús, que todavía no había empezado su predicación pública.

El encuentro que sería decisivo para la futura evolución de la vida de aquellos hombres, se describe con palabras aparentemente banales, como si se tratara de un hecho sin importancia alguna: "Jesús se volvió, y, al ver que lo seguían, les preguntó: '¿Qué buscáis?' Ellos le contestaron: Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives? El les dijo: Venid y lo veréis'. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día." Y el evangelista añade un detalle que puede parecer más banal todavía: "Serían las cuatro de la tarde". Pero precisamente dicho detalle es una muestra más de la importancia que para los discípulos tuvo aquel primer encuentro con la figura fascinante de Jesús: para ellos fue una hora decisiva, que cambió radicalmente la orientación profunda de su vida.

Este relato del encuentro de Jesús con sus primeros discípulos es paradigmático para todos los creyentes, en el sentido de que el acceso a la fe cristiana se realiza normalmente, no de un modo espectacular y extraordinario, sino por medio de los pequeños acontecimientos de cada día, sobre todo a través de las relaciones interpersonales. Con la fe, pasa como con la amistad o el amor: ¡cuántas vidas han cambiado de rumbo porque un buen día dos personas se encontraron por casualidad y de repente comprendieron que estaban hechas la una para la otra! En cada recodo del camino podemos hallar la persona que nos conduzca a la fe o que nos la haga profundizar. Y, recíprocamente, en cada circunstancia de la vida, podemos ser nosotros para muchas personas el instrumento de acceso a la fe; sólo es necesario que mantengamos siempre abierta la puerta de nuestro corazón. El primer núcleo de seguidores de Cristo se formó a través de un tejido de contactos personales, en los que no había discursos ideológicos ni declaraciones de principios, sino simplemente un impulso a seguir a una persona que se presentaba con un atractivo especial. Así debería crecer siempre la Iglesia, a través de los contactos personales.

-El cuerpo, lugar de encuentro interpersonal CUERPO/COMUNICACION Podemos aprovechar la lección que se desprende de la segunda lectura de hoy para completar lo que acabamos de descubrir en el evangelio. Hemos visto la importancia decisiva que, tanto en el terreno meramente humano como en el campo de la fe, tienen los contactos personales e individualizados. Pues bien, estos contactos no son nunca meramente espirituales; siempre interviene en ellos la dimensión corporal de nuestra existencia, en cuanto los hombres y la mujeres no somos unos seres etéreos y desencarnados sino que, en todas las actividades de nuestra vida, actuamos como unidades indisolubles de materia y espíritu: no es que tengamos un cuerpo, es que "somos" un cuerpo, y es a través de este cuerpo como entramos en contacto espiritual con los demás.

De ahí viene la malicia de la fornicación, según las palabras de san Pablo a los cristianos de Corinto, cristianos que vivían en una ciudad famosa por sus costumbres disolutas. La fornicación es mala porque pervierte la verdadera finalidad del contacto corporal y sexual entre las personas: en lugar de ser un instrumento de compenetración espiritual, el sexo se convierte en un medio de explotación, de esclavitud, de alienación; en lugar de abrirme al otro, lo utilizo únicamente para mi placer y mi provecho. No es que los cristianos debamos tener ninguna clase de prevención contra el cuerpo y contra el sexo en sí mismos: lo que debemos hacer es saber vivir nuestra dimensión sexual y corporal como un camino para el verdadero amor: entonces, como nos ha dicho san Pablo, será verdad que "vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo", el cual "habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios".

-La eucaristía, suma de encuentros personales

Es tan importante el cuerpo para manifestar y producir el encuentro espiritual entre las personas, que Cristo mismo nos ha entregado el suyo -bajo los símbolos del pan y del vino- para que sea el instrumento de nuestra comunión con El y los hermanos.

Tengamos esto muy presente cuando, dentro de unos instantes, nos acerquemos a comulgar.

JOAN LLOPIS
MISA DOMINICAL 1988/15


13. /1S/03/10

"Habla, Señor, que tu siervo escucha". Cada domingo, la Iglesia se pone ante el Señor en la celebración litúrgica y le dirige esta súplica. Toda palabra de las lecturas y cantos, toda aparición del Señor en el santo sacrificio, son la respuesta a esta petición humilde, pero hecha con la confianza de la esposa.

Claro está que la Iglesia no reconoce con luz meridiana a su Señor y la vida que en ella circula, sino en una mirada de fe. El, con amor eterno, se lo revela todo, y le muestra lo que ella es ahora, a la vez que le muestra la vida íntima de la divinidad.

