31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO VI DE PASCUA
12-19


12. /Jn/15/09-11 EV/MANDAMIENTOS A-D/GRATUIDAD AGAPE/EROS

"Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor".

Para comprender esta expresión de Jesús es necesario evitar una interpretación de la palabra "mandamientos". Todos pensamos inmediatamente en los mandamientos de la ley de Dios o de la santa Iglesia, en lo que está mandado o prohibido.

No se trata de una lista de disposiciones sino de un mensaje.

No es un código, sino un evangelio y es precisamente este evangelio el que es acogido como palabra de Dios y es "guardado", o sea, debe hacerse principio que guía nuestra conducta.

El problema no es sentirse satisfecho porque nuestros comportamientos resultan reglamentarios, sino entrar en esta dinámica del amor.

"Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor". (Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo". "Me amó y se entregó a la muerte por mí").

De estas frases y de otras parecidas es de donde únicamente puede brotar la figura del cristiano.

Cristiano, esencialmente, es alguien que sabe que es amado.

Debiéramos reflexionar con frecuencia en este aspecto típicamente "pasivo" de nuestra existencia cristiana. Debiéramos tener la experiencia de sentirnos objeto del amor de Dios: me amó y se entregó a la muerte por mí". Uno comienza a ser cristiano cuando va descubriendo -no con la cabeza sino en la historia de su vida- el amor personal de Dios a él.

En el N.T. el amor de Dios se expresa con la palabra ágape.

El ágape es completamente distinto del eros: el amor pagano. El ágape, el amor de Dios, es espontáneo, gratuito, es decir, sin motivo, indiferente a los valores. Es inútil buscar en las cualidades del hombre la causa del amor de Dios.

Un amor sin motivo. No significa carente de razón, sino sin motivo exterior. El amor de Dios no se basa en un motivo extraño a él. El motivo del amor de Dios reside exclusivamente en Dios. El ama porque su naturaleza es amar, y basta. Dios es amor.

Un amor "motivado" es un amor humano. Un amor sin motivo es divino. El ágape, por esta razón, es indiferente a los valores, a las cualidades. Dios ama al pecador no a causa del pecado, sino a pesar del pecado.

Y Dios ama a los justos no por su buena conducta. Si los amase por esto, su amor perdería las características de ágape, o sea, de espontaneidad, de gratuidad.

Toda la revelación cristiana es anuncio de la gratuidad, de lo que no nos es debido, exigido, sino dado gratuitamente por amor, por un don de amor y de misericordia.

La revelación cristiana es un largo mensaje de gratuidad: "sin pagar os rescataré" (Is 52, 3); "al sediento yo le daré a beber de balde de la fuente de agua viva" (Ap 21, 6); "por favor de Dios soy lo que soy" (1 Co 15, 10).

En esta gratuidad que nos ha revelado la palabra de Dios somos "más" de lo que podríamos pensar con todo nuestro pensamiento, somos más fuertes y más vivos de cuanto pueden nuestras fuerzas. Por eso Tertuliano escribía: "El cristiano es más que un hombre".

Este es el mundo de los cristianos, el mundo de los que creen que todo es don, gracia, pura generosidad del amor de Dios para con nosotros.

Creerlo en el corazón es lo único que pueda hacernos felices.


13. CON-D/A-H  CR/ELEGIDO

"Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado".

Parece que se rompe la lógica de lo que Jesús venía diciendo: si el Padre le ama y Jesús nos ama, lo normal y lógico sería que nosotros amáramos a Jesús y él amara al Padre.

Sin embargo, la conclusión es otra; Jesús transforma el amor que le tiene el Padre en amor a los hombres y nos pide que nosotros hagamos lo mismo.

A continuación Jesús revela a sus discípulos de qué forma les ama: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Este es el amor que a él le llevará a la muerte dentro de pocas horas. Así es como deben amar quienes le sigan. Sólo estos pueden ser creyentes, porque únicamente a través de la experiencia de un amor desinteresado y total podemos conocer a Dios.

Los que cumplan su mandamiento nuevo serán sus amigos. Esto es sorprendente: que Jesús llame a los creyentes, a los discípulos, sus amigos.

La amistad suele definirse normalmente en términos de igualdad, de mutua ventaja e interés. ¿En qué sentido podría decirse que sus discípulos son amigos de Jesús? La respuesta solamente podría darse partiendo de una nueva definición de la amistad. Jesús no tiene intereses comunes con sus discípulos, él no gana nada con sus amistad. El es su Señor. Lo natural sería considerar a los cristianos como discípulos o como siervos. pero ahora les llama amigos por la única razón de que les ha elegido para que sean sus amigos y les ha amado hasta el extremo.

Como amigos de Jesús los discípulos han entrado en el "ámbito vital" de él, de tal modo que también Dios lo pone todo a disposición de ellos.

Jesús define la amistad por dos rasgos: la confianza plena y la prontitud para dar la vida. El, que va a morir por ellos, no tiene secretos para ellos. Lo que Jesús les ha comunicado, por haberlo oído del Padre, es su designio sobre el hombre y los medios para realizarlo. Es precisamente la persona y la actividad de Jesús las que revelan al Padre, pero no dando definiciones sobre el ser de Dios, sino mostrando con su actividad que el Padre es amor sin límites y trabaja en favor del hombre.

La comunicación entre amigos no es ya la de maestro a discípulo: ha terminado el aprendizaje, porque Jesús se lo ha comunicado todo. Ahora los verbos que describen la relación de Jesús con los discípulos son: "quedarse, seguir conmigo, permanecer en mi amor", que indican compañía, cercanía, compenetración, es decir, situaciones vitales que van mucho más allá de la enseñanza. Se puede aprender sin enseñanza, por sintonía y comunión.

