37 HOMILÍAS PARA LA NAVIDAD
MISA DEL DÍA
(24-37)

24. 

Los textos de la misa del día de la fiesta de Navidad nos llevan a la teología de la encarnación. Pero ello no quiere decir que olvidemos que el tema popular y familiar que vive nuestra sociedad no deja de ser el amor, la ternura, la amistad, la fuerza centrípeta hacia lo familiar, al hogar, los lazos familiares y de amistad. Convendría no dejar de introducir este tema, en toda su variedad, en nuestra reflexión pastoral, para no quedarnos en teología pura, abstracta, o, en todo caso, alejada de lo que el hombre y la mujer de la calle están viviendo tanto en la familia como a través de los medios de comunicación.

Dios se ha hecho uno de nosotros, de nuestra familia. Nos ha nacido un niño. Es pariente nuestro. Nuestra familia se agranda, se ennoblece, y ello nos hace mirar de nuevo a nuestra familia, para hacernos más conscientes de ese don gratuito que hay que acoger y cultivar. Las relaciones familiares no son siempre fáciles, y es preciso también un esfuerzo para mantener nuestras relaciones sanas, fluidas, libres de rencores y susceptibilidades.

El mensaje teológico de la liturgia de la palabra se nos va a la página célebre del prólogo de Juan: es la "genealogía" teológica que Juan nos hace de Jesús, que arranca no en Abraham (como la de Mateo) ni en Adán (como la de Lucas) sino "en el principio" de los tiempos, antes de la creación del mundo. Es un fuerte contraste contemplar a ese niño recién nacido y pensar que es la cristalización de ese movimiento que arranca de la eternidad: un Dios que después de haber hablado muchas veces y de muchas formas en los tiempos antiguos (segunda lectura), se hizo carne para dar la palabra total, hecha carne y sangre, vida y muerte y resurrección.

Contemplar al niño y dejar resonar en nuestro interior, simultáneamente, las palabras de Juan no puede hacerse sino con la fe... o con esquizofrenia. Sólo la fe puede unir dos extremos tan distantes: la eternidad con el tiempo, lo divino y lo humano, la omnipotencia y la debilidad, el Logos eterno preexistente y un niño en un pesebre. Es mucho lo que se arriesga a decir la fe respecto a ese niño. Y Juan es quien lo expresó con palabras más sublimes.

Pero Dios no se ha encarnado en un palacio romano, ni en una rica familia judía de Jerusalén. Se ha hecho "uno cualquiera", "pasando por uno de tantos", "sin que hubiera para ellos sitio en el mesón". Verdaderamente, uno cualquiera, uno de nosotros. Por eso dirá más tarde: "lo que hagan Vds. a cualquiera de mis hermanos más pequeños, a mí me lo hacen" (Mt 25, 31ss). La Navidad, sea en nuestros calurosos trópicos, en el verano sudamericano, o en el frío europeo o norteamericano, es siempre un llamado a la solidaridad con todos los niños y con todos los hombres y mujeres. Precisamente porque la Navidad es la fiesta real de la familia, Navidad es también la proclamación del linaje humano como una sola familia: ya no hay razas ni colores, ni credos ni opiniones incompatibles, porque todos somos hermanos ante este niño que nos ahija con Dios y nos desengaña de todo lo que no sea los valores definitivos del amor.

Navidad es una fiesta para la "globalización", como se dice ahora con evidente anglicismo.

El niño que nace es judío, pero es universal. No es patrimonio de nadie. No pertenece a ningún grupo. Es de todos. Si Dios se ha hecho humano, no es para quedar encerrado en una iglesia o en una secta; viene a ensanchar nuestro corazón y a decirnos que lo verdaderamente importante es nuestra humanización. ¿De qué serviría ganar todo el mundo si nos malográramos a nosotros mismos? ¿De qué serviría encerrarnos en ritos o creencias cerradas si perdiéramos la visión abierta de nuestra pertenencia a la raza única, la raza de Dios en la que comulgamos todos los humanos?

Dios se ha hecho humano para que nosotros nos divinicemos. Claro que, para divinizarnos, lo que hemos de hacer es, precisamente, humanizarnos, como lo que ha hecho el mismo Dios en Jesús.

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25.

Is 52, 7-10: Hoy día del nacimiento del Señor Jesús, la liturgia nos invita a entonar un himno de Júbilo. El texto de Isaías recuerda la liberación del pueblo judío de la opresión de Asiria y su retorno del destierro de Babilonia. Primero aparece un mensajero que trae el pregón de la victoria y la buena noticia de la paz. Los vigías de las murallas responden con cantos a coro y con gritos de alegría y hasta las piedras de las ruinas de la ciudad rompen a cantar. Es una alegría estrepitosa y atronadora que va en "crescendo" y se amplía hasta los confines de la tierra. La consigna es: "ya reina tu Dios".

Hb 1, 1-6: El texto es la introducción a la carta. Exordio breve y solemne. Dios toma la iniciativa y se pronuncia ante el ser humano, primero por medio de los profetas, y ahora por medio de su Hijo, palabra hecha persona. Esta primera parte resume en pocas líneas el Antiguo Testamento y su fin con la encarnación del Verbo de Dios. En un segundo momento se centra en el Hijo de Dios y resume quién es, su misión y su obra: es el centro de la creación, por él se hizo todo. Es el vértice del universo: quien "mantiene el universo". Es imagen y reflejo del Padre. Por su sangre realizó la salvación y luego recibió la glorificación. En tercer lugar el texto compara al Hijo de Dios con los ángeles. El Hijo es superior a aquellos porque recibe el "título" o nombre de "Señor".

Jn 1, 1-18: Se trata del prólogo del evangelio de Juan. Sabemos que fue escrito este libro entre los años 90 a 100 después de Cristo. Nos muestra el pensamiento y la experiencia de una comunidad muy avanzada y madura en su fe. Los sinópticos optan por prólogos biográficos: Mateo y Lucas hacen genealogía histórica de Jesús; Marcos presenta la figura del precursor Juan Bautista. Pero Juan se aparta totalmente de ellos; se remonta más allá de los humanos y por este vuelo de altura se le atribuye el símbolo de águila. En una construcción de filigrana literaria elabora un himno majestuoso y solemne. El sujeto principal es la Palabra, en latín el Verbo: verbum, y en la versión griega el Logos. Confluyen tres corrientes del pensamiento: el bíblico (dabar); el griego (logos); el judeo helenístico (sabiduría).

Comienza diciendo: "En el principio" como en el Génesis. Pero aquí es un principio anterior a toda la creación, un principio sin principio. Podría decirse: "desde siempre...". Usa el verbo ser en pretérito imperfecto, es decir, tiempo no acabado: "era, existía", para dar el sentido de eternidad. Ese Verbo o Palabra es Dios: todo existe por ella. Esa Palabra es la Vida y es la Luz. Vino al mundo e ilumina a todo ser humano. Esa Palabra se hizo persona humana [no digamos «hombre», porque su sexo es irrelevante] y habitó entre nosotros. Esa Palabra es Jesucristo.

El llamar a Jesucristo: la Palabra, nos hace ver que la expresión cabal de Dios, su mejor manera de expresarse es Jesús. En nosotros, seres humanos, nuestras palabras expresan una idea, un concepto, un sentimiento. En Dios, su Palabra, Jesucristo, se hace persona, y Lo expresa totalmente. El exordio de la carta a los Hebreos se cumple aquí a cabalidad: «ahora Dios nos ha hablado por su Hijo». La vida de Jesús, su entrega, su sacrificio, su amor nos habla y nos explica cómo es Dios y cómo nos quiere Dios.

Hay un juego dramático entre la luz y las tinieblas, la luz que es la Palabra y las tinieblas que luchan contra ella y no la pueden vencer. La tiniebla es todo aquel que no recibe la luz. "el mundo no lo reconoció, los suyos no lo acogieron". Esa lucha es perenne: o con Cristo o contra Cristo. El evangelio de Jesús se muestra radical: nuestra vida se define frente a Jesús, o por El o contra El; o fe o incredulidad.

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26.

Is 52,7-10: Griten de alegría, ruinas de Jerusalén, porque Yavé se ha compadecido de su Pueblo y ha rescatado a Jerusalén.

Hb 1,1-6: Dios ha hablado en estos últimos tiempos por medio de su Hijo.

Jn 1.1-18: Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.

El texto de Isaías expresa una confianza rotunda: la presencia de Dios es presencia de liberación en medio de las ruinas del Pueblo. Isaías comprende que Dios no es imparcial en su visita, en su presencia. Dios es quien viene a restaurar al Pueblo, a d evolverle su dignidad de hijo y creatura, a ponerlo nuevamente en pie luego de la derrota y de la violación de sus derechos de libertad, justicia y paz.

Por eso este texto es un canto a la paz, pero la paz traída por Dios y no por los tratados de los gobiernos, es un canto a la justicia de Dios, que cambia definitivamente la situación de dolor sin esperar pactos con Bancos Mundiales o Fondos Monetarios ; ellos afirman que los cambios vendrán cuando los ricos tengan más y los pobres puedan beneficiarse de la abundancia. El cambio de Dios no pasa por ahí. Los pobres son tenidos como los privilegiados, porque ellos recibirán hoy a Dios. Son ellos los que s aben de sus esperanzas y de la necesidad de los cambios.

Y por fin, en la historia de Israel ha visto la llegada de la Palabra, de Dios mismo, entre los hombres. Hoy los humanos celebramos que Dios se hizo como nosotros, llamando a cada uno a ser como él, a ir hacia él.

Hoy la historia contempla la justicia de Dios, tan distinta a la nuestra. Porque no podemos entender que la grandeza, la infinitud, se quiera transformar en pequeño, en pobre, en débil humanidad.

Hoy la esperanza de los hombres y mujeres de encontrarse con Dios ha llegado a su fin. Descubrimos hoy que no bastan los esfuerzos para este encuentro; en verdad estos esfuerzos ni siquiera sirven. Por eso Dios ha querido venir a que descansemos de tan ta fatiga para encontrarlo: nos ha venido a encontrar él a nosotros.

Siempre tuvo la iniciativa de encontrarse con su Pueblo. Y lo demuestra hoy haciéndose definitivamente parte de este Pueblo pobre y peregrino.

La afirmación de Juan: "se hizo carne..." expresa una tremenda realidad. Dios no ha querido quedarse salvando mágicamente a los hombres y mujeres desde su trono. Se ha encarnado, asumiendo todo lo humano para revelar el misterio del Padre.

La Navidad, en este sentido, es un llamado no sólo a contemplar esta grandeza de Dios en su generosidad y desprendimiento de su divinidad. No sólo a encontrarnos con el Dios que sale a nuestro en la historia humana. Es también un llamado a la acción y compromiso de quienes nos consideramos cristianos. Es un llamado a nuestra propia encarnación en el mundo de los pobres, en las esperanzas del Pueblo dolido y sufriente.

No se puede predicar a Cristo fuera del Pueblo, sería ir en contra de su mismo proceder. No se puede anunciar la salvación sin el compromiso liberador que asumió el mismo Verbo. No se puede seguir en el "cielo" mientras Dios ha venido a la tierra.

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27.

Desde el punto de vista directamente litúrgico, hoy se proponen tres misas (medianoche, aurora, día): la propia de Navidad es la del día, pero las lecturas son intercambiables y se pueden usar según las necesidades de la asamblea. Donde sea posible, es bueno que la misa de medianoche integre el Oficio de Lecturas o Maitines de Navidad (Institutio Generalis Liturgiae Horarum, 215; también 71); o que se haga algún tipo de vigilia para ayudar a la celebración del misterio de Navidad. La proclamación de la Calenda también ayudará a crear clima.

UN HECHO HISTÓRICO LLENO DE MISTERIO.

El evangelio de Lucas (medianoche y aurora) dibuja el doble nivel de la escena: es un hecho sencillo y cotidiano, el nacimiento de un niño; ahora bien, este hecho está lleno de un misterio inmenso que los ángeles anuncian. El resto son aproximaciones a este misterio inalcanzable; Juan, Pablo, Hebreos, Isaías, son como "ángeles" que nos acompañan en la profundización y la contemplación del misterio escondido en el sencillo hecho del nacimiento de Jesús. Incluso todo lo que podamos hacer estos días son intentos de decir y de celebrar lo que nunca puede ser dicho del todo. El misterio se expresa y se esconde en las palabras conocidas: hoy nos ha nacido un Salvador, Jesús, Hijo de Dios hecho Hombre en María, Dios con nosotros.

De este misterio, las celebraciones subrayan a la vez la comunión y la tensión. Dios se ha hecho hombre, uno de nosotros; esta es la misteriosa comunión entre Dios y el Hombre. Después de haber hablado Dios de muchas maneras, ahora nos ha hablado por el Hijo (Hebreos); él es la Palabra llena de vida, de Luz y de Gracia que acampa entre nosotros (Juan); él es el Hombre nuevo, el Mesías, el Salvador (Lucas): es Príncipe de la paz, Luz que brilla en las tinieblas, Dios-Rey que lleva la alegría a todas las naciones (Isaías). Y en el corazón de la comunión, también la tensión, los contrastes. La fiesta de Navidad vive ya en resumen el escándalo que rodeará toda la vida de Jesús. La Luz ha venido a iluminar nuestras tinieblas, pero estas no la han recibido, ha venido al mundo, pero el mundo no la conoció (Juan); "aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lucas).

La realización del misterio de la Encarnación de Dios es totalmente inesperada, escandalosa. Las imágenes del nacimiento de Jesús nos son tan habituales y entrañables que a veces ni siquiera nos sorprenden; la "palabra" debe poner de relieve su sentido. Es un niño en brazos de su madre; pues bien, a la vez es uno de los nuestros y verdadero Hijo de Dios. Está acostado en un pesebre: pues bien, así empieza un camino de pobreza y de amor que vivirá con fidelidad hasta la cruz. Los ángeles lo anuncian como Salvador; pues bien, él salva viviendo un Espíritu de pobreza, de paz y de amor que exige una adhesión fuerte y difícil. Navidad, con su entorno tan sencillo y tan poético, empieza a manifestar una vida que se expresará completamente en la muerte y la resurrección; Navidad y Pascua son un único misterio.

HA APARECIDO LA GRACIA DE DIOS, QUE TRAE LA SALVACIÓN PARA TODOS LOS HOMBRES (noche, 2. lect.).

No nos cansemos de recordarlo. Es así precisamente como se manifiesta el amor de Dios a los hombres. Quizás nos gustaría que Dios se acordase de nosotros de otras maneras, pero éstas responden a nuestros deseos infantiles más que a la verdadera necesidad humana. "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16).

HOY. Esta expresión aparece muchas veces en las celebraciones de la Navidad. Una muestra: "Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor" (respuesta al salmo responsorial, medianoche). La expresión "hoy" está llena de la experiencia cristiana más honda. En la raíz está el Hoy de Dios, Presente eterno, derramado misericordiosamente a los hombres. Y esto comporta su Don a nuestro Hoy histórico, a nuestro momento presente. Dios envía a su Hijo como camino de salvación y de vida para nuestras angustias y esperanzas, como Luz y Vida de nuestra ceguera. Dios no olvida la obra de sus manos; Jesucristo es su Palabra positiva de salvación para todos los hombres de todos los tiempos. El Hoy litúrgico es signo de esta presencia de Dios que abre perspectivas de Vida plena también en nuestro momento histórico.

GASPAR MORA
MISA DOMINICAL 1998, 16, 35-36


28.

- La alegría fecunda de Dios para todos 

Tomarse en serio la alegría puede parecer una contradicción. Pero hoy (esta noche) es la primera palabra que nos dirige Dios. Es el anuncio del ángel a los pastores, el mensaje de Dios para nosotros: "Os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo". Es mucho más que unas burbujas de alegría, casi como forzada y circunstancial porque en Navidad eso toca. Es el mismo Dios, el Padre, quien nos comunica hoy su propia alegría, para que sea nuestra alegría, como fue aquella noche la de María y la de José.

Por eso podemos decir que esta alegría es muy seria. Porque puede renovar y fecundar nuestra vida. La alegría de Navidad es sanadora, porque cura nuestro egoísmo, nuestra cerrazón. La alegría de Navidad es fecunda, porque siembra amor en nosotros, nos abre al abrazo fraterno, al beso de paz que nos dice que todo puede ser mejor y diferente. La alegría de Navidad es evangélica porque nace de la gran buena noticia del amor de Dios para cada uno de nosotros y para todos. Y, por eso, si la dejamos brotar en nosotros, generosa y fraternalmente, puede ser el mejor anuncio de nuestra fe, esta fe que tantas veces no sabemos y nos cuesta comunicar a los demás.

Ya que es la alegría de Dios, siembra amor en nosotros, comunica amor a los demás.

- El Niño en nuestros brazos

La causa y la fuente de esta alegría es aquello que repite la liturgia de hoy: "Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado". No seamos apocados, timoratos, y atrevámonos a arrodillarnos ante la madre María y decirle: "Madre, déjame tu niño porque también es mio". Si, también es nuestro, de todos, sin ninguna excepción. No se ha de presentar ningún titulo de buena conducta para pedirle eso a Maria. Y ella, muy cordialmente, con amor de madre para con el Niño y para con nosotros, nos dará al pequeñuelo. Para que lo tengamos en brazos, lo miremos, le sonriamos y nos sintamos salvados, renovados por él.

Y eso no es poesía fácil, sino realidad. Hoy, luego, en la comunión, ese Niño querrá venir a nosotros, ser nuestro alimento, compartir nuestra vida para mejorarla muy seriamente. La Navidad no es sólo recuerdo de algo que sucedió en tiempos lejanos, sino sobre todo celebración de algo que sucede hoy, ("hoy" es una palabra que repite la liturgia de esta fiesta). Es hoy que viene el Señor a nosotros, que se nos da, que nos sonríe, que nos fecunda.

