36 HOMILÍAS PARA LA NAVIDAD
MISA DEL DÍA
(14-23)

14. J/PD 

1. Dios nos habla 

Con gran claridad, los textos leídos nos hablan de Cristo, Palabra del Padre. Posiblemente  ya estemos bastante acostumbrados a oír que Jesús es la Palabra, pero también  desconcertados acerca de su significado, ya que entre nosotros tal expresión no es  precisamente muy usual y su sentido bíblico parece escapársenos. Es que para nosotros la palabra está siendo lo menos dinámico y comprometedor que  existe en nuestra cultura.

Generalmente decimos: "Hechos y no palabras", y llamar entonces palabra a Jesús nos  puede resultar chocante. Por otra parte, vivimos una época en que la palabra se ha  desvalorizado en un proceso inflacionario: se la usa tanto y de tantas formas, que «nadie  cree más en palabras». ¿Qué significa, por ejemplo, democracia, libertad, reforma,  promoción? Desde que nacemos hasta que morimos nos encontramos con palabras: en  documentos, en papeles de negocio, en trámites; en la casa, en las charlas con los amigos;  en la escuela, en la calle, en la radio, en la televisión; palabra escrita en revistas, diarios y  libros... En fin, tantas palabras como para que se nos diga que también Jesús es palabra... Y, sin embargo, tal idea es casi la medula del evangelio de Juan.

Tratemos, pues, de encontrar alguna pista para que tenga sentido llamar hoy a Jesús:  Palabra de Dios.

Cuando la Biblia dice que Dios habla, dice muchas cosas al mismo tiempo. Palabra en  lenguaje semita no es solamente emitir vocablos o enunciar ideas. Se trata de algo mucho  más rico y variado.

Ante todo, si Dios habla es porque puede hablar. Es decir, es alguien que existe realmente, que conoce al hombre y que quiere relacionarse  con él. Más aún: tiene algo que decirle al hombre. Los ídolos, en cambio, son mudos, pura ilusión, simple  creatura del hombre. Ya tenemos un buen punto de partida: Dios tiene algo que decirnos a nosotros los  hombres. Y es algo importante: relacionado con nuestra vida, con nuestro destino, con  nuestro proyecto humano y con nuestra historia. Por esto a esta Palabra de Dios la llamamos también Palabra de Sabiduría, porque nos  orienta acerca de problemas fundamentales de nuestra existencia.

Pero hay algo más aún. Sabemos que hay muchas maneras de hablar; a veces hablamos  por hablar, con palabras vacías que nada o muy poco expresan. Otras veces, en cambio, al  hablar sacamos algo de nuestro interior, nos proyectamos hacia afuera tal cual somos,  según lo que queremos o sentimos. En tales casos, decimos palabras, gesticulamos, nos  enardecemos y... acto seguido pasamos a la acción. La palabra es como el trueno que  precede a la tormenta y la acompaña.

Es decir: la Palabra es parte de una acción humana bien pensada, asimilada, expresada y  puesta en marcha. De otra forma: la palabra pone en acción a todo el hombre. No es casualidad que antes  de una batalla el general hable a los soldados; que en momentos importantes el presidente  hable al país, o el padre a sus hijos. La palabra, primero, saca de dentro de nosotros en forma simbólica eso que somos  nosotros y, luego, lo pone en ejecución.

Ahora podemos comprender mejor el sentido bíblico de la expresión "Dios, que  antiguamente habló a nuestros padres por los profetas, ahora nos ha hablado por su Hijo"  (segunda lectura). Esto significa: siempre Dios actuó en la historia de los hombres, y actuó dando sentido a  sus acciones, porque nacían de una idea, de un plan. Dios, empujado por sus pensamientos y sentimientos divinos, hizo cosas con nosotros, y  su hacer total y definitivo se realizó por medio de Jesús. Así lo entiende Juan, cuando inicia su evangelio con un cántico a Jesús Palabra de Dios.  Y si es Palabra de Dios es pensamiento-sentimiento y es acción de Dios en medio de los  hombres.

2. Jesús, una palabra comprometida 

Es así como la Iglesia, en este día de Navidad, nos presenta a Jesús con una imagen un  poco distinta a la del Niño en Belén. No es que contraponga la imagen de Jesús-Palabra a  la de Jesús-Niño, lo que sucede es que Juan ve a Jesús en la totalidad de su obra, lo ve  proyectado en el tiempo y en el espacio, lo ve actuando ya en medio de los hombres, entre  los cuales ha plantado su tienda de campaña.

Y no está de más que contemplemos a Jesús como el proyecto total del Padre, proyecto  que nace en Belén y que halla cumplimiento en la Pascua. Sin la Pascua, Belén es un  recuerdo folclórico...