"No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os ha elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure".

En cierto modo, Jesús ha elegido a la humanidad entera, puesto que ha venido a salvar al mundo. Al acercarse el hombre a Jesús esa elección queda concretada y realizada por la acogida de Jesús. La frase expresa la experiencia de todo cristiano, que, aunque consciente de su opción libre, sabe que no puede atribuir sólo a su iniciativa la condición de miembro de la comunidad de Jesús. Su acercamiento a él ha sido únicamente una respuesta. Esta conciencia es el fundamento de la acción de gracias.

La idea de ser elegidos, de ser llamados atraviesa toda la Escritura, pasa del pueblo antiguo al nuevo y señala toda nuestra vida. Cada uno de nosotros ha sido contemplado con amor "desde siempre", ha sido "atraído" y transformado por el amor que cura y santifica.

Nosotros no carecemos de nombre, no somos un número más arrojado a un universo extraño; no vivimos por casualidad; no somos huérfanos, ni hombres sin morada fija. Hemos sido elegidos en la persona de Cristo -desde antes de la creación del mundo- para ser santos e irreprochables ante él por el amor" (/Ef/01/04). "Nos predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos" (/Rm/08/29). Así sabemos "qué magnífico regalo nos ha hecho el Padre; que nos llamemos hijos de Dios, y además lo seamos" (1Jn/03/01).

¿Qué más hay que saber para estar convencidos de que hemos sido amados gratuitamente? Se comprende entonces la alegría y el entusiasmo que acompaña siempre, en todas las circunstancias de la vida, a la persona que cree en esta palabra de Jesús: "os he hablado de esto para que mi alegría esté con vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud".

Yo no soy flor nacida para todos los vientos,
 ni camino perdido para todos los pasos.
Yo no soy pluma suelta de destinos y acasos
arrojada a los aires cual despojo maldito.
Yo he nacido a la sombra de un mandato infinito,
de un misterio fecundo,
donde en letras de estrellas mi sendero está escrito.
Yo he venido a la vida con un nombre bendito.
Yo no soy hospiciano de las patrias del mundo.

J. M. PEMAN


14.

-1. Primera afirmación: «Dios es amor» La vida se puede dar por oír estas palabras. Sólo esta revelación sería suficiente para poner a la Biblia como el primero de los libros. Es lo más liberador que jamás se haya afirmado.

No fue fácil llegar a esta definición de Dios. Siempre se identificaba más a Dios con el poder, con la majestad, con la justicia. Se llega a definirle por la transcendencia: Dios es el que es, el nombre que no tiene nombre, el Santo, el Otro, el distinto.

Ahora se dice que Dios es amor. Esto supone una verdadera revolución, un giro copernicano en todos los conceptos relativos al ser, a la vida, a la muerte, a la historia, a todo lo esencial de las cosas.

Decir que Dios es amor, quiere decir que la realidad última de Dios y de todo el ser, que la realidad fundante y plenificante de todas no es la fuerza bruta, sino el amor. Que lo último de todo no es el poder o el placer o la fatalidad, o la muerte, sino el amor. El amor es el alfa y la omega. Lo último que se quiere y a lo que se tiende. «Amare amaban», amaba amar (San Agustín).

Decir que Dios es amor, quiere decir que todo lo que hay en Dios es amor.

Decir que Dios «es» quiere decir que Dios ama. El amor no es una parte integrante de su naturaleza, como pudiera ser la sabiduría o el poder, sino que es toda su naturaleza. Entonces, su sabiduría, su poder, su libertad, su justicia y todo lo que hay en Dios se realizan desde el amor. No puede hacer nada si no es amado.

Decir que Dios es amor, quiere decir que el amor es lo que diviniza, que el amor no sólo es el camino que nos lleva a Dios, sino Dios, que «todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios». Dondequiera haya una chispita de amor, allí está Dios.

Cuando amamos podemos decir: Dios está en mi corazón o yo estoy en el corazón de Dios. Dios se pone siempre a tiro de corazón, porque Dios es un inmenso corazón. Para ser santo no hace falta hacer cosas raras. Lo que hace falta es amar mucho, amar siempre, amar en todo. Los santos son los que se esfuerzan por «ser amor», aunque sea con minúscula.

2. Segunda afirmación. Dios-Amor toma rostro en Jesús

Todo el amor de Dios, todo el Dios-Amor, se ha manifestado en Jesucristo: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo». El Amor toma cuerpo y rostro humanos; se hace cercano y tangible; adquiere sentimientos y formas humanas de amar.

Conocemos ya un poquito el amor de Cristo. Fue un sol que iluminó nuestra noche. Fue, como él mismo diría, el fuego que empezó a encender la tierra. El fue el que enseñó de verdad a los hombres lo que es y lo que significa amar.

Por acercarnos sólo un poquito al misterio de su amor, podemos hablar de: --Su gratuidad. El ama primero, no busca razones ni motivos ni siquiera finalidades. Su amor es puro don, sin exigir recompensa alguna. Es un amor totalmente limpio de todo apego y egoísmo. Amor cien por cien, en toda su pureza.

Tampoco busca méritos, cualidades o polos de atracción; no es que se vea atraído por algo amable, sino que con su amor lo hace todo amable. La razón de su amor está en la misma naturaleza de su ser. «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido».

--La generosidad. Es un amor que lo da todo y se da del todo y se da a todos. Cristo es puro don, pero el don más grande es el de su amor.