Por eso, con toda confianza, podemos pedir a Maria que nos deje acunar un rato en nuestros brazos a su Hijo, nuestro hermano.

- El Niño nos revela como es Dios Padre

Y todo eso, decíamos, es muy serio, es la gran verdad. Porque este Niño nos revela el verdadero rostro de Dios, la verdad de Dios (es la palabra que es la luz verdadera, dice el evangelio de Juan).

Es Dios Padre quien nos da a su Hijo. Y nos lo da hecho niño, nacido de mujer. Como cualquiera de nosotros, en comunión total. Si, según la narración bíblica de los inicios, Dios nos hizo a su imagen y semejanza -¡y ya es mucho!-, ahora es él quien se injerta en nuestra historia, en nuestro camino, y se hace uno de nosotros. Esa es la gran verdad, la enorme buena noticia que debería revolucionar la historia humana.

Si creemos en lo que la Navidad significa y es, ya no podemos tolerar en nosotros una imagen de un Dios lejano, severo, quisquilloso. El Niño, Hijo de Dios, en brazos de Maria, en nuestros brazos, nos revela y habla de un Dios cercano, cordial, sonriente, misericordioso. Y eso es, hermanas y hermanos, lo que celebramos cada vez que nos reunimos para compartir su Cuerpo y su Sangre. Que Dios es amor entregado que ansía compartir y mejorar nuestra vida.

Y eso no es una buena noticia, una alegría, que pueda quedar limitada, como perdida, en esos dias de Navidad. Es una fe, una verdad, para fecundar toda nuestra vida. De ahí que nos convenga afirmarla y comulgar con ella, en el alimento de la Eucaristía de cada domingo.

* * *

Hermanas y hermanos: que todos tengamos una feliz Navidad. Compartida con los demás, atenta especialmente a los más necesitados de amor, de ayuda. Sepamos acoger al Niño en nuestros brazos -en nuestro corazón- y lo demás vendrá por añadidura. Como escribía Pablo a su discípulo Tito: "Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre". Eso es muy serio, muy revolucionario. No nos puede dejar indiferentes, impasibles. Es una alegría que el Padre siembra en nosotros. Ojalá dé fruto hoy y durante todo el próximo año. El Niño, el Hijo de Dios y hermano nuestro, lo espera. Lo espera y nos ayuda a ello.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 16, 39-40


29.

EL SEÑOR ESTA VINIENDO. HA LLEGADO LA LIBERACION PARA TODO EL PUEBLO, ESPECIALMENTE PARA LOS POBRES. DIOS SE PONE DE NUESTRA PARTE.

1. A los pastores que velaban por la noche sus rebaños, se les presentó un ángel del Señor, y "les anunció la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor". Apareció enseguida una legión de ángeles que alababa a Dios: "Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres a quienes Dios ama" (Lucas 2,1). Cantan los ángeles porque hoy es día de gloria en el cielo y el día grande para los hombres, porque hoy Dios se ha desposado con la humanidad en un niño recién nacido a quien su madre contempla y abraza, mece canta, arrulla, ríe, llora, adora estrecha en sus brazos. Anonadada por ver a su hijo en su regazo, le rodea con el amor más puro, encendido y tierno que cabe en este mundo, con los ojos arrasados en lágrimas de dicha.

2. Ahora sí que "ha aparecido con claridad la bondad de Dios y su Amor al hombre que trae la salvación a todos los hombres" (Tit 2,11). Dios es amor y el amor desea, quiere, busca y consigue el bien del que ama. Dios nos manifiesta su amor infinito en un Niño chiquito. "Dios ha derramado copiosamente el Espíritu Santo sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador" (1) .Ha sido una lluvia torrencial de amor y de misericordia para limpiarnos de nuestros pecados. "Ya somos herederos de la vida eterna en esperanza" (2). "El nos pastoreará con el poder de Yave". Ya no somos "ciudad abandonada". Dios ha venido a buscarnos por medio de un Niño, que es su Hijo muy amado, a quien hoy ha engendrado (Isaías 62,11).

3. "Hoy ha brillado una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor. Ha amanecido la luz y la alegría para los rectos de corazón" (Salmo 96).

4. Salieron corriendo los pastores después de oir al ángel, que les había anunciado la gran alegría, que sería también para todo el pueblo: "Encontraréis un niño envuelto en pañales reclinado en un pesebre" (Lucas 2,11). Los pastores, los privilegiados. No sólo eran pobres, eran considerados gente impura y, por tanto, marginada. Alejemos, para comprender lo que esto significa, nuestro concepto idílico del pastor contemporáneo, para entender cómo considera Dios a los pobres y humillados. Si viene para todos, es necesario que nazca en una cueva y en un pesebre para que todos puedan acudir a El. A un palacio podrían llegar los reyes. A un templo, los religiosos y devotos. A una casa de clase media, los burgueses. A una casa rural, los labriegos. Pero, ¿qué habría ocurrido con los desheredados, los marginados, los sin techo, los nómadas, los más miserables e innominados? No se habrían atrevido a entrar. Y no habrían podido gozar de su liberación. Por eso es necesario el rebajamiento de Dios, porque "la buena noticia, la gran alegría es para todo el pueblo" y no sólo para unos cuantos. Y en el mundo siempre ha habido más pobres que ricos, más adocenados que privilegiados, más infortunados que "estrellas". Y Dios ama a todos y, sobre todo, a éstos "bienaventurados", porque Dios se pone de su parte. Juan XXIII cultivó mucho la amistad de sus pobres familiares de Soto il Monte. El sabía que los mismos palacios donde tuvo que vivir, les alejaban, porque se veían distantes de la categoría de su "status" social. Entendamos por este ejemplo la actitud de Dios.

5. Corrían los pastores transfigurados, "envueltos en la claridad de la gloria del Señor", con una felicidad y alegría interior que nunca habían experimentado. "Y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre" (Lucas, 2,16). En la gruta oscura ha nacido Dios. En su ciudad santa y celeste, él es el Cordero que la ilumina. En la cueva de Belén apenas unas luces primitivas alejan las tinieblas del portal. Pero allí está Dios. Dios que se ha abajado hasta el polvo y el estiércol. Es el Camino, y no anda. Es la Verdad, y no habla. Es la Vida, y la está recibiendo de los pechos de una mujer, María, la bienamada, la llena de gracia, sumergida en el misterio viendo cómo chupa a sus pechos dulces, su leche materna, su mismo Creador, y cómo la Suprema Belleza, bosteza.

6. Los pastores traen sus regalos pobres y sencillos, y miran absortos. No habían sentido nunca un gozo tan interior y profundo. Nunca han estado tan cerca de Dios, y, aunque no lo saben, no quieren perderse la contemplación de aquella maravilla. María les deja que acaricien la carita divina, capullito de jazmin y de rosa de su Niño. Jamás podrán olvidar lo que tienen la suerte de estar viendo. Quedarán marcados toda la vida. Contaban a María y a José lo que los ángeles les habían dicho del Niño; trataban de rememorar la sinfonía de sus cantos que les llenaban de alegría y María se llenaba de asombro y de gozo, y sonreía encantada escuchándoles. "Y conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón" (Lucas 2,19).

7. Dios nos ha amado tanto que se ha hecho tan pequeño. La medida de su amor, la da su pequeñez. El "Dios que quebranta los cedros del Líbano, que hace brincar como un novillo al Líbano, y al Sarión como crìa de búfalo, que afila llamaradas, que sacude el desierto de Cades, que sacude las encinas y arrasa los bosques" (Sal 28), se ha eclipsado en un bebé débil e indefenso. Ya no es la zarza que arde...ni el Sinaí llameante entre el resonar de truenos. Es como si el sol entero se hubiera encerrado en una bombillita. El amor de Dios se ha manifestado más en Belén, que en la cruz, porque hay mayor distancia de Dios a hombre, que de hombre a muerto. "Si Dios se ha hecho hombre, ser hombre es lo más importante que se puede ser" (Ortega). Si Dios se ha hecho hombre, ser hombre ha sido incrementado. "Cuando Cristo apareció en brazos de su madre revolucionó al mundo" (Teillard).

8 Hagamos posible que cuantos celebran la Navidad la comprendan. Para ello, en vez de hacer ternurismo, y folklore hagamos teología navideña. No hagamos tópicos más o menos fervorosos. Ni consideremos al hombre como un "superman", casi Dios, olvidando su creaturiedad y precariedad, pero elevada por el amor divino a su propio nivel.

9 "Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído". Como ellos, nosotros, bendigamos y glorifiquemos a la Santa Trinidad que ha querido enviarnos a Jesús, Verbo Divino encarnado, para hacer su morada entre los hombres, vivir como ellos y entre ellos, para salvarlos, con la salvación que ha puesto en marcha.

10 Y abramos nuestro corazón para que la Navidad se prolongue durante toda nuestra peregrinación por este tierra. Jesús, en seguida, vivo sobre el altar, como en Nochebuena y en la cueva de Belén. Venid, adoremos.

(1) (Ti 3, 4)

(2) (Ib).

J. MARTI-BALLESTER


30.

1. Lecturas del día: Isaías 52, 7-10 : "... y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios"

Carta a los Hebreos 1, 1-6 : "Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado {Dios} por su  Hijo"

Ev. según san Juan 1, 1-18 : "Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros y  hemos contemplado su gloria".

2. La ilusión de un Dios en hacerse hombre  2.1. Una vez más, la Navidad para los hombres. Pero hemos celebrado ya tantas  navidades que la de hoy puede ser sencillamente una más, sin mayor interés que las  anteriores. 

Si eso sucede, será porque la alegría y paz que experimentamos no llega más allá del  interés de unos niños por los juguetes, y de unos días de paz, por ser fiesta, entretenidos  con los hijos. ¿Correrá esta Navidad el peligro de ser un paréntesis nada más en la vida?

2.2. Hoy hemos de pedir que cada uno mire un poco más allá de su interés o desinterés  por estas fiestas, que piense por un momento desde la mente y corazón de Dios.

- ¿Qué interés podía tener Dios en hacerse hombre? Recuerda: Dios se lo pensó, y fue  de Él la iniciativa, y no había razón humana por la que se viera obligado a poner su tienda  entre nosotros....

- Los hombres en esta fiesta celebramos el momento y el día en que Dios realizó algo que  amaba de verdad en su corazón: la ilusión de ser hombre . ¿Sorprendente..?

- Desde ese día en el que Dios realizó su ilusión, Él no ha dejado de ser hombre, como  nosotros, en todo semejante a nosotros: nace en un establo ante el desinterés de unos  hombres que lo marginan por ser pobre; vive de sus manos con un trabajo poco estable; y  muere fuera de la ciudad, en los caminos que conducen a la misma, para ejemplo de los que  no obedecen a los oficiales de la religión.

2.3. ¿No merece nuestra atención un Dios que quiso permanecer siempre como nosotros?  Un Dios así no es fácil de encontrar. Un Dios tan cercano sólo puede inspirarnos asombro y  ternura. De un Dios así, podemos y debemos estar orgullosos.

3. La ilusión del hombre: querer ser como Dios  3.1. Esta maravillosa historia de "Dios que se hace hombre" tiene su antecedente en otra  que aconteció en los primeros tiempos, cuando el hombre (una maravilla creada por Dios a  su imagen) cedió a la tentación de jugar a ser Dios. Dios le había puesto al frente de todo lo  creado, diciéndole: ¡adminístralo!..., y al hombre le envolvió la locura del poder, del orgullo y  soberbia, y se enfrentó a Dios, desobedeciéndole.., y rompió con Dios.

Desde entonces, el hombre sintió la necesidad de encontrar explicaciones a la división  que se generó en su interior, y no encontraba quien le liberara de las injusticias de otros  hombres, de la pobreza, marginación y miseria que le rodeaban.

3.2. Nosotros mismos, cuando ya han pasado muchos siglos, nos encontramos hoy con  unos corazones y una sociedad degradados por falta de valores. Un ejemplo son las  desigualdades:

- Los países más ricos avanzan y avanzan valiéndose de los más pobres. 

- Los hombres poderosos siguen buscando la solución a los problemas de la miseria sin  recurrir ellos mismos a rebajarse a dar la mano a los más necesitados. 

Sin cambio de corazón, esos hombres no pueden creer en la Navidad, pues ellos mismos  no desean ser navidad con los pobres y necesitados. Y llegar al portal de Belén supone  llegar al compromiso de venir a compartir con los más necesitados.

4. Jesús, la realidad de Dios hecho carne entre nosotros  4.1. ¿Cuál es la buena noticia de la Navidad? Que para contemplar a Dios hoy basta  fijarse en Jesús. ¡Qué maravilla! 

Desde que Dios se encarnó, la cara de un hombre es el rostro de Dios. Se hizo a imagen  y semejanza del hombre. En Él todos fuimos justificados, y sabemos que Él es el camino  que, asumiéndolo en nuestra vida, nos va a llevar al encuentro con Dios. Asumir el modo de  la vida de Jesús, y vivir los valores que Él vivió y nos dejó, hará posible adquirir un  conocimiento más perfecto que nos haga presente en nuestros pensamientos y en nuestro  corazón.

4.2. Recordemos, pues, en este tiempo de Navidad que, si hacerse hombre fue el camino  que Dios eligió para llegar hasta nosotros, nosotros debemos asumir que el hombre  concreto es el camino hacia Dios. 

Si Dios no tiene ya otra apariencia ni otra palabra que la de Jesús, no debemos servir a  ningún otro que no sea Él, si de verdad queremos servir al único Dios.

4.3. Anotemos también que los cristianos, a veces, nos equivocamos empeñándonos en  buscar a Dios donde no está, lejos de donde se nos manifestó. El Dios que en Jesús se nos  manifestó habita en la tierra, donde los hombres viven o malviven. Por eso Ël se hace  presente en el hombre, sobre todo, en los más desvalidos, en los menos afortunados. Ellos  reflejan mejor su rostro. Al decir de Jesús, los pobres y desvalidos son los que más se le  parecen.

4.4. Grabemos, pues, lo que es para el creyente este momento feliz:

Navidad es una palabra llena de misterio.

Navidad es manifestación de la grandeza de Dios en la pequeñez del hombre.

Navidad es encarnación del AMOR en el corazón del hombre.

Navidad es el hogar en que nace la esperanza de vida.

Navidad es la opción de amor por los más pobres.

Navidad es comienzo de la salvación para todo hombre.

5. Lección de la Navidad

En cristiano, no cabe seguir pensando con valores que no sean los de Jesús. Él ha  ennoblecido nuestra condición: somos hermanos. 

No sería buena nuestra celebración de la Navidad si no creyéramos más y mejor en los  hombres. En todo hombre hay algo bueno. Si no lo sabemos apreciar es que no tenemos la  misma fe en el hombre que tuvo Dios al encarnarse.

Un detalle: si tienes la curiosidad de acercarte al portal de Belén, recuerda: "La gracia  colma, llena, pero no puede entrar más que donde hay un vacío para recibirla"(Simone  Weil).

DOMINICOS
Comunidad de Ntra. Sra. de Atocha - Madrid


31. 2001

COMENTARIO 1

MUNDO NUEVO

El Nuevo Mundo, descubierto por Colón, se ha vuelto viejo. Tanto o más viejo que el Viejo Mundo; se puede decir que ha envejecido prematuramente. Con los medios de comunicación y el constante intercambio a todos los niveles, ese Nuevo Mundo corrió de prisa los siglos que lo separaban del Viejo Continente; incluso le ha sacado la delantera, si pensamos en los Estados Unidos de América, uno de los dos platillos de la balanza que hacen imposible la verdadera convivencia humana internacional. En el otro platillo está la URSS.



Dos mundos -ya viejos- que debieran ofrecer luz a la humanidad y no tinieblas. Del uno -América- nos llegan las luces de neón del desarrollo y de la falsa libertad de la sociedad de consumo; del otro -Rusia-, la amenaza del totalitarismo, según dicen, en bien de la colectividad. En ambos la verdadera libertad, plataforma que hace posible el desarrollo plenamente humano, ha sido amordazada. Como resultado, el hombre se ve hoy frustrado, fracasado, desencantado.

Vamos a soñar un poco, que la humanidad está falta de sueños y éstos -desde la más remota antigüedad hasta Freud- tienen mucha importancia. Pienso que algo está cambiando radicalmente en nuestra sociedad: Está naciendo otro mundo. Cada día hay más hombres -muy pocos todavía, sin embargo- que no quieren vivir envueltos en esta tiniebla de sociedad; éstos no tienen conciencia de ser ciudadanos de un país, sino del Universo; son como profetas de un mundo nuevo; pequeños movimientos, insignificantes, débiles, como niño que nace, que anuncian la venida utópica, pero posible, de otra sociedad: movimientos pacifistas, ecologistas, antimilitaristas, organizaciones internacionales en pro de la paz y de los derechos humanos que se debaten por sobrevivir, medio aplastadas por los poderosos de la tierra.

Sólo tienen por fuerza la potencia de su voz, la veracidad de sus denuncias, la firmeza de sus buenos propósitos, la utopía de sus proyectos, la buena voluntad y la capacidad de soñar de sus componentes.

Son como un rayo de luz que rasga la tiniebla de un mundo cuya enfermedad diagnosticó Juan Evangelista en los albores de nuestra era con estas palabras: "Al principio existía la Palabra... Ella contenía vida y esta vida era la luz del hombre; la luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron. En el mundo estuvo y, aunque el mundo se hizo mediante ella, el mundo no la conoció".

Esta ha sido la situación desde el principio hasta Jesús, la palabra de Dios "que se hizo hombre y plantó su tienda entre nosotros". Desde siempre -dice Juan- hubo en el seno de este mundo una lucha entre la luz y las tinieblas, entre lo nuevo y lo viejo, entre la vida y la muerte.