Pero hay algo más aún: este Jesús no comienza en Belén. Viene de antes, desde  siempre, porque desde siempre está junto al Padre aun sin manifestarse plenamente. "La Palabra estaba con Dios y por ella fueron hechas todas las cosas". Sin embargo, solamente se hace realmente Palabra cuando "al venir al mundo ilumina a  todo hombre". En Navidad, Dios comienza a volcar toda su Palabra, encarnada en Cristo,  que habla, piensa, siente y nace en nombre de Dios.

Con Jesús, el hombre tiene acceso a todo el proyecto de Dios sobre el hombre. Sin embargo, también esta palabra nos puede pasar desapercibida: puede estar entre  nosotros y no ser conocida ni aceptada. Puede venir hasta nuestra casa y no ser recibida. Este es el otro elemento del evangelio de Juan: el drama de la Palabra o el juicio de la  Palabra. Jesús, por ser luz, separa lo tenebroso de lo luminoso; exige al hombre una  definición o respuesta, pues le exige que piense, sienta, hable y obre de determinada forma,  hacia cierta dirección, colocando todo su ser bajo el prisma de la luz.

Quienes reciben en sí esta palabra y se unen a su proyecto, llegan a ser hijos de Dios,  pues la misma Palabra los engendra con la fuerza del Espíritu. De esta forma Navidad llega a su culminación: Dios se hace hombre para que el hombre  tenga acceso a la plenitud de la vida. Esta vida total es Dios.

Siempre será muy poco lo que sabremos de Dios. Pero siguiendo el proyecto de Jesús  llegaremos hasta El. Es cierto que Dios es inaccesible; pero si queremos tener una idea  acabada acerca de qué piensa, siente, dice y hace Dios, nada mejor que ver qué piensa,  siente, dice y hace Jesús. «El que me ve a mí, ve a mi Padre.» En Navidad, el primer  proyecto divino de hacer un hombre a su semejanza, se hace realidad. Cristo es el  hombre-imagen de Dios (segunda lectura); es la totalidad de un proyecto de Dios sobre el  hombre. Dicho proyecto no consiste en que el hombre abandone su ser humano o su  condición histórica, sino todo lo contrario: que lo realice totalmente.

Con Jesús, Dios lanza su proyecto. Dicho proyecto no está en contradicción con el  proyecto del hombre. Al contrario: el plan divino se pone al servicio del plan humano. Por eso la Palabra se hizo  hombre, para comprometerse hasta las últimas consecuencias con la situación histórica del  hombre. Jesús es Palabra, pero palabra comprometida. Bien lo dice Juan: "Se hizo carne";  expresión semita que significa: se hizo parte de nuestro ser, compañero de viaje, hermano  de raza, solidario con todo hombre que pise el planeta.

Los cristianos que hoy celebramos Navidad estamos llamados a decir nuestra palabra. No  podemos quedar mudos mientras la humanidad bulle en uno de sus momentos más  cruciales. Pero: ¿Cuál es nuestra palabra? ¿Qué pensamos, sentimos, decimos y hacemos  los cristianos? ¿Cuál es nuestro compromiso con la historia? Un largo momento de  meditación ante el Niño-Palabra comprometida hasta la cruz puede, quizá, ayudamos a  encontrar la respuesta.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 115 ss.


15.

DIOS ENTRE NOSOTROS 

Y acampó entre nosotros.

El evangelista San Juan, al hablarnos de la Encarnación del Hijo de Dios, no nos dice  nada de todo ese mundo tan familiar de los pastores, el pesebre, los ángeles y el Niño Dios  con María y José. San Juan se adentra en el misterio desde otra hondura. En Dios estaba la Palabra, la Fuerza de comunicación y revelación de Dios. En esa  Palabra había vida y había luz. Esa Palabra puso en marcha la creación entera. Nosotros  mismos somos fruto de esa Palabra misteriosa. Esa Palabra ahora se ha hecho carne y ha  habitado entre nosotros.

A los hombres nos sigue pareciendo todo esto demasiado hermoso para ser verdadero.  Un Dios hecho carne, identificado con nuestra debilidad, respirando nuestro aire y sufriendo  nuestros problemas. Y seguimos buscando a Dios arriba, en los cielos, cuando está abajo en la tierra. Y  seguimos persiguiéndole fuera, sin acogerlo con fe en nuestro interior. Una de las grandes contradicciones de los cristianos es confesar con entusiasmo la  encarnación de Dios y olvidar luego que Cristo está ahora en medio de nosotros. Y sin  embargo, después de la Encarnación, a Dios sólo le podremos encontrar entre los hombres,  con los hombres, en los hombres.