El resultado de tal revelación interior es un nuevo acrecentamiento de la vida divina. Cuanto mayor conocimiento tiene la Iglesia de lo que ya es, tanto mayor empeño pone en llegar a ser lo que debe ser. Otra vez nos es dado comprobar la inseparabilidad de lo místico y lo moral en la liturgia; ésta es la mejor maestra de moral. El creciente conocimiento despierta un amoroso celo, y la siempre nueva participación de la vida divina comunica fuerza para obrar.

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO II
EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 237


14.

-Venid y veréis (Jn 1, 35-42)

Me parece importante subrayar esto: se elige a los discípulos de Cristo en el ambiente en que viven y en su propia condición social y profesional. Los que han de seguir a Jesús son hombres como los demás y, como ellos, insertos en su propio ambiente y dedicados a su profesión. Sin embargo, esto no les impide ocuparse de lo que les parece esencial: el significado de su vida y el de la vida de su país. Se habían agrupado en torno a Juan Bautista como se agrupaban los judíos en torno a un Rabí. Pero pasa por allí Jesús, y con esta circunstancia todo va a experimentar una profunda transformación en la vida de los discípulos que en aquel momento están con Juan Bautista. Juan no está apegado a su doctrina y a su espiritualidad; forma discípulos no para él ni a su medida, sino para Jesús y para la reconstrucción del mundo. Por eso señala a Jesús a sus discípulos; al verle pasar, le designa con términos precisos que no dejan lugar a vacilaciones a aquella gente que conozca la Escritura: "Este es el Cordero de Dios", al que el profeta Isaías anunciaba de idéntica manera (Is 53).

No podemos olvidar que el evangelista Juan representa el pensamiento de los primerísimos tiempos de la Iglesia. Para ésta Juan Bautista es el testigo por excelencia de la realización de las promesas del Antiguo Testamento; es el lazo de unión entre éste y la nueva era que Cristo inaugura, el que lleva sus discípulos a Jesús que abre la nueva era. Los dos discípulos se dan cuenta de esto; por eso dice Andrés a Simón: "Hemos encontrado al Mesías". Y lleva a su hermano a Jesús. Esta vez es un discípulo de Cristo el que llama a otro a seguir a Jesús. Jesús se le quedó mirando y dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas".

Sería inútil y demasiado largo entrar en los detalles terminológicos de este pasaje evangélico; sin embargo, no carece de importancia subrayar, como ya hemos hecho en ocasiones, la exactitud con que Juan utiliza las palabras.

La pregunta de Jesús al ver que le siguen los dos futuros discípulos -"¿Qué buscáis?"- no es una frase cualquiera. San Juan la pone en labios de Jesús en dos sitios; en el huerto de los olivos, al llegar los que quieren prenderle, les dice Jesús: "¿Qué buscáis?" (Jn 18, 4). Cuando María Magdalena va al sepulcro de Cristo, oye de labios del que ella había tomado por el hortelano: "¿Qué buscas?" (Jn 20, 15). En realidad se trata de una manifestación del conocimiento que Jesús tiene de la intimidad del corazón. El lo sabe todo antes de que le den una respuesta, pero la provoca. Cuando los futuros discípulos le preguntan "¿Dónde habitas?", no sólo se trata de una pregunta de quien quiere hacerse discípulo y se informa de dónde vive el maestro al que trata de seguir en su doctrina, sino que para Juan la palabra "habitar" ha adquirido un significado más hondo. En numerosos pasajes de este evangelio, la expresión "habitar" (y otras de sentido equivalente, como "vivir", "permanecer"...), entraña un rico significado: "EI que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él" (Jn/06/56); "Habitad en mí como yo en vosotros" (Jn 15, 4); "EI que habita en mí y yo en él...," (Jn 15, 5, 7, 9). El evangelista insiste sobre todo en su Prólogo: "La Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14).

Así, pues, se nos invita a ir más allá del sentido material de los términos para descubrir en ellos un haz de alusiones doctrinales. Y lo mismo la invitación de Jesús a "ir y ver". El "Venid y veréis" no se limita a aquel único caso. Para san Juan, el "Ver" es el punto de partida de la fe y de una actitud nueva: "Muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía" (Jn 2, 23); "¿Y qué signos vemos que haces tú para que creamos en ti?" (Jn 6, 30); "Que todo el que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna" (Jn 6, 40); "Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él" (Jn 11, 45); "Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto" (Jn 14, 7); y cuando la visita de los dos discípulos al sepulcro de Cristo resucitado, el discípulo que llegó antes que Pedro "vio y creyó" (Jn 20, 8). Estas actitudes deben ser también las nuestras: buscar, ir, ver y creer. Llegar a ser hijos de Dios por haber abierto las puertas al llamamiento de Cristo, es el canto del Aleluya. 

