38 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO III DE PASCUA
8-15

 

8. J/APARICIONES:

-Las apariciones. A veces tratamos de justificar la mediocridad de nuestra fe, pretextando y envidiando la suerte de los apóstoles. Ellos tuvieron la suerte de ver a Jesús antes y después de su muerte. A nosotros no nos queda otro remedio que creer. Pero las cosas no fueron tan sencillas como puede parecer.

Todos los evangelistas, al narrar las apariciones de Jesús, insisten y no ocultan la resistencia y dificultades de los apóstoles. Jesús se aparece a María Magdalena, y ésta lo confunde con un compañero de camino. Se aparece al grupo reunido y encerrado en el cenáculo, y se creen ver visiones. Les sale al encuentro en el lago, y no se dan cuenta de que es Jesús. Y ése es el problema. Una cosa es que Jesús se manifieste, se aparezca, y otra que lo reconozcamos. A veces sólo queremos ver al Dios de nuestros sueños, nuestra idea de Dios, y así no vemos a Dios en el compañero de trabajo, en el compañero de viaje, en el prójimo.

Dios sigue dándose a conocer, pero no siempre está el hombre dispuesto a reconocer a Dios.

-Pan y peces. El evangelio de este domingo nos relata una escena sorprendente. Los discípulos han vuelto a su quehacer de cada día, porque también ellos tienen que trabajar para vivir. Y allí está Jesús en su lugar de trabajo, en la incertidumbre de su pesca, en la angustia de su fracaso y en sus cavilaciones de no poder llevar nada a casa. Está Jesús irreconocible, como un espectador indiferente, pero está, y está pendiente de ellos. Les anima a intentarlo otra vez, a volver a echar la red una vez más. Los pescadores están cansados, rendidos, desanimados: los esfuerzos de toda la noche han sido un fracaso. Pero dan gusto al desconocido, y sucede lo inesperado, lo que parecía imposible se hace posible y realidad. Ahí está la red rompiéndose del peso de tantos peces. Y de repente una luz, una corazonada: ¡Es el Señor! No ha sido el azar. Las cosas no siempre suceden por casualidad. Y la casualidad no es más que la ignorancia de una causalidad compleja.

-Pan y vino. También aquí está Jesús. Lo sabemos, lo aprendimos de niños y podemos repetir como papagayos que Jesús está realmente presente bajo las especies de pan y de vino. Pero eso que sabemos y decimos, es lo que no acabamos de creer del todo. Nos dejamos llevar de la rutina, de las buenas costumbres.

DO/RUTINA/EU: Venimos a misa como todos los domingos, porque es domingo, porque así lo manda la Santa Madre Iglesia... ¿Venimos con ánimo y deseos de ver a Jesús, de escuchar su palabra, de compartir el pan y el vino con los hermanos? La palabra del Señor viene de fuera, se mete en nuestros asuntos, nos sorprende en la vida cotidiana y la transfigura llenándola de sentido. A los discípulos les supuso una pesca insuperable y el abrírseles los ojos: ¡Es el Señor! ¿Qué nos supone, qué nos dice a nosotros el encuentro con Jesús en la eucaristía?

-La comunidad. EU/PROJIMO PROJIMO/PRESENCIA-J: Jesús está en la eucaristía, está en las especies de pan y de vino, pero está en la comunidad congregada en su nombre. Está con nosotros, entre nosotros, en nosotros, en el prójimo. Ahí es donde vacila nuestra fe. Nos cuesta poco creer que comulgando recibimos a Jesús, pero ¡cómo nos cuesta creer que comulgar es también recibir y aceptar al otro! Preferimos seguir pensando que un labrador es sólo eso, un labrador; que un transeúnte es sólo eso, un transeúnte; que un ciudadano es sólo un ciudadano. Y no tenemos fe suficiente para llegar a descubrir en el trabajador, en los pobres, en los hombres, su dignidad de personas, la imagen y visión de Dios que nos ofrecen. Nos quedamos con el disfraz, con el rol que desempeñan, con las apariencias, y no vemos que es Jesús que sigue vivo en cada uno de nosotros, en cada uno de los otros también. Porque todos, nosotros y todos los otros, somos la misma familia de Jesús, nuestro primogénito.

-Somos testigos de esto. Así respondió Pedro a los que le juzgaban por haber anunciado la buena noticia a los pobres. Y así debemos ser los cristianos, testigos de esto, es decir, de la resurrección de Jesús, de que Jesús ha resucitado y vive y está con nosotros, de que todos los hombres somos iguales en dignidad porque todos somos hijos de Dios, revelación de Dios para los que creen.

Somos testigos de la resurrección de Jesús con toda la creación, como proclama Juan en el Apocalipsis: "Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza". Esta es la fe de la Iglesia, la que confesamos delante de Dios y de los hombres, en el rito y en la vida, en la eucaristía y en la vida pública, con palabras y con obras.