Tinieblas y mundo, como sistema de opresiones, se corresponden. Quien brinda por la luz rompe la copa de las tinieblas, este orden inhumano e injusto, por insolidario, donde imperan otros señores distintos del amor, el único seguro servidor de los humanos.

Jesús de Nazaret -luz del mundo- con su estilo de vida y su palabra, apuntó a ese mundo nuevo que muchos, hoy día, sin conocer al Maestro nazareno, están alumbrando con su lucha tenaz.


COMENTARIO 2

A DIOS NADIE LO HA VISTO JAMAS

¿Quién es Dios? De las muchas imágenes de Dios que a lo largo de la historia del hombre se han propuesto como autén­ticas, ¿cuál es la que corresponde al ser de Dios? ¿Cómo es Dios realmente? ¿Amable, severo, comprensivo, implacable, amo, justiciero, cercano, lejano, misericordioso, cruel, amo, liberador...? A lo largo de la historia muchos han sido los que han hablado de Dios; muchos los dioses de los que han habla­do. Pero la pregunta continúa exigiendo una respuesta clara, convincente, definitiva. ¿Dónde se podrá encontrar esa res­puesta?


NADIE LO HA VISTO...

No. «A Dios nadie lo ha visto jamás». Ni Moisés, ni los profetas, ni los sabios de Israel. Tampoco los filósofos, ni los sacerdotes de ninguna de las religiones de la tierra. Por eso las imágenes de Dios que esos hombres presentan son incom­pletas y, por tanto, parcialmente falsas. Entonces... ¿cómo encontrar a Dios? ¿Cómo reconocer al Dios verdadero?

Por supuesto, Dios no juega con nosotros al escondite ni a las adivinanzas. Dios se manifiesta siempre tal cual es; pero el hombre es tan pequeño que nunca podrá comprenderlo del todo. Y cuando habla de Dios, siempre habla del pedazo de Dios que él ha podido conocer. O, y esto ya es peor, del dios que a él le interesa. Y eso que quien debía haber hecho presente a Dios en el mundo era el hombre mismo, creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26-28; véase también Sal 8). Pero el ser humano escogió otro papel (Gn 3,5-6).


LA LUZ Y LA TINIEBLA

El hombre quiso ser como Dios, y entonces se construyó la imagen de Dios que a él más le convenía. Y así, desde el principio han sido impuestas a la humanidad imágenes de Dios que favorecían los intereses de quienes se habían endiosado. ¿Que interesaba justificar el poder? Pues un Dios a imagen y semejanza de los poderosos y, además, justificador de su po­der. ¿Que había que justificar la pena de muerte? Pues un Dios que aniquila a sus adversarios. ¿Que hacía falta justificar la propiedad privada? Pues un Dios que hace ricos a unos y pobres a otros, según le parece oportuno. ¿Que era necesario mantener tranquilo al pueblo? Pues un Dios caprichoso que manda más males que bienes, y ante el que hay que estar agra­decido a veces, resignado casi siempre, esperando que no se acuerde demasiado de nosotros. Esta es la tiniebla que quiso, y no pudo, apagar la luz. Pero la luz brilló en medio de la tiniebla para que los hombres pudieran, finalmente, ver claro: «... esa luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la ha apagado».


LA EXPLICACION

«Al principio ya existía la Palabra, y la Palabra se dirigía a Dios, y la Palabra era Dios. Ella, al principio, se dirigía a Dios... Así que la Palabra se hizo hombre, acampó entre nos­otros y hemos contemplado su gloria la gloria que un hijo único recibe de su padre, plenitud de amor y lealtad».

La Palabra, el proyecto que Dios tenía para la humanidad desde el principio; la Palabra, que siempre existió en constante diálogo con Dios, se hizo carne, se hizo presente entre los hombres en un hombre: Jesús de Nazaret. El, que hablaba de un Dios que no convenía a los poderosos de su tiempo (ni a los de ningún tiempo), sufrió por eso el rechazo del sistema («... el mundo no la reconoció») y el de los suyos («Vino a su casa, pero los suyos no la acogieron»), fue considerado hereje y peligroso para la seguridad nacional, marginado y persegui­do; pero en su amor, fiel hasta la muerte, brilló la gloria de Dios. Así fue la explicación: «A la divinidad nadie la ha visto nunca; un Hijo único, Dios, el que está de cara al Padre, él ha sido la explicación». El, con su vida y con su muerte, nos ha mostrado el verdadero ser de Dios: amor leal. Pero esta expli­cación tiene una dificultad: no se entiende mientras no se practica «un amor que responda a su amor». ¡Qué sorpresa! La explicación de Dios es la realización de un proyecto de hombre: amor leal.


CAPACES DE HACERSE HIJOS DE DIOS

Sí. Realmente es una sorpresa: conocer a Dios haciéndose hombres. Alcanzar la máxima dignidad de personas humanas llegando a ser hijos de Dios. Y ambas cosas mediante una sola actividad: la práctica del amor fraterno. Este es el único cami­no cristiano para conocer de verdad a Dios: conocer a Jesús de Nazaret, reconocerlo como la luz que ilumina este mundo; realizar, como hizo él, el proyecto de hombre que en él Dios nos propone: un hombre que se sabe hermano de los hombres y que por ellos está dispuesto a dar la vida... con la fuerza del amor de Dios. He aquí la respuesta cristiana a la pregunta so­bre Dios: desde el punto de vista cristiano, sólo Jesús nos lleva a Dios; con él, el hombre nos lleva a Dios. A través de los her­manos se llega al Padre.


UNA NUEVA HUMANIDAD

De este modo, la comunidad cristiana se constituye en el lugar en el que Dios se hace presente en el mundo. Pero esta presencia no es algo jurídico (¿se atrevería alguien a atar a Dios mediante un vínculo jurídico humano?); es consecuencia, primero, del amor de Dios, y después, de la respuesta que a ese amor den los hombres, constituidos en la familia de los hijos de Dios: «... a cuantos la han aceptado, los ha hecho ca­paces de hacerse hijos de Dios». ¿Quién lo iba a decir? Sí. Se conoce a Dios construyendo una nueva humanidad, se le siente cerca viviendo según el estilo de esa humanidad nueva, se hace presente al Padre mostrando a los hombres que pueden ser her­manos... «con un amor que responda a su amor».


COMENTARIO 3

Introducción (1-2). El término griego logos sintetiza dos conceptos del AT: el de palabra/potencia creadora (Gn 1) y el de sabiduría crea­dora (Prov 8,22-24.27; Eclo 1,1.4-6.9; Sab 8,4; 9;1.9; Sal 104,24). El logos o Palabra formula el proyecto de Dios (sabiduría), que existe antes de la creación y la guía, y, en cuanto potencia, lo realiza. En v. 1, la Palabra representa el proyecto formulado, cuyo contenido está expre­sado en lc: la Palabra era Dios o, ateniéndonos al significado de la Pa­labra en este pasaje: un Dios era el proyecto. Éste consistía, por tanto, en que el hombre tuviese la condición divina, que fuese igual a Dios. El proyecto es la palabra divina absoluta y relativiza todas las demás pala­bras, en particular, las de la antigua Ley: a las diez palabras (decálogo) se opone la única palabra que las sustituye. Paralelamente, todos los ideales humanos propuestos en la antigua alianza quedan superados al conocerse en Jesús el verdadero proyecto de Dios sobre el hombre. Este proyecto, concebido en la mente divina, es personificado por Jn, quien lo presenta como el interlocutor de Dios. Expresa con esta espe­cie de soliloquio divino (el proyecto se dirigía/interpelaba a Dios) una urgencia: la del amor de Dios por realizarlo.

La antigua humanidad. El rechazo del proyecto de Dios (3-10). Existe la actividad creadora del proyecto/palabra, que se traduce en co­municar la vida que contiene. Vida (= plenitud de vida), se opone a la existencia que no merece ese nombre; la plenitud de vida es la luz, la verdad del hombre (4). Consecuencia: no existe una verdad anterior a la vida ni independiente de ella: no hay más verdad que el esplendor de la vida misma; la aspiración a la vida plena guía al hombre, y la experien­cia de ella le va descubriendo la verdad. Es decir, la verdad es la vida misma en cuanto se puede conocer, experimentar y formular. Donde hay vida, hay verdad; donde no hay vida, no hay verdad.

La luz/vida tiene un enemigo, la tiniebla, que pretende extinguir la luz (5). Es una entidad activa y maléfica: a la luz/vida se opone la ti­niebla/muerte. La tiniebla aparece después de la luz (no como en Gn 1); es decir, la aspiración a la vida es componente del ser del hombre, por ser la vida el contenido del proyecto creador, del que el hombre es resultado. La tiniebla no se opone a la vida en sí misma, sino a la luz/verdad, a la vida en cuanto puede ser conocida. Es una antiverdad, una falsa ideología (8,44: la mentira) que, al ser aceptada, ciega al hom­bre, impidiéndole conocer el proyecto creador, expresión del amor de Dios por él, y sofocando su aspiración a la plenitud.

A pesar del esfuerzo por extinguirla, la vida/luz sirve de orientación y de meta a la humanidad. El hombre puede comprender qué significa una vida plenamente humana y a ella ha aspirado siempre, aun cuando por culpa de otros hombres tuviera que vivir sometido a una condición inhumana. Los dominados por la tiniebla son muertos en vida.

En medio de la antigua humanidad y de la dialéctica luz/tiniebla se presenta Juan (6-8), mensajero enviado por Dios para dar testimonio a los hombres acerca de la luz/vida, avivando la percepción de su existen­cia y el deseo de alcanzarla; de rechazo, denuncia la tiniebla y su activi­dad. Su bautismo simbolizará la ruptura con la tiniebla.

La luz verdadera (9) se opone a las luces falsas o parciales, cuyo prototipo había sido la Ley (Sal 119,105; Sab 18,4; Eclo 45,17 LXX). La luz no sólo brilla (1,5), sino que ilumina, llega y pretende comuni­carse a todo hombre: a pesar de las tinieblas y de las falsas luces, el hombre podía experimentar el anhelo de vida; la plenitud contenida en el proyecto creador se le presentaba siempre como ideal y meta. Su an­helo de vida y de plenitud era criterio para distinguir entre luces verda­deras y falsas. Pero la humanidad no reconoce el proyecto ni hace caso de la interpelación (10); aunque le era connatural, lo rechazó y con ello rechazó la vida. Dominada por las ideologías contrarias a la vida (la ti­niebla/muerte), se negó a responder al ideal al que estaba destinada por la creación misma. Tal era su situación hasta la llegada histórica de la Palabra: la ideología/tiniebla represora de la vida le quitaba hasta el de­seo de la propia plenitud.

Centro del prólogo. El proyecto creador realizado en la historia (11-13). En paralelo con la llegada de Juan Bautista está la de Jesús. El es el Hombre Dios (3), el proyecto realizado, la palabra creadora, la vida y la luz (8,12; 9,5). Su presencia histórica se verificó en su propio pueblo (su casa), pero aquel pueblo no lo aceptó (11). Fracaso de la antigua alianza, que debía haber preparado a Israel para este momento. Se ha interpuesto la tiniebla, es decir, la ideología mantenida por la institución judía, la absolutización de la Ley y los principios nacionalistas (12,34 40). En su nombre se condenará a Jesús (19, 7).

Hay quienes lo aceptan (12), sobre todo fuera de su pueblo, liberándose del dominio de la tiniebla. Ser hijo se demuestra con el modo de obrar. La capacidad de ser hijos de Dios se confiere con el nacer de Dios; hacerse hijo indica el crecimiento, fruto de una actividad semejante a la de Dios mismo. Dios no anula al hombre sino que colabora con él. La actividad del cristiano no es la de Dios en el hombre, sino la de Dios con el hombre. Aceptar a Jesús consiste en darle la adhesión personal en su calidad de proyecto realizado y en aceptar la vida que comunica en cuanto palabra creadora. No pide Jn la adhesión a una ideología ni a una verdad revelada sino a la persona de Jesús, modelo y dador de vida, que Dios ofrece a la humanidad

La capacidad de hacerse hijos de Dios supone un nuevo nacimiento. Este, que se identifica con la recepción del Espíritu (3 5) procede de la muerte de Jesús (sangre derramada), del propósito de su actividad histórica («carne»), de su propósito personal («varón»), pero no en cuanto meros hechos humanos sino en cuanto en ellos se expresa y se hace eficaz la Palabra/Proyecto que es Dios (1,1) (13). Esta calidad/nombre de Jesús (12) es la que percibe el que le mantiene su adhe­sión.

La nueva humanidad (14-17). La comunidad (nosotros) que ha aceptado a Jesús habla de la llegada de éste en términos de experiencia, la propia de los que lo han aceptado y, con ello, han nacido de Dios.

El proyecto divino, la plenitud de vida, se ha realizado en un hom­bre sujeto a la muerte (hombre/carne) (14). Por vez primera aparece la meta de la creación: el Hombre-Dios. Su presencia se interpreta en clave de éxodo, es decir, de liberación de toda esclavitud: acampar hace alusión a la antigua Tienda del Encuentro, morada de Dios entre los is­raelitas durante su peregrinación por el desierto (Ex 33,7-10). En el nuevo éxodo, el lugar donde Dios habita es un hombre, Jesús. La gloria era el resplandor de la presencia divina, que, durante el éxodo de Israel, aparecía en particular sobre el santuario (Ex 40,34-38). Para la nueva humanidad en camino, la presencia activa de Dios resplandece en el hombre Jesús. No hay distancia entre Dios y los hombres; en Jesús, su presencia es inmediata para todos.

El hijo único es el heredero universal del Padre y todo lo que éste tiene le pertenece; el Padre le comunica su misma gloria, haciendo al Hijo igual a él. Su gloria es su plenitud de amor y lealtad (cf. Éx 34,6): amor gratuito y generoso que se traduce en don/entrega y que no se desmiente ni falla nunca (lealtad). Como la luz es el resplandor de la vida, la gloria es el resplandor del amor leal. Si la vida es un dinamismo, su actividad es el amor: vivir es amar y amar es comunicar vida (14).

La comunidad narra el testimonio de Juan (15), que ve confirmado por su propia experiencia. Jesús llega después de Juan, pero se pone de­lante de él. La comunidad narra el testimonio de Juan, que ve confir­mado por su propia experiencia. La Palabra/Sabiduría, ahora realizada en Jesús, estaba presente en el mundo desde el principio de la humani­dad (1,4: «la luz del hombre») y es la misma que existía ya «al principio» (1,1). Juan resume aquí, en sentido inverso, las tres etapas de la Palabra/proyecto: su existencia antes de la creación (existía primero que yo), su presencia en la humanidad (estaba ya presente antes que yo), su realización histórica en Jesús (el que llega detrás de mí).

Al nuevo éxodo y a la nueva alianza se invita a la humanidad entera. No desembocan, por tanto, en la formación de un nuevo pueblo, sino en la de una nueva humanidad. La comunidad tiene conciencia de per­tenecer a ella.

Lo específico cristiano (todos nosotros) es la experiencia y participa­ción del amor-vida que está en Jesús (16). El Hijo, heredero universal (14), hace a los suyos partícipes de su misma herencia. La prueba palpa­ble de la realidad y de la acción de Jesús es el amor que existe en la co­munidad; se muestra en una actividad como la suya, que lleva a realizar el designio divino, es decir, a trabajar por la plenitud humana.

La nueva comunidad humana existe en virtud de la nueva y directa relación del hombre con Dios (nueva alianza), inaugurada y hecha posi­ble por Jesús (17). La antigua relación, mediada por la Ley mosaica, ha caducado. Gracias a la obra de Jesús pueden existir en los hombres el amor y la lealtad propios de Dios mismo (14); con ello culmina la obra creadora de Dios y se establece la nueva relación/alianza. La Ley era exterior, el amor es interior y transforma al hombre, haciéndose consti­tutivo de su ser (Jr 31,31-34; Ex 36,25-28). El código externo pierde su validez y su razón de existir.

Colofón (18). Moisés y todos los intermediarios de la antigua alianza habían tenido sólo un conocimiento mediato de Dios (Éx 33,20-23). Por eso la Ley no consiguió reflejar la realidad de Dios. Todas las ex­plicaciones de Dios dadas antes de Jesús eran parciales o falsas; el AT era sólo anuncio, preparación o figura del tiempo del Mesías.

La teología del hombre-imagen de Dios queda superada; el proyecto creador sólo llega a su término con el Hombre-Hijo, a quien el Padre comunica su propia vida/amor. Unicamente Jesús, el Hijo único/amado, que tiene la condición divina, puede expresar lo que Dios es: el Padre que está total e incondicionalmente en favor del hombre, el que, por amor, le comunica su propia vida. Jesús lo explica con su persona y ac­tividad. El es el punto de partida, el único dato de experiencia al al­cance del hombre para conocer al verdadero Dios. Toda idea de Dios que no corresponda a lo que es Jesús es un invento humano sin valor. Jesús es, de modo inseparable, la verdad del hombre y la verdad de Dios: manifiesta lo que es el hombre por ser la realización plena del proyecto creador, el modelo de Hombre; manifiesta lo que es Dios ha­ciendo presente y visible el amor incondicional del Padre, al entregar su vida para dar vida a los hombres.


COMENTARIO 4

Anoche leíamos el relato del nacimiento de Jesús según lo narra hermosamente san Lucas. En la misa de madrugada leíamos hace pocas horas que los pastores fueron a Belén y encontraron al niño tal y como les habían dicho: junto a su madre, una humilde doncella que guardaba en el corazón las cosas tan grandes que Dios manifestaba. Junto a José, un humilde carpintero que debía velar por ambos. Un niño no sentado en un trono de grandeza y poder, sino en la morada de los mansos animales que acompañan a los pobres y a los humildes. Así se nos muestra Dios, así revela su victoria. Sin la prepotencia de los conquistadores ni la violencia de los poderosos. Sin armas, sin ejércitos. No provoca gritos de terror ni sollozos de angustia. Ante su presencia amorosa en el recién nacido, tanto los ángeles como los pastores rompen a cantar de alegría.