Dios ha bajado a lo profundo de nuestra existencia y la vida nos sigue pareciendo vacía.  Dios ha venido a habitar en el corazón de los hombres y sentimos un vacío interior  insoportable. Dios ha venido a reinar entre nosotros y parece estar totalmente ausente en  nuestras relaciones.

Dios ha asumido nuestra carne y seguimos sin saber vivir debidamente lo carnal. Dios se  ha encarnado en un cuerpo humano y olvidamos que nuestro cuerpo es templo del espíritu. También entre nosotros se cumplen las palabras de San Juan: «Vino a los suyos y los  suyos no le recibieron». Dios busca acogida en nosotros y nuestra ceguera cierra las  puertas a Dios.

Y sin embargo, es posible abrir los ojos y contemplar al Hijo de Dios «lleno de gracia y de  verdad». El que cree, siempre ve algo. Ve la vida envuelta en gracia y en verdad. Tiene en  sus ojos una luz para descubrir en el fondo de la existencia la verdad y la gracia de ese Dios  que lo llena todo.

¿Hemos visto nosotros? ¿Estamos todavía ciegos? ¿Nos vemos solamente a nosotros?  ¿La vida nos refleja solamente las pequeñas preocupaciones que llevamos en nuestro  corazón?  Dejemos que nuestra alma se sienta penetrada por esa luz y esa vida de Dios que  también hoy quieren habitar en nosotros. 

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 29 s.


16. 

EL REGALO DE NAVIDAD 

Alégrate 

¿Cuántos son los que creen de verdad en la Navidad? ¿Cuántos los que saben celebrarla  en lo más íntimo de su corazón? Estamos tan entretenidos con nuestras compras, regalos y  cenas que resulta difícil acordarse de Dios y acogerlo en medio de tanta confusión. Nos preocupamos mucho de que estos días no falte nada en nuestros hogares, pero a  casi nadie le preocupa si allí falta Dios. Por otra parte, andamos tan llenos de cosas que no  sabemos ya alegrarnos de la «cercanía de Dios».

Y una vez más, estas fiestas pasarán sin que muchos hombres y mujeres hayan podido  escuchar nada nuevo, vivo y gozoso en su corazón. Y desmontarán «el Belén» y retirarán el  árbol y las estrellas, sin que nada grande haya renacido en sus vidas.

La Navidad no es una fiesta fácil. Sólo puede celebrarla desde dentro quien se atreve a  creer que Dios puede volver a nacer entre nosotros, en nuestra vida diaria. Este nacimiento  será pobre, frágil, débil como lo fue el de Belén. Pero puede ser un acontecimiento real. El  verdadero regalo de Navidad.

Dios es infinitamente mejor de lo que nos creemos. Más cercano, más comprensivo, más  tierno, más audaz, más amigo, más alegre, más grande de lo que nosotros podemos  sospechar. ¡Dios es Dios! 

Los hombres no nos atrevemos a creer del todo en la bondad y ternura de Dios.  Necesitamos detenernos ante lo que significa un Dios que se nos ofrece como niño débil,  vulnerable, indefenso, sonriente, irradiando sólo paz, gozo y ternura. Se despertaría en  nosotros una alegría diferente, nos inundaría una confianza desconocida. Nos daríamos  cuenta de que no podemos hacer otra cosa sino dar gracias.

Este Dios es más grande que todos nuestros pecados y miserias. Más feliz que todas  nuestras imágenes tristes y raquíticas de la divinidad. Este Dios es el regalo mejor que se  nos puede hacer a los hombres.

Nuestra gran equivocación es pensar que no necesitamos de Dios. Creer que nos basta  con un poco más de bienestar, un poco más de dinero, de salud, de suerte, de seguridad. Y  luchamos por tenerlo todo. Todo menos Dios.

Felices los que tienen un corazón sencillo, limpio y pobre porque Dios es para ellos.  Felices los que sienten necesidad de Dios porque Dios puede nacer todavía en sus vidas. Felices los que, en medio del bullicio y aturdimiento de estas fiestas, sepan acoger con  corazón creyente y agradecido el regalo de un Dios Niño. Para ellos habrá sido Navidad. 

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 139 s.


17. BUEY/ASNO

EL BUEY Y EL ASNO 

Acostado en un pesebre 

Cuenta Tomás Celano, primer biógrafo de Francisco de Asís, que en la cueva de Greccio  se pusieron el buey y el asno por indicación de Francisco. Desde entonces, estos humildes  animales forman parte de la representación de todo nacimiento o portal de Belén.

