38 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO III DE PASCUA
22-29

 

22.

1. "Te llevará a donde no quieras".

El evangelio de la aparición del Señor en la orilla del lago de Tiberíades termina con la investidura de Pedro en su ministerio de pastor. Todo lo anterior es preparación: primero la pesca malograda; luego la pesca milagrosa, tras la que Pedro se arroja al agua para llegar nadando hasta el Señor y mantenerse a su lado sobre la roca de la eternidad, mientras el resto de la Iglesia les trae su cosecha, su pesca; después es Pedro solo el que arrastra hasta la orilla la red repleta de peces. Y finalmente se le plantea a Pedro la cuestión decisiva: «¿Me amas más que éstos?». Tú, que me negaste tres veces, ¿me amas más que este discípulo amado, que tuvo el valor de permanecer junto a mí al pie de la cruz? Pedro, que es consciente de su culpa cuando el Señor le repite tres veces la misma pregunta, pronuncia un primer sí lleno de arrepentimiento, pues en modo alguno puede decir no, y toma prestada de Juan la fuerza para ello (en la comunión de los santos). Sin la confesión de este amor más grande, el Buen Pastor, que da su vida por sus ovejas, no podría confiar a Pedro la tarea de apacentar su rebaño. Pues el ministerio que Jesús ha recibido del Padre es idéntico a la entrega amorosa de su vida por sus ovejas. Y para que esta unidad de ministerio y amor, absolutamente necesaria para el ministerio conferido por Jesús, quede definitivamente sellada, se predice a Pedro su crucifixión, el don de la perfecta imitación de Cristo. Desde entonces la cruz permanecerá ligada al papado, aun cuando habrá papas indignos; pero cuanto más en serio se tome un papa su ministerio, tanto más sentirá sobre sus espaldas el peso de la cruz.

2. « Ultraje por el nombre de Jesús».

La Iglesia terrestre da ejemplo de esto desde el principio. La debilidad de Pedro, que motivó la triple negación de antaño, ha desaparecido, y ahora los apóstoles, con Pedro a la cabeza, se atreven a replicar ante el sanedrín: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». La prohibición de hablar en nombre de Jesús no les impresiona, no están ni atemorizados ni abatidos; no buscan un compromiso diplomático, sino que salen «contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús». En las partes perseguidas de la Iglesia hay, cuando permanecen firmes, un tipo muy especial de alegría espiritual que otras partes que viven en paz no conocen. La experiencia lo confirma.

3. «Digno es el Cordero degollado».

También la Iglesia celeste, en su adoración del Cordero divino, toma parte en la unidad, vivida primero por Cristo e imitada después por la Iglesia terrestre, de ministerio y amor, de misión y oprobio, de vitalidad e inmolación. Para Juan (en la segunda lectura) esto es simplemente la gloria como unidad de cruz y resurrección. Ante esta unidad indisoluble, representada por el Cordero degollado que vive por los siglos de los siglos, se inclinan «todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra y en el mar». Pues en esta unidad se manifiesta el misterio del amor divino en toda su profundidad.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 244 s.


23.

"Me voy a pescar" dice Pedro.

Cada uno de nosotros, por la mañana, sale para ir a su propio trabajo.

Cada uno de nosotros ha aprendido un oficio.

Cada uno de nosotros hace las cosas que hacen todos.

Sabemos siempre lo que tenemos que hacer.

Quizá no sabemos lo que debemos "ser". Aun cuando estemos desorientados en lo que debemos "ser", encontramos siempre algo que hacer. Y así llenamos nuestra jornada. La mayoría de los hombres se marchan al otro mundo después de haber hecho un montón de cosas durante su vida, pero sin haber empezado a "ser". Así llenamos la jornada: haciendo cosas. Vivimos para trabajar.

"Pero no pescaron nada".

Aunque nuestra jornada esté llena de trabajos, de carreras, de compromisos, al final nos encontramos vacíos, decepcionados. No pescaron nada.

Es que falta algo... Falta alguien...

"Echad la red a la derecha".

El Señor quiere hacer con nosotros nuestro oficio. Quiere acompañarnos en nuestro trabajo.

No se queda en la iglesia esperando a que demos de mano. Quiere ser una presencia viva, allí donde trabajamos fatigosamente todos los días.

Fijaos qué camino tan distinto el de Jesús y el nuestro: cuando nosotros queremos encontrarle vamos a la iglesia; cuando él quiere encontrarnos viene a donde estamos trabajando.

Nosotros nos hacemos la ilusión de saber dónde encontrarlo. En realidad es él el que sabe dónde encontrarnos.

Y no nos impone que tengamos ninguna consideración con él. No nos molesta ni nos abruma. Dice: "Ocúpate de las cosas de siempre. Haz lo que hacen todos. Pero acepta mi presencia. Vívela. Manifiéstala".

Aquí está precisamente lo fundamental de la vida cristiana.

Ser como todos y sin embargo, diferentes.

Har lo que todos hacen y, sin embargo, hacerlo de otra manera.

Compartir la misma vida y los mismos trabajos con los demás, y, sin embargo, dar testimonio de otros valores.

Igual que los otros, pero con una presencia más. Una presencia que lo cambia todo. Si se rompe este equilibrio, o sea, si descuidamos uno de los términos que deben estar en relación dialéctica, nos ahogamos en el mar de la insignificancia.

En los "oficios" comunes a millones de hombres, debemos testimoniar lo que es nuestro, lo que constituye la singularidad del cristiano.

Mejor dicho: debemos testimoniar lo que no es nuestro. Porque está en relación con otro. Nuestra vida debe tener referencia constante a esta presencia. Por eso es necesario que no lo encerremos en la iglesia cuando nos vamos a trabajar.

El día que no sepamos ofrecer a los hombres que trabajan junto a nosotros esta presencia que ellos aún no han descubierto, tendrán derecho a decirnos: ¿Qué venís a hacer aquí? Trabajáis exactamente igual que nosotros: sin sentido, sin finalidad. Para no pescar nada ya nos bastamos nosotros solos.


24.

La Pascua de todos los tiempos

Continuamos bajo la luz de la Pascua. Son siete domingos seguidos, hasta el domingo de Pentecostés, bajo aquella luz pascual que disipa las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro mundo.

No es un decir. En la noche de Pascua encendimos el cirio que representa a Cristo resucitado, Jesús, el Señor que ilumina la noche del mundo. El signo es muy limitado, la realidad de la iluminación de Cristo sobre nosotros y nuestras vidas es objeto de nuestra fe más allá de lo que ven nuestros ojos: Jesucristo resucitado es fuente de luz y de vida para aquellos primeros discípulos que vieron y creyeron y, también, para estos últimos discípulos que, sin ver, creemos.

No es tan importante la manera de decirlo o la fuerza de los signos; lo que cuenta de verdad es que nosotros nos abramos a Jesucristo viviente que irrumpe en nuestras vidas.

La experiencia de los discípulos, nuestra experiencia

Hoy, como en aquellos días Pedro y seis más, después de los fracasos abandonamos nuestras ilusiones y volvemos a la rutina de la vida y a nuestro antiguo trabajo: "Me voy a pescar. Vamos también nosotros contigo... Pero aquella noche no pescaron nada". Es noche oscura para los discípulos, no han entendido suficientemente el lenguaje de Jesús resucitado, tampoco pescan nada: se sienten fracasados. "Estaba ya amaneciendo..." -el evangelista nos habla de un nuevo día, de una nueva luz, de una nueva creación- "Jesús se presentó en la orilla... Muchachos, ¿tenéis pescado? Ellos contestaron: No -¡qué "no" más parecido a nuestros "no" debía ser!- "Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis".

Es la experiencia profunda de todas las generaciones: los discípulos han sostenido la lucha de noche y han probado lo absurdo de sus afanes. Ellos, no obstante, no han llegado al extremo de cerrarse a la voz amiga que los inspira. La pesca es extraordinaria, total, ciento cincuenta y tres peces grandes -dirá después- tantos como especies se conocían entonces: nadie queda excluido de la salvación.

Están tristes y han regresado al trabajo que tenían antes de lanzarse a aquel camino que tanto les había ilusionado y que ahora parece haberse desvanecido. Pero a pesar de su tristeza, han sido capaces de dejar una rendija de abertura a la gracia y ésta no ha sido inútil en ellos: Pedro se tira al agua, los otros arrastran la red... Cada uno ha realizado su función y entre todos han hecho la experiencia renovadora. Juan formula el acto de fe: "Aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: Es el Señor".

-La Eucaristía, la comida de Jesús

Esta experiencia de vida culmina en el almuerzo, en la comida, que Jesús les prepara, del mismo modo que nuestras vidas, cargadas de cansancios y desengaños, de miedos y zozobras, culminan en la Eucaristía, comida a la que nos invita Jesús hoy y cada domingo, cada fiesta de resurrección.

Hoy, nosotros, somos invitados a hacer aquella misma experiencia que hizo la primera generación de cristianos que crey6 por las palabras de los apóstoles. Hoy en esta experiencia pascual se nos ofrece acoger a Jesucristo viviente en nuestras vidas y dejar que las abra a una nueva orientación, a unos nuevos horizontes.

-Jesús, Maestro de perdón y amigo entrañable

Por si la delicadeza de Jesús hacia los discípulos no fuese suficiente, tenemos las tres preguntas que Jesús dirige a aquel que le había negado otras tantas veces: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?". La tercera respuesta de Pedro es la del hombre derrotado por el sincero deseo de amor y el reconocimiento de la propia debilidad: "Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero". ¿No nos reconocemos en él?