Cristo en sí es el don más grande de Dios a nosotros. Nos dio su amistad y su cercanía y su presencia inacabable. Nos dio su palabra, que sabía a vida eterna. Nos dio su gracia liberadora: cada vez que bendecía, acariciaba o tocaba la carne enferma. Nos dio su pan, en el gesto inolvidable del compartir. Nos dio su cuerpo y su sangre, vida del mundo. Nos dio su vida: «Nadie tiene amor más grande...». Nos dio, en fin, lo más precioso, lo que valía más que su vida, nos dio su Espíritu, la vida de su vida.

Por eso decimos que el amor de Cristo no es en nada posesivo ni absorbente ni acaparador. Es un amor totalmente oblativo, libre y liberador.

--La incondicionalidad y ruptura de límites. No ama sólo en el caso de que se cumplan ciertas exigencias y condiciones. Está ahí, como una oferta absoluta, un pliego en blanco. Lo único que hay que hacer es aceptarlo.

Quiere decir que su amor será para siempre, aunque nosotros fallemos, aunque nos olvidemos, aunque no sepamos corresponder. Ama a cada persona independientemente de sus cualidades o sus comportamientos.

Quiere decir que su amor no tiene límites; rompe todos los condicionamientos y limitaciones humanas y se transciende. Por eso «disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites» (l Cor. 13, 7). Supera incluso el límite de la muerte; por eso «el amor no acaba nunca». Es una llama que nunca se apaga ni se consume; los vientos y las dificultades la hacen crecer. Este amor es definitivo.

Aquí tendríamos que hablar también de la intensidad de su amor, donde también rompe los límites. La delicadeza y la fuerza de sus sentimientos llegan hasta el fin. Ama con ternura y con pasión, ama con respeto y con paciencia, ama con desvelo y dedicación, ama con todos los matices e intensidades de su poderoso corazón. Su amor es la más bella y rica sinfonía.

Y habría que decir también que ama a todos, rompiendo los límites particularistas y nacionalistas. Un amor universal. Pero también es verdad que tiene sus preferencias. ¿Sabéis cuáles? Pues ama preferentemente a los que más necesitan de su amor, es decir, los pobres, los pequeños, todos los que sufren.

3. Tercera afirmación. Nuestra ley y nuestra vida es el amor

Esta es la última palabra de Jesús: no que recemos mucho, que ayunemos rigurosamente, que trabajemos y produzcamos con eficacia, sino que nos amemos como él nos ha amado. Y es una conclusión lógica. El amor es energía creadora y difusiva. Dios pone en nosotros esa energía para que se desarrolle.

Amándonos, cumplimos todas las leyes. Pero no se trata de eso. Amándonos, vivimos; amándonos, crecemos; amándonos, somos.

El amor no es un mandamiento, sino una necesidad. «El que no ama está muerto», y el que no es amado enferma de muerte.

Cuando se ama, todo revive y todo se ilumina; la carga más grande se hace llevadera, el sufrimiento más fuerte resulta gozoso. El amor es siempre gratificante. Cuando Santa Perpetua fue encarcelada en Cartago, a. 202, pintaba así aquel calabozo: «Jamás había experimentado tinieblas semejantes. ¡Qué día aquel tan terrible! El calor era sofocante, por el amontonamiento de tanta gente; los soldados nos trataban brutalmente; yo, por último, me sentía atormentada por la angustia de mi niñito... Por fin, logré que el niño se quedara conmigo, y al punto me sentí con nuevas fuerzas... y súbitamente la cárcel se me convirtió en un palacio, de suerte que prefería morar allí antes que en ninguna otra parte».

¿Véis? El amor es capaz de convertir una mazmorra en un palacio; un lugar cercano al infierno en un lugar cercano al paraíso. Y es que el amor es el paraíso.

-Abrir el corazón al otro

El amor mutuo tiene que ser concreto y liberador. Valen los sentimientos, pero no bastan. Hay que amar también con el servicio y la ayuda. Hay que abrir el corazón al otro, pero hay que tenderle también la mano liberadora.

Tenemos hoy un ejemplo en el gesto de Pedro, que no permite que un hombre esté postrado a sus pies. Pedro extendió su mano y lo levantó. Es todo un símbolo. Tenemos que liberar al hombre de todas sus postraciones y levantarlo de todas sus caídas. Viene a ser continuación de aquel gesto de Jesús, que levantó a la suegra de Pedro o a la niña muerta, y eco de su palabra: «Levántate».

Nuestra tarea es tender la mano a todos los que están caídos y a todos los que se doblan. Y no permitir que haya nadie doblegado, humillado, oprimido por nadie. «Soy un hombre como tú», decía Pedro, o «eres un hombre como yo», podemos decir nosotros. O sea, defensores de la dignidad y los derechos de todas las personas. Con este gesto, Pedro ya se está anticipando a muchas de nuestras revoluciones.

Testimonios

Este gesto de Pedro no se olvidará. Cuando, por ejemplo, Pablo asiente el principio de que hay diferencia entre esclavo y libre, está interpretando este gesto. Cuando Bartolomé de las Casas defienda la dignidad de los indios, está llevando a la práctica este gesto. Cuando Pedro Claver cargue sobre sus espaldas a los negros en Cartagena de Indias, está reiterando este gesto. Cuando todas las madres Teresas de turno se inclinen sobre los más tirados de la vida, está completando este gesto.

Es también una derivación de lo que decía Jesús: «Ya no os llamo siervos». Ya no hay siervos. Todos somos libres, iguales y hermanos. («Liberté...»). La gente a veces se mata luchando para que nadie esté por encima. Nosotros tenemos que matarnos en la lucha para que nadie esté por debajo.

CARITAS
UN AMOR ASI DE GRANDE
CUARESMA Y PASCUA 1991.Pág. 228-232


15.