Pero este buey y este asno no son simple producto de la fantasía de Francisco. En el libro  de Isaías leemos estas palabras: «Conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su  amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento».

Los Padres de la Iglesia vieron en estas palabras un presagio que apuntaba al nuevo  pueblo de Dios. Todos los hombres, tanto judíos como paganos, eran incapaces de  reconocer a Dios como su verdadero Señor. Ahora, al encarnarse en ese Niño de Belén,  pueden reconocerlo mejor como su Dueño y Señor.

Por eso, en las representaciones medievales de la navidad, el buey y el asno tienen  rostros casi humanos y se inclinan y se postran ante el Niño como si entendieran todo el  misterio que en El se encierra y adoraran realmente a Dios.

Cuando de verdad tratamos de ahondar en lo que significa un Dios hecho hombre, nos  parece demasiado hermoso para que sea verdad.

Ese Niño es Dios. Por tanto, Dios no es un ser excelso y sublime al cual no podemos  llegar. Es alguien cercano, a nuestro alcance. Alguien tan pequeño como nosotros. ¿Puede  ser esto verdad? ¿No es pura ilusión y fantasía de los hombres? 

Nuestra primera actitud ante el misterio ha de ser siempre la adoración. Dejémonos  penetrar el alma por la alegría de este Dios cercano y entrañable. Aunque lo entendamos  tan poco como el asno y el buey del pesebre, es verdad que Dios se ha hecho hombre. Es  la verdad más decisiva para nosotros, la más auténtica, la última. La verdad más hermosa. Dios viene a nuestra vida sin armas. No pretende avasallarnos desde fuera, sino  conquistarnos desde dentro, transformarnos desde el interior mismo de nuestra existencia. Si algo sigue desarmando todavía hoy la soberbia y el orgullo del hombre es la  importancia y debilidad de un niño. Si todavía podemos acoger el misterio de Dios en  nosotros es porque se nos ofrece en la ternura de ese Niño de Belén.

Es una verdadera pena que, pasadas estas fiestas, olvidemos al Dios Niño y volvamos de  nuevo a invocar a un Dios lejano y sublime, un Dios que parece no tener ya los rasgos de  Aquel que nació en un pesebre.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 141 s.


18. BI/PD 

ACOGER LA PALABRA DE DIOS 

y la Palabra acampó entre nosotros 

San Juan comienza su evangelio hablándonos de la Palabra de Dios. Esa Palabra que  estaba en Dios. Palabra que es vida y luz. Palabra que brilla en medio de las tinieblas.  Palabra que se ha hecho carne y ha venido a habitar entre nosotros. Esa Palabra de Dios la podemos escuchar ya, de alguna manera, a través del mundo y en  la creación entera. Alguien Grande y Bueno se esconde detrás de las cosas que nos  rodean.

Esa Palabra de Dios la escuchamos todavía mejor en la historia de los hombres.  Generaciones de hombres y mujeres que han sabido amar, sufrir, luchar por un mundo más  humano. Esta humanidad no camina sola. Dios nos acompaña y nos dirige hacia la Vida. Esa Palabra de Dios la escuchamos con mucha mayor claridad en la historia concreta del  pueblo de Israel. Un pueblo que ha cometido errores y pecados, pero que ha sido trabajado  de manera particular por Dios. En su vida, sus leyes, su oración, sus costumbres, sus  profetas, podemos escuchar la Palabra de Dios de manera más clara, penetrante y luminosa  que en cualquier otro pueblo.

Pero sólo en la historia de Jesús encontramos en plenitud esa Palabra. Cuando Dios ha  querido hablarnos y descubrirnos su misterio, lo ha hecho encarnándose en este hombre.  Este Jesús es la última Palabra, la decisiva, la Palabra de Dios hecha carne.

¿Dónde podemos nosotros hoy encontrar esa Palabra para acogerla con fidelidad?  Ciertamente, podemos percibir a Dios en la naturaleza. Podemos seguir su rastro en la  historia de los pueblos. Hemos de encontrarla en el fondo de nuestro corazón. Pero los creyentes contamos con un camino privilegiado: la Biblia. Esos libros que  recogen la experiencia religiosa de Israel y nos ofrecen la vida, el mensaje, la muerte y  resurrección de Jesús.

El creyente no se acerca a la Biblia para leer en un libro sino para escuchar a Alguien. No  trata de conocer una doctrina sino de encontrarse con el ÚNICO. No buscamos aprender  una sabiduría nueva sino dejarnos penetrar por la fuerza y la luz del mismo Dios. La celebración navideña de la Encarnación de la Palabra de Dios, tiene que ser para los  creyentes una invitación a acercarnos con más asiduidad a los libros sagrados.