Somos testigos de que Jesús vive, a pesar de los que le llevaron a la muerte por ignorancia o por malicia. Y tenemos que ser testigos de los que sufren y padecen, contra los que oprimen y explotan y matan. Pedro y los apóstoles se sintieron contentos de padecer persecución y castigos por el nombre de Jesús. Que el Señor nos conceda el gozo inmenso de poder padecer y dar la vida porque el nombre de Jesús sea respetado en los pobres, en los marginados, en los que no pintan nada en el mundo. Dichosos, ha dicho Jesús que fue delante, los que sufran persecuciones por amor a la justicia, que es tanto como decir para que se haga justicia con los que injustamente padecen hambre, marginación, paro, pobreza, discriminación y violencia.

EUCARISTÍA 1989, 17


9.

-Volver al trabajo cotidiano: El escenario en que Juan sitúa la tercera aparición de Jesús a sus discípulos es en el mar de Tiberíades, en Galilea. Fue allí donde comenzó Jesús a predicar el Evangelio del Reino de Dios, y allí también donde se desenvolvía tranquilamente la vida cotidiana de aquellos pescadores que un día lo dejaron todo para seguir al Profeta de Nazaret. Cuando Pedro dice a sus amigos: "Voy a pescar" y éstos le responden: "Vamos nosotros contigo", parece como si las cosas volviesen a su sitio y estos hombres a sus redes y a las faenas propias de su oficio, y se olvidaran de que una vez fueran llamados a ser pescadores de hombres. Pero esto es simple apariencia: Porque estos hombres que vivieron en la más próxima cercanía a Jesús, que fueron testigos privilegiados de cuanto dijo y de cuanto hizo el Maestro a partir de su bautismo en el Jordán, que le vieron morir en la cruz y tuvieron la experiencia extraordinaria de su resurrección al tercer día..., estos hombres no pueden ya volver a pescar como si tal cosa o como si nada les hubiera sucedido. Y por más que ahora tomen de nuevo las redes y se echen a la mar para hacer lo que siempre hicieron, no lo podrán hacer como antes de encontrarse con Jesús y de creer en El. En adelante, su vida cotidiana, estará transida por el recuerdo del Señor que se fue y la esperanza en el Señor que les prometió volver. En medio de la noche y del trabajo, bregando sin descanso en alta mar les acompañará siempre la memoria de Jesús; y hagan lo que hagan, todo lo harán provisionalmente y estarán siempre en otra cosa verdaderamente necesaria. Vigilando atentos por si ven al Señor en la orilla. Pues el Señor resucitado vive para siempre, y ellos saben que en cualquier momento y de múltiples maneras pueden ser sorprendidos por la visita del Señor.

-Sin olvidar que hemos visto al Señor y que puede aparecer de nuevo: Esta fe en el Señor que vive y que ha de volver, esta memoria despierta y esta actitud vigilante, lo cambia todo: Renueva al hombre y su contorno, libera al creyente del hastío y de la rutina aunque no del trabajo y de la necesaria paciencia en el tiempo de espera. Los discípulos de Jesús saben muy bien que el Maestro puede aparecer en el rostro del hermano que se acerca a pedirles un vaso de agua o un pez o un rato de conversación en la orilla del lago de sus fatigas y de sus intereses inmediatos.

La presencia del Señor que irrumpe en la vida cotidiana de sus discípulos es para éstos una instancia crítica en cuya luz se descubre el sentido o el contrasentido de lo que están haciendo.

Cuando Jesús se aparece y llama desde la orilla, puede decir a los suyos que echen la red a la derecha o a la izquierda, que dejen la pesca y comiencen la misión, que atiendan al hermano hambriento o que se sienten a comer con él para compartir la mesa y la conversación. Y lo decisivo será siempre cumplir la voluntad de Señor.

-¿Buenos profesionales o buenos cristianos?: Con frecuencia se ha predicado a los cristianos que se santifiquen en la profesión. Y a veces, esta consigna de "espiritualidad secular" se ha entendido de manera que santificaba más al trabajo que a los trabajadores. Es decir, venía a sugerirse poco más o menos que cumplir los deberes para con los jefes y con la empresa equivalía a cumplir los deberes con Dios. Para ser un buen cristiano, se decía que debía ser antes el trabajador honrado, cumplidor; pues mal uno puede dar testimonio de Cristo en el mundo si no destaca antes y sobre todo como un profesional ejemplar. Y todo esto viene sin duda a absolutizar o santificar (SANTIDAD/TRABAJO/VD) el trabajo y a consolidar el orden establecido en el mundo laboral. Pero ya es mas dudoso que todo esto sea equivalente a la santificación del hombre y al cumplimiento de la voluntad de Dios. Ciertamente se decía que el cristiano debe cumplir con sus deberes profesionales por motivos sobrenaturales y con espíritu de sacrificio, por lo tanto no para "hacer méritos" y ascender en un escalafón sino para merecer el cielo; también para encarnarse en el mundo del trabajo y dar testimonio. Pero creemos que esto no basta, y que es incluso antitestimonio cuando uno no pone en cuestión el sentido de su trabajo en el horizonte más amplio del bien común de todos los hombres y en la perspectiva del Reino de Dios. Es en este horizonte y en esta perspectiva donde uno descubre la voluntad del Señor que no siempre coincide con la voluntad de los señores de este mundo, más bien todo lo contrario. El que sólo cumple, y cumple mejor que nadie, con los deberes, impuestos por un sistema laboral injusto, colabora como nadie con la injusticia.

-Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres: Si los Apóstoles hubieran vuelto a su trabajo y no hubieran pensado en otra cosa que en los peces del mar de Tiberíades, no se hubieran enfrentado con los Jefes de Israel. Pero el Señor, que vive y hace historia de salvación, el Señor que llamó una vez a estos pescadores de hombres, no les iba a dejar que siguieran como antes. El Señor les sorprende en su trabajo y les envía al mundo a predicar el Evangelio. Ellos comprendieron que era necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.

PARA REFLEXIONAR:

¿Qué importancia damos a nuestro trabajo profesional? ¿Más importancia que a nuestra profesión de fe cristiana? ¿Qué significa "santificarse en la profesión"? ¿Nos contentamos con ser unos trabajadores honrados? ¿Honrados para con el Señor o para con los señores de este mundo? ¿No hay que obedecer a Dios antes que a los hombres? ¿Tenemos ojos para ver más allá del campo laboral en el que nos movemos? ¿Nos acordamos de los que están sin trabajo, marginados, en la orilla?, ¿vemos en ellos el rostro de Jesús que nos hace señales? ¿Qué hacemos nosotros para que cambie este mundo injusto? ¿No sabemos qué hacer? ¿Hay algún signo de los tiempos, alguna señal, que nos oriente? ¿Puede venirnos esa señal de los marginados?, ¿en qué sentido?

EUCARISTÍA 1983, 20


10.

-Jesús resucitado se manifiesta a los creyentes. Los relatos de las apariciones del Señor son desconcertantes, en especial para quienes piensan ingenuamente que en el caso de los apóstoles todo fue claro como la luz del día. Pues ellos, decimos, vieron y creyeron; nosotros, en cambio, tenemos que creer sin haberle visto. Sin embargo, la duda de Tomás, que exigió tocar para creer; el atolondramiento de María Magdalena, que confundió al Señor con un hortelano; la desesperanza de los discípulos de Emaús, que sentían cómo les ardía el corazón, pero sólo reconocieron a Jesús al partir el pan, y, según leemos en el evangelio de hoy, el despiste de los apóstoles cuando estaban pescando y oyeron a un hombre que les gritaba desde la playa, sin caer en la cuenta de que era el Señor..., todo eso: la duda, el atolondra- miento, la desesperanza y el despiste, pertenece también, y no por casualidad, al relato de las apariciones. Lo cual ya indica que también los discípulos de Jesús tuvieron que aprender a ver al Señor resucitado y no lo vieron sin creer en él. La resurrección del Señor es un misterio accesible únicamente a los creyentes, "a los testigos elegidos de antemano" (Hch 10, 41).

-Se da a conocer en su palabra y en su gesto: J/RSD/SIGNOS. Pues éstas son las señales de su resurrección. Primero la Palabra: "Echad la red a la derecha de la barca". Y los discípulos escucharon al que así les gritaba desde la playa, y, siguiendo estas indicaciones, obtuvieron una pesca milagrosa. Y entonces reconocieron al Señor. La palabra del Señor viene de fuera y se mete en nuestros asuntos, nos sorprende en nuestra vida cotidiana y la transfigura llenándola de sentido. La palabra del Señor nos convoca para una empresa común, hace comunidad. Pero esta palabra sólo muestra su eficacia a los que la escuchan y la ponen en práctica. Estos son los que reconocen al Señor en su palabra.

La otra señal es el gesto, el sacramento: "Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado". Junto al lago de Tiberíades sucede ahora lo mismo que el día de la multiplicación de los panes en el desierto, y lo mismo "el día antes de padecer" cuando Jesús se reunión con sus amigos para celebrar la Pascua.

Los discípulos reconocen a Jesús en la fracción del pan, en la eucaristía: "Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor". -Jesús es el Señor. Los discípulos reconocen a Jesús y saben muy bien que este mismo Jesús, que padeció y murió bajo el poder de Poncio Pilato, ha resucitado y es ahora el Señor. La identidad de Jesús crucificado con el Señor resucitado constituye desde los orígenes la sustancia de la fe cristiana, la confesión fundamental. Juan lo expresa con estas palabras: "Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza". Esta es la fe que confiesa la Iglesia delante de Dios y de los hombres, en el culto y en el testimonio, en la celebración de la Eucaristía y en la evangelización.