¡ALEGRÍA!

ALEGRÍA: una palabra que debería predicarse más, porque es una parte importante del mensaje de Jesús. Y que también debería notarse mucho más en la vida de los cristianos: nunca la tristeza fue camino para la santidad, sino todo lo contrario. Los cristianos tenemos sobradas razones para estar siempre alegres. Hoy la Palabra de Dios se encarga de refrescarnos la memoria.

Alegría: la de Jesús. Jesús era un hombre que vivía en estado de alegría. Le nacía de lo hondo, de la raíz de un corazón en paz, de la perfecta sintonía con la voluntad del Padre. Y quería transmitirla, dejarla en testamento a los que lo siguieran. «Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud».

Alegría: la nuestra. La de saber que «Dios es amor". Y ama tanto, que «mandó a su Hijo al mundo para que vivamos por medio de él». Un amor que transmite vida, que perdona, que no quiere la muerte, ¿no es una alegría?

Alegría: la de saber que el amor salvador del Padre no tiene fronteras.

"Está claro que Dios no hace distinciones". ¡Qué bonito ver a Pedro saltándose viejas costumbres y prejuicios, y dando, también a los gentiles, el tesoro que había recibido de Jesús! La alegría no es amiga de jaulas: está hecha para volar sin líneas divisorias, en plena libertad.

Alegría: la de saber que no somos siervos de Jesús, sino que nos ha hecho sus amigos; y la amistad, al ser vida que se comparte, es fuente de alegría. "A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he dado a conocen". ¡Y cómo nos alegran el corazón las noticias que nos llegan del Padre!

Alegría: la de saber que lo que nos pide el Señor es algo maravilloso: «Hermanos: amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios». Impresionante, increíble; ¿he leído bien?: «Todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios». Y todavía añade, por si fuera poco: "Quien no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor".

Alegría: la de saber que Él nos ha elegido. Que ha confiado en nosotros hasta el punto de enviarnos como misioneros, como continuadores de su obra. «Soy yo quien os he elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure»...

¡Alegría, pues, amigos! Si los cristianos, después de tantos motivos para estar alegres, no somos auténticos testigos de la alegría, en medio de este mundo acorralado y crispado, es que algo está fallando. ¿Se estará, quizá, secando el venero de nuestra fe en Cristo resucitado?

¡Alegría! ¡Aleluya!

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas
Ciclo B. GRANADA 1993.Pág. 71 s.


16.

Mensaje actual

Este domingo 6 de pascua nos prepara para la ascensión, que es despedida y nos introduce en el corazón de nuestra fe cristiana, de nuestra conducta como cristianos y en el misterio de Dios. Jesús nos llama a un comportamiento cristiano, al ejercicio del amor al prójimo activo y efectivo y nos revela el alcance de este comportamiento que nos introduce en la experiencia divina. Todo se explica mediante una pequeña palabra dos veces repetida: la palabra «como». Como Jesús amó al Padre y cumplió su voluntad, así deben sus discípulos amarle a él y cumplir sus mandatos. Y respecto al prójimo, debemos amamos unos a otros como él nos ha amado.

Es un exigente programa de vida. El amor de Jesús al Padre y a los hombres fue heroico. Se nos pide, por tanto, un heroísmo para nuestra vida. La perfección cristiana es un esfuerzo continuado por dar plenitud de igualdad a ese término medio de la comparación: "como yo".

El amor de Jesús al Padre, expresado en cumplir su voluntad, fue el alimento de su vida (Jn 4, 34). Respecto a los hombres, los amó hasta el extremo de dar la vida por ellos y puso el amor fraterno como distintivo de los suyos. Pero el amor se demuestra más en obras que en palabras. Amor y mandamientos son dos palabras que la mentalidad del mundo fácilmente disocia, pero que Jesús intencionadamente junta. Porque una es garantía de la otra y ésta efecto de la primera. Amar es cumplir la ley entera. El que ama a Dios no hará nada que ofenda a Dios y el que ama al prójimo no hará nada que moleste al prójimo. El resultado es la alegría perfecta (v. 11) como un anticipo de la dicha eterna. ¡Guardar los mandamientos produce alegría perfecta! Importante para los que rechazan los mandamientos para vivir alegres.

Esta insistencia en el amor de obras es necesaria para evitar la confusión de conceptos. Entre madurez y podredumbre existe sólo un paso. Lo mismo sucede con el amor y el egoísmo. Amor es darse aun con sacrificio de sí mismo. Egoísmo es buscarse poniendo a los demás al servicio del interés propio.

Muchos piensan que el amor es sentimiento, o que consiste en organizar la vida en compañía de la persona a quien se dice amar. Jesús puntualiza, para esclarecer conceptos: la mayor prueba de amor es dar la vida. Esta puede hacerse de golpe y en un momento o lentamente y por entregas. Cristianamente hablando, es el caso del mártir y el confesor. Muchas veces resulta más fácil morir bien que vivir bien. No es cristiano el amor que consiste en sentimentalismo o en humanitarismo olvidado de Dios. Tampoco lo es un teocentrismo que se desentiende del amor real a los hombres. La causa de Dios y del hombre van estrechamente unidas y no se puede amar al uno sin el otro.

En el campo de concentración de Auschwitz hubo una evasión de concentrados. Se diezma a los restantes. Uno de ellos llora: "¡Ya no veré más a mi mujer ni a mis hijos!" Aquí surge la mayor prueba de amor. El padre Kolbe-Maximiliano-San se adelanta y pide: "Soy sacerdote católico. Deseo tomar el puesto de ese hombre para ser ejecutado en su lugar". Es dar la vida, la mayor muestra de amor. Amó como Cristo nos ha amado. Hoy goza de la experiencia divina.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas
Ciclo B. GRANADA 1993.Pág. 81 s.