Ahora acabamos de leer el prólogo del evangelio de san Juan. Nos dice casi lacónicamente que la Palabra de Dios, por la cual Él hizo los mundos, ha puesto humildemente su morada entre nosotros, como si armara su tienda de pastor entre las ovejas del rebaño, para iluminarlas con la suave luz de su presencia que aleja las tinieblas. Esta Palabra eterna y creadora se ha hecho carne humana para que todos los humanos podamos llegar a ser hijos de Dios.

Sólo sentimientos de alegría y gratitud puede albergar nuestro corazón en este día. Por la cercanía amorosa de Dios, por la salvación y el perdón que nos ofrece tan gratuita y desinteresadamente. Porque nos revela que su voluntad no es otra que nuestra felicidad. Y que Él no quiere ser para nosotros más que un Padre amoroso que nos espera y nos acoge siempre.

El mundo puede estar muy orgulloso de sus logros y de sus progresos, especialmente comenzando este tercer milenio de tantas maravillas. Lo triste es que todo eso es para unos pocos todavía. Y que la mayoría de los seres humanos, por culpa del egoísmo y la codicia, sufren de muchos males. Nosotros los cristianos, al celebrar el nacimiento de nuestro salvador, tenemos que comprometernos a compartir con todos la alegría que hoy nos embarga, haciendo de cada una de nuestras vidas una oferta y un testimonio del amor de Dios, el amor que se nos ha manifestado de forma tan espléndida. Un amor que sí da vida y trae paz, que cura y consuela, que perdona y acoge.

COMENTARIOS

1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones Cristiandad Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).


32. 2002

Las promesas de Dios se hacían realidad en la humildad de un acontecimiento cotidiano: nacía un niño, revivía una esperanza. Dios irrumpía en el silencio del hogar con el canto jubiloso de un recién nacido. La legión de profetas que desde antiguo animaban la fe de Israel, hoy tenía una nueva voz. Una voz que lucharía en el desierto de la desidia y la obstinación humana. Una voz, que sin embargo, estaba destinada a anunciar la irrupción del Reinado de Dios de la mano de un ser humano íntegro: Jesús de Nazaret.

El profeta Isaías bendice precisamente al heraldo que anuncia la paz, que trae la buena noticia. Una noticia que no se envejece con el paso de los días sino que se renueva a través de todas las generaciones. Una noticia que anuncia un mundo donde la miseria, la angustia y la exclusión no son posibles, porque en medio de ellos reina Dios como rey. Una noticia que nos comunica la palabra con la que Dios interpela la historia humana: Jesús de Nazaret.

La homilía a los hebreos nos invita a considerar la singularidad del acontecimiento llamado Jesús de Nazaret. En un mundo en el que pululaban religiones de toda índole, el escritor confiesa con pasión y absoluta convicción su fe en un ser humano, en el enviado de Dios, en el ser humano que murió marginado y anónimo, pero que sin embargo es causa de salvación y reconocimiento. Una fe anunciada con seguridad pero sin afán proselitista. Una fe que se cimienta en la convicción de que Dios "ha hablado en diversas ocasiones y de muchas maneras", y que aún hoy continúa comunicándose con la Humanidad por medio del Espíritu del Resucitado.

Estos dos anuncios, el de Isaías y el de la carta a los Hebreos, apuntan desde dos direcciones distintas hacia un mismo objetivo: Jesús de Nazaret. El profeta Isaías lo hace dirigiendo su mirada hacia un futuro en el que está seguro Dios vendrá al encuentro de la Humanidad. La carta a los Hebreos lo hace proclamando con seguridad que Jesús lleva a término las expectativas del pueblo de Dios. Dos perspectivas que en el tiempo apuntan hacia un solo centro.

El evangelio de Juan, a diferencia de Lucas y Mateo, no pone el origen de Jesucristo directamente relacionado con un "nacimiento maravilloso (Mt 1, 18-25), ni se remonta al primer Adán (Lc 3, 38) sino que afirma el origen de Jesucristo en Dios mismo". Este procedimiento nos señala no sólo el significado de Jesús para el pueblo elegido, o para la Humanidad en general. Su interés es enfatizar el significado definitivo que tiene la existencia de Jesús para toda la Humanidad. Jesús nos revela al ser humano en su integridad total y absoluta. Depende de nuestra decisión el que nos tomemos en serio a ese ser humano y lo asumamos como nuestro itinerario vital.

El Verbo de Dios, su palabra creadora, se enfrenta a la oscuridad del mundo. Y es un conflicto que no ocurre en el vacío, sino en lo concreto de la historia. La oscuridad del mundo es todo aquel sistema de ideas, organizaciones y realizaciones que empantana la existencia humana y la sumergen en la injusticia y la angustia. La Palabra creadora de Dios viene a desafiar esa situación y a plantear una alternativa definitiva. Por eso, la existencia de Jesucristo, ilumina nuestra vida con una luz absolutamente novedosa. Esa luz nos permite reconocernos como seres humanos dignos y auténticos. La comunidad humana bajo esta nueva perspectiva no está sometida a la oscuridad que quiere imponer el mundo de la injusticia y la angustia. La Palabra de Dios viene en nuestro rescate y da todo lo que es para alcanzar nuestra liberación.

Ahora, esa lucha definitiva contra el mal ocurre en la historia, en la vida concreta de un ser humano que se enfrentó al absurdo de un mundo hundido en la oscuridad. Esa persona es Jesús de Nazaret. De su vida, historia y presencia continua en nuestras vidas depende el sentido que le demos a la historia de la Humanidad, especialmente al futuro. Si queremos que la realidad cambie, no podemos ignorar lo que Dios ha hecho en Jesús por nosotros: ha realizado en la historia la perfección de su creación. Y no en un ser humano biológica, intelectual o psíquicamente superior, no. Lo ha hecho en un ser humano que nos ha mostrado que el verdadero significado de la humanidad está en Dios. Y un Dios que significa respeto, dignidad, justicia, solidaridad y todos aquellos valores que nos permiten hacernos un juicio correcto de lo que debe constituir el mundo para el ser humano.

El himno con el que comienza el himno del evangelio de Juan no es una lacónica especulación sobre cosas abstractas, sino una sabia reflexión sobre la esperanza. Es un himno que nos invita a estar siempre abiertos a la novedad que Dios nos depara ahora y en el futuro, a no dejarnos vencer por el pesimismo, a creer que con el poder de su Palabra podemos llegar a ser 'hijos de Dios'.

En la época de Jesús el pesimismo derrotó a muchas personas. Perdieron la esperanza y negaban la existencia de bondades en la Humanidad. Sin embargo Dios, por medio de Jesús los llamó a ver el mundo con ojos limpios. El Dios del pueblo es un Dios de Vida, de esperanza; no un Dios de muerte y pesimismo.

Hoy, el Señor por medio de su Palabra y Espíritu nos llama a mantener la fe en un mundo mejor. Para esto, es necesario ver la realidad con el corazón esperanzado. Descubrir los valores de las personas, las comunidades y los pueblos que luchan por transformar este mundo caótico.

Necesitamos ver los nuevos valores que el Espíritu de Dios suscita en la Iglesia y en toda la Humanidad. Dios no abandona a su pueblo. Nos ha dado a Jesucristo y a su Iglesia para mantener la promesa. El Espíritu de Dios actúa en el pueblo de Dios. Crea novedades que abren perspectivas de futuro.

Estas palabras de Karl Rahner nos recuerdan la vigencia de la Navidad como celebración de un futuro eterno que se nos acerca: "Navidad es la fiesta en la que se celebra no un acontecimiento pasado que ocurrió una vez y pasó, sino algo presente que es al mismo tiempo comienzo de un futuro eterno que se nos acerca. Es la fiesta del nacimiento de la eterna juventud. Nos ha nacido un niño. Pero no es el niño que comienza a morir en el momento que comienza a vivir. Es el niño en el que se inserta definitiva y triunfalmente la eterna juventud".

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


33.

Nexo entre las lecturas

Podríamos decir que las lecturas del día de Navidad se concentran en dar una respuesta al gran interrogante que ha atravesado dos mil años de cristianismo: ¿Quién es Jesucristo? La respuesta la encontramos, sobre todo, en el prólogo del evangelio según san Juan: El Verbo, el creador del universo, la luz del mundo, el revelador del Padre, etc. Esta respuesta del evangelio es colocada en el ámbito del profetismo del Antiguo Testamento: Jesucristo, el mensajero que trae la paz y la salvación (primera lectura); Jesucristo, el último y definitivo profeta de Dios (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

¿Quién es Jesucristo?

En todo el mundo cristiano el día 25 celebramos el nacimiento de un niño: Jesús de Nazaret que ha revolucionado durante dos mil años la historia de la humanidad, sobre todo del Occidente. Quienes no son cristianos tal vez se pregunten quién es ese niño que celebran los cristianos con tanta solemnidad. Y no está mal que también nosotros, en esta singular ocasión de la Navidad, nos lo preguntemos. O mejor, todavía, lo preguntemos a la Biblia, a través de la cual Dios nos habla y se nos revela.

1. Jesucristo es el Verbo, que vive en el seno de Dios, y que pone su tienda entre los hombres, en un determinado momento de la historia. Jesucristo, antes de ser una palabra pronunciada por la historia, es La Palabra pronunciada por el mismo Dios. En el mundo de Dios el Padre está pronunciando eternamente La Palabra. En Belén, en tiempo del emperador Augusto, La Palabra eterna es pronunciada por labios humanos, se convierte en palabra de carne. Se llama Jesús de Nazaret. ¿Quién es Jesús? Es el Verbo, que al ser pronunciado por los hombres, suena Jesús de Nazaret.


¿Quién es el Verbo?

Es Jesús, a quien el Padre llama La Palabra. En el misterio de Jesucristo no se puede separar la eternidad del tiempo, el Verbo de Jesús. Sería traicionar la revelación de Dios. A lo largo de la historia Dios había pronunciado palabras por medio de los profetas, palabras que manifestaban de modo incompleto la revelación de Dios. Con Jesucristo el Padre pronuncia la última, definitiva y única Palabra, en la que se compendia y llega a plenitud toda la revelación (segunda lectura).

2. Jesús es la vida y la verdadera luz del mundo. Vida y luz son dos imágenes muy usada en todo el Antiguo Testamento. Dios es el creador de la vida (plantas, animales, hombre). A la vez que creador, es también el señor, que dispone de ella según sus inescrutables designios. El hombre ha sido creado para la vida, no para la muerte. Con todo, a causa del pecado, el reino de la muerte se ha instalado en la historia. Cuando los cristianos proclamamos que Jesús es la vida, afirmamos que él es el vencedor de la muerte y el restaurador de la vida en la humanidad. Al restaurar la vida, ésta es como un faro de luz en un mundo prisionero de la tiniebla. Al confesar que Jesús de Nazaret, en el momento mismo de nacer es vida y luz de los hombres, estamos afirmando también que no es una vida cualquiera o una luz cualquiera, efímera y débil, sino la Vida y la Luz originales, presentes en Dios mismo. Porque es Vida y Luz, su historia personal, una más en sí misma entre las historias de los hombres, es fuente de Vida y de Luz para la humanidad entera.

3. Jesús es el revelador del Padre. "A Dios nadie le ha visto jamás, el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, nos lo ha revelado". Jesucristo no sólo es el revelado por los profetas, por ejemplo, por Miqueas, como mensajero de paz, de consolación y de salvación, o no sólo es revelado superior a los ángeles (segunda lectura). Él mismo, en persona, es revelador. ¿Y qué otra realidad más honda puede revelarnos sino el misterio de Dios, del que viene y en el que habita, absolutamente desconocido para los hombres? El Padre no es visible. Se hace visible y presente en Jesucristo. Lo hace visible hablándonos del Padre, v.g. las parábolas del padre misericordioso, y sobre todo nos habla del Padre en su modo de vivir y de estar en el mundo, entre los hombres.


Sugerencias pastorales

1. Para ti, ¿quién es Jesucristo? Hemos de dejar las cuestiones generales y preguntarnos de modo muy personal: "Para mí, ¿quién es Jesucristo?". Según que se responda a esta pregunta con los labios, con el corazón y sobre todo con la vida, nuestra existencia seguirá un rumbo u otro, seguirá unos parámetros u otros según los cuales vivir. Si Jesucristo lo es todo para mí: mi Dios, mi salvador, mi modelo, mi todo, trataré de hacer real en mi vida este convencimiento. Si Jesucristo es un hombre extraordinario, el más enigmático y grandioso entre los hijos de Adán, pero nada más que hombre, seré tal vez un gran admirador de su figura, trataré de seguir su vida moralmente ejemplar, pero nunca caeré de rodillas ante él, ni le invocaré como redentor, ni estaré dispuesto a dar mi vida por creer en él. Si Jesucristo no fue más que "un hippie entre yuppies", como alguien ha dicho, o un mesías fallido como piensan muchos judíos, o un "avatar" más entre tantos otros que han existido y continúan viniendo a la existencia, ¿qué sentido tiene seguir siendo discípulo de Jesús de Nazaret? ¿Para qué seguir haciendo una pantomima recitando el credo? Que esta Navidad reafirmemos nuestra fe en "Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre", en "Jesucristo, redentor del hombre".

2. Presencia de Cristo en la historia. Jesucristo es el viviente. Él no ha pasado a la historia, como tantos personajes que un día, hace siglos o milenios, eso no importa, amaron y fueron amados, recorrieron los mismos espacios o semejantes a los que hoy recorremos en pueblos o ciudades de nuestro planeta. Jesucristo no pertenece al pasado. Mientras los hombres tenemos, por nuestra misma condición histórica, una relación con el pasado y con el futuro, Él es un presente sin más relación. Él vive, está a tu lado, te acompaña. Él te ama, se interesa por ti, te ilumina con su luz, te habla palabras de verdad y vida. Él quiere tu bien, no te deja tranquilo cuando tomas un mal camino, es un amigo que siempre te jugará limpio frente a la verdad, frente al eterno destino. Jesús vive en tu corazón por la amistad y comunión con él. Vive en la eucaristía, en el sagrario. Vive en la Biblia, Palabra inmortal de Dios al hombre. Vive en los hombres y mujeres que creen en él, le aman y siguen sus pasos. Vive en el Papa y en los Obispos que le representan ante los hombres. Vive en los niños inocentes, él que nunca dejó de ser niño en su relación con su Padre. Él vive para darnos la vida, para recordarnos siempre que nuestro destino es la vida, o mejor, la Vida.

P. Antonio Izquierdo


34.LECTURAS: IS 52, 7-10; SAL 97; HEB 1, 1-6; JN 1,1-18

Is. 52, 7-10. ¿Acaso la mano de Dios es demasiado corta como para no salvarnos? ¿Acaso en sólo un espejismo para que vivamos engañados ante sus palabras? Dios nos ha cumplido sus promesas de salvación. Quienes lo hemos aceptado en nuestra vida y somos criaturas nuevas en Él, mientras vamos por el mundo con actitudes de amor fraterno, de trabajo continuo por la paz, de anuncio de la misericordia de Dios que jamás nos ha dejado de amar, nos convertimos en los mensajeros que van por las ciudades, los valles y los montes proclamando que Dios está en medio de nosotros como Padre y como poderoso Salvador. Alegrémonos por eso en el Señor, porque, a pesar de nuestras ruinas interiores, Él nos reconstruye y nos llama para que seamos, en Él, hijos de Dios.

Sal. 97. Dios eligió a su Pueblo y lo hizo suyo. No lo llamó a sí para destruirlo, sino para hacerlo hijo suyo y poder llevar a cabo, por medio de él, su obra de salvación para todo el mundo. Es cierto que el justo ha de pasar por muchas pruebas, pero de todas ellas Dios lo libra ya que no ha confiado en un hombre sino en el Señor. Dios se ha hecho cercanía a nosotros; y nosotros hemos visto su Gloria, la que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Y esa gloria, que es el amor que Dios nos tiene, se ha manifestado a nosotros especialmente a través de su victoria sobre el pecado y la muerte. Así el Señor nos anima a que, a pesar de las grandes dificultades por las que tengamos que pasar, no perdamos de vista la participación de la Gloria a la que hemos sido llamados.

Heb. 1, 1-6. Dios nos ha hablado por medio de su Hijo. Él es el creador de todo, por lo cual nada de lo creado puede ser elevado a la categoría que sólo le corresponde a Dios. Quien contemple al Hijo contempla al Padre; por eso, el Verbo Encarnado y Redentor es para nosotros la máxima revelación de lo que es Dios: su amor, su misericordia, su bondad ... Jesucristo viene como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Al mismo tiempo es el Sumo Sacerdote que ofrece un único Sacrificio al Padre para la purificación de nuestros pecados. Y una vez efectuada esa purificación se ha sentado a la diestra de la majestad de Dios. Él ha hecho suya nuestra naturaleza humana, no de un modo aparente sino real, para hacer en todo la voluntad de Dios, su Padre. Quienes creemos en Él continuamos su obra en el mundo y su historia, y damos a conocer a los demás que en verdad tenemos a Dios por Padre, pues vivimos como hijos suyos. Por eso hemos de continuar esforzándonos, hasta dar la vida, si es necesario, para que la salvación que Dios nos ha ofrecido en su Hijo, llegue a todos los hombres. Así la Iglesia será el resplandor de la gloria del Hijo y la imagen fiel de su ser, llena de amor y de entrega en el devenir de la historia.