-Testigo de esto somos nosotros: El testigo está por la verdad cuando la verdad está en litigio. El testigo adopta necesariamente una actitud incómoda, polémica y, en consecuencia, arriesgada. Los apóstoles arriesgaron su propia vida al dar testimonio, precisamente en Jerusalén y ante los tribunales, de que Jesús había resucitado. ¿Qué arriesgamos nosotros al predicar la resurrección de Jesús en las iglesias? Dar testimonio de la resurrección de Jesús en el mundo actual es también e inseparablemente manifestarse en favor de los que padecen hoy la misma muerte de Jesús y denunciar el poder que los oprime. Es levantar la voz donde se impone silencio a la verdad y suscitar una esperanza sin límites precisamente allí donde se intenta cerrar los caminos a la vida.

EUCARISTÍA 1977, 21


11.

Acabamos de leer: "DICHO ESTO, AÑADIÓ: -SÍGUEME". Según los evangelios, Jesús, repetidamente, durante sus breves años de predicación por las tierras de Palestina, dijo esta palabra, hizo esta invitación a hombres del pueblo: "Sígueme". Pero lo curioso, lo que hoy quisiera subrayar al iniciar este comentario es que -según el evangelio que acabamos de leer- la hizo también -lo dijo también- ya resucitado.

¿Qué podemos deducir de ello? Me parece que algo que no se refiere sólo a aquellos que le conocieron durante su vida en Palestina sino también a nosotros. Es decir, que JC resucitado sigue diciendo "SÍGUEME" dirigiéndose a cada uno de nosotros. Me parece que este es el sentido más profundo del evangelio que hemos leído en este domingo de Pascua: JC pasa, sigue pasando, por nuestra vida para invitarnos a seguirle. Podemos imaginar -no como un sueño, sino como una realidad no palpable pero sí verdadera, como una realidad de fe- que JC, después de preguntarnos como a Pedro si le amamos, si le queremos, nos dice también: "Sígueme". Y espera nuestra respuesta.

-Seguir a JC "Señor nuestro".SGTO/SIGNIFICADO:

Pero es importante que comprendamos bien QUÉ SIGNIFICA SEGUIR A JC. Y me parece que comprender qué implica, qué exige seguir a JC -responder a su invitación a seguirle- se identifica con comprender qué quiere decir aquello que repetimos tan a menudo en nuestra oración, especialmente en las oraciones de la misa, cuando proclamamos que JESÚS ES EL SEÑOR, nuestro Señor.J/SEÑOR: Uno puede votar a un partido, sentirse más o menos identificado con lo que propugnan sus líderes, pero ni el partido ni su líder pueden ser nuestro "señor". Porque podemos, a veces, discrepar, no estar de acuerdo. Incluso cambiar nuestro voto en otras elecciones. Más aún: uno puede querer mucho a su marido o a su mujer, al padre o a la madre, al mejor amigo..., pero tampoco pueden ser nuestro "señor" porque una cosa es la fidelidad debida a quien se ama y otra cosa es la posibilidad de pensar diversamente incluso en cosas importantes. Amar no es obedecer ciegamente, no es estar de acuerdo en todo y siempre. Y también en la Iglesia: atender al magisterio de la jerarquía eclesiástica -incluso del papa- no significa convertir a ningún hombre, por más que tenga como Pedro la importante misión de ser "pastor" en la iglesia, no significa convertirle en "señor". Sería idolatría, sería olvidar que sólo tenemos un Señor que es JC. Y esto es lo que significa seguir a JC: tenerlo como ÚNICO SEÑOR.

Es decir, como aquel que -como hemos leído en la segunda lectura que Pedro dijo-, aquel que es nuestro "JEFE Y SALVADOR". Seguir a JC es tenerle como norma, como ley, como camino. De El sí que no podemos discrepar -aunque a veces nos cueste- a él sí que no podemos abandonarle (no es el partido o el líder político que pueda decepcionarnos; no es la persona querida pero con la que podemos discutir seriamente; no es una encíclica o un documento episcopal que nos afecten más o menos). JC es nuestra vida, es el criterio de actuación, es la fuente de salvación. SEGUIRLE ES CONFIAR INCONDICIONALMENTE -incondicionalmente- en El, es saber decir -muy de verdad- "amén" a su Palabra, a su voluntad. J/SEÑOR/AMEN. Aunque -inevitablemente- estemos muy lejos de serle fiel, de vivir como El espera de nosotros. Este es nuestro pecado, pero nuestra fe nos debe llevar a reconocer nuestro error SIN ROMPER con la verdad, con la gran Verdad que es JC, nuestro Señor.