17. A-D/A-H 

-Pascua: alegría y transformación

Quisiera comenzar recordando lo que hemos pedido en la primera oración de la misa de hoy. Hemos pedido al Padre que nos conceda "continuar celebrando con fervor estos días de alegría". Porque continuamos en tiempo de Pascua, el tiempo litúrgico más importante (de lo que es un signo que sea también el más largo). Tiempo de alegría pero también -como hemos dicho en aquella oración- tiempo para transformar nuestra vida.

Alegría porque celebramos que el amor del Padre se nos ha manifestado y comunicado en la Resurrección de Jesús; transformación porque este amor puede renovar nuestra vida. Para ello, para la alegría y para la renovación, tenemos en nosotros el Espíritu Santo, el gran don del Resucitado para todos los hombres y mujeres, jóvenes y mayores. Aquel gran don cuya comunicación se expresa sobre todo en el sacramento de la Confirmación (para la cual os estáis preparando un grupo de chicos y chicas de nuestra comunidad).

-"Dios es amor"

Y este año, en estos domingos, tenemos como inmejorable maestro de qué significa la Pascua a san Juan. Sus escritos -su 1ª carta y su evangelio- pueden dar la impresión de decirnos cada domingo lo mismo. Pero se trata de profundizar una y otra vez en el centro, en el núcleo de la fe cristiana, de la fe pascual.

Hoy, por ejemplo, hemos escuchado su definición de Dios. Preguntémonos si es también nuestra definición de Dios, el modo como cada uno de nosotros entiende, imagina a Dios. Sobre todo en nuestra vida real. O en el modo como sentimos a Dios cuando nos dirigimos a él, cuando rezamos.

La definición de Juan es: "Dios es amor". Esta es su definición y este debe ser nuestro modo de conocer, de imaginar a Dios. Porque es el único que corresponde a la revelación cristiana, a aquello que Jesús -él, el Hijo- nos ha explicado de Dios. Todo lo que no sea entender y vivir el cristianismo como una revelación del Dios que es Amor y como una relación con el Dios que es Amor, es -debemos estar bien convencidos de ello- un modo erróneo y deformado de entender y vivir el cristianismo. Y la Iglesia, nuestra Iglesia, debe ser la comunidad donde esto se afirma y donde esto se vive y donde esto se predica y comunica. Si no es así, algo muy importante falla en nosotros, en nuestra Iglesia.

-Los enfermos

Es lo que hemos de vivir en todos los aspectos de nuestra vida personal y comunitaria. Por ejemplo, hoy podríamos fijarnos -recordar- un aspecto primordial en la vida del cristiano. Me refiero a la atención, el cuidado, la ayuda..., en una palabra, el amor para con los enfermos.

Hemos escuchado en el evangelio de hoy estas palabras claras de Jesús: "Esto os mando: que os améis unos a otros". Sin duda, este gran mandamiento tiene una aplicación peculiar, primordial, con aquellos de nuestros hermanos y hermanas que sufren por la enfermedad. En cualquier circunstancia, pero diría que especialmente en aquellos que sufren una larga enfermedad o una enfermedad crónica. Son los que más necesitan nuestra compañía y ayuda y amor pero también con quien más nos cuesta (a veces nos acostumbramos, en el sentido negativo de la palabra, a su siempre estar enfermos, o incluso los sentimos como una carga y quizá llegamos a culpabilizarles por ello).

Por eso, hoy, pediremos especialmente por los enfermos. Por ellos y por nosotros: para que sepamos darles siempre y cada vez más todo nuestro amor.

-Con el amor que es de Dios

Dar nuestro amor, acabo de decir y me parece que debo rectificar. Con frecuencia en las películas, en las novelas -más aun en los culebrones de la televisión-, pero también nosotros en nuestra vida, se hacen y hacemos grandes afirmaciones y mayores promesas de amor: "Te amaré siempre", "Te amo inmensamente". Pero luego, la realidad, suele disminuir o relativizar estas grandes afirmaciones.

Si san Juan nos ha dicho que "Dios es amor", también nos dijo que "el amor es de Dios". Es decir, la fuente del amor no está en nosotros sino en Dios. Yo he dicho antes que debemos "dar nuestro amor". Quisiera rectificar: lo que hemos de dar es el amor de Dios que pasa por nosotros. Del amor que sea sólo nuestro, podemos desconfiar. Del amor que Dios nos comunica para que pase por nosotros y así llegue a los hermanos, podemos confiar enteramente.

"Ya no os llamo siervos: a vosotros os llamo amigos", nos ha dicho hoy Jesús. Esta es una reunión no de siervos de Dios sino de amigos de Dios. Tenemos en nosotros su amor. Es lo que ahora celebraremos. Como amigos de Dios, con la alegría que Jesús nos ha dado, con su amor, prosigamos esta Eucaristía, prosigamos nuestro camino de cada día.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1994/07


18.

En el pasaje de la vid y los sarmientos, el tema dominante era la permanencia en Jesús; éste precisa que esa permanencia es en su amor. La condición necesaria para permanecer en su amor es la observancia de sus preceptos, lo cual implica que "nos amemos unos a otros como él nos ama". La demostración más palpable de ese amor consiste en entregar la vida por aquellos a quienes se ama. Nos habla también de amistad, elección y alegría que llega a plenitud.