Jn. 1, 1-18. Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y Aquel que es la Palabra ya en el principio estaba con Dios y era Dios. Él ha venido como Luz para iluminar nuestros caminos. Él es Dios-con-nosotros. Aquel que tiene un corazón dispuesto a recibirlo será iluminado por Él y liberado de sus esclavitudes. Quien vive en las tinieblas y se ha dejado dominar por ellas rechazará a Aquel que es la luz, pues no quiere confrontarse con Dios para que sus obras malas no sean descubiertas. Ese en lugar de caminar hacia la salvación camina hacia su propia perdición; y si no se arrepiente él mismo condena su vida. Si somos hombres de fe, si en verdad hemos nacido de Dios no nos quedemos en vana palabrería, sino que demostremos con las obras que en realidad la salvación de Dios ha llegado a nosotros.

Aquel por cuya palabra fueron creadas todas las cosas se ha querido quedar con nosotros bajo este signo sacramental del pan y del vino, que se convierten en su Cuerpo y en su Sangre por el poder del Espíritu Santo, que habita en la Iglesia de Cristo. Él continúa viviendo entre nosotros y nosotros hemos visto su Gloria, la que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Por eso nuestra celebración Eucarística tiene un sentido no sólo de contemplación del Verbo Encarnado y Redentor, sino de unión plena con Él, de tal forma que nosotros participamos también en esa transformación realizada en nosotros por obra del Espíritu Santo, que día a día nos va perfeccionando hasta lograr que quede totalmente formada en nosotros la imagen del Hijo de Dios. ¿Lo lograremos? por lo menos dejemos que Dios haga su obra en nosotros. Él sabrá hasta dónde nos conducirá su Espíritu Santo.

Vayamos a los nuestros y al mundo entero para presentarnos ante ellos con el corazón renovado, con la nueva creación que Dios ha realizado en nosotros. El Señor quiere seguir habitando entre nosotros por medio de su Iglesia, cuyos miembros estamos dispersos por todo el mundo, pero unidos por una misma fe, un mismo Bautismo, un mismo Espíritu, un mismo Dios y Padre. Dios nos ha hecho hijos suyos por nuestra unión a Jesús, su Hijo único hecho uno de nosotros. Por eso también nosotros debemos ser, en el mundo, el resplandor de la Gloria del Padre por nuestras actitudes de amor, de rectitud, de bondad, de misericordia. Este es el mejor regalo que Dios quiere dar a la humanidad: una Iglesia que sabe amar, que sabe perdonar, que sabe salvar porque, desde ella, continúa actualizándose en el mundo el poder amoroso, misericordioso y salvador de Dios a favor de toda la humanidad.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de convertirnos en un auténtico testimonio del amor de Dios para todos, hasta lograr, juntos, a impulsos del Espíritu Santo en nosotros, la perfección querida por Cristo y que se hace patente no sólo mediante el amor hacia Dios, sino también mediante un verdadero amor fraterno. Amén.

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35. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Is 52,7-10: Qué hermosos sobre los montes los pies de los que anuncian el evangelio
Sal 97,1-6
Heb 1,1-6: Dios nos habló por medio de su hijo
Jn 1,1-5.9-14: El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

En torno al pesebre celebramos hoy el acontecimiento del nacimiento de Jesús. La alegría invade el corazón de quienes durante este tiempo nos hemos venido preparando para conmemorar de nuevo este misterio grande y sublime de la encarnación del hijo de Dios. Ante el misterio, sólo podemos callar y dejarnos penetrar por esa presencia única que todo lo llena, es Dios presente, siempre ahí en medio de quienes quieran aceptarlo.

Las buenas noticias alegran la vida de la gente, y esa alegría alborozada se manifiesta en palabras de cariño y gratitud para el portador de ellas. Es lo que describe Isaías en este canto del cual sólo tomamos dos estrofas. La alegría de los pisoteados es inmensa ante el anuncio de las buenas noticias de la liberación; la bota opresora ha sido vencida y ahora los desterrados podrán volver a su terruño, a su ciudad. Quien anuncia la liberación es siempre bienvenido, bien acogido por quien aspira ser liberado.

A lo largo de toda la historia de la salvación Dios envió mensajeros que anunciaran buenas noticias a los empobrecidos y marginados, pero ahora su mensajero es definitivo, ya no habrá más profetas ni mediadores; hoy nos ha nacido el que colmará todas esas expectativas de libertad y de tiempos mejores. Esa es la convicción del autor de la carta a los Hebreos. En ningún momento Dios dejó de transmitir su mensaje a sus hijos, siempre lo hizo, pero ahora lo ha de manera definitiva.

El trozo del Evangelio de Juan que escuchamos nos resume en forma de cántico el sentir del evangelista respecto a la eternidad del proyecto salvífico de Dios. Mucho se ha escrito sobre este “prólogo” del evangelio de Juan. Bástenos a nosotros caer en la cuenta de que el evangelista quiere que su comunidad tome conciencia de ese plan de Dios iniciado desde antiguo, que en los designios de Dios no hay improvisaciones dañinas, sino que cada etapa en el proceso de la revelación es como el eslabón de una cadena, realizado y llevado adelante, siempre de manera pedagógica. Así, en la realidad Dios, el hijo ya estaba presente, pero sólo lo envía cuando el Padre lo considera conveniente.

También va describiendo el evangelista los acontecimientos que precedieron la llegada de Jesús: la misión de Juan, quien prepara el camino, y cómo la gente que aceptó la predicación de Juan estaban en grado de aceptar la luz que es el mismo Jesús.

Hay dos elementos que podríamos subrayar de un modo muy especial. El primero es la constatación que hace el evangelista en el versículo 14: “el Verbo se hizo carne y plantó su morada entre nosotros”. Constatación que es importante para quienes influenciados por corrientes gnósticas llegan a creer que el proyecto de Dios se reduce a ideas o a discursos, o que creen que su fe decae si aceptan que Dios se haya podido “contaminar” de carne humana. Para los cristianos que se están formando en la comunidad de Juan, tienen que desaparecer esos escrúpulos. En los planes de Dios también está contemplada la encarnación del Verbo. El cristiano no es seguidor de una idea o de un discurso bonito; es seguidor de Dios que ha asumido nuestra naturaleza con todo lo que ello implica de exitoso, pero también de riesgoso.

En Jesús, Dios ha corrido el riesgo de ser aceptado o rechazado. Aquí está el segundo elemento que nos debe hacer pensar en este día, lo consigna Juan en 1,11: “Vino a su propia casa, pero los suyos no lo recibieron”. He ahí el gran riesgo del que hablábamos: aceptación o rechazo. Es la otra parte que no podemos ignorar cuando contemplamos el misterio de la encarnación. Con todos los siglos de preparación para su venida, el hijo de Dios sufrió el rechazo. La obstinación de parte de muchos de “su casa” trajo como consecuencia su muerte violenta. Pedro, en Hechos de los apóstoles (Hch 2,22-23) es mucho más claro: “sepan pues que a este al que Dios había constituido profeta poderoso en obras y palabras, ustedes lo mataron clavándolo en la cruz”. Sin embargo, continúa Juan en 1,12: “pero a todos los que lo recibieron, les concedió ser hijos de Dios”.

El aspecto histórico de Jesús, no lo podemos pasar por alto tan fácilmente. La dimensión humana de Jesús arranca, entonces, con lo que celebramos hoy, y se va extendiendo hasta la cruz. Ese es el camino que recorreremos también con él durante este año litúrgico que habíamos inaugurado con el adviento.


36.I.V.E. 2004

Comentarios Generales

Isaías 52, 7-10:

Este poemita del Deutero-Isaías, entreverado en el Libro de la Consolación, canta la inminente reden­ción o liberación de Babilonia. Esta redención con su sentido típico y con la tensión Mesiánica que entraña está flechada a la Redención que lo es de verdad: la del único Redentor Jesucristo. En el ambiente del misterio navideño revivimos todo el gozo que nos trae la llegada del Redentor:

— Los mensajeros y los centinelas que llenan los aires de ¡albricias! (7-8) personifican muy bien a los coros angélicos que en torno a la cuna del Redentor entonan cantos de paz y de felicitación a todos los hombres. Igualmente la “Estrella” milagrosa que lla­ma a los Magos, ¿no es un centinela celeste que cum­ple lo que dice el poema: “Tus centinelas gritan con voz diáfana que ven con sus ojos que llega Dios a Sión”? (8). Aún hoy, a los dos mil años, tierra y cielo se llenan de mensajes de gozo y enhorabuena por la llegada a nosotros del Redentor.

—La plenitud de la Redención que prevé el Profeta sólo se realiza con Cristo-Jesús-Redentor: “Exulta Jerusalén, rebulle de gozo en tus ruinas. Porque Yahvé consuela a su pueblo, redime a Jerusalén” (9). Esto es realidad cumplida cuando los Ángeles nos anuncian: “Hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador. Es el Mesías. El Señor” (Lc 2, 11). Ahora Yahvé viene a salvarnos.

—Salvación que, si bien parte de Jerusalén, ha de llegar a todos los confines de la tierra. El poema de Isaías tiene esta clara nota de universalismo: “Yahvé ha desnudado su santo brazo a los ojos de todas las naciones, y todos los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios” (10). El anciano Simeón cantará ante este Redentor prometido: “Han visto mis ojos al Salvador. El que Tú, Señor, has preparado para todas las naciones. Luz para ilumi­nación de los gentiles y gloria de tu pueblo de Israel” (Lc 2, 30).

Hebreos 1, 1-6:

Este prólogo de la Epístola a los hebreos, de la categoría del prólogo del cuarto Evangelio, nos da una síntesis Cristológica luminosa, rica, lograda:

—Ilumina la Persona de Cristo en sus diversas facetas de: Verbo Eterno Preexistente, Verbo Encar­nado Redentor, Verbo Encarnado Glorificado a la diestra del Padre: Hijo, Heredero, Señor.

—Ilumina la función salvífica de Cristo en sus diversos títulos que la cualifican: Enviado, Palabra-Sacerdote-Rey-Redentor. Cuanto desarrollará en la Epístola está ya en germen en este prólogo: Filium dilectionis tuae Jesum Christum, Verbum tuum per quod cuncta fecisti quem misisti nobis Salvatorem et Redemptorem, Incarnatum de Spiritu Sancto et ex Virgine natum.

—Presenta a Cristo en sus diversas relaciones:

Con el Padre: Luz de Luz, Dios de Dios, Señor, Imagen, Verbo, Irradiación, Revelación, Hijo. Expresiones que connotan la identidad de esencia y la distinción de personas.

Con el Universo: Creador y Rector. La Palabra de Cristo es el timonel del cosmos.

Con la “Nueva Creación” el universo de los “Redi­midos”: Verbo del Padre Encarnado, que nos ha traído la revelación plena y definitiva, la expiación de todos los pecados, la Salvación.

En la mentalidad Bíblica los ángeles ocupan la ci­ma entre todos los seres de la creación. Son los más cercanos a Dios. Son espíritus sumamente inteligen­tes y poderosos. Cristo, empero, los supera. Todos los ángeles rinden pleitesía a Cristo. Y no sólo en su calidad de Verbo, sino también en su condición de Verbo-Encarnado: “Cuando introduce al Primogénito en el mundo ordena: adórenle todos los ángeles” (6). Va infinita distancia entre los ángeles y el único que se llama y es: Hijo, Unigénito, Primogénito, Dios en trono eterno, Rey inmortal, Sustentador del universo, Imagen radiante de Dios, Entronizado a la diestra del Padre (Heb 1, 1. 5. 6. 8. 9. 13). Los ánge­les están al servicio del Hijo-Redentor. Le adoran y le obedecen. En la obra de la Salvación, propia del Hijo-Redentor, Este tiene en los ángeles servidores fidelísimos, ejecutores activísimos (Heb 1, 14; Jn 1, 21).

Juan 1, 1-18:

El más precioso aguinaldo litúrgico de esta fiesta es darnos a saborear tras el prólogo de la Epístola a los Hebreos el prólogo del Evangelio de San Juan. Al leerlo y profundizarlo vemos cómo en el N. T. queda el A. T. iluminado, desarrollado, plenificado:

—Las expresiones del A. T. acerca de la “Sabidu­ría” (Prov. 8, 22; Eclo. 24, 3-3), o “Palabra” (Gn 1; Sl 38, 6; Is 55, 9) de Dios, podían interpretarse como “Personificación” poética de acción o atributos divinos.

—El N. T. nos va a revelar claramente que esta “Sabiduría-Palabra” eterna es subsistente. Es una Persona divina: el Verbo (Logos)-Palabra de Dios, el Hijo de Dios que desde siempre y para siempre existe con Dios y en Dios. Y es Dios. Vive en la Gloria del Padre (15). En intimidad filial: “en su regazo” (18). Todo cuanto tiene ser, luz, vida (natu­ral o sobrenatural), de Él lo recibe (3).

—Este Hijo de Dios eterno se viste de nuestra carne (14). Viene a nosotros visible y amable; y tam­bién pasible y mortal: “Pone entre nosotros su tienda” (Eclo. 24, 8 = Jn 1, 14). El A. T. tuvo sólo “signos” de esa presencia de Dios: “Nube” y “colum­na de Luz”, “Maná” y “Agua de la Roca”. Nosotros tenemos la plena realidad: Luz-Verdad-Vida. “Gracia y Verdad” no la dio Moisés. La da Cristo.

—El Hijo Unigético ha venido del seno del Padre a nosotros. Y todos inmersos en la plenitud de su gracia (16), hechos partícipes de su filiación (12. 13), somos por Él arrebatados a la gloria del Padre (18). Somos ya hijos de Dios muy amados. Vamos a ser hijos glorificados en el Hijo Ungénito (R 8, 30). La fe en El nos regenera (Jn 1, 12). El sacramento de su Cuerpo y Sangre alimenta y vigoriza, desarrolla y lleva a plenitud la nueva vida (Jn 6, 51) y nos convierte en semilla y fermento de vida divina entre los hombres.

—Cristo Jesús es, por lo tanto, la “exégesis” (18), la expresión y plena de Dios. El Hijo es el Rostro visible del Padre.

Viene a revelarnos al Padre y a comunicarnos la vida del Padre. De mano del Hijo y en plena comunión con él entramos en la gracia y en la gloria del Padre.

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.

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San Bernardo


EN LA VIGILIA DE NAVIDAD

Sobre: “Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Juda”

1. Sonó una voz de alegría en nuestra tierra, sonó una voz de gozo y de salud en los tabernáculos de los pecadores. Se ha oído una palabra buena, una palabra de consuelo, una expresión llena de suavidad, digna de todo aprecio. Elevad, montes, la voz de la alabanza y aplaudid con las manos, árboles todos de las selvas, a la presencia de Dios, porque viene. Escuchadlo, cielos, y tú, tierra, está atenta; asómbrate y prorrumpe en alabanzas del Señor, universo de las criaturas; pero tú, hombre, mucho más. Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¿Quién hay de corazón tan empedernido cuya alma no se derrita a esta palabra? ¿Qué cosa más dulce se podía anunciar? ¿Qué cosa más deleitable se podía decir? ¿Qué cosa igual a ésta se oyó jamás o qué cosa semejante escuchó el mundo alguna vez? Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¡Oh palabra breve de la palabra abreviada, pero llena de suavidad celestial! Trabaja el afecto intentando derramar en más amplios discursos la copia de esta suavísima dulzura, pero no halla palabras con que explicarlas. Tanta es la gracia de estas solas palabras, que al punto hallo menos sabor si mudo una sola letra. Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. ¡Oh nacimiento! , puro por su santidad; digno del respeto del mundo y del amor de los hombres por la grandeza del beneficio que les comunica, impenetrable a los ángeles por la profundidad del sagrado misterio que encierra; y en todo admirable por la singular excelencia de la novedad; pues ni ha tenido otro semejante ni tendrá otro que se le siga. ¡Oh parto sólo sin dolor, sólo sin pudor, sólo sin corrupción, que no abre, sino que consagra el templo del seno virginal! ¡Oh nacimiento sobre la naturaleza, pero para favorecer a la naturaleza, y que al mismo tiempo que la sobrepasa por la excelencia del milagro, la restaura por la virtud del misterio! ¿Quién podrá, hermanos míos, contar esta generación? Un ángel trae la embajada, la virtud del Altísimo cubre con su sombra, el Espíritu Santo sobreviene, cree la virgen, con la fe concibe virgen, da a luz virgen, permanece virgen; ¿quién no se admirará? Nace el Hijo del Altísimo, Dios de Dios, engendrado antes de los siglos; nace el Verbo infante, ¿quién podrá admirarse, como es razón?

2. Ni es sin utilidad el nacimiento ni infructuosa la dignación de la majestad. Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. Vosotros, que estáis abatidos entre el polvo, despertad y dad alabanzas a Dios. Ved que viene el Señor con la salud, viene con perfumes, viene con gloria; porque ni sin la salud puede venir Jesús, ni sin unción Cristo, ni sin gloria el Hijo de Dios, siendo Él salud, siendo unción, siendo gloria, según está escrito: El hijo sabio es gloria del padre. Dichosa el alma que, habiendo gustado el fruto de su salud, es traída y corre al olor de sus perfumes para llegar a ver su gloria; gloria como de quien es hijo único del Padre. Perdidos, respirad; Jesús viene a buscar y salvar lo que había perecido. Enfermos, convaleced; viene Cristo, que sana a los que tienen quebrantado el corazón, con la unción de su misericordia. Alegraos todos los que anheláis conseguir cosas grandes: el hijo de Dios desciende a vosotros para haceros coherederos de su reino: Así, así te lo pido, Señor, sáname y seré sanado; sálvame y seré salvo; glorifícame y seré glorioso. Así te bendecirá mi alma, Señor, y todo lo que haya en mi interior tu santo nombre cuando perdones todas mis iniquidades, sanes todas las enfermedades mías y llenes mi deseo colmándome de tus bienes. Como que percibo ya, amadísimos, el suave gusto de estas tres cosas cuando oigo pronunciar que nace Jesucristo. Hijo de Dios. Pues ¿por qué le llamamos Jesús, sino Él hará salvo a su pueblo de sus pecados? ¿Por qué quiso llamarse Cristo, sino porque hará que se pudra el yugo a la abundancia del aceite? ¿Por qué se hizo hombre el Hijo de Dios, sino para hacer hijos de Dios a los hombres? ¿Y quién hay que resista a su voluntad? Jesús es quien justifica, ¿quién podrá condenar? Cristo es quien sana, ¿quién podrá herir? El Hijo de Dios ensalza, ¿quién podrá humillar?