Esa Palabra nos puede dar una luz nueva y una vida diferente. Entonces podremos decir  con más verdad y desde nuestra propia experiencia que la Palabra de Dios ha venido a  habitar entre nosotros. 

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 147 s.


19. CONSUMO:

MENSAJE NO COMERCIAL 

Y los suyos no la recibieron.

Las palabras que escuchamos en el evangelio de S. Juan tienen una resonancia especial  para quien está atento a lo que sucede también hoy entre nosotros. «La Palabra era Dios...  En la Palabra había vida... La Palabra era la luz verdadera... La Palabra vino el mundo... Y  los suyos no la recibieron».

No es fácil escuchar esa Palabra que nos habla de amor, solidaridad y cercanía al  necesitado, cuando vivimos bajo «la tiranía de la publicidad» que nos incita al disfrute  irresponsable, al gasto superficial y a la satisfacción de todos los caprichos «porque usted  se lo merece».

No es fácil escuchar el mensaje de la Navidad cuando queda distorsionado y manipulado  por tanto «mensaje comercial» que nos invita a ahogar nuestra vida en la posesión y el  bienestar material.

Lo importante es comprar. Comprar el último modelo de cualquier cosa que haya salido al  mercado. Comprar más cosas, mejores y, sobre todo, más nuevas. Pocos piensan hacia dónde nos lleva todo esto ni qué sentido tiene ni a costa de quién  podemos consumir así. Nadie quiere recordar que, mientras nuestros hijos se despiertan  envueltos en mil sofisticados juguetes, 40.000 niños del Tercer Mundo mueren de hambre  cada día (informe de J. Grant, presidente de la UNICEF).

Nadie parece muy preocupado por este consumismo alocado que nos masifica, nos  irresponsabiliza de la necesidad ajena y nos encierra en un individualismo egoísta. Lo que  importa es oler a la colonia más anunciada, leer el último «best-seller», regalar el disco  número uno del «hit-parade».

Seguimos fielmente las consignas. Compramos marcas. Bebemos etiquetas. Satisfacemos  «fantasías artificialmente estimuladas». Con la copa de champagne, nos bebemos la imagen  de las jóvenes que lo beben en el anuncio.

TENER
Y poco a poco, nos vamos quedando sin vida interior. «La gente se reconoce en sus  mercancías; encuentra su alma en su automóvil, en su aparato de alta fidelidad, su equipo  de cocina» (·Marcuse-H). Y mientras tanto, crece la insatisfacción.

El hombre contemporáneo no sabe que, cuando uno se preocupa sólo de «vivir bien» y  «tenerlo todo», está matando la alegría verdadera de la vida. Porque el hombre necesita  amistad, solidaridad con el hermano, silencio, gozo interior, apertura al misterio de la vida,  encuentro con Dios.

Hay un mensaje no comercial que los creyentes debemos escuchar en Navidad. Una  Palabra hecha carne en Belén. Un Dios hecho hombre. En ese Dios hay vida, hay luz  verdadera. Ese Dios está en medio de nosotros. Lo podemos encontrar «lleno de gracia y  de verdad» en la persona, la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 265 s.


20.

Creo en Dios y en el hombre 

«Gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre de  Dios», así comenta san Bernardo la navidad. Fue una gran prueba de la bondad y el amor  de Dios el haberse preocupado de añadir Dios a los hombres; nuestra humanidad que se  gloría de haber tenido tan grandes hijos, puede decir también que Dios se ha hecho uno de  nosotros. Muchos nombres famosos pueblan nuestros libros y nuestros recuerdos, pero  ningún nombre es comparable al bendito nombre de Jesús, verdadero hombre y verdadero  Dios. Como dice san Bernardo: se ha añadido a la humanidad el nombre de Dios.

Los textos de la liturgia de hoy, especialmente la segunda lectura y el impresionante  prólogo del evangelio de Juan, nos expresan la grandeza del misterio de la navidad. En la  misa de la Nochebuena, la popular misa del Gallo, nos dejamos mecer por el lirismo y la  belleza de la navidad; por todos esos sentimientos que reflejan la ternura de un Dios que se  nos ha hecho tan próximo y cercano como un recién nacido y que nos dice a los hombres  una palabra de paz y de fraternidad; dejamos que fluya dentro de nosotros ese poso de  bondad y de infancia que todo ser humano lleva dentro de sí y que brota especialmente en  torno a la navidad.