Vayamos a nuestra Galilea de la vida de cada día. Cristo nos espera allí para ofrecernos su amistad y para pedirnos nuestra colaboración a su obra de salvación de los hermanos.

PERE FARRIOL
MISA DOMINICAL 1995, 6


25.

La resurrección debe vivirse en el corazón de la vida cotidiana. Los apóstoles salen a su tarea de la pesca. Un símbolo significativo: es Pedro quien toma la iniciativa. Pero quien reconoce a Jesús resucitado es Juan, el que «ama». Y quien les alimenta es Jesús mismo. La narración de Juan está llena de detalles simbólicos que aluden a lo que se llama la «escatología» o los últimos tiempos. Vemos a Jesús «a la orilla del lago», en la tierra firme de la eternidad, mientras que los discípulos (los apóstoles de todos los tiempos) bregan en las aguas de la vida terrena. Dirigidos por Pedro, son pescadores de hombres (los peces grandes), pero no pueden pescar nada sin Jesús. Traerán finalmente al Señor 153 peces, número especial que simboliza la muchedumbre de elegidos, los cuales tendrán el gran encuentro con Cristo en la orilla de la eternidad. Pero el encuentro final pasa por los encuentros de cada día en esta orilla de la vida.

La noche no es sino el escenario de la ausencia de Jesús, luz del mundo. Simbólicamente, y como notan los exégetas, la luz de la mañana coincide con la presencia de Jesús. En la noche, misión sin fruto, no habían cogido nada. Pero tampoco la presencia de Jesús significa que les sustituya en su tarea de la pesca. El mar representa el mundo en el que se ejerce la misión. Jesús se queda en tierra firme. Su misión se ejercerá por medio de sus discípulos. Con su cercanía y aliento. Aunque ellos no lo reconozcan. Eso sí: cuando ellos vuelven a la «orilla», término profundamente teológico, cuando se vuelve a constituir la comunidad tras la misión, en la playa ya está preparada la acogida. El fuego y la comida. Y allí se funden los alimentos que Jesús había preparado y los que ellos traen. La misión termina en la eucaristía. En ella está presente el don de Jesús a los suyos y el don de unos a otros. Jesús pide que aportemos el pan «fruto de nuestro trabajo» para unirlo indisolublemente al don que nos hace de sí mismo, y constituirse en un alimento en que no se puede separar ya el don de Jesús y el don de los hombres.

Ser cristiano no es hacer cosas distintas de los demás, sino hacer las cosas que hacen todos, pero con un estilo diferente, el estilo del que es capaz de encontrarse con el Señor en el trabajo, en la amistad, en la familia, en la diversión, en el esfuerzo, en la alegría, en el dolor.

En una palabra: en la vida, con toda la riqueza que la vida lleva consigo.


26.«TRES SOBRESALIENTES, PEDRO»

Desengáñate, Pedro. Lo que al final vale, por encima de todo, es el amor. Tu amigo Pablo, con quien tantos desvelos y sufrimientos compartiste por el Evangelio, lo resumió bien claramente: «Existen tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la que permanece para siempre es el amor».

¿Te das cuenta, Pedro? De eso es de lo que Jesús, al final de su estancia en la tierra, quería tener constancia: de tu amor. ¿Conoces aquella preciosa frase de San Juan de la Cruz, el santo de la «noche oscura»? El dijo que, «al atardecer de la vida, seremos juzgados en el amor». Pues eso es lo que hizo contigo el Señor. Al final de toda tu trayectoria tras de El, te examinó sobre «el amor»: -«Pedro, ¿me amas más que éstos?» Ya, antes, Jesús había analizado tu fe. Recuérdalo, Pedro. Andaban todos bastante despistados acerca de la identidad de Jesús y, por lo tanto, de las razones por las cuales le seguían. Unos le identificaban con Elías, otros con Jeremías, otros con algún otro profeta. Y fue entonces cuando hablaste tú. Y diste la razón de tu fe. Hiciste el acto de fe más bello y contundente: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». A Jesús le gust6 tanto tu discurso, que te puso «summa cum laude» en tu fe. «Aquello no te lo había revelado nadie de carne y hueso, sino el Padre que está en los cielos».

Otro día, ante el anuncio de la eucaristía -«os daré a comer mi cuerpo, os daré a beber mi sangre... »- muchos se desanimaron, perdieron la esperanza y empezaron a desertar. También entre vosotros hubo un conato de huida. Pero, una vez más, tú pusiste toda tu esperanza en Jesús y dijiste espléndidamente: «¿A dónde iremos, Señor, si tú tienes palabras de vida eterna?» «Summa cum laude» otra vez. Es como si hubieras cantado: «En Dios pongo mi esperanza y confío en su palabra».

Pero, claro, lo que al final cuenta, ya te lo he dicho, es el amor. Y de eso quería estar seguro Jesús. «Tú te extrañaste de que por tercera vez te preguntara: "Pedro, ¿me amas más que éstos?" Y te quedaste triste».

Pero, piensa un poco, Pedro, por favor. A pesar de tu «sobresaliente en fe» y de tu «sobresaliente en esperanza» -y perd6name que te lo recuerde-, te habías acobardado y le habías negado. Sí, sí; Jesús había hecho ya de ello, borrón y cuenta nueva. Pero, ya comprenderás, hacía falta solidificar tu amor. Hacía falta que tú mismo cayeras en la cuenta de que, si le «amabas sobre todas las cosas», ese amor te tenía que poner alas. Hacía falta, sobre todo, que ese amor te llevase definitivamente a saber «apacentar sus ovejas y sus corderos». Hacía falta que tú, Cefas, «que significa piedra», «una vez asentado, confirmaras a todos los hermanos». Más que para asegurarse El, para que te aseguraras tú mismo, te repiti6 tres veces la misma pregunta sobre tu amor. «Summa cum laude», también.

Y bien que lo demostraste, Pedro. La tradici6n nos cuenta que, después de predicar tu fe por aquí y por allá -¡Ah, las sandalias del pescador!-, diste tu vida por Cristo en la persecución de Nerón, en Roma. Dicen también que te crucificaron como a Jesús. Pero añaden dichas tradiciones -¡y bien que nos conmueve el dato!- que, recordando sin duda tus bravuconadas de otros días, pediste ser crucificado cabeza abajo. Ya que no te considerabas digno de ser comparado en nada con tu Maestro.

¡Siempre fuiste así de noble, así de sencillo y así de bueno, Pedro!

ELVIRA-1.Págs. 217 s.


27.

Contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús

Continuando la lectura de los Hechos de los Apóstoles, hemos encontrado hoy esta página en la que nos sorprende la afirmación de que los apóstoles estaban contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús. Causa sorpresa que alguien pueda estar contento de ser ultrajado. Y es buena señal que esto nos sorprenda. Significa que somos partidarios de la vida. Y que nos repugna la violencia, la tortura, la injusticia a la que una persona puede ser sometida en ocasiones. Nos repugnan las noticias, por desgracia demasiado frecuentes, que hablan de como mujeres y niños son maltratados, o de que se dan masacres indiscriminadas en determinados paises.

No obstante, superada la sorpresa inicial, nos percatamos del sentido de éste estar contentos los apóstoles. Se trata de una expresión más de lo que se va repitiendo a lo largo de este libro de los Hechos de los Apóstoles y a lo largo de la historia hasta nosotros: la Iglesia continúa la obra de Cristo en el mundo. Una obra de muerte y resurrección. También en nuestros días hay quien es maltratado por el nombre de Jesús. Los apóstoles, y los mártires cristianos de todas las épocas, consideran la persecución -que, ciertamente, no desean- como una señal que confirma que su camino se asemeja al del Señor. También ellos experimentaron sus "Getsemanís", esto es, el dolor por el ansia de vivir, por su rechazo de todo mal y de la muerte, y, a la vez, por las ganas de mantenerse fieles hasta el final a la voluntad de Dios, que desea la vida para todos. Pero tal dolor no quita aquella alegría interior que produce el vivir en el Señor.

Esta forma de comportarse representa una invitación para nosotros, hijos de nuestra época. Época, la nuestra, en que a la vez que se ha logrado un ambiente de rechazo de la violencia y de clamor en favor de la justicia, también hemos corrido una cortina que tapa la realidad existente de violencia. Y que tapa, en forma de tabú, la realidad de la muerte. Por eso, nos puede pasar que de Jesús nos interese tan sólo la parte más cómoda, más "espiritualista", más idealista, sin darnos cuenta de que Jesús es un todo. No podemos partir en dos su mensaje. Seguirle significa asumirlo del todo, pasando por donde él. He aquí la llamada a no tener miedo, a reafirmar la fe en que su resurrección también es la nuestra. Así podremos estar contentos y cantar con el salmista: "Te ensalzaré, Señor, porque me has librado; sacaste mi vida del abismo".

Aquella noche no cogieron nada y no lo reconocieron. Al amanecer, Jesús se presentó... y al pescar mucho, dijeron: Es el Señor

La página de evangelio que leemos hoy nos ofrece un resumen del conjunto de la experiencia de la Pascua del Señor. Y de lo que aquellos días vivieron sus compañeros de camino.