3. Nace, pues, Jesús; alégrese, cualquiera que sea, a quien la conciencia de sus pecados le sentencie a muerte eterna; porque excede la piedad de Jesús, no sólo toda la enormidad, sino todo el número de los delitos. Nace Cristo; alégrese, cualquiera que sea, el que era combatido de los antiguos vicios; porque a la presencia de la unción de Cristo no puede perseverar en modo alguno enfermedad del alma, por más envejecida que sea. Nace el Hijo de Dios; alégrese el que acostumbra desear cosas grandes, porque ha venido un dadivoso grande. Este es, hermanos míos, el heredero; recibámosle devotamente, porque de este modo será Él también nuestra herencia. Quien nos dio a su propio Hijo, ¿cómo no nos dará juntamente con Él todas las cosas? Ninguno desconfíe, ninguno dude; tenemos un testimonio sobremanera digno de fe: El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Quiso el Hijo de Dios tener hermanos para ser Él el primogénito entre muchos hermanos. Y, para que en nada vacile la pusilanimidad de la humana flaqueza, primero se hizo Él hermano de los hombres, se hizo hijo del hombre, se hizo hombre. Si el hombre juzga esto increíble, los ojos mismos ya no lo permiten dudar.

4. Jesucristo nació en Belén de Judá. Advierte qué indignación tan grande; no nació en Jerusalén, ciudad real, sino en Belén, que es la más pequeña entre las principales ciudades de Judá. ¡Oh Belén!; pequeña, pero engrandecida por el Señor, te engrandeció el que de grande se hizo pequeño en ti. Alégrate, Belén, y cántese hoy por todas tus calles el festivo aleluya. ¿Qué ciudad, en oyéndolo, no te envidiará aquel preciosísimo establo y la gloria de aquel pesebre? Verdaderamente en toda la tierra es celebrado tu nombre y te llaman bienaventurada todas las generaciones. En todas partes se dicen cosas gloriosas de ti, ciudad de Dios; en todas partes se canta que un hombre nació aquí y que el Altísimo la fundó. En todas partes, vuelvo a decir, se predica, en todas partes se anuncia que Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. Ni sin causa se añade de Judá, pues esto nos trae a la memoria la promesa que se hizo a los antiguos Padres. El cetro, dice, no será quitado de Judá, ni príncipe de su posteridad, hasta que el que debe

ser enviado haya venido; y él será la esperanza de las gentes. Viene, pues, la salud por los judíos, pero esta salud se dilata hasta los últimos términos de la tierra. ¡Oh Judá!, dice, tus hermanos te alabarán. Tus manos pondrán bajo del yugo la cerviz de tus enemigos, y las demás cosas que nunca leemos cumplidas en la persona de Judá, sino que las vemos verificadas en Cristo. Porque Él es el león de la tribu de Judá, de quien se añade: Un león joven es Judá; te levantaste, hijo mío, para tomar la presa. Grande apresador Cristo, pues, antes que sepa llamar al padre o a la madre, saquea los despojos de Samaria. Grande apresador Cristo, que subiendo al cielo llevó en triunfo una numerosa multitud de cautivos; ni con todo eso quitó cosa alguna, sino que antes bien distribuyó dones a los hombres. Estas, pues, y otras semejantes profecías, que se han cumplido en Cristo, como de Él se habían preanunciado, nos trae a la memoria el decirse en Belén de Judá; ni es ya necesario en manera alguna preguntar si de Belén puede salir algo bueno.

5. En lo que a nosotros toca, por esto debemos aprender de qué modo quiere ser recibido el que quiso nacer en Belén. Había acaso quien pensase que se debían buscar palacios sublimes en que fuese recibido con gloria el Rey de la gloria; pero no vino por eso de aquellas reales sillas. En su siniestra están las riquezas y la gloria; en su diestra la longitud de la vida. De todas estas cosas había eterna afluencia en el cielo, pero no se encontraba en él la pobreza. Abundaba la tierra y sobreabundaba en esta especie, aunque el hombre no conocía su precio. Deseándola, pues, el Hijo de Dios descendió del cielo para escogerla para sí y hacerla preciosa con su estimación para nosotros también. Adorna tu tálamo, Sión, pero con la pobreza, con la humildad; porque en estos paños se complace el Señor y, asegurándolo María con su testimonio, éstas son las sedas en que gusta ser envuelto. Sacrifica a tu Dios las abominaciones de los egipcios.

6. Finalmente, considera que Jesús nace en Belén de Judá, y pon cuidado en cómo podrás hacerte Belén de Judá; y ya no se desdeñará de ser recibido en ti. Belén, pues, significa casa de pan. Judá significa confesión. Conque si llenas tu alma de la palabra divina, y fielmente, aunque no sea con toda la devoción debida, pero a lo menos con cuanta puedas tener, recibes aquel pan que bajó del cielo y da la vida al mundo, esto es, el cuerpo del Señor Jesús; para que aquella nueva carne de la resurrección recree y conforte la vieja piel de tu cuerpo, a fin de que, fortalecida con esta liga, pueda contener el nuevo vino que está dentro; si, por último, vives también de la fe, y de ningún modo sea preciso gemir que te has olvidado de comer tu pan, te habrás hecho entonces Belén, digno ciertamente de recibir en ti al Señor, con tal que no falte la confesión. Sea, por tanto, Judá tu santificación, vístete de la confesión y de la hermosura, que es la estola que agrada a Cristo principalísimamente en sus ministros. En fin, ambas cosas te las recomienda el Apóstol brevemente: Con el corazón se debe creer para alcanzar la justicia, y con la boca se debe hacer la confesión para obtener la salud. El que tiene, pues, en su corazón la justicia, tiene pan en su casa; porque es pan la justicia; y bienaventurados los que han hambre y sed de la justicia, porque ellos serán hartos. Así esté en tu corazón la justicia, que viene por la fe en Jesucristo, pues sólo ésta tiene gloria delante de Dios. Esté también en la boca la confesión para obtener la salud, y de esta suerte seguro ya recibirás a aquel Señor que nace en Belén de Judá, Jesucristo, Hijo de Dios.

(San Bernardo, Sermones de Navidad, Ed. Rialp, Madrid, 1956, Sermón 1, pp. 17-27)

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G.K. Chesterton

EL DIOS EN LA CAVERNA

Este bosquejo de la historia humana comenzó en una caverna: la ciencia popular asocia la caverna con el hombre de las cavernas, y en ellas se han descubierto arcaicos dibujos de animales. La segunda mitad de la historia humana, que equivale a una nueva creación del mundo, comienza también en una caverna. Y para que la semejanza sea mayor, también en esa caverna hay animales. Porque se trata de una cueva usada como establo por los montañeses que habitan las tierras altas de los alrededores de Belén, y que todavía, en estos tiempos, recogen en cuevas su ganado al llegar la noche.

A ella llegó, una noche, una pareja sin hogar, y tuvo que compartir con las bestias aquel refugio subterráneo, después de que las puertas de todas las casas del pueblo se habían cerrado ante sus súplicas. Aquí fue, debajo de la tierra pisada por los indiferentes, donde nació Jesucristo. Pero en esta segunda Creación había, sin duda, algo de simbólico, como en las rocas primitivas. Dios fue también un hombre de las cavernas; también Él dibujó figuras extrañas de criaturas de caprichoso colorido sobre los muros del mundo; pero a estas figuras les dio vida luego.

La leyenda y la literatura, inagotables, han repetido hasta la saciedad las variantes de esta paradoja: que las manos que hicieron el sol y las estrellas fueron tan pe­queñas que no pudieron siquiera llegar a las cabezotas de las bestias, que estaban en torno a su cuna. Sobre esta paradoja, sobre esta humorada, diríamos mejor, se funda toda la literatura de nuestra fe. La humorada escapa a toda crítica científica; tiene todas las virtudes de la verdad, salvo que no es verdad.

El contraste entre la creación cósmica y el nacimien­to infantil y minúsculo, ha sido repetido, reiterado, subrayado, cantado y salmodiado en cientos de miles de himnos, ritos, cánticos, poemas, descripciones y pinturas. Por ello se necesita un espíritu crítico muy superior para emanciparse de la sugestión constante de la asociación de ideas. Algo debemos decir a este propósito, porque en ello está fundada la tesis del libro. Los críticos moder­nos conceden una gran importancia a la educación en la vida y a la psicología en la educación. Están hartos de oírnos que las primeras impresiones son las que fijan un carácter, y señalan, como ejemplos angustiosos, el del muchacho que turba su sentido visual con los colores falsos de un prisma, o cuyos nervios son, prematuramen­te, sacudidos por un estridor cacofónico. Nosotros fundamos una diferencia fundamental entre nacer cristiano o nacer judío, musulmán o ateo.

Los católicos han aprendido todo en los cuadernos, en las estampas. Los niños protestantes lo han aprendido en los relatos, y una de las primeras impresiones que ha recibido su imaginación ha sido esta combinación increíble de ideas contrastadas. No se trata, simplemente, de una diferencia teológica : es una diferencia psicológica.

Los agnósticos y los ateos, que en su niñez han conocido el Nacimiento, que han asistido a esta fiesta cristiana, no podrán nunca impedir, por muchos esfuerzos que hagan, que en su mente se opere esta asociación de ideas la idea de un niño y la idea de una fuerza desconocida capaz de sostener las estrellas. Su instinto y su imaginación realizarán, inmediatamente, esta asociación de ideas, por mucho que su razón trate de convencerse de que no hay necesidad de realizarla. Más aún: la simple visión de un cuadro, que represente una madre con un niño; tendrá para él un sabor de religión, y de la misma manera experimentará una sensación de piedad, de ternura, con la sola mención del nombre de Dios. Aunque ambas ideas no tengan necesaria ni naturalmente que ir combinadas. Necesariamente, no irán asociadas en la imaginación de un chino o de un griego antiguo, aunque se tratara de Aristóteles o Confucio.

Sin embargo, se han creado en nuestra mente porque somos cristianos y a consecuencia de la Natividad. Es decir, que, psicológicamente, somos cristianos, aun cuando, teológicamente, no queramos serlo. Hay una gran diferencia entre el hombre que sabe y el que no sabe. Es indispensable que esa diferencia exista entre el musulmán o el judío y nosotros, porque en nuestro particular horóscopo se verifica ese cruce de dos luces particulares, esa conjunción de dos estrellas. Omnipotencia e impotencia, o divinidad e infancia, forman, definitivamente, una especie de epigrama, que no puede borrarse ni desfigurarse por millones y millones de veces que se repita. Belén es, enfáticamente hablando, el lugar donde los extremos se tocan.

Aquí comienza —no hace falta decirlo— una nueva influencia para la humanización del Cristianismo.

Si el mundo necesitara tomar un aspecto del Cristianismo que no diera lugar a contraversias, seguramente elegiría la Natividad. Y no hace falta hablar de lo que podría estimarse un aspecto controvertible (no quiero en ningún momento de mi razonamiento imaginar por qué): del respeto a la Santísima Virgen. Cuando yo era niño, una generación más puritana se opuso a la colocación sobre una iglesia parroquial, de una estatua que representaba a la Virgen y al Niño. Después de muchas contraversias, se transigió con que se suprimera al Niño. Se creía que la Madre era menos peligrosa al desposeerla de lo que constituía una especie de defensa suya. Pero es inútil. No se puede arrancar de los brazos de la estatua de una madre la figura de su recién nacido. No se puede alejar de ella. De la misma manera, no se puede suspender en el aire la idea de un recién nacido, aislarla, desmenuzarla. No se puede llegar al hijo sino a través de la madre. Si pensamos en Cristo en este aspecto, la idea le sigue, como en la historia. No se puede arrancar la idea de Cristo de la idea de la Natividad, y, como en los cuadros antiguos, estas dos cabezas están demasiados juntas, demasiado unidas, para que sea posible establecer una separación entre los halos luminosos que las circundan.

Todas las miradas de admiración y de adoración que estaban desparramadas hacia afuera, hacia las cosas grandes, se vuelven ahora hacia dentro, hacia las cosas pequeñas. Dios, que había sido una circunferencia, es considerado como centro; y un centro es infinitamente pequeño. La espiral espiritual procede de afuera hacia adentro, no de adentro hacia afuera. Es centrípeta, no centrífuga. La fe se convierte, en muchísimos aspectos, en una religión de cosas pequeñas. Pero sus tradiciones, consagradas, certifican, suficientemente, esa maravillosa paradoja que significa la Divinidad en la cuna. Quizá no se ha concebido tan claramente la significación de la Divinidad en la caverna.

Se ha tratado de reproducir la escena de Belén con la mayor puntualización del tiempo y del lugar, del paisaje y de la arquitectura. Pero mientras todos han coincidido en que se trataba de un establo, no muchos han sabido que se trataba también de una caverna. Algunos críticos han creído ver una contradicción entre el establo y la caverna, con lo que demuestran saber muy poco de las cavernas y los establos de Palestina. Y como se han visto diferencias donde no las hay, no hay que decir que no se han visto donde las había. Mito o misterio, Cristo nació en una caverna, principalmente porque esto señalaba su posición entre los pobres y los abandonados.

Lo evidente es, como decía antes, que la caverna no ha sido interpretada tan común y claramente como un símbolo, como las demás realidades que rodean a la primera Natividad.

La explicación puede encontrarse en la dificultad que representa el hallazgo de una nueva dimensión. Cristo nació, no sólo en la superficie del mundo, sino “dentro” del mundo. El primer acto del divino drama se desarrolló, no ya en el escenario superficial a la vista del espectador, sino en un escenario obscuro y escondido, lejos de la luz; y ésta es una idea muy difícil de expresar de una manera artística. Lo extraño, en el caso de Belén, es que el cielo estaba debajo de la tierra.

Sería inútil el tratar de decir nada original, nada nuevo, acerca de la concepción de una divinidad nacida como Jesucristo, un caído sin hogar y sin ley, y precisamente con los atributos de la máxima ley y del máximo deber hacia los pobres y hacia los sin ley. En aquel momento es cuando adquiere profunda y real significación la verdad de que no hay ya esclavos. Habrá todavía gentes que lleven este título legal, en tanto que la Iglesia no tenga poder suficiente para rescatarlos; pero ya no existirá el estado de servilismo de los paganos. El individuo adquiere una importancia nueva. Un hombre no puede ser ya un simple medio para un fin. De ninguna manera, el medio para el fin de otro hombre.

Este hecho popular y fraterno tiene su analogía con la historia de los Pastores, que se encuentren un día hablando cara a cara con el Rey de los Cielos. Pero hay otro aspecto del elemento popular representado por los Pastores, que no se ha desarrollado debidamente, y que de un modo más directo se refiere a lo que estamos diciendo.

Los hombres del pueblo, los hombres humildes, como los pastores, han sido en todas partes los que crearon los mitos. Ellos fueron los que sintieron de un modo más directo, sin que la filosofía enfriara su sentimiento, lo que ya hemos dicho antes: que las imágenes eran productos de la imaginación, que la mitología era una especie de búsqueda, que había en la naturaleza algo sobrehumano. Ellos supieron descifrar que el alma de un paisaje es una historia, y el alma de una historia es una personalidad. Pero el racionalismo había destrozado ya estos tesoros de imaginación, realmente irracionales, del hombre rústico, al que con un procedimiento sistemático de esclavitud se le arrancaba de su casa y de su hogar. Sobre todas estas ingenuidades, ha caído un crepúsculo de desilusión. Las Arcadias desaparecen al sacarlas del bosque, Pan ha muerto, y los pastores se han desparramado como sus ovejas. Y, sin embargo, la hora estaba próxima en que todo iba a cambiar, y aunque nadie lo había oído todavía, un grito lejano, en lengua desconocida, iba a hacerse oír sobre las montañas. Los pastores habían encontrado al fin a su Pastor.

Lo que encontraron entonces estaba a tenor con las cosas que veían todos los días. El populacho se ha equivocado en muchas cosas; pero no se ha equivocado al creer que las cosas sagradas tendrían una habitación, y que la Divinidad no necesitaba desdeñar los límites de tiempo y espacio. Los bárbaros que concibieron la fantástica idea del sol captado y encerrado en una caja, o el mito salvaje de aquel dios que era rescatado con la piedra con que se abatía a su enemigo, estaban más cerca del sublime secreto de la caverna y sabían más de las vicisitudes del mundo que todos aquellos hombres de las ciudades mediterráneas, que se habían contentado con frías abstracciones o con generalizaciones cosmopolitas; más que todos los que hilaban delgadísimo el pensamiento con la rueca del trascendentalismo de Plauto o el orientalismo de Pitágoras. Lo que encontraron los pastores no era una academia o una república, no era un sitio donde se hacía la alegoría de los mitos, se los diseñaba o se los desechaba. No; era el lugar donde los sueños eran realidad. Desde aquel día, no hubo más mitologías en el mundo.

Al convertir la comedia de Belén en una égloga latina, no se hizo más que unir los dos eslabones más importantes de la historia humana. Virgilio, como ya hemos visto, representa el paganismo sensato, frente al paganismo insensato que sa­crifica al hombre; pero las virtudes virgilianas y su pa­ganismo sensato estaban en incurable decadencia, plan­teando un problema cuya solución no llegó hasta la re­velación a los Pastores.