«En el principio existía la Palabra», así comienza el evangelio de Juan. También la Biblia  comienza con una afirmación similar: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra». Los  comentadores de la Biblia insisten siempre en que la primera experiencia religiosa de los  judíos fue la de Yavé liberador y que, sólo más tarde, empiezan a hablar de su Dios como  creador. Algo similar acontece a los que conocieron a Jesús: primero le afirman como  salvador, como Señor. Es, en una segunda reflexión, recogida sobre todo en algunos  himnos cristológicos de san Pablo y por el prólogo del evangelio de Juan, cuando la fe  cristiana empieza a hablar de Jesús como la Palabra que estaba junto a Dios y era Dios.  Uniendo este prólogo con el inicio del Génesis, podemos decir: «En el principio, por medio  de la Palabra, creó Dios el cielo y la tierra».

Existen múltiples modos de minimizar la navidad cristiana, de los que no es el único el  quedarnos en esa navidad neopagana del consumo y el despilfarro. Es también minimizar la  navidad cristiana convertirla meramente en una entrañable fiesta familiar en la que damos  salida a los buenos sentimientos que todos llevamos dentro. Asimismo, se minimiza la  navidad cristiana al dejarnos arrastrar sólo por nostalgias infantiles, quedándonos en la  belleza y el lirismo de esos bellos símbolos asociados a estos días: los villancicos, las  figuras de nuestros nacimientos...

Celebrar la navidad es afirmar que el gran Dios, al que el hombre ha buscado desde que  comenzó a serlo, sobre el que han especulado tantos filósofos que han intentado explicar  los enigmas del universo y del hombre, se ha hecho carne y ha plantado su tienda de  campaña entre las tiendas de campaña de los hombres.

Celebrar la navidad es afirmar que el gran Dios creador, al que no se puede soslayar, al  menos como pregunta, por mucho que progresen nuestros conocimientos de astronomía y  nuestras especulaciones sobre la explosión inicial del universo, se ha hecho un niño como  nuestros niños, ha nacido llorando como nuestros niños, ha sido envuelto en pañales como  nuestros niños... Esto es lo que celebramos en la navidad.

Celebrar la navidad es afirmar que la Palabra que estaba junto a Dios y era Dios, por la  que todo se hizo y sin que exista nada que no haya sido hecho en ella, se ha hecho hombre;  que la plenitud de luz y de vida de la Palabra ha desbordado sobre nuestra tiniebla y nuestra  muerte. o, como afirma el comienzo de la Carta a los hebreos: el Dios que se había  manifestado en distintas ocasiones y de muchas maneras a los hombres, «ahora, en esta  etapa final, nos ha hablado por el Hijo». Esto es celebrar la navidad.

Porque la navidad es el reflejo del misterio de Dios. Generaciones y generaciones de  hombres han intentado plasmar a través de palabras, símbolos y manifestaciones artísticas,  quién es Dios. El prólogo de Juan nos dice: «A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único  que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer». Sabemos más sobre Dios  mirando a ese niño, nacido como nuestros niños, envuelto en pañales como nuestros niños,  que lo que podemos conocer a través de todas las especulaciones sobre el Dios de los  filósofos; porque ese niño, nacido como nuestros niños y envuelto en pañales como  nuestros niños, es impronta del ser de Dios.

Todos nuestros intentos por balbucear el misterio impenetrable de Dios deben arrancar  desde ese niño, nacido como nuestros niños y envuelto en pañales como nuestros niños.  Así comprendemos, como decía Zacarías, padre del Bautista, que «la entrañable  misericordia de nuestro Dios» nos ha visitado, luz que ilumina nuestra tiniebla, vida que da  aliento a nuestras muertes. Esto es celebrar la navidad 

Y la navidad es también el reflejo del misterio del hombre. ·Gertrud-LE-FORT von le Fort  escribía que «en el anuncio de que "Dios se ha hecho hombre" se concentra el abismo de  misterio del Dios impenetrable y, al mismo tiempo, los hombres nos sentimos referidos a los  otros hombres como el lugar de manifestación al que Dios desciende como amor. Por eso,  creo en Dios y en el hombre. Sólo porque creo en Dios, puedo creer también en el hombre,  ya que el hombre, sin la fe en Dios, es decir considerado en su mera humanidad, se ha  hecho en nuestros días muy poco digno de crédito». Porque es verdad que todos sentimos  muchas veces, en nosotros mismos o en los otros, lo «poco digno de crédito que es el  hombre», nuestras miserias, injusticias y violencias.

Hoy, quizá más que en otros tiempos, predomina una visión pesimista sobre el hombre.  Sin embargo hoy, porque celebramos la navidad, los cristianos tenemos que proclamar la  dignidad y el inmenso valor de todo hombre. Para Dios, el hombre es tan importante, que él  se ha hecho uno de nosotros. Para Dios, la historia de los hombres es tan importante que él  ha formado parte de lo mejor de nuestra historia. Para Dios la condición humana es tan  sublime que ha sido posible que esa Palabra, que existía desde el principio y en la que todo  ha sido creado, se encarnase en el hombre.