Recordemos que son palabras de Jesús en el atardecer de su vida, su testamento. Son como la confidencia íntima del amigo al término del camino, y como tales deben penetrar en nuestro corazón. De un amigo que murió asesinado por ser culpable de tener razón. Revelan el fondo de la realidad de la vida humana.

1. El amor es la realidad más entrañable de la vida humana

"Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor". Estas palabras recogen, en síntesis, lo más entrañable de las confidencias de Jesús, lo más profundo de su mensaje, lo más decisivo de su testamento. Son la revelación de la realidad fundamental: el Padre ama, el Hijo ama. Es más: son Amor ( I Jn 4,8).

Juan va repitiendo lo mismo desde distintos puntos de vista, para ir profundizando más y más en una realidad que nunca llegaremos a agotar en su riqueza de contenido. Quiere llevarnos a que descubramos y reconozcamos la hondura del amor del Padre y del Hijo como base de nuestro camino. Sabe por propia experiencia que podemos vivir, participar y crecer en ese amor.

El amor del Padre a Jesús es total: es el Hijo único (Jn 1,14), al que comunicó su Espíritu (Jn 1,32-33); lo tienen todo en común (Jn 17,10); son uno (Jn 17,21-23). El amor de Jesús a los suyos es idéntico al que el Padre le ha mostrado a él. Los gestos del lavatorio de los pies, la institución de la eucaristía, la insistencia en el mandamiento del amor..., ¿no son pruebas evidentes de un amor sin límites?

Jesús razona y actúa a partir del amor que le ha tenido el Padre. Un amor que llegó a sus últimas consecuencias con la resurrección del Hijo, signo y esperanza de la resurrección de todos los que vivan con su vida. El amor pleno lleva a la comunicación de todo lo que se tiene y se es, y Dios es la vida total en la que no tiene cabida ningún tipo de muerte. Al pedir Jesús a sus discípulos que permanezcan en el amor que han recibido, les invita a hacerse dignos de seguir siendo objeto de su amor mediante la fidelidad a sus mandamientos, lo mismo que él lo fue a los mandamientos de su Padre.

El amor es el mandamiento del cristiano, la prueba evidente de haber entendido la misión de Jesús. Por ser una palabra muy manoseada y tergiversada en nuestra sociedad, será necesario un constante esfuerzo para sentirla de una manera nueva.

A-H/FE: Cristiano es el que vive en intimidad con Jesús. En un mundo duro e insensible, despersonalizado, en el que los hombres aparecen como meros números, víctimas del consumo y del anonimato si dejamos que se nos endurezca el corazón, las palabras de Jesús nos resultarán vacías, sin vida, sin sentido, sin un interés real y hasta absurdas. Pero si vivimos la experiencia concreta y real del amor, el Dios de Jesús adquirirá consistencia ante nuestros ojos. En una tierra marcada por el egoísmo, el odio..., el camino del amor se convierte en una ruta peligrosa. Jesús dejó la vida en él. Este lenguaje sólo lo entienden los que aman y en la medida en que aman. Quien no ama no puede conocer a Dios, no puede creer en él.

El amor solamente permanece si crece, si crea nuevas relaciones de amor. Existe una relación de amor entre el Padre y Jesús y entre Jesús y sus discípulos, y debe establecerse entre ellos una relación de amor que reproduzca el amor que Jesús les tiene y esté abierto a todos los hombres. La presencia de Cristo se manifiesta por encima de todas las cosas en el amor.

Donde alguien ama, allí está Jesús. Donde hay ausencia de amor, él no puede estar. Urge superar la idea de que Jesús está allí donde alguien dice que es cristiano o cumple determinadas prácticas cultuales. Sin amor no sirven para nada (I Cor 13,1-3).

2. La experiencia de Dios es imposible sin amor y sin alegría

"Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor". Jesús pone en paralelo la relación de amor de los discípulos con él y la suya con el Padre. Amar a Jesús equivale a guardar sus mandamientos, es tratar de vivir como él, aceptarlo como única norma de nuestra vida. Lo demás es engañarnos y velar su rostro a los hombres. No existe amor a Jesús ni vida cristiana si no desemboca en el compromiso con los otros. La verdad de nuestra fe es verificable; podemos saber si permanecemos en el amor de Jesús, lo mismo que él sabe que permanece en el amor del Padre. El angustioso interrogante sobre si Dios nos es propicio ha encontrado su respuesta afirmativa en la dedicación al bien del prójimo. Solamente la entrega de la propia vida al servicio de los demás nos puede dar la certeza de ser objeto del amor del Padre y del Hijo. Las obras en favor de los hermanos son la prueba de la veracidad de nuestra fe.

Sin amor, la vinculación con Jesús y la experiencia del Padre son imposibles. Donde no hay amor no queda más que el vacío, la soledad, el individualismo, el egoísmo, la ausencia de Dios; Dios podrá ser imaginado, pero no experimentado. El vacío de Dios se llena de dioses falsos, capitaneados por las cosas que se pueden comprar con dinero.

Para justificar su exigencia, Jesús aduce una vez más su propio ejemplo: él ha entregado toda su vida en favor del bien de la humanidad, obedeciendo totalmente a la voluntad del Padre (Jn 4,34). Ha liberado de la opresión del templo (Jn 2,13-16), ha abierto los ojos de los oprimidos (Jn 9,6-7), ayudado a caminar a los paralizados (Jn 5,8-9), dado la vida a los muertos (Jn 11,43- 44)... Y ya hemos visto el profundo significado de todos estos signos para la vida de los hombres de todos los tiempos y lugares. Es su misión de liberación de todo tipo de esclavitudes la que deben continuar sus discípulos si quieren -si queremos- permanecer en el amor del Maestro. El amor tiene que circular; de lo contrario, le pasa como al agua estancada: se pudre. Es encuentro entre personas; comunicación plena de vidas. Tiende a ser correspondido para formar comunidad, a ejemplo de la Trinidad: comunidad de amor.