-"¿Me quieres?: Sígueme" Terminemos este comentario recordando lo que hemos escuchado en el evangelio de Juan. PEDRO, el apóstol bueno y generoso, el primer papa, HABÍA NEGADO a Jesús tres veces en momentos difíciles (como nosotros le negamos no tres sino muchas veces en momentos difíciles y quizá también en momentos más fáciles, casi por tonterías: por respeto humano, por quedar bien, por debilidad, por comodidad...). Pedro le había negado tres veces, tres veces no había tenido valentía para reconocer en aquel hombre escarnecido, aparentemente fracasado, camino de la cruz, en aquel Hombre a su Señor. Como nosotros, tantas veces.

LA RESPUESTA DE JESÚS ES SENCILLA: le pregunta si le ama, si le quiere. También tres veces, es decir TANTAS COMO Pedro le negó, como Pedro se acobardó, como Pedro fue infiel. Y esto mismo -hermanos y hermanas- es lo que Jc nos pregunta. Tantas veces como le negamos, tantas veces como le somos infieles, tantas veces como olvidamos que es nuestro Señor, nuestra vida más vida.

NOS PREGUNTA simplemente, cariñosamente: ¿Me amas? ¿Me quieres? Si podemos decirle que sí, que El sabe que sí -a pesar de todo, a pesar de nuestras negaciones- nos vuelve a decir, una y otra vez: "SÍGUEME". Sígueme, sígueme. UNA Y OTRA VEZ: "Sígueme".

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1983, 8


12.

-"Aquella noche no cogieron nada" Los discípulos de Jesús de Nazaret, los discípulos del Crucificado, después de aquellos días trágicos de la pasión y muerte en Jerusalén, incluso después de aquella primera alegría de haberle reencontrado vivo, resucitado, vuelven a su tierra, vuelven a su mar. Vuelven a su anterior vida cotidiana.

Quizás, podríamos decir, como sintiéndose huérfanos, desvalidos, desconcertados. Ellos habían seguido a Jesús, probablemente sin haberle entendido del todo -quizá habiéndole entendido más bien poco-; ellos habían ido queriéndole, muy sinceramente (aunque a veces, como en las tres negaciones de Pedro, muy cobardemente); ellos, poco a poco, habían ido descubriendo en Jesús, en el hijo del carpintero, aquel que era el Mesías del Reino, el HIjo de Dios, su "jefe y salvador". Es decir, su Señor.

Pero ahora, después del fracaso y el escándalo de su crucifixión, incluso después de aquellas "apariciones" esporádicas de su Señor, no sabían qué hacer. Por eso vuelven a su vida normal.

Vuelven a pescar. Aunque conservando en su corazón, una llama de esperanza. Una llama de esperanza, de fe, de amor hacia su "jefe y salvador". Pero no saben dónde buscarle, no saben dónde encontrarle. Quizá -hermanas y hermanos- como nos sucede a nosotros. Tenemos en nuestro corazón esperanza, amor y fe en Jesús. Pero no sabemos dónde buscarle, no sabemos dónde encontrarle.

Dice el evangelio de Juan que "aquella noche" -aquella noche de pesca sin su Señor- no cogieron nada". como nosotros , como también nosotros nada conseguimos, nada avanzamos en nuestra vida, si pensamos que estamos solos en nuestra barca. Solos de noche en la barca, nada podemos pescar.

-"No se atrevían a preguntarle quien era, porque sabían bien que era el Señor". Y ahí encontramos algo que es fundamental para entender el cristianismo, para situarnos en nuestra vida cristiana de cada día. A Jesús, nuestro Señor, nuestro "jefe y salvador", le debemos buscar y lo encontraremos en nuestra vida diaria. Como los apóstoles le hallaron -le redescubrieron- pescando en su lago de Tiberíades. Mejor dicho: es El quien nos busca y encuentra en nuestra vida diaria, en lo más importante, en lo más nuestro de cada día. Esto es lo que decíamos el domingo pasado, lo que repetimos hoy y lo que deberemos ir repitiendo -para que vaya penetrando en nosotros- durante estos domingos de Pascua. Porque esta es la gran afirmación pascual, es el centro de nuestra fe de bautizados: Jesús resucitado está presente, está ACTIVO, en nuestra vida. Por eso es aquí, en lo que más somos y hacemos, donde se hace presente, donde actúa, nuestro "jefe y salvador"; nuestro Señor Jesús.

Nuestra tarea es saberle ver, saberle RECONOCER. Quizá con aquella mezcla de timidez y de alegría de los apóstoles que describe el evangelista al decir: "Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor".

-Reconocerle en su palabra y en su pan. Pero me parece que todos agradeceríamos tener algunas pistas para ayudarnos a saber cómo podemos reconoce a nuestro querido Señor Jesús. Y creo que el evangelio de hoy nos señala dos muy importantes.