Si el mundo hubiera podido escoger, al cansarse de ser demoníaco, se hubiera curado, simplemente, con ser sensato. Pero si también se hubiera cansado de ser sensato, ¿qué hubiera sucedido? El suceso esperado es lo que regocija a los pastores de la égloga arcádica. Una de las églogas hasta está considerada como una profecía de lo que iba a producirse. Pero donde encontramos mayor identificación con el gran acontecimiento, es en el tono y en la dicción del gran poeta, y más aun en las propias frases humanas de los pastores virgilianos: Incipe parve puer, risu cognoscere matrem... En ellas se encuentra lo mejor que existe en las remotas tradiciones latinas. Algo más que un ídolo de madera, presidiendo para siempre la familia humana: un Dios y su Hogar. La mitología tiene muchos errores; pero no ha andado equivocada al ser tan carnal como la Encarnación. Con voz parecida a la que se supone resonó en las grutas, puede gritar otra vez: “¡Lo hemos visto, nos ha visto un Dios visible!”, a cuya voz los pastores bailan, alegremente, en las cimas, sobre la frialdad de los filósofos. Pero los filósofos tam­bién han oído.

Todavía queda otra extraña y bella historia. Los filo­sófos han llegado de las tierras de Oriente, coronados con la majestad de reyes y vestidos con el misterio de los magos. Su misterio es tan melodioso como sus nombres: Melchor, Gaspar y Baltasar. Los acompaña toda la sabidu­ría, que han mirado en las estrellas de Caldea y el sol de Persia. En ellos vemos la misma curiosidad que impulsa a todos los sabios. Los anima el mismo ideal humano que los animaría si sus nombres fueran Confucio, Pitágoras o Platón. Eran de los que buscan no la leyenda, sino la verdad de las cosas. Su sed de verdad era sed de Dios, y tuvieron su recompensa. El premio fue ver completo lo que estaba incompleto. En sus propias tradiciones y en sus propios razonamientos, encontraban confirmado que aquello era la Verdad. Confucio habría encontrado un nuevo fundamento de la familia, en la Sagrada Familia. Buda hubiera visto nuevas renunciaciones: de estrellas, mejor que de joyas; de divinidades, más que de realeza.

Todos los sabios hubieran tenido el derecho de decir, o mejor un nuevo derecho a decir que sus antiguas enseñanzas eran verdad. Pero los sabios habían venido a aprender, habían venido a completar sus conceptos con algo que antes no se concebía. Buda hubiera descendido de su impersonal paraíso, para adorar a una persona. Confucio habría dejado sus templos de adoración al pasado, para adorar a un Niño.

El nuevo cosmos era más amplio que el viejo cosmos, porque el Cristianismo es mayor que la creación, tal y como era antes de Cristo; porque en él se incluyen las cosas que eran y las que no eran. Vale la pena insistir en este punto, estableciendo una comparación con la creencia piadosa de los chinos, que es semejante a las virtudes de otras creencias paganas. Nadie ignora que forma parte de nuestras doctrinas un razonable respeto a los padres; del que participó Dios mismo durante su niñez en lo que atañe a sus padres terrenales. Pero en lo que respecta al amor de los padres hacia Él, la idea es completamente distinta a la de la creencia confuciana. El niño Cristo no es nunca semejante al niño Confucio: nuestro misticismo le concibe en una eterna infancia. A Confucio no se le hubiera aparecido nunca el Niño, como llegó a los brazos de San Francisco.

La Iglesia contiene todo lo que el mundo no contiene. La propia vida no atiende tan bien como la Iglesia a todas las necesidades del vivir. La Iglesia puede enorgullecerse de su superioridad sobre todas las religiones y todas las filosofías.

¿Dónde tienen los estoicos y los adoradores del pasado un Santo Niño? ¿Dónde está la Nuestra Señora de los Musulmanes, la mujer que no fue hecha para ningún hombre, y que está sentada por encima de todos los ángeles? (…)

Y lo mismo en las filosofías o herejías modernas. ¿Cómo lo hubiera pasado Francisco el Trovador entre los calvinistas y aún entre los utilitarios de la escuela de Mánchester? ¿Cómo lo hubiera pasado Santa Juana de Arco, una mujer que esgrimía la espada y conducía a los hombres a la guerra, entre los cuáqueros o la secta tolstoiana de los pacifistas? Y, sin embargo, hombres como Pascal y Bossuet son tan lógicos y tan analistas como cualquiera de los calvinistas o utilitaristas, e innumerables Santos católicos han pasado su vida predicando la paz y evitando la guerra.

Otro tanto sucede con las ultramodernas tentativas de nuevas religiones. Ninguna ha sido capaz de hacer una cosa que, aun siendo mayor que el Credo, no deje algo afuera (…)

Hay que registrar, además, el importante hecho de que los Magos, que representan en el Nacimiento el misticismo y la filosofía, están impulsados por el afán de indagar algo nuevo, y encuentran, realmente, algo inesperado. Porque en esta idea de búsqueda y de descubrimiento que inspira la Natividad, se llega, en efecto, al descubrimiento de una verdad científica. En las otras figuras místicas de la milagrosa comedia —en el ángel y en la Madre, en los pastores y en los soldados de Herodes—, podrán verse aspectos a la vez más sencillos y sobrenaturales, más elementales o más emocionantes. Pero a los Reyes de Oriente hay que considerarlos en su afán de sabiduría; la luz que van a recibir va, derechamente, al intelecto. Y la luz es ésta: que el credo católico es el único católico y nada más que católico. La filosofía de la Iglesia es universal. La filosofía de los filósofos no lo es. Si Platón o Pitágoras o Aristóteles hubieran podido recibir un instante la luz que salía de la pequeña cueva, se hubieran convencido ellos mismos de que su propia luz no era universal. El descubrimiento de esta gran verdad, es lo que da su tradicional majestad y misterio a las figuras de los Reyes; el descubrimiento de que la religión abarca más que la filosofía, y que esta religión es la que más abarca de todas las religiones. La gran paradoja del grupo que contemplamos en la caverna es que mientras nuestra emoción tiene una simplicidad infantil, nuestros pensamientos se enlazan en una complejidad sin fin, y nunca podemos llegar al fin de nuestras propias ideas, acerca de la paternidad del niño y de la niña madre.

Contentémonos con decir que la mitología vino con los pastores, y la filosofía con los filósofos, y que ambas se fundaron en el reconocimiento de la religión.

Hubo un tercer elemento que no debe ser ignorado. Estuvo presente, en efecto, desde las primeras escenas del drama, aquel Enemigo que ensució las leyendas con el pecado y congeló las teorías con el ateísmo del modo que hemos visto cuando tratamos del culto consciente a los demonios. Al describir este culto y su devorador odio por la inocencia, según se ve en las artes de la brujería y en sus inhumanos sacrificios humanos, ya he descrito alguno de los modos indirectos con que penetró en el paganismo sano; cómo manchó la imaginación mitológica con la lujuria, cómo convirtió en locura el orgullo imperial. Estas dos influencias se hacen sentir en el drama de Belén. Un gobernador del Imperio romano, de sangre oriental, aunque se vista y se conduzca como un romano, siente, en aquella hora, dentro de sí, el horrible espíritu.

Herodes, alarmado por los rumores de que había surgido un misterioso rival, revive el gesto salvaje de los caprichosos déspotas de Asia, y ordena el asesinato de la nueva generación. Todo el mundo sabe la historia, pero no todos han visto su significado. Cuando el tenebroso plan empieza a hacer brillar los ojos de Herodes, puede advertirse que una sombra gris se proyecta detrás de él y mira por encima de su hombro. Su mirada es la de Moloch. Es el Demonio que aguarda el último tributo de la raza de Sem, que en este primer festival de Navidades quiere celebrar también su propia fiesta.

Si no comprendemos bien la presencia del Enemigo, estamos expuestos a falsear la significación de la Navidad. La Navidad, para nosotros los cristianos, ha llegado a ser una cosa dulce, apacible, sencilla, cuando en realidad es algo muy complejo; no es una nota sola, sino el sonido simultáneo de muchas notas: la humildad, la alegría, la gratitud, el miedo místico; pero al mismo tiempo, el alerta y el drama. No es sólo una conmemoración para los pacíficos y los romeros; no es una conferencia de paz hindú. Hay en ella también algo de lucha, de desafío. Algo que hace que cuando las campanas tañen a media noche, su tañido sea tan horrísono como los cañonazos de una batalla, de una batalla que acaba de ganarse. La atmósfera de fiesta que respiramos en las Navidades, como una reminiscencia de la fiesta de aquel sagrado día, no puede hacernos olvidar que la fiesta del Nacimiento se celebró en una caverna.

Verdad es que esa caverna era un refugio contra los enemigos, y que esos enemigos recorrían ya la pradera pedregosa que se extendía sobre ella, como un cielo. Que los cascos de los caballos de Herodes pasaron como un trueno sobre la cabeza de Cristo. Pero esa caverna era como una fortaleza subterránea, adelantaba en el campo enemigo. Herodes, inquieto, sentía que el ataque venía de debajo de tierra, y que como en un terremoto, su palacio se hundía con él.

Este es, acaso, el mayor de los misterios de la caverna. Aunque los hombres busquen el infierno debajo de la tierra, en esta ocasión era el cielo lo que buscaban. Algo así como un cataclismo de los cielos, la paradoja de la posición completa; que desde entonces, lo más excelso trabaja en el interior. La realeza sólo puede volver a su ser por una especie de rebelión. Así, pues, la Iglesia, en sus comienzos, no es una soberanía, sino más bien una rebelión contra el príncipe del mundo. Luchaba, en realidad, contra una usurpación obscura e inconsciente, que fue la que originó la rebelión. El Olimpo permanecía suspendido en el firmamento, como una nube blanca y quieta de formas suntuosas. La filosofía estaba aún encumbrada en lo más alto, en los tronos reales, mientras Cristo nacía en una cueva y la Cristiandad en las catacumbas. Los orígenes de la rebelión eran obscuros.

La gran paradoja de la caverna es ésta: por un lado, es un agujero, un rincón despreciable, donde los sin patria se amontonan como escorias; por otro, es como un palacio encantado, como algo muy valioso que los tiranos buscan como un tesoro. El posadero envía a ese rincón a los parias, porque no quiere acordarse de ellos; el rey va a buscarlos allí, porque no los puede olvidar. Esta paradoja es la iniciación de la vida de la Iglesia. Era importante, cuando era aún insignificante, cuando era aún impotente. Y era importante porque era intolerable, y justo es decir que era intolerable porque, a su vez, era intolerante. Se la odiaba, porque secreta y calladamente había declarado la guerra, porque se había alzado para destrozar los cielos y la tierra del paganismo. No es que quisiera destruir esa creación de oro y mármol, pero pensaba que el mundo podía pasarse sin ella, y miraba a través del oro y el mármol, como si hubieran sido cristal. Los que calumniaron a los cristianos, acusándolos del incendio de Roma, estaban más cerca de la verdadera naturaleza de la Iglesia, que los modernos profesores que nos dicen que los cristianos son una especie de sociedad ética, y que fueron martirizados por predicar de un modo lánguido el amor a nuestros semejantes.

Herodes tiene su papel en la comedia milagrosa de Belén, porque significa la amenaza a la Iglesia militante y nos la representa, desde un principio, perseguida y obligada a luchar por su vida.

Y los que piensen que esto es una nota discordante, recuerden que esta nota suena, simultáneamente, con las campanas de Navidad; y si piensan que la idea de la Cruzada hace daño a la idea de la Cruz, les diremos que la idea de la Cruz está dañada sólo para ellos, dañada, digámoslo así, desde la Cuna.

Y esto es lo que nos proponíamos en este lugar. Reunir la combinación de ideas que edifican la idea cristiana y católica, y hacer notar que todas ellas han cristalizado en la bella historia de la Navidad. Hay dos cosas distintas que forman, sin embargo, una sola cosa. La primera es el intento humano de que un cielo ha de ser algo tan local y recogido como un hogar. Es la idea que persiguen todos los poetas y todos los mitos paganos: que un paraje cualquiera pueda ser el altar de un dios o la habitación de un bienaventurado. Yo no comprendo por qué el racionalismo se niega a satisfacer esta necesidad.

El segundo elemento de este estudio, es la realización de una filosofía más vasta que las demás filosofías: más vasta que la de Lucrecio, e infinitamente más vasta que la de Spencer. Por ella se mira el mundo a través de miles de ventanas, mientras los antiguos estoicos y los modernos agnósticos no disponen más que de una.

El tercer punto es que, al mismo tiempo que reúne la localización de la poesía y la amplitud mayor de la más amplia filosofía, es también una lucha y un reto. Porque si, deliberadamente, está dispuesta a abrazar cualquier aspecto de la verdad, está inflexiblemente dispuesta a batallar contra cualquier aspecto del error. Requiere a todo hombre para que luche por ella, y requiere toda clase de armas para esa lucha. Proclama la paz en la tierra, pero no olvida nunca por qué hubo guerra en los cielos.

Esta es la trinidad de verdades simbolizadas aquí por tres personajes de la vieja historia de la Navidad: los pastores y los Reyes y aquel otro rey que asesinó a los niños.

Sencillamente, no es verdad que las otras religiones y las filosofías sean, en este aspecto, rivales suyas. No es verdad tampoco, que cualquiera de ellas reúna esa combinación de caracteres. El budismo se jacta de ser en igual grado místico, pero no aspira a ser en igual grado militante. El islamismo se jacta de ser en igual grado militante, pero no quiere ser en igual grado metafísico y sutil. El confucianismo se jacta de satisfacer la sed de orden y de razón de los filósofos, pero no puede satisfacer la sed de los místicos de milagro, sacramento y consagración de cosas concretas. Son muchas las evidencias de la presencia de un espíritu, a la vez universal y único.

Resumiendo: no hay ningún motivo en la leyenda pagana, ni en el anecdotario filosófico, ni en el acontecimiento histórico, capaz de impresionarnos tan profundamente como la palabra Belén; que ningún nacimiento o niñez de un Niño Dios o de un sabio puede emocionarnos como la Navidad. Porque aquellos serán siempre o demasiado formales y clásicos o demasiado sencillos y salvajes o demasiado cultos y complicados. Nadie, cualesquiera que sean sus ideas, aceptará esos hechos como algo íntimo y propio.

La verdad es ésta: que en este episodio de la naturaleza humana, que es el Nacimiento, hay un carácter individual y peculiarísimo, algo psicológicamente sustancial, que no puede interpretarse como una mera leyenda o la simple historia de la vida de un gran hombre. Porque no inclina nuestras mentes, sistemáticamente, a la grandeza, hacia esa admiración ampulosa y exagerada de los reyes y de los dioses, a que, en todas las edades, se encontró propicia la mente humana, sino que es algo consustancial en nosotros, que nos sorprende desde dentro de nuestro propio ser, como si, explorando nuestra habitación espiritual, diéramos, de pronto, con un aposento ignorado hasta entonces, del que saliera una clara luminosidad. Algo que, aun a los más endurecidos corazones, traiciona con una irresistible atracción hacia el bien. Algo que no está hecho con lo que el mundo llamaría “materia fuerte”. Algo que es todo lo que hay en nosotros de ternura eterna. Algo que es la palabra rota y la razón perdida, que se concretan y se hacen positivas. Algo por lo que los reyes exóticos llegaron de un país lejano y por lo que los pastores dejaron sus correrías por la montaña, y por lo que la noche y la caverna imperaron solas, recibiendo algo que era más humano que la Humanidad misma.

(G.K. Chesterton, El hombre eterno, LEA, Bs. As., 1987, pp. 201-221)


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San Agustín

"Os ruego, hermanos míos, paréis mientes, sobre todo, en lo dicho por el Señor, extendiendo su mano hacia los discípulos: éstos son mi Madre y mis hermanos; y al que hiciere la voluntad de mi Padre que me ha enviado, ése es mi padre, y mi hermano y mi hermana. ¿Por ventura, no hizo la voluntad del Padre la Virgen María, que dio fe y por la fe concibió y fue escogida para que, por su medio, naciera entre los hombres nuestra salud, y fue creada por Cristo antes de nacer Cristo de ella? Hizo por todo extremo la voluntad del Padre la Santa Virgen María, y mayor merecimiento de María es haber sido discípula de Cristo que Madre de Cristo; mayor ventura es haber sido discípula de Cristo que Madre de Cristo. María es bienaventurada porque antes de pedirle llevó en su seno al Maestro. Mira si no es verdad lo que digo. Pasando el Señor seguido de las turbas y haciendo milagros, una mujer exclama: "Bienaventurado el vientre que te llevó" (Lc. 11, 27); y el Señor, para que la ventura no se pusiera en la carne, responde: Bienaventurados más bien los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica. María es bienaventurada porque oyó la palabra de Dios y la puso en práctica, porque más guardó la verdad en la mente que la carne en el vientre. Verdad es Cristo, carne es Cristo. Verdad en la mente de María. Carne en el vientre de María, y vale más lo que se lleva en la mente que lo que se lleva en el vientre".

(San Agustín, Sermón 25, Obras de san Agustín, t. VII. Sermones., B.A.C. Madrid, 1950).


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Juan Pablo II

MISA DE MEDIANOCHE

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Navidad, 24 diciembre de 2001

1. "Populus, quí ambulabat in tenebris, vidit lucem magnam - El pueblo que caminaba en las tinieblas vio una luz grande" (Is 9, 1).

Todos los años escuchamos estas palabras del profeta Isaías, en el contexto sugestivo de la conmemoración litúrgica del nacimiento de Cristo. Cada año adquieren un nuevo sabor y hacen revivir el clima de expectación y de esperanza, de estupor y de gozo, que son típicos de la Navidad.

Al pueblo oprimido y doliente, que caminaba en tinieblas, se le apareció "una gran luz". Sí, una luz verdaderamente "grande", porque la que irradia de la humildad del pesebre es la luz de la nueva creación. Si la primera creación empezó con la luz (cf. Gn 1, 3), mucho más resplandeciente y "grande" es la luz que da comienzo a la nueva creación: ¡es Dios mismo hecho hombre!