-Ser llamado, oír la llamada y seguirla (1 Sam 3, 3...19)

A propósito del joven Samuel, el Antiguo Testamento ofrece un emotivo ejemplo de este llamamiento. En el Antiguo Testamento encontramos numerosos ejemplos de llamada divina, llamada para una función de servicio a todo el pueblo, llamada imperiosa pero que deja libertad de respuesta. Así, en Isaías veremos al Señor quejarse de haber llamado y de no haber recibido respuesta a su llamamiento (Is 65, 12). Sin embargo, antes de responder a la llamada, la cuestión está en saber si es el Señor el que llama; así ocurre en el caso de Samuel. Ni siquiera viviendo en el santuario está el hombre seguro de que oye a Dios, y no se fía, o incluso no puede imaginar que Dios quiera entrar en diálogo íntimo con él. La llamada conllevará a menudo sufrimiento para el elegido. El llamado, el elegido, es también el siervo (Is 41, 8; 43, 10) que personificará para el mundo entero en qué consiste escuchar el llamamiento y llevar hasta el final la respuesta.

El salmo de meditación expresa muy bien la respuesta a la llamada: "Aquí estoy para hacer tu voluntad. Yo esperaba con gran esperanza al Señor; él se inclinó hacia mí. Puso en mi boca un cantar nuevo, un himno a nuestro Dios" (Sal 39).

EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5 
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 99-102


15. J/CORDERO CORDERO/PASCUAL FE/IDEOLOGIA 

No. La fe no es ideología. No es una serie de verdades que alguien nos enseña y que nosotros aprendemos y aceptamos; ni unos principios que nos son impuestos desde fuera de nosotros. La fe cristiana es la aceptación de un modo de vivir, consecuencia de una experiencia de liberación y felicidad.

EL CORDERO DE DIOS

"Al día siguiente, de nuevo estaba presente Juan con dos de sus discípulos, y fijando la vista en Jesús, que caminaba, dijo:

- Mirad el Cordero de Dios.

Al escuchar sus palabras, los dos discípulos siguieron a Jesús".

Juan Bautista, al presentar a Jesús a sus discípulos, lo llama "El Cordero de Dios". Para los israelitas, la imagen del cordero recordaba siempre la experiencia fundamental de su pueblo: la liberación de sus antepasados que vivieron esclavos en Egipto.

Según cuenta el libro del Éxodo (12, 1-14), una noche de primavera, en todas las casas de los esclavos israelitas de Egipto se sacrificó y se comió un cordero. Con la sangre de aquel cordero pintaron los dinteles de las puertas, y aquella señal libró de la muerte al primogénito de cada familia. Después, una vez asado, comieron aquel cordero de pie, preparados para emprender un largo viaje: el camino de la liberación. Aquélla fue la última noche de esclavitud o, mejor, la primera de libertad, pues aunque todavía estaban en la tierra de opresión, Dios ya había decidido que, a la mañana siguiente, los esclavos saldrían de Egipto para formar un pueblo de hombres libres. Desde entonces, todos los años, al comenzar la primavera, los israelitas celebraban una fiesta en la que toda la familia se reunía para conmemorar la liberación que habían alcanzado por la fuerza del amor de Dios.

En aquella fiesta volvían a sacrificar y a comer un cordero: el cordero pascual, que recordaba el paso y la presencia del Dios liberador entre su pueblo.

Al señalar a Jesús como "El Cordero de Dios", Juan Bautista está anunciando que Dios ha decidido intervenir otra vez en la historia de los hombres para poner en marcha un nuevo proceso de liberación, a punto ya de comenzar. Y en ese nuevo camino hacia la libertad, en este nuevo éxodo, Jesús, "El Cordero de Dios", jugará un papel decisivo: como en el caso del cordero pascual, su vida y su sangre derramada serán fuente de vida y liberación.

"¿QUE BUSCÁIS?"

"Jesús se volvió, y al ver que le seguían, les preguntó.

-¿Qué buscáis?"

Alrededor de Juan Bautista se habían reunido muchos que se consideraban sus discípulos. Pero él no era maestro y nunca se tuvo por tal; había venido sólo a preparar el camino y a dar testimonio. Así lo había descrito Juan, el evangelista, en el prólogo de su evangelio: "No era él la luz, vino sólo para dar testimonio de la luz" (Jn 1, 8). Por eso, cuando apareció el que tenía más derecho, según palabras del mismo Bautista, lo señala ante sus discípulos, invitándoles así a marcharse con él: en seguida, en cuanto reconoce a Jesús como el enviado del Dios liberador, sin intentar mantener consigo ni un solo momento a aquellos que se le habían acercado. Y los que mejor lo habían entendido se marchan siguiendo al que acababa de llegar.