El evangelio juega con los contrastes: noche y día, no pescar y pescar, no reconocer y afirmar la fe, no tener comida y tener pan y pescado. Aquella noche no pescaron nada, ni fueron capaces de reconocer a Jesús en aquel hombre que se les presentó en la orilla. La experiencia de la muerte de Jesús representa una experiencia de cerrazón para los apóstoles. Nada marcha bien. No pescan. No descubren nada más tras una persona cualquiera. Nada tiene sentido. Han quedado marcados por un fracaso.

Sólo la intervención del Señor hace que las cosas cambien. Una intervención que pasa por algo tan sencillo y tan común como pedir compartir algo de su comida. Aprovecha el Señor la realidad negativa y oscura que están viviendo para intervenir. Primero les hace tomar conciencia de la realidad: nada tienen para comer. Y él replica que vuelvan a intentarlo. No vale permanecer de brazos cruzados. Después él toma la iniciativa preparando el almuerzo, preparando el banquete e invitando: "Vamos, almorzad". Y él es quien "toma el pan y se lo da".

La presencia del Señor lo ha cambiado todo. Él es el día, él es la luz que hace ver las cosas de otra manera. ÉI abre las puertas. Quien le ha reconocido ya no se cierra.

Toma el pan y se lo da. La Eucaristía re-hace las fuerzas y el amor a Jesús También ésta es nuestra propia experiencia al celebrar la Eucaristía. Puede que haya domingos en que venimos abatidos por el peso de la semana. Quizás lo veamos todo oscuro y sintamos el cansancio. Pero correspondemos al banquete que el Señor nos ha preparado, comiendo el pan que él nos da para re-hacer nuestras fuerzas, y reconociéndolo como el Señor que fortalece nuestra fe. Y re-hacemos, también, el amor. "Simón, ¿me amas?". Nos pregunta si le amamos. Nuestra mano que pide el pan, y nuestro "Amén", son el "sí" que brota de nuestro corazón. "Sé, Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero". ¡Ojala nuestra Eucaristía fuera siempre esta experiencia de amor recibido y compartido!

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 6, 29-30


28.

Los líderes del pueblo han prohibido a los Apóstoles y demás seguidores del Resucitado seguir anunciando a Jesucristo, pues veían una amenaza en el anuncio de aquella resurrección. El anuncio de aquella resurrección de Jesús de Nazaret, a quien ellos habían crucificado, no era simplemente una afirmación abstracta de la inmortalidad. La resurrección que el Padre realizó con poder en la persona de Jesús era la manifestación de su justicia en favor de aquél a quien ellos habían descalificado de la manera más radical, condenándolo y crucificándolo. Si este Jesús de Nazaret estaba vivo, estaba claro que ellos habían cometido un error. La resurrección de Jesús suponía la condenación de los que acababan de crucificarlo. Si Jesús resucitaba, resucitaba también, con él, su Causa, y con ella, la esperanza de todos los que anhelaban ese mundo nuevo que él llamaba Reinado de Dios.

Los Apóstoles tienen claro su nuevo proyecto y comprenden que obedecer al sistema religioso judío o someterse al sistema romano implicaba desobedecer a Dios, ya que esos dos sistemas buscaban por todos los medios el poder de unos pocos y descuidaban la vida de los pobres. La no vinculación al sistema injusto que tiempo atrás había asesinado a Jesús era la garantía de la obediencia a Dios.

La opción y la predicación de la Causa del Reinado Dios, que no es otra que la Causa de la justicia y de la Vida plena para todos los seres humanos, asumida por el grupo de los primeros cristianos, suscitó la rabia y la persecución de los sistemas sociales que no ponían esa "vida plena para todos", sino más bien una "vida plena para unos pocos" como el modelo de vida social. Por eso es por lo que estos sistemas de poder se lanzaron contra la primitiva comunidad con toda su fuerza. No era una persecución por un "odio a la fe" puramente religioso, ni era una cuestión de mera ortodoxia religiosa. Los perseguidores, no se daban cuenta de que estaban combatiendo contra el mismo proyecto de Dios, anunciado por Jesús, relanzado por su resurrección. Ese proyecto no es una teoría religiosa, no es un artículo de fe de un credo. Es, efectivamente, el "proyecto mismo de Dios", su designio más arcano, y como tal, no puede fracasar (porque ello sería el fracaso de Dios mismo).

El proyecto de Dios es contrario a nuestros proyectos egoístas. Dios escoge al pobre, al débil, al pequeño de la tierra y lo dignifica. El libro del Apocalipsis en su propio lenguaje nos está recordando que Dios ha ensalzado y glorificado a su hijo Jesucristo asesinado por los poderosos de Roma y de Jerusalén.

Dios ha declarado a su Hijo digno de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor la gloria y la alabanza. El texto del libro del Apocalipsis, en forma de una liturgia, nos da muestra de cómo Dios enaltece a los que son humildes y cómo ha enaltecido a su Hijo Jesucristo, que fue ultrajado y humillado injustamente por el sistema que lo condenó a muerte.

Dios ha glorificado a su Hijo Jesucristo y los que le han recibido en sus vidas han descubierto en él, la fuerza liberadora que es capaz de hacer hombres y mujeres nuevos para la construcción de un mundo nuevo donde todos seamos hermanos.

Jesús se presenta nuevamente a los Apóstoles, esta vez junto al Lago de Tiberíades, y se les presenta en medio de la vida ordinaria, en medio de las labores a las cuales estaban acostumbrados los Apóstoles. Ellos habían dejado de lado el ser pescadores de hombres nuevos y mujeres nuevas, a lo que les había llamado Jesús, y habían vuelto a su oficio de siempre... Es ahí donde se les presenta Jesús de nuevo, valiéndose de lo que les era familiar. Allí Dios les manifiesta su poder y su gloria, a través del símbolo de la pesca y de la comida.

El Resucitado los invita a tirar las redes, redes que recogerán una pesca milagrosa una pesca multitudinaria, red que es símbolo de la Iglesia y de la pesca que harían los seguidores de Jesús después de este encuentro cuando vuelven a tomar el rumbo que habían perdido. El discípulo a quien el Señor más amaba le reconoce en el milagro de la abundancia de peces, y Pedro se siente nada delante de aquel que le encomendó una tarea especifica que dejó de cumplir.

La Iglesia pasa constantemente por momentos en los que se puede perder el rumbo, pero el Espíritu, que es la fuerza y la presencia real de Dios en medio de nosotros, nos hace nuevamente encontrar el rumbo y nos ayuda a seguir viviendo la aventura del Reino.

Para la revisión de vida

-Obedecer a Dios antes que a los humanos... Quizá yo no esté en situación de conflicto con la autoridad, pero puede haber muchas pequeñas o grandes cosas en mi vida en las que obedezco más a leyes, preceptos, presiones, costumbres, influjos... humanos, que a lo que siento que Dios me pide. Debo examinarlo.

-La lectura del apocalipsis habla de la alabanza cósmica, de todas las creaturas, hacia el Dios creador, por medio del Cordero... ¿Vivo mi fe en sintonía de amor y armonía con todas las fuerzas de la creación?

Para la reunión de la comunidad o del grupo bíblico

-El conflicto que vivió frente a las autoridades judías la primera comunidad cristiana es muy elocuente y merece un análisis: ¿por qué eran perseguidos?, ¿por simple "odio religioso"?, ¿por la misma causa por la que Jesús fue ejecutado?, ¿por la misma opción de Jesús por los pobres que ella prolongaba?...

-Después de la ejecución de Jesús, ¿por qué la predicación de su resurrección resultaba subversiva?

-Si hoy volviera Jesús y predicara lo que predicó, ¿encontraría la aprobación o el rechazo por parte del sistema socio-económico-político dominante en nuestra sociedad?

-Y hoy día: ¿los cristianos son perseguidos o apoyados por los poderosos?

Oración comunitaria

Reunidos en la celebración eucarística dominical te pedimos, Señor, que, por la fe, sintamos siempre en medio de la comunidad la presencia de Jesús resucitado, que parte para nosotros el pan y el vino y nos explica las Escrituras para fortalecer nuestras vidas y renovar nuestra alegría. Por J.N.S.

Para la oración de los fieles

-Por los cristianos que son perseguidos por causa de su fe, para que permanezcan fieles a ella a pesar de las dificultades, roguemos al Señor...

-Por los cristianos que son perseguidos por las consecuencias de su fe, a saber: su compromiso con la justicia, su opción por los pobres, su denuncia valiente de los pecados sociales...; para que se mantengan firmes en esa opción de obedecer a Dios antes que a los humanos...

-Por los cristianos que son bien mirados y alabados por los que tienen poder en este mundo; para que comparen su situación con la de Jesús y obren en consecuencia...

-Por nuestras asambleas eucarísticas dominicales, para que sean siempre un encuentro privilegiado con Jesús resucitado...

-Para que vivamos en nuestra vida la armonía con toda la creación, haciéndonos portadores de la alabanza divina que todas las criaturas proclaman...

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


29. LA ACCION Y LA CONTEMPLACION

1. Igual que los Apóstoles prolongan la acción de Jesús, cosechan también las enemistades que él concitó. Liberados "por un ángel del Señor, que les abrió por la noche las puertas de la cárcel y les dijo que fueran al templo a anunciar con valentía todas las palabras de esta Vida", se pusieron a enseñar. Denunciados ante el Sanedrín, hoy los vemos interrogados y acusados por el Pontífice de dos culpas: de haber llenado Jerusalén con su enseñanza, siendo que les habían prohibido "enseñar en nombre de ese"; y de cargar sobre ellos la responsabilidad de "la sangre de ese hombre" Hechos 5,27. 