J/PRESENCIA/SIGNOS: Pedro, Tomás, Natanael, los Zebedeos y compañía, reconocen -redescubren- a Jesús en dos cosas: en su palabra -"echad la red a la derecha..."- y en el pan que les ofrece. Nosotros también tenemos la palabra de Jesús que nos indica cómo debemos actuar -su palabra viva en el evangelio- y nosotros tenemos también su pan que nos ofrece y reparte cada domingo en la Eucaristía. Atentos a su Palabra y alimentados con su Pan, podemos hallar a Jesucristo presente y activo en nuestra vida. Pero, ¡atención! No nos equivoquemos. Si su Palabra y su Pan se nos ofrecen cada domingo aquí en la misa, es para que después sepamos descubrir -no palpar, que eso fue privilegio ofrecido sólo a Tomás-, no palpar pero sí descubrir la presencia viva de Jesús Resucitado en nuestra vida de cada día. En nuestros hermanos, en nuestros afanes, dolores o alegrías, en lo más hondo e importante de nuestra vida. Allí está, expectante, nuestro "jefe y salvador".

Para preguntarnos, como preguntó a Pedro: "¿Me quieres?". Para decirnos, como dijo a Pedro: "Sígueme".

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1986, 8


13.

En este domingo nuestra celebración eucarística sigue discurriendo en ese clima especial que envuelve el tiempo litúrgico de la Pascua y que crea la contemplación creyente del Señor Resucitado.

-Unos discípulos que "están de vuelta" En el precioso relato de la aparición de Jesús junto al lago, el evangelio de Juan hace entrar en escena, aproximadamente, al mismo grupo de discípulos con cuya llamada inaugura el ministerio público de Jesús. Aquellos a los que la llamada de Jesús: "Maestro, ¿dónde vives?"; "venid y lo veréis", había sacado de sus ocupaciones y había convertido en sus discípulos: "fueron, pues... y se quedaron con él" (Jn 1, 38-40), aparecen ahora, tras la decepción y el escándalo de la cruz, otra vez en sus tareas, en su vida anterior, de nuevo dedicados a la pesca. Como los discípulos de Emaús, estos parecen estar diciendo: "nosotros esperábamos...", pero como ellos también ya no parecen esperar nada. Esta situación de los discípulos nos revela algo importante sobre esa compleja identidad cristiana que tan afanosa- mente buscamos y que (CR/QUE-ES) tantas veces se ha intentado definir. Para ser cristiano no basta saber sobre Jesús, conocer su vida. No basta haber seguido a Jesús, ni siquiera haberlo amado como ellos habían amado al Maestro. Todo eso lo habían hecho estos discípulos y la prueba de la cruz los ha devuelto a su situación anterior. De Jesús no parece quedarles más que el recuerdo y una mezcla de nostalgia y decepción.

Tampoco a nosotros nos convierte en cristianos el conocer teóricamente, aunque sea con mucho lujo de detalles teológicos, la vida de Jesús; ni el actuar de acuerdo con las normas de la moral cristiana. Para que haya un cristiano es indispensable el encuentro creyente con el Resucitado, confesar en Jesús a nuestro Dios y Señor; es necesario haber sido interpelado por él y haber respondido a esa interpelación: "¡es el Señor!" -Jesús se aparece a los suyos

En ese encuentro, la iniciativa no está en los discípulos. Es el Señor el que sale al encuentro. Y sale en todas las circunstancias de la vida: en la experiencia desanimada de los que creen haber trabajado en vano, porque no han pescado nada; en la situación aparentemente desesperanzada de los que están de vuelta de algo en lo que han apostado su vida; en el recuerdo de la infidelidad llorada: "se entristeció Pedro...". Jesús se hace presente a todos. También, ciertamente a nosotros. Y de una forma finamente sugerida en el relato que acabamos de escuchar: en el claro-oscuro propio del conocimiento de la fe, sin la evidencia propia de los objetos y los sujetos mundanos, porque ya es el Señor Resucitado y vive con la vida de Dios, que habita una luz inaccesible para nuestros ojos mundanos, pero dando señales inequívocas de su vida y su presencia, llamando con una forma inconfundible de llamar, porque en El ese Dios se ha hecho Dios-con-nosotros y ha querido salir al encuentro del hombre.

De que le reconozcamos depende el que podamos ser cristianos. Y para reconocerle, para hacer la experiencia de la fe, para celebrar en común la experiencia pascual, necesitamos poner en juego toda nuestra vida. Necesitamos despertar nuestras aspiraciones más profundas: a ser en plenitud, a la felicidad perfecta, al Bien y a la Verdad sin límites; y la decepción que nos produce la realización imperfecta de estas aspiraciones en una vida toda ella sellada por la finitud. Necesitamos tomar conciencia de nuestro temor a que la muerte sea el final de todo, y nuestra incoercible esperanza de que esto no sea verdad.

Necesitamos poner en juego el corazón, porque las cosas definitivas sólo se ven con el corazón, por eso el primero en reconocer a Jesús fue "el discípulo que Jesús tanto quería".