Y empiezan a caminar tras él, en silencio, como si no se atrevieran a decirle nada. Hasta que Jesús toma la iniciativa, se dirige a ellos y les pregunta qué es lo que buscan.

"VENID Y VERÉIS"

"Le contestaron:

-Rabbí (que equivale a "Maestro"), ¿Donde vives? Les dijo:

-Venid y lo veréis".

Su respuesta es otra pregunta: "Rabbi (que equivale a "Maestro"), ¿dónde vives?" No le preguntan por su doctrina, aunque lo aceptan como maestro, sino por su vida. El evangelista, al narrar la escena de esta manera, nos está indicando algo muy importante en la fe cristiana: no se trata de aprender una doctrina, sino de compartir la vida, de conocer directamente el modo de vivir que Jesús va a proponer a todos los que decidan unirse a su camino. Por eso la respuesta de Jesús no es un discurso, sino una invitación a la experiencia: "Venid y lo veréis".

Y lo que vieron, lo que experimentaron, tuvo que llenarlos de satisfacción, puesto que "aquel mismo día se quedaron a vivir con él". Y en seguida uno de ellos, Andrés, siente la necesidad de compartir aquella experiencia y va a buscar a su hermano para llevarlo a Jesús: "Uno de los dos que escuchaban a Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro; fue a buscar primero a su hermano carnal Simón y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías..."

Nosotros tenemos fe. Pero ¿a qué experiencia responde esa fe? ¿En qué consiste la experiencia que nos mantiene en ella? ¿Nos mueve a buscar a aquellos que más queremos para invitarlos a compartir nuestra alegría?

El primer paso para llegar a la fe en Jesús Mesías, el Cordero de Dios, es ver en algún grupo, en alguna comunidad, el modo de vida que resulta después de alcanzar la liberación que él ofrece. Si alguien se acercara a nosotros preguntando cómo es la vida de los cristianos, intentando averiguar en qué se nota que un grupo de personas son cristianas, ¿cuál sería nuestra respuesta? ¿Podríamos quizá decirles "ésta es nuestra experiencia, "venid y veréis"?

Tenemos que tener mucho cuidado, porque en lugar de fe podríamos estar viviendo y ofreciendo pura ideología.

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 33


16.

Hay primero un tiempo -puede que mucho- en el que todavía no conocemos. ("Aún no conocía Samuel al Señor"). Quizá nos hayamos cruzado con Él. Puede que hasta hayamos escuchado su Palabra. Pero se trataba sólo de una palabra entre muchas; todavía no nos ha salido al paso como una Palabra dicha a nosotros. Cristo no ha llegado a ser para nosotros, todavía, un rostro concreto que nos llama; menos aún, alguien que nos ama, que nos puede salvar.

Un buen día, de entre una muchedumbre de rostros iguales, anónimos, hay uno que se destaca de golpe. Y le reconocemos. Bien porque alguien nos lo presenta: "Fijándose en Jesús que pasaba, Juan dijo: Éste es el Cordero de Dios". O porque alguien nos ayuda a reconocer su voz: 'Elí comprendió que era el Señor que llamaba al muchacho, y dijo a Samuel: Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: Habla, Señor, que tu siervo escucha'. El caso es que, un buen día, llegamos a comprender que es el Señor.

Ahí empieza nuestra aventura. Nos sentimos llamados, interpelados. Sentimos que un horizonte nuevo se nos pone delante; una fuerza diferente, una vida diferente, una ilusión hasta ahora desconocida. Pero nada más, todavía. Todo está preparado, a la espera de nuestra decisión. Todo pendiente de nosotros: de lo que nosotros hagamos, de la actitud que tomemos.

`Los dos discípulos oyeron sus palabras, y siguieron a Jesús'. Ahora sí. En ese momento se pone en marcha un plan acariciado desde siglos en el corazón de Dios. Hay en el cielo un repique de campanas. Porque un hombre libremente, ha empezado a responder que sí. Y el amor de Dios, que estaba como esperando, tiene ya una puerta para entrar. Una pregunta sencilla: "Maestro, ¿dónde vives?" Y la respuesta inmediata: 'Venid y lo veréis'

Venid y lo veréis. Es una invitación a compartir un pedazo de la vida de ese Jesús al que nos han presentado, al que hemos descubierto. A vivir la experiencia personal de encontramos con Él. Una invitación y un programa.