2. Pedro, que claudicó ante la voz de una criada, y los Apóstoles que huyeron, se mantienen ahora enteros ante la suprema autoridad religiosa de Jerusalén. La sangre de Jesús y la fuerza del Espíritu les han cambiado totalmente, y los han convertido en hombres fuertes, audaces y valerosos: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Y de paso, le anuncian el "kerigma" que tanto le tenía que doler, porque tiene que oir reproducido lo que están predicando al pueblo: "Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero, ha sido resucitado por el Dios de nuestros padres". Pone en juego a quien es la razón de ser de los judíos, "el Dios de nuestros padres", que es quien ha elegido por amor al pueblo, le ha sacado de la esclavitud de Egipto y de todas las otras deportaciones, y sin el cual, ni el sacerdocio del pontífice, ni la ley, ni los profetas, ni el templo, ni los sacrificios, ni los ritos, tienen sentido. Le ponen en la disyuntiva: O la historia de Israel es una farsa, o tenéis que aceptar a Jesús, a quien "la diestra de Dios ha exaltado, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados". Pero ellos tenían el corazón endurecido, y no eligieron, les azotaron, lo que llenó de alegría el corazón de los Apóstoles Hechos 5,27.

3. Los Apóstoles y el grupo de los creyentes, que han experimentado la liberación de la esclavitud de sus vidas, pueden cantar y ensalzar al Señor y nosotros asociarnos a ellos, "porque nos ha librado"; y debemos "darle gracias siempre" porque con su bondad que dura de por vida "ha cambiado nuestro luto en danzas" Salmo 129.

4. Constatamos en la narración anterior que la unión de los Apóstoles está presidida por Pedro. En el relato evangélico figura también la misma unión con Pedro como protagonista: El, ejerciendo de patrón, "Tú eres Pedro" (Mt 16,18), toma la iniciativa de ir a pescar: "Yo os haré pescadores de hombres" (Mt 4,19); los otros siete que están con él, y que Juan nombra, significan toda la comunidad, que ejercita espontáneamente la obediencia: "Vamos también nosotros contigo". En esta escena resalta el carácter del primado de Pedro, combatido hoy desde fuera y desde dentro, como nunca. Cuando las críticas vienen de dentro de la misma Iglesia se retrasa la unidad, según un obispo oriental y un pastor protestante confiaron al Cardenal De Lubac. 

5 Salieron, se embarcaron y no cogieron nada Juan 21,1. El episodio es emblemático. No pescan porque la pesca la ha de proporcionar Jesús. Es que Jesús no estaba con ellos y "sin mí, no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Estructuras, reuniones, viajes, visitas, papeles... Todo es nada. Es Dios el que salva. Si nosotros nos empeñamos en estar empleados en las obras de Dios, pero prescindimos de su Persona, no cogemos nada. 

6. Amanecía: "Muchachos, ¿tenéis pescado?. -<No>". Jesús, como Cabeza y máximo responsable de la pesca, da la orientación del trabajo: "Echad las redes a la derecha". Es Jesús quien orienta, quien da luz, en el trato y en la audiencia y comunicación íntima y familiar con él. Por eso, hay que estar a la escucha. "Y no tenían fuerza para sacar la red". Pedro, es el que arrastra hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres, número simbólico de totalidad. -"<Vamos, comed>", les dice Jesús. La Iglesia que come el pan del resucitado, que es su fuerza, comienza la obra nueva por la que serán azotados, pero "contentos de haber recibido aquel ultraje por el nombre de Jesús", comprueba en el consuelo que "no has dejado que mis enemigos se rían de mí". Todo ha sido en virtud de la fuerza "del Cordero degollado que vive por los siglos de los siglos" Apocalipsis 5,11. 

7. Y después, Jesús demanda a Pedro su profesión triple de amor, para curarlo de las tres negaciones, restableciendo así ante él y ante la comunidad, representada en los siete que han salido a pescar con él, el primado prometido de ser piedra sobre la que edificará su Iglesia, y la entrega de las llaves. Y a Pedro, por tres veces le ordena Jesús: "Apacienta mis corderos y mis ovejas", no tuyas, sino mis ovejas. No son tuyas las ovejas, Pedro, sino del Señor. Procura apacentar, dar pastos abundantes, que coman bien para que lleguen robustas al Padre. Vive para ellas. Sufre por ellas. Ora por ellas. Muere por ellas. Ha escrito Juan Pablo II:

“Eres tú, Pedro. Quieres ser tú aquí,

el pavimento sobre el que pisan los demás

para alcanzar allá donde tú guías los pasos

como la roca sostiene

el duro calzado de sandalias de un rebaño”.

Los presidentes de las naciones caminan sobre alfombras. Pedro debe ser como una alfombra sobre la que caminen los demás. Pero tiene otro sentido también la demanda triple de amor. Nos ocurre también a nosotros. La primera respuesta es formularia, la segund, rutinaria. Sólo la tercera, la repetida, meditada y contemplada lleva contrición y amor.

8. En la noche de la cena, Jesús había respondido a la pregunta de Pedro: "Señor, a dónde vas?"; "Adonde yo voy, no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde" (Jn 13,36). Ha llegado la hora de la vocación: "Sígueme" (Jn 21,19). Entonces Pedro había dicho: "Daré mi vida por tí". Ya puedes, Pedro, comenzar a dar la vida, porque "el buen pastor da la vida por sus ovejas" (Jn 10,11). Y las ovejas de Cristo, te han sido confiadas ahora. Sólo con mucho amor podrás cumplir tu misión, por eso te han examinado de amor. El amor, ha sido tu tesis doctoral, la que figura en tu "Ficha". Y Jesús le predice que al fin morirá extendiendo las manos. Pero el amor le dará fuerza para sufrir. 

9. Pedro, el activo, se echa al agua para salir al encuentro de Jesús, que estaba en la orilla. Pero aunque ha hecho tantos esfuerzos para sacar la red repleta de peces, no ha conocido al Señor. Nos ocurre lo mismo en medio de los afanes del mundo. No descubrimos al Señor presente a nuestro lado. Lo imaginamos demasiado lejano, demasiado celeste. Recuerdo una frase de Líster, el marxista: "El marxismo está más lejos que Dios". Pero Jesús está a la orilla de cada actividad, de cada trabajo o empresa, de cada fracaso, de cada penalidad y disgusto y contradicción y de cada murmuración y de cada traición, para darnos su pan, alimento para cada día y para la vida eterna, y para examinarnos de amor. Más importante que dedicarse a las actividades de Dios es dedicarse a la persona de Cristo. 

10. Es Juan, el contemplativo, el que reconoce a Jesús y le insinúa a Pedro su presencia. Pedro escucha atenta y dócilmente, como debe hacer todo pescador, todo pastor. La Iglesia petrina y la joanea gozan carismas complementarios, pero no debe existir la una sin la otra. Para reconocer a Jesús es necesaria la contemplación. "La Iglesia ha de vivir entregada a la acción y dada a la contemplación" (Vaticano II). Nadie duda que la fe cristiana se halla actualmente en período de relativo retroceso. Se han propuesto y ensayado muchos y variados remedios para recuperar el terreno perdido. Pero el único remedio al que nuestro Señor ha prometido coronar con el éxito no ha sido aplicado seriamente: la oración. (Trueman Dicken). Juan Pablo II, en su Carta Apostólica "Novo Millenio ineunte" la propone en el programa para el Tercer Milenio. 

11. Antes de la elección del Papa Juan Pablo II, escribía yo que estaba deseando que nos presidiera un Papa que metiera a toda la Iglesia en Ejercicios Espirituales, quería decir, que nos dedicara a la oración. Juan Pablo II ha colmado mi deseo, comenzando por él mismo. Escribe el Cardenal Suenens: "Ora hasta provocar envidia", decía de él Paul de Haes, uno de sus compañeros de estudio en Roma. De hecho se inclina y se pliega en dos. Al verle como postrado durante su acción de gracias en la Capilla Sixtina, creí que se sentía mal. Encarna la oración en todo su cuerpo y, en ese momento parece tener diez años más. Pero cuando se inclina y sonríe, rejuvenece de un extraño modo". Podría citar datos interminables, pero me limito a recoger su Carta Apostólica: "Novo Millenio ineunte": Es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración. El Año jubilar ha sido un año de oración personal y comunitaria -más intensa. Pero sabemos bien que rezar tampoco es algo que pueda darse por supuesto. Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: «Permaneced en mí, como yo en vosotros» (Jn 15,4). Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial, pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas. ¿No es acaso un «signo de los tiempos» el que hoy, a pesar de los vastos procesos de secularización, se detecte una difusa exigencia de espiritualidad, que en gran parte se manifiesta precisamente en una renovada necesidad de orar? También las otras religiones, ya presentes extensamente en los territorios de antigua cristianización, ofrecen sus propias respuestas a esta necesidad, y lo hacen a veces de manera atractiva. Nosotros, que tenemos la gracia de creer en Cristo, revelador del Padre y Salvador del mundo, debemos enseñar a qué grado de interiorización nos puede llevar la relación con él. 