Necesitamos hacer intervenir también el recuerdo de Jesús: las palabras, los gestos, las acciones conservadas en su Evangelio. Pero necesitamos, sobre todo, asumir el escándalo de su Cruz; descubrir que "convenía que Jesucristo padeciese", porque en su padecimiento se nos ha revelado el amor infinito del Padre que ha llevado al Hijo a entregar su vida por nosotros. Reconocer todo esto, reconocer al Resucitado, no se reduce a la simple afirmación del acontecimiento ni a un sentimiento superficial de gozo por esa resurreción. Exige entrar en la lógica de la donación de sí que se expresa en la cruz y consiste sobre todo en la decisión y la opción por la vida que en ella se manifiesta. Esa opción es lo que resume la decidida confesión: "Es el Señor", del discípulo amado y la confiada protesta de Pedro: "Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo".

-Jesús prepara la mesa para la comunidad de sus hermanos Es la tarea del Resucitado: congregar a los discípulos, animar a los desfallecidos con el don del Espíritu, alimentar a los que han hecho la experiencia de su radical debilidad con el pan y los peces de su Presencia. El Resucitado ha inaugurado el Reino y lo va visibilizando en la fraternidad de los discípulos. Por eso la experiencia pascual con la donación del Espíritu hace aparecer la Iglesia. Y en la celebración de la Eucaristía, participación de ese pan que prepara para nosotros el Resucitado, se congrega y se alimenta la comunidad de la iglesia.

El Señor nos conceda que los que nos hemos gozado en este encuentro con El, llenemos nuestro mundo con la buena noticia de su mensaje y así hagamos presente su Reino.

J. MARTIN VELASCO
MISA DOMINICAL 1989, 8


14.

-"EL QUE VIVE".

El primer filón de las lecturas de hoy sigue siendo Cristo Resucitado. Es El el que da sentido a nuestra celebración de la Pascua: el que se aparece a los siete discípulos, les da su eficacia para la pesca y les invita a comer con él. El es el "motivo de nuestra alegría" pascual (oración sobre las ofrendas).

En la visión del Apocalipsis aparece como el Cordero inmolado, pero a la vez como Señor Glorioso: la forma más expresiva de su Misterio pascual. Por eso la multitud de los salvados le alaban y le sirven: "se postraron ante el que vive".

-UN TESTIMONIO VALIENTE ANTE EL MUNDO. La consecuencia más concreta de la Resurrección de Cristo es su comunidad. Y éste podría ser, hoy, el tema primordial de la homilía.

Es admirable el testimonio que dan Pedro y los Apóstoles en medio de una sociedad hostil: nada menos que ante el Sanedrín: "Dios resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis".

Y no podían hacerles callar. La dinámica de este testimonio se ve clara si se comparan la segunda y la tercera lectura. Los mismos que han experimentado la presencia de Cristo, han comido con él y han podido exclamar: "es el Señor" (evangelio), son los que encuentran fuerza para hablar de él a los cuatro vientos (segunda lectura). (Si se sigue estos domingos la línea de los ministros, se podría leer también la última parte del evangelio con las preguntas y las respuestas a Pedro; hermoso contrapunto: a su negación anterior corresponde ahora la profesión de amor y el testimonio comprometido).

Para este testimonio de la comunidad creyente es decisiva la ayuda del Espíritu. A notar que el Espíritu como "don pascual" no aparece sólo en Pentecostés: el domingo pasado escuchábamos a Jesús que decía: "recibid el Espíritu Santo..."; hoy, Pedro habla del "Espíritu que Dios da a los que le obedecen".

En la homilía habría que especificar, aunque sea a grandes rasgos, la aplicación a nuestro tiempo de ese testimonio de la comunidad. Hace pocas semanas el Cardenal Jubany se preguntaba, en su glosa dominical, si algunos no estarán interesados en que la Iglesia se quede recluida en "la sacristía" y no hable "en la calle"... Una comunidad cristiana tiene que dar testimonio de que ha optado por seguir los criterios de Cristo sobre la vida familiar, profesional, sobre la persona humana y sus derechos, sobre el valor de la vida, sobre el matrimonio, el amor, el aborto, el divorcio. También aquí habrá que decir lo de Pedro: "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres".

La comunidad cristiana es un signo profético viviente, en medio del mundo. Un espacio de libertad y de entusiasmo pascual, que la empuja a ser levadura y sal en medio de una sociedad que no tiende precisamente a vivir conforme a los criterios del evangelio.

-LA COMUNIDAD DOMINICAL: C/DO/EU: Este tiempo de Pascua es un momento ideal para ir aludiendo en la homilía a lo que significa el domingo para los cristianos:

-somos una comunidad de creyentes que se reúne cada domingo en torno a Cristo Resucitado: él se nos hace presente en la Palabra, en la Eucaristía, en la misma comunidad; él multiplica nuestras fuerzas con su eficacia; nos invita a comer;

-somos una comunidad que se siente animada por la perspectiva final, la que el Apocalipsis nos ha presentado: una gran asamblea de salvados que participan para siempre en el triunfo de Cristo;

-y que mientras tanto va caminando, en medio de dificultades y fatigas, animada por el Espíritu, comprometida en dar un testimonio claro de Cristo, luchando contra el mal, con ánimo misionero.