Aparece por primera vez en la cena el tema de la alegría que vive Jesús y que quiere comunicar a los suyos. Lo desarrollará más adelante comparándola con la que produce el nacimiento de un niño, siempre precedido de los dolores y angustias del parto (Jn 16,20-24).

Si su mensaje ofrece a los hombres los más nobles ideales humanos, es lógico que produzca la más auténtica alegría. Jesús promete el gozo perfecto a los que sigan su camino, porque ésa es su experiencia. Es la alegría de quien se posee y puede darse; la alegría del hombre libre; la que brota de la experiencia de sentirse útiles a los demás, de vivir para ellos con olvido de sí mismo, el fruto último y definitivo del amor. Una alegría que llegó a plenitud en Jesús con su resurrección, y llegará igualmente a sus seguidores, porque es la alegría que, al igual que la paz (Jn 14,27; 16,33), brota directamente de la esperanza en la liberación-salvación definitiva. Gozar la alegría del amor es adelantar el gozo escatológico, pregustar la vida nueva del Espíritu, recibir en esperanza nuestra propia resurrección.

La alegría de Jesús sólo puede brotar de una vida como la suya. Si nosotros no hemos descubierto la alegría de ser sus testigos es porque o no le seguimos o le seguimos muy de lejos. Alegría plena, interior, profunda..., que nada tiene que ver con la fugacidad de la carcajada o del placer.

3. Otras dos veces el mandamiento nuevo

Repite Jesús por dos veces su mandamiento nuevo, que ya había enunciado en esta misma cena (Jn 13,34-35). El amor es lo único que puede unificar y dar sentido al resto de nuestras ocupaciones diarias: trabajar o estudiar, comer, pasear, dormir, divertirse, luchar por algún ideal... Es el que hará posible el deseo de eternizar lo que estamos haciendo. Con su mandamiento, Jesús pretende dar respuesta a todas las posibles preguntas que nos podamos hacer en orden a nuestra felicidad y la de los demás, en orden a la verdadera humanidad. El amor es el camino que hará posible que "la alegría llegue a plenitud" en nosotros. Es la "constitución" de la comunidad cristiana; su primero y único artículo. Nada ni nadie deberá ser motivo para que se viole este precepto de Jesús. Todas las estructuras de la Iglesia deben surgir de este mandamiento, y todas sus disposiciones tender a su mejor cumplimiento. Donde no hay comunidad de amor mutuo, hablar de seguimiento de Jesús es una quimera. Dios sólo se hace presente y activo donde existe un amor como el de Jesús.

"Que os améis unos a otros" parece que rompe la lógica de lo que nos venía diciendo: si el Padre le ama y Jesús nos ama, lo normal sería que nosotros amáramos a Jesús y él amara al Padre. Sin embargo, la conclusión es otra: Jesús transforma el amor que le tiene el Padre en amor a los hombres, y nos pide que nosotros hagamos lo mismo. Y es que el amor a Dios se presta a muchas falsas ilusiones. Lo que importa, lo que en realidad merece la pena, es amar, es comunicar amor y abrirse al amor, máximo don de Dios que nos lleva hacia él, que nos hace vivir por él, con él y en él, como Jesús. Todo lo que no sea amor es camino sin futuro. Todo lo que sea amor conduce a Dios. Ninguna otra realidad puede sustituirlo, ni la fidelidad a Jesús puede expresarse más que por la práctica del amor mutuo.

A continuación Jesús va a explicar a fondo a sus discípulos cómo les ama: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Es el grado sumo del amor, el máximo de alegría y de fecundidad. Aunque la frase es indeterminada, es evidente que se refiere a su amor, al que le llevará a la muerte dentro de pocas horas. Es así como deben amar los que elijan seguirlo. Sólo el que le sigue por este camino "ha nacido de Dios y conoce a Dios" (1 Jn 4,7). Sólo éstos pueden ser creyentes, porque únicamente a través de la experiencia de un amor desinteresado y total se nos abre la puerta de la trascendencia. Por ser el gesto supremo del amor, el don de la vida es también el acto supremo de la libertad.

4. Amigos de Jesús

Los que cumplan su mandamiento nuevo serán sus amigos. El amor no impone sumisión ni crea "siervos": hace iguales. La amistad nace de la identidad de ideales y de la común experiencia de la entrega a los demás. Presupone grandes y nobles aspiraciones; exige sinceridad absoluta, amor mutuo, conocimiento mutuo de ese amor y comunicación total de bienes. Esta comunicación mutua produce compenetración e intimidad, situaciones vitales que van mucho más allá de la enseñanza; los amigos pueden aprender entre sí por sintonía y comunión. Con el amigo se puede hablar de todas las ilusiones y fracasos como si se hablara con uno mismo; muchas veces hasta sin palabras.

Jesús excluye expresamente el seguimiento propio de siervos que se limitan a cumplir órdenes ciegamente y nunca saben lo que hacen ni piensan los señores. Sus discípulos no continuarán su misión como asalariados, como contratados para realizar un trabajo y ejecutar unas órdenes, sino como amigos que comparten voluntariamente una tarea común.

Jesús llama "amigos" a sus discípulos, porque en todo el tiempo en que ha estado en su compañía los ha tratado como verdaderos amigos, nunca como inferiores. Quiere con ellos una relación de amistad, de iguales, de compañeros. Siendo el centro, el Maestro de la comunidad, no se coloca por encima de ella. Ha terminado el aprendizaje. En el contexto de misión, la amistad con Jesús significa la colaboración en un trabajo que se considera común a todos y responsabilidad de todos. Por eso pueden compartir también su alegría. En este clima de igualdad y de afecto se desarrolla la verdadera libertad humana.