No es sólo que el nombre de Dios se haya añadido a los grandes nombres de nuestra  historia; es el mismo hombre, todo hombre, el que queda engrandecido, porque la condición  humana ha sido capaz de albergar al mismo Dios. Esto es lo que celebramos en la navidad. Quiero acabar con una noticia muy dura. Hace una semana la prensa hablaba de los  «ocho millones de niños abandonados en el Brasil que malviven, sobreviven como pueden,  con pequeños latrocinios o prostituyéndose», ante los que «aparecen cuadrillas de asesinos  pagadas para exterminar la plaga infantil como si fueran ratas o cucarachas». En los diez  primeros meses de 1991 fueron asesinados en Río de Janeiro más de 4.5OO. Se informaba  de una grandiosa manifestación en Río con «miles de criaturas clamando para que no les  asesinen». Es verdad que «aquí no tenemos niños abandonados en masa, pero no nos  faltan problemas de abandonos. De cuando en cuando aparece un recién nacido en un  portal o en un basurero». La articulista acaba diciendo que «en vísperas de navidad siempre  pienso que Jesús nació pobre en lo material, mal alojado, pero en un clima de amor... Los  niños martirizados del Brasil no tienen nunca una navidad, al menos en este planeta. Yo  necesito esperar que alguna vez lleguen a una navidad eterna. Si hay un cielo, y creo que lo  hay, los niños martirizados aquí serán allí los huéspedes de honor». Porque es navidad  tenemos que decir que para Dios cada uno de estos niños abandonados o martirizados  posee la misma dignidad que cualquier otro ser humano, que cualquiera de nuestros niños... 

Porque hoy es navidad tenemos que decir que para Dios cada uno de estos niños  abandonados o martirizados posee la misma dignidad que cualquier otro ser humano, que  cualquiera de nuestros niños... Porque hoy es navidad tenemos hoy también que sentir la  dureza y la injusticia de nuestro mundo. Porque hoy es navidad debemos preguntarnos qué  hacemos por defender y proteger la dignidad del hombre, de todo hombre, de todo niño...

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C. Madris 1994.Pág. 39 ss.


21.

1. La Palabra se hace carne. 

En el grandioso prólogo de Juan se despliega ante nosotros toda la plenitud del plan  divino de salvación. Ciertamente dentro de la historia surge el testigo que como precursor da  testimonio del más grande; pero este más grande es la entrada en nuestro mundo de aquel  que en el principio, antes de la creación de todo mundo, estaba junto a Dios y como Dios ha  creado, vivificado e iluminado todo en el mundo. Navidad no es un acontecimiento  intrahistórico, sino la irrupción de la eternidad en el tiempo. Por eso Pascua tampoco será  un mero evento intrahistórico, sino el retorno del Resucitado desde la historia a la eternidad.  La ley dada por Moisés era intrahistórica, pero toda ella remitía prolépticamente al  verdadero intérprete de Dios, el «único que es Dios y está al lado del Padre», el que nos ha  mostrado a Dios tal cual es, como «gracia y verdad». Verdad quiere decir: «Dios es así»; y  gracia quiere decir: «Dios es amor puro y gratuito». Este primero de todos ha venido hoy al  mundo, al mundo que él ha creado y que le pertenece. Hay muchos hombres que no le  conocen y no le aceptan, pero a nosotros, que creemos y le amamos, se nos ha dado la  gracia de poder acogerlo en nosotros, y por él, con él y en él «llegar a ser hijos de Dios».  Navidad no es sólo su nacimiento, debe ser también nuestro nacimiento de Dios junto con  él.

2. «Hoy te he engendrado». 

La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, habla igualmente de la divinidad del Verbo  encarnado. Mientras que Juan acentúa más el alfa, ahora se pone el acento sobre la  omega: en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente. «Ahora, en  esta etapa final», al final de la historia, en la omega, el Padre ha resumido todo en una única  Palabra. Pero este origen y este final de todas las cosas es un acontecimiento en el «hoy».  En Dios no hay ni pasado ni futuro, sino eterno presente, eterno hoy; y este eterno hoy se  hace presente en lo temporal. Esto significa no solamente que todo lo precedente, lo  veterotestamentario, era desde siempre el alba de este hoy, sino también que el hoy de la  irrupción del acontecimiento eterno en Dios jamás podrá convertirse en un pasado temporal.  En cada fiesta de Navidad, el ahora de la venida de Dios al mundo no solamente se hace de  nuevo actual, sino que no puede, en ningún momento de la vida cotidiana, no ser presente.  Las fiestas nos recuerdan solamente, a nosotros, hombres olvidadizos, que la entrada de  Dios en la historia se realiza siempre ahora. El Señor que viene cada vez, está siempre por  venir de nuevo; él nunca se aleja para poder venir de nuevo. Esto es precisamente lo que  hay que tener presente para su venida eucarística.