Y luego, al contacto con su corazón, viendo cómo vive y lo que piensa, Conociendo de cerca sus proyectos, y sus inquietudes, compartiendo unos días su techo y su pan, su vida fascinante..., irá naciendo, en el que llega, una admiración primero, una amistad después. Y, por último, la decisión: vale la pena seguir a un hombre así, hacerse su discípulo.

Luego, claro, la noticia se extiende. Porque es imposible guardar para sí una alegría que nos está haciendo brincar el corazón. (¿Puede acaso un enamorado disimular esa emoción que se le asoma, hecha brillo, a los ojos?) Y salimos por ahí comunicando a otros que, por fin, hemos encontrado a alguien que ha dado sentido a nuestra vida. 'Hemos encontrado al Mesías'.

Y la cadena sigue, y sigue. Hasta nosotros. Hasta ti.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B. GRANADA 1993.Pág. 87 s.


17.

DE VIDA EN VIDA

Su voz, al principio, nos llega a través de otro. Suele ser así. Otro, que antes ha llegado a conocerlo y se ha sentido enganchado por Él; tan enganchado, que lo va contagiando. La fe nos llega por el oído; o por los ojos, que viene a ser igual. Nos viene como de fuera (todavía no percibimos que Él ya está dentro, moviendo los hilos de nuestro corazón). Escuchamos, sí, una voz que nos llama; pero todavía no sabemos que es su voz. 'Aún no conocía Samuel al Señor'. Por eso necesitamos que otro nos ayude; que, con su experiencia, nos enseñe a reconocerlo. Es así como la fe va pasando de boca en boca, de vida en vida. ¡Benditos los testigos que, tantas veces al precio de su sangre, han hecho posible que la fe llegue viva hasta nosotros, caliente como un pan recién cocido!

"Venid y lo veréis".

Pero no es bueno quedarse ahí, en esa fe como prestada, como venida desde fuera. Uno tiene que responder desde dentro, ponerse en movimiento, salir al encuentro de esa voz que nos llama. 'Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús'. Porque hay un límite, una línea divisoria que Él jamás atravesará sin ser invitado. Mientras no se nos ponga el corazón en marcha, Él seguirá ahí, y nosotros aquí. Por eso hemos de interesarnos, salir en su busca hasta descubrirlo con nuestros propios ojos: 'ver'. Y, luego, conocerlo. Sin roce, sin dar tiempo al tiempo para que su voz se nos haga familiar, sin horas echados a sus pies bebiendo su Palabra, ¿cómo va a írsenos entrando por el alma? ¿Cómo vamos a llegar a descubrir el tesoro que nos trae?

"Fueron, vieron... y se quedaron con Él".

Quedarse con Él es tomarlo, en adelante, como único Maestro. Es dejar atrás la duda, ese ir dando tumbos sin sentido por el pecado y por la muerte, y entrar en el horizonte abierto de la vida. Es dejar a Juan -la espera, la promesa- y entrar en la Buena Noticia que nos salva. Es entonces cuando nos damos cuenta de que todo ha cambiado. Parecía que éramos nosotros quienes íbamos tras Él, y ahora descubrimos que era Él quien nos buscaba. Ha bastado, por nuestra parte, el gesto de abrir la puerta, y Él se nos ha entrado en el corazón: se nos ha manifestado. A partir de ese momento, ya no seremos nosotros: será Él quien viva en nosotros. Nuestra vida habrá tomado un rumbo diferente: el suyo. Todo lo empezamos a ver con otros ojos: los suyos. Todo tiene ya un sentido nuevo, desde la risa hasta la cruz. Ya vale la pena vivir. Y morir.

"¡Hemos encontrado al Mesías!".

Es inevitable. Aunque quisiéramos, no podemos guardar para nosotros la noticia que nos ha hecho felices. El buen olor se expande. No se puede ocultar por mucho tiempo la alegría: la dicen primero los ojos, luego el semblante, de ahí pasa a los labios y a la vida. Andrés, tras una tarde pasada con Jesús, ha descubierto en Él todo lo que su pueblo venía soñando, y esperando, desde siglos; ¿cómo va a callarse? Lo dice a Pedro, al resto de su gente, a cuantos va encontrando por el camino. Unos dicen: ¡está loco!; otros, pocos quizá, deciden probar fortuna, conocerlo. Y así, primero la noticia de Jesús, después Jesús mismo, irá extendiéndose, cambiando la faz de la tierra, salvando. Es el camino -maravilloso- que Él ha escogido: una Iglesia misionera.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B. GRANADA 1993.Pág. 88 s.