La prueba de la amistad que quiere con ellos está en haberlos hecho sus confidentes, comunicándoles "todo lo que ha oído al Padre". Les ha dado a conocer sus profundos descubrimientos e ilusiones, sus intimidades y las de Dios. Es el que mejor ha hecho realidad esa palabra. No le ha importado decirles que les ama hasta morir por ellos, que tenemos que amar como él. Unas palabras que, si las pensamos, veremos que son muy difíciles de comunicar a los demás.

Al revelarnos que el amor compartido (=amistad) es la vida del hombre nuevo, Jesús agota todos sus secretos. Ya lo ha dicho todo. Al llamarlos amigos, reconoce que su obra ha terminado: los ha capacitado con la libertad plena que otorga el amor supremo. Ninguna ley los ata ya, porque será el impulso del amor el que los lleve a aceptar y vivir la voluntad del Padre, camino de alegría y de libertad interior. Les invita -nos invita- a vivir su experiencia de amor sin fronteras. Una experiencia que a él le llevó a la resurrección. A ella llevará también a los que le sigan.

Resumiendo, Jesús define la amistad por dos rasgos: la confianza plena y la prontitud para dar la vida. El es el ejemplo a seguir en ambos casos: no tiene secretos para ellos, y morirá por amor al Padre y a los suyos.

Es reconfortante oír a Jesús llamándonos "amigos". Pero no es fácil desprenderse del espíritu servil. Somos serviles cuando perdemos el sentido de la gratuidad y nos dejamos aprisionar por una vida superficial, cuando nos quedamos en las cosas y suprimimos o no desarrollamos la relación personal con Jesús y con los demás: participar en la eucaristía sin relación con él, vivir en la familia o en los grupos sin intercambio de ilusiones e intimidades...

5. Elegidos de Dios

Dios pensó desde siempre en cada uno de los hombres, asignándonos una tarea a realizar en la vida. Todos los hombres somos objeto del amor de Dios, aunque ignoremos los caminos que ha elegido en la mayoría para la realización de su plan de salvación. Ser cristiano no es motivo de orgullo o vanagloria; menos de desprecio o descalificación de las demás religiones e ideologías de la humanidad.

Dice san Pablo: "Dios nos eligió en la persona de Cristo -antes de crear el mundo- para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor" (Ef 1,4). La iniciativa es de Dios, de Jesús. Su amor precede y sigue a la decisión del hombre, sin forzarla. El sentirnos elegidos, amados de Dios, tiene que dar un gran sentido a nuestra vida. El Padre, en Cristo, nos ha elegido para que seamos portadores de vida para los demás hombres. "Soy yo quien os he elegido". La frase expresa la experiencia de todo cristiano, que, consciente de su opción libre, sabe que no puede atribuir sólo a su iniciativa la condición de miembro de la comunidad de Jesús, porque el acercamiento a él es siempre respuesta a una elección que fue primero. ¿Qué decir del cristianismo de consumo que nos invade, y en el que hablar de opción por Jesús es algo ininteligible?

La elección es para una tarea como la suya, para una vida como la suya. Sus discípulos debemos continuar su misión de hacernos y hacer hombres adultos, libres y responsables. No podemos hacerlo como jornaleros, sino como colaboradores que han aceptado la elección en libertad.

Jesús espera que la misión de los suyos tenga un fruto duradero, que vaya cambiando la sociedad. La eficacia de la tarea no se mide tanto por su extensión como por su profundidad, de la que depende la duración del fruto. Es la semilla caída en buena tierra (Mt 1 3,8.23).

El medio mejor que tenemos de corresponder a su elección y amistad es comunicar sus palabras y su vida a los demás.

Termina, otra vez (Jn 15,7), poniendo la oración como medio eficaz de apostolado. El discípulo tiene en ella una fuente necesaria para el éxito, y tiene la obligación de usarla como medio normal para el fruto de su apostolado. ¿Lo hacemos así?

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4
PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 209-216


19.

Frase evangélica: «Esto os mando: que os améis unos a otros» Tema de predicación:

EL AMOR COMO MANDAMIENTO

1. La palabra «amor» -que, de tanto usarla, ha acabado trivializándose y devaluándose- tiene en nuestro idioma multitud de contenidos. Hay quienes no entienden -o entienden mal- el «amor al prójimo» y el «amor a Dios». Para volver a reconocer lo que significa «amar» es preciso descubrir la entrega de Jesús. Sólo así se puede entender que Dios es amor.

2. Desde las concepciones humanas del amor hasta el misterio del amor divino, que culmina en la cruz de Cristo, la Biblia descubre el significado del amor de Dios al hombre y de éste a su prójimo y al propio Dios. El amor de Dios a los hombres se revela en las intervenciones históricas a favor de su pueblo; es un amor que se renueva de generación en generación y que se manifiesta de un modo electivo y personal, en forma de amistad, siendo los profetas los destinatarios privilegiados de la misma. Finalmente, es amor misericordioso que salva y perdona.

3. Al amor de Dios corresponde el amor al prójimo. En la Biblia no hay oposición entre fe y caridad, liturgia y amor. La fe que no es activa en el amor no es fe. Y el amor que no se expresa con el perdón no es amor cristiano. El amor a los hombres -especialmente a los desvalidos- en el seguimiento de Jesús ha sido y sigue siendo fuente de renovación y de liberación .

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Es el amor fuente de renovación cristiana?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 198