DO/PRECEPTO: Nuestra reunión eucarística del domingo es algo más que un precepto. Es nuestro encuentro con el Señor y con nosotros mismos, la celebración de su victoria y de nuestra participación en su vida. Este encuentro es el que nos mueve y llena de confianza: vale la pena vivir en cristiano, siguiendo a Uno que no está muerto, sino que vive. La Eucaristía es su "aparición pascual" para nosotros. Si logramos en verdad reconocerle ("es el Señor"), si seguimos su invitación ("vamos, comed"), podemos luego echar las redes. No será en vano.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1980, 9


15.

-Nuestro Señor

En el evangelio que acabamos de escuchar hay una breve exclamación de Juan a Pedro que define la fe de los primeros cristianos. Juan reconoce al aparecido y dice a Pedro: ES EL SEÑOR. Estas palabras --Jesús de Nazaret, el crucificado, es ahora "el Señor", nuestro Señor-- es el núcleo de la fe de los apóstoles, de la fe de la Iglesia en el siglo I y en el siglo XX.

J/SEÑOR:Pero, ¿qué quiere decir que J es el Señor? La respuesta de Pedro y los apóstoles, cuando son interrogados por el Sumo sacerdote, nos ayuda a entender el sentido que tenía para ellos. Dicen: "Dios resucitó a J a quien vosotros matasteis colgándole de un madero. La diestra de Dios (es decir el poder de Dios) lo exaltó haciéndole JEFE Y SALVADOR".

Es lo mismo que hemos escuchado en la lectura del Apocalipsis: "Digno es el Cordero degollado de recibir EL PODER, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza".

Exaltación de JC que permite que Juan una la alabanza "al que se sienta en el trono" (es decir, a Dios Padre) y al Cordero (es decir, a JC).

Esta es la fe que proclamamos nosotros, la que ha de penetrar e iluminar nuestra vida. Esta fe es la gran afirmación de la Pascua, el objeto de nuestras celebraciones, pero muy especialmente de las de estas semanas pascuales.

Pero es necesario que realicemos un esfuerzo por comprender mejor QUÉ SIGNIFICA esta afirmación "J es el Señor". No basta con repetirlo: es preciso comprender lo que decimos porque sólo así nuestra fe podrá estar presente en nuestra vida. Solo así nosotros -como los apóstoles- podremos ser "testigos" del Señor.

Hablamos a menudo de unos valores que creemos fundamentales. Hablamos de verdad, de justicia, de bondad, de vida. Afirmar que JC es el Señor, significa que nosotros creemos que El es el criterio, la norma, EL CAMINO de estos valores. Más aún, que en El se realizan.

El cristiano no lucha por unos valores teóricos, por unas ideas que no se sabe exactamente qué significan, qué contenido tienen.

No nos basamos en una sabiduría o en una filosofía o en una ideología -aunque todo esto pueda ser de añadidura-, sino en un hombre, crucificado, a quien Dios "exaltó haciéndole JEFE" J/JEFE. El es nuestro líder, nuestro guía, nuestro criterio, el que da contenido y fuerza a aquellas palabras. Nuestra verdad nos viene de JC, nuestro amor es el que vive JC, nuestra justicia es aquella por la que luchó JC...

Pero es preciso dar un paso más para comprender debidamente la afirmación "J es Señor". Porque J no es sólo guía y camino, sino también realidad de salvación. Es decir, es por El que nosotros creemos que la verdad, el amor, la justicia... son ABSOLUTOS que conseguirán su plena realización. Creemos que JC Resucitado es la plena realización del Reino de Dios -de la vida de Dios- y que de su plenitud participamos ahora inicialmente, luego totalmente.

Creer que J es Señor significa que creemos que el anuncio de JC, su evangelio, es una realidad presente ya en el mundo y que llegará a su mayor realización en la Vida eterna. Por eso El es salvador: nos salva de la muerte, porque la vida de Dios que hay en El, Hijo de Dios, es más fuerte que la muerte. Y de esta vida, vivimos nosotros. A pesar de todas las limitaciones y deficiencias de nuestra verdad y de nuestro amor, creemos que son participación -son comunión- con la Verdad y el Amor de JC. Y de esta verdad y de este amor vivimos, como REALIDAD EN NOSOTROS ahora, como realidad que nos permite vivir en la alegría de quienes se saben salvados.

Por ello nuestra liturgia -como la liturgia celestial de la que nos habla el Apocalipsis- es una expresión de acción de gracias, jubilosa y esperanzada. Una liturgia que se basa en esta fe de hombres guiados y salvados por JC, nuestro Señor; una liturgia que debe expresar lo que vivimos, en la fidelidad al camino de nuestro jefe, en la alegría de quien vive unido a nuestro Salvador.

JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1974, 4

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