12. La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede enseñar mucho a este respecto. Muestra cómo la oración puede avanzar, como verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre. Entonces se realiza la experiencia viva de la promesa de Cristo: «El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él» (Jn 14,21). Se trata de un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual que encuentra también dolorosas purificaciones (la «noche oscura»), pero que llega, de tantas formas posibles, al indecible gozo vivido por los místicos como «unión esponsal». ¿Cómo no recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Jesús? Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas «escuelas de oración», donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el «arrebato del corazón. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.

13. Ciertamente, los fieles que han recibido el don de la vocación a una vida de especial consagración están llamados de manera particular a la oración: por su naturaleza, la consagración les hace más disponibles para la experiencia contemplativa, y es importante que ellos la cultiven con generosa dedicación. Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino «cristianos con riesgo». En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición. Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral".

14. Dos motivos hacen sufrir a la Iglesia en su caminar: porque la persiguen, la azotan, como hemos visto en la primera lectura; y porque no pesca, porque no es escuchada, no acuden los peces, están entretenidos en baratijas, llenos de mundo. Lo importante, no obstante, no es la red llena, sino la unidad en la virtud y en la santidad. 

15. Señor, porque sin tí no podemos nada, venimos a tí; porque nos abruma el peso, nos acercamos a tu mesa. Porque te hemos oído decir: "Venid a mí todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os daré respiro" (Mt 11,28), venimos a tí, como quienes están seguros de que tu poder multiplica la eficacia del hombre, y crece cada día entre tus manos la fuerza de sus manos. Venimos a tí porque tú eres quien seca las lágrimas de nuestros ojos, y nos llenas del gozo del Espíritu Santo.

J. MARTI BALLESTER

30.COMENTARIO 1


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A LA DERECHA

Cuenta el evangelista Juan que «estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Mellizo, Natanael el de Caná de Ga­lilea, los Zebedeos y otros dos. Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Contestaron: Vamos también nosotros contigo. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla, aunque los discípulos no se dieron cuenta de que era él. Jesús les preguntó: Muchachos, ¿tenéis por casualidad algo que comer? Contestaron: No. Les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y cogieron tantos peces que no tenían fuerzas para sacarla» (Jn 21,2ss).

Llama la atención la orden del Maestro a los discípulos:

«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» Era el amanecer de una noche en que el grupo de los discípulos había estado tratando en vano de realizar alguna captura en el lago. Al fin llegó Jesús indicando el lugar propicio para la pesca -a la derecha de la barca-, y ésta fue sobreabundante: «Una red, repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres; y a pesar de ser tantos no se rompió la red» (Jn 21,11).

Y uno se pregunta: ¿por qué precisamente hacia la dere­cha? ¿Qué tiene este lado que no tenga el izquierdo?

En el mundo de la Biblia, el lado derecho, referido a los miembros del cuerpo, es el lado más noble del hombre. La mano derecha es la mano de la actividad: «Que no se entere la izquierda de lo que hace la derecha» (Mt 6,2). «Si tu ojo derecho te pone en peligro, sácatelo y tíralo; y si tu mano derecha te pone en peligro, córtatela y tírala» (Mt 5,29); con esta frase invita el Maestro a abandonar hasta lo más apre­ciado y querido cuando esto impide al discípulo vivir según el evangelio. En la oreja derecha se ungía a los sacerdotes al co­menzar a ejercer sus funciones (Lv 8,23). Con un gesto pro­fético, Pedro hiere al siervo del sumo sacerdote en la oreja derecha, lugar de la unción, descalificando al sumo sacerdocio judío (Lc 22,50).

Sentarse a la derecha de un rey equivalía en la antigüedad a ser primer ministro y gozar de su poder. Jesús, tras la resu­rrección, está sentado a la derecha de Dios, constituido en poder, según diversos textos del Nuevo Testamento.

Pero ¿quién estará, a su vez, constituido en poder o podrá sentarse a la derecha de Jesús? El evangelio de Mateo da la respuesta: «Cuando este hombre venga con su esplendor acom­pañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono real y reunirá ante él a todas las naciones. El separará unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras, y pondrá a las ovejas a su derecha y a las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: Venid, benditos de mi Pa­dre; heredad el reino preparado para vosotros desde la crea­ción del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui extranjero y me recogisteis, estuve en la cárcel y fuisteis a verme» (Mt 25,3lss).

A la derecha de Dios se situarán todos los que favorecie­ron a los marginados de la tierra, esa lista de enfermos, toxi­cómanos, pobres, parados, minusválidos, todos aquellos que en la vida fueron situados en el lugar siniestro de la sociedad.

Hacia esta gente tiene que echar las redes la Iglesia, con decisión, si quiere obtener una pesca abundante. Este es el lugar favorable para la evangelización. Este es el lado derecho de la barca hacia el que Jesús mandó echar la red a sus dis­cípulos, reacios como la misma Iglesia a evangelizar a los po­bres con palabras y hechos.

Si queremos sentarnos un día a la derecha de Dios, ya sa­bemos el camino...



COMENTARIO 2


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EL EXITO DE LA MISION

Para que la misión tenga éxito se deben cumplir estas condicio­nes: que se haga en unión con Jesús, que los que trabajan en ella estén dispuestos a gastar, como Jesús, su vida en el intento y que no se trate de un asunto asumido individualmente sino como tarea comunitaria.



LA PESCA

Estaban juntos Simón Pedro, Tomas, ... Natanael, ... los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijo Pedro:

-Voy a pescar.

Le contestaron:

-Vamos también nosotros contigo.



La pesca sirve en los evangelios para simbolizar la misión de la comunidad cristiana (cuando Jesús llamó a los primeros discípulos les dijo que serían pescadores de hombres, véase Mc 1,17). Jesús no les entregó la Buena Noticia en propiedad para que ellos la disfrutaran. La Buena Noticia tiende por su misma naturaleza a ser comunicada, y la comunidad cristiana es la encargada de hacer que ese objetivo se cumpla: que los hombres, todos, lleguen a conocer cuál es el proyecto de Dios para la humanidad y que, entusiasmados con ese proyecto, lo acepten y lo lleven a cabo. El trabajo, la pesca, es el anuncio de la Buena Noticia; los hombres que aceptan el mensaje están simbolizados en los peces, fruto de aquel trabajo.



CUANDO Y DONDE PESCAR

Aquella noche no cogieron nada. Al llegar ya la mañana, se hizo presente Jesús en la playa... El les dijo:

-Echad la red al lado derecho de la barca y encontraréis.

La echaron y no tenían en absoluto fuerzas para tirar de ella por la muchedumbre de los peces.



La noche, en el evangelio de Juan, representa la ausencia de Jesús, luz del mundo (Jn 8,12).

Pedro había negado a Jesús (Jn 18,15-27) porque no estaba dispuesto a aceptar que el amor de Jesús por la humanidad tuviera que llegar a la exageración de dar la vida. No había descubierto que el amor es más fuerte que la muerte (véase Cant 8,6), y no sólo se disgustó porque Jesús se dejó matar, sino que hizo todo lo posible para no seguir él el mismo camino... y negó por tres veces a Jesús. Ahora Pedro, que en el fondo no era mala persona, toma la iniciativa de empezar la tarea: «Voy a pescar», dice al resto de la comunidad. Y los demás lo siguen... a él: «Vamos también nosotros contigo». Por eso es de noche, porque no han dejado espacio a Jesús. Y por eso no obtienen ningún fruto de su trabajo... hasta que se hace de día al hacerse presente Jesús.

El se queda a una cierta distancia: el trabajo ya no le corresponde desarrollarlo a él, sino a la comunidad de sus seguidores; pero no por eso se desentiende e indica a aquel grupo de cansados y desalentados pescadores por dónde de­ben echar la red, hacia dónde deben dirigir su objetivo: hacia la muchedumbre de hombres y mujeres que están necesitados de un proyecto para su vida, a la muchedumbre de seres humanos que buscan con ansia un camino hacia la felicidad: los pobres, los enfermos, los oprimidos, los desgraciados; los mismos a los que se dirigió preferentemente Jesús. Y si se trabaja junto con Jesús, esa muchedumbre responderá y el esfuerzo se verá coronado por el éxito: «...la red repleta de peces grandes, ciento cincuenta y tres». Son las nuevas comu­nidades que, unidas a Jesús, se incorporarán a la tarea.



EL RIESGO DEL PESCADOR

Cuando acabaron de almorzar, le preguntó Jesús a Simón Pedro:

-Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?... Pedro le respondió:

-Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.

Le dijo:

-Apacienta mis ovejas. Sí, te lo aseguro: Cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo extenderás los brazos y otro te pondrá el cinturón para llevarte adonde no quieres. Esto lo dijo indicando con qué clase de muerte iba a manifestar la gloria de Dios.



Pero el estar unido a Jesús no es sólo un sentimiento ni, menos aún, un documento. Estar unidos a Jesús es una actitud de vida y una actividad: ponerse a caminar tras sus huellas dispuestos a recorrer su mismo camino para, de una u otra manera, terminar en su misma meta. Es adoptar como única norma de vida el amor a la humanidad y, de manera especial, a los pobres y oprimidos, a los pequeños, a los débiles, a los que no tienen, no saben, no pueden..., dispuestos a dar la vida para que tengan lo que necesitan para ser personas, sepan que son hijos de un Padre que los quiere y puedan salir juntos de la miseria, la humillación y la ignorancia.