La Navidad es acontecimiento de luz, es la fiesta de la luz: en el Niño de Belén, la luz originaria vuelve a resplandecer en el cielo de la humanidad y despeja las nubes del pecado. El fulgor del triunfo definitivo de Dios aparece en el horizonte de la historia para proponer a los hombres un nuevo futuro de esperanza.

2. "Habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló" (Is 9, 1).

El anuncio gozoso que se acaba de proclamar en nuestra asamblea vale también para nosotros, hombres y mujeres en el alba del tercer milenio. La comunidad de los creyentes se reúne en oración para escucharlo en todas las regiones del mundo. Tanto en el frío y la nieve del invierno como en el calor tórrido de los trópicos, esta noche es Noche Santa para todos.

Esperado por mucho tiempo, irrumpe por fin el resplandor del nuevo Día.¡El Mesías ha nacido, el Enmanuel, Dios con nosotros! Ha nacido Aquel que fue preanunciado por los profetas e invocado constantemente por cuantos "habitaban en tierras de sombras". En el silencio y la oscuridad de la noche, la luz se hace palabra y mensaje de esperanza.

Pero, ¿no contrasta quizás esta certeza de fe con la realidad histórica en que vivimos? Si escuchamos las tristes noticias de las crónicas, estas palabras de luz y esperanza parecen hablar de ensueños. Pero aquí reside precisamente el reto de la fe, que convierte este anuncio en consolador y, al mismo tiempo, exigente. La fe nos hace sentirnos rodeados por el tierno amor de Dios, a la vez que nos compromete en el amor efectivo a Dios y a los hermanos.

3. "Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres" (Tt 2, 11).

En esta Navidad, nuestros corazones están preocupados e inquietos por la persistencia en muchas regiones del mundo de la guerra, de tensiones sociales y de la penuria en que se encuentran muchos seres humanos. Todo buscamos una respuesta que nos tranquilice.

El texto de la Carta a Tito que acabamos de escuchar nos recuerda cómo el nacimiento del Hijo unigénito del Padre "trae la salvación" a todos los rincones del planeta y a cada momento de la historia. Nace para todo hombre y mujer el Niño llamado "Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz" (Is 9, 5). Él tiene la respuesta que puede disipar nuestros miedos y dar nuevo vigor a nuestras esperanzas.

Sí, en esta noche evocadora de recuerdos santos, se hace más firme nuestra confianza en el poder redentor de la Palabra hecha carne. Cuando parecen prevalecer las tinieblas y el mal, Cristo nos repite: ¡no temáis! Con su venida al mundo, Él ha derrotado el poder del mal, nos ha liberado de la esclavitud de la muerte y nos ha readmitido al convite de la vida.

Nos toca a nosotros recurrir a la fuerza de su amor victorioso, haciendo nuestra su lógica de servicio y humildad. Cada uno de nosotros está llamado a vencer con Él "el misterio de la iniquidad", haciéndose testigo de la solidaridad y constructor de la paz. Vayamos, pues, a la gruta de Belén para encontrarlo, pero también para encontrar, en Él, a todos los niños del mundo, a todo hermano lacerado en el cuerpo u oprimido en el espíritu.

4. Los pastores "se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho" (Lc 2, 17).

Al igual que los pastores, también nosotros hemos de sentir en esta noche extraordinaria el deseo de comunicar a los demás la alegría del encuentro con este "Niño envuelto en pañales", en el cual se revela el poder salvador del Omnipotente. No podemos limitarnos a contemplar extasiados al Mesías que yace en el pesebre, olvidando el compromiso de ser sus testigos.

Hemos de volver de prisa a nuestro camino. Debemos volver gozosos de la gruta de Belén para contar por doquier el prodigio del que hemos sido testigos. ¡Hemos encontrado la luz y la vida! En Él se nos ha dado el amor.

5. "Un Niño nos ha nacido..."

Te acogemos con alegría, Omnipotente Dios del cielo y de la tierra, que por amor te has hecho Niño "en Judea, en la ciudad de David, que se llama Belén" (cf. Lc 2, 4).

Te acogemos agradecidos, nueva Luz que surges en la noche del mundo.

Te acogemos como a nuestro hermano, "Príncipe de la paz", que has hecho "de los dos pueblos una sola cosa" (Ef 2, 14).

Cólmanos de tus dones, Tú que no has desdeñado comenzar la vida humana como nosotros. Haz que seamos hijos de Dios, Tú que por nosotros has querido hacerte hijo del hombre (cf. S. Agustín, Sermón 184).

Tú, "Maravilla de Consejero", promesa segura de paz; Tú, presencia eficaz del "Dios poderoso"; Tú, nuestro único Dios, que yaces pobre y humilde en la sombra del pesebre, acógenos al lado de tu cuna.

¡Venid, pueblos de la tierra y abridle las puertas de vuestra historia! Venid a adorar al Hijo de la Virgen María, que ha venido entre nosotros en esta noche preparada por siglos.

Noche de alegría y de luz.

¡Venite, adoremus!


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Catecismo de la Iglesia Católica

El Misterio de Navidad

525 Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre (cf. Lc 2, 6-7); unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cf. Lc 2, 8-20). La Iglesia no se cansa de cantar la gloria de esta noche:

La Virgen da hoy a luz al Eterno

Y la tierra ofrece una gruta al Inaccesible.

Los ángeles y los pastores le alaban

Y los magos avanzan con la estrella.

Porque Tú has nacido para nosotros,

Niño pequeño, ¡Dios eterno!

(Kontakion, de Romanos el Melódico)

526 "Hacerse niño" con relación a Dios es la condición para entrar en el Reino (cf. Mt 18, 3-4); para eso es necesario abajarse (cf. Mt 23, 12), hacerse pequeño; más todavía: es necesario "nacer de lo alto" (Jn 3,7), "nacer de Dios" (Jn 1, 13) para "hacerse hijos de Dios" (Jn 1, 12). El Misterio de Navidad se realiza en nosotros cuando Cristo "toma forma" en nosotros (Ga 4, 19). Navidad es el Misterio de este "admirable intercambio":

O admirabile commercium! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad (LH, antífona de la octava de Navidad).


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EJEMPLOS PREDICABLES

Nochebuena

Nochebuena. La metrópoli vivía la característica vida agitada de sus tardes y noches, a pesar de la nieve que caía y el frío reinante. Las vidrieras estaban profusamente ilu­minadas, y los negocios repletos de compradores. Nadie reparaba en el pálido niño de unos 13 años que estaba en la esquina de una juguetería ofreciendo unos juguetes de madera de fabricación tosca. Triste y desanimado por la inutilidad de ofrecer y pedir, pensaba ya en volver a casa. La “haute volée” tenía otras preocupaciones, y los pobres pastorcitos, las ovejitas, el camello para el pesebre, no eran regalitos adecuados para figurar entre los obsequios de los niños de la sociedad. — “¿Y si vuelvo a casa sin ningún centavo?”, se decía. La pobre mamá enferma, mi hermanita hambrienta, papá muerto, ni un poco de pan en casa. — “¡Ah! Jesús, mándame una sola persona que me compre algo, hoy, esta noche, más fría que la en que Tú naciste en Belén. Tú, que eres tan bueno.”

Bernardo puso los juguetes en el suelo y se frotó las manos para calentarse un poco... una lágrima cayó sobre la nieve. —“Pero, hijo, ¿qué estás haciendo aquí? Con este frío deberías estar en casa”, le dijo un desconocido. Ber­nardo se incorporó y vióse delante de un sacerdote. “¿Y estas cosas son tuyas?”, prosiguió éste. “Si, Padre, las qui­siera vender para comprar pan para mi madre enferma y mi hermanita, pero nadie quiere comprármelas”. El Padre tomó una de las ovejitas y la miró atentamente. “¿Está hecha a mano” — “Si, Padre, con mi cortaplumas, porque tuvimos que vender las herramientas de papá; por eso no pude hacerlas mejor”. —“¿Tú mismo la hiciste?”, pregun­tó el Padre asombrado. —“Si, yo; no lo sé hacer mejor, porque cuando mi papá trabajaba yo siempre miraba y así aprendí. Tampoco pude colorearla, porque tuvimos que vender las pinturas de papá”. —“¿Entonces tu papá fue tallador?” —“Si, él hizo el comulgatorio de la iglesia de Nuestra Señora de la Merced”. —“¿Ese fue tu papá, Ber­nardo Wald?” —“Sí, y yo también soy Bernardo.”

Hacía dos años que el Padre se había hecho cargo de la parroquia de Nuestra Señora de la Merced. Pronto se dio cuenta de que el comulgatorio era una verdadera obra de arte. Era su deseo que el maestro hiciese otras obras de esta clase, necesarias para la iglesia, mas nadie sabía el paradero del artista, pues había ido a vivir a otro barrio de la capital. Uno de la Comisión parroquial creía haber oído decir que había muerto. Ahora se encontraba el Párroco con el hijo de él, en la Noche Buena, vendiendo juguetes para sostener a los sobrevivientes de la familia empobrecidos y llegados a la última miseria.

“Bernardo, llévame a tu casa”. Los dos anduvieron largo trecho hasta llegar, en las afueras de la ciudad, a una casita, donde encontraron a la madre en cama, enferma, en una habitación fría, la hijita sentada junto a la cama, y la estu­fa sin fuego; en un rinconcito una mesita con un Niño Dios y una velita encendida. La señora contó al Padre que su marido había enfermado gravemente; que para atenderlo habían vendido uno tras otro todos los muebles y artefactos de algún valor; que el marido no quería que se pidiese nada a nadie. “Cuando sane, ya voy a trabajar, y verás que pronto estaremos mejor. Dios nos ayudará”. Pero había fallecido; ella estaba enferma, la hijita demasiado pequeña para ayudarla; el único que trabajaba era Bernardo, que con el cortaplumas tallaba juguetes que vendía, y de eso vivían. “Mire, Padre, antes de que usted viniera, he rogado a la Virgen: Tú eres madre; Tú en esta noche has dado a luz a Jesús; Tú sabes lo que es frío, hambre y miseria: ayuda a una madre que se halla en la última miseria."

El Padre se emocionó hondamente. “Señora, a buena hora Dios me ha enviado a esta casa. Yo he apreciado las obras de arte de su difunto marido; y sé que en su hijo hay un artista; pero ante todo sé que donde hay pobreza, tene­mos que ayudar. Bernardo, aquí tienes dinero para comprar cuanto necesiten para hoy y mañana. Vé a buscarlo esta misma noche. Mañana vendrá el médico para verla, señora. Pasado mañana volveré y arreglaremos todo para que pue­dan vivir decentemente. Bernardo, al comprar, no te olvi­des que mañana es Navidad; de modo que compra para celebrar alegremente este día. Señora, yo me haré cargo de la instrucción de su hijo. Dios ayudará.”

La señora sollozando le dio las gracias al Padre y mandó a sus hijos que hiciesen lo mismo. Bernardo, entre lágrimas, besó la mano del Padre. “Que Dios se lo pague mil veces —le dijo—; yo le prometo ser bueno como papá, y usted no se engañará conmigo. El Niño Jesús nos lo ha mandado. ¡Ah!, qué hermosa Nochebuena.”

Ambos salieron. El Padre a su casa parroquial; Bernardo a hacer las compras necesarias. Todos estaban alegres, y les parecía que nunca habían celebrado una Nochebuena como ésta en que Dios había descendido a sus corazones y en que los ángeles cantaban cánticos de júbilo.

* * *

Han pasado años. Es Nochebuena. En casa de los Wald están sentados la madre, Bernardo y su hermanita, ante la mesa en que hay un gran árbol de Navidad iluminado por muchas velas. Debajo de él hay un Belén con el Niño Jesús en el pesebre, María, José, pastores y ovejitas.

“Mamá —dice Bernardo, dueño de un gran taller con mucha clientela—, iré una hora al centro a la juguetería, que usted sabe, para ver si Dios me envía un pobre para socorrerle como nos ayudó el buen Padre mandado por Él en aquella Nochebuena.”

La madre mira con cariño a su hijo, y le dice: “Si, hazlo siempre así; ayudando a los pobres pagaremos a Dios la gran deuda que hemos contraído con Él.”

(P.S. Lichius, S. V. D, Nuestros muchachos son buenos, Ed. Guadalupe, Bs. As., 1955, relato nº 49, pp. 59-62)


37.LECTURAS:

- 1ra lect.: Is 52,7-10
- Sal 97,1-6
- 2da lect.: Hb 1,1-6
- Evangelio: Jn 1,1-18 (breve: 1, 1-5.9-14)

Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.

LLEGÓ!

Francis Fukuyama, un oriental occidentalizado, “anunció” hace unos 15 años el fin de la historia. (Entiéndase aquí por historia, la dinámica que desarrolla el ser humano para construirse como tal, para hacer historia siendo protagonista de ella).

Parece que Fukuyama tenía razón si tenemos en cuenta que desafortunadamente, gran parte de la sociedad actual camina idiotizada por donde le dice el sistema y no se interesa en construir historia, ni en dejar a su paso un mundo mejor. A los grandes ideales, a los grandes sueños: al amor, la justicia, la verdad, la fraternidad, etc., por los que tantas personas lucharon y dedicaron todas sus energías, dando inclusive hasta su propia vida, les han querido dar hay un entierro de quinta. A nuestro mundo le gusta más el “rosario” enseñado por el dios consumo que habita por excelencia el los centros comerciales, nuevos templos postmodernos.

¿Para qué te metes en problemas? No hagas la guerra, haz el amor, vive el presente pues es el único que existe. ¿Para qué ves el pasado, para lamentarte? ¿Para qué el futuro, para preocuparte? Disfruta, vive el hoy y no más, (apoyados a veces con una interpretación sesgada de Mt 6,25-34). ¿Para qué pensar en los otros, en los pobres, en los miserables? Tu y yo no podemos hacer algo por ellos pues nacieron pobres, ese fue su destino, además no quieren trabajar, son unos vagos. ¿No ves que el mismo Jesús dijo que a los pobres siempre los tendremos? (Mc 14,7). Vive tu vida y deja vivir. Té salvas o te condenas solo; así que sálvese quien pueda porque camarón que se duerme se lo lleva la corriente; no te metas en mi vida y no me meto en la tuya...

Algunos dicen que Dios está por encima de la historia y que no le afectan ni el tiempo ni el espacio, porque para él todo es un eterno presente. Pero en medio de todo ese maremagnum, los que creemos en Cristo hoy hacemos memoria y presencia, de un acontecimiento definitivo para la humanidad: Dios que irrumpe cada día en nuestra historia, como dice Juan Áreas, que toma asiento en nuestras fiestas humanas.

Desde siempre Dios se le ha manifestado a la humanidad por diferentes medios. Pero como dice la carta a los Hebreos, llegada la plenitud de los tiempos nos ha hablado por medio del Hijo. Y continúa haciendo historia con el ser humano, ahora de manera más directa, pues el Verbo de Dios que existía desde siempre, origen de todo lo que existe, fuente de vida y de luz, se hizo carne y puso su morada entre nosotros, es decir, empezó a hacer historia con el ser humano.

Hacerse carne es asumir la condición humana: tristezas, alegrías, preocupaciones, trabajos, sueños, ilusiones, miedos, traumas, esperanzas, deseos, pensamientos, sentimientos, impulsos y, por su puesto, tener los grandes sueños a los que los post-modernos les declararon la muerte. ¡Qué cosas! El mismo Dios se encarna para hacer historia con nosotros y algunos quieren declarar el fin de la historia cuando está toda por construir.

Los que creemos en el Dios hecho carne, no podemos dejarnos engañar por esos tranquilizantes mortíferos, pues Él viene hoy a nuestra casa. Tenemos la posibilidad de tomar la actitud de los coetáneos de Jesús: “vino a su casa y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron les da poder para ser hijos de Dios”. Aceptarlo es estar dispuestos a hacer historia con él y con su luz, ver el pasado para evaluar, el futuro para planear, y el presente para vivirlo intensamente, enfrentando lo difícil, disfrutando de lo bueno y construyendo los grandes sueños por los cuales el Verbo se hizo carne y puso su tienda entre nosotros, hasta dar la vida por nuestra causa.


Oraciones de los fieles:

1. Por la Iglesia Universal y nuestra Iglesia local, para que sea luz del mundo y signo del amor de Cristo. Roguemos al Señor.

2. Por los obispos, sacerdotes, diáconos, religiosas, religiosos y los líderes de las comunidades: para que ellos anuncien la Buena Nueva con el ejemplo de sus vidas. Roguemos al Señor.

3. Por los que gobiernan las naciones, de manera particular, los nuestros: para que ellos se esfuercen en traer a su pueblo el mensaje de justicia y de paz. Roguemos al Señor.

4. Por los que sufren enfermedad, hambre y abandono: para que sean socorridos y encuentren consuelo en el Misterio del Nacimiento de Cristo. Roguemos al Señor.

5. Por las familias de nuestras comunidades: para que aprendan a recibir a Cristo, acogiéndolo en los pobres. Roguemos al Señor.


Exhortación Final

Sabíamos, Señor, que eres bueno y que nos quieres bien; pero hoy lo demuestras palpablemente, una vez más, a tu estilo: con un optimismo a toda prueba y una entrega sin reservas. ¿Quién daría un céntimo por nosotros, tan ruines y ruinosos? Pero tú rompes todos los moldes y todos los cálculos; tú amas al hombre hasta hacerte uno más entre nosotros.

¡Gracias, Señor Jesús!

Has venido a tu casa, y queremos recibirte como tú lo mereces. Al celebrar tu nacimiento, concédenos renovar nuestra vieja y mezquina mentalidad para revestirnos de la nueva condición humana a tu imagen, la condición de hijos de Dios y hermanos de los hombres.

Amén

(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 232)