3. "Los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios". 

En la primera lectura el profeta introduce otros dos elementos: en primer lugar la  existencia de los mensajeros del gozo que anuncian la venida del Señor. Sin esta llamada  permanente y este «regocijo» de los mensajeros, tal vez olvidáramos la actualidad de la  venida de Señor. Mensajeros eran los profetas, mensajero es la Sagrada Escritura;  mensajeros son en la Iglesia los santos y todos aquellos que están animados por el Espíritu  Santo. Y el segundo elemento es que el mensaje gozoso de la Iglesia no es una doctrina  secreta sólo conocida en algunos círculos esotéricos, sino que es un mensaje abierto al  mundo: «El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los  confines de la tierra la victoria de nuestro Dios». En la revelación de Cristo no hay nada  oculto. Jesús dirá ante Pilato: «Yo he hablado públicamente a todo el mundo, siempre he  enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen los judíos» (Jn 18,20). La  profundidad de su revelación es desde el principio un «misterio sagrado, pero públicamente  revelado». 

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 23 s.


22.

Frase evangélica: «La Palabra era Dios»

Tema de predicación: LA PALABRA ENCARNADA

1. El prólogo de san Juan es como un prefacio solemne del evangelio en el que aparece Jesús como vida, luz, verdad y gloria de Dios, en contraste con la muerte, oscuridad, mentira y falsedad del sistema diabólico, vigente a menudo en este mundo. «En el principio» quiere decir que para Dios no transcurre el tiempo. Juan redacta un nuevo Génesis: se propone describir la nueva creación. Este prólogo es, asimismo, profesión de fe de la Iglesia.

2. Jesús es el Hijo que ha salido de Dios, es el Verbo (palabra eficaz y sabiduría creadora) en sus relaciones con Dios, con la creación, con las criaturas. Por ser luz de los seres humanos, hace a éstos capaces de ser hijos e hijas de Dios. Dios es Padre porque engendra a su Hijo de sí mismo y en sí mismo. «Verbo de Dios» quiere decir «expresión total de Dios»: el Hijo no es inferior en nada al Padre. La misión de la palabra de Dios es comunicar la vida.

3. La palabra de Dios no queda encerrada en sí misma, sino que acampa en la tienda de reunión de la humanidad itinerante, débil y pecadora. En sentido propio, el Verbo encarnado es Emmanuel. El evangelista Juan lo presenta como el Tabernáculo, el Templo. Al ser operativa la presencia de Dios en el pueblo, el Verbo de Dios es mediador de la nueva alianza, alianza de gracia y de verdad.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Creemos que Dios habita entre nosotros?

¿Qué valor concedemos a la palabra de Dios?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 99 s.


23.

Misa del día (Jn 1,1-18)

Frase evangélica: «La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros«

Tema de predicación: LA ACAMPADA DE DIOS

1. La palabra humana -tanto si se limita a transmitir conocimiento como si incide eficazmente en la transformación de la realidad- es un medio fundamental de comunicación interpersonal. Todos llevamos dentro, como grabadas a cincel, palabras amorosas o terribles que hemos escuchado a otras personas en un momento dado. La Palabra de Dios -amorosa, por salvífica- se dirige a todos y está en todas partes: en la creación, en el lenguaje humano, en las aspiraciones de las personas y de los pueblos, en los profetas, en la celebración, en Cristo...

2. Dios habla y se revela, en muchas ocasiones y de muchas maneras, por medio de sus profetas. En la plenitud de los tiempos nos habló por su Hijo, Palabra encarnada, Palabra que es luz y vida, que da sentido a la mujer y al hombre. No obstante, aunque hay un resto de humanidad que acepta la Palabra de Dios, muchas personas se resisten a sus exigencias.

3. La Navidad nos invita a escrutar a Dios, creador del mundo; a contemplar el misterio de la Palabra de Dios, revelación divina; a maravillarnos ante la obra de Jesús, coronación de la de Dios; y a adorar a Jesús, mensaje de Dios a la humanidad.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Son nuestras palabras medios liberadores de comunicación?

¿Creemos que la palabra de Dios está en medio de nosotros?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993..Pág. 247 s.