Comprometidos en esa misión, se logra, además, otro fru­to: el amor que crece dentro de quien lo practica hasta el punto de llegar a darse, como se dio Jesús, como alimento para la vida del mundo. Y la renovada entrega de Jesús fun­diéndose con la entrega de los suyos (esa entrega está simbo­lizada en los pescados que Jesús ofrece y en los que los discí­pulos aportan y que todos comparten) se hace eucaristía, acción de gracias al Padre, por haber hecho posible que los hombres empiecen a vivir como hermanos.

Y eso es lo que pide Jesús a Pedro: que dé el fruto que corresponde a quien es partícipe de la misión de Jesús; que se olvide de sus delirios de grandeza, que no se mantenga encadenado a las tradiciones, que deje ya, de una vez por todas, sus manías de líder y que ponga toda su pasión en la realización de la tarea que se le encomienda: «Apacienta mis corderos... Pastorea mis ovejas... Apacienta mis ovejas», esto es, que, como Jesús, el modelo de pastor, se juegue y esté dispuesto a perder la vida para la felicidad de los hombres, sus hermanos.



COMENTARIO 3


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v. 1: Algún tiempo después, se manifestó de nuevo Jesús a los discípulos junto al mar de Tiberíades, y se manifestó de esta manera:

Intervalo temporal indeterminado (Algún tiempo después). La mención del mar / lago remite al episodio de los panes (6,1), aunque aquí usa Juan solamente la denominación de resonancia pagana (de Tiberíades), colocando la escena en contexto de misión.

Los discípulos que van a mencionarse representan a todo el grupo cristiano, y el episo­dio contiene una enseñanza válida para todos La manifestación va a tener características diferentes de las dos anteriores (de esta manera). Va a ser al aire libre (misión), en medio de la actividad



v. 2: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (es decir, Me­llizo), Natanael el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos.

Los discípulos forman comunidad (juntos). Simon Pedro; Tomás, dispuesto a morir con Jesús, sabe ahora adónde conduce esa muerte (20,24-29) Natanael representaba al Israel fiel llamado por Jesús (1,45-51), de Caná de Galilea nunca dicho antes, lo pone en relación con la madre de Jesús, figura femenina del mismo Israel (2,1-5), integrado en la nueva comunidad al pie de la cruz (19,25-27). Los Zebedeos, única vez en este Evangelio, sin nombres pro­pios. Dos discípulos anónimos. Ya no se habla de «los Doce», los men­cionados suman siete (se pensaba que los pueblos del mundo eran se­tenta); se trata de una comunidad abierta a la humanidad entera.



v. 3: Les dijo Simón Pedro: Voy a pescar. Le contestaron: Vamos también nosotros contigo. Salieron y se montaron en la barca, pero aquella noche no cogieron nada.

Se trata de una decisión individual de Pedro; su iniciativa arrastra a los demás. La pesca es figura de la misión. La noche, en contexto de actividad, se opone al dicho de Jesús en 9,4s: »Se acerca la noche, cuando nadie puede trabajar, etc.»; significa la ausencia de Jesús, luz del mundo. La misión, a iniciativa de Pedro, no produce fruto: "no cogieron nada".



v. 4: Al llegar ya la mañana, se hizo presente Jesús en la playa, aunque los discípulos no sabían que era Jesús.

La luz de la mañana coincide con la presencia de Jesús, en la playa, límite entre la tierra y el mar, que representa «el mundo» donde se ejerce la misión. Jesús se queda en la tierra firme; su acción se ejerce por medio de los discípulos. Concentrados en su esfuerzo inútil, no lo reconocen.



vv. 5-6: Les preguntó Jesús: Muchachos, ¿tenéis algo para acompañar el pan? Le contestaron: No. Él les dijo: Echad la red al lado derecho de la barca y encontra­réis. La echaron y no tenían en absoluto fuerzas para tirar de ella por la muchedumbre de los peces.

Jesús se dirige a ellos con un término de afecto: "Muchachos", chiquillos. Conscientes de su fracaso, contestan secamente. Al se­guir la indicación de Jesús (6), pesca inmediata y abundante.



v. 7: E1 discípulo aquel, el predilecto de Jesús, dijo en­tonces a Pedro: Es el Señor. Simón Pedro entonces, al oír que era el Señor, se ató la prenda de encima a la cintura, pues estaba desnudo, y se tiró al mar.

Ante el sorprendente resultado, el discípulo predilecto reconoce a Jesús. Pero Pedro (cf. 13,23; 18,15; 20, 2), que no está aún dispuesto a dar la vida con Jesús, no lo reconoce. Para indicar el cambio de actitud de Pedro se utiliza un lenguaje simbólico: la oposición desnudez-vestido y la acción de tirarse al agua. En el primer simbolismo, la clave está en la frase: se ató ... a la cintura, usada de Jesús cuando se ciñó el paño que significaba su servicio hasta la muerte (13,4.5). Pedro estaba desnudo: no había adoptado la actitud de Jesús; por eso la misión no ha producido fruto. Con la frase "se tiró al mar", Pedro muestra su disposición a dar la vida. Ahora en­tiende el lavado de los pies (13,7: «lo entenderás dentro de algún tiempo»). Es el único que se tira al mar, por ser el único que ha negado a Jesús. En esta narración Jesús no responde al gesto de Pedro, se dirige siempre al grupo.



vv. 8-9: Los otros discípulos fueron en la barca (no estaban lejos de tierra, sino a unos cien metros) arrastrando la red con los peces.A1 saltar a tierra vieron puestas unas brasas, un pescado encima y pan.

Los demás siguen juntos, como estaban al principio (2), y van al lugar donde está Jesús. Ven primero el fuego y la comida que él ha pre­parado, los mismos alimentos, pescado y pan, que había repartido en la segunda Pascua (6,9.11). Es el pan de vida (6,51), Jesús mismo.



vv. 10-11: Les dijo Jesús: Traed pescado del que habéis cogido ahora. Subió entonces Simón Pedro y tiró hasta tierra de la red repleta de peces grandes, ciento cincuenta y tres; a pe­sar de ser tantos, no se rompió la red.

Jesús les pide el fruto del trabajo: dos alimentos: el que ofrece Jesús, su persona, y el que ofrecen los discípulos; el amor ejercido en la misión los lleva al don de sí que alimenta a la comunidad. En la eucaristía han de estar presentes el don de Jesús a los suyos y el don de unos a otros (1,16).

Pedro se singulariza de nuevo. Tampoco responde Jesús a este gesto. Subió se contrapone a «tirarse al mar», y señala la nueva actitud de Pedro. Ciento cincuenta y tres equivale a tres grupos de cincuenta más un tres, que es el multiplicador. «Cincuenta» designa a una comunidad del Espí­ritu (6,10); peces grandes equivale a «hombres adultos» (6,10; 9,20s), es decir, acabados por el Espíritu. «Tres», número de la divinidad (Gn 18,2; Is 6,3: el triple santo), que representa a Jesús (20,28). Con este número ciento cin­cuenta y tres se representa a las comunidades del Espíritu (el fruto) que se multiplican en proporción exacta con su presencia. La red no se rompe (19,24, de la túnica): unidad en la diversidad (17,21: «que todos sean uno»).



vv.12-14: Les dijo Jesús: -Venid, almorzad. A ningún discípulo se le ocurría cerciorarse preguntán­dole: «¿Quién eres tú?», conscientes de que era el Señor. Llegó Jesús, cogió el pan y se lo fue dando, y lo mismo el pescado. Así ya por tercera vez se manifestó Jesús a los discí­pulos después de levantarse de la muerte.

Jesús invita a todos ; él mismo ha preparado el alimento, como un amigo (15,13-15). Los discípulos no dudan de su presencia (14,21; 16,2). La llegada de Jesús a la comunidad es perceptible en la eucaristía.



v. 15: Así ya por tercera vez se manifestó Jesús a los discí­pulos después de levantarse de la muerte.

La tercera vez es la definitiva, la que va a durar siem­pre; manifestación modelo para la vida del grupo cristiano.



v. 15: Cuando acabaron de almorzar, le preguntó Jesús a Simón Pedro:

Simón de Juan, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Señor, sí; tú sabes que te quiero. Le dijo: Apacienta mis corderos.

En el episodio anterior (21,7), Jesús no se ha hecho eco del gesto de Pedro. Terminada la comida se dirige a él. Evita que el problema personal interfiera en su contacto con la comunidad. Jesús lleva la iniciativa (le preguntó). Simón de Juan (cf. 1,42) ha pretendido destacarse del grupo ostentando ser el primero en la adhesión a Jesús (13,37). La pregunta (¿me amas más que éstos?), en­frenta a Pedro con su actitud, en presencia de los demás. Después de sus negaciones, Pedro evita toda comparación; te quiero, amor de amigo, en lugar de «te amo», amor de identificación y se remite al conocimiento de Jesús (tú sabes).

Apacentar equivale a procurar alimento, que, como el que da Jesús, es el don de la propia persona (14,15.21); corderos son los pequeños; ovejas, los grandes; de este modo se representa la: totalidad del rebaño.

v. 16: Le preguntó de nuevo, por segunda vez: Simón de Juan, ¿me amas? Le respondió: Señor, sí; tú sabes, que te quiero. Le dijo: Pastorea mis ovejas.

Jesús pregunta por segunda vez, de modo más breve e incisivo si Pedro está realmente identi­ficado con él y lo toma por modelo, renunciando a todo otro ideal de Mesías. Pedro responde de la misma manera.

Pastorear significa dar la vida por las ovejas, como hace el pastor modelo (10,11); esta es la disposición propia de todo discí­pulo.



v. 17: La tercera vez le preguntó: Simón de Juan, ¿me quieres? Pedro se puso triste porque la tercera vez le había pre­guntado: «¿Me quieres?», y le respondió: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Le dijo: Apacienta mis ovejas.

La tercera vez recuerda la triple negación. Pedro había profe­sado dos veces ser amigo de Jesús («tú sabes que te quiero»); «ser amigo» es renunciar a la idea de un Mesías de poder (18,10), a la relación de inferior a superior (13,6-8), al trabajo como siervo o asalariado (15,15).

Dice el evangelio que Pedro se puso triste, pues Jesús parece desconfiar de sus afirmaciones ante­riores y le hace recordar su obstinación (Pedro/Piedra).

Pedro insiste: Tú lo sabes todo, nueva rectificación (cf. 13,37s). El tercer encargo de Jesús "apacienta mis ovejas" sintetiza los dos anteriores.



vv. 18-19: Sí te lo aseguro: Cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás los brazos y otro te pondrá el cinturón para llevarte adonde no quieres. 19Esto lo dijo indicando con qué clase de muerte iba a manifestar la gloria de Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme.

Pedro dará la vida en la cruz, como Jesús. Así se asociará hasta el final a su misión de pastor. Pedro, cuando era joven, actuaba a su ar­bitrio, sin objetivo (ibas adonde querías); desde ahora tendrá que ser coherente con el seguimiento, aunque le cueste (adonde no quieres).



COMENTARIO 4


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Los líderes del pueblo han prohibido a los Apóstoles y demás seguidores del Resucitado seguir anunciando a Jesucristo, pues veían una amenaza en el anuncio de aquella resurrección. El anuncio de aquella resurrección de Jesús de Nazaret, a quien ellos habían crucificado, no era simplemente una afirmación abstracta de la inmortalidad. La resurrección que el Padre realizó con poder en la persona de Jesús era la manifestación de su justicia en favor de aquél a quien ellos habían descalificado de la manera más radical, condenándolo y crucificándolo. Si este Jesús de Nazaret estaba vivo, estaba claro que ellos habían cometido un error. La resurrección de Jesús suponía la condenación de los que acababan de crucificarlo. Si Jesús resucitaba, resucitaba también, con él, su Causa, y con ella, la esperanza de todos los que anhelaban ese mundo nuevo que él llamaba Reinado de Dios.

Los Apóstoles tienen claro su nuevo proyecto y comprenden que obedecer al sistema religioso judío o someterse al sistema romano implicaba desobedecer a Dios, ya que esos dos sistemas buscaban por todos los medios el poder de unos pocos y descuidaban la vida de los pobres. La no vinculación al sistema injusto que tiempo atrás había asesinado a Jesús era la garantía de la obediencia a Dios.

La opción y la predicación de la Causa del Reinado Dios, que no es otra que la Causa de la justicia y de la Vida plena para todos los seres humanos, asumida por el grupo de los primeros cristianos, suscitó la rabia y la persecución de los sistemas sociales que no ponían esa "vida plena para todos", sino más bien una "vida plena para unos pocos" como el modelo de vida social. Por eso es por lo que estos sistemas de poder se lanzaron contra la primitiva comunidad con toda su fuerza. No era una persecución por un "odio a la fe" puramente religioso, ni era una cuestión de mera ortodoxia religiosa. Los perseguidores no se daban cuenta de que estaban combatiendo contra el mismo proyecto de Dios, anunciado por Jesús, relanzado por su resurrección. Ese proyecto no es una teoría religiosa, no es un artículo de fe de un credo. Es, efectivamente, el "proyecto mismo de Dios", su designio más arcano, y como tal, no puede fracasar (porque ello sería el fracaso de Dios mismo).

El proyecto de Dios es contrario a nuestros proyectos egoístas. Dios escoge al pobre, al débil, al pequeño de la tierra y lo dignifica. El libro del Apocalipsis en su propio lenguaje nos está recordando que Dios ha ensalzado y glorificado a su hijo Jesucristo asesinado por los poderosos de Roma y de Jerusalén.

Dios ha declarado a su Hijo digno de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor la gloria y la alabanza. El texto del libro del Apocalipsis, en forma de una liturgia, nos da muestra de cómo Dios enaltece a los que son humildes y cómo ha enaltecido a su Hijo Jesucristo, que fue ultrajado y humillado injustamente por el sistema que lo condenó a muerte.

Dios ha glorificado a su Hijo Jesucristo, y los que le han recibido en sus vidas han descubierto en él la fuerza liberadora que es capaz de hacer hombres y mujeres nuevos para la construcción de un mundo nuevo donde todos seamos hermanos.

Jesús se presenta nuevamente a los Apóstoles, esta vez junto al Lago de Tiberíades, y se les presenta en medio de la vida ordinaria, en medio de las labores a las cuales estaban acostumbrados los Apóstoles. Ellos habían dejado de lado el ser pescadores de hombres nuevos y mujeres nuevas, a lo que les había llamado Jesús, y habían vuelto a su oficio de siempre... Es ahí donde se les presenta Jesús de nuevo, valiéndose de lo que les era familiar. Allí Dios les manifiesta su poder y su gloria, a través del símbolo de la pesca y de la comida.

El Resucitado los invita a tirar las redes, redes que recogerán una pesca milagrosa una pesca multitudinaria, red que es símbolo de la Iglesia y de la pesca que harían los seguidores de Jesús después de este encuentro cuando vuelven a tomar el rumbo que habían perdido. El discípulo a quien el Señor más amaba le reconoce en el milagro de la abundancia de peces, y Pedro se siente nada delante de aquel que le encomendó una tarea especifica que dejó de cumplir.

La Iglesia pasa constantemente por momentos en los que se puede perder el rumbo, pero el Espíritu, que es la fuerza y la presencia real de Dios en medio de nosotros, nos hace nuevamente encontrar el rumbo y nos ayuda a seguir viviendo la aventura del Reino.

COMENTARIOS

1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones Cristiandad Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).


Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

Jn. 21, 1-19

Vamos a hacer de esta reflexión una contemplación de la experiencia que Pedro tiene sobre la resurrección de Cristo. Dice el Evangelio: “Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Nathanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos”.

Recordemos que Cristo ha resucitado. Todos han sido testigos: ha estado con ellos, les ha hablado y les ha prometido que dejaba al Espíritu Santo, han visto el milagro de Tomás; sin embargo, la soledad vuelve a rodearles.
“Simón Pedro les dice: ‘Voy a pescar’. Le contestan ellos: ‘También nosotros vamos contigo’. Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada”. Los apóstoles estaban solos respecto a Cristo, solos respecto a su oficio de pescadores. ¡Y de pronto sucede algo que ellos no esperaban!

Una de las características de las apariciones de Cristo es la gratuidad. Cristo no se aparece para dar gusto a nadie. Cristo mantiene en sus apariciones una gratuidad. “Me aparezco cuando quiero, porque yo quiero”. Con lo que Él nos vuelve a manifestar que Él es el verdadero Señor de la existencia.

“Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era él. Díeles Jesús: Muchachos, ¿no tenéis pescado?” ¡Imagínense cómo le contestarían..., después de toda la noche trabajando se habían acercado a la orilla, y un señor imprudente les pregunta si no tienen pescado! Y Él les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. Echan la red y resulta que ya no la pueden arrastrar por la abundancia de peces. ¿Qué sentirían?

“El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: Es el Señor”. De nuevo se repiten las mismísimas situaciones al primer encuentro con Jesús: Un día, después de pescar infructuosamente, todos en la barca regresan. Los experimentados han fracasado, y un novato les dice que echen ahí las redes, que ahí hay peces. La echan y efectivamente la red se llena.

¡Cuántas cosas semejantes al primer amor! Juan no lo narra, lo narran los otros evangelistas, pero sabe al primer encuentro. Y Juan, que ama y es amado, dice: “Es el Señor”. Reconoce los detalles del inicio de la vocación. Es como si Cristo buscase dar marcha atrás al tiempo para decir: “Todo empieza de nuevo, sois verdaderamente hombres nuevos”, como en el primer momento, como en el primer instante. Como que el primer amor vuelve a surgir desde el fondo de nosotros mismos para recordarnos que somos llamados por Cristo.

Juan, en la fe y en el amor, reconoce al Señor, y Pedro sin pensar dos veces, se lanza de nuevo hacia Él. Ya no es el Pedro del principio de este Evangelio: amargado, triste, enojado. Es un Pedro que ha oído: “Es el Señor”; y se lanza al agua. Y después viene toda esa hermosísima escena de la comida con Cristo, en la que el Señor produce de nuevo la posibilidad de comunión con Él, en amistad, en cercanía y en abundancia. “Siendo tantos los peces, no se rompió la red”.

Todo esto va preparando la experiencia de Pedro con Cristo. Hay ciertos temas que Pedro no ha tocado aún, hay ciertas situaciones que Pedro no se ha atrevido a señalar. Hay un aspecto que Pedro, aun estando con Cristo resucitado, no ha resuelto todavía: la noche del Jueves Santo; la negación de Pedro. Es un tema que Pedro tiene encerrado en un closet con siete llaves. Tan es así, que Pedro se lanza al aguan como diciendo: “aquí no ha pasado nada, yo vuelvo a ser el primero”. Y Cristo dice: “traed los peces”. Y Pedro es el primero en ir a buscarlos. Como si a base de estos gestos uno quisiese tapar aquellas cosas que no nos gustan que los demás vean.

Y continúa el Evangelio diciendo: “Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan ¿me amas?”. Cristo vuelve a preguntar por el amor. “[...] Apacienta a mis ovejas.” Cristo confirma a Pedro su misión.

Y este amor que Cristo nos propone, es un amor nuevo. No es el amor de antes, no es el amor de aquella jornada junto al lago en la que Cristo les pregunta: “¿Quién soy yo para vosotros?”, y Pedro responde: “eres el Hijo de Dios.” No es el amor de la sinagoga de Cafarnaúm cuando Cristo les dice: “¿También vosotros queréis marcharos?”, y responde Pedro: "Señor, ¿a dónde iremos?" No es el amor del jueves por la tarde, cuando Cristo le dice: “Uno de vosotros me va a entregar”, y Pedro salta. Cristo le dice: ¿Sabes qué? Tú me vas a negar tres veces. Y Pedro, explotando, dice: Yo antes daré mi vida que negarte a ti.

No es ese amor, no es el amor antiguo, el amor que nace de la propia decisión, el amor que nace, como un río, del propio corazón. Es el amor que, como lluvia, Cristo deposita sobre el desierto del alma de Pedro. Es el amor que se derrama sobre el alma, un amor que ya no procede de mi certeza, de mi convicción, de mi inteligencia, de mis pruebas, de mi tecnicismo; es el amor que nace sólo del apoyo que Cristo da a mi vida. Y ese amor es el amor que me va a hacer superar la debilidad para ponerme de nuevo en el seguimiento del Señor. No es el amor que nace de mí, sino el amor que viene de Él.

“En verdad, en verdad te digo, cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas a donde querías; pero cuando llegues a viejo extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras.” Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: Sígueme.

Y Pedro ve a Juan y le dice a Jesús; “Señor, y éste ¿qué?” Y Jesús le responde: “Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme”. Con esto Jesús le está diciendo: Olvídate de tu alrededor, deja de lado todos los otros apoyos que hasta ahora has tenido; tú, sígueme.

La resurrección, por sí misma, no es una garantía de nuestra proyección y lanzamiento con corazones resucitados. Habiendo sido testigos, nuestra vida puede continuar igual, sin transformaciones reales. Y esto lo vemos cada uno de nosotros en nuestra vida constantemente. Somos testigos de tantas cosas, y a lo mejor nuestra vida sigue igual.

La resurrección, el hecho de que veamos a Cristo, de que experimentemos a Cristo resucitado, la alegría de Cristo resucitado, a lo mejor, lo único que hace es dejar nuestra vida un poco más tranquila, pero no renovada. Sobre nuestra vida puede proyectarse la sombra del pasado o la incertidumbre del futuro. Nuestra vida puede seguir aferrada a antiguas certezas, a los criterios que nos han servido de brújula durante mucho tiempo.

Es bonito que Cristo haya resucitado, pero repasemos nuestra vida para ver cuántas veces pensamos que no nos sirve de mucho y que en el fondo hasta es mejor que las cosas sigan como están. Pedro no parece tener todavía una conciencia plena de lo que significa la resurrección de Jesucristo: lo vemos apegado a sus antiguos hábitos. Pedro sigue siendo el mismo, nada más que ahora se siente más solo, porque casi lo único que ha sacado en claro es la debilidad de su amor. Después de tres años, para Pedro lo único que prácticamente hay claro es que su amor es sumamente débil. Pedro se ha dado cuenta de que puede fallar mucho y de que no sabe ser roca para los demás. Junto a todas las cosas de que ha sido testigo tras la resurrección de Cristo, en el corazón de Pedro hay algo que pesa: la pena, el fracaso para con quien él más ama.

Esto es como una herida tremenda en el corazón de Pedro, que ni el Domingo de Resurrección, ni las otras apariciones han sido capaces de curar, de limpiar, de purificar. A pasar de todos sus esfuerzo —cuando le dice María Magdalena: “ahí está el Señor”, y corre; le dice Juan: “es el Señor”, y se lanza al agua—, el corazón de Pedro tiene una experiencia de profunda tristeza. Él sabe que es muy débil, más aún, nada le garantiza que no lo volvería a hacer, y casi prefiere ni pensar.

Quizá nosotros, después de esta Cuaresma en la que hemos ido recogiendo, como un odre, todas las gracias, todos los propósitos de transformación, todas las necesidades de cambio, todas las ilusiones de proyección, todavía podríamos tener un peso en nuestra alma: el saber que somos débiles, que nada nos garantiza que no volveríamos al estado anterior. Y, la verdad, se está muy a gusto pensando en la resurrección, mejor que pensar en esto.

La resurrección por sí misma no es garantía; pero, si queremos dar un paso adelante, nos daremos cuenta de que Cristo a Pedro lo renueva en el amor y en la misión. El diálogo en la playa entre Cristo y Pedro es un diálogo de renovación en el amor. Pedro amaba a Cristo, y desde el primer momento en que Cristo le pregunta: “Simón, hijo de Juan”,( ya no le dice Pedro) me amas más que éstos?” Le dice él: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Esa certeza, el amor a Cristo, Pedro la tiene clavadísima en su alma.
Pedro, después de tres veces de preguntarle Cristo sobre el amor de su alma, se da cuenta de que, muy posiblemente, ese triple amor está curando una triple negación. Pedro constata que su amor se había quedado enredado en las tres veces que dijo: “No conozco a este hombre”.

Cuando lo negó por tres veces, sus palabras, sus miedos encadenaron el amor vigoroso de Pedro. Y cuando Cristo sale al patio y lo mira, esa mirada hizo que Pedro se diera cuenta de las cadenas que él había echado.

Y Cristo como que quiere retomar la escena. Y así como retoma la escena de la vocación de ese primer momento, Cristo retoma la escena de la negación, como si Cristo le dijera a Pedro: “¿dónde estás?, ¿dónde te quedaste?, ¿te quedaste en el Jueves Santo?; vamos a volver ahí.

Y Cristo renueva el diálogo con Pedro donde se había quedado, y Cristo renueva su amor a Pedro y el amor de Pedro hacia Él, donde se había quedado atorado, en el jueves por la noche.

Cristo nos enseña que amarle en libertad significa ser capaces de mirar de frente nuestras debilidades, de volver a recorrer con Él los caminos que por miedo no nos atrevemos a cruzar.

Quizá, cada uno de nosotros tenga un jueves por la noche; quizá, cada uno de nosotros tenga una criada, una hoguera, unos soldados y un gallo que canta. Y Cristo, con amor, nos enseña a mirar de frente esa negación para que ya no nos atoremos ahí: “Si un día me dijiste no, camina ahora conmigo”.

El día que Pedro negó a Jesucristo, a lo que Pedro le tuvo miedo fue a morir por Cristo, a morir con Cristo. Pedro sabía que si decía que era discípulo del Señor, le podían echar mano y llevarlo al calabozo. Pero el amor de Cristo retoma a Pedro y se lo lleva, purificándolo hasta anunciarle que él también un día va a morir por Él. “Cuando eras joven te ceñías tú mismo, cuando seas viejo extenderás los brazos, otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras”. Y luego añadió: “Sígueme”.

Cristo nos renueva con su amor para que atravesemos ese tramo de nuestra vida en el que el miedo a morir con Él, el miedo a entregarnos a Él nos dejó atorados. Ese tramo de nuestra vida en el que todavía nosotros no hemos atrevido a poner nuestros pies porque sabemos que significa extender las manos y ser crucificados.

Cristo no le pregunta a Pedro: “¿me vas a volver a negar?” Sino que le pregunta: “¿me amas?”. A Cristo le interesa el amor. Sólo el amor construye, porque sólo el amor repara, une, sana y da vida. El amor renovado, el amor resucitado es el lazo que Cristo vuelve a lanzar a Pedro. El amor capaz de pasar a través de la propia experiencia, ese amor que es capaz de pasar por lo que uno una vez hizo y preferiría no haber hecho, y guarda su conciencia; ese amor que es capaz de pasar por el propio pasado, por la imagen que yo hubiera podido forjarme de mí mismo. Ese amor es el inicio que reconstruye un corazón cansado, porque este amor ya no se apoya en nosotros, sino en Cristo.

«Sígueme», no te sigas a ti mismo, no sigas tus convicciones, tus gustos, tus ideas. Este amor ya no se apoya en ti; es el amor que proviene de Cristo, el amor que nace de Dios. Dirá San Juan: “Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama, no ha conocido a Dios porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que Dios envió al mundo a su Hijo Único, para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo como propiciación para nuestros pecados. Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros nos debemos amarnos unos a otros”.

La experiencia de Pedro es la experiencia de un amor renovado. Pero al mismo tiempo, la experiencia que Pedro tiene de Cristo resucitado, es un amor que no se puede quedar encerrado, es un amor que se hace misión. Es un amor que renueva la misión de apóstoles que nos ha sido dada; es un amor que, en nuestro caso, renueva el vínculo con la misión evangelizadora de la Iglesia, renueva el compromiso cristiano a que fuimos llamados al ser bautizados. No es un amor que se queda en un cofre guardado, es un amor que se invierte, es un amor que se reditúa, es un amor que se expande. Y este amor es un amor que no teme; no teme a la cruz que significa la misma misión, porque va acompañado de Cristo que me dice: “Sígueme”.

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